Nota de Autor: La tardanza en la salida de este capítulo se debió totalmente a mi novia, quien se puso como pasatiempo sabotearme en mis ratos de escritura, pero me ayudó mucho cuando me vi atrapada en escenas que no sabía cómo continuar. Los temas de este capítulo son "Lovers in the sun" de David Guetta e "Inspiración de Benny Ibarra.

¡Siéntanse libres de comentar y compartirme su experiencia!

Frozen, Tangled y demás personajes pertenecen a Disney. Esta es una obra de ficción y no es una historia apta para niños.

...

Un corazón helado

por Berelince

12 La incertidumbre y la Inspiración

...

—Aspira profundamente. Que el humo te llene los pulmones. Luego suéltalo. No lo tragues.

Kyla miró dubitativa al viejo Zhi, quién se encargaba de encender las hojas marrones que llenaban la cazoleta de la larga pipa que había sacado de esa misteriosa cajita de madera, y ahora ella sostenía entre las nerviosas manos.

La muchacha se apuró a darle las pequeñas bocanadas que ayudarían a la hierba a arder tal y como el hombre se lo había explicado raudamente cuando lo preparó todo tras la abrupta decisión que la viajera había tomado. (presa del temor de hacerle daño a la lejana princesa que había amado desde siempre).

—Muy estúpida para ser sabia... —farfulló el anciano al tensar el cordel de la bolsa que guardaban esos olorosos hierbajos.

Kyla contuvo un bufido, atrapó la boquilla de madera entre los labios. Contempló las hojas que enrojecían y se calentaban con el fuego que comenzaba a arder alimentado por su aliento, tostándose y perdiéndose en una tímida voluta de humo. Conocía la mecánica. No era tan simplona como se podría pensar para los dieciséis otoños que tenía en su haber; aunque era consciente que se había ganado a pulso que aquel viejo la subestimara. La morena torció las cejas en su irritación, pero mantuvo la boca cerrada. Por más que el tiempo y las posibilidades resplandecieran dentro de su purpurea contemplación, su juventud la empujaba irremediablemente a la imprudencia y la socarronería, y aquello ya le había costado bastante como para pretender a esas alturas que tenía todas las respuestas correctas.

Justo en ese momento temía estar cometiendo el error más grande de su vida.

—Inhala —gruñó el viejo sacándola de su ensimismamiento—. No tengo toda la noche para perderla contigo.

Kyla apretó los dientes, pero le dio una calada muy profunda a la pipa, lo que le ocasionó un ataque de tos bastante patético. Zhi sacudió la cabeza mientras llenaba un cuenco de líquido incoloro que colocó frente ella como si se hubiera esperado esa reacción de su parte.

—Nunca antes habías fumado —le soltó tranquilamente.

—N-No —carraspeó Kyla con los ojos llorosos—. Tampoco tengo la garganta curtida para tolerar el licor —añadió en reclamo haciendo una mueca cuando se acercó la bebida al rostro para descubrir que aquello se trataba de vino de arroz.

—La tendrás pronto si es que piensas continuar tu camino —respondió Zhi, encogiéndose de hombros—. Esta noche se repetirá constantemente a menos que la magia en tí logre sosegarse.

Kyla se arriesgó a seguir aspirando el humo de la pipa mientras fruncía el entrecejo.

—¿A qué se refiere?

—¿Cómo fue que la engañaste? —la cortó Zhi mirándola con incredulidad, como si no concibiera la posibilidad de que esa larguirucha taimada le hubiese arrebatado una vida a la diosa de la muerte. Kyla podía verle esas dudas escritas en la cara aún sin echar mano de su mágica mirada.

—No lo sé —susurró Kyla al encorvarse y palparse el helado pecho—. Ella simplemente no pudo llevarme —se estremeció como si recordara esos dedos filosos incrustándose en su piel. La frialdad lacerante de ese agónico momento que parecía reacio a terminarse—. La sensación sigue quemándome por dentro. Es como si aún tratara de hacerlo.

Zhi arqueó las blancas cejas, estudió a Kyla como si de pronto algo en ella cobrara sentido. Clavó fijamente los ojillos negros en las profundidades de los amatistas que brillaban fieramente aunque el letargo comenzaba ya a nublarlos. El anciano contuvo el aliento y sujetó a la trigueña por los hombros al zarandearla en su estupefacción.

—¿Qué es lo que eres, chiquilla estúpida? ¡Cómo te has atrevido!

—Yo... —se turbó Kyla—. Lo ignoré durante mucho tiempo y cuando pude corroborarlo—

—¡No pudiste perder el tiempo e intentar actos dementes, por lo que puede verse!

—¡No!... nunca vislumbré esa posibilidad—soltó la morena al apartarse bruscamente—. Es como si esas líneas se ocultaran intencionalmente. Aún ahora, todo parece tan difuso... No puedo... Yo...

Kyla soltó la pipa de brezo que se deslizó entre entorpecidos dedos trigueños y cayó sobre la alfombrilla esparciendo cenizas rojizas que se volvieron polvo gris. Zhi le miró impávido y se puso de pie, indicándole a Kyla con un gesto de la mano que hiciera lo mismo. La hizo seguirlo soñolientamente a través de la cortinilla de abalorios suspendida a su espalda, recorrieron un estrecho pasillo y Kyla juraría que habían descendido por una escalerilla que los condujo a un cuarto oculto del local, pero las ideas y los alrededores se le estaban tornando borrosos. Se conservó serena hasta que ya no pudo con esas extrañezas y tuvo que detenerse y apoyarse en el trozo de pared más próximo para mantenerse plantada en la tierra.

—Me siento extraña... —barbotó confusa.

—Es por la hierba —le explicó Zhi—. Te calmará, pero debes conocer sus efectos. Por ahora será mejor que duermas.

Zhi señaló el interior de aquel cuartucho a media luz inundado de vapores. Había pequeñas estancias con mantas y cojines distribuidas a lo largo y ancho del lugar; algunas vacías, otras ocupadas por personas disminuidas y andrajosas que yacían tendidas, reposando embriagadamente o hablando entre sueños. Un par hasta reía en su propia inmundicia. Kyla arrugó el entrecejo, se estremeció pensando que se encontraba caminando justamente ahí en la búsqueda de su propio hueco en el cual echarse, o al menos eso esperaba porque el cuerpo ya no parecía querer obedecerla del todo. El viejo Zhi la llevó a un sitio apartado, más espacioso y limpio, de un aspecto confortable y privado. Debía ser una sección reservada para la clientela que podía pagarla.

Aunque a Kyla en ese momento le habría bastado una manta sobre el suelo duro.

—Aquí, sabia. Descansa aquí —le indicó Zhi escuetamente al correr la cortinilla e indicarle la pequeña pieza.

Kyla osciló con torpeza, se dejó caer pesadamente sobre los almohadones que estaban tendidos en el lecho más cercano. Se pasó los largos dedos por la oscura cabellera y trató de expresar un agradecimiento que sonó más bien a un balbuceo entre su lengua natal y la de aquella tierra. Se arrastró como pudo con la cabeza dándole vueltas, percibiendo todo movimiento a su alrededor de una intrigante forma ralentizada, incapaz de enfocar algún objeto que no se moviera para su contemplación. Los miembros se le tensaron cuando intentó encogerse nerviosamente en sí misma.

—No tengas miedo, sabia —le dijo Zhi al moverla ligeramente para acomodarle un cojín tras la espalda—. Cierra los ojos ahora y más tarde podrás decidir el rumbo de tus acciones. Usa el sueño para pensar con la cabeza ligera.

—Nunca lo he hecho de esa forma... —balbuceó Kyla adormeciéndose—. Debo... controlar... lo que yo...

Kyla comenzó a sentirse débil, muy débil. Como si su mente le hubiese cedido el dominio de su cuerpo a una fuerza ajena que la iba apagando lentamente. El pensamiento la provocó una oleada de pánico, pero no pudo evitar que una risa ensimismada le brotara de la garganta.

Porque al mismo tiempo que sus sentidos se aletargaban y su mente se vaciaba de pensamientos, parecían llevarse consigo el dolor.

Ese ardor punzante de sus huesos se iba atenuando conforme los párpados se le cerraban y el viejo Zhi se perdía en la lejanía de un mundo que estaba dejando atrás.

Los ojos violetas se le ennegrecieron a la morena cuando las pupilas dilatadas dejaron de presenciar la realidad y captaron cientas de líneas brillantes delante suyo que resplandecían como la luna llena abriéndose paso entre la más profunda oscuridad. Anduvo tambaleándose tras de una en particular que le producía un inexplicable martilleo en el pecho. Avanzó afanosamente como si necesitara descubrir la razón.

Como si fuera lo único que realmente importara saber en el mundo.

El viento flotó hasta su cuerpo desde un helado cauce. Kyla lo recibió en el rostro como una caricia añorada. Aquella brisa le agitaba el manto escarlata (que hasta entonces notó que llevaba puesto) y los azabaches mechones que se desordenaban siguiéndole un paso que en poco tiempo se convirtió en trote.

Estaba muy cerca, podía sentirlo.

Pasado un rato tuvo que detenerse para recuperar el aliento y fue cuando vislumbró el árbol.

El sauce cristalino se erguía melancólico en la oscuridad, copos de nieve mecían silenciosamente sus ramas y hojas como si en verdad se encontrara sumido en el más profundo llanto. Bajo la cortina que formaba ese helado follaje alguien se encontraba aguardándola.

Era la mujer más hermosa que habían contemplado sus ojos purpúreos de eternidad. Una visión que parecía extraída de la poesía más perfecta y elocuente. Kyla sintió el corazón revolotearle de una forma que no creyó posible cuando finos labios color carmín curvaron las comisuras al recibirla con alegría.

Ella era de piel nívea e inmaculada, su esbelta silueta contrastaba luminosamente contra el tronco del árbol que se erguía a su espalda y parecía carecer de colorido en comparación. Telas brillantes de tonalidades azuladas (que la sabia nunca había visto antes) la arropaban, se ceñían con tanta perfección sobre su cuerpo que Kyla se avergonzó por la forma en que sus ojos recorrieron esos hombros descubiertos, esa cadera redondeada y bajaron hasta la abertura del faldón por el que asomaba una rodilla y quizá un poco más de piel de lo que se hubiese imaginado gracias a la ilusión de desnudez que proveían esos extraños y maravillosos materiales.

Kyla separó los labios, pero los juntó casi al instante. Desvió la vista hacia la larga cabellera platinada que la joven descansaba sobre su hombro valiéndose de un trenzado peculiar, al menos ella no había visto o creído posible una cresta semejante; con mechones que se ondulaban de manera estática, como si el movimiento natural del viento hubiese sido atrapado en un momento en particular del tiempo.

No, atrapado no. Pensó la sureña al tiempo que su palpitar se aceleraba en su emoción.

...Congelado...

Kyla tenía la certeza que esa era la palabra correcta; así como que la firmeza de las piernas la abandonaba y era reemplazada por una debilidad que la hacía temblar como una frágil hoja de papel dejada a la intemperie.

Simplemente porque era demasiado sobrecogedor encontrarse finalmente ante su presencia.

Si esa joven resplandeciente hubiera tenido que ser descrita de alguna forma, Kyla habría respondido que se trataba de la más pura esencia de la inspiración. Aquella doncella la admiraba pacientemente, aguardando con un porte y una elegancia que le provocaron a la sabia escalofríos y curiosidad. Kyla tragó saliva, entornó la mirada al sonreírle con ensueño porque a pesar de todo, esos ojos cobaltos que permanecían calmos como un par de estanques congelados no podía confundirlos.

Que un rayo la partiera si llegase a equivocarse cuando se trataba de su querida Elsa.

—Mi Reina... —exhaló en un suspiro al hincar la rodilla en el suelo sin ser capaz de contener las lágrimas que se le escapaban de la agotada mirada—. Eres tú...

La monarca de Arendelle esbozó una sonrisa benévola al tiempo que asintió ligeramente.

—¡Estás viva! —exclamó Kyla debatiéndose entre la risa y el llanto—. ¡Dioses!, por un momento creí que ella...

—Shhh... Todo está bien —susurró Elsa al inclinarse y acariciarle la mejilla humedecida—. Gracias a ti —se mordió el labio, torció las cejas con pesadumbre al observar el semblante doliente de la joven postrada a sus pies—. Siento mucho haberte puesto esta carga encima. Causarte tanto daño...

Kyla negó en silencio, sonrió con el gesto esperanzado.

—Me había resignado —gimió apretándose los ojos con las yemas de los dedos—, pero yo... Voy a conseguirlo... Elsa... Tú—

—Soy libre —completó ella al asentirle cálidamente.

Kyla exhaló, se cubrió la boca sin poder frenar la forma en la que esas palabras consiguieron afectarla.

Tenía que vivir. Se pensó resuelta. Debía hacerlo para presenciar ese suceso por sí misma. Aún si eso fuera lo último que lograra llevar a cabo con aquella media vida a la que seguía aferrándose con incansable determinación.

—Levántate, sabia —la llamó Elsa en tono suave al tenderle la delicada mano—. Contempla el fruto de tus esfuerzos.

Kyla titubeó, pero se puso de pie al ser llevada del brazo por la elegante Reina que no dejaba de sonreírle. Se internaron en la oscuridad dejando que la luz que producían con sus pisadas fueran las que les marcaran el camino. Elsa tomó a Kyla de las manos y la miró significativamente cuando plantó con firmeza su zapatilla de hielo cortado sobre el suelo, un fulgor helado trazó una figura que asemejaba un copo de nieve de bordes afilados. El suelo se cubrió de escarcha hasta que se convirtió en una superficie lisa y reflejante, entonces retumbó y se sacudió como si debajo de sus pies, el hielo y la nieve se fueran apilando, empujándolas hacia arriba.

Elsa realizó una floritura con la mano, la sabia tuvo que contener el aliento cuando enormes columnas de hielo se iluminaron, revelando las paredes cristalinas de un imponente palacio que seguía irguiéndose como si pretendiera conquistar el cielo. La congelada fortificación las había sacado de la oscuridad y a través de los portones de un amplio balcón, Kyla vio el amanecer. Una bóveda celeste de tonos rosados y cálidos tan llena de posibilidades que la sabia no pudo evitar sonreír ante sus emocionantes promesas, Kyla se giró, contemplando a Elsa, quien había tomado asiento en un trono hecho enteramente de hielo y le sonreía con suficiencia a la distancia. La Reina tamborileó los dedos en los reposabrazos, cruzó la pierna, arqueando la ceja de una mirada penetrante y seductora. Kyla dio un paso hacia ella, pero un crujido la hizo detenerse y fijar la vista al techo desde donde cayó un candelabro gigantesco que se partió en mil pedazos al impactar contra el suelo. La sabia buscó protección tras la tela de su capa, pero Elsa no se inmutó. Esperó que la conmoción terminara, le asintió a Kyla cuando esta buscó una explicación de lo ocurrido en su mirar.

—¿Por qué?... Elsa.

Kyla se estremeció sujetándose el pecho cuando cayó de rodillas sobre la nieve de un paisaje diferente. Una tierra salvaje e inclemente en donde un viento cortante soplaba con fuerza y le dañaba los dedos y la piel expuesta. La morena encorvó la espalda y tosió hasta escupir sangre sobre la escarcha grisácea. Mechones blancos le cayeron sobre los ojos cuando extendió una mano delgada y temblorosa que no pudo mantenerse en el aire. Se vio a sí misma tendida sobre la nieve siendo acechada por una sombra que hacía temblar los alrededores. Orbes amatistas le pedían auxilio, pero ella no podía proporcionárselo. Entre pesados jadeos y una mirada nublada, Kyla quedó ciega y el frío se apoderó del resto de su cuerpo.

—La bestia se ha liberado —escuchó decir a la Reina.

Kyla abrió los ojos abruptamente para encontrarse con que nunca había abandonado el palacio de hielo. Elsa la observaba tranquilamente desde su trono glacial. El candelero en forma de araña seguía pendiendo desde las alturas. La morena se pasó los dedos por sus mechones azabaches.

—Está libre... —susurró la germana derrotadamente—. Intentará devorarme en cuanto se le presente la oportunidad.

—Aún puedes escapar de sus fauces —declaró Elsa con firmeza al cerrar su puño.

—Nunca he logrado vencerla —chilló la sabia sacudiendo la melena oscura—. ¡Es imposible!

Elsa se puso de pie, descendió su escalinata hasta que ella y Kyla se encontraron a un palmo de distancia. Al estar un par de escalones por encima permitió que se vieran a los ojos como si tuvieran la misma estatura. El gesto real de la rubia era peligroso y duro como el hielo cuando se irguió con la mirada refulgente.

—No si eres capaz de encontrar a su cazador.

La morena frunció el entrecejo mientras la rubia asentía solemne.

—Mi Reina, esos seres abandonaron esta tierra hace mucho tiempo...

—En el mar Egeo hay una metrópolis conocida por sus ancestrales y laberínticas construcciones —pronunció Elsa al tiempo que la nieve se arremolinaba formando figuras que sirvieran de referencia para complementar sus palabras—. Enterrada bajo la olvidada arena marina encontrarás la respuesta a tu propio acertijo.

Kyla clavó la vista en la efigie de un portal con dos leonas enfrentadas hecho de partículas de nieve y parpadeó, al abrir los ojos se encontró nuevamente a la sombra del sauce congelado con Elsa observándola atentamente. Las ramas heladas del árbol se agitaron cuando una fuerte corriente de aire comenzó a arreciar y empujó a la trigueña que intentó crearse un escudo con el antebrazo y hacerse oír pese al aullido producido por aquel vendaval.

—¿Elsa, volveré a verte alguna vez? —le gritó aferrándose a la tierra con las puntas de las botas, era consciente que el tiempo se le había terminado, pero estaba negada a dejar ese sitio hasta escuchar la respuesta.

—Siempre —le contestó ella, brillante y etérea—. Aunque llegue el tiempo en el que esperes lo contrario...

—¡Eso nunca! —gimió la morena en su alteración, perdiendo la batalla contra esa corriente implacable—. Lo único que quiero es vivir y morir en tu cercanía, Elsa.

—Entonces vive, sabia.

El viento alzó a Kyla en el aire al golpearla con una bofetada, separándola de aquel plano fantasmal. La joven extendió el brazo mientras iba perdiendo de vista a la elegante Reina, enceguecida por una lluvia blanca de copos de nieve que le cerró el paso como una cortina.

—¡Elsa!

—"Hazlo por mí" —la escuchó susurrarle.

...

—¿Escuchaste sabia?

Kyla parpadeó confusamente. No podía ver nada. Estaba ciega como un topo, esperando que la vista le volviera luego de dejar atrás los muros del castillo de Arendelle. Estaba despatarrada sobre el suelo húmedo, refugiada bajo algún techillo de madera y eso era de todo lo que tenía certeza por el momento. Había tenido que echar mano del poder de su mirada para reconocer el camino que tenía que seguir y se sentía muy maltrecha. Haber fumado antes de su reciente encuentro con la princesa regente no había ayudado mucho en la preservación de su carácter usualmente calmo. Tensó la mandíbula al caer en cuenta, quizá eso mismo había contribuido en demasía a mostrar la clase de patética necesitada que era en realidad. Le dieron arcadas al pensar en lo que había hecho y el trato que le había prodigado a la princesa de Arendelle. Aquello había sido un descuido imperdonable. Esperaba que al día siguiente todo se convirtiera en un borrón olvidado del que pudiera disculparse.

Era consciente que lo más prudente habría sido retornar a su habitación, pero la sangre le bullía tanto que prefirió emprender la ruta hasta su celda en la Academia. Ni ella misma era capaz de tolerarse cuando se encontraba en ese estado. Se apretó las sienes y gruñó por lo bajo. Maldita sea, qué horrorosa molestia era encontrarse ahí afuera por la madrugada. Llovía a cántaros y el agua ya le calaba hasta los huesos, estaba realmente frustrada y además moría de hambre. Cerró los puños cuando cruzó los brazos alrededor de su cuerpo y fingió que no había oído la voz rasposa del extraño que la había llamado.

—Lo siento, no —respondió entre dientes.

Kyla entornó los ojos, la visión poco a poco se le fue aclarando, había un sujeto barbado muy grande y malhumorado mirándola con el entrecejo fruncido, acompañado de otros dos; por las fachas, Kyla dedujo que debían tratarse de marinos de clase baja de algún carguero extranjero. El que tenía la pinta de líder soltó un bufido, los gestos aletargados y las narices enrojecidas de aquel grupo eran un buen indicador de la cantidad de licor que llevaban encima. La sabia maldijo para sus adentros cuando su cuerpo no fue capaz más que de tiritar por respuesta.

—Que te quites de nuestro sitio, vagabunda —le espetó con brusquedad—. ¿Qué, eres estúpida? Estás estorbando y mojándolo todo.

Kyla apretó los dientes, pero intentó ponerse de pie. No quería tener problemas justo cuando se sentía tan incapaz de resolverlos.

—Todo el callejón ya está encharcado —murmuró para ganarse un poco más de tiempo cuando el cuerpo se negó a responderle en su intento de enderezarse por completo—, creo que harían mejor uso del camino principal si ustedes quieren... —se detuvo a media frase y entornó la vista cansada comprendiendo su situación.

—A menos que...

Resopló con fastidio.

Scheiße (mierda).

Kyla intentó escabullirse, pero la bofetada que recibió en la mejilla fue más rápida. Su falta de equilibrio la llevó a caer sin gracia junto a los toneles vacíos que yacían apilados acumulando agua. Se aferró fuertemente a la madera cuando se quedó ciega. Los ojos se le apagaban y le funcionaban en errática alternancia.

¡Verdammt! (maldición) —exhaló comenzando a entrar en pánico.

—No deberías estar aquí sola buscando problemas —escuchó que se mofaban.

Wage es nicht (no quiero problemas) —soltó gesticulando en su confusión—. Sie wissen nicht, was Sie Gesicht (No saben a lo que se están metiendo).

Como si hubiera sido su objetivo acentuar sus palabras, los ojos de Kyla hicieron lo suyo y le permitieron ver anticipadamente los movimientos de su atacante, con lo que, a pesar de la lentitud de su propio cuerpo, logró asestar un puñetazo que le volteó la cara al grandulón que la había golpeado antes.

El barbado volvió a fijar la vista en la sabia que aún encorvada, levantaba los puños a la altura del pecho y parecía vigilarlo. El hombre hizo crujir su cuello y escupió a su costado izquierdo. Tenía la piel enrojecida de ira.

—Nunca me ha gustado la gente de Corona —musitó enervado.

Kyla se vio flanqueada rápidamente. La sabia retrocedía con lentitud estudiando sus posibilidades de escape, las cuales disminuían considerablemente mientras más fuertes se volvían los efectos del sueño en ella. Sacudió la cabeza aturdida, maldijo por lo bajo y esperó mentalmente que los guardias de la ciudadela continuaran haciendo rondines pese al terrible clima.

—¿Por qué no nos calmamos? —soltó conciliadora al encogerse de hombros—. Los sabios no cargamos más que textos y—

—Una cadena de oro de cien eslabones —la interrumpió el sujeto a su espalda—. Todo el mundo lo sabe.

—No se puede separar a un sabio de su cadena —murmuró Kyla por sobre el hombro de forma despectiva—. La Academia lo pena con la muerte, eso también lo sabe todo el mundo.

—Para eso tendría que haber un sabio vivo que la eche en cuenta —le respondió el más grande como si aquello fuera lo más lógico.

El forcejeo se dio tan rápido que fue difícil establecer quién había hecho algo y quién reaccionó en consecuencia. Los golpes y los bufidos se abrieron paso entre las palabras altisonantes y los empujones. La lluvia repiqueteaba en los tejados y el suelo resbaladizo. Kyla se supo sujeta por las axilas así que pataleó como un potro indómito hasta asegurarse de haber impactado a más de uno. Un tirón en su cuello la hizo retroceder cuando los eslabones de su cadena se le incrustaron en la piel.

¡Dumm feige! (imbécil) —bramó ella en su irritación asestando un codazo con todas sus fuerzas para liberarse.

Se sentía tan enfadada. No podía concebir que se le estuviera prodigando aquel trato. En otros sitios los sabios eran respetados. Sus juicios los buscaban los reyes y poderosos, sus palabras podían cambiar el rumbo de naciones, pues albergaban conocimientos antiguos y secretos codiciados más allá del metal que portaban, obtenidos tan solo luego de décadas de afrontar las más duras pruebas y tareas. Esos estúpidos matones no tenían idea alguna de lo que se estaban buscando al hostigarla; ni siquiera ella misma lo sabía al resultarle cada vez más difícil mantenerse serena. Kyla bufó apretando el emblema del sol entre sus dedos.

Esa cadena era suya y solo a Elsa le había concedido el derecho de sujetarla.

"Dioses, hace tanto frío..."

Kyla comenzó a ser incapaz de controlar el temblor y la frialdad que le recorría los miembros que ya estaban hormigueándole como adormecidos. El vaho acompañaba agotados jadeos cada vez que tenía que mover ese cuerpo torpe que sólo se volvía más y más pesado. Se tambaleó cuando no pudo más con el mareo y entonces sus ojos se aclararon, enceguecidos. Cayó de bruces, y supo que aquello sería el comienzo del fin. Tensó la mandíbula ante esa oscuridad a la que su cuerpo la sometía y se enfocó en resistir a como diera lugar los golpes que le propinaron en ese descuido involuntario. Kyla los escuchaba maldiciéndola, pero nunca aflojó su agarre ni les dio el gusto de escucharla dolerse. Ni siquiera cuando se encogió hecha un ovillo en el empedrado recibiendo puntapiés de indistintas direcciones y el sabor de la sangre se le deslizó por la garganta.

Cuando le crujieron las costillas, se estremeció por un dolor que no debería de estar sintiendo.

Jadeó como un perro enfermo tratando de llenar su pecho con aire, se le estaba dificultando respirar.

Kyla vio en la penumbra de su castigo a otras mujeres recibiendo el mismo trato. Bofetadas y golpes con el puño cerrado. Puntapiés y pisotones con tacos de botas sucias. Vio chiquillas raptadas y deshonradas en callejuelas oscuras, marcadas con el filo del acero y un terror que no las abandonaría nunca; y entonces quiso gritar y maldecir y hacer algo más que sólo recibir daño. Sentía la sangre hirviendo, aunque esta ya estaba abandonándole el cuerpo. Le aferraron los cabellos y su cabeza impactó fuerte contra el empedrado del suelo produciendo un sonido espantoso que la trasladó en un segundo a esa tierra nevada e inhóspita de sus sueños. La bestia rugía y se agitaba al tiempo que las montañas se derruían, el suelo crujía resquebrajándose bajo sus plantas, el cielo se estremecía con una furia que parecía incontenible. Kyla gritó incesantemente en un idioma antiguo y olvidado sin obtener el efecto deseado y entonces notó con alarma como el viento y la nieve arreciaron con una intensidad descomunal que terminó consumiéndola por completo. El frío la llenó de pies a cabeza y la hizo caer debilitadamente sobre la escarcha que se convirtió rápidamente en hielo sólido.

La sabía se fue adormeciendo mientras que aquella creatura despertaba.

—¡La has matado, Tristán! —soltaron los secuaces del nombrado al retroceder espantados cuando el cuerpo de la sabia quedó inerte en un charco tintado con su propia sangre—. ¡Hay que largarse de aquí! —añadieron en un siseo al echarse a correr y perderse de vista.

El sujeto tensó los nudillos, aún con la conmoción del momento y la adrenalina fluyéndole por el cuerpo. Sabía que también debía salir de ahí como aquellos otros cobardes, echarse a la mar como en otras tantas ocasiones que el dejarse llevar había terminado en una desgracia; pero ya había llegado demasiado lejos como para irse con las manos vacías.

Una larga mano de dedos trigueños le sacó al bandido la daga que llevaba en la bota como si siempre hubiera conocido su ubicación y se la encajó con fuerza en el pie, sacándolo de su ensimismamiento al hacerlo proferir un alarido agudo y patético. Cuando se encorvó por acto reflejo fue que percibió el puñetazo en la quijada de una mano enorme y pesada como una maza que lo tiró a un charco sucio en donde una bota de semejantes proporciones se encargó de romperle las costillas mientras le escupía de forma sanguinolenta.

Tuvo que levantar mucho el cuello para mirarla y debió parpadear aún más para procesar como es que estaba ahí, de pie, imposiblemente imponente y furiosa como si fuera una hija de Freyja o un maldito demonio. Kyla lo levantó bruscamente aferrándole el cuello de la estropeada camisa. Los ojos violetas le fulguraban de rabia, la sangre le resbalaba por la frente y la sien. La morena tensaba la mandíbula que no era más que una mancha roja con tintes de blanco en ese momento que exhalaba pesadamente como alguna bestia feroz.

—Te mataré, basura repugnante... —le siseó alteradamente. Sonrió con malicia al aplastarle lentamente el pie lesionado que crujió bajo la suela de su calzado—. Te degollaré aquí como un cerdo y te arrojaré al mar en trozos tan pequeños que ni los gusanos de Hela podrán encontrarte.

—¡¿Q-qué maldita cosa eres?! —chilló el hombre aterrado al mirarle la salvaje vista y las grotescas heridas que no dejaban de sangrar.

—Algo que no debiste fastidiar nunca...

...

Elsa se sentía perturbada esa mañana. Sabía que nada de lo que hiciera podría ocultar el torbellino de emociones que se le agitaba en el interior y se le estaba reflejando en finas capas de escarcha que le brillaban en las puntas de los dedos, como si fuera una persona débil de carácter con manos sudorosas.

¿Qué demonios había ocurrido con Kyla y ella esa noche?

Nunca se imaginó, ni en sus fantasías más alocadas, que perdería el recato de esa forma. Cada momento que recordaba le producía un escalofrío en las entrañas que la avergonzaba terriblemente.

Simplemente era como encontrarse rememorando las acciones de otras personas.

Claro que no le resultaba ajeno el cuerpo o el roce de labios de la sabia. Había aprendido a conocerlo poco a poco en las noches que pasaron juntas; pero definitivamente aquello había sido distinto.

Como si Kyla le hubiera mostrado esa cara suya sin proponérselo, a pesar de la sinceridad que le veía en el semblante no pudo evitar pensar en cómo infiernos era entonces su verdadera forma de ser.

Elsa pasó la noche en vela sopesándolo todo, fue plenamente consciente que estaba hecha un manojo de nervios cuando Gerda se apareció en su alcoba para darle los buenos días, e informarle que su hermana la aguardaba para tomar un almuerzo tardío en el salón comedor. No recordaba muy bien el tipo de respuesta que le había balbuceado ahora que lo pensaba más detenidamente, mientras se recogía el cabello y se calzaba los guantes blancos. No tuvo el valor de preguntarle al ama de llaves si Kyla estaría igualmente presente.

La regente casi resopló groseramente respondiéndose a sí misma, por supuesto que tenía la certeza de que la sabia se encontraría convenientemente indispuesta; después de todo, se había percatado de lo que no había estado bien con la morena (fuera de lo increíblemente alucinante que resultó su experiencia con ella una vez pasado el terror inicial de verse sorprendida de esa forma).

De cierta manera, todo parecía cobrar un mayor sentido bajo esa luz.

Elsa se apretó las sienes y se miró al espejo como si se observara como lo que en verdad era, una joven de veinte años que estaba perdida y que no lo sabía todo solo porque ascendería al trono cuando el verano volviera a tocar a su puerta. Se sentía dispersa, con la cabeza en el aire. Le parecía que las cosas entre la sabia y ella no hacían más que complicarse y por los dioses que ella no tenía las habilidades sociales como para abordar ese tipo de situaciones. Se había pasado la mitad de su vida encerrada entre cuatro paredes como para haberlas aprendido por su cuenta.

Todo sería distinto si Kyla fuera solo una emisaria de Corona parlamentando algún asunto diplomático, pero no era así. Ella había sido su mejor amiga y confidente. Ambas tenían obligaciones y cargaban con el estigma de su género; sin embargo, ahí estaban, jugando a cortejarse, adentrándose en terrenos que al menos para ella resultaban inexplorados, sin ninguna guía sobre lo que debería de hacer con respecto a lo que sentía.

Era tan difícil de pronto hacerlo.

Por momentos era alucinante saberse tan querida, Elsa no podía recelar de lo que se reflejaba en el gesto de la extranjera, como si esos ojos purpúreos fuesen transparentes y le permitieran apreciar esa alma que le profesaba una pertenencia tan intensa; pero al mismo tiempo había algo nebuloso en ella, la sombra de la duda que la aguijoneaba y la hacía desconfiar muy a pesar suyo.

No sabía a qué se debía, pero necesitaba resolverlo. Tenía tantas cosas qué sopesar y prefería ignorarlas por dejarse arrastrar a medias dentro de esa vorágine tan fascinante y temible, que no lo soportaba.

Elsa se reunió con su hermana sin tanto retraso, se sentía ya agobiada y con la cabeza dolorida a esa hora de la mañana, pero ocupó su puesto esperando que el salmón y su pan tostado le hicieran más llevadero el día. Tal vez también fuera buena idea mantener cerca la tetera, se pensó arqueando las cejas cuando se llevó su humeante tacita de té de menta hacia los labios.

Anna (bendita ella) le estudió el semblante durante su interacción en la mesa y pese a que estaba bastante acostumbrada a que su regente hermana fuese taciturna (y Elsa hiciera lo posible por no congelar la vajilla). Hizo sus propias cuentas cuando relacionó la ausencia de la sabia con lo que pasaba ahí. La pelirroja se aclaró la garganta para llamar su atención y se lo pensó bastante cuando tuvo que dirigirle la palabra, solo la ceja arqueada de la rubia le metió apuro y un nerviosismo que se creía jamás iba a poder superar con ella.

—¿Que ocurre? —le soltó la hermana mayor con impaciencia.

—Elsa, escuché algo por ahí, muy temprano —informo Anna tímidamente, recogiéndose un mechoncito de cabello tras la oreja.

Elsa bufó pegando la porcelana a sus labios. De los criados, seguramente. Se pensó con enfado. Por un momento se sintió entrar en pánico recordando que ella y Kyla casi habían tenido intimidad fuera de su alcoba. Las tripas se le hicieron un nudo, pero mantuvo bajo control el hielo.

—¿Y qué? —respondió casualmente, digna de algún reconocimiento histriónico.

—Es sobre Kyla —añadió en un suspiro muy bajo.

Mierda, Elsa casi escupió el sorbo de té que paladeaba en su boca, mandándolo a volar con taza y todo. Carraspeó ligeramente, llevándose la servilleta a la cara, se sentía sudar fríamente por los nervios.

—Continúa —le dijo en un susurro del mismo tono.

—Parece que la arrestaron en la madrugada.

—¡¿Qué cosa?!

Un fuerte vendaval agitó las ventanas desde el exterior. Anna casi pegó un brinco en su silla. Elsa se apretujó las manos con el corazón palpitándole en la garganta.

—No tengo todos los detalles todavía —aclaró la pelirroja mirando de reojo hacia la ventana—, pero sé que necesitaron siete soldados y que noqueó a dos antes de que la apresaran. Gunnar, el jefe de la guardia, dejó la constancia con Kai (no debe tardar en entregártela)

—¿Pero qué rayos pasó?

—Hubo un enfrentamiento en los muelles —le dijo encogiéndose de hombros—, por lo que se sabe, atacaron a Ky y ella debió defenderse bastante bien —se inclinó para contarle lo demás en confidencia—. Dicen que dejó a los tipos hechos picadillo. Los hospitalizaron, pero por poco y los ha matado a todos. El problema fue cuando intentaron separarla de un sujeto al que estaba por cortar en pedacitos (¡literalmente! Ya le había arrancado varios dedos de las manos cuando los avistaron y hay gente que afirma que tal cosa la hizo con los dientes). Todo un lío. Como es una sabia, (y sabrá Dios cuántas reglas quebró con lo sucedido) la mandaron a la Academia.

Elsa no supo muy bien cuál fue la expresión de su cara en ese momento, sólo que debía tener la mandíbula desencajada y el gesto más horrorizado de su vida.

¿Cuál era el condenado problema de esa mujer?

Elsa sabía que Kyla era conocida por transgredir las reglas, pero aquello no tenía idea de cómo llamarlo. Miró el contenido de su plato sintiendo que el estómago se le revolvía del asco pensando en dedos masticados. Claro que estaba segura que todo debía de obedecer a un motivo plenamente justificado (si es que podía hacer tal cosa), pero Kyla no era alguien que estallara en ese tipo de arranques violentos. Ella era la persona más cínica y despreocupada que conocía, y no podía evitar pensar que su juicio estaba siendo seriamente comprometido por alguna razón.

Era como estar viendo a la sabia caer en picada en algo que la estaba consumiendo. Desde su arribo a Arendelle se había estado volviendo un verdadero desastre y peligro para sí misma. No solo por su salud, que le estaba preocupando últimamente, sino porque con cada vez más frecuencia Kyla estaba cayendo en comportamientos erráticos y peligrosos. Su hilo de pensamiento se fue hasta las probabilidades más terribles y casi entró en pánico al imaginarse la peor de todas.

—¿Pero que está loca? —soltó al aire con los puños apretados—. Las represalias en las Academias son muy severas. Debí haber sido informada para aclarar su situación.

—Elsa, sabes que las academias son autónomas —puntualizó Anna con cautela—. Además... No lo sé. Tengo la impresión de que Ky es del tipo orgulloso y verla luego de una penitencia no creo que sea muy buena idea.

—Pues tendrá que aprender a tragárselo si piensa que voy a consentirlo —declaró la princesa regente al ponerse de pie y hacer una seña para que le proporcionaran una capa y le prepararan el carro. Se giró hacia su pelirroja hermana antes de abandonar el salón—. Anna, necesito que te pongas al día con tus estudios. Se acabaron tus días de chismorreo con la servidumbre... ¡Y no quiero peros! —añadió peligrosamente cuando su hermana menor se dispuso a abrir la boca.

Elsa salió echa una exhalación, Anna se cruzó de brazos haciendo un puchero, mientras una ráfaga helada venida de quién sabe dónde le agitaba los rojizos cabellos.

...

Ozur Esbjørn era el director de la Academia de la Luna de Arendelle. En sus años mozos de sabio blanco fue un alquimista obsesionado con las artes medicinales de oriente y a pesar de poder jactarse de haberlo visto casi todo, nada lo había preparado para lo que le llevaron esa madrugada.

Y a la hora del diablo justamente.

Cuando los hombres del palacio le llevaron a Kyla Frei, confiaba con certeza que no quedaba más que preparar el cadáver y arreglar el papeleo para trasladar el cuerpo de vuelta a Corona, a su propia Academia en donde su abuela, la temible Jenell, se hiciera cargo de darle sepultura a esa oveja negra suya descarriada.

Estaba tan mal herida que apenas se le distinguían los rasgos debajo de tal cantidad de sangre coagulada, pero tenía pulso. Ozur mismo se encargó de estudiarla de pies a cabeza buscando el motivo por el que un ser humano común, (aún un académico entrenado) fuera capaz de tal cosa. Al ir limpiando la piel notó que las heridas se cerraban rápidamente hasta borrarse por completo, solo las más graves dejaron una marca visible y aquello más que impresionarlo, le dio muy mala espina.

Cuando la joven despertó, ciertamente lo hizo con molestia. Se negó a cooperar en los estudios médicos restantes y cuestionamientos posteriores. Obviamente solicitó que no se carteara a su abuela nada de lo sucedido, (Aunque tuviera que constar un registro en los libros con su nombre) y en ese momento en el que tenía que proporcionarle respuestas que no tenía a la princesa regente que había entrado de improviso a su oficina mientras realizaba un montón de papeleo que no sabía cómo llenar, fue que se sintió bastante viejo ya para el puesto.

—Su alteza. Estábamos por informarle —le explicaba contrariadamente—, pero había que aclarar lo sucedido y poner a lady Frei fuera de peligro.

—¿Qué fue lo que ocurrió exactamente?

—Según lo que pudo constatar ella y luego corroboró la guardia —le dijo al extenderle un montón de pergaminos—, tres individuos la emboscaron en un callejón de Aker Brygge para robarle la cadena. La joven Frei actuó en defensa y por alguna insensatez luego les dio caza hasta casi hacerse justicia por mano propia. Los sujetos detenidos tenían antecedentes y el mutilado confesó haber sido un abusador de jovencitas. Serán ejecutados en cuanto estén en condiciones de recibir su castigo, si es que su alteza no tiene objeción alguna.

Elsa recorrió las páginas y tragó saliva. Kyla debía haber visto lo que tenían esos proscritos en el interior. Se preguntó por un momento si ella habría tomado represalias semejantes de haber estado en su sitio; no creía ser buena en combate alguno, pero para eso podría servirle muy bien el hielo, en realidad nunca le había pasado por la cabeza tener que llegar a usarlo para defenderse.

Negó con la cabeza, devolviéndole los documentos al académico.

—¿En dónde está?

—En una de las celdas de aislamiento.

Ozur se estremeció incómodamente cuando el semblante de la princesa regente se endureció en una especie de indignación contenida. Era sorprendente lo mucho que se asemejaba a su padre, el difunto Rey Agdar. La temperatura en el despacho comenzó a sentirse invernal, aunque apenas corría Septiembre.

—Tuvimos que hacerlo, alteza —se disculpó tanteándose el anillo del dedo en un gesto nervioso—. Las normas son muy claras para nosotros los sabios. La hermana Frei ya había tenido problemas con la disciplina antes, y aún queda por discutirse la razón que la llevó a verse involucrada en esa situación —se atusó el poblado bigote y se acarició la canosa barba—, pero su recuperación ha sido favorable —añadió, haciendo énfasis en la buena noticia.

—Quisiera hablar a solas con ella, si fuera tan amable —solicitó Elsa propiamente.

—Como ordene su Gracia —respondió sumisamente el hombre al ponerse de pie y extender la mano educadamente para que Elsa le siguiera.

Ozur condujo a Elsa al exterior, caminaron por el patio empedrado hasta llegar a una torrecilla de tejados triangulares que parecía estar hundida en la tierra, bóvedas enrejadas marcaban la división de los cuartos. El académico saludó con una seña al aprendiz que cuidaba la entrada y abrió la puerta principal, quedándose a un lado para que la regente entrara sin su compañía.

—Lady Frei se encuentra en la primera habitación —explicó tranquilamente—. No es muy frecuente usar las celdas de aislamiento así que el resto del edificio está vacío. Por favor llámeme si necesita algo más.

Elsa asintió distraídamente y entró a la construcción sin decir otra palabra.

El interior era en realidad bastante limpio y acogedor si bien era algo austero. No tenía la pinta de ser una prisión, más bien le hacía recordar el stavkirke de la ciudadela. Todo de madera, con ventanales que permitían el paso de la luz, tapices con los votos que aceptaban los sabios se leían de techo a suelo como una especie de recordatorio silencioso. La escultura de Alviss, el observador de estrellas, se erguía en el centro, sosteniendo en sus manos el orbe que representaba el conocimiento del mundo.

Elsa se aproximó a la primera puerta que tuvo a su alcance y sujetó la aldaba, suspiró profundamente. Al halarla se encontró con una habitación pequeña de paredes desnudas, un lavabo simple se ubicaba en el rincón, la cama estaba junto a la ventana desde donde una larguirucha trigueña de melena oscura y vestida con sencillas ropas blancas le daba la espalda.

La sabia miró ligeramente por sobre su hombro y sonrió al cruzar la vista con la de la princesa que se mantenía de pie, insegura bajo el umbral.

—¿Te habían dicho que se puede adivinar qué tan enfadada estás por tu forma de contonearte al caminar? —le soltó al señalar la ventana con la cabeza y guiñarle el ojo.

Elsa exhaló, sonrió nerviosamente sintiendo que todo su enojo acumulado se disipaba junto con el aire que le abandonaba los pulmones. Avanzó al interior hasta sentarse en el colchón junto a la sabia, en donde la atrapó en un fuerte abrazo que casi le sacó el aire a la morena.

—Me asustaste mucho —le susurró envuelta entre cabellos azabaches—. No vuelvas a hacerlo nunca.

—Lo siento —respondió ella, acariciándole la espalda.

Se separaron, Elsa le observó la cara a Kyla, contuvo el aliento y los deseos de estrangularla. Estaba amoratada e hinchada del lado derecho donde tenía el ojo cerrado por la inflamación. Tenía cortes en la ceja y la mejilla. No tenía puntos, y aunque las heridas parecían profundas, le pareció curioso notar que no sangraban.

—Santo Dios, Kyla... —comenzó la regente.

—Se ve peor de lo que es —le dijo la sabia tanteándose la venda de la cabeza con los dedos entorpecidos por las heridas secas que se le apreciaban en los nudillos—. No te preocupes.

Los ojos de Elsa se volvieron un par de rendijas, se mordió los labios. No necesitó pronunciar palabra alguna para que la sabia se encogiera en su sitio.

—¿Te reprendieron aquí en la Academia? —le preguntó secamente, desviando el tema de conversación.

—Deberían haberlo hecho —contestó Kyla girando los ojos—. Se supone que los sabios no participan en actos violentos —lo pronunció como recitando una recomendación absurda—, pero se supone que tampoco hay que beber, y prácticamente todo lo que no implique morir de aburrimiento. Te digo que me gusta este trabajo, pero muchas de esas reglas no son para mí.

—¿Es en serio, Kyla? —resopló Elsa, impaciente—. Dicen que le cortaste los dedos a un hombre y sabrá dioses qué más —agregó arqueándole las cejas.

—No tengo idea alguna de lo que hablas —le dijo haciéndose la ofendida—. Yo estaba tranquilamente buscando donde proveerme la cena y suceden estas cosas. De pronto me sentí transportada a las maravillosas Islas del Sur.

—No seas idiota.

—No lo soy. En realidad, me molesta más no haber comido desde ayer.

—¿Tú, has estado sin comer? —se interrumpió Elsa resoplando incrédulamente.

—¡Lo sé, Elsa! —soltó la morena enredándose un mechón de pelo entre los dedos—. Aquí sí saben cómo presionarme. Ya estaba por prometerles mi alma a todos los dioses por un tazón de caldo antes de que tu elegante contoneo me devolviera la esperanza. Por favor, sácame de aquí antes que empiece a masticarme el cabello.

—Te vi hacerlo una vez cuando éramos pequeñas y no lo pasaste tan mal —le dijo la princesa en tono burlón, sabiendo que aquella extranjera siempre se tomaba muy en serio lo que concernía a sus alimentos.

—¡Pero olía a bayas! Eso no cuenta —reclamó fingiendo un mohín de niña pequeña.

Elsa estudió el rostro alegre de la sabia. Con ese cardenal que le abarcaba toda la cara aunque a Kyla no parecía molestarle. La regente se inclinó para tocarle delicadamente la mejilla, dedicándole un tono severo pero una mirada amable. La besó tiernamente en los labios.

—Veré qué puedo hacer. Tú trata de no meterte en más líos —le dijo al retirarse.

Kyla le asintió de manera inocente, la despidió agitando la mano mientras le sonreía alegremente. El semblante se le oscureció una vez que la puerta se hubo cerrado. La sabia se observó las manos abiertas, apretó los puños al doblarse sobre su cuerpo como si el estómago le escociera. Se recostó de lado, estremeciéndose dolorida mientras lágrimas silenciosas le inundaban la mirada.

...

—¿Cuándo lo hiciste por primera vez?

Kyla arqueó las cejas, le dedicó una mirada venenosa al barbado cretense que descansaba, tumbado con los brazos cruzados tras la nuca, y recargado perezosamente en el tronco de un árbol; habían montado un pequeño campamento para pasar la noche antes de cabalgar rumbo a Pilos, destino previo al retorno de ambos a Cnosos. Titus sonrió pícaramente mientras Kyla azuzaba el fuego de la hoguera en la que cocinaban el cerdo salvaje que les serviría de cena.

La sabia chasqueó la lengua. Llevaban algunas semanas viajando y Kyla ya había aprendido que cuando a ese necio príncipe se le metía una duda en la cabeza, no se le salía con nada. Sobre todo cuando involucraban los morbosos detalles de ser una mujer que prefería la compañía femenina. Era más rápido satisfacer su curiosidad y seguir adelante.

—Cuando era una aprendiz y vivía en Corona —le dijo tranquilamente.

El joven se sonrió y se enderezó interesado, cruzándose de piernas.

—Bastante precoz, ¿no? —le soltó enarcándole una ceja cuando la morena desvió la vista con enfado—. ¿Y cómo fue?

Kyla frunció el entrecejo, se abrazó las piernas contemplando las flamas que bailoteaban frente a ella.

—Fue inesperado —comenzó sonriendo ligeramente—, emocionante, un poco torpe. Ella era mi compañera de cuarto, pasábamos mucho tiempo juntas.

—Ya lo creo —exclamó el barbado sirviéndose un trozo de carne—. ¿Y era una doncella de buenos atributos? —inquirió ofreciéndole el plato a la trigueña que lo aceptó, haciéndole una mueca.

—Era muy bella —puntualizó solemnemente—. Y no sólo eso, es una joven muy noble e inteligente. No dudo que se convertirá en una magnífica sabia ahora que no estoy ahí para entorpecer su camino.

—¿Y qué pasó entonces? —preguntó intrigado el príncipe, arrancó la pata entera del animal y se la llevó a la boca en un solo movimiento—. ¿Por qué no continuaron juntas? ¿Cosas de sabios?

Kyla resopló divertida, gorjeando groseramente.

—Si supieras la cantidad de cosas que suceden sin que a la Academia le importe un comino. Si no interfieres en la política, no vale absolutamente para nada lo que hagas en otros aspectos de tu vida. Somos insectos para la organización —bufó con enfado.

—Lo dice la atractiva mujer con la cadena del oro pendiente del cuello —observó el joven sonriendo de oreja a oreja.

La morena se sonrió y probó la carne caliente.

—A veces tenemos que hacer cosas que odiamos para alcanzar un fin —arqueó las cejas y se llevó la larga mano al pecho fingiendo alarma—. ¿Qué acaso no estamos teniendo una hermosa velada, su alteza?

Titus soltó una carcajada, lanzó al fuego el hueso que acababa de pelar.

—Cosas de mujeres, entonces. Dicen que ustedes se aburren fácilmente —comentó encogiéndose de hombros—. ¿Acaso le perdiste el interés?

Kyla deseó tener la petaca de vino llena en ese momento que la carne se le atoraba en la garganta, aunque estuviera suculenta y jugosa. No dejaban de sorprenderle la cantidad de asegunes que existían sobre las personas como ella.

—Oh, no. Ella me gustaba mucho. Siempre fue una buena persona conmigo —se tanteó el emblema del sol, sopesándolo mortificadamente—. Hasta el final.

Ambos cayeron en un silencio incómodo, sólo las brasas y los ruidos del camino nocturno amortiguaron aquella tensión. El barbado se aclaró la garganta y le palmeó el hombro comprensivamente.

—Y hete aquí, en el medio de la nada, de camino al Reino de los castillos derruidos con un príncipe de poca monta. Escogiste bien —le dijo en tono burlón.

Kyla salió de su ensimismamiento, estudió al joven que ya se había levantado para servirse otra porción del animal que ardía en el fuego.

—No lo sé, supongo que no escuché música en mi corazón y esas cosas —torció las cejas y suspiró haciendo a un lado su plato—. Era bueno, pero... no se sentía correcto, ¿Me entiendes?

—Sí. Una vez me sentí como tú —comenzó Titus, agitando la pierna de cerdo que tenía en la mano—. Me había acostado con dos hermanas del templo de Afrodita justo cuando el sol y venus se habían alineado en la segunda casa o algo así —dijo gesticulando con la mano, como si le pareciera irrelevante el dato—. Los sacerdotes me metieron una zurra porque temían que se arruinaran las cosechas ese año, pero esas mujeres eran despampanantes. Lo valió absolutamente —terminó con una sonrisa embelesada.

—Señor de los palacios, es usted un cretino —pronunció la sabia meneando la cabeza con sorna.

Kyla regresó su atención a las llamas, donde se entretuvo mirando dentro de ellas con la mirada brillante.

—Tú aún la amas —soltó el joven, pasándose el pulgar por los labios.

La morena frunció el entrecejo, dedicándole un gesto de extrañeza.

—A la mujer que te hace sentir que todo lo demás es incorrecto —explicó, encogiéndose de hombros.

Kyla abrió y cerró la boca, pero nada elocuente le salió de los labios. Para tratarse de un vulgar, mujeriego y bebedor, estaba resultando interesante no poder leer del todo a ese príncipe menospreciado que bien podría aprenderle a ella algunos trucos.

Titus sacó el cerdo de la fogata y clavó la pica en la que estaba ensartado en el suelo. Se limpió el sudor de la frente caliente con la manga.

—Tienes tu lado suave, sabia —le dijo como si aquello en verdad le sorprendiera y le resultara refrescante—. Te queda bien.

La trigueña resopló enfurruñada, echándose la capa blanca encima.

—Deberías dormir y meterte en tus propios asuntos —le espetó, metiéndose entre los arbustos hasta que se perdió de vista.

—¡Tal vez lo hago y no eres tan sabia como para notarlo! —gritó el barbado con entusiasmo, conteniendo una risita cuando escuchó un crujir de ramas y una sarta de palabras desconocidas que seguramente se tratarían de improperios.

...

—Así que está es tu habitación —dijo la princesa regente en tono musical, con las manos entrelazadas en la espalda, mientras recorría los alrededores con la mirada cuando entraron a la caótica pieza que constituía el cuarto de la apenada morena, quién intentó ordenar lo que pudo, hasta que Elsa le chistó y la llevó a empujones a la cama en donde la obligó a echarse.

—No tenía pensado que vieras nada de esto —se dolió Kyla, guardando torpemente en un cajón el libro de cuero y varias prendas que reposaban en su mesita de noche.

—Imagino que no —le aceptó Elsa frunciendo los labios casi de la misma forma en la que Gerda lo haría—, dicen que la pieza de uno es el reflejo del estado de la mente —recitó arqueándole las cejas.

Kyla ahogó un grito avergonzado.

—No quisiera que juzgaras mi carácter por este estropicio —balbuceó agitando los dedos con nerviosismo—. En realidad, algunas personas podrían corroborar mi grado de meticulosidad y organización, es sólo que, ah...

Elsa sonrió con picardía. No había cosa que le gustara más que ver a Kyla desvalida, tartamudeando, y enrojeciendo mientras sus elocuentes palabras se le atoraban en la garganta cuando tenía que impresionarla como la galante y estudiada mujer de mundo que era.

En realidad, el desorden de los aposentos era lo último que le importaba a la regente de Arendelle en ese momento.

Era lo que había sucedido antes entre ellas lo que no podía sacarse de la cabeza.

Simplemente recordarlo le agitaba el pulso y hacía que le quemara por dentro la ausencia del tacto en la piel y el aliento de la morena en los labios. Como si necesitara de ambos para seguir existiendo y cada vez le resultara más difícil soportarlo. Nunca se había sentido así, tan escandalosamente excitada, a plena luz del día, con el solo hecho de observar a esa extranjera que le dedicaba la expresión más vulnerable que le hubiese visto hasta ese momento.

Como si le admitiera silenciosa y culpablemente sentirse de la misma manera.

—No lo hagas —le advirtió Elsa quedamente, refiriéndose a la mágica mirada que la sabia usaba para adivinarle el pensamiento.

—No puedo evitarlo —jadeó Kyla al sujetarla de la cintura y atraerla hacia su cuerpo. Tenía la vista perdida en esos labios color carmín que tanto le gustaban.

Se besaron con efusión entre suspiros y labios que combatieron por lograr un poderío que no quedaba muy claro. El firme agarre de la sabia fue debilitándose cuando la regente le palpó la comisura de la boca con la lengua y aprovechó el titubeo de la morena para morderla, asegurándose con ello una dulce victoria. Labios helados se plantaron en piel cálida y la sembraron con dedicación y anhelo, ordenándole en ese lenguaje corporal lo que no podía expresarle con palabras. Fue entonces que largos dedos trigueños se deslizaron bajo finos ropajes y recorrieron aquellos montes de suave piel blanca que reaccionó irremediablemente ante aquel trato con añorada ansiedad. Elsa se afianzó del cuello de Kyla y cerró los ojos cuando la morena la fue empujando poco a poco hasta dejarla tendida de espaldas en el lecho. La morena jadeaba tanto como ella en busca de aire cuando interrumpieron los besos y se miraron con un deseo que había sido alimentado a lo largo de la distancia y los años.

Un fuego que pensaron podría hacerlas prenderse en llamas.

Sus cuerpos se movieron juntos, frotándose sobre las prendas. Cada roce transformándose en delirio. Cada embiste en pasión líquida.

Se sentía tan bien.

Una ansiedad animal llevó a la sabia a despojar a la princesa de sus prendas superiores, porque la fiebre se fue haciendo demasiado difícil de tolerar.

La temperatura de la habitación se había vuelto helada, pero la carne sucumbía al calor.

Como si fueran amantes sobre el sol.

La mirada amatista escudriñó en la cobalto, buscando un consentimiento que la joven debajo suyo le otorgó en arrebatada anticipación. Kyla siguió besándola cuando sus dedos serpentearon por el abdomen y la cadera de Elsa, hasta que dieron con el ganchillo de su falda azul marino. Índice y pulgar se encargaron de la faena hasta que lograron liberarlo y abrir el camino para explorar un poco más.

—Ah... —gemía la princesa—. Kyla...

Un estruendo metálico, que reverberó en un eco escandaloso, las puso sobre alerta y las hizo suspender en un segundo todo lo que sucedía. Kyla se agazapó como un gato y se replegó para cubrir a Elsa con las sábanas (que la regente aferró como si se trataran de un salvavidas en medio del mar). La sabia se incorporó e inspeccionó la puerta (que creía habían cerrado con llave). Se aclaró la garganta, echándose la capa encima cuando los copos de nieve comenzaron a brotar del techo alto.

—Creo que no deberíamos estar haciendo esto justo ahora —susurró la morena ajustándose el broche, tenía las mejillas encendidas, los mechones más revueltos que de costumbre y el corazón aún le retumbaba en el pecho.

Elsa le asintió temblorosamente, poniendo en orden su atuendo. El miedo le había enfriado nuevamente los sentidos, y aunque aún se encontraba agitada, sentía que la mente se le despejaba.

Al menos lo suficiente como para tratar lo que verdaderamente debía estarle importando en ese instante.

Se sintió tan estúpida consigo misma. No se suponía que fueran a hacer nada de eso, pero extrañamente no pudo evitar desear a Kyla de esa forma, como si un aura a su alrededor le despertara los más bajos instintos, se pensó Elsa con alarmada ansiedad; así como fue evidente que la sabia tampoco supo ponerle a ella demasiada resistencia. El pecho le subía y bajaba, mientras el hielo se iba apoderando de las paredes, y la escarcha, empañaba los ventanales.

Maldición.

Era doloroso no brindar alivio a ese deseo, pero no podía caer en el embrujo de la sabia nuevamente hasta que esa morena fuera capaz de entregársele por completo. Estaba arriesgando mucho al involucrarse con ella como para no saber en dónde estaba parada. Necesitaba que Kyla se abriera.

Y eso implicaba que le hablara con toda la verdad.

—Kyla, sobre lo de anoche... —comenzó Elsa poniéndose de pie, mientras se tanteaba las puntas de los dedos enguantados y se esforzaba por recuperar el aliento—. Tenemos que tratar lo ocurrido.

La morena se encorvó, asintió dócilmente enredándose los dedos en el cabello.

—Lo sé, Elsa —le dijo contrariada—. Yo... quería disculparme por eso. Sé que fue algo imprudente. No me habría perdonado si te hubiera causado problemas.

Elsa se cruzó de brazos rígidamente, meneo la cabeza con aflicción.

—Me es muy duro controlar lo que siento por ti, Kyla —le dijo, frotándose los antebrazos al tiempo que se giraba hacia la ventana cerrada—, pero anoche sencillamente no pude permitirlo. No solo por el riesgo que implicaba que nos descubriesen. No ocurrió nada porque no habría sido lo correcto.

Kyla respiró profundamente, aguardó a que la princesa pronunciara las palabras que habrían de condenarla. Apretó los puños y los dientes como si aquello le fuera a explotar en la cara.

—Estabas intoxicada —pronunció lúgubremente.

—Dioses...

La sabia se sentó al borde de la cama, exhaló agotadamente. Se pasó la mano por el cabello y el cuello, de pronto lo sentía rígido, tensándose por una opresión que se le extendió hasta los omoplatos.

La sabia no dijo otra palabra.

—Kyla, deberías dar más crédito a mi intelecto —insistió Elsa con seriedad—. Seré una gobernante enclaustrada en un castillo de puertas cerradas, sin embargo, tengo mis maneras de saber lo que ocurre bajo mi techo. Parte de tratar tu liberación esta tarde consistió en discutir los detalles de tus crímenes con la directiva.

—Ozur lo dedujo —susurró la morena doblada sobre sí misma. No le extrañaba, sabía que ese viejo alquimista tenía grandes posibilidades de descubrirla.

Solo la decepcionaba percibir lo que Elsa sentía en ese momento en el que la miraba afligidamente y trataba de comprenderla.

—Estás padeciendo los efectos de consumir y abstenerte a alguna sustancia —declaró cautelosamente—. ¿Qué estás haciendo?

—Yo... yo... —Kyla tensó la mandíbula, se concentró en observarse los pies desnudos, esos largos y pálidos miembros que le desagradaban tanto y le recordaban el motivo por el que hacía aquello.

—Ni siquiera intentes negarlo, Kyla. No voy a perdonarte más mentiras por omisión. Estoy aquí contigo y quiero seguir de esta forma, pero necesito que confíes en mí.

—No pienso negar nada, Elsa —susurró la morena agachando la cabeza—. Es cierto.

La regente contuvo el aliento, Kyla alzó la vista para mirarla directamente.

—Yo... fumo opio.

Un remolino helado las golpeó a ambas, sacudiéndoles la ropa y los cabellos. Muchos de los objetos de la habitación terminaron en el piso o en otro lugar. Ninguna reaccionó en sorpresa. Elsa tenía una expresión de frustración que amenazaba con desatar un invierno terrible sobre Arendelle antes de lo esperado. La regente se colocó la mano en la frente como si tratara de acomodar sus pensamientos.

—Kyla, ¿En qué demonios estás pensando? —le reclamó histéricamente entre dientes.

Opio. Todo lo que Elsa sabía de esa droga era que los gobiernos de Inglaterra y China estaban peleando fieramente por comerciar con ella. Que era sumamente adictiva y que estaban prohibiendo su uso debido al mal estado en el que terminaban quienes la consumían, aunado a los problemas sociales que conllevaba.

El sólo hecho de pensar en que Kyla formara parte de esa estadística, la llenaba de rabia.

—Elsa, cálmate —le pidió la sabia al ver cuartearse las ventanas y los frascos de tinta.

—No me pidas que me calme —le espetó con enfado—, ¿con qué derecho vienes a traer este problema a mi puerta? ¡Y ocultármelo! Maldita sea, pudieron haberte matado por estar bajo el influjo de esa porquería, ¡pudieron pasar tantas cosas!

—Elsa, no es como piensas —balbuceó la sabia intentando acercarse a ella—, si me dejaras—

—¡No me toques! —la cortó Elsa con una ráfaga de viento nevado que empujó a la sabia a caer sentada sobre la duela escarchada—. No puedo ni siquiera verte en este momento —hizo un gesto con las manos para que ni siquiera intentara decirle otra cosa—. Yo... necesito pensar sobre todo esto.

Elsa abandonó los estropeados aposentos dando un portazo. Kyla se quedó en su sitio, creyendo que el sentimiento que le bullía en el pecho podría ahogarla hasta aplastarle finalmente el corazón.

...

Gerda se metió a las cocinas hecha un torbellino, despachó a todo mundo a desempeñar diferentes labores, haciendo que las criadas se dispersaran como gallinas espantadas. Le pidió a Olina, la cocinera, un vaso de agua (aunque habría preferido que aquello fuera brandy). Se sentó ante la larga mesa de madera en la que se picaban vegetales o se amasaba el pan, y se secó la frente sudorosa.

Agradeció a los dioses no haberse muerto de un infarto por lo que había presenciado.

Había subido al segundo piso a llevar algunas viandas para la joven Frei, que había sido recién soltada de las garras de los académicos y estaba tan golpeada; imaginó que la pobre no había probado alimentos y atribuyó a alguna especie de cansancio el que la sabia le dejara la puerta con el seguro echado. Como ama de llaves del castillo, abrir las aldabas no era problema para ella; su intención había sido dejar la charola en la mesa y retirarse, pero no esperó que la joven extranjera no se encontrara descansando.

Muchísimo menos imaginó ver a su niña ahí de esa forma, en paños menores, suspirando acaloradamente debajo del cuerpo de la morena en una clara imitación del acto carnal que ocurre entre hombre y mujer.

Tan enfrascadas estaban las jóvenes en su disfrute, que no la notaron, y su retirada le habría salido perfecta, si la conmoción no le hubiese entorpecido los dedos, haciendo que se le resbalara la charola, que terminó estrellándose en el rellano de la escalera.

El ama de llaves se acarició las sienes y suspiró, sopesando por lo bajo, cómo es que hablaría sobre temas semejantes con la regente princesa. Ya no podía protegerlas. Elsa debía enterarse de su conocimiento sobre esas escandalosas preferencias y su relación con la académica sureña. Intentó pensar en cómo hablaría con ella la Reina Idunn y aquello la calmó un poco.

Gerda miró el contenido de su vaso, prefirió levantarse por ese trago de licor.

Santo cielo, que esas dos ya estaban teniendo intimidad.

Por eso le extrañó verlas a ambas tan distantes los días siguientes. Kyla se negó a seguir encontrándose con ella en las pajareras para recibir la dosis de morfina que le estaba administrando y le pidió en cambio que le distribuyera de a poco, el opio que le había confiscado porque iba a intentar desintoxicarse. La veía de pronto en los jardines, hecha un ovillo bajo el gran sauce, pálida y temblorosa, pasando dolor, o durmiendo solitariamente en su alcoba. (que le había dado por organizar por completo)

Elsa se la pasó varios días metida en su despacho, investigando por las tardes, había mandado conseguir varios textos referentes a la situación del contrabando con el opio en el estado y se hizo de varios estudios médicos que documentaban los efectos de la abstinencia en los adictos. Tomaba notas y se la pasaba mirando por la ventana cuando sabía que tendría la ocasión de ver a una desgarbada encapuchada, avanzando lentamente de camino a la arboleda del palacio.

Gerda se imaginó que el tema ya había salido a relucir.

Comprendía la situación de ambas y de cierta forma le habría gustado que la solución fuera más sencilla, pero esas niñas necesitaban guía y como la vieja nana que era, iba a tratar de brindarla.

Esa tarde le fue a llevar el té a Elsa, como siempre. La muchacha estaba frente a la ventana, con las manos enlazadas en la espalda, su contemplación estaba puesta en el exterior en busca de su sabia. La matrona acomodó la charolita y comenzó a servirle la merienda.

—¿Sabía que cuando usted era pequeña, sus majestades estaban enterados que se carteaba con la joven Frei sobre su magia de hielo?

Elsa se giró levemente, arqueando las cejas.

—No, para nada —contestó la rubia incrédulamente—. Papá era tan receloso del asunto —sonrió como recordándolo—. Tenía tanto miedo de que se molestara, que más de una vez me quemé con el lacre porque no quería que él lo hiciera y tuviera que leer lo que había escrito.

—Sí, sí —sonrió la matrona, poniéndole mermelada a un skillingsborler (panecillo de canela)—. Ellos pensaban que ella era una compañía buena para usted. Hablaron muchas veces al respecto.

—Ellos... ¿lo hicieron?

Elsa observó por la ventana. Kyla acababa de descender la escalinata que daba acceso a los jardines con ayuda de su bastón, la vio apoyarse agotadamente en uno de los pilares de madera y el corazón se le encogió en el pecho.

—Sus majestades veían lo feliz que la hacía y sabían lo mucho que se apreciaban —El ama de llaves se enredó las manos en el delantal—. Sus padres nunca lo comentaron abiertamente con nosotros —le dijo a la princesa, refiriéndose a ella y a Kai—, pero estoy segura que eran capaces de ver el amor que había estado floreciendo entre ustedes.

Elsa se estremeció rígidamente. Gerda le hizo una respetuosa señal de alto con las manos cuando la princesa hizo el intento de protestar.

—Estoy al tanto de lo que ocurre, niña —le dijo con dulzura—. No es necesario que intentes negarlo —la matrona frunció los labios, pero se arriesgó a informarlo de todas formas—. También es de mi conocimiento el problema de la joven Frei. Acudió a mí en busca de ayuda y ha estado tratando de controlarlo desde entonces —la mujer torció las cejas de forma contrariada—. Lamento mucho no habérselo dicho antes, pero en su momento creí que sería lo mejor.

Elsa casi murió en ese momento al saberse tan expuesta, si bien por una parte se sintió sumamente aliviada de tener a alguien con quien hablar sobre eso. No tenía idea de cómo podría ayudarle la matrona a resolver todas las dudas que se le apilaban en la mente, pero agradecía infinitamente tener alguien en quien confiar.

Elsa asintió, se sentó en su silla de trabajo, procesándolo todo con aprensión. Se pasó nerviosamente las manos por el cabello.

—Oh, Gerda. No tengo idea de lo que debería hacer —le dijo presionándose las sienes—. Me asusta mucho lo que puede suceder si me involucro con Kyla, pero no quiero un futuro miserable con algún lord solo porque es lo que se espera de mí —se recargó en el respaldo, suspiró cansadamente—. No sé cómo podría sobrellevar esto.

—No pienso justificar lo que Lady Frei está haciendo, su alteza. Pero solo puedo decirle que el amor nos lleva a veces a cometer insensateces —le dijo arqueándole las cejas significativamente—. Y si de algo puede estar segura, es que esa joven la ama con locura. Debería intentar conocer las razones que tenga que darle.

—No es justo, Gerda —se quejó la joven noble—. Ella lo sabe todo de todos sin tener la necesidad de preguntar, te lo dijo, ¿no?, ¿por qué tengo yo que estar averiguando si ella no vino a ser honesta conmigo en primer lugar?

—Ella me contó de su magia, sí —admitió la mujer—. No sé cómo es que funciona, pero creo que es parte de los problemas de la joven Frei.

—¿Te dijo algo?

—Me explicó que el opio obedece más a una afectación en su cuerpo que a un mero capricho.

Elsa estudió a su nana. Se veía preocupada, debía saber más de lo que le estaba diciendo.

—¿Es muy malo? —inquirió la regente, sintiendo que comenzaba a angustiarse.

—Parece algo muy serio —dedujo la matrona recordando la noche que Kyla se apareció temblorosa y tosiendo sangre.

—Gerda, estoy enamorándome profundamente de ella —admitió Elsa de manera nerviosa—. Cada día es más difícil para mí intentar controlar este sentimiento, aún con este asunto entre manos. Todo lo que quiero es estar con ella. Te juro que no me reconozco, pero tampoco quiero volver a ser la de antes. Tu... ¿Crees que debería seguir adelante con esto sin importar lo demás?

La matrona la miró enternecidamente. Veía a esa noble muchacha debatirse entre ese temor a lo desconocido y el panorama de abrirse a una posibilidad que estaba segura terminaría cambiándole la vida. Sabía que no habría vuelta atrás a algo como eso.

—Creo que su alteza debe comenzar a plantearse lo que es el amor y lo que significaría aceptar vivir con base en él.

Elsa apoyó el codo en el reposabrazos, se sujetó la barbilla, frunciendo el entrecejo.

—Pensar en el significado del amor verdadero.

—No importa lo que decidas, mi niña —le dijo el ama de llaves afectuosamente—. Kai y yo le respaldaremos. Cuidaremos de ambas el tiempo que sea necesario, así como servimos en vida a sus majestades.

Elsa resopló nerviosamente, sabía que las lágrimas habían surcado sus mejillas a pesar que sonreía en toda su real gratitud; y aunque nunca lo había hecho antes, se estiró para tomar las manos de la nana entre las suyas.

—Gracias, Gerda.

...

Kyla abrió la puerta de su alcoba, caminó despacio hacia el interior. Dejó los pliegos de pergamino que llevaba bajo el brazo sobre la mesa y encendió la lamparilla que yacía al centro antes de dejarse caer pesadamente en su silla. Se pasó el pañuelo por el rostro sudoroso, jadeante hasta que pudo recuperar el aliento.

—Un día a la vez —pensó desmayadamente, congratulándose.

Se quitó las botas y las medias, se estiró, al tiempo que se dirigía hacia su balcón. Apartó las cortinas azules, se apoyó en la baranda de piedra, inhalando profundamente el aire salino que se respiraba esa noche estrellada.

Kyla rebuscó en su bolso, se sacó la pipa de brezo que cargó con hierbas secas color marrón. Encendió ansiosamente una cerilla que tenía tras la oreja y quemó el tabaco. Alimentó el fuego con su aliento hasta que pudo darle una buena calada a la boquilla.

El cuerpo se le relajó deliciosamente al llenarse los pulmones. Kyla sonrió como un gato al que mimaran con caricias y salmón luego de un buen comportamiento. El humo ondulaba cerca de su nariz, perdiéndose en el aire fresco que le agitaba los cabellos y la capa blanca.

—La primera vez que te vi fumar en mis sueños, estabas igual de nerviosa —pronunció esa voz suave que había extrañado tanto.

—No debiste ver nada de eso —le contestó Kyla tranquilamente, dándose la vuelta para encontrarse con la joven regente de Arendelle que la observaba desde dentro de la habitación.

La sabia avanzó dos pasos para reunirse con ella bajo el umbral de las puertas exteriores que estaban abiertas de par en par. La regente arrugó la frente al ver que la morena hacia el amago de llevarse la pipa a la boca.

—No lo hagas —le pidió en un susurro.

—Lo siento —se disculpó Kyla, encogiéndose apenada—. Solo es tabaco común —le explicó, mostrándole la cazoleta caliente—. Me ayuda a tranquilizarme.

La joven rubia asintió, creyendo en sus palabras. Se aferró nerviosamente las manos, mientras estudiaba el semblante de la encorvada extranjera que había vuelto a perderse en los vapores de su mezcla de hierbas tostadas.

—Te he visto padeciendo dolores de manera constante —le dijo Elsa, reflexiva, arqueándole una ceja—. ¿es por eso que lo necesitas?

—Gerda te dijo.

—Solo me dijo que de verdad parecías necesitar la hierba.

Kyla expulsó una bocanada de humo, se quedó en silencio observando indiferentemente cómo esas volutas blancas se desbarataban entre ellas. Frunció el entrecejo al caer en cuenta de algo.

—Lo siento mucho, Elsa. No sabes lo apenada que me siento por esto —pronunció rápidamente, deshaciéndose de las cenizas y la pipa, que dejó en el alféizar.

—¿Te ocurrió algo que deba saber? —insistió la princesa, torciendo las cejas castañas, al estudiarle el cansado rostro—. Podría ayudarte.

La sabía tomó a la regente por la mano enguantada, se la colocó en su propio pecho a la altura del corazón, mirándola cariñosamente.

—Ya lo has hecho.

Elsa le sonrió con ternura, Kyla le besó los nudillos por sobre la tela. Se abrazaron afectuosamente y se quedaron así por unos momentos, escuchándose en ese silencio confortable.

Kyla podía percibir la preocupación de la joven noble que sostenía entre los brazos. Arrugó la frente, doliéndose por tener que contarle todo siempre a medias.

—Elsa, estoy enferma —le dijo seriamente entre el perfume de sus cabellos platinados—. La magia de mis ojos me causa mucha fatiga y dolor y hace años la presioné tanto que... Bueno, digamos que fue como dejarla encendida. No puedo evitarlo, así que tengo que apagarla de algún modo.

Elsa se apartó ligeramente, la miró a los ojos como si con eso pudiera comprenderlo todo.

—Por eso comenzaste a fumar.

—Si... Intenté prescindir del opio, pero mi cuerpo comenzó a exigirlo y cada vez en mayor cantidad. Tengo... Días buenos, cuando no lo necesito —comentó turbada—, pero en días malos ni siquiera puedo reconocerme —añadió sombríamente—. No quería que tuvieras que verme así.

—¿Hoy que día es para ti? —inquirió Elsa acariciándole los hombros. La trigueña ladeó la cabeza en su satisfacción por el toque.

—Diría que uno en el que me siento bastante vulnerable. Mi cuerpo comienza a resistirse al engaño. No es agradable.

—¿Te duele?

—Aún es tolerable.

—¿Cómo es?

—Es...

Kyla titubeó, guardó silencio. Elsa la animó con un movimiento de cabeza.

—Puedes permitirte exponerte —le dijo, haciéndole cuenco en la mejilla con la mano—. Yo no te juzgaré. No podría.

La regente recargó la frente en el hombro de la morena, ocultándole el rostro de mirada brillante.

—Yo ya pienso desde hace mucho que eres muy fuerte —susurró con la voz quebrándosele por el sentimiento—. Quisiera poder serlo también.

—Lo eres, Elsa —le aseguró la sabia, frotándole la espalda—. Lo serás.

Los brazos de la regente se deslizaron de los hombros de la trigueña, se enredaron en su cintura. Kyla se encogió en su sitio, pero Elsa la rodeó hasta aprisionarla contra su cuerpo. Lo hizo con cuidado, muy despacio, como si la sabia se tratara de un cervatillo indefenso que pudiera escapar ante el primer sobresalto. La morena se tensó por un momento, pero le tomó solo un instante relajarse entre el fresco aroma de la princesa que le acariciaba los largos mechones azabaches.

—Gracias —le susurró ella aliviadamente.

—¿Por qué? —se extrañó la joven sureña torciendo las cejas.

—Por estar aquí —respondió la princesa palpando la solidez de la mujer entre sus brazos que no era una ilusión ni una sombra—. Por mostrarme un camino contigo. Por hacerme reír y bailar, rabiar, y soñar... —se echó hacia atrás para mirarla a los ojos—. Kyla, quiero agradecértelo todo. Tu amistad, tu entrega, tu candor. Esta capacidad tuya de hacerme imaginar un futuro sin miedos mientras me haces temblar con tus misterios y tu estupidez —ambas rieron al imaginarlo. Elsa la afianzó de la mano—. Todo esto que has hecho posible —le dijo acariciando la trigueña piel con el pulgar descubierto—. Nunca pensé que algún día me podría permitir sentirme tan humana.

La morena torció los labios en esa media sonrisa característica suya que a Elsa tanto le gustaba. Levantó la larga mano que se entretuvo en la tarea de acariciar el cabello casi albino que había sido su fascinación desde el primer instante que lo vio aquella lejana mañana de primavera hacía más de diez años atrás.

—Si supieras todo por lo que yo tengo que agradecerte —le dijo Kyla suavemente—. Diría que no existe tal deuda, su alteza.

—Te amo —exhaló ella en un suspiro que dejó a Kyla petrificada y con el pecho retumbante.

Fue tan natural decirlo que Elsa no se percató cuando las palabras salieron de su boca. No se asustó por hacerlo ni intentó enmendar la acción. La dejó ir, tal y como su corazón lo había planeado. Ojos cobaltos se enfrascaron en el brillo de los amatistas, esperando por la reacción de una elocuente sabia que por vez primera se había quedado sin palabras.

—Dioses...

—Te sorprende —dijo la regente, enarcándole una ceja.

—No esperaba que quisieras permanecer conmigo luego de saber todo esto.

Elsa le sonrió cálidamente.

—¿Qué clase de persona sería si te abandonara justo ahora a sabiendas de que enfrentas una crisis? —Elsa se mordió el labio y se encogió incómodamente—. Sé que no reaccioné nada bien cuando me lo dijiste, pero sentí mucho miedo por ti —le aseguró con la sinceridad brotándole en la mirada—. No quiero perderte de esa forma, Kyla. No quiero hacerlo nunca. He pensado estos días sobre el significado del amor verdadero y sé que cualquier cosa que conlleve, estará aquí contigo, a tu lado. Lo que sea que necesites para superar esto, lo haremos juntas. En lo bueno y lo malo.

Kyla la miró intensamente, inclinando la cabeza al tiempo que Elsa le asentía y se ponía de puntas para alcanzarla.

—Gracias —le susurró la sabia entre los labios a la regente, quien le correspondió ávidamente ese primer beso que se sintió tan integro y cargado de un significado del que no tenían certeza, pero que era emocionante sopesar.

Como la promesa que hacen dos enamorados ante el altar.

Se besaron hasta que el vaho fue la norma de su aliento. La quietud de la noche se llenó de exhalaciones que bullían y luego se condensaban, evidenciando un deseo que ya no encontraba barreras para contenerse.

Caminaron a ciegas, internándose en la ordenada pieza y confiando en la buena fortuna, fueron despojándose de las ropas entre cada suspiro arrebatado. Kyla se sacó la capa blanca que cayó a su espalda, mientras Elsa se separaba de su elegante saquillo oscuro. La morena le recorrió el cuello con los labios a la regente, que le acarició los flancos fuertes y torneados a esa extranjera que le iba desabotonando la prenda superior de seda. Largos dedos trigueños recorrieron hombros redondos y tersos, desnudándolos delicadamente, tomándose su tiempo para que la joven noble, que se estaba dejando llevar bajo su trato, experimentara el gusto de sentirse erizársele la piel y acelerársele el pulso sin las brusquedades de una pasión desenfrenada.

Tenían toda la noche para descubrirla de a poco.

La piel helada bullía por dentro cada que esas cálidas manos se imprimían en ella. Sonidos de satisfacción abandonaban los labios de la princesa, quién, con las mejillas sonrosadas respiraba irregularmente, sabiéndose en corsé y pantaloncillos interiores (una vez que la morena se hubo deshecho del pesado faldón, el fondo y el miriñaque).

Kyla sonrió, recorriendo con las yemas los encajes ribeteados de las finas prendas y envolvió a la regente con su cuerpo, brindándole cobijo mientras iba aflojando los cinchos de la elástica faja, la cual muy pronto terminó en el suelo como todo lo demás. La sabia la admiró embriagadamente en su tímida desnudez.

—Du bist wunderschön (eres maravillosa) —le susurró besándole la mejilla.

Elsa torció los labios, comprendiendo perfectamente el significado de esas palabras, dichas con ese acento que tanto le gustaba.

—Seguro eso se lo dices a todas —resopló la princesa de manera resentida al esquivarle la mirada a la sabia.

—Eres hermosa también cuando te pones celosa —puntualizó Kyla susurrándoselo en la oreja.

Pero la regente de Arendelle no podía estar más equivocada con su suposición. Esa delicada figura (que tanto se esforzaba en cubrir al encogerse en sí misma, acobardada por su adorable vergüenza de moralidad instruida), era deslumbrante, como tallada en representación de alguna beldad antigua, usando frío mármol como materia primordial. Kyla sonreía ensimismada, como si apreciara una obra de arte, que por alguna buena acción del destino estuviera a su cuidado.

—Déjame hacerlo a mí —le susurró Elsa a la sabia, interrumpiéndole los pensamientos, justo cuando hacía el ademán de desatarse las cintas del corsé.

La morena le asintió y aguardó mansamente, mientras su amada princesa iba destensándole los nudos como si se encontrara desenvolviendo un presente del cual conociera el contenido, pero aun así le emocionará descubrir. Separó las piezas del jubón, con lo que la prenda de abajo cayó por el peso del material con el que estaba hecho. Elsa frunció el entrecejo, Kyla nunca dejaba de usar esos pesados blusones, aunque tuviera que soportar pasar calor e incomodidades. La morena contuvo el aliento rígidamente cuando los delicados dedos de la pálida noble se entretuvieron en desabotonarla y sacarle la tela de las calzas blancas.

Kyla se tensó, pero permitió que la regente le deslizara el blusón, descubriéndole los hombros, el pecho y el resto de la trigueña piel que se erizó ante el helado roce de aquellos níveos dedos que se detuvieron inseguros al palpar el áspero borde de una cicatriz que se le extendía de forma transversal a la morena desde las costillas hasta el abdomen. Elsa torció las cejas. Señas similares marcaban a la sabia en los brazos y la espalda. No resultaban tan visibles, así como estaban en la oscuridad, pero estaban ahí y podían sentirse. Eran demasiadas... El corazón de la monarca se le oprimió en el pensamiento de que esas heridas, aunque ya cerradas, hubieran sido acaso por su causa. La regente se cuestionó a sí misma de pronto tratando de adivinar el origen de cada una de ellas. Kyla se estremeció ligeramente doliéndose de aquella exposición, sintiéndose tan vulnerable e imperfecta. Giró el rostro para no tener que encarar a Elsa, aunque la pena que percibía en ella la quemara, mellándole el orgullo y una vanidad que no sabía que poseía.

Elsa le acarició la mejilla y la hizo volverse con gentileza para que ambas se observaran los ojos brillantes por los deseos de sucumbir a sus propias lamentaciones.

—No seas tonta... —le susurró la monarca posando los labios sobre los de la extranjera para deslizarlos luego a la marca más próxima que la sabia lucía en el hombro izquierdo y prodigar el mismo trato sobre ese trozo de piel—. No me importa, y a ti tampoco debería...

Kyla apretó la mandíbula, conteniendo un sollozo; pero se aferró firmemente a la figura de la joven que le acariciaba las líneas rojizas de la espalda. Le besó el cuello a la regente de Arendelle, enterrando la nariz y los dedos entre hebras color platino y dorado. Los movimientos de ambas fueron instintivos y confortantes, titubeando entre trémulos suspiros hasta que los labios hallaron el camino que debían seguir para encontrarse. Los cuerpos fueron retrocediendo con cautela hasta encontrarse con la suavidad del lecho desocupado. Se dejaron llevar bajo las sábanas y se entrelazaron los miembros hasta amoldarse, como si se trataran ellas de las dos piezas de un todo.

Probablemente era justo así como se sentían.

Elsa disfrutaba la sensación de ese peso cálido y acanelado sobre su cuerpo, del roce de largos mechones de color azabache, de ese palpitar que parecía acompasar al suyo. Se sentía nerviosa y frágil en ese momento que estaba por entregarse, pero aquellos ojos amatistas que brillaban con emoción, la hacían confiar.

La hacían creer.

No sé de cómo describir

desde el vacío que hay en mí,

una voz... inspiración

que me hace soñar

Los labios de la sabia recorrieron la piel de esa diosa de nieve y hielo que yacía tendida en su lecho y la acompañó con su cuerpo en aquel inconsciente vaivén que realizó al comenzar a disfrutar ese contacto. Humedeció esos pechos incólumes con cuidado y afecto, guardándose en la memoria los sonidos que lograba producir en la regente, hasta que los dedos que sintió hincándosele en los cabellos, fueron la señal que ella tomó para comenzar a devorarlos hambrientamente para marcarlos como suyos.

La sangre le hirvió en las venas al imaginarlo. Nunca, en todas las posibilidades brillantes que se le presentaron ante los ojos violetas, figuró ese momento, que ya le parecía otro hildring maldito.

Ella se había resignado a perder, pero Elsa se había quedado. Le estaba dando un motivo más para aferrarse a ese sentimiento que durante años fue ese faro de luz que le indicó el camino.

Vuelvo a escuchar dentro de mí

ese deseo de sentir,

un amor que le de vida

a mi palpitar

Kyla besó a su princesa en los labios, luego en la barbilla, en el cuello, el pecho... Fue deslizándose por toda su figura en forma descendente hasta llegarle al vientre, el cual se contraía y se distendía junto a ese armónico bamboleo de muslos y caderas ofuscados. Sus manos la habían acompañado en todo el trayecto, contorneándole los costados blancos. La aferró como si disfrutara cada segundo de aquello y poco a poco se dio a la tarea de sacarle esa última prenda interior.

Elsa se agitó nerviosamente. Era delirante. Nunca se imaginó tener que mostrarse de esa forma ante nadie. Era plenamente consciente de la humedad que la delataría al primer toque y se sentía tan humillada por ello que apretó los párpados y los dientes cómo si con eso pudiera hacer desaparecer el miedo que le provocaba. Le resultaba tan íntimo y aterrador exponer su feminidad por vez primera, que las sabanas que aferraba con fuerza se cubrieron de una fina capa de escarcha cuando el último trozo de tela se le desprendió del tobillo.

Kyla le acarició la mejilla y le sonrió al plantarle un tierno beso en los labios. Se quedaron un momento solo observándose. Ese brillo purpúreo de la morena, resplandecía como la promesa de no hacer nunca otra cosa más que adorarla. Elsa relajó el cuerpo y le asintió silenciosamente a la sabia, cuando se abrazó de su cuello y se perdió en el estremecimiento que le causaba ese aliento tostado en la garganta, y esos dedos trigueños que se anidaron entre sus piernas.

Y sin palabras me calmas,

me llevas ahí, a descubrir

todo lo vivo dentro de mí

La sabia fue entrando lentamente en ella, produciéndole con eso un torrente de indescriptibles sensaciones. En un momento sorpresa, otrora placer, de pronto un enorme vacío para pasar a una terrible sensación de plenitud. No tenía idea de si debía dar cabida a la alegría o al llanto, pero sí tenía la certeza de que aquello era algo que no había sentido antes y que, por todos los dioses, no esperaba se terminara nunca. Se meció, acompañando los movimientos de la morena, entre exhalaciones y roces oscilantes, entre besos apasionados y uñas que se enterraron en la piel, entre el olvido de todas las restricciones impuestas y un desbordante espíritu de libertad que estaba gestándosele en las entrañas y que ya no podía contener.

Estaba cambiando.

Y lo único que esperaba, era que fuera para bien.

Y en el silencio me amas

y puedo vivir de tus suspiros

que besan mi ser...

vuelvo a nacer

Elsa gimió el nombre de su sabia cuando cruzó aquella frontera y los músculos se le tensaron bajo la piel, el hielo crujió, abriéndose paso por paredes y cristales, devorando toda superficie. La regente quedó tendida, jadeante, con el cabello desordenado y la tez enrojecida. Miró con intensidad a la mujer que había sido responsable por ello y ya se agazapaba para reposar a su lado mientras recuperaba el aliento. Elsa se acurrucó contra ella y se dedicó a escuchar el martilleo incesante de su corazón. Manos trigueñas la aferraban y cabellos, tan oscuros como la noche, la guarecían.

Oigo en tu pecho mi canción

y entre tus brazos sé quién soy,

soy tu amor...

tu reflejo...

tu pasión...

Kyla la besó en la frente, le sonrió con satisfacción, distraída como estaba en contemplarla. La regente la besó en los labios antes de que pudiera hacer otra cosa, haciéndola soltar un gañido sorprendido cuando los helados dedos de Elsa se colaron dentro de las calzas que la morena se había dejado puestas.

Aparentemente, aquello no había terminado.

—Quiero hacerte sentir lo mismo —le suspiró Elsa al montarla a horcajadas para, lentamente, arrebatar a la sabia de aquella última indumentaria suya—. Enséñame...

Kyla giró los ojos al sentir que toda su piel reaccionaba al tacto de Elsa. Tensó los miembros como si fuera capaz de percibir cada poro que la regente frotaba contra ella. La sabia tembló indefensamente. La había añorado demasiado tiempo como para poder hacer algo y defenderse de ese asalto.

La afianzó de los posteriores y la acarició con codicia sopesando su petición.

—N-no creo que te tome mucho —le confesó apenadamente, aunque su expresión fue retadora.

La princesa le tanteó con los dedos el dorado medallón del cuello y miró a la sabía a los ojos. Le sonrió, como si recordara que Kyla le pertenecía solo a ella.

Manos académicas condujeron a las reales. Susurros oportunos fueron la guía en la oscuridad. Muy pronto se convirtieron en suspiros anhelantes al ser la mejor nota el impulso de aquella aplicada aprendiz.

Kyla cerró los ojos desmayadamente. Era como estar siendo tocada por primera vez, la sabia se estremecía por el tacto de la princesa, que le acariciaba los antebrazos y los hombros rígidos entre los embistes de sus cuerpos. Kyla se sintió caer de un sitio elevado cuando los helados dedos de la mágica regente le recorrieron la espalda, y esos hermosos labios reales le delinearon los pechos, erizándole la piel.

Como tanto había soñado que lo haría.

Elsa lo sabía. De algún modo, para la princesa de Arendelle, todo aquello era como una especie de dejavú. Elsa era capaz de ver en los ojos de Kyla lo que debía hacer para reducirla a una indefensa suspirante (como la sabia lo había hecho experimentadamente con ella), y sólo tomó un poco de valor de su parte para aventurarse y conseguirlo. Su mirada cobalto de pronto lo veía todo, como si eso se tratara de algo que ya hubiera pasado y ella se encontrara afuera, observándolo como una espectadora. Aquello ya le había ocurrido antes cuando estaba cerca de Kyla y la sabia tenía la guardia baja. No le cabía la menor duda de que eso era mágico, pero pensaba aprovecharlo. De ese modo, Elsa fue siguiendo el camino marcado en la piel trigueña, hasta que, mordiéndole el cuello, logró arrancarle a la sabía de los labios un gemido que le supo a triunfo.

Elsa le atrapó los labios, inspeccionando el interior de su boca. Quería descontrolarla y llevarla más allá, escucharla gemir su nombre y apagarle todo pensamiento racional. Llevó sus dedos a sumergirse en aquella humedad expectante y dejó que los deseos de ambas se cumplieran hasta lograr estremecer a su morena extasiadamente.

Y en esta paz de tu calor

vuelve a cantar mi corazón, ohhhh,

tus besos tan dulces me hacen llorar.

Elsa limpió con el pulgar la mejilla de la sabia que suspiraba bajo su cuerpo y le besó la ruborizada piel. No comprendió el motivo de esas lágrimas que se abrían paso silenciosamente por aquel campo trigueño y no sintió correcto preguntarlo. De alguna forma era consciente que Kyla, al igual que ella, había pasado gran parte de su vida sola, a pesar de haber sido tan libre como su nombre. Tan parecidas eran aunque sus sufrimientos fueran distintos. En ese momento, Elsa deseaba fervientemente poder servirle de soporte. Demostrarle que estaba ahí a su lado.

Que la amaba tanto como para recoger los trozos de ese espíritu que yacía hecho añicos para intentar volverlo algo completo y permitirle a su germana hacer lo mismo por ella.

Informarle que esos días solitarios para ambas se habían terminado.

La rodeó con los brazos, transmitiéndole toda su comprensión en ese lenguaje mudo que estaban aprendiendo a desarrollar.

Y sin palabras me calmas,

me llevas ahí, a descubrir

todo lo vivo dentro de mí

La morena la aferró, le asintió a la regente, temblando ligeramente en toda su vulnerabilidad.

Por supuesto que lo sabía.

Y en el silencio me amas

y puedo vivir de tus suspiros

que besan mi ser...

vuelvo a nacer

—Ich liebe dich (Te amo) —le susurró la sabia en los labios.

—Lo sé —le respondió la princesa, con la certeza de verdaderamente sentir esas palabras.

...

Elsa se sintió ser otra cuando despertó a la mañana siguiente. Todo de alguna forma lo percibía de manera diferente, a pesar de que el aire y el sol fueran los mismos que siempre hubiesen entrado en el castillo.

No recordaba haber descansado una noche como esa, sin pensar en otra cosa más que en la infinita paz que sentía de encontrarse entre los brazos de la persona que verdaderamente amaba.

Por primera vez en todo el tiempo que llevaba la sabia en Arendelle, Elsa tuvo la dicha de encontrar a Kyla a su lado.

La regente se sonrió admirándola con los ojos llenos de candor.

Kyla dormía plácidamente apoyada en su costado. La melena azabache le caía revuelta sobre el rostro y se desperdigaba en el colchón cubriendo en el proceso, y solo por fragmentos, la desnudez de ese tonificado cuerpo trigueño que había sido suyo la noche anterior, de la misma forma que esa apasionada extranjera se hiciera a la conquista de sus costas virginales. La monarca sintió curvarse las comisuras de sus labios al rememorarlo, al tiempo que en el vientre le cosquilleaban los efectos de aquella satisfacción recién descubierta y lograda.

No tenía idea de lo bien que podía sentirse. No le extrañaba ahora pensar que aquello desatara pasiones, crímenes y guerras. Podía justificarlo totalmente.

Podría repetir esa noche por el resto de su vida.

Elsa canturreó, estiró los miembros, disfrutando la dolorosa tensión que percibió en ellos. Se enderezó y deambuló por aquella habitación, repasando los eventos de algunas horas atrás. Levantó del piso la capa blanca que se colocó sobre los hombros. Cerró los ojos y aspiró. El olor a canela y tabaco le impregnó las fosas nasales, sacándole una sonrisa.

—Alteza, es usted una fetichista.

Elsa giró los ojos, se volteó para encontrarse con la risueña morena que la observaba, sentada al borde de la cama. Le extendió los brazos para recibirla. La regente caminó obediente. Kyla la rodeó por la cintura y le besó el vientre.

—Buen día, Mein Schatz —le dijo en un suspiro relajado.

Elsa le acarició los mechones negros y la fuerte espalda.

—Buenos días, amor mío —le soltó en correspondencia.

La sabia levantó la vista y la miró con intensidad. Como si nunca hubiera estado tan segura de hacer algo como en ese momento.

—Te amo, Elsa —le dijo con esos ojos violetas brillantes—. Lo hago tanto, que quiero bajar las defensas contigo. Quiero que conozcas lo que no le he permitido a nadie

—Y yo quiero que lo hagas —razonó la joven noble sintiendo que le palpitaba en el pecho la emoción que eso significaba.

Kyla se mordió el labio, dudó por un instante, pero le asintió, aferrándose la cadena de oro, mientras Elsa se sentaba a su lado y la estudiaba, confusa. La morena tomó aire de manera profunda antes de hablar.

—Toma mis manos y no las sueltes por nada —le dijo mientras una tenue luz se materializaba en las puntas de aquellos dedos trigueños. Elsa se sobresaltó, pero no aflojó su agarre. Levantó la vista como si le pidiera una respuesta por eso, Kyla no se la proporcionó—. Mírame a los ojos todo el tiempo —le dijo en su lugar cuando ese brillo blanquecino las rodeó por completo—, pero sobre todo...

No tengas miedo.

Elsa contuvo el aliento cuando la luz las devoró y todo lo que sus ojos cobaltos pudieron presenciar se tornó color blanco.