Nota de Autor: Antes de comenzar, quiero agradecer a mis lectores, tanto a los leales, que han seguido mis andanzas desde los inicios de este fic, como a los nuevos que recién descubren esta historia. Los saludo por darle a Corazón Helado una oportunidad entre el concurrido fandom del Elsanna. No negaré que me he topado con amargas experiencias por este motivo, pero también he encontrado palabras de aliento en los comentarios de quienes han sido capaces de ver más allá de eso. Aprecio mucho su permanencia y predilección.
Habiendo escrito lo anterior, lamento mucho la tardanza de esta entrega, mi cantidad de trabajo fue épica esta temporada y realmente mis momentos de escritura tuvieron que competir con los que dedicaba para dormir. Fue muy pesado, pero quise compensarlos y ojalá así sea. Toda esta nueva etapa que se viene precisó una especie distinta de investigación (¡Gracias, Alex!) y, claro, mi fabulosa novia me encauzó mucho con sus comentarios para hilar todas mis ideas sueltas. Espero que el resultado sea de su agrado.
¡Siéntanse libres de comentar y compartirme su experiencia!
Frozen, Tangled y demás personajes pertenecen a Disney. Esta es una obra de ficción y no es una historia apta para niños.
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Un corazón helado
por Berelince
15 La redentora y la intrusa
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Elsa entró a la habitación favorita de su madre y se subió (con toda la gracia que le permitieron sus pequeños miembros) al diván de terciopelo en el que reposaba Idunn. La pequeña heredera intercambió una ligera sonrisa con la Reina de Arendelle, se acomodó en la cercanía de sus faldas mientras admiraba cómo esas finas y diestras manos reales se las arreglaban para utilizar con maestría un par de ganchos de plata que iban entrechocando sus puntas al tiempo que se desmadejaba una bola de estambre de color verde brillante que mantenía la monarca entre sus pies. Un agradable sol de verano brillaba en el exterior, el cálido clima se filtraba por las amplias ventanas. La mirada azul cobalto de la niña se concentró en el pequeño manto que se iba formando con esos suaves hilos.
—¿Mami, por qué tejes? —inquirió Elsa sin ser capaz de contener su curiosidad. Estaba en la edad de las preguntas después de todo.
—Me relaja —contestó Idunn tranquilamente. Se colocó una mano sobre el abultado vientre—. No hay muchas cosas que se puedan hacer cuando las Reinas deben traer herederos al mundo.
Elsa parpadeó, se puso a tantear la barriga de su madre con las cejas altas en la frente.
—¿Falta mucho para que llegué el bebé? —inquirió tímidamente.
Idunn soltó una risa amable y maternal, rodeó a su primogénita con los brazos, cubriéndola con su elegante manto y le besó el platinado cabello.
—Aún quedan algunas semanas, pero pronto vas a tener una hermanita o hermanito con quién podrás jugar, ¿te entusiasma la idea?
Elsa asintió ensimismada, le resultaba emocionante la perspectiva y constantemente repasaba los juegos que le gustaría enseñarle a ese nuevo amigo tan prometido. A esas alturas ya le parecía que había tenido que esperar demasiado por él.
—¿Y podrá hacer magia como yo? —soltó la niña enredándose las manitas en el regazo. No quería que se notara lo mucho que esperaba dejar de ser la única de la familia que podía controlar el hielo a voluntad.
Idunn vaciló por un instante, pero le dedicó un efusivo apretón de hombros a su hija.
—Eso no lo sabemos, cariño —le confesó la Reina con expresión remordiente.
Ni siquiera ella misma sabía con certeza la razón por la que la fuerza del invierno se arremolinaba en el cuerpo de su pequeña y la mayor parte del tiempo prefería no tener que sopesarlo. Un sentimiento amargo se le anidaba en el pecho cuando sus pensamientos se perdían en viejos versos escritos sobre una refulgente espada plateada.
—¿Qué es este árbol tan bonito de tu libro, mamá? —soltó Elsa, levantando en alto el volumen ilustrado que la Reina había estado repasando con anterioridad.
Una lámina colorida dibujaba un árbol blanco resplandeciente que se encontraba rodeado por diversos seres entre cada una de sus nueve ramas. Tres mujeres sobrenaturales aparecían regando diligentemente sus enormes raíces. Idunn enarcó las cejas, saliendo de su ensimismamiento y se aclaró la garganta.
—Este es Yggdrasil —explicó la Reina con reverencia—. Es el árbol de la vida. Un fresno luminoso tan grande, que sus ramas atraviesan los nueve mundos.
Elsa abrió la boca impresionada.
—¿Y por qué hay nueve mundos? —soltó la niña con intriga.
La Reina sonrió alegremente, se puso a hacer memoria. Elsa se acomodó mientras Idunn pasaba las páginas de manera elegante.
—Porque hace mucho tiempo, cuando sólo existía la oscuridad, el agua y el fuego crearon un gran estruendo cuando se encontraron por vez primera y surgió de ese vacío un gran hombre helado llamado Ymir, él fue el padre de todos los gigantes de hielo.
—Nunca he visto un gigante de hielo —razonó la niña, frunciendo el entrecejo —. ¿Ya no existen?
—Afortunadamente no, cariño —contestó la matriarca enarcándole las cejas al tiempo que le negaba con la cabeza—. Con el tiempo surgieron los dioses y ellos entraron en guerra con los gigantes —le aclaró Idunn mostrándole a su hija las ilustraciones de los aguerridos héroes.
—¿Por qué? —espetó Elsa sin comprender muy bien del todo.
—Los gigantes tenían grandes poderes sobre la naturaleza, pero consumían todo lo que tocaban —declaró la Reina sombríamente—, su fuerza incontenible debía ser frenada de algún modo.
La pequeña frunció los labios como si la respuesta le pareciera demasiado compleja, pero terminó asintiendo, encogiéndose un poco en su sitio, instó a su madre a seguirle contando la historia.
—Odín, Vili y Ve crearon los nueve mundos con el cuerpo del caído Ymir cuando lograron derrotarlo —recitó la Reina con solemnidad—. Se ganaron el derecho de ser los que trazaron los caminos que llevaban a los distintos reinos.
Idunn regresó a la lámina de Yggdrasil y comenzó a pasar el índice sobre cada una de las ramas del fresno blanco mientras hablaba.
—Muspelheim es el mundo de fuego, en donde desterraron a los gigantes de ese elemento, es un lugar tan ardiente que ni los dioses pueden tolerar el calor del aire abrasador —le dijo la Reina a su hija de manera teatral.
Elsa se mareó solamente de pensarlo. No la hacía sentir nada bien soportar altas temperaturas. Idun la estrechó cariñosamente.
—Nidavellir es el reino de los enanos —continuó la monarca alegremente—, ellos forjaron a Mjollnir, el martillo de Thor—le dijo a su pequeña, arqueándole las cejas como si le compartiera un dato curioso.
Elsa sonrió, recordando las hazañas del dios del trueno que siempre le contaba su padre antes de dormir. Su poderoso mazo era un tesoro entre los objetos fantásticos que Odín se guardaba en su armería.
—Nuestro mundo es el tercero, Midgard, o la Tierra Media —aclaró Idunn con entusiasmo—. Es resguardado por los dioses ya que los hombres fuimos su creación más preciada.
Elsa se observó las manitas tratando de imaginar cuál de todos aquellos seres habría sido el responsable de otorgarle su mágico toque helado. Idunn le sonrió comprensivamente.
—Asgard es la tierra de los Æsir, es en donde moran Odín y otras deidades heroicas, en sus salones se encuentra el Valhala, que es a donde llegan los guerreros caídos en batalla.
La Reina señaló la ilustración de los hombres que brindaban con las espadas desenvainadas en alto en aquel paraíso que los dioses les prometían a los mortales a cambio de entregar la vida en fiero combate. Hermosas mujeres ataviadas con armaduras doradas y capas de plumas blancas de cisne, conducían a algunos de esos guerreros, llevándolos en carros tirados por fieros corceles a reunirse a la eterna celebración. Elsa torció las comisuras de los labios, encontrándolas aguerridas y hermosas, por un momento se sintió contagiarse de aquella alegría colectiva. Idunn sonrió y guardó un tiempo prudente antes de dar vuelta a la página.
—Jötunheim es el mundo prisión —continuó la Reina, aclarándose la garganta incómodamente—. Es en donde están encerrados todos los gigantes de hielo y piedra, ellos son los jöttun —le explicó con voz grave de falso gigante—. Bosques de hierro y ríos que nunca se congelan evitan que se escapen.
Elsa torció sus castañas cejas en aflicción. Hasta los dioses habían tomado sus medidas contra el hielo. Se preguntó si ellos la habrían metido ahí si hubiesen llegado a descubrirla. Idunn le negó con dulzura, como si le hubiera adivinado el pensamiento. La Reina señaló las ramas restantes de Yggdrasil para concluir su relato.
—Vanaheim es la tierra de los vanes, (que son los dioses de la fertilidad y todo lo que es próspero). Alfheim es el hogar de los elfos de la luz. Svartalheim es la morada de los elfos de la oscuridad, (ellos son malos). Y por último tenemos a Niflheim.
Elsa miró las ilustraciones que adornaban la parte inferior del árbol blanco, debajo de las raíces del fresno luminoso se removían horrores y bestias de humo negro con las fauces abiertas que rugían con ferocidad. Hombres y mujeres cadavéricos enredaban los miembros unos sobre otros y extendían brazos huesudos que se retorcían en agonía. Muchos otros sólo parecían encogerse solitariamente en sí mismos como si algo les avergonzara. La princesa se apretó contra su madre, nunca había visto imágenes más perturbadoras. La Reina la tranquilizó, dándole palmaditas en el pequeño hombro mientras le hablaba en un susurro cargado de seriedad.
—Ese es el mundo de los muertos —pronunció Idunn, como contestando la ardiente pregunta que no pronunció su hija—. Ahí terminan las personas que no entran al Valhala, los que mueren de viejos o por enfermedad, también ahí puede terminar la gente mala, en una cámara oscura y tenebrosa en donde son torturados por siempre por la diosa Hela.
—¿Qué es torturar? —soltó Elsa inquietamente con las puntas de los deditos helados.
—Es lastimar mucho a alguien, aunque se tenga conocimiento de que esa persona sufre por ello —respondió Idunn encogiéndose de hombros, se llevó el índice a la barbilla y pronunció de forma pensativa—. Es como cuando dejas congelado el pasillo a sabiendas que Kai tiene que encargarse de eso siempre.
—¡Oh, no! Ya no lo haré más —exclamó la princesita con apuro.
—Es bueno saberlo —la congratuló la Reina de manera satisfecha—, pero en realidad una tortura en el inframundo es muchísimo peor. Nunca podría compararse a una de tus travesuras.
Elsa clavó los ojillos azules en la ilustración de la página. Una hermosa mujer de cabello y ropas negras sonreía con crueldad, y le mostraba a un hombre encadenado, el corazón brillante que parecía recién haberle extirpado del sangrante pecho.
—Por eso se supone que siempre hay que agradar a los dioses —le advirtió Idunn a su hija, con ánimo sermoneador—. Nunca nadie querría llegar al final de su vida para sufrir ese terrible destino... —Se mordió el labio observando el gesto pensante de su pequeña princesa—. Bueno, ya estuvo bien de mitos por hoy —concluyó la Reina cuando cerró el tomo de cuero y se dispuso a distraer a su hija de esas recientes impresiones con la promesa de atiborrarse de golosinas y escuchar versos más alegres disfrutando de una taza de té en los jardines.
Elsa asintió y siguió a su madre, aferrándole la mano, pequeños copos de nieve permearon la superficie de la abandonada bola de estambre que se quedó solitaria sobre la alfombra cuando dejaron atrás el salón de los retratos.
...
Elsa avanzaba a paso rápido detrás de su ama de llaves, ambas descendían por la escalera de madera que atravesaba de manera circular por el castillo y se enfilaron rumbo a la segunda planta de la edificación. La jefa de la servidumbre había despertado a Elsa muy temprano (sin hacer mención a su aparente falta de vestimenta) y la ayudó presurosa a alistarse al tiempo que le soltó que su amada Kyla había, de alguna forma, caído en desgracia. (Añadiéndole palabras tranquilizadoras sobre cómo podría salir la sabia bien librada de todo aquello si es que su alteza se apresuraba a acompañarla)
Elsa rememoró mortificadamente cómo se perturbó en su momento cuando se percató de que Kyla había abandonado el lecho que compartieron en la habitación real, tardó un poco en comprender lo que estaba pasando, pero el nerviosismo de la mujer que la azuzaba parecía contagioso. La princesa se vistió lo más aprisa que pudo y le dio caza, enfundándose al final los dedos temblorosos con sus guantes blancos. Algunas hebras de platinado cabello se sacudían incesantes en su ansioso andar.
—¿Qué fue lo que pasó, Gerda? —exclamó la regente, con la garganta seca ante aquel misticismo que solo le acrecentaba más y más los temores—. ¿Qué fue lo que ocurrió con Kyla?
La matrona soltó algo parecido a un gruñido y meneó la cabeza como si no deseara ser la portadora de las noticias en ese momento.
—La encontraron desmayada en los jardines esta madrugada —Le informó en tono serio. Una punzada de arrepentimiento le atravesó el pecho a la matrona cuando vio a su princesa contener el aliento mientras se esforzaba por mantener a raya su temperamental magia congelante; pero se obligó a comunicarle los hechos en su totalidad—. Los guardias habían escuchado un grito angustioso y pensaron que se trataba de alguien en peligro; pero lo que encontraron fue mucho más extraño que eso —dijo Gerda con el ceño fruncido en desconcierto—. El gran sauce se había marchitado como si el invierno se lo hubiera tragado a él primero, y Lady Frei estaba helada como el hielo, tumbada ante las nudosas raíces. Se puso a temblar y balbucear ciegamente palabras en su lengua cuando la movieron, pero nadie la pudo comprender. Finalmente nos informaron a Kai y a mí de lo ocurrido y la trasladamos a los aposentos que ha estado ocupando todo este tiempo en el castillo. Su propio médico se encargó de revisarla, alteza.
Elsa no le halló el sentido a nada de aquello por lo que solo atinó a mirar a Gerda de manera confusa como si le exigiese una explicación más extensa que esa. A la heredera de Arendelle le provocaba muy mala espina la expresión que su fiel ama de llaves exhibía en el cansado rostro.
—Gerda, ¿Cuál es el verdadero problema? —inquirió Elsa exhibiendo que la paciencia se le iba agotando con cada momento que pasaba. Sabía que su ama de llaves no la habría buscado si no se tratara de algo grave.
La mujer suspiró y meneó la cabeza como si se disculpara por no poder ofrecer una mejor respuesta. Los dedos se cerraron apretando la tela de su delantal.
—No le encontramos heridas ni rastros de haber fumado nada... —pronunció preocupadamente.
—¿Pero?
Gerda miró a Elsa a los ojos, pero no pudo sostenerle la mirada por mucho tiempo.
—Alteza, tengo que advertirle que la joven Frei no está bien —concluyó.
—¿A qué te refieres? —soltó la monarca, aprensivamente.
Elsa hizo el amago de dar un paso hacia la puerta de la sabia para abrirla, pero su ama de llaves la detuvo al interponerse en su camino.
—Alteza, discúlpeme; pero será mejor que espere a que me asegure que puede usted entrar a verla —le advirtió—. Ella estaba muy alterada cuando despertó y le han administrado tranquilizantes.
El rostro de Elsa se contorsionó en una mueca que reflejaba el descontento que le producía enterarse de esa medida empleada sobre su amante. Por un momento su mirada marina se encendió como si se hubiese congelado por una violenta tempestad. La escarcha se abrió pasó por la alfombra y brillantes diamantes helados le brillaron en los puños que mantenía cerrados a sus costados.
—Maldita sea, ¡Kyla acaba de desintoxicarse! —bramó con rabia mientras el viento helado le agitaba los cabellos. Su nana levantó las manos escandalizadas en un intento por distraerla de ese peligroso arranque.
—Me aseguré de informarlo —le juraba la mujer, precariamente—, no le han dado opiáceos. Aguarde un momento, por favor —le pidió con insistencia.
Al final, Elsa apretó los dientes y accedió solo por la confianza que depositaba en esa mujer que la había cuidado desde que era una infanta. La vio desaparecer tras la puerta mientras ella se quedaba ahí temblando en su frustración.
Elsa maldijo para sus adentros, se puso a pasear por el corredor haciendo sisear la alfombra. Apretó los brazos contra su cuerpo como si de esa forma pudiera sosegar la tormenta que se agitaba en su pecho. Bufó consternada tratando de comprender, pero consiguiendo sólo acrecentar su infortunio.
Creía que todo estaba bajo control por fin, que Kyla y ella tenían un futuro prometedor ahora que la runa de Freyja le adornaba la capa blanca a la sabia y que ella comenzaba a mejorar y a confiarle sus secretos.
Hasta llegó a pensar ilusamente que podría comenzar a seguir el mismo ejemplo y sincerarse con su hermana Anna sobre lo que había ocurrido para que tuvieran que separarse. Su magia, su pasado, Kyla, sus planes, todo. Creía que podría convertirse por fin en la hermana mayor que tanto había deseado ser para ella. Que podía comenzar a dejar el miedo atrás de una vez por todas.
Pero ahí estaba nuevamente la desgracia ensombreciéndole el panorama.
Elsa torcía las cejas en su concentración.
Aquello ya no podía tratarse de una simple enfermedad. Tenía la certeza de que debía ser algo más grande, algo relacionado a su magia, el destino, las runas, el sauce y esa historia que Kyla le había confesado mientras hacían el amor. Elsa estaba casi segura de ello, pero no podía vincularlo todo sin el resto de las piezas que sabía le hacían falta en ese enigma para que tuviera el sentido que seguramente poseía para la sabia.
Elsa se estremeció ligeramente al sopesar lo que había pasado entre ellas y las palabras que pronunciaron mientras sus cuerpos llegaban a ese profundo entendimiento que la alcanzó como nunca antes. No pudo evitar que las piernas le flaquearan ante el recuerdo. Aún sentía muy fresco el trato de la morena sobre su piel. Todavía se encontraba vulnerable y buena parte de ese sentimiento la hacía sentirse bastante molesta consigo misma.
Porque Kyla la había querido retener siempre cerca en posesiva veneración, embriagada en esa unión de los cuerpos. La había hecho tan suya como nunca nadie habría podido hacerlo, pero aun así la mantenía en la oscuridad en esos aspectos difusos de su vida, como si fuera una chiquilla ingenua que no se encontrara lista para vislumbrar el mundo.
El real orgullo se le había lastimado cada que tuvo que obligarse a desistir y ser paciente con la sabia. Elsa sintió de pronto el impulso de meterse a la fuerza en los aposentos de la morena y voltearlo todo de cabeza hasta sacarle la verdad de alguna forma, que en sus ojos violetas se le reflejaran los pensamientos como en otras extrañas ocasiones llegó a suceder por escasos momentos o que Kyla por vez primera le desglosara de buena gana la historia completa de su vida sin llevar el tema por otra dirección. No era como que pudiera asustarla o desagradarla con algo; aunque conforme pasaba el tiempo, esa certeza se iba minando.
En realidad, Elsa ya no sabía qué esperar.
A esas alturas sentía que se había pasado la vida esperando. Esperando noticias de sus padres, esperando que sus muertes hubiesen sido solo un sueño, esperando que sus poderes le dieran cuartel, esperando que Anna no volviese a lastimarse por su causa, esperando haber tomado las mejores decisiones, esperando no decepcionar a su reino y a su casa, esperando que el día de su ascensión nunca llegara, que la profecía nunca se cumpliera...
—Alteza, Lady Frei está consciente, puede pasar a verla —se escuchó que pronunciaba Gerda suavemente.
Elsa salió de su cavilación y se enderezó regiamente asintiéndole a su nana mientras caminaba por su lado para entrar a aquella pieza prescindiendo de su compañía. Se apretó fuerte las manos y exhaló nerviosamente cuando lo último que le escuchó a Gerda susurrarle en el oído fue que Kyla parecía ausente y no le había respondido las preguntas a nadie en todo ese tiempo desde que había despertado, pero que seguro la cosa sería distinta al tratarse de ella.
La regente de Arendelle cruzó el umbral de madera y cerró la puerta tras de sí, quedándose a solas con lo que fuera que le aguardara.
Los ojos azules de Elsa se dirigieron inmediatamente al sitio en el que se encontraba la cama. Ahí estaba Kyla, con ropas ligeras de color blanco y el cuerpo reposando sobre cojines mullidos que le soportaban la cansada espalda. Las marcas de sus largos brazos resultaban más evidentes bajo la luz del sol y Elsa habría jurado que le distinguía cicatrices que antes no había notado. La morena mantenía la mirada fija en el vacío, tal vez en la ventana. Parecía estarse adormeciendo o quizá sólo estaba muy desorientada. Algo en la tonalidad del cielo parecía interesarle mucho más que decir algo. Se mantuvo silenciosa. Kyla movía los dedos continuamente, como si se encontrara realizando una cuenta mental, pero nada más. Si se dio cuenta de la salida de Gerda y la entrada de la rubia princesa, ella no lo evidenció, o al menos no de la forma alegre y gentil que se habría esperado de su parte.
—Kyla —la llamó Elsa, insegura.
Kyla se encogió rígidamente contra las almohadas de su respaldo cuando escuchó el llamado, como si la hubiesen gritado. La morena se enredó compulsivamente un mechón azabache entre los dedos mientras se mecía y negaba ligeramente con la cabeza, esquivándole la mirada a la preocupada rubia que la estudiaba con aprehensión. La sabia no le respondió el llamado a la regente.
—Has asustado a todo el mundo —insistió Elsa, dando un paso hacia adelante e internándose en la austera habitación. Le parecía sorprendente que ahora la pieza se encontrara tan vacía —¿Qué cosa te encuentras tramando ahora, sabia mía?
Kyla torció las cejas como si algo la hubiese molestado, frunció los labios en un gesto de impecable disgusto. Elsa la observó, perpleja.
—Kyla, cariño —susurró la regente en voz baja al sentarse a su lado en el borde de la cama —¿Te encuentras bien?
—Me... Encuentro... Bien —respondió finalmente la sabia en un tono disperso.
La princesa sintió una punzada en el pecho al notar que la familiaridad de sus palabras pareció incomodarle a la morena. Kyla observaba ansiosamente los alrededores de la habitación y las vigas del tejado alto como si le resultara novedoso ese cuarto que estuvo ocupando los últimos meses. No hizo contacto visual con Elsa como si pensar en hacerlo le avergonzara por algún motivo.
—Estoy bien... —reiteró ensimismada —Estoy bien...
—¿Sabes en dónde te encuentras? —preguntó Elsa cuidadosamente.
Kyla frunció el entrecejo, aquello dio la impresión de que la sabia se había estado sopesando la misma cosa todo ese tiempo.
—Esto es Arendelle —contestó de forma ajena—. Debo estar en Arendelle —repitió como si el hecho le sorprendiera por algún motivo. Kyla recorrió el lugar con la vista, la dejó fija en el paisaje que se podía vislumbrar del exterior mientras continuaba hablando en ese tono pensante—. Arquitectura nórdica, vientos helados. Religión cristiana. Su blasón es un azafrán dorado sobre campo verdiazul. Fue fundada alrededor del año 1048 d.C. por el Rey Harold Hardråde. descendiente de Harald I. Llamado asimismo Haroldo Hardrada, Harald Hardraade o Harald Haarderade. "Hardråde" significa "el Despiadado", luego cambió su nombre por "Arnadalr" que quiere decir "El que gobierna el Valle"... —A los ojos violetas se le contrajeron las pupilas cuando la proclama le resultó lo suficientemente convincente como para creer en sus propias palabras—. Estoy en Arendelle —resopló en su desconcierto.
La sabia se observaba las manos de manera ensimismada. Flexionaba uno a uno sus dedos mientras una arruga en su frente se pronunciaba más ante cada gesto que realizaba. Algo en lo que veía pareció molestarle mucho a la morena, o así lo habría interpretado Elsa si Kyla le hubiese ofrecido algo más en su expresión, que se mantuvo adusta y tensa, tan formal como la de un germano enlistado en la milicia o la guardia real. Ceñuda e impenetrable.
Elsa tragó saliva como si esperara que eso empujara el nudo que se le había instalado en la garganta. Temía formular la pregunta si no era capaz de tolerar la respuesta.
—Kyla... ¿Sabes quién soy yo?
La sabia la encaró por vez primera como si acabara de cobrar importancia el origen de la voz que la había estado interrogando. Ladeó la cabeza y resopló con incredulidad, como si la identidad de la monarca y su presencia en sus aposentos no tuviera ningún sentido.
—La princesa Elsa Arnadalr —respondió mecánicamente ante aquella fastidiosa obviedad—. La primera de nombre —continuó con la mirada violeta recorriendo a la nerviosa rubia que asentía con un semblante cargado de incertidumbre—. Regente —Kyla hizo una pausa cuando alzó la vista hacia los ojos cobaltos reales para mirar dentro de ellos, se tensó como un animal lo hace cuando percibe peligro, pero sus labios no dejaron de moverse—. La futura Reina —soltó casi como si se encontrara en trance—. La Seiðr de la que habla la profecía del invierno eterno —Elsa torció las cejas con pesar al escucharlo, pero la sabia no se inmutó—. Hija de Idunn y Agdar Arnadalr... perdidos en el mar hace dos años... —susurró Kyla con ese movimiento incesante de sus dedos que abrían y cerraban su mano en un puño a la altura de su afilado mentón. Algo en eso parecía estarla perturbando mientras más lo sopesaba—. Perdidos... Perdidos...
Kyla apretó los dientes y se restregó la mano sobre la frente, sacudiendo la cabeza. Gimió cuando una profunda exhalación helada le abandonó la garganta y la hizo doblarse temblorosamente sobre las mantas que se cubrieron de escarcha. Elsa aferró angustiosamente a la morena entre sus brazos mientras la sabia forcejeaba en dolorosa desesperación tratando de liberarse.
—Kyla, ¿Qué ocurre? —suplicaba Elsa en su aflicción—. Por favor, dime qué es lo que te pasa. ¿Son tus ojos?
—¡No! ¡Suéltame por favor! —jadeaba Kyla con los dientes apretados en su forcejeo—. ¡No puedo!... yo—
La sabia se paralizó abruptamente, arrugó la frente cuando tensó los largos dedos aferrándose el pecho en confusión como si tratara de buscar algo que ya no se encontrara en él, su rostro estaba muy pálido y parecía tener problemas para respirar normalmente. La princesa quiso abrazarla y consolarla, pero la morena no se lo permitió. Elsa contuvo el impulso de derramar lágrimas heladas. Nunca había visto a Kyla tan extraña con ella, ni siquiera cuando el opio o el dolor le habían nublado en ocasiones la mente y los sentidos.
Era como si esa germana ya no se tratara de la misma persona que la había amado en su lecho apenas esa madrugada.
Elsa se mordió el labio e intentó escudriñar en aquel esquivo semblante de ojos violetas opacos, como si el brillo que normalmente reflejaban se hubiese perdido en un abismo muy profundo. La temperatura de la habitación se precipitó cuando un miedo terrible se le anidó a la regente en el pecho retumbante.
—¿Qué fue lo que hiciste? —exclamó en un susurro ahogado.
Elsa sujetó la muñeca de Kyla entre las manos, atrapó un pequeño trozo de carne entre sus uñas. Lo pellizcó con fuerza al tiempo que se preparaba a usar su magia para enfriarla si es que llegaba a hacerle daño. La sabia se mantuvo ajena, soltando palabrería sin sentido, sin prestarle atención a la piel que enrojecía ante el real trato, ni a su propia respiración agitada que le indicaba que debía llenar de aire sus pulmones.
—...El azafrán se deshoja por la mitad en dos colores muy intensos —susurraba perdidamente la morena—. El invierno arriba temprano desde el mar y no del pico nevado, pero las naves no dejan de zarpar... La sombra abandona el valle y el sol se extingue en su orgullo dorado justo cuando su luz nunca brilló con más fuerza... ¡Ungh!
Kyla no resistió más la falta de oxígeno, se estremeció al desplomarse, perdiendo el conocimiento instantáneamente en un agotado jadeo. Elsa se echó hacia atrás meneando la cabeza mientras se cubría la boca con las manos y múltiples copos de nieve formaban un remolino a su alrededor.
—No está sintiendo —pensó entrada en pánico—. ¡Dios santo! —exclamó inclinándose sobre ella para voltearla y asegurarse que estaba respirando—. ¡No me hagas esto, Kyla! —le exigió al zarandearla—. ¡Estúpida, maldita seas! ¡No me hagas esto ahora!
El toquido de la puerta a su espalda la llevó momentáneamente a recuperar la compostura, sus manos soltaron a la desmayada morena.
Elsa se giró justo en el momento en que su jefe de mayordomos entraba a paso raudo y se detenía a una respetuosamente distancia para dedicarle una inclinación apropiada pese a ser una efectuada con demasiada premura.
—Su alteza, unos visitantes extranjeros le solicitan audiencia —informó con la frente brillante y la respiración agitada.
—Kai, atravieso una crisis justo aquí —le respondió la regente entre dientes al señalar con la mano a la durmiente Kyla.
No tenía tiempo para tonterías ni formalidades. Kyla no parecía ser capaz de sentir, ni ser ella misma y el sauce se había marchitado según Gerda, ¿Qué podía significar eso para ella?
¿Qué era lo que podía hacer?
—Me atrevería a sugerirle que atendiera esta audiencia, mi señora —insistió el sirviente, aclarándose la garganta antes de añadir el resto de su recomendación—. Ellos han mencionado estar aquí por la joven Frei.
Elsa clavó la tensa vista en Kai, luego la desvío hacia Kyla, cerró los pálidos dedos al apretarlos en un puño congelado.
...
Elena se ajustó la capa roja, se aseguró que el medallón con forma de sol que le pendía del cuello mostrara la cara correcta y se encontrara brillante, así como que el resto de su aspecto resultara lo más decente posible, mientras aguardaba en el suntuoso vestíbulo a ser recibida por la regente de aquel país. Titus se había separado de su lado y eso por algún motivo la aliviaba. Sentía que podría efectuar mejor su trabajo sin su irritante presencia que sólo le alteraba los nervios.
Aunque aún no le quedaba muy claro porqué debía encarar esa situación. Los sabios no necesitaban permisos reales, todos sus asuntos podían resolverse directamente con las academias, así que presentarse ante la princesa no tenía ningún sentido. Por un momento Elena temió que Kyla hubiese puesto al reino en peligro y Arendelle se encontrara al borde de la guerra con ellos, tal vez ella tendría que parlamentar en el nombre del Rey Frederic y resolver algún conflicto, ¿se trataría de eso? ¿Habría hecho bien presentándose así nada más sin protección o una escolta?
Kai, el hombre corpulento que la había recibido, apareció tras la puerta y le informó que su alteza Elsa Arnadalr le recibiría en una audiencia cerrada. Apenas y le dio tiempo de agradecerle o sopesar aquello, cuando se enfiló rumbo a la sala del trono que lucía espectralmente vacía. Sus pasos resonaron sobre la antigua madera y el viento helado otoñal le pareció percibirlo con más fuerza en ese enorme salón tan distinto al de la corte de Corona.
La sabia esperó en silencio y entonces la princesa apareció con majestuosa elegancia, posicionándose frente al trono labrado que ocupara su padre Agdar antes que ella. Elena esperó con la rodilla y la vista en el suelo hasta ser debidamente anunciada.
—La sabia ordenada de la princesa Rapunzel de Corona, Elena Von Schneider —informó Kai.
Elena alzó la frente y tuvo que contener el aliento ante aquella visión que la aguardaba en real portento. La princesa Elsa era una joven muy hermosa, se pensó la sabia en genuina admiración. Eso resultaba más que evidente aún en su recatada sencillez. Su semblante delicado contrastaba mucho si se le comparaba con el de su propia señora de Corona que era tan risueña y arrebatada. La belleza de Elsa Arnadalr era palpable en su controlada serenidad, era de suponerse que debía tratarse de una mujer pensante y calculadora. Resultaba una lástima que hubiese escogido aislarse del mundo porque era como presenciar a una criatura viva del invierno. Esa piel tan blanca como la nieve, ese cabello de platinado fulgor... Y esos ojos tan azules que eran un témpano de hielo refulgente.
Elena se encogió, sintiendo de pronto que un temor reverente le subía hasta la nuca. ¿Por qué era que esos ojos la miraban de esa forma tan helada?
Elsa contuvo la respiración (y el hielo en sus puños) cuando la vio más de cerca. No lo habría creído posible de no ser porque había escuchado claramente su nombre. Las ropas eran distintas y se veía mayor, pero no podía negar a quién tenía delante, no cuando el recuerdo del cuerpo de esa doncella en brazos de Kyla en esa visión de su pasado la hizo pasar noches terribles en angustia.
Elsa recorrió a Elena discretamente cuando tuvo que forzarse a aceptar que no se trataba de una alucinación. Esa melena rubia y larga del color de la paja fresca, ojos azules brillantes de aguda inteligencia, una sonrisa de labios seductores en un rostro de facciones delicadas, de tez lozana y constitución fascinante. Elsa apretó los labios cuando sintió que su corazón se aceleraba en su escrutinio. Le dolía reconocer que esa mujer probablemente fuera más hermosa que ella misma.
La antigua amante de su caída sabia.
¿Por qué razón justamente esa mujer estaba en su reino y postrándose ante ella?
¿Por qué entraba a su castillo preguntando por Kyla?
Elsa cayó en cuenta que nunca lo descubriría si sólo se quedaba ahí especulando. Le hizo una seña a la sabia roja para que pudiera hablar en su presencia.
—Alteza, me honra que accediera a recibirme —comenzó la germana educadamente—. Arendelle es una tierra próspera y extensa, no planeo quitarle mucho tiempo con este asunto.
—Bienvenida a Arendelle, Elena. ¿Qué es lo que requieres del trono de los Arnadalr? —respondió Elsa, acomodándose en su silla—. Dilo y sopesaré si se encuentra en mis manos brindártelo.
—Princesa Elsa, normalmente intercambiaría estas palabras con Ozur Esbjörn en la academia de la Luna, pero ha sido usted tan amable de recibir en su palacio a Kyla Frei, que no he tenido más remedio que tocar a su puerta e importunarla. He venido con la encomienda de acompañar a mi hermana blanca de vuelta a la madre patria.
Elsa se tensó en su asiento, pero mantuvo la calma, arqueó la ceja estudiando el rostro de la sabia que esperaba una respuesta positiva de su parte.
—¿Es que el Rey Frederic la solicita de vuelta ya? —inquirió la regente en un tono jovial, pero que expresaba una distraída extrañeza—. Kyla Frei estaba llevando a cabo labores parlamentarias entre Corona y Arendelle, cosa que hizo estupendamente hasta que su salud la obligó a tomarse un merecido descanso. Me temo que esas tareas todavía no han sido finiquitadas —usó la mano derecha para cubrirse precariamente los labios. —No tenía idea alguna de que nos encontrábamos en este dilema.
Elena pasó saliva y se arrebujó un poco más en su capa. Ella tampoco parecía conocer la situación que le expresaba esa astuta monarca. Se aclaró la garganta mientras pensaba en cómo darle la vuelta a esa situación.
—Su alteza, Kyla Frei es una sabia precavida pese a su peculiar carácter. Ella siempre ha necesitado cuidado especial desde joven, es de pleno conocimiento en las academias que ha visitado. Estoy segura que no quiso convertirse en una molestia estando bajo su techo. Si cayó enferma, debió presentir que su estado no mejoraría. Recibí una carta suya a principios de mes vaticinando esto mismo —pronunció Elena mientras se sacaba un pergamino doblado de entre la capa—. Ella solicitaba que la lleváramos a su hogar en Corona en cuanto se encuentre en condiciones para poder hacerlo.
Elsa miró ese trozo de papel desde su sitio como si esperara que se prendiera fuego de un momento a otro. Lamentablemente para la regente, eso no sucedió, por lo que tuvo que soportar tener ante sus ojos la prueba inequívoca que demostraba que Kyla, SU Kyla, se había estado carteando con esa mujer que la conocía tan bien, tanto como para que la morena hubiese recurrido a ella en lugar de a quien se suponía que amaba en realidad. La monarca tensó la mandíbula, sus manos aferraron con fuerza los reposabrazos de su trono.
—Si, estoy familiarizada con esa facilidad que tiene lady Frei para acertar sus suposiciones —la cortó Elsa con frialdad.
En realidad, esperaba que le quedara muy claro a esa mujer que ella estaba enterada de la magia de Kyla y que no la amedrentaba. No iba a permitir que se le notara en el rostro la rabia que le hacía hervir la sangre en la cabeza con toda esa situación.
Elena arqueó las cejas al notar que esa princesa escandinava se mostraba un tanto hostil. Suspiró como si se preparara a dar un salto al agua fría antes de hablarle nuevamente.
—No he venido en nombre de la princesa Rapunzel, ni de Corona —le aclaró mansamente—. Mi presencia aquí obedece a la amistad y no al deber. Me apena mucho si este contratiempo ha ocasionado algún problema entre ambos reinos, pero si la hermana Frei ha dejado asuntos pendientes, puedo ayudarle a concluirlos con gusto. Soy plenamente capaz de terminar cualquier tarea que ella haya comenzado.
Elsa bufó por lo bajo como si dudara eso, pero se recargó en el respaldo y apoyó la barbilla sobre su mano. Sonreía ligeramente, sus emociones la llevaron a tal vez hacerlo de una forma un tanto petulante.
—Kyla Frei es valiosa y querida en este castillo —pronunció con suficiencia—. Una gran amiga. Nunca pensaría que su enfermedad la convertiría en una molestia —arqueó una ceja provocativamente—. Esa no es la manera en la que los Arnadalr tratamos a nuestros invitados.
—Por supuesto que no, alteza —barbotó Elena de inmediato—. Nunca me atrevería a faltar a su prodigiosa hospitalidad; pero el invierno se avecina a este reino y sería prudente trasladar a Kyla Frei a tierras más cálidas en donde pueda mejorar sin riesgos.
—¿Y en Corona los inviernos resultan menos cruentos? —espetó la monarca incrédulamente.
—Viajaríamos a Grecia, señora —atajó pacientemente la sabia—. Kyla cuenta con la protección del Señor de los Palacios en ese sitio. No regresaríamos a Corona hasta la primavera y solamente si su estado de salud así lo permite.
Elsa maldijo para sus adentros, todo eso sonaba bastante verdadero y sensato. Tamborileó con los dedos sobre la madera como si eso le ayudara a pensar mejor las cosas. Quería terminar con esa situación lo más pronto posible, pero no había manera de imponer su voluntad sin levantar sospechas sobre sus motivos. No podía hacer nada si Kyla ya había hecho sus propios arreglos. La monarca apretó los dientes, seguramente eso también lo había anticipado. La había encajonado para que no le quedara otra opción más que acceder. ¿Pero por qué? La incertidumbre la estaba matando. Necesitaba hablar con ella y aclararlo todo o mandarla de una buena vez al infierno a ella y sus misterios.
—Pero ¿cuál era el problema de esa mujer? —se pensó Elena al estudiar a Elsa cautamente.
¿Acaso Kyla estaba siendo prisionera en ese sitio? ¿Aquello era una misión de rescate? ¿Por qué Kyla se hospedaba en ese castillo, teniendo una academia tan cercana? No correspondía a su sentido práctico de libertad. Ella odiaba las formalidades reales. ¿Se habría metido Kyla en algún problema y esa carta suya se trataría de una llamada de auxilio?
Elena se mordió el labio al razonarlo.
No, Kyla era lo bastante hábil para zafarse de cualquier situación, seguro debía tratarse de algo que no podía manejar como siempre...
Elena alzó la vista y miró fijamente a esa joven, justo cuando una extraña corriente de aire le agitó los cabellos platinados.
Los ojos azules se le abrieron grandes en repentina comprensión.
Tal vez algo de lo que no quisiera salir realmente, aunque fuese lo más sensato...
Elena ahogó un sonido de sorpresa cuando la posibilidad le vino a la mente. Aquella extraña actitud en la regente de Arendelle no era terquedad sino encaprichada posesión. Esa princesa no quería dejar ir a Kyla porque probablemente no quería que nada ni nadie apartara a la morena de su lado y estaba siendo lo suficientemente imprudente como para demostrárselo abiertamente.
Pero, ¿por qué?
—Kyla tenía un gran amor al otro lado del mar —pensaba la sabia—. Una mujer que era la dueña de su corazón, por la que abandonó todo.
Una belleza que la había hechizado desde niña...
—¿Acaso es ella? —inhaló estupefacta.
Elena sintió como si el estómago se le hundiera hasta los pies, creyó que podría desfallecer ahí mismo. Esa misteriosa mujer, esa sombra inalcanzable contra la que no tuvo oportunidad, era la soberana del país de los fiordos helados.
¡La mujer que Kyla siempre había amado se trataba de Elsa Arnadalr, la heredera del trono de Arendelle!
La monarca y la sabia se observaron en silencio, se estudiaron las facciones y el lenguaje corporal en ese incómodo instante en el que aceptaron reconocerse como amantes de la acaecida morena de ojos violetas (si bien aquello aconteció en épocas distintas) La primera lo hacía desde lo alto, en su trono de roble tallado, erguida, poderosa y con la mirada desafiante. La segunda a sus pies, con la cabeza inclinada ante su detestable humillación y desconcierto.
La sabia roja se acarició las sienes.
En qué lío la había metido Kyla con esa petición suya. ¿Qué no se daba cuenta de la magnitud de aquel problema? Esa princesa era como un dragón terrible resguardando su tesoro, y no la conocía lo suficiente como para adivinar su predilección por enviar gente indeseable a las mazmorras; ciertamente no pensaba quedarse a averiguarlo. Finalmente se aclaró la garganta y optó por apelar a lo meramente razonable.
—He aquí mis motivos, princesa Elsa. Sólo me resta esperar su decisión. Sé que, en su sabiduría, elegirá lo que es mejor para su querida amiga, quién es también la mía no sólo de origen sino de estandarte. De todo corazón, le pido pueda recapacitarlo.
—Es muy buena —se pensó Elsa en su frustración. No le gustaba admitirlo, pero tenía razón. Si era cierto lo que afirmaba sobre Kyla y realmente necesitaba partir, tendría que dejarla hacerlo, aunque odiara simplemente imaginarlo. Cerró los ojos y suspiró agotadamente por todo el esfuerzo que había aplicado para mantener el hielo en calma. Al final asintió conciliadoramente.
—Ciertamente eres una buena amiga, Elena —la congratuló Elsa de forma punzante—. Kyla Frei debe sentirse afortunada de poder confiar en una camarada tan leal —la regente se puso de pie, dando por terminada esa charla—. Pueden salir cuando les plazca en cuanto sea prudente hacerlo. Ni yo ni nadie en Arendelle representaremos un obstáculo —Elsa comenzó a andar rumbo a la puerta de salida, pero se detuvo al dar apenas unos pasos—. Puedes hospedarte con tu compañía aquí en palacio —le dijo por sobre el hombro —. Me aseguraré de que les preparen habitaciones en la misma planta. Aguarda con Kai, él se encargará de las preparaciones. Puedes retirarte, sabia. Eso es todo.
Elena suspiró aliviadamente, pero asintió con respeto.
—Se lo agradezco mucho, alteza.
Elsa asintió silenciosamente y desapareció tras las cortinas rojizas, abandonando definitivamente el salón.
Dios, eso sí que le había ocasionado un fuerte dolor de cabeza. Elsa se apoyó contra la pared del corredor y se quedó ahí un momento simplemente respirando, las manos le temblaban con cristales helados brillantes permeándole los blancos guantes. Habría llamado con un hálito de voz a Gerda si el ama de llaves no se hubiese encontrado ya presurosa a darle alcance.
—Alteza, intenté detenerlo, pero era muy grande y empedernido como para lograr cerrarle el paso. Decía provenir de real cuna y conocer a la joven Frei. ¡Lo lamento mucho en verdad!
La expresión de la regente se tornó confusa, pero caminó tras su ama de llaves hasta la puerta de Kyla, en donde ya aguardaban sus órdenes un par de guardias. Al final Elsa prescindió de ellos y los calmó a todos antes de girar el pomo y entrar al cuarto, en donde se encontró a un joven alto y barbado sentado en una silla junto a la sabia morena con la que parecía haber estado intercambiando algunas palabras antes de ser interrumpidos. El castaño se puso de pie y elaboró una elegante reverencia ante una atónita Elsa que lo miró de arriba para abajo, reconociéndolo de inmediato.
—Titus... —exclamó Elsa en su sorpresa.
—¿Nos conocemos, alteza? —inquirió el barbado arqueándole las cejas—. Recordaría haber tenido tal honor.
—Oh, N-no, no. Por supuesto que no —soltó la regente de Arendelle en su torpeza—. Yo, solo—
—No hace falta explicarlo. Imagino que esta sabia blanca debe haberle hablado de mi —completó Titus con alegría, inclinando la cabeza hacia una silenciosa Kyla—. Corrimos algunas aventuras juntos.
—Precisamente, Titus —asintió Elsa con nerviosismo—. Es casi como si te hubiese conocido de antemano.
El joven cretense dio un paso hacia Elsa en amago de tomarla de la mano, pero al notar de reojo el movimiento negativo de cabeza que le hizo Kyla, se abstuvo de hacerlo; así que solo sonrío galantemente.
—Soy Titus Gianakóupulos del palacio de Cnosos en Creta —informó con tranquilidad—. Lamento mucho no haberle mostrado mis respetos antes, pero tenía que comprobar que la sabia Frei estaba bien. Ha sido una amistad muy cercana y un gran beneficio para mi reino durante su estancia ahí. La considero casi como una hermana, y yo soy un tipo algo sentimental. Espero pueda comprenderlo.
—Lo entiendo —aceptó Elsa, entrelazándose los dedos sobre el regazo—. Soy la princesa Elsa Arnadalr, regente de Arendelle. ¿Debo asumir que usted y Elena Von Schneider han llegado juntos con la misma encomienda por el bienestar de Kyla Frei?
Elsa desvió la mirada para conocer la reacción de Kyla ante eso, pero la sabia no hizo absolutamente nada, respiraba y parpadeaba en cambio como si esos actos debiera pensarlos concienzudamente antes de realizarlos. Seguramente ni siquiera le había escuchado el reclamo. Elsa le habría protestado, pero Titus sí estaba más presto a responderle.
—Efectivamente. La llevaré de regreso a su hogar, antes de pasar una temporada de vacaciones en el Mediterráneo, por supuesto —bajó el volumen de su voz para convertirla en un susurro—. Ella no podrá hacer mucho por sí misma actualmente. Me dijo que mejoraría con el tiempo; pero solo ella sabe si semejante cosa será verdad.
Elsa contuvo el aliento, miró a su sabia postrada en la cama. Kyla miraba perdidamente hacia la nada con los párpados caídos y un semblante concentrado pero que a la vez resultaba ajeno. Se veía agitada, como si el hecho de mantenerse despierta le pareciera agotador. Estiraba el brazo en un intento de alcanzarse el vaso de agua que descansaba en el buró. No le prestó atención a ninguno de los monarcas que charlaban en medio de su habitación.
Ni pareció inmutarse cuando Titus la tocó del hombro para hacer que lo mirara cuando le acercó el recipiente lleno de líquido a los labios. Frunció el entrecejo en cambio y bebió con cuidado, hasta que algunas gotas le resbalaron por el mentón que el joven barbado limpió gentilmente. Elsa podía sentir que las lágrimas le escocían los ojos y se obligó a enfriarlas para que no se mostraran.
—Hey, estarás bien —le dijo Titus comprensivamente—. Déjame todo a mí, ¿quieres? Dein Bruder wird verantwortlich, von jetzt (Tu hermano se hará cargo a partir de ahora).
Kyla le asintió con la cabeza, aceptando de buena gana que aquel barbado usara su idioma para considerarse "hermano" suyo. Miró a Elsa con la expresión confusa, la regente sintió que el corazón se le estrujaba en el pecho. Era como si la sabia no pudiera reconocerla, o como si en realidad sí lo hiciera, pero le resultara raro verla ahí. Bien podía tratarse de una perfecta extraña que por alguna razón pareciera insistir en verla. Kyla se encogió en su sitio y jadeó en un intento de hablarle.
—Alteza —comenzó débilmente—, yo... quisiera... ¡Has... venido!... —se interrumpió de pronto Kyla con alivio, curvó ligeramente las comisuras de sus labios cuando notó cruzando por la puerta, escoltada por Kai, a la rubia germana ataviada de carmesí que le devolvió un gesto de confusa sorpresa al verla —Elena, lieber Freund (querida amiga) ... —soltó Kyla en un suspiro desmayado—. Gracias...
La morena cerró los ojos lentamente, se dejó caer sobre las almohadas, sucumbiendo al sueño nuevamente. Los presentes se miraron en confusión, pero Elena fue la primera en sobreponerse.
—No es posible... —susurró con afectación.
—¿Ocurre algo? —inquirió Elsa inquietamente.
Elena entró a la alcoba, se acercó a la cama en un par de zancadas pasando por un lado del príncipe cretense que tampoco parecía comprender muy bien lo que aparentemente había perturbado a la sabia roja.
—¿Alteza, podría por favor dejarnos un momento a solas con ella? —pidió la germana seriamente—. Necesito revisarla.
Elsa apretó los labios, en un sulfurado intento de evitar soltar que "Kyla no tenía nada que ella no le hubiese visto a esas alturas", pero pudo más la prudencia con la joven regente. Elsa asintió sin decir nada y se retiró dignamente, informando que se encontraría en su despacho si llegaban a necesitarle nuevamente.
Elena se bajó la capucha cuando se quedaron solos, la mirada inquisitiva fija en el confundido Titus.
—¿Quién es... está persona? —reclamó Elena en total desconcierto al admirar a la morena más de cerca. Recorrió con los dedos los mechones revueltos de color azabache frunciendo el entrecejo—. Se parece a Kyla, pero...
—¿A qué te refieres? —soltó Titus pensando que la sabia le tomaba el pelo—. Es Kyla Frei. La tuve pegada detrás de mí fastidiando por demasiado tiempo como para no reconocerla. Se ve un poco distinta —admitió, frotándose la barba—, pero creo que debe ser por los buenos tratos que recibe en este sitio. Era más desgarbada y flaca cuando viajábamos juntos.
—Ella no era tan grande cuando estudiábamos juntas en Corona —lo interrumpió Elena meneando la cabeza—. Incluso yo la pasaba por unos centímetros —susurró la rubia, sujetando entre sus palmas la trigueña mano de dedos largos de la desmayada morena que le resultaba ahora irreconocible—. Siempre fue baja y enfermiza para su edad y... —Elena abrió un poco la tela del blusón de Kyla notando de inmediato las horribles cicatrices que le atravesaban el cuerpo—. Esta mujer es muy distinta a la que conocí en la Academia del Sol. No tiene ningún sentido.
—Kyla es así desde que la conozco —informó Titus frunciendo el ceño sin comprender muy bien a lo que se refería la joven sabia.
—No pudo crecer todo eso en un año. Son más de dos cabezas salidas de la nada —insistió ella escépticamente mientras lo razonaba mordiéndose la uña del pulgar. La mirada azulada fija en su concentración.
—Bueno, pues de alguna manera lo hizo —bufó airado el barbado sin hallarle el punto a semejante observación tan inútil—, porque no creo que conozcas a otra compatriota germana de ojos violetas que sea sabia y tenga esta aversión a cepillarse.
La rubia se sonrió ante las palabras del castaño, tenían algo de cierto. Ya habría tiempo para contestar preguntas. Elena observó amablemente a esa indómita necia que había confiado en ella y ahora la necesitaba a su lado. No la defraudaría, ni la cuestionaría hasta que llegara el momento de saberlo todo.
No se trataría de Kyla si las cosas no tuvieran que ser de aquel modo. Siempre moviéndose en recovecos, elusiva, hablando en enigmas, resolviendo ese rompecabezas del que solo ella conocía la imagen mientras se las ingeniaba para que todos a su alrededor fueran los que le consiguieran las piezas que le hicieran falta.
—¿Qué fue lo que pasó hace un momento contigo y esa princesa? —preguntó Titus, sacando a Elena de sus pensamientos—. ¿Fue mi imaginación o había chispas saltando entre ustedes? ¿Eres tan mala parlamentaria que ya has hecho de Arendelle un enemigo? ¿O es que—
El barbado inhaló sorprendido a la mitad de su frase, miró a Kyla, luego hacia la puerta y se llevó la mano a cubrirse la boca cuando regresó la vista a posarse en Elena. Esbozó una sonrisa estúpida cuando las mejillas se le encendieron a la ceñuda sabia roja que le dedicó una mirada peligrosa a ese risueño príncipe, casi como si lo retara a decir alguna de sus imbecilidades.
Aunque claro que para Titus eso era toda una invitación para hacer tal cosa.
—¡Oh... Por... Dios! —soltó emocionado—. ¡Era ella! —chilló agudamente—. ¡Una princesa! ¡No me lo puedo creer! —Titus fingió que se limpiaba una lágrima, conmovido—. Si serás idiota, Kyla. Maldita bribona, yo sabía que era una mujer importante, ¡pero una princesa a punto de ascender! ¿Cómo infiernos?... ¿Crees que ya se acostaría con ella? —le preguntó a la germana rubia por sobre el hombro—. Necesito que despierte cuanto antes y que me lo cuente todo...
—Eso puedes dejarlo para después —lo cortó Elena con fastidio—. Sal de aquí. Eres una verdadera molestia.
—¡Pero es hermoso y sexy! —gimoteó el príncipe mientras era empujado rumbo a la salida.
—¡He dicho que te largues, estúpido! Y ni una palabra de esto a nadie, ¿escuchaste?
Elena lo expulsó dando un portazo. Del otro lado pudo escucharse un largo quejido de decepción.
—Santo cielo, esto es demasiado para mí —resopló Elena, sacándose la capa, se sentó en el sillón cercano al lecho en el que Kyla descansaba—. ¿Qué es lo que esperas de mi parte? —le preguntó a la morena en un susurro angustioso—. ¿De verdad crees que pueda llevarlo a cabo?
Kyla no respondió. La joven se mantuvo durmiente el resto del día como si no hubiese hecho tal cosa en años. Elena se quedó a su lado vigilándola durante horas, intercambiando palabras con los sirvientes de la princesa Elsa cuando se aparecían para conocer el estado de la morena. Por momentos, la sabia roja pensó en abandonar su puesto para permitirle a esa orgullosa regente visitar a su amada sin tener la necesidad de ocultarse, pero no fue capaz de conseguirlo, al menos no hasta que el cielo se oscureció y tuvo que alumbrar el cuarto con velas y encender un fuego en la chimenea. Fue ahí cuando la idea adquirió más fuerza en su mente, mientras arropaba a Kyla con otro cobertor para protegerla del aire helado que parecía estarse apoderando de todo el castillo.
—Era ella, ¿verdad? —susurró Elena de manera absorta—. Esa princesa que me recibió tan fríamente. Es ciertamente muy hermosa... de esa forma tan delicada y melancólica que siempre te ha gustado. No puedo explicar cómo, pero lo supe apenas verla.
Los dedos de Kyla temblaron ligeramente y sujetaron la mano de Elena, la rubia alzó la vista para encararla, pero la morena enfocaba débilmente la vista en otra dirección. Kyla le dedicó un leve apretón como si se disculpara por toda la marea de emociones que el encuentro con Elsa y con ella misma le había ocasionado.
Elena podía reconocer esa fría sensación de los ojos de Kyla barriendo el entorno, asimilándolo todo; aunque le resultara ahora tan ajena, algo seguía remitiéndole la imagen de esa joven aprendiz que la hizo suspirar en solitario muchas veces en el pasado.
—Lamento haberte metido en esto —pronunció Kyla en voz queda.
—Me sorprendió que enviaras a buscarme —admitió Elena, al mirarla intranquila.
—Necesitaba alguien en quien confiar —contestó Kyla, distraídamente—. Imagino que ya has comprendido para qué has venido.
—No puedes hacerlo tú sola —dedujo Elena.
Kyla bajó la vista.
—Es una debilidad imperdonable.
Elena meneó la cabeza al sujetarle las manos a Kyla. Enarcó las cejas, eran ahora muy largas y pesadas. La sabia blanca miró hacia otra parte, como si le avergonzara que su vieja amiga no pudiera dejar de notar esos cambios en sus proporciones. Elena la tranquilizó, pero la miró muy seriamente por otros motivos.
—Ni siquiera le has dicho lo que hiciste en Corona —le dijo gravemente—. La has dejado pensar que eres sólo una viajera de poca monta con talento para la herbolaria. ¿Qué es lo que te piensas tú que esa mujer vaya a hacer cuando lo sepa todo?
—Ella vivirá —respondió Kyla rígidamente—. Lo demás no tiene importancia.
—¿Como puedes decir eso? —le reclamó Elena, torciendo las cejas indignadamente —¿Es verdad... que ya no puedes percibir nada por tu cuenta?
Kyla asintió ensimismada, con la vista fija en el cielo nocturno.
—Es una pena —se lamentó Elena al rodearle los hombros con un brazo en un intento por confortarla, aunque sabía que Kyla no podría apreciarlo—. ¿Has olvidado ya lo que viviste en el pasado? ¿El motivo que te trajo hasta aquí?
—No —respondió Kyla firmemente—, pero me resulta difuso —confesó con extrañeza—, casi me parece haberlo soñado —Se miró las manos que abría y cerraba lentamente, como si hacerlo fuera a obrar el milagro de sentirlas moverse nuevamente—. La mente y el cuerpo se me adormecen conforme pasa el tiempo, quién sabe cuándo se entumecerán del todo. Yo... no debería estar aquí cuando eso pase. —concluyó sin emoción alguna.
Por un momento las dos guardaron silencio, solo el crepitar de las llamas en la chimenea llenó el espacio vacío que se había formado entre ellas. Elena vaciló, pero finalmente reunió el valor para preguntarlo.
—¿Has dejado de amarla?
Kyla entornó los ojos amatistas, deslizó las yemas de sus dedos por sobre el edredón que la arropaba sin ser capaz de percibir la suavidad o el calor de sus materiales.
—La amo tanto que soy más consciente de la situación. No puedo seguir priorizando mis deseos ante lo que debe de hacerse —la morena se estremeció como si fuera a caer dormida nuevamente. Sacudió la cabeza, respirando pesadamente—. Ella intentará salvarme de cualquier forma y yo se lo permitiré. Si no puedo dejarla sola ahora, podría verme tentada a intervenir y todo habrá sido por nada.
Elena frunció el entrecejo ante la mirada violeta brillante, que barajaba cadenas de eventos. Kyla las repasaba con insistencia, adelantando movimientos y sopesando alternativas como siempre había tenido por costumbre.
—¿Estás segura de lo que haces? —susurró la sabia roja de manera conflictuada.
—Ella no merece pasar por esto —concluyó la sabia blanca al encogerse de hombros y decantarse por ofrecer la respuesta más lógica.
Kyla miró la silla de ruedas que habían dejado cerca de su cama, frunció el entrecejo.
Ya no importaba.
...
Gerda se ocupaba de Kyla por las mañanas, la revisaba, acicalaba y alimentaba antes que Elsa la visitara en un acto previo a sus labores como si se tratara eso de una especie de ritual. El ama de llaves era consciente que su joven princesa sufría por esa extraña invalidez en su amada y no deseaba acrecentar sus preocupaciones, por lo que puso mucho empeño en hacer lo posible por mejorarla.
No era una tarea sencilla. La nana era muy pequeña para maniobrar con la sabia, pero al principio Kai o Titus la apoyaron, esto fue hasta que Kyla fue recuperando algo del control de su cuerpo y lograba apoyarse y hacer fuerza con las manos para aligerarle la tarea. Pequeños avances como esos eran los que hacían que Elsa lograra sonreír durante el día y Gerda procuraba que estos fueran frecuentes. Rezaba para que, en poco tiempo, esa muchacha volviera a caminar y a ser ocurrente y vivaz como lo fue siempre. Pensaba que, si mejoraba, esa actitud de apatía que la ensombrecía, le desaparecería del semblante y entonces no tendría razón para marcharse.
—Te sientes muy culpable —le dijo Kyla repentinamente al observarla mientras la mujer le sostenía el cuerpo y la morena se impulsaba para salir de la tina para sentarse en su silla—. No podrás guardar bien a Elsa si te portas así. Ella te necesita fuerte. Los errores que piensas que ha cometido Elsa son mis faltas en realidad y no una falla de tu juicio. Lo has hecho bien.
Gerda meneó la cabeza de forma negativa mientras empujaba el aparato y conducía a la sabia hasta donde le tenía la ropa preparada. Kyla comenzó a secarse lentamente, permitiéndose esa pequeña acción independiente.
—Yo no soy de importancia, niña. Eres tú la que debe ponerse de pie pronto. Ya verás que dentro de nada vuelves a ser la misma.
Kyla curvó las comisuras de los labios con desgana, pero dejó que la nana conservara su optimismo.
—Tú eres la roca que soporta a la corona, Gerda. Ya verás como el tiempo me da la razón.
Kyla ya había tomado el desayuno para cuando Elsa arribó a sus aposentos y la encontró sentada en su silla con la vista fija en la ventana recibiendo un poco de sol. El clima o lo que la afectaba parecía minarle las energías, pues era con frecuencia que la joven se quedaba dormida por largos ratos o amenazaba con hacerlo, como en ese momento que parecía encontrarse sumamente relajada. Elsa dudó por un instante si debía molestarla, pero Kyla se espabiló al vislumbrarla en la puerta, sosteniendo una maceta con una planta que exhibía sendas flores de tonos violetas. La morena ladeó la cabeza como si le resultara muy curiosa esa perspectiva.
—Viola Wittrockiana —murmuró la sabia con interés.
Elsa asintió, dedicándole una tímida sonrisa.
—Recordé que mencionaste que florecía en el otoño y era resistente en el invierno —pronunció al cruzar el cuarto para que la morena pudiera apreciarla desde cerca—. Creí que te gustaría tener algunas plantas en tu balcón para animarte.
Kyla asintió ligeramente observando los pétalos de colores y las frondosas hojas.
—La flor del pensamiento. Es interesante cómo adquiere fuerza en los tiempos más difíciles para luego decaer al llegar el verano. Es una verdadera ironía, ¿No le parece, alteza?
Elsa se mordió el labio sabiendo que Kyla usaba la planta como una morbosa analogía sobre sí misma.
La morena se estremeció, percibiendo lo que su visitante estaba cavilando sobre ella. Desvío la mirada, frunciendo el entrecejo mientras tocaba las puntas de sus dedos con los pulgares.
—Disculpe no quise incomodarla —soltó la germana de manera difusa—. No debí hacer eso si usted vino aquí a tener atenciones conmigo. Mis incapacidades superan mi estado de ánimo.
—¿Cómo te encuentras el día de hoy? — preguntó Elsa con el afán de apartarle esos pensamientos mordaces de la mente.
—Me encuentro mejor —respondió Kyla encogiéndose estoicamente, se arrebujó en la capa blanca que le descansaba sobre los hombros—. Hoy pude sentarme yo sola en la silla tras el baño, y Gerda ya confía que no me ahogaré al comer. Aunque el sueño es algo contra lo que no puedo hacer mucho. Me disculpo de antemano si no puedo mantenerme despierta durante su atenta visita, alteza.
—Antes no dormías nada y ahora pareces hacerlo todo el tiempo —observó la regente, estudiándole a Kyla la figura encorvada que parecía batallar internamente contra ese sopor constante—. Y ya te he dicho que dejes los títulos de lado. No es necesario que uses lenguaje formal conmigo.
—Lo siento, tengo un montón de información en la cabeza sobre protocolos reales —soltó la morena, enterrándose los dedos en la oscura cabellera revuelta—. No es por ofenderte, es sólo que es difícil ignorarlos ahora.
—Está bien, no te preocupes.
Elsa se sentó en el descanso del ventanal, suspiró pacientemente, habiendo esperado hasta ese momento para hablar de esa forma con ella.
—¿Recuerdas cuál es el estado de nuestra relación?
La mirada de Kyla siguió dispersa, enfocándose en lo que ocurría en el exterior.
—Lo hago —asintió moviendo nerviosamente las manos—. Somos mejores amigas, confidentes, compañeras de negocios, amantes. Somos pareja —concluyó al dirigirle la mirada directamente para esbozarle una ligera sonrisa.
Elsa le correspondió con alivio.
—¿Quieres contarme que fue lo que pasó?
El semblante de Kyla volvió a tornarse disperso, los ojos violetas se perdieron nuevamente en algún otro sitio.
—Conocer lo que ocurrió esa noche no hará que las consecuencias de los hechos cambien.
—¿Cómo puedes asegurarlo? —inquirió Elsa con el orgullo afectado—. ¿Acaso estás burlándote de mí? ¿Sigues siendo una sabia cuando no eres capaz de tomar en cuenta a quienes te rodean cada vez que realizas una locura? ¿Vas a dedicarte a revolcarte en autocompasión en lugar de afrontar las responsabilidades de tus actos?
—Fue lo más responsable librarte de la runa que grabaste en mi prenda —explicó Kyla tranquilamente—. De haber preservado ese lazo mágico, te habrías arriesgado a compartir mi destino, y has visto lo suficiente por tu cuenta como para saber cómo es que voy a terminar.
La expresión de Elsa pasó del horror a la incredulidad.
—Eso no te da derecho a pasar por encima de una decisión que ya había tomado. La runa te salvó la vida en su momento, sin ella tu—
—Soy una sabia, y debo comportarme como una, Elsa —respondió Kyla con simpleza—. No sería sensato dejar a Arendelle sin Reina por un mero acto impulsivo, aún si fuera en nombre del amor. Es un capricho que no puedo permitirte. No tengo miedo de enfrentar lo que me aguarde. He conocido mi destino desde hace mucho y lo acepto como lo que es. Esta autocompasión en el ambiente no se trata de la mía.
—El destino no existe —masculló Elsa con enfado.
Kyla alzó el mentón, miró a la regente con una fijeza perturbadora.
—Díselo a la espada que aguarda en tu mazmorra, a tus padres que descansan bajo el mar, díselo a tu hermana a los ojos cuando estos te devuelvan una mirada vacía y congelada.
—¡Basta! —soltó Elsa en una exhalación de agudos trozos de hielo que se materializaron en la alfombra. —¡Cómo te atreves!
Kyla no se movió un centímetro, afrontando la ira de la afectada regente.
—No pretendo deslindarme de mis responsabilidades, Elsa —le dijo con seriedad—. Puedes castigarme por todo lo que he hecho si deseas hacerlo. Pero no intentes controlar lo que no alcanza tu comprensión. Muy dentro de ti sabes que nunca debí arrastrarte conmigo. No es algo que necesites ni merezcas.
—¿Esta es quién eres en realidad? —espetó Elsa en su desagrado—. La persona que no está sólo sintiendo amor por un embrujo. ¿Así te comportas cuando la magia no es la que te obliga a amarme?
—No... pero tampoco soy quien esperas —contestó Kyla con pesadumbre—. Esa persona ya no existe. Ha caído en una oscuridad de la que no puede escaparse.
Solo he quedado yo.
La morena aferraba tan duro los reposabrazos de su silla que los nudillos se le habían puesto blancos, los dedos estaban tintados de rojo en su esfuerzo. Kyla no fue consciente de la acción que realizaba, pero Elsa si lo notó. Dejó de lado su propio arranque para acercarse a la sabia con el fin de separarle las manos de aquel aparato antes de que se hiciese algún daño.
—¿Estas molesta? —le preguntó con extrañeza—. Creí que tú no podías...
Elsa inhaló boquiabierta cuando vio las lágrimas brillantes que humedecían la mirada de Kyla. Por primera vez desde que había despertado, pudo verle el rostro contraído por una emoción genuina. Kyla pareció afligirse por una enorme pena, como si esta fuera tan grande que no pudiera manejarse, comprimiéndole dolorosamente el pecho. La sabia se estremeció en ese inesperado arranque. Meneaba la cabeza mientas clamaba tristemente.
—No puedo. Yo sólo...
Kyla sollozó, hipó temblorosamente mientras lloraba desconsolada, se llevó la larga mano a limpiarse los ojos, pero el llanto la sobrepasaba.
—Estoy vacía —exclamó lastimeramente—. Sólo puedo reflejar lo que otros imbuyen en mí, y tú sientes tanto... por favor ya no lo hagas, no puedo... yo...
Kyla gritó doliente, entonces pareció enfurecer y de la nada volcó la mesa que se estrelló contra la pared. Acto seguido, la morena se llevó las manos a la cabeza y se encogió en sí misma, meneándose como si algo le aterrara y no quisiera abrir los ojos para corroborarlo.
Cuando el hielo comenzó a devorar las paredes, fue cuando Elsa se percató de que esos eran sus propios sentimientos cobrando forma física a través de Kyla. La regente no pudo soportarlo más y sólo alcanzó a gemirle sus disculpas cuando abandonó la habitación, dejando ahí a la sabia padeciendo con el reflejo involuntario de sus frustraciones.
Elena fue perfectamente capaz de ofrecerle una explicación a Elsa sobre el evento ocurrido (en el que se omitieron por supuesto, los escabrosos detalles personales) Al parecer Kyla estaba comenzando a actuar como un espejo emocional y eso llegó a sucederle mucho cuando era una niña hasta que su visita a Arendelle a los seis años la cambió inexplicablemente.
Claro que Elsa conocía el verdadero motivo de aquel cambio, también dedujo que lo ocurrido con el sauce debía haber regresado a Kyla a ese estado previo a su impresión mágica.
Siendo alguien carente de emoción y sensibilidad, pero al mismo tiempo absurdamente perceptiva, dicho fenómeno resultaba confuso y a la vez revelador, pues sin importar las intenciones de quien se acercara, Kyla siempre actuaría conforme a la verdad de esa persona y lo manifestaría en diálogos sumamente honestos, y en el peor de los casos, en visiones que bien podrían resultar terribles pesadillas. Eso, para muchos, representaba algo terrible. Elsa optó por retirarse hasta que lograra esclarecer sus pensamientos porque sus encuentros no auguraban nada bueno, Titus evitó a Kyla como la peste, y a Ana la mantuvieron al margen, al ser la joven ignorante de aquel asunto.
Elena, parecía ser la única inmune al terrible poder de los ojos violetas, por lo que la sabia roja tuvo que hacer uso de toda su concentración cuando pasó a ser la principal cuidadora de la trigueña que se había propuesto a levantarse nuevamente sobre sus propios pies una vez que se sintió un poco más fuerte.
Kyla insistía en la teoría de que su cuerpo volvería a responderle si se hacía plenamente consciente de él, así como tuvo que hacerlo con sus funciones básicas. La verdad, en ese punto Elena no sabía si se trataba de la convicción de Kyla o de la de Gerda, pues era la única con la que Kyla reaccionaba con amabilidad y entusiasmo, al reflejar perfectamente la honesta actitud de servicio de la matrona.
Tan solo unos días después de su propia realización, Kyla pudo comprobar que su movilidad se iba restaurando; aunque el trabajo mental de dominar su cuerpo hacía que el control sobre su magia fuera más laxo. Hecho que no pasó por alto para Elena. Le preocupaba tener que reencontrarse con esa faceta de la morena, pues una Kyla menos convaleciente y más inconsciente de lo que hacía mágicamente, podría terminarse volviendo más difícil de manejar.
—No había querido preguntarlo antes, pero no pareces ser tú misma —le soltó Elena a Kyla mientras se pasaba su largo brazo por sobre el hombro y la ayudaba a levantarse lentamente—. ¿Qué fue lo que hiciste con tu cuerpo?
Kyla miraba sus pies en concentración, las rodillas le temblaban ligeramente mientras les exigía mentalmente que se flexionasen.
—Hice muchas tonterías al salir de la Academia —contestó difusamente—. ¿Te desagrada mucho verme ahora?
Elena la estudió brevemente, pero hizo un gesto negativo con la cabeza.
—Es... Distinto, pero sigues siendo muy hermosa —le dijo abiertamente—. Es injusto que siempre te las ingenies para resultar tan fascinante.
—Es muy amable de tu parte —atajó Kyla, aceptándole el cumplido—. Sigo sin poder percibir nada cuando se trata de ti, pero conozco ese tono de voz. ¿Estás molesta?
Elena frunció el entrecejo cuando miró a su amiga con dureza.
—Al final diste con la fuente, ¿no? Lo despertaste de algún modo.
Kyla asintió silenciosamente, marcándose una cruz sobre el pecho con el índice. Elena la soltó abruptamente, empujándola hacia el lecho. Kyla se quedó tumbada entre las colchas sin reaccionar, aparentemente Elena era bastante capaz de controlar el estado de sus emociones pese a que resultaba evidente su enfado con ella.
—Eres mucho más estúpida de lo que pensaba... —pronunció Elena acariciándose las sienes—. No puedo entender por qué motivo has hecho todo esto.
—Sé que piensas así... pero no fue una decisión que llevara a cabo basándome en la razón. Debes entender que toda mi vida ha sido una lucha constante entre mi cabeza y mi corazón. Lo conozco todo, pero no lo comprendo. Elena, ya no estoy segura si todo lo que he hecho ha sido por amor o es que ha sido todo un embrujo que me ha empujado a la locura. Ya no tengo esa certeza. Estoy confundida, pero eso tampoco puedo expresarlo.
—¿Y entonces cuál es la definición que tienes del amor? ¿Es todo sensorial para ti? ¿Cómo nombrarías lo que sucedió en Corona con nosotras? ¿Eso también fue un acto irracional, Kyla? ¿Pensaste lo que hacías mientras me iba enamorando de ti? ¿lo que ocurría cada vez que nosotras...?
—Yo... Elena...
Elena se inclinó sobre Kyla y comenzó a besarla intensamente. La morena no pareció haberlo esperado, pero no hizo ningún gesto cuando las rodillas de la sabia roja le flanquearon los costados. Las manos trigueñas aferraron la cintura de la rubia casi como por instinto. Aquello era algo muy conocido, casi un recuerdo que volvía a cobrar vida ahí mismo en el sitio en el que hiciera el amor por primera vez con Elsa. Una sensación placentera la recorrió cálidamente, mientras que un deseo durmiente se encargaba de oscurecerle los ojos violetas.
Elena se apartó y se levantó, terminando con las emociones de la sabia en el acto como si hubiera presionado algún interruptor. La morena la observó atentamente una vez liberada de esas escandalosas sensaciones.
—Es muy peligroso que reflejes un sentimiento que no te toca el corazón, Kyla —advirtió Elena, pasándose la capucha roja sobre la cabeza—. Podrían terminar tu princesa y tú atrapadas en un engaño alimentado por el miedo y la necesidad. Eso no es el amor verdadero.
Kyla se sentó en el borde de la cama, se quedó observándose las manos pensativamente.
—Lo que siento por ella... Es distinto —susurró la morena en su contemplación—. Aún en este estado puedo percibirlo.
—Por cierto, ella sabe que tú y yo tuvimos un pasado juntas —informó Elena cruzándose de brazos, lista para iniciar un buen reclamo.
Kyla arqueó las cejas como si el hecho le resultara relevante. Se enredó un mechón negro entre los dedos mientras se ponía a sopesarlo.
—No fue por mis labios —concluyó pasado un minuto—, pero creo tener una idea sobre cómo pudo averiguarlo. Ya no importa en todo caso.
—Para ti tal vez no, pero yo casi me he muerto de la vergüenza al conocerla.
—Eres la sabia ordenada de la princesa de un gran país. No deberías sentirte menos por algo como eso.
Elena se encogió de hombros, caminó hacia la mesa de trabajo de Kyla, en donde un brillo peculiar hacía tiempo que le había llamado la atención. Encontró ahí un paquete embalado a su nombre y un anillo plateado con una piedra de purpúreo color.
—¿Tenías planeado entregarme esto algún día? —inquirió sardónicamente.
—Supongo que hice arreglos y me entretuve en otras cosas, como respirar y tragar sin ahogarme —repuso Kyla sin afectarse.
—Oh, sarcasmo. ¿Eso se puede considerar una mejoría de tu estado?
La sabia blanca se encogió de hombros. Elena estudió el anillo, arqueando las cejas en su comprensión.
—Esto es amatista... ¿Fue tu abuela?
—La conoces bien. Sabes que le gustan las ironías.
—Sé que hace tiempo que no se hablan, tu madre se preocupa por ti —explicó cuando la morena le arqueó una ceja en demanda de su fuente informativa—. No deja de mencionar que le gustaría tenerte más cerca, pero que tu carácter es demasiado terminante, supongo que también culpa a tu abuela por la forma en que te fuiste.
Kyla chistó, comenzó a mover sus dedos ansiosamente.
—Ella siempre supo la verdad y la ocultó de mi bajo esa imagen de sabia comprensiva. Me hizo el monstruo que soy, me manejó para alterar mis planes todo el tiempo, para que no hiciera más que su voluntad y llevara a cabo el destino que esperaba le cumpliera a la perfección, para—
—Para que tuvieras una compañera de cuarto que te distrajera básicamente de ser una loca —la cortó Elena serenamente.
—Lo siento —se disculpó Kyla al desviar la vista incómodamente—. No debería abordar ese tema tan a la ligera cuando tú también te viste perjudicada por sus maquinaciones.
—No lo llamaría de esa forma —le dijo Elena al sentarse junto a Kyla y tomarla de la mano insensible—. A pesar de todo, mis años en la Academia fueron muy felices a tu lado.
Kyla la miró cautamente, pero le asintió en conformidad a sus palabras.
Elena le apartó el cabello del rostro a Kyla, estudió con fijeza esos orbes amatistas que no podían escudriñarla a ella.
—Esos ojos violetas —comenzó pensativamente—. ¿No te parece que su poder hace más daño que bien?
—Mientras el bien que realicen sea auténtico...
—¿Por qué simplemente no se lo dices así? —insistió Elena.
No sabía por qué lo hacía, pero no podía evitar entrar y abogar por Elsa con esa necia. Le parecía que podía comprender bien la situación que padecía con ella.
—Porque nuestros destinos ya no están atados —razonó Kyla con simpleza—. Ella es libre por fin. Puede hacer lo que quiera con su vida.
Elena bufó, comprendiendo que no iba a llegar a ningún lado con eso.
—Eres tan soberbia que sigues cometiendo los mismos errores. Aunque seas capaz de ver el futuro, estás tan ciega como cuando eras una chiquilla de trece años. No importa cómo termine todo, eso no quita el hecho de que en el presente las personas están sintiendo algo, Kyla. Lo que haces no dista mucho de lo que hizo Jenell contigo y a ella no la has perdonado.
—Sé que debería lamentarlo, pero tampoco puedo hacerlo.
Elena suspiró en su cansancio. Revisó el paquete que se había dejado sobre el regazo. Lo abrió para descubrir que se trataba de ese compendio de cuero en el que Kyla escribió incansablemente desde que podía recordarla. Era un volumen gordo, papeles con anotaciones asomaban de algunas de las páginas y tenía toda la pinta de haber sido armado y desarmado con bastante frecuencia. La rubia germana le dedicó a la morena un gesto de legítima perplejidad.
—Conserva el libro y no lo leas ni digas una palabra sobre él hasta que Elsa sea la Reina de Arendelle —advirtió Kyla—. Contigo estará seguro.
—El conocimiento del futuro puede afectarlo, eso lo dijiste una vez —pronunció Elena con extrañeza.
—Y es una absoluta verdad —corroboró Kyla seriamente.
—¿Por qué yo, entonces?
Kyla colocó una gran mano trigueña encima de la de la sabia roja que la observaba con el temor aplastante que se refleja en la mirada de los que deben llevar a cuestas grandes responsabilidades. La morena le sonrió con ligereza.
—Porque eres un cabo suelto.
...
—Entonces, como le decía, princesa. —sonreía Titus, mientras caminaba junto a Elsa por el vestíbulo que conectaba el despacho de la regente con el salón del consejo—. Piénselo. Usted es realeza, yo soy realeza. Usted es muy bella y yo no estoy del todo mal. No me diga que no se ha dado cuenta de las posibilidades de unir nuestros países en pomposa y prodigiosa algarabía, ¡porque sabría que me miente!
Elsa reprimió las ganas de reírse, le sonrió fugazmente al alegre barbado. Su sentido del humor le pareció dolorosamente similar al que Kyla empleó siempre con ella, pero no pudo evitar disfrutarlo. Se arrepentía un poco por no haber intercambiado muchas palabras con él, pero todavía no le perdonaba el haber sido partícipe en la farsa que montó para que su sabia terminara borracha y acostándose con una desconocida en esa casa de dudosa reputación en su liberal país (y sólo Dios sabría de qué otro tipo de cosas se mantendría aún ignorante respecto a las "andanzas" de esos dos).
Definitivamente pese a tener preferencias afectivas que le dificultaban un poco el trabajo a ese peculiar joven, Elsa no habría podido tomarlo en serio como un candidato a pretenderla debido a esa fama de libertino que no se molestaba en ocultar.
—No cabe duda que los hombres parecer tenerlo todo —se pensó la muchacha de forma abatida.
—Me temo que tendría que declinar su amable oferta, príncipe —respondió Elsa educadamente—. Arendelle necesitaría un gobernante que diera la cara por el reino. Sería imposible para mí trasladarme a su país, la distancia es demasiado grande. Pero sepa que me hace sentir muy honrada con su proposición —añadió con amable premura.
El barbado se rio a carcajada suelta y le agitó el índice a la monarca que lo miró con escándalo.
—Es usted simplemente adorable, princesa Elsa —le reconoció Titus, observó a la apurada joven desde su prodigiosa altura y le dedicó un gesto de caballeresco amparo—. Por favor, no deje usted de sonreír de esa forma maravillosa.
Los verdaderos líderes son los que logran crecer ante las adversidades. Ella siempre ha creído en su fortaleza.
Elsa se tensó en su sitio sin ofrecer una contestación elocuente a eso, se quedó mirando cómo el barbado le dedicaba una elegante inclinación y se enfilaba rumbo a las escaleras.
Titus meneaba la cabeza como si no le encontrara remedio a esas muchachas y su extraño drama. No estaba seguro de lo que Kyla tramaba ni de lo que ocultaba esa pálida princesa; pero esperaba que las cosas les salieran bien a ambas. Si habían esperado diez años para encontrarse y confesarse su amor, bien podían esperar una temporada para que Kyla se reestableciera. La morena ya había logrado ponerse de pie en algunas ocasiones y hasta dar paseos cortos antes de que el esfuerzo de hacerlo la agotara, pero los días en Arendelle comenzaban a tornarse cortos y frescos y el riesgo de que Kyla recayera se volvía una gran posibilidad con cada momento que pasaba.
Habría que convencerla de embarcarse y salir de ese reino, aunque no se sintiera lo bastante dispuesta.
Titus llamó a la puerta y la voz de Kyla fue la que le respondió. El barbado entró para encontrarla sentada en su silla frente a su mesa de trabajo. Las manos de la morena se mantenían ocupadas montando una especie de maquinaria que tenía empotrada sobre el mueble. El cretense resopló, no imaginaba que Kyla estaba haciendo aquello. Conocía ese lado suyo y sabía que podía abstraerse bastante en sus manualidades, aunque nunca la había visto irradiar la concentración que le atestiguaba en ese momento. No parecía haber descansado bien los últimos días a juzgar por las sombras bajo sus ojos y los raspones de los largos dedos.
—Deja de preocuparte, estás molestándome —soltó Kyla sin volverse—. Tu tren de pensamiento es como un zumbido desordenado. ¿Qué es lo que te apura tanto como para venir a encontrarme? Habías estado eludiéndome bastante bien en tu cobardía.
—No quería que minaras mi confianza como pareces hacerlo con todos últimamente. ¿Qué demonios te pasa?
—Estoy retrasada —murmuró Kyla por lo bajo—, debían estar listos antes de que sucediera todo esto; pero perdí el tiempo. No habrá servido para nada si no logro terminarlos.
—¿Quieres dejar de fastidiar a todos con tu locura de una vez? —soltó el barbado exasperado—. Esa princesa de verdad parece que te ama y no haces más que arruinarlo en grande. Yo en su lugar habría convertido tu cabeza en trofeo desde hace mucho. No sirves de nada aquí en tu estado, Kyla, acéptalo. Lo primero en lo que tienes que concentrarte es en sanar. En volver a ser la de antes. Dale tiempo y después averiguas si eso puede seguir. Ella es de la realeza, amiga. No tiene razón alguna para soportarte así.
Kyla frunció el entrecejo, pero siguió aflojando la pieza de la máquina que al parecer estaba desarmando para integrarla a la pieza más grande. La caja de herramientas artesanas que Elsa le había obsequiado en su cumpleaños estaba abierta y diferentes instrumentos se hallaban esparcidos en la mesa, junto a algunos rollos de tela blanca, recipientes con polvos y botellas de tintura. La atención de la sabia se mantenía fija en las notas de un pergamino que tenía desenrollado frente a ella. Titus se aclaró la garganta.
—Hey, vamos, no digo que no sea muy sensual. Debajo de ese aspecto tenso y estirado seguramente hay una fiera despampanante, pero sólo vas a arruinarla si te quedas aquí, Kyla. Esa mujer sufre tu indiferencia y tú estás aquí encerrada destripando cachivaches como si no te importara.
—Es un zumbido exasperante... —murmuró Kyla cansinamente.
—¿Quieres dejar de hacer eso y escuchar lo que te digo? —le espetó el cretense jalando la silla para separarla del trabajo. Kyla bajó los brazos sin inmutarse por el tironeo—. Es insufrible. Sinceramente no te reconozco, te vi aquí mismo encamándote con Elena como si cualquier cosa el otro día. ¿Qué habría pasado si hubiese abierto la puerta otra persona y no yo? ¿Tienes idea del daño que habrías ocasionado?
—Claro. —bufó Kyla girando los ojos. —Elena me arrincona para sermonearme y son esos dos minutos en los que me besa los que logras observar. No es lo que te imaginas, Titus —contestó la morena con fastidio—. No traje a Elena aquí para eso.
—¿Entonces para que lo hiciste? —exigió airadamente con las manos en el cinturón de cuero.
Kyla bufó, meneó la cabeza como si se hubiese enterado de una obviedad que le resultara divertida.
—¿Es en serio que estás molesto porque ella te gusta?
—No juegues conmigo, Kyla —murmuró el cretense de manera peligrosa.
Kyla se tensó de pronto, apretando los dientes. Desvió la mirada, encorvándose en sí misma mientras el castaño avanzaba hacia ella.
—¡No te acerques! —le advirtió la morena alzando las manos frente a su cuerpo.
Titus la sujetó por el cuello del blusón para cobrarle la burla, esperando una buena explicación de su parte, pero Kyla comenzó a forcejear, luego su cuerpo se relajó lánguidamente para después reírse como si hubiese perdido la razón. El cretense la soltó en su impresión, pero ya era tarde para eso.
El ambiente en la habitación se tornó helado y el aire se enrareció por algún tipo de presencia sobrenatural. Kyla resoplaba y se había puesto de pie. El barbado se echó hacia atrás cuando la vio girarse para observarlo fijamente con los ojos amatistas iluminados y una extraña sonrisa dibujada en el rostro.
—Nunca has tenido las agallas necesarias para hacer lo correcto —le siseó apuntándolo con el índice—. Por eso tenías miedo de enfrentarte a la verdad —sentenció.
Kyla sujetó una de las piezas plateadas con forma punzante y la levantó en alto. Alzó el brazo libre y lo acercó peligrosamente al filo. Titus se paralizó por un instante con el corazón martillándole en el pecho.
—¡Pero qué rayos estás haciendo! —le soltó histéricamente.
Titus miró con los ojos muy abiertos cómo la imagen de Kyla se transfiguraba y su lugar lo ocupaba una joven muy parecida a él, de cabello castaño y ojos marrones, sostenía una daga dorada exactamente en la misma posición que había mantenido la morena. Era una mujer muy bella, pero se veía maltrecha y llorosa, su vaporoso vestido blanco estaba hecho jirones y tenía manchas de sangre en él. El barbado jadeó, extendiendo el brazo, pero la muchacha se hizo hacia atrás, negando temblorosamente. El viento le agitaba el largo cabello, poco a poco fue percibiéndose con más fuerza el sonido del océano agitado.
—No quiero vivir en un mundo en el que mi padre aprueba que me ultrajen con tal de conservar su imperio —susurró afligidamente la joven, encogida y con la mirada enrojecida—. Prefiero morir, hermano. Morir y ser libre al fin. Yo... ya no puedo soportarlo...
—No. No. No. ¡Galatea! ¡No lo hagas!
La muchacha se cortó las muñecas con la daga brillante, y herida, derramando su sangre sobre la arena, caminó lentamente hasta adentrarse en el mar.
—¡No!
—¡Siempre lo supiste, pero aceptaste la mentira! Eres tan culpable como ellos.
—¡No! —sollozaba el barbado de rodillas con las manos sobre las sienes. Se apretaba la cabeza como si esta le fuera a estallar. Los ojos azules tan brillantes como los violetas que no dejaban de atormentarlo.
—¡Basta, Kyla! —gritó Elena cuando entró a la habitación y presenció la escena.—. ¡Detenlo! ¡Lo estás lastimando!
Elena exclamó una maldición al ver que Kyla la ignoraba totalmente; así que, reuniendo valor y fuerzas, se precipitó hacia ella propinándole un puñetazo en el pómulo que la sacó de balance y la hizo chocar con la pared. Elena la tomó por los hombros, comenzando a sacudirla de manera enfurecida.
—¡Kyla, escúchame! —le espetaba con rabia —Tú aún no le sirves, tú sigues siendo tú. Todavía estás aquí. ¡Reacciona, maldita sea!
Kyla se congeló de manera tensa en su sitio, apretó los dientes como si obedecer a Elena le resultara trabajoso. Finalmente, parpadeó, sus ojos volvieron a apagarse con un suspiro de la morena, que se estremeció confusamente con la mirada lechosa, enceguecida. Elena la envolvió entre sus brazos, Kyla se dedicó a resoplar con el rostro hundido en el cuello de la sabia roja.
Las manos ensangrentadas le temblaban a la trigueña, aunque ella no era capaz de percibir aquel reflejo de su cuerpo. Titus cayó desvanecido sobre la madera exhalando un débil suspiro.
—La culpa en él era muy fuerte... —balbuceó Kyla entre jadeos con los ojos muy abiertos —N-no pude controlarlo...
—Está bien, Kyla, tranquila —suspiró la sabia roja temblando en su propia agitación—. Estará bien.
Kyla forcejeó liberándose de Elena, negó frenéticamente mientras se echaba hacia atrás como un animal asustado.
—...Kyla...
—Ya no puedo seguir aquí —soltó la morena al escapar a trompicones por la puerta abierta.
—¡Kyla!
La lluvia caía pesadamente sobre el puerto y el castillo, Kyla se arrastraba débilmente apoyándose en los muros de la torre sur cuando Elsa la notó desde su ventana gracias a un rayo que iluminó momentáneamente el exterior. La regente bajó a toda velocidad para encontrarse con ella y ponerla a resguardo. La morena tenía la mejilla enrojecida y los antebrazos cubiertos de sangre cuando le dio alcance. Kyla se veía sumamente desorientada, por lo que no le fue difícil aferrarla y llevarla consigo. La regente torció las cejas mortificadamente preguntándose cuándo dejaría de hacerse daño esa germana. Kyla evitó mirarla directamente pese a que los ojos violetas se le veían neblinosos. Elsa dedujo que, sin el tacto y su vista, Kyla debería de encontrarse en una oscuridad casi total valiéndose de sus sentidos restantes, la sujetó de las mejillas y comenzó a hablarle en un intento de hacerla volver en sí.
—Kyla, háblame por favor. ¿Puedes escucharme?
La sabia giró el rostro en la dirección de su voz, asintió levemente, enredándose los dedos en su ansiedad.
—Elsa... ¿por qué?
—Kyla, ¿qué ha pasado contigo? —soltó la princesa apenadamente—. Estás sangrando, ¿no te diste cuenta? ¿Quién te ha hecho daño?
Kyla se recargó contra la pared con las piernas temblorosas, la respiración se le entrecortaba.
Elsa comenzó a indicarle cuándo debía inhalar y soltar aire. La morena se tambaleó, perdió el equilibrio cayendo sentada sobre el suelo. La regente se inclinó a su lado.
—Estoy lastimando a quienes me rodean —susurró Kyla trabajosamente—. Siendo capaz de sentir o no, siempre lo he hecho.
—¿De qué estás hablando? —inquirió Elsa torciendo las cejas.
La morena colocó su mano sobre las de la regente. Curvó los labios lacónicamente antes de contestarle.
—Elsa, estoy maldita —le dijo tranquilamente—, pero quise ignorar ese hecho para realizar algo que trascendiera una existencia sin sentido—Kyla apretó los dientes en un acto reflejo, el sueño amenazaba con apoderarse de ella—. He sido terriblemente egoísta justificándolo todo en el nombre de un sentimiento que no comprendo y ahora tú te lamentas cada día por tener que vivir de esta manera —la morena meneó la cabeza derrotadamente—. Eso no puede ser amor verdadero, Elsa. Esa persona no puedo ser yo.
Elsa observó el aliento helado que abandonaba los labios de la morena, ya había visto en lo que Kyla se convertiría por su causa.
La regente se estrujó las manos en su desesperanza. Esa unión mágica que pactaron en su infancia sólo había ocasionado desgracias, se pensó con los ojos cobaltos brillantes. ¿Por qué las nornas o el destino las había unido de esa forma si sólo habían encontrado sufrimiento a su paso? ¿Es que acaso era tan terrible el amor? ¿Estaban siendo castigadas por ser lo que eran y pretender vivir felices pese a ello? ¿Qué tan lejos tendrían que estar la una de la otra para que los dioses fueran capaces de perdonarlas?
Elsa miró a su maltrecha sabia y lloró de rabia e impotencia porque la morena continuara aferrándose de esa manera a lo que ya no podía ser. Lloró por ella misma también, por intentar lo mismo y no ser capaz de simplemente soltar a Kyla y hacerlo todo más fácil para ambas.
Por ser débil.
La princesa Arnadalr limpió sus lágrimas, entornó la mirada cobalto, decidida a por una vez actuar con la templanza que le exigía el cargo.
No podía seguir siendo esa chiquilla ilusa que amaba de forma egoísta y dependiente. Se necesitaban dos para jugar de esa manera y estaba comprobando por las malas que en ese juego nadie resulta vencedor.
Por amor, ¿se podrían anteponer las propias necesidades en bienestar del ser amado?
¿Se podría ser feliz viviendo en libertad?
Elsa apoyó la frente en la de la sabia. Kyla se encogió oscilante, pero cerró los ojos cuando la regente la besó tiernamente en los labios por última vez.
—Kyla quiero que te vayas —le susurró al separarse de la morena—. Quiero que te vayas en cuanto te sea posible y pretendamos que esto nunca sucedió. Yo ya... Ya no puedo soportar cargar con el peso de este amor y tus decisiones. Sé que a donde vayas. Titus y Elena cuidarán bien de ti.
Kyla conservó la vista sellada ante las firmes palabras de la regente. Asintió agotadamente cuando finalmente sucumbió al sueño.
...
Esa mañana era perfecta para navegar. El cielo estaba despejado y brillaba en el cielo la promesa de contar con varios días similares por delante. Desde un par de noches anteriores Titus había preparado su barco para iniciar el viaje a Grecia. Elsa había decidido que se pasaría todo el tiempo encerrada en su despacho y que nada la sacaría de ahí. No quería salir a despedirse, no deseaba ser la estúpida que cambia de opinión a última hora o que se pone sentimental en público. Suficiente tenía con sentirse tan mal consigo misma por encontrarse en esa situación en primer lugar.
Claro que su plan habría resultado infalible si hubiera anticipado antes que quizás alguien más podría querer entrar a verla.
Muy temprano fue Kyla quien tocó primero a su puerta. La sabia caminó hasta su escritorio ayudándose de un vistoso bastón negro de metal, llevaba bajo el brazo libre una caja alargada que le extendió a la regente como un presente de despedida y en vista de que iba a perderse su tan temido vigésimo primer cumpleaños.
—Son... guantes... —murmuró la princesa al levantar la tapa y revisar el contenido.
Un par de guantes largos de color azul cerúleo saltaron inmediatamente a la vista. La tonalidad era muy hermosa, estaban decorados con el azafrán de Arendelle, pero no dejó de parecerle un regalo un poco extraño. No resultaba muy memorable que digamos.
—Siempre necesito unos, gracias —expresó Elsa amablemente.
Kyla negó con la cabeza, apoyando las manos en su bastón.
—No son comunes y corrientes. Están hechos con hilos especiales, hay magia rúnica en ellos —explicó, sosteniendo uno para mostrarle las fibras—. Mientras los lleves puestos, el hielo no se manifestará.
Elsa arqueó las cejas, pero se sacó los guantes que usaba para calzarse el que le tendía la sabia. Sorprendentemente, el hielo no se manifestó a través de la mano cubierta.
—Increíble... —jadeó Elsa, impresionada.
—Es importante que nunca te los quites —le recomendó Kyla con seriedad—. Nunca.
—¿Me estás diciendo que debo ocultarme de nuevo? —razonó Elsa, doliéndose de aquella realización.
Kyla se encogió de hombros. Agitó los dedos a la altura de su cuello, enredándolos en un oscuro mechón.
—Tal vez nunca debió ser de otro modo —susurró en su ensimismamiento.
—Por supuesto... —reconoció Elsa enfáticamente. Se puso de pie para dedicarle una cordial inclinación a la morena —Que tengan buen viaje, Kyla. Espero que sea un recorrido sin contratiempos y que lleguen con bien.
—Gracias, Elsa —asintió la sabia respondiendo el gesto.
La monarca observó a la delgada germana que jadeaba ligeramente, doblada sobre su bastón, y sintió que el corazón se le encogía en el puño. Le resultaba tremendamente difícil permitirle a su amada partir en ese estado y de esa forma.
—No quiero tener que retractarme —susurró lastimeramente.
—Entonces no lo hagas —la detuvo Kyla, alzando una mano con calma—. Así tiene que ser.
Las jóvenes se miraron durante una breve pausa en la que guardaron silencio para recordar ese momento solo así, sin acciones ni últimas palabras. Ese sería simplemente un instante en el que, por unos segundos, ambas tendrían la certeza de encontrarse haciendo lo correcto, como un momento memorable capturado para siempre en una pintura.
Congelado en el tiempo.
—Te deseo la mejor de las suertes en tu coronación, Elsa —pronunció la sabia al despedirse.
Kyla abrió la puerta y abandonó finalmente el despacho, al salir se topó con Anna, quien la miraba con los ojos brillantes llenos de lágrimas. La princesa la estrechó fuertemente, humedeciéndole la pechera en el proceso (para vergüenza de la pelirroja que no dejó de disculparse hasta que la morena la tranquilizó y le dedicó una última despedida de mano antes de desaparecer en las escaleras)
Anna suspiró, limpiándose las mejillas humedecidas.
Le habría gustado decirle a la sabia tantas cosas.
Como que no quería que se marchase.
Que Elsa estaba cometiendo un gran error.
Cuando Anna arremetió en el despacho de Elsa, la regente se encontraba observando por la ventana rumbo a los muelles. La rubia se llevó un buen sobresalto cuando la pelirroja entró como un pequeño ciclón, y agradeció mentalmente estar usando los guantes mágicos que Kyla recién le había dejado. Sabía que, de cierta forma, la morena ya se había asegurado de que Elsa no pudiese olvidarla nunca.
—Anna, ¿Qué es lo que —
—¿Vas a dejarla partir así sin más? —espetó Anna airadamente.
Elsa se encogió de hombros, entrelazó las manos con profunda calma.
—Debe ser así, Anna —le dijo terminante—. Cuando tienes responsabilidades que cumplir, debes asegurarte de llevarlas a cabo, Kyla—
—¡Pero tú la amas y ella a ti! —soltó la pelirroja sumamente ofendida. Tenía los puños apretados y las pecas casi se perdían en el color de su piel.
Elsa se quedó boquiabierta ante las palabras de su hermana. Le resonaron en la cabeza como si Anna le hubiera gritado la peor de las blasfemias. No sabía qué pensar sobre que ella la viera bajo esa luz o peor, que la imaginara de la misma forma en que la sociedad y su religión la pintaban. Se sintió de pronto ultrajada y amenazada por su propia sangre. En el pecho se le fue acumulando la ofensa, hasta que se le reflejó en la mirada peligrosa y los labios apretados. No tenía idea de porqué pese a que su hermana la enfrentaba con la verdad, ella sentía esta urgencia de negarla a toda costa.
—No tienes idea alguna de lo que estás diciendo, Anna —le advirtió Elsa, agraviada—, ten mucho cuidado con las palabras que utilizas para referirte a mí. En unos meses seré tu Reina.
Anna se sulfuró como si le hubiesen encendido fuego en el interior. Estaba tan rabiosa que había comenzado a llorar contra su voluntad.
—Si la tengo y solo puedo concluir que tienes un corazón terrible que no puede aceptar el cariño de los demás. ¡Eres una cobarde, Elsa! —la acusó Anna al incluirse ella misma en ese grupo de rechazados.
Elsa golpeó el escritorio con las manos para zanjar el asunto.
—¡Tú no lo entiendes, niña mimada! ¡Nunca podrías entenderlo!
—¡Sé que preferiría morir antes que darme por vencida!
—¡Sal ahora mismo de mi vista! —exigió la regente, señalando la puerta.
—¡Con gusto! —exclamó la princesa pelirroja saliendo de un portazo.
Elsa volcó las cosas que había sobre su escritorio maldiciendo que no pudiera estar tranquila por un solo momento.
¿Con que así era como la veían? ¿Como un monstruo que no sabía amar? Tal vez era cierto y por eso el maldito destino le había arrebatado todo lo que alguna vez le había importado. Por eso había tenido que sufrir, porque los monstruos como ella no merecían consideración alguna. Nadie nunca podría amar a una bruja de las nieves. Un ser con un corazón congelado no podía permitirse esos lujos. Estaba harta de todo el mundo, sólo quería morir y que le dejaran en paz.
Hasta ahí llegarían ella y el amor.
No quería saber más.
En el puerto, Kyla cayó de rodillas sobre la cubierta de su barco, apoyando las temblorosas manos sobre la madera. Los ojos violetas muy abiertos, derramaban unas lágrimas que la perpleja sabia no fue capaz de controlar. Un viento helado cargado de sal le agitaba el cabello y los ropajes. Titus y Elena la observaron desde una prudente distancia, mientras la morena se arrancaba de encima la capa blanca de Elsa y la arrojaba lejos como si aquella prenda la quemara al mantener contacto con su piel. Una tos violenta comenzó a apoderarse de su cuerpo, que se estremeció dolorosamente hasta que el barbado cretense acudió a ella y la levantó entre los brazos para llevarla a buen resguardo. No le dijo nada a la sabia cuando le limpió con el pulgar la sangre que le resbalaba por la comisura de los labios que le percibió tan helados.
Elena los miró cruzar la puerta de reojo mientras se inclinaba para levantar el manto de Kyla. Recorrió con los dedos la runa de platinados hilos bordados en la capucha y frunció el entrecejo.
Elsa observó desde la lejanía cómo desaparecía la embarcación de Titus tras las murallas que delimitaban su reino, fue entonces que finalmente alcanzó a la regente la realidad de ese hecho. La doliente princesa se permitió llorar en su desconsuelo, lo hizo tan violentamente que el dolor que le punzó en el pecho le resultó insoportable, Elsa se apretó las blancas manos sobre él como si lo sintiera desgarrársele de la pena y helársele de paso, el aliento le escapó de los labios en un llanto que pronto se convirtió en una ventisca silbante que resonó en todo el valle y lo cubrió por completo.
El invierno arribaba antes de tiempo al Reino de Arendelle.
Y el barco que se alejaba adentrándose a la mar, se llevaba a Kyla Frei para no regresarla jamás.
