Nota de Autor: Una disculpa por la demora. Este capítulo fue difícil de desarrollar, pese a que no me tomó mucho tiempo estructurarlo. El trabajo y los deseos de dormir hicieron lo suyo (aunque no mentiré y he de confesar que también estuve jugando mucho Tomb Raider) Noticia aparte, he cumplido un año más de vida en Mayo, claro que eso no me ha vuelto para nada más madura.
¡Siéntanse libres de comentar y compartirme su experiencia!
Frozen, Tangled y demás personajes pertenecen a Disney. Esta es una obra de ficción y no es una historia apta para niños.
...
Un corazón helado
por Berelince
13 La völva y la seiðr
...
Cuando Elsa fue capaz de entornar la mirada tuvo que contener el aliento. Apretó con fuerza los dedos trigueños que sostenía contra su pecho. Kyla la observaba impasible, con sus atavíos escarlatas inmaculados y la capa roja que se agitaba junto con su morena melena, presas de ráfagas polares que le arremetían el cuerpo con implacable constancia. Si acaso aquello le causaba algún malestar, Kyla nunca lo expresó. Elsa se observó sus propias prendas de color azul (tan parecidas a las que alguna vez portara su propia madre) y frunció el entrecejo, sabiéndose desnuda con anterioridad, envuelta solamente con una vieja capa blanca acanelada.
Habían abandonado los aposentos de la sabia, eso resultaba evidente con tan solo echar un vistazo al paisaje que se pintaba alrededor.
La nieve le devoraba los tobillos a Elsa, el viento arremolinaba la escarcha que se le anidaba en el cabello platinado y las largas pestañas. Como había esperado, ese embiste helado no la perturbó, aunque sí la llenó de extrañeza. Un solitario silbido reverberó en esa cima inclemente, como si le reclamara a esas extrañas la profanación de su prístino suelo. La regente entorno la mirada cobalto y arrugó la frente, reconociendo aquella geografía.
—Esta es la Montaña del Norte —jadeó la princesa al estudiar el fiordo que circundaba ese pico nevado en la lejanía
—. ¿Cómo es posible que estemos aquí?
Kyla se mantuvo observando a la distancia, como si se encontrara apreciando algo que para Elsa fuera imposible de descifrar. La miró intensamente antes de atreverse a responderle.
—Porque yo nos traje —le soltó con voz rasposa.
Elsa torció las cejas, buscó en esa angustiada mirada amatista la manera de encontrarle sentido a aquello. Se observó las manos transparentes y el brillo etéreo de la piel de la morena que le resultaba tan familiar ahora que lo razonaba de mejor forma.
—¿Qué es lo que somos? —le soltó, intentando tomar un puñado de nieve entre las manos, pero sin conseguirlo.
—Creí que había quedado muy claro que somos pareja ahora —le contestó la sabia, encogiéndose de hombros al sonreírle con candidez sabiendo que la pregunta de la regente había sido una diferente.
Elsa frunció los labios e hizo lo posible por ignorar las repercusiones de eso. (Esperando que no se le notara mucho el color en las mejillas) Tendrían que hablarlo más adelante, por supuesto; pero en ese instante eran otras dudas las que esperaba le fueran aclaradas.
—¿Realmente estamos aquí? —inquirió Elsa, desconcertadamente.
—Lo estamos —corroboró Kyla cruzándose de brazos, se ensortijó un mechón del cabello entre los dedos en lo que parecía sopesar las palabras que usaría—. Nuestros cuerpos están justo donde los dejamos, pero una parte de nuestra conciencia ha llegado hasta este sitio —se puso a gesticular con las manos en un intento por explicarse mejor—. En lecturas antiguas y de oriente hay registros de personas que fueron capaces de abandonar su forma física mientras meditaban o dormían, con el fin de alcanzar un estado que bautizaron como trance. Lo llevaban a cabo con el fin de contactarse con el mundo espiritual. Era una forma de acercarse más a los dioses —Kyla frunció el entrecejo encogiéndose de hombros—. Debido a la magia imbuida en mis ojos, he podido hacer este tipo de viajes desde muy joven, aunque me tomó mucho tiempo dominarlo de esta forma —le dijo a Elsa, mostrándole los dedos relucientes—. Nada puede lastimarte aquí mientras conservemos esta forma —le aseguró al notarle el gesto aprehensivo—. Yo cuidaré de ti.
Elsa se sonrió ligeramente ante el gesto protector de la morena, recorrió con la vista su brillante y sólida silueta de valkiria.
No le cabía duda que Kyla podría guardarla bien.
De pronto Elsa pareció comprender de mejor forma las palabras que la sabia le había dedicado y arqueó las cejas.
—Estamos en el mundo de los espíritus... —pronunció la princesa en una sorprendida exhalación.
La sabia le asintió. Elsa guardó silencio.
Estaban paradas en un mundo de ilusiones, charlando y razonando tranquilamente mientras sus cuerpos yacían adormecidos en otra parte. Eso era más que simplemente ver la verdad en el corazón de las personas, y por algún motivo sintió un extraño escalofrío subiéndole por la espalda y alojándosele en la nuca cuando imaginó los alcances de esa extraña magia.
No supo interpretar el gesto de Kyla cuando la miró con esos ojos purpúreos vacilantes.
Elsa se abrazó los costados. Era tan parecido a lo que había leído sobre los sueños mágicos de las brujas, que sintió que la piel se le erizaba bajo la ropa. No creía que aquello fuera posible, pero tampoco tenía idea hasta hace algunos meses que alguien como Kyla pudiera existir fuera de algún mito, a sabiendas que ella misma era un ser semejante, y extraños poderes se le arremolinaran en el interior.
—Tú eres... Una völva de verdad —susurró Elsa, escudriñándole las facciones.
Kyla exhaló, con las comisuras de los labios tensas cuando se encogió de hombros para responderle.
—Tanto como tú podrías ser una seiðr.
Elsa separó los labios, pero los juntó nuevamente sin una contestación inteligente para darle.
Ellas eran tan semejantes, pero aun así Elsa no pudo evitar estremecerse ante el temor que le produjo ese efecto desconocido en el pecho retumbante.
Fue una extraña contradicción que la hizo sentir hipócrita por un momento, pero nunca le había sido fácil aceptar su propio poder, habiéndolo considerando una maldición la mayor parte de su vida, no le resultaba fácil aceptar que la magia tuviera connotaciones positivas, para Elsa resultaba algo atemorizante e incontrolable que sólo traía desgracias. (Aun lo creía de esa forma) De haber sido capaz en el pasado, habría hecho lo posible por extirparla de su ser como alguna especie de imperfección cutánea y precisamente debían ser esas emociones las que habían empujado a Kyla a ocultarle su propia naturaleza sobrenatural.
Elsa se acarició las manos nerviosamente. Ella era una hechicera que manipulaba el hielo y de todos modos le parecía increíble presenciar de lo que era capaz esa indescifrable morena de ropas rojas que ya se doblaba inseguramente en sí misma como si se encontrara arrepintiéndose de aquel despliegue.
La regente de Arendelle se mordió el labio en su vergüenza. Había esperado que Kyla se abriera con ella y no podía ahuyentarla tan pronto mostrándose recelosa solo porque las brujas videntes hubiesen sido escasas y temidas en el pasado.
Debía controlarse y concederle la oportunidad de conocer mejor esa habilidad.
Después de todo, aquél era un don de Freyja y eso no podía ser tan malo.
Elsa respiró profundo, alzó la vista para vislumbrar revoloteando por los alrededores, las sombras luminosas de pequeñas creaturas aladas (que reconoció como los vættir de los que había leído en las leyendas populares) aquellas hadas de los vientos flotaban por el aire y parecían ignorarlas. Elsa miró a Kyla con la boca abierta como si esperara una confirmación a una pregunta muda mientras la extranjera le asentía con la cabeza. Elsa quiso dar un paso hacia adelante para observarlos mejor, pero se frenó en seco y se aferró a la sabia, que la sujetó de los hombros. Las nubes que las rodeaban en esa cumbre se agitaron con un estruendo cuando fueron rasgadas por el batir de las alas de un feroz dragón de escamas negras que rugió y levantó el vuelo sin inmutarse por la presencia de esas extrañas que lo siguieron con la mirada hasta que desapareció en el horizonte. Elsa se cubrió la boca con la mano. Un Arendelle inhóspito y salvaje se apreciaba en la lejanía, no había poblado ni castillo, por lo que la princesa dedujo que debían estar paradas al menos a cientos de años de distancia de la fundación de su propio reino. Kyla le asintió, confirmándole la fecha. Elsa podría asegurar que la cabeza le zumbaba y las rodillas se le doblaban al quedarse sin fuerzas para soportarla.
Acababan de viajar cientos de kilómetros, a través del tiempo, a otro mundo, en tan solo un instante.
¿Cómo infiernos era posible eso?
Elsa se pasó los dedos por el cabello y bufó consternada. El aire se le agolpó en el pecho y los pensamientos se le dispararon con ideas que exploraron cientos de posibilidades. Se sentía dentro de uno de los libros de cuentos que leía de niña, y por un segundo, no supo qué pensar.
La mano extendida frente a ella la distrajo de sus deliberaciones. Kyla aguardaba que estuviera dispuesta a ver lo que fuera que quisiera mostrarle a continuación.
La princesa la tomó sin titubear pese a sus dilaciones, la sabia le sonrió por respuesta.
Elsa se sintió flotar mientras que las imágenes a su alrededor se convertían en motas de colores y estas, a su vez, en un camino, luminoso e imponente que se extendía por todo el cielo. Kyla la halaba con gentileza, aparentemente acostumbrada a esa falta de gravedad, avanzaron por el aire hasta que los pies de ambas tocaron la firmeza de ese puente multicolor (que la regente juraría no era otro más que el bifrost) y jadeó conteniendo el nerviosismo de comprobarlo. Anduvieron por ese sendero suspendido sin tener idea de a donde las llevaría, (al menos así era para la regente de Arendelle) Elsa siguiendo siempre a la morena que la sujetaba con fuerza de los delicados dedos.
Era atemorizante, pero de igual forma le llenaba a Elsa el corazón de una emoción indescriptible, como si fuera ese mundo el lugar al que ambas pertenecieran en realidad. No supo cómo esa idea se le estaba gestando, pero no pudo detenerla una vez que cobró más sentido en su cabeza. Era casi lógico. ¿Eso era lo que Kyla quería mostrarle? ¿Que su amor y su naturaleza tenían un lugar propio y adecuado? Uno donde no existían reglas, cortes, ni formalismos o condiciones para vivir en libertad, porque, siendo realistas, ¿Quién en aquel espacio podría cuestionarles nada?
Kyla se giró y la miró alegremente por sobre el hombro.
—Es una idea interesante —le concedió la sabia—. Es diferente la vida fuera de Midgard, pero no quiere decir que sea más sencilla.
Elsa arqueó la ceja, haciendo que Kyla se encogiera y retornara a lo suyo. Era consiente que no era del agrado de la princesa que le espiaran el pensamiento.
Justo cuando habría podido tener lugar una discusión al respecto, apareció de entre la densa neblina, una playa de arena blanca ante sus ojos, rocas enormes y oscuras rompían el embiste de las olas produciendo un estruendoso sonido del que Elsa no se percató segundos antes. La espuma marina cubría la costa en su acompasado vaivén. Kyla se recargó en uno de los pedruscos esparcidos por la arena blanca, se cruzó de brazos mirando los alrededores como si se encontrara esperando que sucediera algo. Elsa la imitó, aunque no estaba muy segura de lo que buscaba.
—¿Qué ocurre? —le soltó con curiosidad a la morena.
Kyla sonrió ampliamente al extender el brazo para señalar el interior de la playa.
Un irbis avanzaba silenciosamente a su encuentro. Elsa recordaba la promesa de Kyla y confiaba en que no sufriría daño de criatura alguna de ese mundo, pero de todas formas le impactó ver a ese animal desde tan cerca, su piel estaba recubierta de motas negras que tapizaban un pelaje blanquecino y esponjoso, zarpas descomunales le brindaban un aspecto peligroso que sin duda ocultaban filosas y mortíferas garras, una larga cola se balanceaba con lentitud siguiendo su andar, los ojos de un color azul intenso se dilataron respondiendo a algún tipo de estímulo que acrecentó el nerviosismo de la pálida regente. Kyla la rodeó por los hombros para tranquilizarla; aquella pantera albina se sentó y permaneció en calma solamente observándolas, estando más cerca era más fácil apreciar que el animal era brillante y traslucido al igual que las jóvenes que lo miraban de arriba a abajo con reverencia.
—¿Eso es?... —balbuceó Elsa con las manos hechas un nudo sobre el pecho.
—Es un Fylgja —le explicó Kyla tranquilamente—. Es la representación animal de tú espíritu —torció los labios como si el hecho le resultara muy entretenido—. En realidad, no debería sorprenderte que sea un Leopardo de las Nieves. Va bien contigo.
—¿Es el mío? —jadeó Elsa en su incredulidad.
Titubeó un poco cuando Kyla le indicó con un movimiento que se acercara a la bestia para tocarla, pero al final se atrevió a acortar la distancia, pasó los dedos por el pelaje blanco y suave del cuello de aquel elegante felino que recibió con gusto su tacto.
—El leopardo de las nieves es el símbolo del poder que hay en el silencio —le dijo la sabia al colocarse a su lado. Extendió con lentitud la mano trigueña que el irbis frotó con la frente, emitiendo un suave sonido parecido a un ronroneo. Elsa le arqueó las cejas sin comprenderlo bien. La morena sonrió—. Quiere decir que debes aprender a escuchar y analizar lo que ocurre alrededor porque tu espíritu animal siempre te ayudará a tomar las mejores oportunidades —miró al felino afectuosamente—. Es muy raro y misterioso. No se sabe mucho de él porque vive en montañas inhóspitas y no ruge, ¿lo sabías? Por eso es un guardián silencioso, aunque eso no quiere decir que no sea feroz. Ellos representan a personas que serán líderes poderosos destinados a la grandeza —añadió, rascándole tras las orejas.
Elsa lo sopesó, ensimismada. Era tan hermoso, con esos ojos azules cristalinos y esa piel moteada tan sedosa, que Elsa no pudo dejar de apreciarlo, su andar era enérgico y seductor, uno que no le parecía para nada semejante al suyo y eso de alguna forma le resultó muy atrayente. El animal la contemplaba, la rodeaba como si ella también le resultara fascinante a la vista.
—Creo que se agradan mutuamente —exclamó Kyla de manera divertida—. Muy curioso para alguien que ha vivido tanto tiempo en conflicto, ¿No te parece?
La regente arqueó las cejas procesando lo que la sabia dedujo de aquel evento. Era cierto, algo había sucedido con ella últimamente, el hielo ya no era tan terrible y difícil de controlar, había aprendido a percibir y atesorar el calor humano, había comenzado a aceptar que su magia era parte de lo que la definía y que podía ser libre y amar pese a ello. Todo gracias a Kyla. Elsa se mordió el labio preguntándose qué tipo de cosas podría revelarle la figura animal de la morena si es que lograba verla.
—¿En dónde está el tuyo? —soltó Elsa buscando con la vista por los alrededores—. ¿Qué forma tiene tu fylgja? —añadió con curiosidad.
Kyla hizo el ademán de mirar a la lejanía, se encogió de hombros.
—Debe de andar vagando por ahí —señaló de manera indistinta—. Ese bicho hace lo que quiere, igual que yo.
—Seguramente es alguna creatura que come todo el tiempo —se mofó la princesa.
—Me brindaría la excusa perfecta para justificar mi glotonería —se sonrió la extranjera.
Las dos muchachas se rieron entre ellas por el comentario, entonces el irbis descendió de la piedra en la que había estado posado. Lo hizo con gracia y solemnidad, le dedicó una mirada significativa a Elsa, caminó lentamente hacia la orilla en donde el agua del mar se absorbía en la arena. El animal extendió una de sus patas, introduciéndola en el líquido, que se agitó y se partió, revelando un camino que se adentraba hasta el fondo del océano. El felino meneó la cola, comenzó a bajar ágilmente por las rocas hasta que tocó tierra, se giró levemente para observar a la regente y se quedó quieto en su sitio, aguardando.
—Creo que está esperando que lo sigas —le dijo la morena. Empujándola suavemente con el hombro.
Elsa se estremeció con rigidez, miró a la sabia con una mezcla de estupefacción y pánico.
—¿Estás loca? ¿Cómo voy a meterme ahí?
Kyla soltó una carcajada, tomó a la regente de las temblorosas manos.
—Te lo dije, nada va a pasarte aquí —le aseguró, sosteniéndola con firmeza, le dio un beso en los labios antes de soltarla de su agarre.
—¿No vas a acompañarme? —le espetó ofendida, todavía llena de dudas.
Kyla meneó la cabeza, se ensortijó un mechón de pelo entre los dedos mientras le esquivaba la mirada.
—Yo no puedo entrar ahí, Elsa, lo siento —se encogió incómodamente, aunque le sonrió casi de inmediato. Le dejó una moneda de oro sobre la palma y le cerró los dedos como si eso se tratara de algo importante—. Entrégales mis saludos.
Elsa arrugó la frente, pero no quiso darle más largas al asunto.
Sorprendentemente, el descenso le resultó más sencillo de lo que había pensado; caminó detrás del leopardo albino y de cierta forma anticipó que el agua les caería sobre las cabezas como comenzaba a suceder mientras avanzaban por la arena húmeda; sin embargo, ni una sola gota los tocó, como si el líquido mismo formara una cúpula alrededor del brillo de sus cuerpos que les brindara aire y los mantuviera secos; realmente lo que Kyla hubiera hecho para llevarla a ese sitio, la protegía de alguna forma.
Elsa miró por sobre su hombro para notar a través de la cortina de agua cómo una figura oscura se posaba en el hombro de la sabia y le golpeteaba el cuello con el afán de sacarle una caricia a esos largos dedos trigueños, que al final envolvieron suavemente a la creatura, el animal se agitó y emitió un sonido que le resultó inconfundible a la monarca aún con la distorsión de encontrarse bajo el mar.
Elsa inhaló alegremente al caer en cuenta de la identidad de aquel (aparentemente tímido) fylgja.
—Es un cuervo —dedujo ella de manera satisfecha.
Tenía sentido, se pensó la princesa sonriendo para sus adentros. El cuervo era tan libre y desgarbado como aquella morena que tenía la misma afinidad de esas aves por coleccionar cacharros brillantes, y siempre habían representado el movimiento y la magia de los sueños proféticos.
El irbis frotó su cuerpo contra el costado de la regente y la muchacha se sonrió, palmeó agradablemente el lomo del gran felino, alzó la vista. Una enorme puerta de coral sellaba la entrada de un arrecife de proporciones palaciales, ornamentos con la forma de las olas del mar, el viento y la luna decoraban la superficie en un texto rúnico que contaba la historia de los hermanos Æsir que gobernaban los océanos del mundo.
Elsa miró los despojos que decoraban los muros oscuros cubiertos de algas y anémonas bamboleantes. Había un cementerio de barcos enterrados en la tierra por todo alrededor. Galeones, balsas y naves mercantes de todo tipo y época imaginable, ningún vehículo que flotara parecía seguro en esa colección de sombríos trofeos.
La puerta se abrió y tres hermosas doncellas de piel y ropajes tan blancos como el nácar y cabelleras rubias ondulantes la recibieron con expresiones de suma curiosidad. No estaban muy seguras de si debían empuñar contra ella los tridentes plateados que sostenían en las manos. Parecían estar lidiando con una situación poco común. Elsa echó en cuenta la moneda que llevaba en la mano y se la mostró a esas porteras, la mayor de ellas la tomó, la estudió con cuidado, guardándola luego en un saquillo que le colgaba del cinturón y entonces le sonrió, le hizo una señal a las otras para que la condujeran al interior de ese castillo submarino. La regente resopló con alivio. La puerta se cerró a su espalda. Elsa y su irbis caminaron siempre juntos detrás de esas mujeres sobrenaturales. Esas ondinas sonreían todo el tiempo y le dedicaban palabras corteses de bienvenida mientras la hacían pasar por extensos salones recubiertos de oro, espuma y coral. Le ofrecieron manjares marinos y le llenaron una copa de hidromiel de una de las tantas fuentes que se derramaban como si no pudiesen terminarse nunca. Cuando la dejaron sola en medio de un gran salón suntuoso y abarrotado, Elsa se sintió confusa, recorrió el lugar con la vista sin estar muy segura de lo que debía hacer; pero para esas alturas todo había comenzado a cobrar un mayor sentido para ella.
Había mucha concurrencia. Hombres, mujeres, jóvenes, ancianos, niños, hermanos, enamorados, familias enteras, compañeros de batalla y de labores, nobles y mendigos; no parecía existir algún derecho de admisión en aquel sitio en donde convivían tan de buena gana. Todos eran felices, se les veía ensimismados en sus propios asuntos, ya fuera en animadas pláticas, como en alegres bailes de bellas melodías, brindando por tiempos que fueron muy buenos, o deleitando el paladar en un suntuoso festín. Gozando de las atenciones de su peculiar anfitrión.
Formaban parte de una celebración que duraría por toda la eternidad.
La regente sintió que el corazón se le saltaba un latido y en el estómago se le hacía un nudo.
Porque aquél era el mundo de la gente que había muerto en altamar.
El leopardo de las nieves emprendió el trote, abriéndose paso por entre la multitud. Elsa lo siguió apuradamente chocando torpemente con hombros extraños al tiempo que ofrecía disculpas balbuceantes, lo único que pensaba en ese momento era que ya habiéndose separado de Kyla no podía darse el lujo de hacer lo mismo con su fylgja en ese lugar. Siguió con la vista la larga cola peluda de ese escurridizo felino al tiempo que se alzaba las enaguas para darle caza.
El irbis se detuvo cuando la regente se paró en seco, Elsa se llevó las manos temblorosas a los labios y contuvo el aliento, aunque se sentía falta de aire, tenía los ojos tan abiertos que comenzaron a escocerle cuando las lágrimas le humedecieron la mirada.
—Es increíble lo mucho que te pareces a tu madre —susurró el Rey de Arendelle con expresión sobrecogida.
—¡Dios!
Elsa avanzó sin pensarlo dos veces hasta que su padre, tan joven y gallardo como lo recordaba, la envolvió en el mismo abrazo cálido que siempre logró confortarla de niña. Ese calor que últimamente encontraba en los brazos de cierta mágica sabia. No pudo evitar sonreír al sopesarlo.
Agdar le acarició el cabello platinado (aún bastante sorprendido por el emotivo gesto de la muchacha que recordaba tan nerviosa y retraída) pero le sonrió con candidez.
—Por un momento creí equivocarme —admitió el Rey, arqueando las cejas—. Pero estás radiante, hija —añadió con admiración paterna, al estudiarle los luminosos ojos azules y la amplia sonrisa—. Me alegra tanto... —torció las cejas al contemplarla fijamente—. ¡Oh, Elsa! No será que has muerto en el océano, ¿verdad? —el hombre suspiró cuando su hija negó repetidamente con la cabeza (enmudecida como se encontraba todavía en su felicidad)—. ¡Tengo que llevarte con tu madre! —le dijo al tomarla de la mano para guiarla entre aquel gentío—. No se lo va a creer —soltó por sobre su hombro—. ¡Idunn!, ¡Idunn! —exclamaba agitando en alto el brazo—. ¡Mira, es nuestra pequeña!
La Reina despegó la vista de un orbe brillante en el que había estado puesta su atención y contuvo un grito de emoción al verlos a ambos acercarse.
—¡Santo cielo, Elsa! —chilló al abrazarla con nerviosa estupefacción—. ¿Cómo es posible que estés aquí?
—Fue Kyla —le respondió Elsa abrumada, mientras recibía un montón de atenciones maternas —Ella lo hizo, también tiene magia, como yo —añadió insegura—. Es una völva y—
—Lo sabemos —la interrumpieron al unísono.
Elsa parpadeó en su sorpresa.
—La vimos esa noche —explicó Idunn, al encogerse de hombros y emitir un nostálgico suspiro—. Ella era tan brillante y fantasmal como tú cuando las olas nos devoraron por completo. Fue ahí que lo comprendimos.
Elsa pasó saliva pese al nudo que sentía en la garganta.
—¿Qué fue lo que sucedió?
—La diosa Ran escogió hundir nuestra embarcación —explicó el Rey enarcándole las cejas, como si de nuevo estuvieran en su despacho repasando alguna lección importante—. Lanzó sus redes y nos jaló hasta aquí abajo para hacerle compañía. Fue caótico y confuso, pero cuando nos dimos cuenta, ya nos encontrábamos en este sitio.
Elsa alzó la vista para mirar la bóveda submarina en donde flotaban burbujas luminiscentes que contribuían a crear ese efecto verdoso que se percibía en la ambientación.
—¿Qué tuvo que ver Kyla en eso? —soltó Elsa con extrañeza.
—Ella le insistió a Ran que había cometido un terrible error —contestó el Rey frunciendo el entrecejo, mientras Elsa contenía el aliento—. Hablaron mucho tiempo en el idioma de los dioses, se confrontaron bastante. Le admito que debió ser muy elocuente para salir viva de eso. (Pero como si aquello no hubiese resultado lo suficientemente desafiante), Intentó por todos los medios persuadirla, claro que Ran no estaba interesada en tratar con ella por un par de vidas mortales. La hizo batirse en duelo con una de las olas para satisfacer su diversión, pero a final de cuentas Ran fue terminante con su decisión.
—El destino no puede cambiarse —intervino la Reina, tocando levemente el hombro de su hija.
Elsa se apretó los blanquecinos dedos, pero asintió en conformidad.
—Hizo enfadar mucho a la diosa del mar cuando intentó hacerla cambiar de parecer —continuó su padre como si el hecho hubiese sido una necedad incomprensible—. Ella amenazó con llevársela también apenas se acercara al agua salada. Ran es muy caprichosa y feroz cuando se le desafía —explicó el Rey.
Elsa contuvo el aliento, recordó cómo la sabia parecía siempre encontrarse observando el mar, como si le fascinara, frunció el entrecejo al pensar en aquella ocasión en la que Kyla estuvo por perecer bajo las ruinas de Mykênai, en lo rápido que había entrado el agua por esos corredores subterráneos y en lo fuerte que le azotó el cuerpo a la morena contra las rocas; Kyla aún conservaba las marcas rojizas en las palmas como recordatorio de aquél escarmiento divino. No le extrañaba ahora a Elsa que la sabia no hubiera podido bajar ahí y acompañarla.
No quería pensar en lo injusto que le resultaba. Ser un grano de arena insignificante para estas deidades que podían disponer de ellos cuando les viniera en gana; prefería la idea de dudar de la existencia de un sólo dios temperamental que confirmar que su religión pagana resultaba extrañamente ser cierta, eso representaba una interesante ironía para la imposición del cristianismo en el continente, o lo habría sido de haberle interesado más el tema.
Elsa miró a sus padres y recordó el último día que los vio con vida en Arendelle, amables y tranquilizadores, asegurándole que sólo se ausentarían por un par de semanas. Habían pasado dos años desde entonces y aún se reprochaba no haberse despedido de forma memorable o conectarse con ellos del todo durante la década antes de eso, siempre lamentaría haber permitido que el miedo a perderlos sobrepasara al amor y agradecimiento que sentía por tenerlos. Elsa se abrazó los costados y apretó los dientes al pensarlo. El tiempo no aguardaba a que uno diera con el momento perfecto para hacer las cosas y tuvo que aprenderlo de la forma más difícil.
—Había tanto que quería decirles... —comenzó Elsa con los ojos brillantes por las lágrimas y la angustia pesándole en el pecho. pero ahora no sé cómo empezar...
—Está bien, cariño —le aseguró su madre al abrazarla—. lo sabemos —le dijo dulcemente, frotándole suavemente los reales dedos por la espalda—, siempre lo hicimos.
—Lo siento mucho —sollozó la muchacha mirando a sus padres de manera suplicante—. Yo...
—Nunca te disculpes por ser quién eres —le dijo Agdar al tomarla por las mejillas para que se vieran ambos a los ojos—. Tú eres Elsa Arnadalr, la futura soberana de Arendelle, eres MI hija y solo el momento en el que nació tu hermana se encuentra a la par del orgullo que me hizo sentir el día que me convertiste en padre —el Rey le limpió delicadamente las lágrimas con los pulgares al tiempo que la propia mirada cobalto se nublaba por un llanto paternal que hizo lo posible por mantenerse estoico—. No lo olvides.
Elsa sollozó y reposó el rostro en el pecho de su padre, dejó que toda la tristeza de esos años de confusión y rechazo se le derramara en esa chaqueta militar de brillantes medallas.
—No sabes cuánto necesitaba escucharlo...
—Si lo sé —pronunció Agdar de manera pesarosa—. Cometí un gran error al intentar protegerlas a ti y a tu hermana de esa forma tan ciega. No se puede vivir plenamente si se hace con miedo, Elsa. Fue muy tarde que logré comprenderlo, pero te pido puedas perdonarme, hija.
La Reina Idunn se secó silenciosamente los bordes de la mirada azulada, mientras Elsa le asentía frágilmente y aquello trascendía como un suceso poderoso. Algo que debió haberse dicho hacía mucho tiempo atrás.
Aguardaron sin hablar por un momento, permitiendo que los sentimientos de ese instante se asimilaran y se imprimieran en cada uno de ellos. Se sonrieron con alivio y tomaron asiento los tres para ponerse al día, siendo las futuras responsabilidades como gobernante, las que más le preocupaban a Elsa. Ella les habló de cómo iban las cosas con el reino, de sus ambiciosos planes comerciales, de su hermana Anna y como parecían ir mejorando las cosas entre ellas, así como de la incertidumbre que sentía por el futuro. La princesa hizo todo lo posible, pero no fue capaz de controlar la sonrisa que le afloraba cada vez que su amiga de la infancia era mencionada. Sus padres se miraban de reojo cuando se percataban y se sonreían en complicidad. Agdar recargó los codos sobre las rodillas y enarcó las cejas, estudió de soslayo a su nerviosa hija.
—Así que Kyla Frei... —le soltó de forma complacida—, debo admitir que no me sorprende. Siempre tuvimos el presentimiento que sería ella la que... —carraspeó ligeramente y gesticuló con las manos con lo que Elsa se estremeció acobardada, sintiendo que las mejillas, las orejas, y en general toda su cara se encontraba en llamas—. No me extrañaría si le arrebataras el sol y la ordenaras bajo el azafrán apenas asciendas al trono —añadió con sugerencia.
Elsa giró los ojos, ahogando un gemido y se encogió en sí misma. Prefirió distraerse con el movimiento de la cola de su irbis a tener que enfrentar la mirada burlona de su padre.
—Papá, no lo digas en ese tono —gimoteó avergonzada, se cubrió el rostro con las manos y se pasó los dedos por el cabello platinado—. Es más, por favor simplemente abstente de hacerlo —suspiró mientras se aflojaba el ajustado cuello de la blusa con el índice—. Dios...
El Rey soltó una carcajada que la Reina le reprimió (conteniendo pobremente la propia), rodeó a su mortificada hija con un brazo.
—Solo iba a decir que me impresionaron mucho su rango en la Academia y tantos logros en su haber. Tranquila. En verdad considero que sería una buena adición al concejo. Si alguien como Kyla Frei sigue siendo blanca, debe ser porque espera a la persona indicada que le vista la capa roja, ¿no te parece?
Elsa resopló, tenía la boca ligeramente abierta cuando su padre le dijo todo aquello.
—Debes estar confundiéndote de sabia, padre —le dijo, colocándose las manos en el regazo—. La mía es muy modesta y problemática.
Los reyes de Arendelle se miraron de forma desconcertada antes de estudiar a su hija con extrañeza.
—¿Pero es que entonces no lo sabes?
—¿Saber qué cosa?
El rey Agdar se acercó a su hija, le hizo cuenco con la mano para susurrarle en el oído.
—¿Recuerdas el cuento de Mim?
Elsa frunció el entrecejo y miró a su padre sin comprender mucho de aquello.
Los monarcas de Arendelle se pusieron de pie cuando una hermosa mujer (muy parecida a las que cuidaban la puerta y vestida de armadura con decorados de escamas y el escudo de la casa de Egir), se acercó a ellos y les dedicó una inclinación que ellos respondieron con respeto. La princesa imitó a sus padres, pero quiso saber la identidad de esa extraña, cuchicheó por lo bajo con su madre, mientras la mujer le dedicaba una serie de palabras ininteligibles a su padre.
—Es una de las nueve olas —explicó Idunn con calma—. Ellas son las hijas de Ran, vigilan este lugar y los siete mares —la Reina estudió el lenguaje corporal de la doncella y arqueó la ceja—. Creo que se nos ha terminado el tiempo.
—Pero no sabía eso —soltó Elsa sobresaltándose, aferrándole las manos a su madre—, no quiero irme todavía.
Idunn le dio un ligero apretón, dedicándole una sonrisa comprensiva.
—Elsa, tú tienes mucho qué hacer aún en el mundo de los vivos, no puedes gastar tu tiempo aquí con los que estamos muertos.
—¡Pero los amo! No quiero dejarlos. Nunca pude despedirme—
La Reina abrazó a su hija con la firmeza y ternura que solo sabe brindar una madre que no desea separarse nunca de su retoño. La princesa exhaló con tristeza.
—Entonces no lo hagas, cariño —le susurró con la voz temblorosa—. Siempre estaremos con Anna y contigo —le levantó el mentón para mirarla fijamente antes de añadirle con afección—. Siempre.
Elsa asintió en silencio, abrazó a su padre una vez que se unió de regreso con ellas y deseó con el alma poder verlos nuevamente. La ondina que la aguardaba le inclinó ligeramente la cabeza, ya que la conduciría a ella y al irbis por el camino de regreso. La regente miró por sobre el hombro al despedir a los monarcas de Arendelle por última vez.
—Cuida mucho a tu hermana —le decía su padre.
—Y sé feliz... —añadió su madre.
...hija...
Las lágrimas todavía le surcaban las mejillas a Elsa cuando volvió a reunirse con la sabia a la orilla de la playa, Kyla la confortó silenciosamente, aferrándola entre los brazos, le acarició la espalda hasta que el cuerpo de la princesa se relajó y le devolvió ese roce.
—Gracias —le dijo en voz queda.
—Hacía tiempo que quería traerte aquí —susurró Kyla deslizando las yemas de los dedos entre hebras platinadas—. Yo...lamento no haber podido salvarlos.
Elsa se separó ligeramente del cobijo de la sabia, la estudió, entornando la mirada como si tratara de relacionar una imagen en su mente con la morena que tenía enfrente.
—Me salvaste a mí —le soltó convencida, al caer en cuenta de aquello—. Ahora lo recuerdo.
Kyla esbozó una media sonrisa al encogerse de hombros.
—Debes haberlo soñado.
El cuervo negro que era el fylgja de Kyla graznó y picoteó entre las piedras mientras el irbis lo observaba con curiosidad. El ave, al percatarse, emitió un último chillido antes de emprender el vuelo y alejarse hasta perderse de vista.
—Sabes que esto sólo me genera más preguntas, ¿verdad? —advirtió Elsa en tono peligroso.
—Sí, e intentaré darles respuesta —respondió Kyla, apartándose el cabello de la cara—. Sólo que tendrá que ser a su debido tiempo.
La sabia tomó a la regente de la mano, la apretó ligeramente antes de acercar el rostro a su cuello para susurrarle al oído.
—Pero ahora tienes que despertar.
Elsa abrió los ojos de golpe e inhaló como si recién sacara la cabeza del agua. Sentía el cuerpo tan pesado como si en realidad hubiera emergido de las profundidades del mar o alguna cosa semejante. Estaba de vuelta en Arendelle, en el castillo, justo en la cama de la habitación de Kyla. Elsa miró a su costado cuando los dedos trigueños que la habían estado sujetando, le aflojaron el agarre.
Kyla se estremeció desvanecidamente, Elsa la sujetó por los hombros, evitando que su cuerpo cayera hacia adelante. La abrazó de forma protectora mientras la morena jadeaba, intentando recuperar el aliento. Kyla se veía pálida y apretaba los párpados como si le resultara doloroso hacerlo. Los largos dedos se estrujaban contra la carne trigueña a la altura del pecho descubierto, en donde Elsa pudo apreciarle una extraña cicatriz. La morena abrió los ojos cuando la princesa le colocó las manos en la mandíbula para inspeccionarle el semblante, los orbes amatistas se veían neblinosos, fijos en ella, pero sin mirarla en realidad, como si hubiesen muerto hacía mucho tiempo atrás.
—Estás ciega —soltó Elsa con aprensión.
—Es temporal —balbuceó Kyla, doliéndose débilmente—. Durará hasta que mi vista regrese a este momento. No te preocupes. Será mejor que te alistes antes que algo suceda.
Elsa asintió por lo bajo, comenzó a vestirse en lo que Kyla tanteaba a su alrededor para dar con sus calzas, se quedó un rato con la cabeza colgando entre las rodillas cuando finalmente logró ajustárselas. Se frotó los ojos y parpadeó cuando estos parecieron volver a la normalidad. Elsa se acomodaba el cabello cuando se acercó a la morena nuevamente.
—Te ves muy mal —le dijo preocupada, apreciándole el gesto cansado y el revuelto cabello que se le pegaba cerca del nacimiento del pelo. La regente le sirvió un vaso con agua.
Kyla resopló entre ofendida y divertida. Metió los brazos en las mangas de su blusón, pero no se sentía aún con los ánimos de abrocharlo. Recibió la bebida con manos temblorosas, terminándosela de un solo trago.
—Me duele forzar los viajes —soltó con voz rasposa—. Cada vez me cuesta un poco más hacerlo.
—¿Vas a estar bien? —le insistió Elsa, sentándose a su lado, le frotó el hombro mientras la observaba con fijeza.
—Lo estaré... —repuso la sabia sonriendo levemente—. S-sólo necesito descansar un poco.
Kyla desvío la vista, apretando los dientes. Se sentía tan desgastada. Era como si la magia en ella se agitara como las olas del mar y cada vez que el agua tocara la playa se llevara consigo un poco más de sí misma.
Se observó la larga mano de dedos oscilantes y chistó.
Era cuestión de tiempo para que tuviera que alcanzar su propio destino.
La regente tomó a la extranjera de la barbilla (sacándola de sus deliberaciones) y la acercó hacia sí misma.
—Entonces tendrás que dejar que yo te cuide —le ronroneó de manera sugerente.
—Suena a que no tengo mucha opción —susurró la sabia con los párpados pesados y una media sonrisa perdida.
Se rozaron los labios, besándose conciliadoramente, acariciándose la nuca y la espalda entre tenues jadeos, las lenguas explorando dentro de sus bocas, las jóvenes se sonreían sintiendo que los ánimos se calentaban nuevamente.
—Tenía la impresión de que la encontraría aquí —farfulló una voz proveniente de la puerta.
—¡Santo Dios, Gerda!
Las muchachas se separaron como si hubieran tenido un resorte entre ambas, Elsa se enredó las manos compulsivamente en el regazo mientras Kyla se abrochaba los botones y se caía de la cama al intentar levantarse. El ama de llaves entró como si nada llevando consigo el agua caliente para el baño de la sabia. Miró de reojo a la apenada princesa.
—Usted tiene mucho que hacer el día de hoy, alteza, será mejor que suba a su habitación a alistarse —le dijo con amabilidad—. En un momento estaré con usted.
—C-claro —se puso de pie y se alisó la falda nerviosamente—. Nos vemos más tarde, Kyla —soltó torpemente al salir de la habitación, con la nuca roja y a toda velocidad.
Gerda se inclinó frente a la morena que seguía en el piso y frunció los labios, con los ojos como un par de rendijas.
—Y en cuanto a usted... —la haló de la oreja hasta que la hizo levantarse. La sabía gimoteaba con el cuerpo totalmente doblado para estar a la altura de la matrona, quién comenzó a llevarla hacia la tina.
—¡No! ¡No, Gerda, por favor, eso duele, auw, te juro que yo no... ¡Ochse!.. Soy inocente.
—Nada de eso, unanständig (indecente), que se suponía que usted se encontraba enferma.
—Y lo estoy, ¡mil diablos, que eres peor que mi madre!
—Y tú, niña, eres incorregible —le atajó, llenando la bañera de agua mientras la morena se desvestía de mala gana—. La zurra que te meterían en la Academia por algo así... —le espetó alarmadamente—. Debe cuidar a su alteza. La princesa Elsa será Reina un día y sabe muy bien lo que se espera de ella. Esto tan solo la meterá en un escándalo terrible si llega a saberse y sólo Dios sabe qué clase de castigo le tocaría a usted por lo mismo —Gerda exhaló profundamente acariciándose las sienes, como buscando los restos de su paciencia entre sus nervios alterados—. Joven Frei, no puedo estar yo en todos lados. Debe prometer que siempre hará lo mejor por ella.
La matrona observó el cuerpo cubierto de marcas de la extranjera y desvió la vista fingiendo que se entretenía con las esencias de baño.
Kyla se enderezó en toda su altura, suspiró resignadamente, enredándose un mechón de pelo entre los dedos.
—Te doy mi palabra, Gerda. Así lo haré.
El ama de llaves asintió en conformidad. Preparó las cosas que necesitaría Kyla, mientras la muchacha se metía en el agua y dejaba escapar un gemido relajado.
—¿Cómo te encuentras hoy, niña? —le soltó la mujer con cautela, estudiándole la tensión que se le notaba a la sabia en los hombros y la espalda.
—El dolor está en su punto bajo —contestó Kyla con los ojos cerrados y la cabeza apoyada contra la porcelana—. Creo que puedo sobrellevar los siguientes días sin problema.
—Eso es muy bueno —le respondió, sonriéndole con alivio—. A veces el amor puede ser la mejor medicina —comentó enarcando las cejas—. Sería maravilloso si pudiera obrar ese milagro por usted.
La sabia se sonrió, cerró los dedos en torno a la toallita que usaría para fregarse el cuerpo y seleccionó un frasquillo de jabón perfumado.
—Podría ser que los poderes de Elsa no se limiten sólo al hielo —le concedió Kyla alegremente.
—De todas maneras, debe cuidarse bien —le recordó Gerda, colocando una muda de ropa limpia en el mueble más cercano—. Hay que comer y descansar como se debe. Ya hace tiempo que parece necesitarlo.
—Si he de serte sincera, en realidad tengo bastante apetito esta mañana —soltó Kyla al tiempo que sonreía tontamente.
La matrona exhaló como si aquello le hubiera causado gracia. No dudaba de la frase ni por media sílaba.
—Entonces le recomiendo que se apresure y se ponga decente para almorzar —recomendó la matrona, recogiendo las cosas que había metido al cuarto—. Seguramente su alteza se hará a la misión de engordarla a partir de ahora.
—Yo no tendría reparó con ello —dijo la morena, restregándose el brazo, sonreía de oreja a oreja imaginando que los manjares más exquisitos de Arendelle le desfilaban ante su sitio en la mesa.
—Seguro que no —se burló la matrona, caminando hacia la puerta—. Espero que sean muy felices juntas, niña.
Kyla se mordió el labio, pero le asintió, curvando ensimismadamente las comisuras de sus labios.
—También yo, Gerda. Gracias por todo.
La mujer se detuvo a medio camino y se giró levemente para dedicarle una respetuosa inclinación a la morena que se enjabonaba la larga melena azabache y la miraba confusa.
—No. Gracias a usted. Ama Frei.
Kyla abrió la boca y la dejó así muy suelta incluso luego de que Gerda se retirara con esa sonrisa de deleite en el regordete rostro por haber logrado que aquella bribona morena se sonrojara.
...
Si algo bueno le vio Kyla a la orografía de las Montañas Altas fue que el clima era fresco en su mayoría. Resultaba difícil conservar el blanco en sus ropas viajeras, deambulando por aquellos terrenos lodosos, pero lo prefería infinitamente a pasar calor. Su primera visita a la Academia de los Vientos la sumergió de inmediato en los mitos de las tribus celtas que habían florecido por aquellos salvajes terrenos de Skye, presentando con ello, su primer reto en antropología.
Los textos en gaélico antiguo le tomaron más tiempo de dominar de lo que había anticipado y comprenderlo era una faena más dura de lo que le resultaba hablarlo, debido a su acento germano, (que le parecía más marcado en ese dialecto que cuando hablaba en inglés) El lingüista que la enseñaba era muy laxo de todas formas, prefería pasar la tarde vaciando su jarra de ale, que hacer caso a la insufrible perfección de una chiquilla sabihonda de quince años, que se esmeraba en dominar una lengua casi extinta y que en última instancia, lo único que hacía era leer y perder el tiempo con los botánicos (cuando no estaba siendo un dolor en el trasero para los sabios más ancianos con sus preguntas sobre las historias del pasado de ese lugar).
La poca paciencia escocesa empujó pronto a Kyla a hacerse autodidacta, se aisló de los otros y terminó por poco viviendo en las bibliotecas, la morena estaba acostumbrada a ese método de estudio y a mantenerse solitaria, por lo que no le molestaba (y así ningún bravucón se metía con ella en los entrenamientos físicos), pues era tan joven, baja y delgada para los estándares de ese sitio, que todo el tiempo que pasaba en los invernaderos era para fabricarse ungüentos e infusiones con el fin de tolerar las palizas que le propinaban cuando se descuidaba.
Claro que no todo fue malo y adverso, Kyla como siempre parecía poseer un encanto natural para agradar a la gente de las cocinas y siempre la recibían bien ahí. Gran parte de los datos que logró recabar sobre la historia de la Reina Mérida y Mordur provinieron de las cocineras, quienes le contaban gustosas los pormenores de esos viejos cuentos mientras amasaban el pan, desplumaban aves o preparaban guisados de intestinos y menjurjes semejantes.
Kyla lo anotaba todo y se aventuraba a internarse en los bosques, en donde se perdía por días con el fin de eliminar los posibles caminos que hubiesen sido los normales en otros tiempos. Aprendió a cazar, a dormir sobre los árboles, a arrastrarse por los lugares más impensables.
Lo que fuera por perseguir esa respuesta escondida en una leyenda de más de cuatrocientos años de antigüedad.
La verdad fue que Kyla se había obsesionado y casi ni podía estarse tranquila desde que lo vio por primera vez, pendiente tras el escritorio del director Mac Lean en el viejo castillo de DunBroch.
El tapiz que contaba la increíble historia de la valiente Reina Mérida que había logrado cambiar su destino.
El pasaje hablaba mayormente sobre cómo la Reina, en sus años de princesa, había evitado un gran conflicto entre los tres clanes más importantes de la época y cambiado las viejas costumbres, se hacía mucha mención a un oso y a la antigua Reina Elynor, junto a la bestia Mordur; pero el detalle que más la había intrigado, referenciaba a unos espíritus misteriosos representados por unos fuegos místicos que suspiraban por los bosques y eran capaces de guiar hasta su destino a quien fuera capaz de vislumbrarlos... Aunque también se contraponía con las historias que aseguraban que los fuegos eran en realidad una carnada que habrían de conducir al viajero curioso hasta a un espíritu maligno devora almas. Había que admitir que ambas versiones tenían lo suyo.
A partir de entonces, Kyla se dio a la tarea de indagar lo más posible y hacerse a las costumbres de las Montañas Altas para comprenderlo todo cuando llegara a ser necesario, fue con el tiempo y debido a su taciturna personalidad, que una vivaz castaña, de ojos verdes, aprendiz del clan Hunter, le cobró interés e hizo el favor de aleccionarla; en la lengua, el folklor, los senderos ocultos del bosque nublado, la enseñó a pelear y defenderse como una auténtica hija de clan, y además le brindó otro tipo de ayuda, la que se requiere cuando se ha pasado mucho tiempo en solitario, la que resulta inesperada pero bien recibida, tan placentera y emocionante y que podía costarle cien azotes sobre la carne a un sabio cuando llegaban a pillarlo.
Kyla se marchó de la academia a la mañana siguiente, luego de haber cometido aquél estúpido desliz, no le atraía la idea de lidiar con una chica entusiasmada con algo que no iba a poder darle, y, por otro lado, tampoco planeaba quedarse a averiguar cómo se impartían los castigos los hijos de esas tribus indómitas.
Optó por vagabundear y probar suerte con el avance que ya tenía antes de viajar hasta otra parte. Se internó tanto en la arboleda hasta que casi no libró ese cruel invierno, sus ojos no parecían funcionar bien en ese bosque y sólo pudo valerse de su mapa y las estrellas para orientarse, aunados a un par de trucos de supervivencia que tenía en su haber. Tuvo la buena fortuna de caer en la choza de una extraña bruja ebanista (que además de tirarle una cháchara demasiado perturbadora), la condujo hasta un claro que Kyla no recordaba haber visto registrado en ningún lado.
El entorno se veía oscuro y lúgubre, las ramas se enredaban formando una bóveda fantasmal; por algún motivo solo reinaba el silencio. Kyla se arrebujó en su capa y aguardó expectante, sentía el cabello erizándosele por una razón desconocida.
Estaba segura que se encontraba parada en un lugar cargado de magia.
Kyla cerró los ojos, respiró profundamente antes de volver a abrirlos, brillantes, purpúreos, de un fulgor sobrenatural que le mostraron las imágenes vivas de otro tiempo.
Una joven pelirroja encapuchada como de su edad, caminaba junto a un imponente oso pardo. Las dos figuras chorreaban agua de la cabeza a los pies, parecían agotadas pero satisfechas, la chica llevaba un montón de peces atados al extremo de un arco de madera. El peculiar par se sonrió con alguna especie de camaradería inherente. Kyla frunció el ceño, buscándole sentido a esa visión.
—La princesa y el oso...
—Mi madre era terrible pescando —pronunció una voz a su espalda.
Kyla se giró para encontrarse con una mujer luminiscente montada a lomos de un caballo negro gigantesco. Ella llevaba ropas reales del color de los estanques de Higlands y le sonreía a la sabia con desafío. Su larga melena de rizos rojizos le daba la apariencia de un león que se supiera superior. Kyla la estudió con atención, debía tener unos veintitantos años, un gran arco de madera tallada le colgaba del hombro y un enorme oso pardo le guardaba las espaldas.
Aquella era la legendaria Reina Mérida DunBroch, que antaño gobernara esas tierras, la certera de tiro y juicio, elocuente líder y unificadora de los clanes norteños. Kyla se quedó un instante admirando los ojos turquesas de esa despampanante mujer que le sonrió con diversión ante el nerviosismo de la pequeña germana que optó por enredarse el cabello por los oscuros mechones.
—Dia duit (buen día) —le dijo la morena, acomodándose la capa.
Mérida se sonrió, le devolvió el saludo inclinando la cabeza levemente.
—An neach nach cìnn na chada, cha chìnn e na dhuisg —le repuso agudamente.
Kyla se encogió y se echó la capucha encima. La frase era un dicho popular que decía que "aquél que no prospera en su sueño, no prospera despierto"
La Reina desmontó graciosamente y se cruzó de brazos, estudió de arriba a abajo a la morena de ojos luminosos que le evitaba la mirada y que sin embargo no había hecho más que llamarla al buscarla con tal insistencia.
—¿Así que quieres cambiar el destino, badb (cuervo)? —le espetó con rudeza, burlándose de su apariencia y su absurda pretensión—. ¿Te crees que puedes ir por ahí haciendo justamente lo mismo que la gente de sangre real?
—Tal hazaña fue convertida en leyenda por usted —respondió Kyla encogiéndose de hombros—. No puede culparme por intentar desentrañar tal misterio. El origen del mote de la Reina Valiente.
—Aye (Sí)... fue hace mucho tiempo, ya —sonrió la pelirroja rememorando esos años de juventud. Mérida recuperó la seriedad de su semblante, mirando fríamente a esa curiosa extranjera—. Era otra época, los espíritus deambulaban libremente por el mundo.
—Es mi virtud ser capaz de apreciarlos —atajó la morena esbozando una amplia sonrisa. Eso no representa un obstáculo para mí como puede darse cuenta.
Mérida enarcó las cejas y pareció pensárselo mejor. Se puso a palpar con la punta de los dedos la empuñadura dorada de la poderosa espada pendiente de su cinturón.
—¿Que aspecto de tu destino pretendes cambiar, sassenach (forastera)? —le inquirió de manera indiferente.
—Necesito proteger a mi Ríoghain (Reina) de un infortunado desenlace —contestó la sabia refiriéndose al peligro que corría Elsa como futura gobernante de Arendelle—. Una profecía.
Mérida exhaló incrédulamente. Sus rizos color de fuego se bamboleaban de un lado para otro mientras le negaba a la sabia con la cabeza y una seña de la mano que acentuaba su turbación.
—An rud nach gabh leasachadh, 'S is fheudar cur suas leis (lo que ha de suceder, no debe evitarse) —e soltó con alarma.
—No en este caso, su majestad —le aseguró Kyla, rebuscando en su bolsa y sacando un libro de cuero del que se puso a pasar las páginas—. Estoy convencida que puede existir una manera, si tan sólo—
—¿Y qué es lo que pretendes que te diga? —le contestó la Reina con impaciencia al subirse de nuevo a su montura y maniobrar con las riendas con la clara intención de marcharse—. Eso es más que simplemente cambiar el destino —le advirtió—. Es afrentar directamente a los dioses. ¿Qué, encima de ilusa eres estúpida? No puedo ayudarte con eso. Na las sop nach urrainn duit féin a chuir as (No enciendas fuegos que no puedes apagar)
Kyla se interpuso en su camino con los brazos extendidos, moviéndose siempre hacia donde el corcel de la malhumorada pelirroja enfilaba las pezuñas.
—Quiero que me diga que hay camino para la imposibilidad —le soltó desesperadamente—. Necesito saber que existe esa respuesta.
—Neamhshaolta (el mundo inmaterial) —exclamó la Reina con cierto temor reverente—. No puedo prometer que eso saldrá bien, chiquilla necia. Hay fuerzas que deberían mantenerse dormidas. Es mejor dejarlas tal como están.
—Estoy dispuesta a arriesgarme —insistió Kyla testarudamente—. No me iré sin intentarlo.
—Nae bother, glaikit (No hay problema, idiota) —soltó Mérida al tiempo que preparaba el arco y se sacaba una flecha del carcaj—. Te ayudo con gusto, entonces.
La Reina tensó la cuerda y disparó, le había apuntado a Kyla directo en el pecho, pero la morena no se movió, sólo apretó los párpados y se preparó para un impacto que nunca recibió. La flecha le había atravesado el cuerpo, ensartándose en un árbol a su espalda. La sabia se enderezó, palpándose la carne con desconcertada estupefacción.
La Reina Mérida depuso las armas y chistó.
—Eres débil e insignificante, pero me gusta ese fuego de amor sin remedio que brilla en tus ojos —se colocó el puño cerrado a la altura del corazón antes de recitarle el viejo adagio celta sobre la naturaleza del honor—. Fírinne inár gcuid croíthe, neart inár gcuid lamha comhsheasmhacht inár gcuid teangacha (La verdad en el corazón, la fuerza en las manos y la consistencia en las palabras) —la miró con fijeza y asintió como si se respondiera a sí misma—. Sí... Tal vez para Tuatha De Dannan (El Gran Espíritu) seas una especie de excepción.
Kyla tragó saliva, pero le dedicó una reverencia a la pelirroja que volvió a cerrar los puños en torno a las riendas de su corcel.
—Go gcumhdaí is dtreoraí na déithe thú. Si los espíritus deciden guiarte, será tu elección confrontar lo que quieran mostrarte —tradujo la Reina compasivamente ante la expresión de la confusa morena.
—¿Mi elección? —se extrañó la extranjera torciendo las cejas.
Mérida sonrió, miró a la sabia como si la retara.
—El destino está dentro de nosotros y es cuestión de valentía seguirlo.
El oso pardo que acompañaba a la Reina gruñó, se movió, caminando dentro de la espesura hasta perderse en el follaje. Mérida se dispuso a seguirlo, pero se giró una última vez más para hablarle a la viajera, alzándole la mano para bendecirla, mientras la morena hincaba la rodilla en el piso.
—Que el camino salga a tu encuentro, que el viento siempre esté detrás de ti y la lluvia caiga suave sobre tus campos hasta que nos volvamos a encontrar.
—Turas math Dhut (hasta que volvamos a vernos), sabia del sol.
—Móran taing (muchas gracias), su majestad —respondió Kyla al enderezarse.
Mérida le dedicó una cortés inclinación al sonreírle.
La figura de la Reina se desvaneció hasta convertirse en una flama de destellos azulados que flotó para iluminar el inicio de un sendero. La sabía dio un paso hacia adelante y otra llama se unió a la primera, seguida de una tercera y una cuarta. Ese mágico fulgor la fue conduciendo por el bosque, haciéndola sortear troncos caídos y maleza acumulada. Los suspiros del entorno y los fuegos fatuos la acompañaron en esa sobrecogedora oscuridad. La morena se preguntaba con reverencia si acaso ya había visto con sus ojos el fin que las llamas estaban por mostrarle.
Al final del camino, Kyla se encontró en un claro extenso, un círculo perfecto delimitado por pilares enormes de piedra oscura como carbón, se erguían imponentes apuntando al cielo nebuloso.
—Neamhshaolta... —jadeó la sabia, al sacarse la capucha y admirar aquella construcción.
La última flama azul se posó sobre una columna partida casi por la mitad. Kyla se aproximó lentamente, tomó aire antes de colocar la mano sobre la piedra de caracteres brillantes que le exigía el tacto en un tenue susurro.
...
—¿Sabías que la "matricaria chamomilla" no es germana? —soltó Kyla con un puñado de aquellas hierbas de flores blanquecinas en la mano, se puso a separarlas con los finos dedos sobre una malla de bejuco mientras Elsa dejaba en su plato de porcelana la taza de té de menta que se había estado bebiendo.
—¿No? Pero si casi es la infusión emblema de Corona —le repuso con extrañeza a la morena que negaba rítmicamente muy enfrascada en sus labores.
Regente y sabia se habían pasado esa agradable mañana libre en los invernaderos de palacio, una actividad que solían repetir ciertos días de la semana en los que la morena parecía echar en falta el contacto con las plantas. Elsa ya había observado que dicho pasatiempo calmaba a Kyla cuando el dolor le volvía y la hacía impacientarse, por lo que la princesa se las ingenió para incluir aquello como una de las tantas cosas que podían hacer juntas; a Elsa no le entusiasmaba mucho la idea de ensuciarse con el barro, pero disfrutaba de los conocimientos y el entusiasmo que Kyla ponía en eso. Elsa le sonrió cuando la vio girarse hacia ella.
—Es por su parentesco con la flor solar —pronunció Kyla encogiéndose de hombros—, y es más abundante, claro; pero en realidad es originaria del sur del continente y los límites con oriente. Las tribus teutonas la encontraron y la relacionaron con el sol. ¿Ves? —le dijo al levantar una flor y colocarla junto a su medallón dorado. Las tubulares centrales amarillas y las lígulas blancas —sonrió cuando Elsa le asintió ante la comparativa—. Como la flor solar tenía tantas propiedades curativas, los germanos comenzamos a consumir la camomila para todo, por eso es casi de conocimiento popular que nosotros la sembramos, pero no.
—Caray, he vivido engañada toda mi vida —resopló la monarca, recargándose en su asiento. Se colocó el dorso de la mano sobre la frente de forma teatral—, comenzaré a redactar las memorias de mi vida enumerando cómo he sido timada por germanos desde mi tierna infancia.
Kyla le dedicó un mohín, le sacó la lengua antes de volverse para seguir seleccionando hierbas y sembrando semillas.
Elsa se sonrió ligeramente mientras le daba un sorbo a su taza de té, estudió de reojo a la morena, la sabía se puso de pie y caminó hasta un rincón en donde se apilaban los bultos cerrados de tierra, escogió uno y se lo echó al hombro con facilidad, se sacó la navaja del cinturón y rasgó la manta con lo que se puso a llenar algunas macetas, pasado un rato bajó la bolsa y la depositó en el piso con cuidado, la sureña se jalaba el cuello del blusón para airearse la piel cuando la regente arqueó la ceja con sumo interés.
—Y dime, ¿Siempre fuiste tan competente físicamente, sabia, mía?
Kyla resopló divertida mientras se ponía a palear para hacerle hueco a una poda de Rododendro que ya tenía lista a su lado.
—¡Por supuesto que no! —le dijo meneando la cabeza—. Hubo un tiempo en el que fui bastante regular —Kyla encajó la pala en la tierra y apoyó las manos en el mango—. Imagínalo, era una chiquilla que solo leía y cuidaba plantas, medio relegada porque era la nieta de la directora de la academia del sol, tú sabes; luego bajita, era flaca como una lombriz y mi palidez habría podido rivalizar con la tuya, alteza; ¡Encima me cargaba esta pinta! —le soltó señalándose entera al tiempo que Elsa se reía—. ¿Tienes idea de cómo les va a los académicos en esta vida? No, no. Me temo que no fui para nada popular de chica —concluyó, regresando a la faena con su contagiosa sonrisa de dientes blancos.
—¿Y cuándo comenzaste a endurecer ese cuerpo académico tuyo? —le inquirió Elsa casualmente, pero mirándola de forma tan lasciva que la sabia tuvo que revisar si los botones de su blusón estaban en orden.
—Así que te gusta, ¿eh? —respondió la morena con las manos en la cintura.
La regente cruzó la pierna y le arqueó una ceja.
—Solo tengo curiosidad.
Kyla la recorrió con la vista y se humedeció los labios inconscientemente, como si se saboreara un festín luego de pasar una temporada con hambre, volteó la cara cuando la regente le sonrió de manera descarada. La morena carraspeó con apuro.
—Un par de años antes de comenzar a viajar —soltó con un hilo de voz debilitado cuando vio que la princesa se ponía de pie y avanzaba hacia ella. Kyla se fue echando para atrás de a poco hasta que su espalda chocó con una de las mesas de trabajo—. Sabía que tendría que estar preparada para muchas cosas en el despoblado. No siempre iba a poder encontrar posada por el camino, así que era importante tener un cuerpo en el cual confiar... —Elsa la tomó por la cintura e hizo que las manos le ascendieran por los costados. La sabia suspiró placenteramente—. Hasta encender un fuego tiene su destreza, alteza; pero tengo la impresión de que sabe muy bien cómo hacerlo a estas alturas...
—Prefiero que tú me sigas enseñando —respondió la monarca, pérdida en la contemplación de la morena que se inclinó para besarla.
—Como ordene, su alteza.
—Sabes que no deberíamos hacer este tipo de cosas aquí —le susurró en los labios.
La morena la afianzó de las caderas al tiempo que le acercaba el rostro al cuello.
—Y tú sabes que no puedo resistirme a tus avances. No puedes culparme.
—Será mejor que te comportes, sabia —se sonrió la rubia, acariciándole la firme espalda.
—Alteza, debo admitir que sus mensajes son muy confusos. Me deja usted perpleja.
Las jóvenes se sonrieron, pero no se separaron de entre los brazos de la otra. Elsa le acarició los hombros a la morena, le plantó un beso por sobre la tela, en donde sabía que Kyla tenía una de esas marcas que tanto lamentaba.
—¿A qué se deben todas esas heridas de tu cuerpo? —le preguntó con preocupación—. ¿Puedes decirme?
Kyla se estremeció incómodamente, pero asintió, sabiéndose atrapada en el frescor de su escandinava princesa.
—No fui siempre capaz de viajar fuera de mi cuerpo de forma segura —pronunció Kyla como si fuera lo más simple— Aunque claro está, también cuento con mi colección de heridas un poco más terrenales... —añadió gesticulando con la mano—. Cualquier otro académico podría decirte que mi inteligencia preservativa es la de un jumento y te aseguro que los asnos toman mejores decisiones que yo, Elsa. Te sugiero que escapes ahora que todavía puedes.
—Solo dices disparates —le dijo la princesa al tomarla de las mejillas—. En adelante no correrás el riesgo de lastimarte de esa, ni de ninguna otra forma —le aseguró, abrazándola cariñosamente. Apoyó la cabeza contra su pecho y suspiró—. Yo me encargaré que no sufras ni una cortadura de papel.
—Mi galante princesa —gimió Kyla fingidamente—. Esas heridas son las peores.
—Lo sé —contestó Elsa con orgullo, ensortijándole un mechón de cabello—. Tienes mucha suerte que te quiera tanto.
Kyla se sonrió, volteó la cara y respiró profundamente, mientras apretaba ligeramente los antebrazos de la joven monarca que le estudió el pálido semblante.
—¿Te duele mucho? —le preguntó con angustia—. ¿No has fumado?
—U-Un poco... Pero no ha sido suficiente y no quiero fumar más —Kyla torció las cejas al tensar la mandíbula—, será mejor suspender la botánica por hoy, ¿te parece? Me apetece recostarme un rato.
—Es mejor así, cariño —susurró la regente, tomándola de las manos—. ¿Por qué no tomas un baño y te relajas? Podemos pasar una tarde tranquila leyendo un poco. Yo estoy bien siempre que estoy contigo.
—Tu sólo quieres aprovechar la oportunidad de tenerme desvestida —le soltó la sabia con astucia.
—Eso tiene algo de cierto —le admitió Elsa rodeándole el cuello con los brazos—. Pero creí que te gustaba.
—Nunca dije lo contrario.
No pudieron evitar sucumbir a la tentación de amarse estando la sabia en la tina, tampoco a hacerlo cuando se encontraron acurrucadas en el diván leyendo un tomo de una vieja novela en francés. De algún modo era como si no lograran satisfacer ese deseo de volverse una, pese a que habían repetido ese tipo de encuentros desde la primera vez que intimaron. Elsa lo percibía y estaba segura que Kyla compartía el mismo sentimiento.
Cada vez que hacían el amor, lidiaban con una fuerza incontrolable que las absorbía y las empujará siempre a llegar más lejos. Las noches que pasaban entre las sábanas eran largas e insaciables, sus cuerpos respondían a sus tratos como si hubiesen sido hechas la una para la otra, al punto que los vestigios de esa pasión quedaban grabados en la piel, lo que terminaba siendo todo un lío ocultar. Les resultaba muy difícil separarse luego de eso, y a veces no podían ni pensar por el afán de reencontrarse y repetirlo. Si eso era amor, era la cosa más intensa que Elsa había experimentado en la vida, por momentos la princesa de Arendelle se preguntaba si era eso mismo lo que la sabia sentía al fumar opio para luego tener que desprenderse de él.
Se cuestionaba más que nada si sería capaz de sobrevivirlo si llegaran a arrancárselo de golpe o es que acaso moriría de abstinencia.
...
Elena Von Schneider siempre decía que la vida era capaz de dar unas vueltas impresionantes y que uno debía estar preparado para cuando llegara el momento de tener que estar de cabeza al momento de encararlas.
Como la mayor de tres hijas en una familia de seis hermanos, el breve tiempo que gozó de la atención de sus padres le fue arrebatado muy rápidamente, por lo que creció en un hogar lleno de bullicio y escasez. Proveniente de uno de los barrios bajos de Dortmund, era dura y resistente como cualquier germano que se respetase, pero al mismo tiempo su carácter se forjó cálido y de cierta forma maternal. Su matrícula en la Academia del Sol fue cosa de encontrar la vocación a edad muy temprana. Jenell Frei, la sabia en el consejo de su majestad Frederic, era su heroína y ejemplo a seguir. La prueba viviente de que una mujer preparada era capaz de llegar tan lejos como esta lo deseara.
Y ella lo deseaba más que nada en la vida.
Fue por eso que consideró que terminar siendo la compañera de cuarto de la nieta de semejante personalidad, era una de esas volteretas del destino de las que siempre había que estarse cuidando, y aunque era parte de su código mantenerse abierta a toda posibilidad, tuvo que pellizcarse cuando le dieron la noticia de ese afortunado emparejamiento.
Kyla era aún más intimidante que Jenell. La disciplina con la que la morena manejaba sus estudios era brutal y aunque era una joven silenciosa y solitaria, observarla era como asomarse por el resquicio de una ventana hacia el futuro de un destino plagado de grandeza.
Kyla Frei era una compañera complicada, una maniática del orden, narcisista, de lengua afilada y temperamental; siempre parecía estar guerreando consigo misma y tener serios problemas con la autoridad, no fue tarea fácil entenderse con alguien que tildaba de estúpido a medio mundo; pero muy en el fondo, poseía un carácter amable que lograba mostrar en los momentos más insospechados, y que en más de una ocasión lograron arrebatarle un suspiro ilusionado.
No le costó mucho terminar enamorándose de ella, a pesar de que creía tener preferencias más normales. Kyla era hermosa, brillante, de buena familia y con una voluntad muy firme que perseguía metas muy claras, las cuales eran marcadas por el ritmo de una obsesividad apasionada que rayaba casi en la locura. Amarla había sido una de las decisiones más extrañas y emocionantes que había tomado hasta el momento y siempre lo recordaría como el evento más dulce que cursó en su vida de aprendiz, si bien fue llegando con el tiempo a la conclusión de que esa fascinante muchacha de mágica contemplación, tenía el destino atado al de otra misteriosa afortunada que la aguardaba en algún reino lejano al otro lado del mar. Dejarla ir sin oponerle resistencia, lo consideró más un acto de piedad que de resignación, y esperaba que algún día, su primer amor lograra alcanzar la felicidad que tanto buscaba y merecía.
Tras la partida de Kyla al graduarse como la sabia más joven, Elena hizo todo lo posible por darle alcance y llenar el hueco vacante que la morena había dejado en manos de su abuela cuando le rechazó el puesto en el consejo de Corona para embarcarse al sur, Le tomó a Elena poco más de tres años, en los que se concentró en el arte de la política internacional, pero gracias a sus talentos y a la recomendación efusiva de Redmond Frei (siguiendo seguramente alguna indicación de su hija), logró colocarse ni más ni menos que en el palacio real.
Era como un sueño estar siguiendo los pasos de Jenell. Vestir el rojo y portar el sol, sentarse con los altos funcionarios del concejo y a la derecha de la heredera misma.
Cuando el hecho de que la princesa Rapunzel regresara a su propio trono ya representaba un milagro por sí solo.
Corrían los primeros días de Octubre cuando lo vio por primera vez, al extravagante joven cretense que se hacía llamar príncipe, y le solicitó audiencia. Lo tenía presente porque a pesar de todo el papeleo que se encontraba revisando, tuvo tiempo de percatarse de las interesantes facciones y ropas de aquel extranjero que no hablaba muy bien el idioma, y aun así se imponía y se daba a entender.
—Entonces... —le dijo, revisando sus anotaciones —¿Dice usted provenir del viejo Reino Palacial y tener un mensaje importante que tratar con su alteza Rapunzel? —la rubia arqueo las cejas y tamborileó con los dedos sobre la mesa—. ¿Qué clase de asunto puede interesarle a Corona desde tan lejana capital?
Elena despegó la vista del pergamino en el que se encontraba escribiendo, estudió de forma desconfiaba al desaliñado barbado que le sonreía mientras meneaba la cabeza como si algo de aquel discurso le causara mucha gracia.
—No, no —se excusaba el extranjero con galante familiaridad—. Debió malinterpretarse por mi mal germano. No tengo palabras para la princesa, sino para su sabia, que entiendo se trata de usted —esbozó una sonrisa bobalicona que pretendió le saliera encantadora—. Aunque si hubiese sabido que eras poseedora de tan deslumbrante belleza...
La sabia giró los ojos, bufando con impaciencia. El joven se enderezó, aclarándose la garganta.
—Mi nombre es Titus, hijo de Argus, Gianakóupulus, gobernante de Cnosos y llevo conmigo un mensaje de parte de Kyla Frei para Elena Von Schneider.
Elena arqueó las cejas, se inclinó levemente sobre su asiento. El pergamino de sus manos perdió el agarre de sus dedos en tan solo un segundo al escuchar aquel nombre. La cadena que reposaba en su pecho de pronto la sentía más pesada.
Aquella debía ser otra vuelta del destino, y tratándose de Kyla, eso podía significar cualquier cosa, solo esperaba estar lo suficientemente preparada para tener que averiguarlo.
Elena se aclaró la garganta, le hizo una seña al cretense para que acortaran sus distancias.
—Escucharé entonces lo que tenga que transmitirme, señor de los palacios.
El barbado esbozó una sonrisa, desenrolló un pergamino que se sacó del cinto. Lo extendió ante la rubia, que lo estudió fijamente con la expresión intranquila.
...
—Tengo que contarte un secreto —le dijo Kyla a Elsa aferrándole los dedos mientras caminaban por una colina cubierta de flores blancas y centros dorados—. Tienes que ver un sitio, pero no deberías hacerlo, ¿entiendes?
Elsa frunció el entrecejo, meneó la cabeza, pero no dejó de avanzar ni de seguirla.
—¿Qué cosa es, Kyla? —le espetó con una intriga espolvoreada de desconfianza que le supo amarga en la boca. Sentía que algo no estaba bien. No recordaba cómo habían llegado ahí en primer lugar.
La morena se giró y le hizo una mueca desdeñosa.
—Eso que tanto quieres saber.
Elsa contuvo el aliento, se detuvo en seco, pero la sabia siguió tirando de ella, haciendo caso omiso a la resistencia que le ponía la regente.
—Yo no quiero saber nada, ¡Kyla suéltame! ¡Me estás lastimando!
Todo movimiento se detuvo cuando la morena acercó los labios al oído de la princesa y esbozó una sonrisa inyectada de crueldad.
—Yo no soy lo que tú crees —le siseó con sorna—, solo quería que lo comprobaras.
Elsa inhaló en su sorpresa, Kyla comenzó a reírse, pero aquel sonido que le escapaba de la garganta no era su risa musical y contagiosa de siempre, sino otra cosa, una burla lúgubre y maligna que le erizó la piel.
La princesa parpadeó y notó que el paisaje había cambiado. El terreno estaba cubierto de nieve y el clima se había vuelto glacial, todo alrededor se encontraba congelado o lleno de escarcha y la morena había desaparecido. Elsa se encogió en su sitio, abrazándose los costados, no comprendía lo que estaba sucediendo.
Elsa llamó a Kyla y pidió a gritos salir de ahí hasta que cayó de rodillas sobre la maleza blanquecina que se partió bajo su peso. Respiró aceleradamente sintiendo que entraba en pánico hasta que un lobo enorme con el pelaje del lomo negro como la noche y los brillantes ojos azules como el cielo le salió al paso. El luminoso animal se encontraba muy herido, tenía cortes abiertos por todo el cuerpo y un hilo de sangre le escurría del hocico jadeante. Se mantuvo muy quieto, expectante, con la mirada profunda y lastimera fija en ella.
—Dios mío, pobrecillo, ¿Qué te ha pasado, amigo? ¿Eres el fylgja de alguien? —le soltó Elsa con la voz llena de pena al estudiarle el brillo que lo rodeaba.
El lobo avanzó cojeando, internándose en un bosque de zarzales, Elsa lo siguió, comprendiendo que eso era lo que el animal quería de ella. Un rastro rojo iba tintando y marcando un camino que la regente recorrió con aprehensión. El viaje fue largo y tortuoso, las espinas de las ramas le rasgaron a Elsa la piel y las reales vestiduras, además le preocupaba que el animal que le abría el sendero parecía que no iba a durar mucho a ese paso, gruñía y gemía de dolor cada que avanzaba, la regente sólo esperaba que fuera capaz de aguantar lo suficiente como para llegar al final del trayecto. Ni siquiera quiso pensar en la posibilidad de quedarse sola en medio de esa nada nebulosa.
Cuando abandonaron ese laberinto espinoso, Elsa contuvo un jadeo consternado, un fresno blanco y gigantesco de sobrenatural fulgor se erguía imponente, alzándose hasta las nubes. Sentada en su base, recargada contra su tronco, estaba Kyla.
La sabia se veía ausente, inmóvil y con la cabeza gacha, tenía las manos sobre el pecho, protegiendo una herida abierta que le manchaba los dedos y las telas blancas, respiraba débilmente y temblaba angustiosamente de frío, Elsa no pudo contener el llanto al observarla, la llamó incansablemente intentando despertarla, le acarició el pálido rostro y los negros cabellos pronunciándole su nombre pero nada la hizo reaccionar, como si se encontrará pérdida en otra parte, quizá muy dentro de sí misma o en algún sitio del que no tuviera la manera de sacarla.
El lobo aulló a su espalda, la bestia se desplomó en la nieve, Elsa se enderezó y fue a revisarlo para comprobar que el animal había gastado su último aliento guiándola sin comprender sus intenciones. La regente lo admiró con pena y le acarició el suave pelaje endurecido en secciones por la sangre seca.
Al menos se había librado ya de seguir viviendo en sufrimiento, se pensó con benevolencia.
En ese momento Kyla reaccionó, se agitó, jadeando y gritando de dolor, suplicando que tal agonía terminara, enceguecida como estaba no veía que Elsa no podía acercarse, la regente golpeaba el aire a su alrededor como si un muro de cristal le impidiera el paso a la vez que le mostraba cruelmente la agonía de la sabia. Una tos horrible se apoderó de Kyla y la hizo sufrir arcadas hasta que la nieve a sus pies se tiñó de carmesí, la sangre le escurrió de la barbilla, de la nariz, de los ojos cerrados que apretaba en su suplicio. Elsa no era capaz de percibirlo, pero el frío se fue apoderando de la morena que jadeaba como si le costará respirar, el vaho le helaba el poco aliento que lograba escapar de esos labios azules, que ya no eran capaces de emitir un sonido que no fuera agonizante y afligido.
El frío la devoraba de la misma forma en la que una serpiente puede engullir un roedor al que tiene indefenso, constreñido con los anillos, los largos mechones azabaches se fueron tornando blancos. Los ojos violetas, vidriosos y gélidos. La carne se le pegó a los huesos mientras que perdía todo rastro de color y se cubría de escarcha. Elsa se horrorizó presenciando cómo la sabia se demacraba ante sus ojos hasta que finalmente, emitiendo un último aliento, Kyla murió, desplomándose en el suelo escarchado. Elsa la lloró histéricamente, negando en su aflicción, golpeó el viento y maldijo al cielo y a los dioses, se jalaba los cabellos de la pena y la desesperación. Ya no quería ver más, estaba muerta de pavor y angustia, quería abandonar ese terrible lugar, deseaba que esa horrible escena no hubiese ocurrido nunca, lloró y se lamentó doblada de rodillas, sin ser capaz siquiera de pensar que esa imagen le resultará conocida.
Pero eventualmente logró hacerlo.
El cuervo negro graznó, volando en círculos por sobre su cabeza hasta que se posó en los dedos extendidos de una hermosa mujer que no estuvo ahí antes, una morena ataviada con el color de la noche, de la cabeza hasta los pies. Sus ojos como dos lagunas oscuras, observaron lúgubremente en dirección a Elsa, pero le sonrieron con malicia cuando se inclinó ante el cuerpo de Kyla y miraron de reojo a la alterada regente que le exigía se alejase.
De los labios de aquella aparición sopló un aliento misterioso sobre el rostro inerte de la sabia que poco a poco la llevó a reanimarse, Kyla abrió entonces unos ojos brillantes y oscurecidos, al tiempo que de sus labios escapaba un sonido que no podía ya ser el de un humano.
La mujer de negro sonrió triunfal y urgió a la sabia a ponerse de pie nuevamente, realizó una floritura con la mano con lo que una cadena hecha de un humo oscurecido se materializó en el cuello de Kyla mientras el otro extremo lo aferraba su resucitadora entre los delgados dedos. Sin esfuerzo alguno, la sombría mujer tiró de ella con lo que aquella figura encorvada y cadavérica que había sido Kyla Frei, le siguió débilmente los pasos.
Elsa la llamó, emitiendo un grito desgarrador, arañando ese muro invisible, levantándose las enaguas y avanzando a trompicones por el denso camino nevado, solamente para caer de nuevo y seguir luchando, pese a que sentía un montón de manos angulosas aferrándole el cuerpo y los ropajes. Kyla se giró, mirándola tristemente por sobre el hombro, extendió lánguidamente un huesudo brazo en su dirección, más lo dejó caer derrotadamente cuando percibió el tirón de su yugular, mientras abandonaba a quién había sido su amada y se perdía en la penumbra para convertirse en la mujer blanca de sus pesadillas.
