Nota de Autor: The Escapist… caray, quiero decir que me disculpo de antemano por este capítulo y por cada momento que le siga.
El tema en esta ocasión es "What if" de Coldplay.
¡Siéntanse libres de comentar y compartirme su experiencia!
Frozen, Tangled y demás personajes pertenecen a Disney. Esta es una obra de ficción y no es una historia apta para niños.
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Un corazón helado
por Berelince
14 La aguja y el hilo
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Un grito desgarrador retumbó por los pasillos a mitad de la noche y Mamá Jenell supo perfectamente que se trataría de su pequeña Kyla, despertando en la confusión de un sueño demasiado complejo para su tierna mente. Los ojos ya le estaban causando pesadillas a la infanta de cuatro años y se había tornado la rutina nocturna de todos los días el tener que ir a confortarla. La mujer se incorporó velozmente, se hizo de la vela que tenía en el buró para alumbrarse los pasos. No le gustaba que Kyla durmiera tan poco, los niños necesitaban el sueño para crecer y no era normal ni saludable que la pobre chiquilla cargara ya con sombras oscuras bajo la violeta mirada, además de ostentar ese aspecto tan macilento y enfermizo que tanto le estaba preocupando a sus jóvenes padres.
Mamá Jenell avanzó con apuro hasta el cuarto de su nieta en donde la encontró llorando, envuelta en su cobija y apretujada en el rincón de la pieza. Kyla se enredaba los mechones azabaches en sus temblorosos dedos mientras afianzaba una rana de trapo bajo el brazo y mantenía la purpurea vista fija en algún punto lejano de la pared. La niña pegó un brinco cuando la vio cruzar por el umbral, pero saltó a sus brazos cuando se dio cuenta que se trataba de ella. Mamá Jenell la levantó y la apretó contra su pecho, acariciándole la menuda espalda.
—Kyla, mi cielo, ¿Qué ocurre? —le soltó intranquila.
—La vi otra vez, abuela —gemía la niña con la cara oculta en el cuello de su nana—. A esa mujer blanca y fría. Me da mucho miedo, ella quiere lastimarme. No me dejes sola, por favor —hipaba en su desconsuelo. Apretó los deditos en la camisola de su abuela como si anticipara que la mujer podía separarse de su lado—. Quédate conmigo.
La sabia observó los alrededores, arrugó la frente, se inclinó para depositar a la pequeña niña en su cama y tomó asiento en el borde del revuelto lecho.
—No, no, pequeña. No me iré de aquí hasta que puedas descansar —pronunció con amabilidad al sonreírle con entendimiento materno—. Pero cariño, eso fue sólo un sueño, nada puede...
Mamá Jenell frunció el entrecejo, deslizó el cuello del camisón de la sollozante niña para descubrirle la carne magullada y sanguinolenta a la altura de los hombros, como si sendas manos con forma de garras hubiesen intentado destrozarlos. Kyla se dolía y apretaba los dientes entre inconsolables lágrimas, el rostro de la experimentada sabia palideció en un segundo al comprender lo que estaba ocurriendo.
—Wo warst du, mein Kind? (¿A dónde te fuiste, mi niña?) —soltó la mujer, escudriñando en el temeroso gesto de su nieta que tenía los ojos muy abiertos y enormes como platos, como si le hubiesen reclamado haber cometido una acción imperdonable.
—No lo sé... —fue la aterrada respuesta de la niña que no pudo hacer otra cosa más que romper indefensamente en llanto.
Mamá Jenell apretó los labios y arrugó la frente con seriedad, aunque sus manos nerviosas aferraron protectoramente a su afligida nieta. Ella era muy inocente para entender, se pensó la mujer con pesar. Kyla no tenía idea de la cantidad de magia imbuida en sus infantes ojos, o lo que estaban provocándole en ese momento.
Lo que estaba desencadenando sin darse cuenta.
Mamá Jenell miró esos orbes gatunos amatistas que la observaban en confusión y luego la tierna piel de su nieta que quedaría marcada para siempre luego de esa noche.
La mujer tomó los deditos trigueños de la niña entre su mano y les dedicó un suave apretón a la vez que la mirada se le encendía con la determinación de quien se enfrenta a realizar un imposible.
No dudaría en tomar medidas drásticas con tal de proteger a esa heredera de sus ojos y su sangre.
Aunque terminara condenándola con ello a una existencia más lamentable.
Un tenue fulgor blanquecino le rodeó a mamá Jenell la punta de los dedos y avanzó devorándole las extremidades hasta alcanzar a Kyla, quien entró inmediatamente en trance, relajando el cuerpo con los ojos neblinosos y ausentes. La mujer la sostuvo con un brazo, le colocó la palma sobre el pecho a la niña y contuvo el aliento en preparación a realizar una acción que sólo contaría en el futuro con dos posibles desenlaces.
Esperaba que algún día su nieta fuera capaz de perdonarla.
...
Elsa se apartó los mechones cortos que le caían sobre los ojos y se abrazó los costados cuando se puso a pasear en la oscura pieza, envuelta en su camisón de seda, luego de despertarse súbitamente en el frescor de sus aposentos y casi morirse del susto.
¿Pero qué maldito sueño había sido esa endemoniada cosa?
Elsa se mordió la uña del pulgar, frunció el entrecejo mientras pensaba. Kyla estuvo todo el tiempo durmiendo pesadamente a su lado sin enterarse de nada, víctima del humo de su dosis de opio permitida. Habían compartido el lecho pese a la reticencia de la morena y en aquel momento la sabia no era más que un fardo que bien habría podido tratarse de su propio cadáver inerte, de no ser por la profunda respiración gorgoreante que le escapaba de la boca semiabierta, imagen que Elsa pensaba recordarse bien para avergonzar a su amada en algún momento futuro (siempre que lograra acomodar sus ideas y se sobrepusiera a su impresión anterior).
Había tenido que cerciorarse que las facciones de Kyla seguían siendo lisas y reconocibles, que su cuerpo era fuerte y su revuelto cabello se mantenía de color negro azabache. Elsa se estremeció en múltiples ocasiones cuando en la oscuridad los ojos la engañaron y el rostro de su amada se deformó y se tensó de manera cadavérica y grotesca, recordándole lo que había visto en ese sueño que no supo ni quiso interpretar.
El juego de sombras se tornó demasiado para poder soportarlo y finalmente fue lo que logró sacarla de la cama para preservarla en ese estado taciturno de vigilia en el que observaba el paisaje exterior que se dibujaba tras su ventana para luego mirar por sobre su hombro y comprobar que Kyla seguía durmiendo y tratándose de ella misma.
Elsa suspiró.
—Podía haber sido sólo una pesadilla —se repetía la princesa tamborileándose las puntas de los dedos al reanudar su paseo ensimismado. Un mal sueño producto de un nerviosismo perfectamente justificable, ese asunto del opio la tenía más alterada de lo usual y era plenamente consciente de lo bien que se le daba fatalizar.
La regente arrugó la frente.
No era un crimen preocuparse por un ser querido, ¿o acaso había sido mal informada en esos asuntos?, amaba a Kyla y sólo deseaba lo mejor para esa maltrecha larguirucha que yacía inconsciente en sus reales aposentos casi todas las noches desde que el otoño había arribado a las orillas de los fiordos y los dolores de la morena parecían haberse agravado.
De pronto Elsa se sintió angustiosamente cansada al pensar en aquello.
Esas imágenes podían corresponder a una elaborada metáfora que le advirtiera sobre el cuidadoso manejo que debía darle a la cantidad de enervantes que Kyla últimamente estaba precisando, esa mujer tenebrosa podía haber sido una representación del vicio que esclavizaba a su doliente germana.
Entonces Elsa se giró para observar a la durmiente sabia y las dudas regresaron para carcomerle la cabeza.
Pero había estado en el inframundo marino, eso no había sido un sueño, aunque se hubiese tratado de un evento inmaterial; Elsa no sabría nunca cómo explicarlo, pero estaba segura que jamás podría olvidar lo que sintió al ser llevada ahí por Kyla.
Que ese tipo de cosas eran reales y muy posibles.
¿Podría haberse tratado la muerte y espeluznante resurrección de la morena de algo semejante? ¿De un evento que transcurrió realmente en otro plano imperceptible?
¿O era acaso un suceso que podía presentarse en el futuro?
Elsa apretó los puños que antes habían sido manos temblorosas y tensó todos los dientes al sopesar esa horrible posibilidad.
Los copos de nieve flotaron a su alrededor en una ligera llovizna escarchada, perdiéndose junto con sus funestos pensamientos. Elsa podía sentir cómo la ansiedad se iba apoderando de su titilante cuerpo. La temperatura descendió varios grados sin que pudiera hace algo al respecto y aquello la enervó profusamente. Kyla empezó a tiritar y removerse bajo las cobijas, exhalando un aliento caliente que se transformaba en vaho al entrar en contacto con el aire helado. La morena torció las cejas y se hizo un ovillo, pero al final, la nevada la hizo despertarse, confusa y a regañadientes.
—¿Elsa? —balbuceó Kyla con voz rasposa y somnolienta mientras se enderezaba con lentitud y la buscaba torpemente con la mirada.
—No pasa nada, amor mío, vuelve a dormir —susurró la regente desde su sitio, observándola con cuidado.
—Elsa, mein Schatz, ¿qué ocurre? ¿Qué haces despierta a esta hora? —inquirió la morena sin poder contener un largo bostezo—. ¿Te encuentras bien?
Kyla hizo el ademán de querer incorporarse, pero desistió cuando sus palmas contra el colchón no le soportaron el peso, Elsa se acercó a su amada, apiadándose de ella y se sentó a su lado en el borde de la cama real. Le acarició los mechones azabaches, negó ligeramente restándole importancia al hecho.
—He tenido un mal sueño y no pude volver a dormir —le dijo encogiéndose de hombros de forma lógica y abnegada—. Sólo me asusté. Descuida.
Kyla se espabiló inmediatamente ante las palabras de su princesa, se irguió rígidamente como si se tratara de una escoba. Los ojos violetas la estudiaron fijamente mientras las largas manos le palpaban la esbelta figura, como si esperasen encontrarle alguna cosa inusual. Elsa se cohibió ante el escrutinio, pero tranquilizó a la morena, colocándole las manos sobre las suyas.
—Estoy bien, en serio. No te preocupes.
Kyla le asintió difusa, echándose el cabello hacia atrás, la estudió recelosamente de reojo, al tiempo que le apartaba el cabello platinado con el dorso de la mano y fruncía el entrecejo.
—Estuviste llorando —dedujo al notarle la mirada hinchada y enrojecida. La tomó delicadamente por el mentón a la vez que le arqueaba las cejas en ademán demandante—. ¿Qué ha pasado?
—Yo... —titubeó la princesa al bajar la mirada—. No, déjalo así.
Kyla frunció el ceño en un gesto duro, inhaló profundamente al cerrar los ojos para luego abrirlos y mirar a la regente de manera fija y penetrante. Elsa se estremeció cuando esa conocida sensación la inundó y sólo pudo quedarse quieta como un conejo asustado, con la vista pérdida en esa brillante contemplación amatista que la traspasaba y removía afanosamente entre sus pensamientos en la búsqueda de una verdad que no quería compartirle. La vena de la frente se le marcaba pulsante a Kyla bajo la trigueña piel que se enrojecía a cada instante que pasaba como si se encontrará realizando un esfuerzo sobrehumano. La mandíbula se le delineaba denotando que la sabia se contenía de soltar algún improperio por alguna razón que la frustraba. El sudor le resbaló sobre las pestañas y por acto reflejo tuvo que parpadear, lo que ocasionó que Elsa lograra liberarse de ese embrujo paralizante, empujó a la académica con enfado.
—Te he dicho que no me gusta que lo hagas —le espetó disgustada.
Elsa cerró los puños temblando de rabia, se sintió tan insultada por aquel gesto invasivo, que le costó mucho contener el impulso de atravesarle la cara a la morena de una bofetada.
—Entonces dime —le exigió Kyla emitiendo un bufido, la sabia jadeaba con la cabeza entre las rodillas y los ojos escociéndole de la punzada que le había latigueado tras los párpados. Miró a la princesa con resentimiento por el rechazo que percibía de su parte—. Es importante si ha sido por mi causa, Elsa.
—No quiero ni siquiera pensar en eso —le atajó la regente al incorporarse y alejarse a zancadas hasta el ventanal central que dejaba pasar la luz de la luna dentro de la oscura pieza. Elsa se abrazó los costados, miró a Kyla por sobre el hombro, torciéndole las cejas de manera contrariada—. No siempre tienes que controlarlo todo.
Kyla chistó, se levantó pesadamente, apoyándose en uno de los postes de la cama. El blusón que llevaba puesto, extrañamente le pendía del hombro, como si le viniera muy grande, la extranjera tenía las mejillas enrojecidas y apretaba los labios de la misma forma en la que siempre lo hacía cuando parecía que estaba conteniéndose de gritar algo. En la habitación, el hielo ya estaba apoderándose de las paredes.
—Si tuviera que controlarlo todo ni siquiera estaríamos aquí, Elsa —farfulló entre los dientes constreñidos, Kyla se apartó el cabello negro que le caía sobre la sudorosa cara—. No tienes una maldita idea—
—¿Cómo voy a tenerla si nunca quieres decirme nada? —la cortó Elsa al girarse violentamente—. Me indigna que realices este juego conmigo. ¿Debería sentirme honrada por tu generosidad, entonces? ¿Te ha costado el gran trabajo meterte bajo mis sábanas todo este tiempo?
La boca de la sabia pendió incrédula en el aire mientras parpadeaba como si se tratara de un tic. Kyla se encorvó, negando débilmente, las palabras no dichas se convirtieron en derrotados jadeos que se percibían en el aire helado que se mantuvo silencioso entre ambas.
Elsa se reprendió mentalmente por haberla reñido de esa forma, por un momento se había olvidado de lo maltrecha que la sureña se encontraba.
—No quise que sonara así —se lamentó Kyla mansamente—. Sé que te debo muchas explicaciones, pero necesito que seas paciente.
Elsa exhaló, más asintió en conformidad como se le estaba tornando costumbre hacerlo los últimos meses
—Lo sé, Kyla, yo tampoco quise enfadarme así —le dijo la regente acariciándose las manos en su mortificación—, es sólo que siento los nervios de punta y… —se presionó delicadamente la sien, haciéndole un gesto negativo—. Mira, dejemos esto por ahora, es tarde y tú deberías—
Kyla se llevó el puño a la boca, jaló aire antes de que la tos le sobreviniera convulsivamente, Elsa dio un paso para avanzar a su lado, pero la sabia le negó la acción, por lo que se quedó en su sitio aguardando a que los dolorosos espasmos terminaran. La morena tenía los ojos enrojecidos y llorosos cuando pudo ser capaz de inspirar nuevamente. El aliento le silbaba en el pecho que subía y bajaba velozmente. Las rodillas le temblaban, pero la soportaban; la sabia oscilaba manteniéndose testarudamente de pie.
—T –tengo que prevenirte sobre mí, Elsa... —le susurró agotadamente—. Yo…
—Estás sangrando —exclamó Elsa con aprehensión.
Kyla se pasó las puntas de los dedos sobre los labios, se estudió el tono de rojo que los tintaba. Se aferró a la madera cuando se tambaleó ligeramente y se encogió en sí misma hasta que terminó tumbada en el piso, temblando sin control. Elsa se colocó rápidamente a su lado, le giró el cuerpo, colocándole un brazo bajo la cabeza para protegerla. Se estiró hacia la mesita de noche de donde obtuvo una jeringa ya preparada y cuya aguja le hundió en la carne a la morena como Gerda le había enseñado. Kyla emitió un ligero quejido, la miró con sentimiento entre estremecimientos que iban menguando su intensidad. La sabia se fue adormeciendo hasta que finalmente quedó tendida entre los brazos de la regente que la sujetaba con una fuerza que no correspondía a la de su delicado cuerpo.
Elsa acarició la mejilla de su desmayada extranjera, sintiendo que las lágrimas repetían el recorrido que habían realizado esa noche sobre su rostro.
—He soñado que te perdía —le susurró angustiosamente a la morena que ya no era capaz de escucharla.
...
Elena salió de su camarote sosteniendo en alto la linternilla que le alumbró el paso en su trayecto rumbo a la cubierta. Se sentía sofocada estando encerrada, revisando mapas cuando afuera brillaban las estrellas y el viento llevaba consigo el frescor del mar, algunos tripulantes la saludaron al verla pasar y retornaron a sus charlas, sus tabacos o sus partidas de naipes.
Las aguas se habían mantenido tranquilas brindándoles esos preciados momentos de esparcimiento y debían aprovecharse. La sabia se sonrió al depositar la lámpara a sus pies y recargarse en la orilla de la proa para apreciar cómo el canto del navío cretense en el que viajaban iba cortando el agua al avanzar. El mascarón bajo el bauprés era la figura de una hermosa mujer con el brazo extendido, del cual un águila emprendía el vuelo, mientras que la otra extremidad afianzaba un escudo con el sello de Cnosos. La muchacha estudió con atención aquella artesanía, recordando cómo Kyla siempre solía decirle que el mundo fuera de las propias fronteras era vasto y fascinante.
—Ella es Tetis —le dijo una voz a su espalda que hizo una pausa para aclararse la garganta—. Fue una mujer que tuvo una vida muy interesante relacionada con el océano.
—Conozco la historia, príncipe —respondió la germana al girarse tranquilamente y entrelazarse los dedos tras la espalda cuando encaró al suficiente Titus que la admiraba desde su poderosa altura. Se encogió de hombros mientras le sonreía con serenidad—. Las cadenas conllevan el costo de la sabiduría universal, creí que eso le había enseñado su constante compañía con Kyla.
El cretense emitió un ruido que sonó groseramente parecido al intento que se haría por contener una turbulenta carcajada. La germana arqueó las cejas en su extrañeza.
—Oh, no, claro que no me queda duda que ella es una gran sabia —exclamó justificándose—. Sólo que digamos que Kyla y yo nunca establecimos esos lazos respetuosos de alumno y maestro —respondió el príncipe con una sonrisa llana y divertida—. Por favor, llámame Titus. El príncipe de Cnosos es mi hermano Magnus y a él no puedo soportarlo.
Elena se tanteó la barbilla de forma pensativa, pero terminó asintiendo, dio un paso y puso nuevamente un brazo de distancia entre ellos. Le había dado la impresión que ese joven no hacía más que prodigarle atenciones no requeridas desde que había arribado a Corona y la instó a subirse a esa nave con él; tuvo que recordarse en más de una ocasión que todo obedecía a instrucciones de Kyla por lo que debía de guardar cuidado de significados ocultos, después de todo siempre habían sido así las cosas con ella.
—Entonces, Titus —soltó la rubia ponderándolo mientas caminaba a su alrededor—. ¿Se puede saber cuáles fueron esos lazos que entablaron ustedes en lugar de los académicos?
—De hermandad, por supuesto —se jactó el noble inflando el pecho—. Hago lo que me pide porque guardamos una confianza fraternal.
La germana dejó que la risa le saliera natural a diferencia del cretense cuando frenó la propia.
—Entonces de verdad te has creído todo lo que ella ha montado para ti —le soltó con los ojos azules abiertos en su asombro al tiempo que se palmeaba la mejilla—, pero sí que debes haber sido un hallazgo… ¿Nunca pensaste que los ojos violetas podían ser engañosos, señor de los Palacios?
Titus se encogió de hombros, frotándose la barba.
—Había imaginado que como antigua pareja suya le guardarías algún resentimiento, pero no imaginé que te hubiese perdurado tanto. Tenía entendido que habían acabado en buenos términos.
Elena inspiró profundamente, miró al príncipe como si hubiese esperado que se prendiera fuego ahí mismo, parado como estaba descaradamente frente a ella luego de soltarle aquello. De pronto le parecía un perfecto imbécil, y Kyla no se quedaba nada atrás si llegaba a comprobar que había andado abriendo la boca de más por ahí a costa suya.
—Ella no tenía el derecho de decirte tal cosa —le reclamó entre dientes.
Definitivamente si lo que había leído en la carta de Kyla no la mataba, ella misma lo haría con sus propias manos.
—No puedes culparla —sonrió Titus meneando a cabeza—. Era muy mala bebiendo y deberías haberla visto fumando —añadió amortiguando otra de sus odiosas risas—. Es aún peor.
El rostro de Elena se contrajo en una mueca iracunda, pero no pudo evitar pensar que aquellas descripciones no correspondían con la compañera que había sido Kyla cuando estudiaban en la academia.
—Estás fanfarroneando —le dijo al colocarse las manos en la cintura—. Sólo quieres comprobar tus propias teorías retorcidas.
—No es como si no hubieras corroborado ya lo suficiente —le soltó gesticulando inocentemente con la mano.
—Fui una ingenua, sí —le admitió de manera altiva como si no le diera importancia—. Todos podemos haber pecado alguna vez de eso.
—¿Entonces por qué aceptaste las palabras del pergamino, sabia? —inquirió el barbado con voz melosa, jugueteando con su anillo de plata—. ¿Por qué estás aquí haciendo justamente lo que te pide una antigua amante perdida?
—Porque, aunque te resulte difícil de creer, no la odio —le soltó la germana en un tono bastante convincente. Se cruzó de brazos y se miró los zapatos con fastidio—. Kyla se conoce bien y sabe que el mayor obstáculo en su empresa es ella misma.
Titus la estudió inexpresivo cuando Elena se pasó la capucha roja por la cabeza y se dispuso a regresarse a resguardo, dando por terminado el diálogo con él.
—Esa estúpida se vuelve irracional cuando se trata de esa mujer… —le susurró al príncipe por lo bajo cuando pasó a su lado dando pasos largos y enfurruñados por el astillado piso.
Titus la siguió con la mirada sin dejar de sonreírle. Arqueó las cejas cuando la chica se giró y lo señaló con el índice de manera airada.
—Y tú haces lo que Kyla te pide porque eres un idiota y manipular a los demás es lo que ella sabe hacer mejor.
La rubia cerró la portezuela de madera de un golpe, el barbado soltó una sonora carcajada. Apoyó los codos sobre la baranda de la proa y le guiñó un ojo a la figura de la elegante beldad griega que miraba impasiblemente rumbo al horizonte estrellado.
—No ha podido evitar notar que soy encantador —se dijo el príncipe frotándose la barbilla.
...
—¿Por qué son tus ojos de ese color? —preguntó Elsa mirando a Kyla de soslayo, sentadas como estaban en el pasto, a la sombra del sauce real, disfrutando del clima veraniego mientras pasaban las páginas del grueso tomo de cuentos ilustrados que Kyla le había obsequiado.
El fulgor violeta de esa mirada gatuna era una de las cosas que más le gustaban de su amiga a la pequeña princesa de Arendelle junto con esa melena oscura que se acomodaba donde quería, a diferencia del ordenado trenzado que ella debía usar.
Kyla desvió la mirada, se sonrió apenada mientras se llevaba los dedos al mechón de cabello azabache que le caía sobre el chaleco rojo.
—Es una cosa de familia, princesa —le dijo al encogerse de hombros—. Mi abuela los tiene como yo y otros parientes de mi casa los tuvieron antes que ella. Pero son muy raros, mi padre dice que, desde hace muchos años, los Frei son gentes de ojos azules.
Las niñas se sonrieron, regresaron la atención a las páginas iluminadas.
—Son muy lindos —añadió Elsa, retomando el tema—. Nunca había visto nada igual, salvo en las piedras moradas que cargan los sabios en los bolsillos.
—Son amatistas —explicó Kyla jugueteando con trocitos de hierba que despedazaba entre las manos—. Las usan como amuletos para que el alcohol no los haga actuar extraño.
—Como borrachos, querrás decir —razonó la princesa cubriéndose la sonriente boca con la mano enguantada.
—Exactamente —exclamó Kyla soltando una risita.
La sureña tomó el libro entre las manos, lo apoyó abierto sobre sus piernas al tiempo que se ponía a pasar las páginas ante la curiosidad de la joven monarca que la observaba con interés.
—Hace tiempo leí una historia sobre esas gemas —explicó la niña, dando con la hoja que había estado buscando—. Es de un lugar lejano llamado Grecia, ¿quieres escucharla? —le soltó arqueándole las cejas y haciendo gala de esa sonrisa de dientes faltantes.
—Cuéntame —concedió la princesa al corresponderle el gesto afable, se acercó más a su amiga, acomodándose de tal forma que pudiera observar fácilmente las páginas por sobre el hombro de la menuda morena.
—Bueno, había una vez una hermosa doncella llamada Amatista, que era una ninfa —leyó Kyla con habilidad.
—¿Qué es una ninfa? —soltó Elsa enarcando las cejas.
—Es un espíritu de la naturaleza con forma de mujer —le dijo Kyla, señalándole un dibujo de una bella joven con cabellos verdosos como el musgo y piel grisácea parecida al color de las piedras claras que se encuentran a las orillas de los ríos.
—Oh, ya veo, continúa —la instó Elsa, apoyando la barbilla en su hombro. Kyla le sonrió con las mejillas sonrosadas, pero se aclaró la garganta para complacer el pedido de su princesa.
—Un día se enamoró de ella el dios del vino, Baco.
Elsa arqueó las cejas, observando la ilustración del aletargado y regordete Dios de piel rojiza que sostenía una copa de oro en la mano.
—¿Por qué hay un dios del vino? —inquirió con extrañeza.
—No lo sé —contestó la morena, encogiéndose de hombros —tal vez es importante para los griegos. Los adultos siempre están alzando sus copas y eso.
Elsa lo sopesó, ladeando la cabeza, intentando recordar las fiestas y los brindis, terminó asintiendo para sí misma como si aquello tuviera razón de ser.
—Sigue —le dijo, empujándola con el codo, mientras la morena cambiaba la página.
—Amatista no quería a Baco, y les rezó a los dioses, que la salvaran de sus galanteos —leyó la sureña, mientras Elsa exclamaba que ignoraba totalmente que a los dioses se les pudiese rechazar. Kyla giró los ojos, pero torció las comisuras de los labios mientras proseguía con la lectura—. Ellos la escucharon y la convirtieron en una fría estatua de cristal.
Las niñas exclamaron chistando con los dientes apretados, pero Kyla se recuperó rápidamente para darle fin a la historia de manera profesional.
—Baco, en su enojo, le echó su copa de vino encima, lo que la pintó de morado, y cuando se dio cuenta de lo que había hecho, sintió pena y le concedió el don de la sobriedad; por eso dicen que esa piedra protege de los males del alcohol.
La pequeña germana le mostró la ilustración a la princesa, quién arrugó la frente, sumamente contrariada.
—Pero que cosa más rara, ¿quién querría convertirse en una figura helada que no puede sentir nada?
Kyla curvó sus labios en una media sonrisa ensimismada, se tanteó el mechón negro que le descansaba sobre el pecho.
—Quien sabe —soltó misteriosamente arqueándole las cejas—. Tal vez Amatista tenía un amor por quien valía la pena hacerlo —la morena cerró el libro y lo dejó sobre el pasto, estiró los brazos, recargándose contra el tronco del árbol a su espalda—. Supongo que nunca lo sabremos.
—Supongo que no —corroboró Elsa colocándose a su lado.
La princesa y la extranjera se quedaron un momento en silencio, escuchando los sonidos propios de esa floresta en el verano, observándose de reojo mutuamente cuando creían que la otra no lo notaría. Sus corazones palpitaron de manera peculiar cuando se tomaron de la mano, pero ninguna lo mencionó al no ser capaces de comprender el motivo de aquellas reacciones de sus cuerpos.
—¿Quieres ir a las cocinas por pastel? —soltó Elsa de pronto atropelladamente para librar esa tensión. Tragó saliva, componiendo mejor su discurso. —Hornearon kladkkaka, lo pedí especialmente para ti, apuesto a que Anna ya está ahí robando krumkakes.
Kyla le sonrió de oreja a oreja y le asintió efusivamente.
—Por eso me gusta venir a visitarte —le dijo relamiéndose.
—Y yo que creí que en verdad significaba algo para ti —exclamó Elsa, escandalizándose falsamente—. ¡Eres la peor amiga del mundo!
—¡La peor! —le soltó Kyla sacándole la lengua, mientras se ponía de pie en un salto y ya corría, alejándose de ella.
Las niñas se rieron, entre carcajadas y gritos, se corretearon hasta que abandonaron los jardines, perdiéndose tras los muros del palacio.
...
—Te ves terrible —soltó Anna involuntariamente cuando vio entrar a Kyla en la biblioteca, se levantó rápidamente de su silla para ayudarla a cargar los libros que llevaba encima.
Anna no había visto mucho a la sabia en las últimas semanas, desde que había estado metida en el chisme de su altercado en los muelles y Elsa la había castigado poniéndola a estudiar, prohibiéndole de paso los cuchicheos con los sirvientes. La abnegada hermana menor se la había pasado con la nariz metida en sus estudios desde entonces y no en las habladurías de la corte.
Claro que algunas mañas eran difíciles de superar.
La joven princesa seguía enterándose de una que otra cosa y se entretenía llegando ella misma a sus propias conclusiones cuando se aburría. El rumor más reciente contaba que la regente de Arendelle se encontraba muy apurada porque las negociaciones con la emisaria de Corona habían quedado suspendidas de manera indefinida debido al delicado estado de salud que había imperado en la sabia blanca desde su "accidente" Algunos mandatarios urgieron medidas diplomáticas para evitar conflictos con la nación vecina y en la Academia se manejó el asunto con un hermetismo que sólo contribuía a que las preguntas y sus posibles explicaciones fueran lanzadas al aire.
Pero Anna sabía que la verdadera razón de la conmoción era que a su hermana le histerizaba que su hjerteveninna (buena amiga) y consorte tuviera problemas de salud y no mejorara para nada.
Por eso cuando se le presentó la oportunidad, le giró un recado a la extranjera por medio de Kai para pedirle asesoría con unos temas que no le entraban en la cabeza, con la promesa de una kulibiak (empanada de salmón y espinacas) para ella sola y una pinta de Ale.
No se sentía tan mal porque en parte era verdad, le gustaba conversar con la sabia y a Kyla le encantaba la comida, ese era un arreglo en el que ambas salían ganando.
La morena se apoyó en su bastón de pomo de oso, le sonrió cansadamente a la pelirroja muchacha cuando le cedió de buena gana el peso de los volúmenes de pasta dura que estuvo llevando bajo el brazo.
—Siempre es bueno recibir adjetivos de parte de la realeza sin importar su naturaleza, princesa —le contestó con el entusiasmo que la caracterizaba.
Anna puso esa cara que hacía cada que se daba cuenta que se le había ido la lengua y de inmediato se puso a gesticular.
—Bueno, no me refería a ESE tipo de terrible —le aclaró pasándose el pelo tras la oreja—, pero quizá si un poco porque bueno, Gunnar había dicho que tu cara había quedado muy mal y sin embargo creo que se ve muy bien, aunque claro que has tenido menos sombra bajo los ojos, más color en las mejillas, y mejillas para este caso, ¿estás un poco disminuida?… ¡y no es que antes hubieras estado gorda, para nada!, es solo que… ah…
La muchacha emitió un gemido humillado, se fue corriendo a su silla y escondió el rostro (del que solo se apreciaba la roja frente) detrás de un libro que abrió al revés. Kyla soltó su risa contagiosa, tomó asiento frente a ella, en la larga mesa cubierta de libros y pergaminos.
—Está bien, Anna —le dijo tranquilamente, dedicándole su sonrisa comprensiva—. Sé que tú también te has preocupado por mi bienestar.
La princesa asomó un ojillo turquesa fuera de su escondite, asintió ligeramente inspeccionando el semblante amable de la mirada amatista que la observaba y le guiñó furtivamente cuando la atrapó en el acto.
—Encuentro increíble que estando bajo el mismo techo, tengamos oportunidad de encontrarnos tan poco —dijo Anna en voz queda, mientras la sabía le asentía en disculpa—. No, no, está bien, sé que todos tenemos que cumplir obligaciones aquí. Elsa era mi vecina de puerta y casi no cruzábamos palabra nunca. Al menos desde que estás aquí se ha vuelto más amable.
—Me alegra saberlo. Ella te quiere mucho, Anna —le aseguró la sabia tomándola de los dedos. Giró los ojos y gesticuló con una mano como si estuviera buscando mentalmente las palabras adecuadas a usar—. Es sólo que a ella se le dificultan ciertas cosas. Pero no eres tú —añadió inmediatamente cuando la pelirroja pareció decepcionarse—. Definitivamente es Elsa la que tiene problemas todavía para sobrellevar sus obligaciones y sus miedos —dijo la morena haciendo un gesto de fastidio al tiempo que se ponía a morderse la uña del pulgar, como si estuviera pensando en una serie de cosas desagradables.
Anna torció las cejas como si no comprendiera muy bien por qué razón su hermana podría llegar a temerle, pero asintió en conformidad mientras la sabia le dedicaba una inclinación de cabeza y se ponía a revisar el montón de hojas que aferró entre sus largas manos. Kyla movía los labios silenciosamente mientras leía y pasaba las páginas, haciendo algunas a un lado, o anotaciones en otras, asintiendo cuando algo le parecía y negando y arqueándole la ceja a la princesa cuando algo no tenía sentido para nada. Anna se cohibió en su asiento y se enredó las trenzas porque ciertamente no había sabido qué esperar con la morena haciéndola de su tutora. No la había conocido bajo una luz seria jamás en la vida, pero comprendió que si ostentaba el medallón que le pendía del cuello desde los quince años, tenía que haber sido por algo.
Kyla se puso a explicarle lo que erróneamente se seguía llevando a cabo en varios países feudales con el régimen mercantilista que no aprovechaba la capacidad de importación con el fin de invertir y en la necesidad de regular los metales imperantes en el continente. Estaba haciéndole un diagrama en el que desglosaba la idea general de los aranceles de los principales socios comerciales de Arendelle cuando llamaron a la puerta, Anna casi saltó de alegría por la interrupción. Al final resultó ser Kai el que se coló a la habitación, llevando un carrito con bocadillos, una jarra de cerveza espumosa y el prometido kulibiak. El mayordomo miró ceñudamente a la morena, reclamándole silenciosamente que no se encontrara descansando, pero esta se encogió de hombros como si no hubiese tenido alguna otra opción, aunque no intercambiaron palabras al respecto. Kai se retiró una vez les dejó servida la mesa. Kyla suspiró, sabiendo que aquello le iba a causar problemas más adelante.
— ¿Y qué tal han ido las cosas con mi hermana? —le preguntó Anna sacándola de su ensimismamiento.
Anna empujó la charola con la empanada caliente hacia la sabia y le acercó casualmente el vaso con el líquido ambarino. La morena arqueó las cejas, pero aceptó de buena gana la bebida, humedeciéndose con ella la garganta.
Exhaló placenteramente relamiéndose.
—Oh, ¿Así que estos eran los verdaderos motivos? —soltó Kyla curvando los labios, celebrándole la treta a la pelirroja. Deslizó los dedos por la madera para afianzar su tenedor y llevarse comida a la boca. —Te reconozco que son mejores los interrogatorios cuando te brindan alimentos. Si Ozur hubiera recurrido a tus modos, le habría declarado todo lo que pasó en los muelles con mayor facilidad.
—¿Qué fue lo que sucedió con eso? —chilló Anna, muriéndose por escuchar la respuesta directamente de la indiferente morena que se entretenía masticando el relleno de salmón y vegetales de un enorme bocado.
—Me arrestaron por dejar manca a una basura que ya debe estar ahora boca abajo en una fosa común, no lo sé. No me importa —declaró la sabia dando otro sorbo a su cerveza.
—¡Entonces sí fue cierto! —exclamó la princesa jalándose las trenzas—. ¡Dioses!, ahora tengo que pagar en las cocinas, las apuestas corrían doce a una... Yo creía en tu inocencia por el cargo.
—Estaba borracha —repuso Kyla, mintiendo con simpleza.
Anna miró el vaso de licor casi vacío frente a la extranjera y lo hizo a un lado disimuladamente.
—Creo que deberíamos cambiar esto por jugo de lingonberry.
Kyla se sonrió y continuó devorando su empanada rellena en lo que la pelirroja le servía esa inofensiva agua de frutas.
—Todo está bien entre Elsa y yo —le informó Kyla, limpiándose las migajas del cabello revuelto a la altura de su cuello—. Es todo esto muy nuevo para nosotras, pero, nos las arreglamos. Tu hermana es muy buena conmigo y quiero pensar que yo lo soy con ella.
Anna sonrió tímidamente imaginando algo como eso. Elsa dejándose cortejar, abriéndose por primera vez con alguien a lo desconocido, acortando distancias con esa galante morena, suspirando frágilmente arropada entre sus brazos.
Aún no podía hacerse a la idea completamente (y eso que había sido testigo), pero no le cabía duda que le emocionaba cada vez más la idea de enamorarse algún día de esa forma con un apuesto príncipe que le pidiera la mano en matrimonio.
—¿Y ustedes ya...
—¿Crees que te voy a contar sobre eso cuando me separaste de mi cerveza? —le inquirió la morena, burlonamente agitándole el tenedor en la cara—. No señor, además tu hermana me mataría, no deberías estar haciendo estas preguntas. ¿Qué edad tienes? ¿Trece?
—¡Tengo dieciséis! —soltó la pelirroja, ofendida—, y te recuerdo que durante algún tiempo fui más grande que tú.
—Alcanzar tu cumbre a los ocho años no debe ser motivo de orgullo —soltó Kyla cruzando la pierna y recargándose en su respaldo—. Creo que será mejor evaluarte y darte por pérdida como material real de una vez por todas, princesa.
Anna le dedicó un mohín, pero al final ambas se rieron.
Se pasaron el tiempo conversando alegremente y aclarando dudas académicas de manera ocasional. Era muy extraño, pero le parecía que todo lo que Kyla le explicaba tenía el mayor de los sentidos cuando ella se lo exponía (con sus analogías sencillas y sus comentarios divertidos entre textos). Se estaba volviendo eso la mejor sesión de estudio que la pelirroja princesa pudiera recordar; aun así Anna no pudo dejar de notar que Kyla se veía de cierta forma más frágil, sus modos enérgicos habían sido sustituidos por leves movimientos que parecía agotarle realizar, la veía pálida y con la piel brillante como si estuviera pasando un calor asfixiante, y luego estaba esa espantosa tos que le hacía silbar el pecho y quedarse sin aire.
Anna ya estaba por despacharla preocupadamente a su alcoba cuando Elsa se apareció jadeante y sin gracia como si hubiera llegado hasta ahí, corriendo desde su oficina.
La sabia y la pelirroja sólo pudieron quedársele mirando en confusión.
—Se supone que tu estabas en cama, Kyla —soltó la regente con un gesto amenazante. Extendió la mano señalando hacia la puerta—. A tu habitación, ahora —le ordenó con seriedad.
Kyla se sonrió y se levantó despacio, aferrándose a su bastón, se disculpó con Anna al tiempo que esperaba haberle despejado todas sus dudas, a lo que la pelirroja añadió sus propias disculpas al afectar su reposo. Kyla les dedicó una ligera reverencia a las princesas antes de mirar a la tensa regente de soslayo y desaparecer tras la fina puerta de madera.
Elsa suspiró llevándose la mano enguantada a apretarse las sienes.
—No sabía que Kyla no podía estar aquí, Elsa, en verdad —le soltó la pelirroja tímidamente—. Estaba yo misma por enviarla a sus aposentos cuando llegaste.
—Está bien, Anna. Sé que es así —le dijo la rubia en un suspiro.
—¿Está muy mal? —inquirió Anna, levantando sus notas. Frunció el entrecejo al percatarse de la irregularidad en los trazos de la letra de la sabia—. Estuvo tosiendo mucho y parece afiebrada.
—Ha estado un poco débil —admitió Elsa de manera incómoda sin dar más detalles—, pero dada su naturaleza impertinente, se torna difícil de cuidar. La carraspera le viene por su abuso del tabaco, pero no es como si pudiera dejar de fumar... —Elsa volvió a tocarse la frente, doliéndose de una posible migraña—. Es complicado —concluyó con cansancio.
Anna se mordió los labios, insegura de qué tipo de palabras podría brindarle a su hermana sin ponerla sobre aviso respecto a su conocimiento de su relación sentimental con la morena. La muchacha se aclaró la garganta, conteniéndose todo lo que pudo de avanzar hacia Elsa y simplemente abrazarla para expresarle que ella también podía preocuparse por Kyla a su lado. Se recogió un mechón de cabello tras la oreja en su lugar y se encogió ligeramente en su sitio.
—Ya verás que se recupera pronto —le dijo en voz queda.
Elsa se enderezó con rigidez, se cruzó de brazos de manera retraída. Miró a Anna de reojo antes de encaminarse rumbo a la salida de aquel espacio.
—Sigue estudiando, haré que te examinen pronto.
Anna la miró alejarse y bajó la vista, sintiendo que su hermana una vez más le cerraba la puerta en la cara por elección propia.
...
Fue duro sobrellevar los efectos del opio que Kyla verdaderamente parecía necesitar tanto, fuera lo que fuera lo que le había pasado para requerirlo en primer lugar, la joven sabia ya no era muy capaz de soportar vivir sin él.
Kyla dormía entre sus vapores al menos tres veces por semana y padecía la ausencia de la droga el resto del tiempo. Elsa la encontraba desorientada en su propia alcoba con más frecuencia de lo que le habría gustado, echada en el lecho o sobre la duela, con los dilatados y vidriosos ojos violetas fijos en la nada, aletargada en ese sueño momentáneo en el que intercambiaba el dolor para tornarlo en placer y que la azotaba de manera tan terrible cuando la regresaba a la realidad, con los reflejos entorpecidos y la boca seca con el sabor amargo del humillante reflejo vomitivo que la acompañaría por el resto del día, hasta que los efectos analgésicos de la hierba se perdieran y los temblores y la ansiedad la empujaran a fumar de nuevo.
Era doloroso para Elsa verla derrumbarse de esa forma. Su aguerrida morena se le desvanecía entre pedazos de pasta calcinados contra los que no podía pelear. En sus momentos lucidos, la morena parecía brillar tenuemente con los destellos de la Kyla de siempre, pero cuando el cuerpo comenzaba a exigirle alivio, se transformaba en algo muy distinto. No era algo terrible y amenazante como habría podido sugerirlo su tamaño y complexión, sino todo lo contrario. Kyla se encogía de miedo, víctima de terrores que no estaban presentes y contra los que no podía protegerse. A Elsa le atemorizaba estar comenzando a perder su dominio sobre el hielo, pues cuando su sabia se contenía temblorosa en esos ataques de pánico, el frío y la escarcha se apoderaban de la habitación sin que ella pudiera hacer algo para remediarlo. Ante el despliegue invernal, su propia ansiedad la hacía asustarse y salir corriendo en busca de Gerda, abandonando a la extranjera, pues creía firmemente que de mantenerse a su lado cabía una gran posibilidad de lastimarla.
Elsa se apoyó con Kai y Gerda todo el tiempo hasta que aprendió a cuidar de la sabia y a distinguir cuando cruzaba por los peores momentos, que eran cuando el dolor la enceguecía y no le daba cuartel ni siquiera con el opio. Kyla caía frecuentemente en la desesperación y entonces desaparecía y había que buscarla durante horas. La morena se acurrucaba como un animal herido, doliente en algún rincón oscuro, en donde se apretaba y mordía los nudillos o se hacía algún otro daño para atenuar la intensidad de lo que padecía, hasta que la tos le sobrevenía y la hacía caer desmayada sobre el lodo o en el escondrijo al que se hubiese metido, en donde llorar, gritar y maldecir no fueran notados por nadie dentro del palacio.
Kyla bajó mucho de peso en todo ese tiempo, vomitaba casi a diario y el dolor y el cansancio no le permitían comer o recuperar las fuerzas. Elsa la urgía a llevarse alimento a la boca, a lo cual la sabia obedecía entre débiles temblores solo para devolverlo todo más tarde. El sueño la evadió angustiosamente y las pesadillas se hicieron cada vez más recurrentes. La regente abrazaba con fuerza a su amada entre sus delirios afiebrados hasta que la pobre perdía el conocimiento y entonces ambas podían descansar algunas horas. A Elsa le partía el corazón verla sufrir de esa forma tan alienada, aún más le pesaba no ser capaz de hacer algo para ayudarla fuera de simplemente adormecerla para atenuarle la agonía.
Era bajo los influjos del opio en los que más le costaba contenerla, pues con la mente embelesada por los olorosos vapores era cuando la sabia se perdía con más ansia en la pretensión de poseer a su princesa de hielo, pero Elsa le frenaba los deseos al desconocerla. No creía correcto aprovechar la vulnerabilidad de la doliente morena cuando se encontraba perdida de esa forma, tan impulsiva y ausente.
Cuando eran casi incapaces de reconocerse.
Elsa despertó al sentir que Kyla se agitaba a su lado, aún en la oscuridad era plenamente capaz de identificar los terrores nocturnos que asaltaban a la morena. Le sujetó los brazos contra el delgado torso cuando se puso a manotear, retorciéndose en su confusión.
— ¡No!, ¡No, por favor! ¡Ya basta, piedad! —jadeaba aturdida con la piel caliente y sudorosa.
—Tranquila, Kyla. Despierta, cariño —le susurraba la regente entre forcejeos—. Tienes que despertar.
El cuerpo de la sabia se arqueó rígidamente por un momento en el que todos sus músculos se tensaron hasta que se le remarcaron las venas bajo la piel, apretó los dientes conteniendo un gruñido gutural para luego desplomarse desvalidamente en el colchón, donde se hizo un ovillo, apretándose el pecho al comenzar a tiritar. Elsa la abrazó protectoramente acariciándole la espalda doblada.
—¡Llévame ya!... —sollozaba atormentada—. Por favor... ¡Ya no puedo resistirlo!
—No digas eso, Kyla —susurró Elsa de manera afligida pronunciando su abrazo—. Aguanta, se pasará. Ha sido un sueño.
La morena deslizó sus manos trémulas para aferrar la tela del camisón de la monarca.
—No más... —le jadeaba débilmente en la oreja—. No más...
Elsa se mordió el labio y enterró los dedos entre mechones azabaches, sosteniéndola por la nuca y la cintura sin tener idea de qué otra cosa debía hacer para confortarla.
Kyla comenzó a llorar desconsoladamente sobre su hombro, humedeciéndole la tela y la piel a la apenada regente que la afianzaba.
—Nana, ayúdame —le suplicaba—. No sé cómo salir de aquí, me he perdido en este horrible bosque infernal... todo es inmenso y está…
…congelado…
Elsa arqueó las cejas, sujetó a la morena por los hombros, la alejó un poco para tratar de mirarla a la cara, pero esta parecía seguir durmiente.
—¿De qué hablas, Kyla? ¿De cuál bosque estás hablando?
—...Waldriesen... (el bosque de gigantes) —respondió ella con los ojos en blanco.
Elsa arrugó la frente, pero meneó la cabeza, pasándole la palma helada por la frente ardiente.
—No temas, amor mío. Estás a salvo en Arendelle. Nada de lo que te acecha te alcanzará aquí.
Kyla parpadeó, comenzó poco a poco a reaccionar a su voz, enfocó la vista para distinguirla mejor.
—¿Elsa?... Elsa, mein Schatz… —resopló con alivio al colocarle los trigueños dedos en la mejilla.
—Sí, soy yo, cariño —le dijo apartándole el cabello húmedo que se le aplastaba en la cara a la endeble muchacha.
—E–es tut mir leid... meine Königin. (Lo siento mucho, mi Reina.) —susurró la sabia apagadamente.
—Tranquila, Kyla. Te tengo.
—Die Prophezeiung... (La Profecía) —le dijo entre jadeos—. Elsa... Bitte vergib mir. (Elsa... Por favor, perdóname)
—No sabes cuánto significa para mí que lo intentaras —la acalló empujándola cuidadosamente para tumbarla nuevamente sobre el lecho—. Pero debes calmarte, descansa por hoy.
—Ich habe einen schrecklichen Fehler gemacht. (Cometí un error terrible) —balbuceó Kyla con la mirada perdida, como si estuviera volviendo a adormecerse.
—No hiciste nada mal —le aclaró Elsa, cubriéndola con las mantas.
Kyla temblaba y tensaba la mandíbula. Las lágrimas se le escapaban de los ojos cerrados que apretaba con fuerza como si tratara de ocultarle a la regente esa debilidad.
—Ich sterbe... (estoy muriendo) —Jadeó la sabia débilmente.
Elsa se cubrió la boca con la mano, sus propias lágrimas le nublaban la mirada azul cobalto mortificada.
—No digas tonterías... no pienso permitirlo, sea lo que sea que hayas hecho, amor. No voy a dejarte ir. No vas a morir hoy.
—Der Jäger... (el cazador) —soltó Kyla exhalando nubecillas de humo que flotaron en el helado ambiente.
—¿Quién es él? —exigió saber Elsa desesperadamente —¿Es tu ejecutor o es que acaso puede ayudarte?
—Yo... No lo sé... —respondió ensimismada, apretando las sábanas entre los dedos, una lágrima le bajó por la mejilla.
El hielo comenzó a reptar por la cama, rodeando a la morena, trepando por el dosel y las paredes. Elsa se apartó como si aquello le hubiese hecho daño, ese poder indómito y traidor. Miró a lo lejos cómo su amada perdía lentamente la conciencia, envuelta en vaho y escarcha brillante.
—Es ist so kalt... (Hace tanto frío) —suspiró Kyla antes de ladear la cabeza que quedó exangüe sobre la almohada.
Elsa salió de la habitación y se alejó corriendo nerviosamente hasta encontrarse llamando a la puerta de su ama de llaves, que salió presta a auxiliarla. No tuvo el valor para regresar a su cuarto, por lo que se metió a su despacho, en donde se puso a dar vueltas de manera intranquila hasta bien entrada la madrugada.
Cuando tocaron a la puerta ella estaba tumbada en el sillón, con la vista fija en el techo mientras repasaba los delirios de su sabia y trataba de encontrarles algún sentido. Fue Kai quién se acercó con lentitud y le pidió el permiso de sentarse a su lado cuando se hubo enderezado, el hombre inspeccionó el bolsillo interior de su saco, le entregó un pergamino doblado a la regente que lo miró con extrañeza cuando se dispuso a extenderlo.
—Su padre me habría matado por enseñarle estas cosas, su alteza —le dijo, con un miedo reverente impregnándole la voz—, pero creo que deberíamos agotar todas las posibilidades antes de dar por perdida a lady Frei.
Elsa torció las cejas, miró el contenido de aquel pliego, en donde se leía el pasaje de algún texto en nórdico antiguo.
—¿Qué es esto, Kai? —exclamó la muchacha sin comprender de lo que se trataba aquello.
—Imagino que usted sabe qué es el Galdrabook —repuso el mayordomo en voz muy baja.
Elsa lo pensó por un momento, se mordió el labio sopesando la respuesta.
—Es un libro de magia —razonó Elsa, recordando haber leído sobre eso alguna vez—. El más antiguo de los textos de hechicería vikinga —recorrió con la mirada la página que parecía haber sido arrancada de algún lado—, pero ¿cómo has conseguido esto?
Kai se agarró las grandes solapas verdes de manera incómoda, le señaló a Elsa una parte del pergamino que estaba ilustrada con diferentes símbolos, grabados en el material con gruesas pinceladas.
—Esto es lo que debe interesarle a usted —le respondió como evasiva.
La regente estudió las marcas, parpadeó en su estupefacción al reconocer de lo que se trataban.
—Estas son runas —soltó en su impresión.
El mayordomo asintió, corroborando sus pensamientos.
—Es magia rúnica, sí, muy compleja de ejecutar —le dijo, sacándose el pañuelo del bolsillo que se pasó por la brillante frente—. Pero usted tiene magia y la señorita Frei también, quizá podría ayudarles en estos momentos de necesidad.
Elsa se inclinó sobre el papel, lo estudió ceñuda. Tenía sentido pensar aquello. Kai se aclaró la garganta para explicarle.
—Estos símbolos que ve en esta parte, son los talismanes que protegen al amor, son distintos dependiendo del género del receptor y el invocador, ¿lo ve? Este es el de mujer a mujer.
Elsa abrió la boca, pero comprobó que aquello era cierto, las marcas eras distintas y correspondían a las relaciones de mujer y hombre, pero incluía a las del mismo sexo también. Clavó los ojos cobaltos de manera intensa en la que le correspondía. Dos triángulos intersectados se dividían por el medio con una línea que permitía que se formaran seis triángulos de menor tamaño en el interior. Visto desde una manera más práctica, se asemejaba mucho a la apariencia que adoptaban las cintas de las botas cuando se tensaban sobre el empeine. La regente miró a su sirviente con una extraña emoción agitándosele en el interior.
—¿Y qué debo hacer con él? —inquirió, sintiendo de pronto la boca seca.
—Debe hacer que su amor lo porte —respondió Kai, solemnemente—. Grabarlo con sus propias manos, usando algo que le pertenezca solo a usted, hacer que lady Frei lo use y pedirle a Freyja por su gracia y protección. Es la única que puede interceder en los asuntos de los amantes. Pero debo advertirle, alteza, que en pareja se han de vivir las fortunas y las adversidades. Piense muy bien si unirá con magia lo que sea que el destino les depare por separado.
Elsa dobló nuevamente el pergamino, se lo guardó en el bolsillo, se retiró velozmente, soltándole un distraído agradecimiento al mayordomo.
Deambuló por los pasillos oscuros en busca de la puerta de la habitación en la que durante meses se estuvo hospedando su sabia.
La regente encendió una vela y se puso a rebuscar entre las pertenencias de la joven extranjera, resultaba mucho más sencillo visualizar todo en la pieza, que, si bien antes había sido un caos, ahora parecía encontrarse perfectamente organizada. Elsa se enfiló a la mesa copista del rincón en donde descansaban las herramientas de Kyla y sacó de un alfiletero una aguja grande con las que la sabia solía traspasar el cuero de sus confecciones. La princesa se giró y descolgó de la percha cercana a la puerta, la capa blanca con el emblema del sol que la morena vestía todo el tiempo. Elsa se sentó en la cama vacía de la sabia y repasó lo que Kai le había dicho recién.
Había sido testigo de la magia que existía en el mundo desde que tuvo capacidad de razonar y si podía hacer uso de su poder para salvar a su amada de alguna manera. Lo iba a intentar.
No había razón alguna para dudarlo.
Elsa se deshizo la trenza y separó sus mechones, se arrancó hebras de largo y fino cabello platinado que fue deslizando en la aguja y bordó con paciencia en la tela de la capucha de esa capa blanca que sostuvo en su regazo por horas, rezándole a la diosa del amor hasta que hubo terminado de plasmar la runa mágica a la perfección.
Subió a su propia alcoba en donde Kyla se había quedado bajo el cuidado de Gerda y arropó con el prístino manto a la débil muchacha que yacía convaleciente, se recostó a su lado, tomándola de la mano hasta que el cansancio se fue apoderando de su cuerpo.
El cielo estaba clareando al momento que finalmente se durmió.
Elsa miró la nieve que crujía bajo sus pies frunciendo el entrecejo. Un viento salido de la nada le agitaba los cabellos y copiosos copos de nieve la golpeaban en la cara. Se observó las manos para percatarse en su sorpresa que una cuerda brillante de color blanco le pendía de la muñeca y no la podía aflojar. Finalmente decidió seguirla y averiguar a dónde podía conducirla. Elsa deambuló por un paisaje inhóspito y salvaje, todo cubierto de escarcha maciza, siempre invernal, oscurecido pese a la blancura que lo cubría todo. Alzó la cabeza en varias ocasiones para estudiar los témpanos y los árboles congelados que se alzaban como montañas, haciéndola sentir diminuta, pero se mantuvo concentrada en llegar al otro extremo de la línea que tiraba de su mano. Caminó con más entusiasmo cuando percibió huellas grabadas en la nieve y se puso a correr cuando distinguió una silueta a lo lejos que se fue haciendo más perceptible con cada paso que acortaba.
Tuvo que detenerse en seco cuando se dio cuenta que aquella sombra oscilante y temblorosa era Kyla siendo tan solo una niña. El otro extremo de la cuerda luminosa se hallaba atado en su mano derecha, aunque la infante parecía no tomarla en cuenta.
La pequeña tiritaba y se frotaba los antebrazos con la nieve cubriéndole las rodillas, llamaba a su abuela y a sus padres cuando jalaba el suficiente aire y se sentía con las fuerzas para expulsarlo. Elsa caminó a su lado, pero si la niña se dio cuenta de eso, no lo demostró. La regente le dirigió algunas palabras y preguntas, pero Kyla no parecía reaccionar, así que dedujo que la pequeña no podía verla ni escucharla.
La princesa se distrajo de eso cuando la niña se detuvo y miró el piso que de pronto se había oscurecido, formando una gran mancha a su alrededor. Alzó la cabeza para atestiguar como una sombra gigantesca se cernía sobre ella y lo único que le permitió, fue emitir un chillido agudo que se convirtió en un grito desgarrador.
Elsa abrió los ojos de pronto para encontrarse con la luz del sol pegándole en el rostro cansado, parpadeó lentamente comprobando que estaba en su cama, despertando de alguna especie de sueño. Se observó la mano que no exhibía ningún lazo brillante atado a su muñeca. Se giró para ver como Gerda estaba sentada junto al lecho, extendiéndole una cucharada de sopa caliente a Kyla, quién estaba sentada con varios almohadones en la espalda soportándola, masticando un trozo de pan. La morena llevaba la capa puesta y le sonreía con cariño.
—Elsa, mein Schatz. Creo que eres una hechicera blanca y no una seiðr. Me has traído de vuelta a la vida.
Elsa comenzó a reírse nerviosamente y luego a sollozar de felicidad. Se movió a gatas para alcanzar a la morena, la abrazó y besó en los labios completamente fuera de sí, sin importarle haberlo hecho frente a su contrariada ama de llaves que se levantó y les informó sin volverse que las dejaría a solas de manera indefinida hasta que volviesen a necesitarla.
Las muchachas se separaron sobresaltadas al escuchar la puerta cerrarse, pero suspiraron y se miraron entre sí con profundo alivio y alegría. Elsa acarició los mechones negros que escapaban de la blanca capucha que le cubría la cabeza a Kyla. La sabia curvó los labios con embeleso, notando el afecto que le brillaba a la regente en la mirada.
—Gracias —le dijo con la dicha inundándole el macilento semblante.
Se abrazaron fuertemente y se besaron como si aquello se tratara de una nueva oportunidad otorgada por los dioses.
Una que no debía desaprovecharse.
Elsa suspiró, pensando que los próximos festivales dedicados a Freyja debería declararlos fiestas nacionales.
Así fue como por obra de un milagro, Kyla mejoró.
De pronto la sabia volvía a ser la luz del sol, como si la nebulosa que la había estado consumiendo incansablemente se hubiese disipado en el aire. Kyla fue dejando de precisar el opio a medida que su recuperación le devolvió las fuerzas perdidas con increíble rapidez. La meditación y el estudio, así como las comilonas nórdicas altas en proteínas y las constantes horas de actividad física fueron el sustituto de esas angustiosas sesiones de drogas y medicinas que le fueron devolviendo a la morena un aspecto saludable y vivaracho que Elsa no recordaba haberle visto ni siquiera cuando la sabia arribara al reino por vez primera en el verano.
Resultaba extraño verle a Kyla el rostro liso y sin sombras, la regente se avergonzó a sí misma en más de una ocasión perdiéndose dentro de esa contemplación amatista intensa y espabilada que le prometía silenciosamente y con descaro enloquecerla en el lecho en cuanto le diera la oportunidad de hacerlo. Elsa habría jurado que hasta el indómito cabello azabache parecía más brillante y sedoso de lo normal.
Sus sesiones en la alcoba se tornaron apasionadas e insaciables faenas que luego Elsa se hallaba ponderando distraídamente al día siguiente con las articulaciones doloridas y sus partes íntimas sensibles, acalorándose fácilmente cuando llegaba a cruzar algún furtivo galanteo con la impertinente morena que se las ingeniaba para pasarle por delante cargada de pergaminos con sellos reales, y le dedicaba una mirada lasciva, perdiéndose después al torcer en algún rellano dejándola entusiasmada y confusa. ¡Oh, pero cómo disfrutaba Elsa cuando lograba darle caza y la hacía suya en esas noches agitadas! Se sentía con frecuencia haber soltado las amarras de una bestia que le resultaba fascinante poseer y sólo le era fiel a ella y su mandato. Aferrada a la fuerte espalda de la morena que le mordía el largo cuello, en la jadeante ondulación que compartían en la oscuridad, le era imposible dejar de pensarlo.
Dicha aparte le proveía a Elsa observar a su sabia cuando la visitaba en la academia de la Luna y la encontraba correteando y dando de saltos en la plaza de armas, flexionándose y cargando su peso en diferentes estructuras como si fuese un gato que hubiera extrañado mucho moverse con semejante libertad, su risa musical la estremecía y los atléticos movimientos que realizaba bajo el sol que le calentaba la piel la hacían suspirar. No había notado hasta ese entonces que Kyla parecía poseer una energía incontenible, como la de un niño que no se cansa nunca de curiosear, o quizá un pequeño huracán. Hasta los pequeños que acostumbraban frecuentarla a cambio de historias y golosinas encontraban difícil seguirle el paso.
—¿Le apetece tomar un respiro, estimada sabia? —canturreó Elsa bajando los escalones rumbo a la plazoleta en la que Kyla efectuaba una serie de movimientos con su bastón, maniobrando con él como si se tratara de una espada corta y se enfrentara a contrincantes invisibles—. Traje hidromiel con manzana —añadió levantando ligeramente la canasta que cargaba entre las manos para tentarla—. Oh, no sabía que podías usarlo para eso —exclamó cuando la morena golpeó un poste de madera en dos puntos distintos para luego girarse y rematarlo con el codo—. Parece efectivo.
Kyla se secó el cuello y el rostro con un pañuelo que se sacó del bolsillo y caminó hacia la princesa sonriendo alegremente.
—Es esgrima de bastón, o "La canne" —dijo pomposamente imitando el acento francés—. Es muy popular en las salas de boxeo de Savate —explicó encogiéndose de hombros—. Te brinda elegancia y protección —dijo como si estuviera leyendo un folleto mientras se golpeaba el talón con la punta del bastón que rebotó con gracia hasta retornar a su mano.
—Salas de boxeo, ¿eh? —se burló Elsa, extendiéndole la canasta a la sabia que la tomó fácilmente ente los largos dedos.
—No me hagas tener que demostrarte mi gancho, princesa —advirtió Kyla sirviendo los tragos que colocó sobre la barra de piedra en la base de la escalera —. Yo soy un ser pacífico por naturaleza.
—No es lo que se lee en tus expedientes —sonrió Elsa, arqueándole una ceja de forma reprobatoria —Ozur te hizo ver como toda una proscrita cuando negocié tu liberación de confinamiento solitario. Y la verdad pudo quedar peor documentado todo el asunto —le advirtió meneando su copa de hidromiel antes de darle un sorbo. No quiero ni pensar en lo que me reclamaría tu abuela.
—Ah, de todos modos, nunca aparecen mis interesantes hazañas en los libros con mi nombre —se lamentó Kyla, dando un manotazo al aire. La sabia soltó un pequeño chillido al comprobar que la regente también había empacado emparedados de venado.
—¿Las tienes? —preguntó Elsa con interés.
Kyla se encogió de hombros con la boca llena de carne. Elsa meneó la cabeza en completa resignación.
Se quedaron un rato en silencio, disfrutando los bocadillos y la bebida refrescante que les endulzaba los paladares. Kyla arqueó las cejas cuando notó la manera en la que Elsa desviaba la vista para perderla en las dianas que se usaban para practicar la arquería.
—¿Quieres intentarlo? —le propuso la morena de manera entusiasta.
Elsa se encogió, agitando las manos frente a su cuerpo. Siempre olvidaba que esa morena suya podía leerla como un libro abierto con palabras remarcadas.
—Oh, no, no, no. Yo no podría hacerlo. No tengo la instrucción —repuso exaltada.
—Anda, vamos, es sencillo —la animó la sabia, sacudiéndose las palmas—. Yo te indicaré lo que debes hacer.
A regañadientes, Elsa acompañó a Kyla, enredándose los dedos con ansiedad. Nunca tenía idea de cómo se las ingeniaba Kyla para convencerla de hacer todo tipo de cosas que normalmente evitaría. La sabia cogió un arco ligero de madera (que era muy chico para sus largos brazos), pero que sin duda a la regente iba a calzarle perfecto. Tensó la cuerda varias veces para probarlo antes de tendérselo a Elsa entre las manos.
—Es más liviano de lo que pensaba —admitió la monarca aún insegura.
—Relájate. Eso es importante —le dijo Kyla, girándose para tomar otro arco, esta vez eligió uno más grande que seguramente usaría para poner el ejemplo. Se colocó junto a Elsa y se plantó firmemente en el piso terroso—. Primero tienes que posicionarte bien, ¿ves? Separas los pies a la altura de tus hombros y el que servirá de pivote lo diriges hacia el blanco, el otro te sirve de ancla. Debes posicionarte de manera perpendicular, así. Tú eres zurda, así que lo debes hacer del lado contrario al mío pues yo soy diestra.
—O eso dices —interrumpió la regente como si le reclamara aquello.
Kyla se estremeció, se giró para mirarla con alarma. Se estaba poniendo roja mientras la princesa se reía en su cara. La morena farfulló que "no la había escuchado quejarse la noche anterior" y se dio la vuelta para continuar con la lección.
—Te mantienes recta y colocas la flecha en tu mano mientras sujetas la cuerda, en realidad nunca tiras de ella porque la sostienes en tu mano, lo que jalas es la cuerda —explicó mientras hacía el movimiento y permitía que la princesa lo observara con atención—. La flecha la diriges con el índice y la apoyas con el cordial y el anular. No la presiones porque si no el proyectil se caerá.
Entonces te preparas.
Kyla alargó el brazo y repitió el proceso con más desenvoltura. Tensó la cuerda hasta que su mano se alineó junto a su barbilla, cerró un ojo para apuntar de mejor manera al blanco.
Exhaló al momento de erguir la columna y liberó el proyectil, relajando los dedos. La flecha abandonó el arma y voló por el aire velozmente hasta clavarse en la diana.
Elsa le celebró el disparo. Fue un tiro limpio, aunque no tan certero, estuvo a varios centímetros de dar en el blanco. La morena se sopló el mechón que le caía en la nariz como si pensara que la oportunidad de impresionar a su amante se hubiese desperdiciado.
—No estuvo nada mal —le dijo la regente, reconociendo que la morena era una mujer de talentos diversos.
—¿Quieres intentarlo? —le preguntó Kyla con una inclinación de cabeza.
Elsa asintió, se quitó el saco y los guantes que le entregó a la sabia para que se los guardara mientras tiraba. La morena sonrió ante la acción decidida de la rubia princesa que ni siquiera notó su conducta, tan enfrascada como estaba en tantear la agarradera de su arma y hacerse de una flecha del carcaj que pendía de la cerca a su lado.
La regente repitió en su mente las indicaciones que Kyla le había mencionado, pero las olvidó casi de inmediato cuando colocó la flecha en su sitio, cargándola elegantemente entre sus dedos. Estiró el brazo derecho, sonrió al sentir aquello como algo conocido y natural para su cuerpo que se movió con gracia cuando en un movimiento tensó la cuerda y liberó el proyectil que se deslizó suavemente entre sus reales dedos.
La flecha se ensartó justamente en el blanco con un sonido sordo.
Elsa parpadeó en su sorpresa, como si se hubiera mantenido desconectada de sí misma hasta ese momento, pero Kyla la celebró, aplaudiéndole como su única espectadora.
—Siempre se te han dado este tipo de cosas —exclamó la sabia sonriéndole ampliamente—. ¿No te llama la atención ser tan diestra, aunque nunca has practicado? Conocí a una pelirroja escocesa que sin duda detestaría este don tuyo.
Elsa se miró la mano izquierda y luego el arco que sostenía en la derecha. Alzó la vista para mirar a Kyla a los ojos amatistas y se perdió dentro de ellos. Su contemplación la llevó a un bosque nublado de luminiscencias azuladas, en donde vio a su sabia charlar con una antigua reina enaltecida en leyendas y canciones lejanas.
—Era un fantasma —contestó la regente como si nada—. Eso no cuenta. Su tiempo ya se pasó.
Kyla abrió los ojos en su sorpresa, avanzó dos pasos para posicionarse frente a ella.
—¿Qué cosa has dicho? —le soltó afectada por algún motivo.
Elsa levantó la barbilla para mirarla, titubeó sintiéndose insegura.
—¿Qué? Yo no he dicho nada.
La regente tomó sus pertenencias y se las calzó nuevamente, alejándose con el motivo de retornar a su oficina. La sabia la siguió con la vista hasta perderla, una línea muy seria le nubló el anterior entusiasmo de los purpúreos ojos.
...
El treinta y uno de Octubre fue un día que comenzó con una lluvia copiosa que mantuvo a todo mundo resguardado bajo techo, vientos potentes soplaban interrumpiendo la navegación y agitaban las ventanas en sus goznes. El cielo se apreciaba grisáceo y turbulento, justo como Kyla lo había visto estremecerse en cada uno de sus cumpleaños.
No le gustaba mucho tener que sentirse supersticiosa, pero siempre pensó que gran parte de sus problemas le habían acaecido por ser como era y nacer en la noche de todos los santos.
Se miró inquietamente frente al espejo y se llenó las palmas de aceite de canela, pasándose los dedos por el largo cabello y el cuerpo desnudo, frotó todo a conciencia. Nunca estaba de más proveerse algo de suerte de algún modo. Se vistió de blanco y se echó encima la capa que ahora le lucía el talismán protector que Elsa le había bordado, sonrió al mirar su reflejo.
Se sentía preparada para lo que quisiera brindarle aquel día.
Acostumbrada como estaba a pasar sus cumpleaños en solitario, se había servido una rebanada de suksessterte acompañada de café cuando llamaron a su puerta. Elsa casi la mató del susto cuando le exigió truco o trato portando una máscara de madera con forma de troll. La princesa se rio un rato ante la ceñuda morena y entró en la pieza sosteniendo un paquete cerrado entre las manos que colocó en la mesa junto al improvisado desayuno.
—Tarta de éxito, ¿eh? —le reconoció por sobre el hombro—. Nada mal, pero este día quiero que sea un poco más especial que eso, cariño.
Elsa se acercó a la confusa sabia y la tomó del rostro, sonriéndole cariñosamente, mientras la hacía inclinarse para darle un beso en los labios.
—Gratulerer med dagen, min elskede (feliz cumpleaños, querida mía) —le dijo en felicitación, al rodearle el cuerpo con los brazos.
—Ich danke dir, mein Schatz (te lo agradezco, mi amor) —respondió la morena en un suspiro con el corazón retumbante.
—Jeg elsker deg... (te amo) —le susurró Elsa en su abrazo, plantándole pequeños besos por todo el rostro a la sabia hasta que le atrapó los labios entre los suyos y se consumieron en la tarea de saborearse mutuamente.
—Y yo a ti, Elsa... —exhaló Kyla con una sonrisa embriagada adornándole el ilusionado semblante cuando se separaron y se miraron a los ojos que brillaban de emoción—. Mucho.
Se quedaron tomadas de las manos, observándose hasta que Elsa parpadeó y recuperó su postura regia de siempre.
—Bueno, basta ya, tendremos tiempo para esto más tarde —dijo, agitando la mano y girándole los ojos a la morena que le dedicó una sonrisa pícara. Le señaló la caja que había dejado en la mesa—. Quiero que abras tu obsequio antes que Anna o esos pequeños amigos tuyos te distraigan y te aparten de mí.
Kyla obedeció prestamente, conteniendo sus ganas de reír. Forcejeó con el nudo, deshaciéndolo hábilmente, levantó la tapa y arqueó las cejas al mirar el contenido.
—Es una llave y una ficha bibliográfica —informó con extrañeza al levantar los artículos entre sus manos.
La morena frunció el entrecejo cuando no pudo percibir nada por parte de la princesa que sólo le sonreía satisfechamente.
—No pude meter tu regalo aquí, así que lo hice llevar a la biblioteca —le informó, encogiéndose de hombros.
Kyla se sonrió, acompañó a la regente que ya se había enfilado a la puerta. Recorrieron todo el camino entre las negativas de Elsa de otorgarle alguna pista. Kyla tuvo que reconocerle el hecho de que todo ese tiempo la princesa se las ingeniara para pensar en las diferentes preparaciones que podía tener la carne de cordero.
Distrayéndola con comida, esa astuta belleza escandinava.
Entraron a la enorme habitación repleta de libros. Kyla revisó nuevamente la tarjeta y se puso a recorrer los estantes. La bibliografía la condujo hasta una caja de madera que parecía un sencillo arcón como con el que ya contaba en su pieza, estaba posicionado debajo de un anaquel que contenía una serie de tomos en los que se contaba la vida e invenciones de Leonardo Da Vinci.
—Ábrelo —la instó la regente a su espalda.
Kyla se sacó la llave y la introdujo en la cerradura, exhaló en su sorpresa cuando abrió la tapa, accionando las bisagras. Aquel cofre reveló ser un contenedor de finos instrumentos de mangos plateados, cada uno ocupando un lugar específico hecho a la medida, pequeños cajones almacenaban piezas sueltas de distintos tamaños, diversos mecanismos y engranes se acomodaban perfectamente pulidos y resplandecientes. La sabia abrió y cerró la boca inspeccionándolo todo de arriba a abajo.
—Esto es… —soltó en su emoción—. Elsa, aquí hay más de—
—Trescientas herramientas artesanas diferentes —la interrumpió, asintiéndole tranquilamente—. Me he dado cuenta de lo mucho que te gusta estar en tu mesa copista trabajando y que no habías podido organizar correctamente tus materiales.
—¿C–cómo supiste dar con todo esto? —exclamó incrédulamente.
A Kyla, habiendo crecido con los ojos que poseía, no le resultaba muy familiar el sentimiento que generaba la sorpresa, pero vaya si le estaba gustando experimentarlo en ese momento.
Elsa se encogió de hombros, entrelazó las enguantadas manos frente a su cuerpo.
—Investigué entre los maestres del reino cuáles eran las mejores piezas para alguien que gusta de armar cacharros y pedí se construyera para ti, siguiendo algunas mi diseño y otras ideas que quería implementar.
Kyla recorrió los adornos grabados en la superficie de la madera, sonrió con ensimismamiento.
—No sé qué decir… —soltó en un susurro agradecido.
—Di que te gusta —le dijo la regente inclinándose y rodeándole los hombros a la morena con los brazos.
—Me encanta —respondió la sabia al rozar los labios con los de la sonriente princesa.
El día se siguió sucediendo en una serie de eventos felices que la morena encontró muy extraños de sobrellevar. Kai y Gerda se encargaron todo el día de mimarla con las comidas que más le gustaban y le obsequiaron un bonito juego de plumas y tinturas nuevo, Anna y los pequeños le montaron una obra de teatro guiñol basándose en sus cuentos y luego la llenaron de chocolates. Hasta Ozur, el director de la Academia de la Luna, la sorprendió con un juego de muestras botánicas muy raras y un compendio que contenía la información de los remedios herbolarios que se utilizaban en la Nueva España. Sus padres le enviaron un paquete con cartas y mazapanes. Una baraja alemana nórdica de parte de su padre, una bufanda tejida por su madre para pasar el otoño norteño y un anillo plateado de amatista que sin duda alguna habría sido añadido ahí por su abuela a modo de recordatorio de la última conversación que tuvieron en Corona.
Para cuando volvió a encontrarse con su regente princesa en sus aposentos aquella noche, la lluvia había amainado, por lo que se entretuvieron sentándose cerca del balcón desde donde podían apreciarse las luces de las velas del exterior que los ciudadanos encendían en preparación para las misas de media noche.
Kyla llenó una copa de vino especiado que le tendió a la princesa que vestía un vaporoso camisón azulado y bebió mientras ella la observaba seductoramente. La sabia se sacó la capa y se sentó a la orilla de la cama adoselada, sosteniendo su propio vaso entre los dedos. Recorrió el canto con los pulgares y suspiró. Admiró a la joven de cabellos platinados que se levantó para acomodarse a su lado y la obsequió con un beso dulce y alicorado al tiempo que los helados dedos le iban aflojando los nudos del holgado blusón. Kyla la sostuvo con cuidado, perdida como estaba en el frío aliento que se le colaba por el cuello y le estremecía los sentidos.
—Cuando era pequeña —suspiró en su desmayo mientras Elsa le pasaba la prenda por los brazos—, mucho más pequeña que el día que te conocí, hice un viaje sin saberlo —ladeó la cabeza, permitiendo que la regente la recorriera poco a poco con los labios mientras escuchaba sus murmullos—. A un mundo terrible que nunca debí visitar.
La princesa le rozó la cálida piel y se impregnó de ese conocido olor a canela de su cuerpo trigueño.
—Era helado y tenebroso —recordó la sabia entrecortadamente cuando Elsa la empujó lentamente sobre las sábanas—, lleno de criaturas hostiles.
Se besaron apasionadamente, tocándose los labios y las lenguas en ardoroso anhelo, sus cuerpos se rozaban placenteramente. Kyla acarició la mejilla de Elsa con el dorso de su larga mano y miró fijamente dentro de esa profundidad color azul cobalto incalculable.
—Me perdí mucho tiempo y no tenía idea alguna de cómo salir o protegerme. Muchas veces logré despertarme con rasgaduras en el cuerpo y daños que no recordaba o podía explicar.
Elsa acarició una de las cicatrices de Kyla deslizándole tenuemente el pulgar sobre la piel en comprensión a sus palabras.
Aparentemente uno podía sufrir daño ahí adentro. Se pensó Elsa, intrigada. Se preguntó desde cuánto tiempo cargaba Kyla con esos estigmas. Se cuestionó por qué había escogido ese preciso momento para confesárselo.
—Una noche pasó algo —dijo la morena, acariciándole los lechosos hombros a Elsa, comenzó a soltarle los nudos de su prenda interior—. Mi abuela me sacó del trance en el que me encontraba, presa de una bestia descomunal, pero nunca volví a sentirme como antes —frunció el entrecejo, jugueteando distraídamente con el encaje que le pendía a la regente sobre los blancos pechos—, de hecho, no volví a sentir del todo.
Elsa recordaba haber visto aquello en un sueño, en los ojos amatistas de Kyla cuando la morena se quedaba seria y la observaba de soslayo con preocupación. Cuando sus pensamientos se perdían en un bosque de árboles tan altos como montañas y ventiscas inclementes. Cuando el lobo de lomo negro y ojos azules le salía al paso y le impedía avanzar en esos viajes que Elsa había comenzado a experimentar luego de grabar su cabello en la capa blanca con la que salvó la vida de su sabia.
La muchacha creía que, desde entonces, de alguna forma estaba usando los ojos de Kyla como si fueran suyos, con habilidades y costes semejantes, que esa atadura luminosa había cambiado algo en ella, pero no había sabido cómo informárselo a la sabia sin hacerla sentir responsable; después de todo aquella había sido su elección. ¿Le estaba diciendo Kyla acaso que ya estaba consciente de eso?
Elsa montó a horcajadas a la morena, se pasó el camisón por encima de la cabeza, arrojándolo a un lado. Deslizó los dedos fríos por los costados de la sabia y sonrió al notar como se le iba erizando la piel bajo su tacto.
—¿Cómo era no sentir? —le preguntó al inclinarse sobre el trigueño pecho que subía y bajaba en su arrebato.
—Era… ah… —se estremeció Kyla por el real trato que le brindaba la regente con la boca hambrienta—, como vivir con los miembros adormecidos —recordaba entre espasmos placenteros—. Como… Dioses… no puedo recordarlo, alteza…
—No quiero que lo hagas —le respondió Elsa imperativamente—. Quiero que solo sientas lo mucho que representas para mí.
Kyla le sonrió lacónicamente, le acarició a Elsa la ruborizada mejilla, besó la mandíbula que la monarca apretaba en alguna expresión de noble y posesivo capricho. La morena le dedicó una contemplación que no pudo descifrarle del todo, pero el corazón de la sabia martillaba tan fuerte que Elsa lo percibió bajo su propio pecho, pulsándole en la piel y condensándole los deseos.
—Al encontrarme contigo bajo el sauce, una parte de mi se iluminó con un sentimiento que no pude entender hasta muchos años después —pronunció la morena alegremente—. Esa emoción que despertaste e imprimiste en mi fue lo que permitió que mi vida siguiera su curso.
Tú fuiste la primera en salvarme hace mucho tiempo siendo apenas unas niñas.
Elsa contuvo el aliento, sintiendo que el corazón se le subía hasta la garganta. No era posible. Kyla se había pasado toda la vida amándola y siendo solo capaz de sentir eso, por algún designio de la suerte, por algún embrujo del que no tenía idea. Kyla Frei le había pertenecido desde la primera vez que se encontraron frente a frente. Como si hubiesen sido dos mitades separadas que luego se volvían a unir.
Era el destino.
—Entonces sólo puedes sentir las emociones derivadas de un querer infantil que perdió su dirección en algún punto de tu vida, eso te volvió esta irracional necia que eres —dedujo la rubia con voz rasposa y profunda al mirarle los ojos amatistas embriagados.
—Es muy cercano a eso —admitió la sabia, tanteándole los tersos muslos.
Elsa se inclinó para besarla, hablándole entre los suspiros que escapaban cuando sus labios se separaban en busca de aliento.
—Por eso no te enfadas nunca… ni caes presa de temores que frenarían a otros...
—Por eso he tenido el valor de buscarte…
Elsa se perdió en el frenesí que le produjeron sus palabras. Dios, no podía concebir lo mucho que la amaba. Por esa razón su vida había sido regida por esa pasión desmedida que parecía no tener fin, por esa obstinación desinteresada tan presta al sacrificio que había estado a punto de acabar tantas veces con ella.
Kyla había vivido presa del amor desde los siete años y doce años después seguía siendo víctima del peso de sus grilletes.
—Yo creo, sabia mía, que eres excepcional —le exclamó Elsa con la mirada brillante y las intenciones evidentes—. Antes y ahora. El más grande tesoro que guardo aquí en Arendelle hace tiempo que eres tú, aún si no lo comprendía o luché para negarlo.
Este amor que ha sido escrito por los mismos dioses.
Se sostuvieron en brazos de la otra por largo tiempo antes que el deseo y la electricidad que les erizaba la piel expuesta las llevara a amarse como en otras ocasiones; sin embargo, esa noche se sintió distinta. Elsa no tenía certeza si se debía a la honestidad con la que se habían hablado finalmente o a que en sus corazones algo cambiaba y necesitaban expresarlo de otra manera, menos arrebatada y más significativa; pero así lo sintió cuando la sabia se posó sobre ella y entrelazaron los dedos entre trémulos suspiros mientras los espíritus rondaban libres en su viaje al otro mundo.
Kyla la recorrió con sumo cuidado y ternura, tomándose su tiempo, asegurándose que cada centímetro de la helada regente le pasaba bajo las yemas de los dedos y los labios, que sus cuerpos se mecían al ritmo del vals que habían imaginado en el verano.
Esa danza que esperaban bailar por siempre.
Elsa acarició los hombros de la morena que le besaba el vientre en un descenso que se acompasaba con el vaivén de sus caderas. Los labios la exploraron y sedujeron hasta que la hicieron revelar su intimidad expectante. La regente incrustó los dedos en mechones de oscuro color cuando el rostro de su sabia se le extravió entre las temblorosas piernas que atraparon con fuerza el torso endurecido de su amada extranjera, permitiendo que los gemidos y el aliento entrecortado le abandonaran el pecho suspirante. Se meció pasiva en ese dulce tormento hasta que su cuerpo decidió ponerle fin al producirle un clímax que ella buscó aplazar en la mayoría de lo posible.
Se aferró a la morena cuando esta le escalaba por el cuerpo y la besó ávidamente percibiendo su propio gusto en su boca. La tumbó sobre la espalda para que sus centros humedecidos se deleitaran en su añorado roce. La sabia exhaló en su lengua natal y giró los ojos cuando finalmente se perdió en esas sensaciones que la inundaron y la llevaron a desfogarse con su princesa la mayor parte de la noche.
…
Kyla se deslizó del abrazó de Elsa cuando despertó de improviso en la apacible oscuridad que imperaba en los aposentos reales. La regente dormía pesadamente, así como habían estado con los cuerpos entrelazados en su desnudez. La morena se sentó en el borde de la cama, enredándose un mechón de cabello, mientras miraba el piso y movía los labios como si charlara consigo misma.
No había querido aceptarlo, pero parecía que no existía un escape para lo que le deparaba.
Implicaba aceptar que su abuela no se había equivocado.
Kyla apoyó los codos sobre las rodillas y suspiró, miró por sobre su hombro a la hermosa princesa que significaba la vida para ella y le sonrió con afecto antes de enderezarse para vestirse.
No podía arrepentirse de nada.
What if there was no lie /
Qué pasaría sin la mentira
Nothing wrong, nothing right /
nada malo, nada bueno
What if there was no time /
Qué pasaría sin tiempo
And no reason, or rhyme /
y sin lógica o verso
La sabia se enfundó en sus prendas blancas, se calzó las botas viajeras. Se echó la capa sobre los hombros, apretó la cadena de oro en su puño antes de inclinarse sobre la durmiente regente y prodigarle un sencillo beso en la mejilla. Le dio un último vistazo a la alcoba y a los momentos vividos entre sus paredes, antes de abrir la puerta y desaparecer tras ella.
What if you should decide /
Qué pasaría si debieras decidir
That you dont want me there by your side /
Que no quieres tenerme a tu lado
That you dont want me there in your life /
Que no me quieres ahí, en tu vida.
Kyla bajó las escaleras, anduvo por los solitarios pasillos hasta que dio con su alcoba, entró silenciosamente, caminando hasta su cama, se inclinó sobre el buró y abrió el cajón, de donde sacó ese libro de pasta de cuero que la acompañó a todas partes durante sus viajes. Se lo llevó a la mesa en donde se dio a la tarea de embalarlo con cuidado, se quedó un rato redactando algo en un pergamino que metió en un sobre que luego lacró. lo colocó sobre el compendio, antes de empaquetarlo todo. Se sacó el anillo de amatista del bolsillo y lo colocó sobre el paquete cerrado luego de escribir unas líneas de instrucciones en él.
What if I got it wrong /
Qué pasaría si me equivoco
And no poet or song /
Y ni poeta ni canción
Could put right what I got wrong /
Pueden reparar mi error
Or make you feel I belong /
O hacerte sentir pertenencia
Kyla se echó la capucha blanca encima y se escabulló hasta que abandonó los muros del castillo, se enfiló a paso decidido entre la floresta humedecida por el rocío con un único fin en mente. El sauce que concentraba en sus ramas el poder del encuentro destinado de dos fuerzas mágicas que fueron unidas sin saberlo.
What if you should decide /
Qué pasaría si debieras decidir
That you dont want me there by your side /
Que no quieres tenerme a tu lado
That you dont want me there in you life /
Que no me quieres ahí en tu vida
La sabia admiró el enorme árbol, contemplándolo como si se tratara de un viejo amigo. Se acercó lentamente adentrándose bajo el cobijo de esas ramas que caían en cortina y que goteaban ligeramente como si en verdad algo lo entristeciera. Kyla alargó la mano, disculpándose en un susurro. Tocó la corteza del tronco, su cuerpo se tensó como si hubiese recibido un choque eléctrico, los fulgurantes ojos se le quedaron en blanco cuando una luz sobrenatural los iluminó a ambos.
Ooh ooh-ooh, thats right /
Ooh ooh-ooh, está bien
Lets take a breath, try to hold it inside /
Tomemos un respiro, tratemos de contenerlo.
Ooh ooh-ooh, thats right /
Ooh ooh-ooh, está bien
How can you know it, if you dont even try /
Cómo puedes saberlo si ni siquiera lo intentas
Ooh ooh-ooh, thats right /
Ooh ooh-ooh, está bien
El lobo de lomo negro la recibió al arribar al mundo espiritual. Kyla se arrodilló para palmearle el suave pelaje, estaba mojado por la escarcha que caía copiosamente del cielo oscurecido, pero parecía feliz de verla con bien.
El animal la miró con fijeza, frotó el hocico contra su mano emitiendo un ligero gañido como si tratara de disuadirla de moverse más allá de aquel punto. Kyla le acarició la cabeza y le hizo un gesto negativo, acomodándose la capa.
—No podemos dejarla aquí. No si tiene que compartir el mismo destino.
El lobo bufó, pero se movió con agilidad, mostrándole a la sabia el camino que debía seguir entre la densa nieve. El animal se posó sobre una roca afilada y se giró para mirarla inquisitivamente.
—No creo olvidarla —le dijo la morena, resoplando nubecillas de vaho—. Aunque podría pensarlo, no puedo recordar muy bien cómo era en ese entonces.
El lobo alzó las orejas y miró a la lejanía, siguió caminando esperando a que la sabia lo siguiera.
Every step that you take /
Cada paso que dan
Could be your biggest mistake /
Podría ser su mayor error
It could bend or it could break /
Podría doblar o romper
Thats the risk that you take /
Ese es el riesgo a correr
Kyla y su lobo se adentraron hasta lo más profundo del bosque, en donde la luz casi no penetraba a través de las ramas torcidas de los árboles que se cernían sobre ellos como si pretendieran devorarlos. Se detuvieron ante una figura inerte que yacía congelada en el centro de todo. Era enorme y áspera como una montaña, tenía los miembros angulosos y la carne se veía como la de los muertos cuando son encontrados sepultados en la nieve, el cabello blanco enmarañado se derramaba como una cascada congelada. Los filosos colmillos sobresalían de una quijada prominente en un rostro brutal de ojos ennegrecidos. La bestia inhalaba y exhalaba pausadamente, acechando de manera vigilante a una Elsa durmiente que reposaba sobre la nieve. Un lazo luminoso de color blanco le ataba las manos al gigante, el otro extremo, se encontraba unido a la muñeca de Kyla, quién levantó el brazo en alto para demostrárselo.
—No te olvides que sólo somos tú y yo los que estamos condenados a esto, maldito Jöttun
La bestia la miró con odio y forcejeó hasta que rompió el hielo que lo apresaba. Kyla le hizo una seña a su lobo y se ajustó el guantelete de cuero de su brazo que se encendió con una llamarada mientras se disponían a colisionar con la fiereza de una tempestad.
What if you should decide /
Qué pasaría si debieras decidir
That you dont want me there in your life /
Que no me quieres ahí en tu vida
That you dont want me there by your side /
Que no quieres tenerme a tu lado
El fuego quemó a la bestia en la piel en donde Kyla lograba alcanzarlo, a cambio, la creatura rugía con fiereza y hacía temblar el entorno del que se derrumbaban piedras afiladas y ramas tan pesadas y cortantes como guillotinas gigantes. La sabia y el lobo no salieron muy bien librados de la mayoría de los cortes, pero lograron que el encuentro se alejara lo suficiente de la figura transparente de la princesa de Arendelle. El irbis blanco saltó corriendo detrás de un montículo de nieve y se llevó a la regente arrastrándola del abrigo marino con los dientes. Kyla suspiró con alivio, justo cuando el jöttun le cerraba los enormes dedos alrededor del torso, levantándola en el aire. La bestia rugió en su poderío, pero Kyla se sonrió en su predecible estupidez. La morena levantó el brazo que lucía la atadura mágica con Elsa y la tensó con todas sus fuerzas hasta que esta se hizo pedazos. El gigante y Kyla gritaron de dolor, Kyla se liberó y aterrizó pesadamente sobre la nieve, en donde se arrastró desesperadamente mientras manchaba todo con su sangre. Se detuvo al apreciar como Elsa se desvanecía mientras que ella se estremecía. El viento comenzó a arreciar, el gigante se enderezó completamente enfurecido. Golpeó el suelo con los puños como mazas hasta que el suelo se partió en cientos de fragmentos y tanto Kyla como él, se perdieron al caer en el vacío.
Ooh ooh-ooh, thats right /
Ooh ooh-ooh, está bien
Lets take a breath, try to hold it inside /
Tomemos un respiro, tratemos de contenerlo
Ooh ooh-ooh, thats right /
Ooh ooh-ooh, está bien
How can you know it, if you dont even try /
Cómo puedes saberlo si ni siquiera lo intentas
Ooh ooh-ooh, thats right /
Ooh ooh-ooh, está bien
Kyla despertó abruptamente del trance, se agitó violentamente exhalando un alarido cuando la punzada que sintió en el pecho la estremeció de pies a cabeza. Se arrastró jadeante a cuatro patas al pensar que el aire no le llegaba a los pulmones, pero lo que estaba sucediendo era que estaba dejando de sentir del todo. La sabia extendió una mano temblorosa que le cosquilleó hasta que se le adormeció por completo y ya no pudo ser capaz de percibir el movimiento de sus dedos, lo mismo pasó con sus piernas que dejaron de soportarla y la hicieron caer. La vista se le nubló cuando la mente se le quedó en blanco y ya no fue capaz de sentir miedo ni angustia. Kyla emitió una exhalación helada, desplomándose desvanecida sobre la hierba mojada.
A su espalda, las hojas verdes del sauce se tornaron marrones y el árbol se ensombreció lúgubremente.
…
—Si quieres aumentar tu simpatía por mí, este es el momento adecuado, ¡Elena, querida! ¡No seas tímida y ven a mis brazos! —bramó Titus sonoramente, señalando un punto en la lejanía, su capitán ordenó preparar el ancla y los marinos se pusieron a correr a sus distintas posiciones, sujetando las velas y preparando las amarras.
Elena le dedicó un gesto de desagrado al escandaloso barbado, se bajó la capucha escarlata y miró a la distancia la muralla marina que guardaba la entrada de aquel reino de leyendas invernales. El príncipe cretense se cruzó de brazos a su lado y observó la costa, sonriendo suficiente como si se tratara aquello del hallazgo de una ciudad perdida que esperara ser conquistada.
—Bienvenida a Arendelle, sabia del Sol.
