Nota de Autor: No cabe duda que el 2015 fue un año muy duro, pero satisfactorio. No ha faltado el trabajo y apenas comenzando el 2016 me vi inundada hasta los codos de cosas por hacer. Renové mi equipo y parece que por cada proyecto que entrego, dos o tres más llegan a ocupar su lugar, este fic ya cumplió años, ya cumplí años yo, además de los cómics y las ilustraciones me toca presentarme por ahí y encima soy profesora… pero aquí estamos… Se ha tomado mucho tiempo esta actualización, pero créanme cuando les digo que escribo con el corazón.

Este capítulo se leerá desde la perspectiva de Anna y abarcará el tiempo desde la llegada de Titus y Elena a Arendelle, hasta un poco antes de la coronación de Elsa, lo que nos acerca cada vez más a los sucesos ocurridos en Frozen, pero recuerden que nuestra historia no parará ahí.

¡Siéntanse libres de comentar y compartirme su experiencia!

Frozen, Tangled y demás personajes pertenecen a Disney. Esta es una obra de ficción y no es una historia apta para niños.

...

Un corazón helado

por Berelince

16 La princesa de repuesto

...

Anna casi se cayó de la azotea de su torrecilla cuando vio a lo lejos la nave extranjera que cruzaba los muros fronterizos. Se columpió por una cuerda atada a la estructura y se metió a su cuarto hecha una exhalación. Chilló en una expresión de emoción poco contenida mientras se acomodaba el desordenado flequillo ante el espejo de su tocador. Se pellizcó las mejillas. No estaba muy al tanto de los asuntos del reino (como sin duda lo estaba su hermana) para saber los detalles del acontecimiento, pero le parecía alucinante la perspectiva de un barco parlamentario después de tanto tiempo.

Arendelle hacía años que sólo recibía y echaba a la mar naves mercantes, así que en ese momento la pelirroja princesa se sentía bulliciosa por la curiosidad.

Recordó (mientras se abotonaba el chaleco verde oliva), que la embarcación que había llevado a Kyla a puerto no fue una oficial y que pasó desapercibida totalmente incluso para el escándalo de los académicos; algo que sin duda formó parte de algún plan de la germana para mantener a Elsa ignorante de su llegada.

Anna se sonrió pensando en lo romántico que le parecía. Aunque también le vino a la mente comentarle a Elsa el enorme hueco en la seguridad de la guardia costera que esa acción había demostrado, porque, ¿Cómo una persona como Kyla podría haber pasado desapercibida?

No sólo porque era demasiado alta, sino que sus rasgos dejaban muy en claro que era extranjera. Imaginaba que incluso en Corona desentonaba por lo mismo, con ese cabello tan negro en donde siempre predominaba el rubio y esos ojos tan inusuales... Kyla nunca le había parecido enteramente germana, sino más bien mediterránea. Seguramente por eso pasó tanto tiempo en Grecia, se pensó Anna, observándose sus propias facciones tan nórdicas, mientras comparaba su respingada nariz con la de la sabia tan recta y clásica, se murmuró imitando ese gesto que hacía Kyla cuando juntaba las puntas de sus largos dedos y enarcaba las cejas mientras la violeta mirada gatuna observaba algo con suspicacia. La princesa se echó a reír celebrando su propia gracia. Era una imitación casi perfecta. Sólo le faltaba recrear ese tono burlón y con acento que poseía la morena, pero por desgracia no era muy versada en el idioma de Corona como para intentarlo; además tenía que reconocer lo bien que había trabajado Kyla con su inglés como para que sólo el alcohol, el entusiasmo o la falta de sueño le sacara sus pronunciados fonemas sureños.

Anna esbozó una tímida sonrisa mientras se pasaba un mechoncito tras la oreja.

Estaba segura que el noruego figuraba entre los idiomas que dominaba esa germana, y casi podía apostar a que Elsa habría sido el principal motivo para hacerlo.

A ella sólo se le daban bien el francés y el italiano y sólo porque le interesaban muchísimo aquellos lugares que anhelaba visitar algún día cuando se viera libre de aquel confinamiento en el que la mantenía su juventud; pero claro que eso obedecía a un interés muy personal. No se imaginaba cómo sería hacer ese tipo de esfuerzos por una persona simplemente por quererla.

Anna dio un par de saltitos hasta su cama y apretó entre sus dedos una novela romántica que había estado leyendo. Los protagonistas habían sido flechados al instante como si un rayo los hubiese alcanzado y sus galanteos escalaron rápidamente hasta que el conflicto lo suscitaron las personas que los rodeaban y se oponían a una relación de diferentes estratos sociales.

Anna pudo relacionarlo fácilmente con la situación de su hermana y su sabia. Y no creía que la diferencia de sus posiciones fuera el mayor de los problemas... Ambas eran mujeres y Elsa tenía que ser la Reina de Arendelle algún día. ¿Qué pasaría cuando los reinos vecinos comenzaran a enviar misivas con intenciones casaderas ahora que su hermana estaba alcanzando la mayoría de edad?

¿Acaso podría negarse?

¿Y cómo tomaría Kyla todo eso?

Anna se puso a balancear los pies que le colgaban de la cama.

—Yo no podría soportar que otras personas pretendieran a mi ser amado —se dijo Anna observando el color del techo de su pieza—. Si tuviera el poder de hacerlo, ¡los acabaría! —soltó, haciendo golpear el puño sobre su palma de manera peligrosa. Y claro que tenía el privilegio para llevar a cabo tal juramento. La pelirroja soltó una risa villanesca al percatarse; pero entonces sacudió la cabeza para encarrilar de nuevo su tren de pensamiento por donde lo había comenzado.

Tenía tantas preguntas zumbándole en la cabeza. Le fascinaba sentirse de alguna forma parte de esa relación que Elsa y Kyla mantenían en secreto, mientras se profesaban ese amor a todas luces prohibido, (y si bien todavía se sentía un tanto apartada) Era como formar parte de una novela o tratarse de la única espectadora de la puesta en escena de una muy peculiar historia de amor.

Anna se mordió la mejilla. Quería conocer más sobre lo que implicaba aquello. Era joven e ingenua sobre muchos asuntos, pero su naturaleza curiosa no le daba cuartel. Había perdido la cuenta sobre las veces en las que caminó decididamente rumbo al despacho de su hermana para sincerarse con ella y cotillear sobre su amante sureña, sólo para terminar entrando en pánico y marcharse en dirección opuesta a refugiarse en el salón de los retratos donde se calmaba intercambiando palabras con la pintura de Juana de Arco, al tiempo que divagaba con pensamientos que sólo terminaban haciéndola sonrojar.

Porque si algo le quedaba bien claro a la joven princesa era la evidencia de que algo importante había acontecido entre su hermana y la sabia, y la intimidad carnal fue la única alternativa que se le había ocurrido.

Porque la forma en la que ellas se miraban había cambiado. La sugerencia en sus ojos era tan intensa e irradiaban una devoción y deseo que la pelirroja princesa sólo le había dedicado en la vida a sus adorados krumcakes y no se creyó que fuera aplicable a otras cosas, como a las personas...

Durante esas ocasiones que Anna visitaba a Kyla en la Academia y su hermana se encontraba, por supuesto, casualmente revisando algún asunto real justo ahí, o cuando lograba vislumbrarlas enfrascadas en juntas y papeleo o simplemente recorriendo los jardines, lo había atestiguado. Las atenciones entre ellas se conformaron en el pasado con las palabras y los gestos sobreentendidos, pero ahora buscaban siempre contener un contacto físico a como diera lugar. Un casual roce, un atrevido toque en el hombro o el codo, una amable forma por parte de la regente de apartar un descuidado mechón oscuro del rostro de la sabia y que por una milésima de segundo se tornaba en una caricia. Aquello le parecía a Anna tan peligroso y tan emocionante (pese a la cuidadosa discreción con la que las jóvenes lo hacían) que la pelirroja princesa se encontró ponderándose con frecuencia en que consistiría la intimidad entre un par de mujeres; porque esas dos se encontraban completamente perdidas la una dentro de la otra y aun así nunca escuchó nada fuera de lo normal en la alcoba contigua durante las noches, cosa que no correspondía para nada con los alucinantes despliegues en los que debía consumar una pasión desenfrenada, (según había leído en alguno que otro texto demasiado inapropiado para su edad)

Anna torció las cejas golpeteándose la barbilla de manera pensativa.

Era todo un misterio.

Anna literalmente se moría por saber, pero ni siquiera Kyla le había soltado nada, ni cuando la interrogó en esa sesión de estudio en la que la había visto tan enferma, ni en las semanas posteriores que la vio tan mejorada. No aflojó la lengua ni en su cumpleaños y eso que sí que se había enterado del obsequio que su hermana le preparó para sorprenderla. Había sido chocante para todo el mundo ver a la princesa heredera visitando a los maestres del Reino y cuando Anna vio cómo metían ese arcón tan especial en la biblioteca una noche antes del día de todos los santos, no tardó en atar los cabos sobre su propósito.

Pero no, la sureña le compartía bromas y anécdotas interesantes cuando llegaban a encontrarse, pero sobre su relación con Elsa nunca se expresó más allá de sonreírse ensimismadamente para luego cambiarle el tema o desviarse a contarle una historia.

Últimamente Kyla le hablaba tanto sobre los mitos de esas tierras que Anna se había dado a la tarea de leerse ella misma algunos libros porque le apenaba sobremanera resultar ser la princesa de un país sobre el que no sabía casi nada.

Anna se estremeció al recordarlo.

Esa sensación no le resultaba desconocida, más bien se trataba de un estigma que había cargado desde que sus padres habían tomado por medida separarlas a Elsa y a ella. Como si no fuesen iguales o merecieran compartir el mismo espacio. Anna se tocó el mechón blanquecino que le destacaba en la pelirroja melena y suspiró, se puso de pie y salió de su alcoba con la firme intención de enterarse de lo que trataba el arribo de aquella nave ante sus muelles.

...

Anna tenía la oreja pegada en la puerta del despacho real. Mantenía sus muñecas de trapo abrazadas a la altura de su pecho como si tratara de volverlas cómplices de la fechoría que realizaba y eso lograra aminorarle la reprimenda si es que llegaban a pillarla. Elsa y su padre discutían del otro lado. No comprendía del todo las palabras, pero el tono que empleaba su hermana era uno rebelde y cargado de un enojo que no creía haberle conocido nunca. La voz chocaba con la firme entonación del Rey, quién parecía negarle lo que fuera que Elsa le estuviese reclamando.
Tan intrigada estaba la pequeña pelirroja que apenas y notó el vaho que le salía de la boca, o que la madera contra la que se apoyaba se iba tornando inusualmente fría a medida que parecía acrecentarse la discusión.

—¿Qué cosa estás haciendo, cariño? —llamó la voz de la Reina Idunn a su espalda—. Sabes que no es propio de una princesa estar husmeando sobre lo que ocurre tras puertas cerradas.

Anna se estremeció cuando tuvo que encarar a su madre, pero apretó fuerte a sus muñecas y mantuvo su postura porque sintió que tenía que mostrarse de ese modo para contestarle. No podía negar lo que obviamente había estado haciendo todo ese rato, si bien lo iba a aceptar como un derecho que no debía de cuestionársele dada su inherente naturaleza curiosa.

—Todas las puertas están cerradas aquí —contestó la niña, alzando la nariz—. Es difícil no caer en esa falta.

La Reina entrelazó los dedos y tomó aire profundamente, sabía que sus pequeñas princesas comenzaban a salirse de control conforme iban acercándose a convertirse en jovencitas, a juzgar por el revuelo que alcanzaba a percibir desde el estudio atrancado de su marido y la ceñuda niña que tenía enfrente y le clavaba los insolentes ojos turquesas con desafío.

—Es cierto —convino Idunn asintiendo con nobleza. Le tendió la mano a la pelirroja infanta, que le devolvió un gesto adusto—. Pero la palabra del Rey, es la ley que impera en estas tierras y es mi deber de vez en cuando recordarte que tal hombre se trata de tu padre.

Anna se quedó un momento mirando fijamente a su madre, quien no claudicó ni siquiera para parpadear, así que dejó caer los hombros con desgana, aceptando que esa mujer le llevaba muchos más pasos por delante.

—Lo siento —murmuró la princesa desviando la vista hacia la alfombra—. Es sólo que quería saber lo que estaba pasando. Nunca veo a Elsa y parece que está ocurriendo algo grave.

La Reina avanzó un paso en un movimiento decidido, Anna tuvo que apartarse de su camino cuando la monarca sujetó la aldaba de la puerta con una mano y golpeó la madera con la otra.

—Elsa, cariño, ¿Está todo bien ahí dentro? —pronunció la mujer con significado—. Espero que sea lo que sea el motivo del estruendo que resuena en el corredor, llegue pronto a su término. He venido escuchando esta alharaca desde la escalera y no quiero oírla más, ¿entendido? Es mejor que zanjen esto de una buena vez.

Un repentino silencio fue la respuesta que obtuvo la Reina en contestación. Una pausa seguida de murmullos logró que esbozara una ligera sonrisa triunfal.

Anna lo presenció todo con la boca abierta. Se preguntó por un momento si algún día lograría tener al menos un ápice de la autoridad que irradiaba su madre.

Idunn se metió las manos en las mangas y comenzó a caminar tranquilamente rumbo a sus aposentos. Anna se alzó el faldoncillo y la siguió casi a trote.

—¿Qué fue todo ESO? —inquirió impresionada, gesticulando con las manos. Se obligó a refrenarse cuando Gerda salió al paso y les dedicó una inclinación solemne, si bien luego se marchó con apuro por el camino que habían andado ellas.

—Sin duda, que el Rey y tu hermana discutían alguna lección con demasiados bríos —respondió Idunn restándole importancia. Meneó la cabeza con disgusto—. Dios sabe que ambos pueden apasionarse demasiado tratando situaciones hipotéticas...

—Eso no parecía ninguna lección —insistió Anna con perspicacia—. Estaban peleando, madre —soltó la chiquilla en su impresión. Ni siquiera sabía que Elsa era capaz de levantar la voz.

Idunn arqueó las cejas, pero no respondió, se mordió los labios cuando entró a su habitación para posicionarse cerca de un tapiz grande situado junto a la cabecera de su cama, ahí se quedó quieta como un gato, como si esperara escuchar algo. Anna se subió al lecho y aguardó expectante también, aunque no tenía idea de lo que pasaba.

Aunque sí le pasó ligeramente por la mente que tal vez ahí se ubicaba uno de esos pasajes que llevaban a otro punto del castillo, tal y como Kyla le había mostrado el camino clandestino que conducía directamente a las cocinas. Anna se mordió la mejilla. Habían pasado dos años desde aquél encuentro con la menuda extranjera en el Serbal y desde entonces Anna se había dado a la tarea de buscar más escondrijos y secretos semejantes para llenar el tedio de sus tiempos muertos. Cosa que le permitió escabullirse por rutas que no imaginaba posibles, y aunque aún no daba con un pasaje que condujera directamente hasta su hermana...

Ya encontraría cómo darle algún uso a aquella información en el futuro.

Anna se recogió un mechoncito de cabello en lo que se dedicaba a estudiar la Real alcoba.

—¿Por qué yo no puedo estudiar con papá todo el tiempo como lo hace Elsa? —dijo en un reclamo apagado—. Siempre está lejos y no puedo verla.

La monarca apretó los labios, pero el gesto amable no le abandonó el rostro.

—Tu hermana está siendo preparada para ser Reina algún día, cariño —contestó con simpleza al dedicarle una distraída floritura con la mano—. Es una carga pesada que deben llevar todos los hermanos mayores que pertenecen a la nobleza —La mujer se encogió de hombros y se sentó junto a su hija al sonreírle con complicidad—. Y además está creciendo, ambas lo están. Es normal que los ánimos se caldeen un poco.

Anna meneó la cabeza con profundo horror.

—¡Eeew! ¡No quiero pensar en ese tipo de cosas! —reclamó la niña con una mueca disgustada.

La Reina soltó una carcajada, rodeó a su hija con un brazo.

—Pues deberías —dijo la monarca al alzar las cejas—. Sé que no entiendes porqué tu padre ha optado por separarlas, pero llegará un momento en el que tendrán que estar juntas nuevamente. Hasta entonces debes ser paciente y ser comprensiva con las cargas que lleva Elsa. Después de todo ustedes nunca dejarán de ser hermanas.

—¿Pero y si le pasara algo? —inquirió la pelirroja torciendo las cejas mientras se ponía a gesticular—. ¿No debería saberlas yo también?

La Reina frunció el entrecejo, al tiempo que su semblante se tornaba serio y ensimismado.

—Nada va a pasarle a tu hermana —declaró Idunn terminantemente—. Ni a ella ni a ti; pero ya que estás tan preocupada por tus estudios, me encargaré de arreglar que tú también sepas lo que tiene que saber una Reina para gobernar.

Anna guardó silencio y desvío la vista hacia el tapiz que se agitaba lentamente como si una corriente de aire interna lo empujara de manera fantasmal. Por un momento se preguntó a donde llevaría aquel camino oculto.

...

Nada más al llegar al final de la escalinata. Anna se topó con un bullicio de gente que iba y venía o aguardaba nerviosamente fuera de la sala de concejo esperando a que algún tipo de reunión de emergencia fuese llevada a cabo.

Anna reconoció a algunos funcionarios y se habría encaminado a saludarles de no haberse impactado directamente contra el pecho de un hombre cuyas proporciones guardaban semejanzas con las del mástil de alguna embarcación que por algún motivo se encontrase en medio de la recepción. La muchacha retrocedió con fuerza por la inercia, pero una fuerte mano la sujetó por el antebrazo antes de que pudiera alejarse demasiado.

La pelirroja abrió los ojos (que había apretado en preparación a su caída), pero en su lugar fue el amable gesto de un extraño y bronceado joven de barba castaña el que la recibió con exótica galantería. Anna se sintió sonrojarse, pero se desembarazó como pudo, retrocedió un par de pasos antes de atreverse a decir alguna palabra que le pudiese abandonar los labios en forma de algún poco digno chillido.

—Me alegra haberla atrapado —sonrió aquel caballero de brillante armadura cuando le dedicó una cortés inclinación. Tenía la capa doblada sobre el brazo que mantenía a la altura del pecho y añadió con satisfacción—. No tenía idea que las doncellas norteñas fueran tan efusivas, pero he de admitir que me agrada ese panorama...

Anna sintió que enrojecía hasta las orejas, apenas y logró llenarse bien de aire los pulmones, pero se plantó con firmeza sobre el alfombrado imaginándose en cómo habría solucionado Elsa algo como eso (aunque no logró muy bien pintarse aquel cuadro) así que se irguió con altanería colocándose las manos tras la espalda, como habría hecho Kyla.

—Es lo menos que podría hacer después de tener la descortesía de atravesarse por mi camino sin ser anunciado —contestó la pelirroja al devolverle el ademán con un ligero toque de burla.

Los ojos del joven se abrieron de golpe y una sonrisa de entusiasmo le iluminó el rostro.

—¡Usted la conoce! —soltó ese extraño echándose a reír—, y bastante bien por lo que veo —se dijo al estudiarle la postura de arriba a abajo. Se colocó la mano en el pecho al tiempo que le sonreía como si ya fuesen cercanos—. Mi nombre es Titus, príncipe de Cnosos y debo admitir que ha sido todo un placer haber chocado con usted, aunque no lo planeé de tal modo, espero no haberla lastimado.

Anna negó alegremente, los ojos turquesas fulguraban de entusiasmo.

—¿Un príncipe ha dicho? ¡Qué sorpresa! —exclamó apenas siendo capaz de contener la emoción de esa inusitada revelación. Realizó una precipitada reverencia y le tendió la mano al joven barbado que se apresuró a tomarla con galantería para plantarle un beso en el dorso perfumado—. Yo soy Anna, la menor de las princesas de este reino. He de suponer que tiene asuntos que tratar con mi hermana mayor, es ella la regente del castillo.

—Oh no, para nada —soltó Titus haciendo un ademán despreocupado—. Creo que usted princesa, es más que indicada. Esa imitación suya de antes, ha sido muy parecida a los modos que tiene una buena amiga mía. Estoy aquí buscando a Kyla Frei ya que me han informado que se hospeda en este sitio.

—¿Es amigo suyo? —inquirió Anna alzando las cejas en su sorpresa—. ¡Eso es fascinante!, sin duda le dará mucho gusto verlo —se entretuvo un momento para estudiarlo y asintió como si acabara de llegar a la conclusión de algo—. Pues si, me parece que puedo serle de utilidad, sígame y lo conduciré hasta sus aposentos.

El joven le sonrió afable, subió la escalinata detrás de la alegre pelirroja.

Anna de tanto en tanto miraba de reojo a ese apuesto lord extranjero y sonreía por lo bajo intentando contener el rubor que le afloraba en las mejillas. Era tan buen mozo y galante que casi parecía sacado de algún sueño.

—Cnosos está en Grecia, ¿verdad? —soltó la pelirroja por sobre su hombro cuando alcanzaron el rellano—. Ky viajó mucho tiempo por tierras mediterráneas.

—Así es —asintió el barbado alzando su real perfil—. En Creta, para ser más precisos.

—¿Y cómo se conocieron?

Titus se frotó la barbilla. Meneó la cabeza cuando el recuerdo logró arrancarle una risotada divertida.

—Bueno, la conocí en una casa de Ouzo, (es como una taberna) —explicó inmediatamente el joven ante el gesto extrañado de la princesa que lo escuchaba atentamente—. Ella me había seguido todo el día y la encaré porque me resultó molesta, luego le invité unos tragos y me rechazó como a una mosca detestable.

La risa de Anna se unió a la del apenado extranjero.

—Eso parece muy típico de ella —sonrió Anna alegremente—, pero seguramente le habría pasado a cualquiera con un acercamiento tan extraño como ese.

—Bueno, que mi conquista se tratara de una hija de Safo empedernida no jugó mucho a mi favor tampoco —se defendió Titus encogiéndose de hombros.

Anna se giró bruscamente y miró al joven como si no hubiera dado crédito a sus palabras.

—Príncipe Titus, desconozco mucho sobre las costumbres de su país, pero es muy peligroso asegurar testimonios de esa índole cuando ese tipo de desviaciones se consideran pecados imperdonables en nuestra iglesia —explicó Anna con escándalo—. Podría meter en problemas a Lady Frei por sugerir algo así.

El joven se pasó la mano por la revuelta cabellera y se encogió un poco en su sitio.

—Tiene usted mucha razón, princesa. Disculpe —respondió azorado.

Ambos se miraron por un instante y luego se guiñaron conteniendo las ganas de reír a todo pulmón.

Continuaron con su ascenso hacia el segundo piso, cuando el ama de llaves salió al paso y les bloqueó el camino nerviosamente.

—¿Que ocurre, Gerda? —preguntó Anna con extrañeza—. Este joven es un príncipe amigo de Ky y ha venido desde muy lejos para visitarla. ¿Está todo bien? ¿O es que acaso se encuentra indispuesta? —soltó la muchacha con significado. De ser así podemos aguardar en los jardines o la recepción, aunque hay mucho bullicio, ¿tienes idea del por qué?

El semblante de Titus se tornó serio, dio un paso hacia adelante y observó la puerta por la que salían un par de mozas que cargaban palanganas vacías y telas manchadas de barro.

—Abajo hay una junta de parlamentarios temerosos por su seguridad porque se rumora que a la sabia de Corona le han atacado ya dos veces en esta ciudad y justo en las narices de la guardia de la regente.

Anna contuvo el aliento, la matrona negaba en su aprehensión.

—Puedo asegurarle que eso no fue lo que ocurrió, señor —soltó la mujer con la piel pálida y brillante.

—Tal vez, pero quiero escuchar que ella me lo diga —declaró Titus avanzando con firmeza, le bastaron unas cuantas zancadas para alcanzar la puerta de la pieza—. Disculpen mi rudeza —dijo el joven con medio cuerpo ya dentro del cuarto—, pero tengo la costumbre de mandar todos los protocolos al demonio. Con su permiso, damas.

El barbado cerró la puerta tras de sí. Gerda se enredó las manos nerviosamente en el delantal mientras Anna parpadeaba confundida.

—Esto no le va a gustar nada a Elsa... —soltó la pelirroja, pensando en que lo mejor sería retornar cuanto antes a la seguridad que le proporcionaba su propia alcoba.

¿Quién hubiera pensado que no se podía fiar de los príncipes apuestos de agradable conversación?

...

Pasados unos días, Anna se encontró a sí misma retomando sus actividades detectivescas que tanto la entretenían durante sus abundantes ratos de ocio. Había hablado de nuevo con el príncipe cretense (que al menos tuvo la cortesía de disculparse con ella por lo ocurrido) Aunque se sentía en penumbras porque nadie le daba noticias de lo que había pasado con Kyla. Sólo tenía conocimiento de que la habían encontrado desmayada por ahí. Titus la trataba con cortesía, pero lo único que atinaba a hacer era recomendarle rezar por la pronta recuperación de la sabia blanca, y aquello, lejos de tranquilizarla, sólo la hacía imaginarse lo peor.

—¿Tienes idea de lo que ha pasado con el asunto de los extranjeros? —soltó Anna de pronto, sentada como estaba cerca de las estufas, llenándose la boca con galletas de mantequilla.

—Sólo que la sabia roja tuvo audiencia a puerta cerrada con su hermana. Pero nadie sabe a ciencia cierta de lo que trataron. Muchos visitantes embarcaron de vuelta a sus países. Y llegan y salen mensajes por todas partes. La princesa Elsa casi no abandona su estudio lidiando con la crisis —respondió la mujer más cercana a ella, quien hablaba mientras se encogía de hombros. Sus manos trabajaban con maestría el arte de la panadería.

—¿Y qué hay de Ky?

—Ni idea. Hace mucho tiempo que no la veo por aquí.

Si Gerda y Kai se trataban de los miembros de la servidumbre con quienes Elsa convivía la mayor parte del tiempo, Olina, la jefa de las cocinas, representaba tal papel para Anna. Era una mujer regordeta de sonrosadas mejillas y que siempre canturreaba de buen humor, consintiendo a la menor de las princesas cada que tenía la oportunidad de hacerlo. Kyla había adorado pasar el mayor tiempo posible con ella, ya que decía recordarle mucho a su propia madre, aquello se lo contó Olina orgullosamente a Anna en total confidencia, como siempre que se entretenían en sus habituales cotilleos.

—Esa pobre muchacha —decía Olina mientras se daba a la tarea de amasar su mezcla de harina y semillas sobre la mesa de madera—. Me dijo que no había visto a su familia en cuatro años, desde que se fue de errante por ahí. Sin duda debe extrañar su casa. Corona es muy diferente a Arendelle.

—Eso he escuchado —afirmó Anna entretenida en estudiar la actividad de la cocinera—, dicen que es una ciudad portuaria también, pero que es un poco distinta. Debe ser más cálida si la academia de ahí es la del sol —razonó la muchacha encogiéndose de hombros.

—¡Oh, pero niña! —se sonrió Olina, limpiándose las manos con un paño que tenía a su diestra—. Corona no tiene el sol como emblema por el clima del lugar, ya que puede ser tan frío como Arendelle. No, el escudo es por su flor mágica.

Anna se enderezó en su sitio, sonrió como un infante al que están por contarle una buena historia.

—¿Cuál flor mágica? —preguntó con interés.

—La flor dorada, por supuesto —contestó una voz amable desde la puerta.

Anna se giró para encontrarse con una joven rubia ojiazul, que iba ataviada toda de rojo. El sol dorado le brillaba pulcramente desde la cadena que le pendía del cuello. La princesa dedujo que aquella debía tratarse de Elena Von Schneider, la mismísima sabia del Concejo de Rapunzel. La pelirroja tenía conocimiento de que tal germana había llegado en la misma embarcación con Titus y se rumoraba que era muy bella, pero le sorprendió tener que corroborarlo de esa forma, con semejante personalidad visitando la cocina justo cuando ella hacía gala de sus mejillas brillantes espolvoreadas de migajas y azúcar.

Elena le dedicó una educada reverencia, acompañada de una sonrisa que expresaba sus disculpas por entrometerse en la plática. La pelirroja se pasó el pañuelo por los labios y le hizo una interesada seña con la mano, para que la extranjera continuara con la explicación. La rubia avanzó un par de pasos, se recargó contra una estantería a respetuosa distancia. Tomó aire antes de comenzar.

—La leyenda cuenta que un día, una gota brillante se derramó desde el sol y se plantó en nuestra tierra, de ella creció una flor de dorado fulgor que parecía un lirio abierto —pronunció al alzar su propio medallón para demostrarle a sus espectadoras que el símbolo se había hecho en semejanza a dicha planta y no al astro solar—. Se decía que esa flor era capaz de curar cualquier enfermedad y mal. Fue esa misma la que salvó a nuestra Reina Arianna cuando nació la princesa Rapunzel hace veinte años. Fue una fortuna que nuestra sabia mayor por ese entonces, Jenell Frei, hubiese sido capaz de encontrarla.

—La abuela de Ky —jadeó Anna partiendo la galleta que se había llevado a la boca de un mordisco.

—Así es —corroboró Elena al entrelazarse las manos frente al regazo—. Fue un hecho lamentable que nuestra princesa fuese arrebatada de sus padres al poco tiempo de nacer; pero fue un verdadero milagro lo que la hizo regresar.

—¿Qué sucedió? —preguntó Anna sin contener su curiosidad.

—Pues... —titubeó la joven—. Ella...

Elena frunció el ceño, como si la respuesta le incomodara por algún motivo, pero recuperó la compostura casi de inmediato. Se aclaró la garganta.

—Ella encontró el camino a casa gracias a las linternas del cielo que se lanzaban anualmente en su cumpleaños.

El gesto de Elena se tensó e instintivamente sus dedos se cerraron alrededor de los eslabones de su cadena. La mirada azulada titiló cuando se entretuvo en contemplar las llamas del fogón ardiente. El suspiro aliviado de la princesa noruega fue lo que la sacó de su breve ensimismamiento.

—Pero qué maravilla... —susurró Anna en su impresión—. Conocía el hecho de su princesa pérdida, pero no sobre esos fascinantes detalles.

—Y hay muchos más que se ignoran —agregó Elena lacónicamente—, pero creo que es mejor de esa forma. A la princesa no le gusta recordar los eventos que la entristecen —explicó educadamente.

—Lo comprendo perfectamente —contestó Anna con empatía—. Gracias por contarme esa historia.

Elena le dedicó una solemne reverencia. Le sonrió a la cocinera, quien presurosa se movió al fondo de la habitación en donde se hizo de una charola con un cuenco de sopa caliente y un poco de pan recién horneado.

—Disculpe la tardanza, sabia Schneider.

—Esto es más que perfecto, Olina, muchas gracias —contestó la joven amablemente. Se giró hacia Anna y le prodigó una educada inclinación—. Con su permiso, princesa.

Anna correspondió el gesto, pero su voz detuvo a la sabia roja cuando andaba por el umbral de la puerta.

—Elena, ¿Tú crees que ese tipo de cosas son ciertas? Me refiero a la magia y hechos semejantes.

La rubia torció las cejas, pero le sonrió a la pelirroja que aguardaba por su respuesta.

—He visto muchas cosas que podrían entrar en esa categoría, alteza. Pero creo sin duda que la magia existe en cada una de las acciones que llevamos a cabo. ¿Usted no lo cree así?

Anna lo pensó y sin notarlo sus dedos viajaron hasta el mechón blanquecino que le adornaba la cabellera.

—Creo que me has dado algo en qué meditar el día de hoy, sabia —expresó finalmente con alegría.

La joven de rojo le sonrió con misteriosa elegancia y finalmente se retiró.

Por un momento reinó el silencio antes de que las cocinas retornaran a su bullicio habitual.

—En verdad transmite tranquilidad —admitió la princesa de manera sonriente —. Es como Ky pero un poco distinta. ¿No te parece? ¿Será que así deben ser los sabios?

Olina se encogió de hombros y separó bolitas de masa que fue colocando en una charola grande.

—A mí me parecen muy distintas —bufó la cocinera recelosamente—. Me gustaban más las visitas de la joven Frei, ella te hacía sentir un extraño ambiente de familiaridad. Usted sabe, señorita —le indicó a Anna con expresión amable—. Algo así como lo que puedo sentir por usted que se pasea por aquí desde pequeña.

Anna lo pensó, pero terminó asintiendo en conformidad.

—Es verdad, es una cualidad que tiene. No toma mucho tiempo tomarle cariño a Ky.

—Eso lo dice porque no tiene que volver a preparar los guisos cuando esa muchacha venía aquí a acabar con todo —soltó una joven, que meneaba un estofado—. Creo que tuve que cocinar res con coles cuatro veces la última vez que le dio por asaltar este lugar.

Anna soltó una carcajada, pero pudo imaginarse la escena completamente.

—¿Pero no les parece extraño que tenga que venir esa extranjera por los alimentos de Lady Frei, en lugar de hacerlos subir con alguna mucama? —inquirió una moza que pelaba patatas en un rincón—. No será que piensa que aquí envenenamos a su compatriota, ¿verdad?

—No lo creo Gertrude —soltó Olina aunque no muy convencida. De pronto el nerviosismo que le produjo esa idea casi la hizo derramar las yemas de huevo que estaba separando en un cuenco.

—¿Por qué tendría que pensar eso? —soltó Anna con extrañeza.

—Porque dicen que la sabia sufre de un raro mal. Tose todo el tiempo y no sana —respondió otra mujer que cruzaba aquel espacio con un montón de platos limpios—. Ya había pasado antes, ¿lo recuerdas, Helga?

—Oh, sí —contestó la nombrada, separando las piezas de pollo que cortaba con un hacha pequeña—. La princesa regente estuvo muy preocupada en Septiembre. Algo me dice que esa extranjera está decayendo nuevamente —se limpió las manos en el delantal antes de llevarse los dedos a cubrir un jadeo escandalizado—. ¡Ay, señorita Anna, que pasaría si esa muchacha se nos muere bajo el techo! ¿y si en Corona lo toman como afrenta? Es una parlamentaria después de todo. ¡Esa sabia tiene que salir viva de Arendelle!

—Pero qué cosas tan terribles dices, Helga —le reclamó Anna cruzándose de brazos—, tranquilícense todas. Ky es muy querida por mi hermana y por mí. Nunca dejaríamos que nada le ocurriera. ¡Ella se va a poner bien! ¿Como podríamos echarla de aquí si es que pasa dificultades?

—¿La ha visto estos días, alteza? —inquirió lúgubremente la más vieja, que vigilaba el nivel de leña en las estufas.

—Eh... En realidad, no, Valda —confesó Anna encogiéndose avergonzada—. Mi hermana se ha puesto sumamente estricta con las visitas que recibe. Prácticamente las ha prohibido a todo el mundo.

—Dicen que esa muchacha ya no puede ni andar —respondió la anciana rasposamente—. Que está tan débil como el cachorro ciego que generalmente no sobrevive en su propia camada.

—¿Cómo te has enterado? —inquirió la pelirroja arqueando las cejas. No creía posible que su amiga germana pudiese encontrarse tan mal.

—Sus compañeros usualmente se comparten noticias cuando coinciden aquí en las cocinas —contestó la mujer encogiéndose de hombros.

—El príncipe de Creta evita a toda costa encontrarse con lady Frei, pero aún así se muestra muy preocupado.

—Pobrecillo —suspiró Olina—. Debe quererla tanto como si fuera de su propia sangre si hizo un viaje tan largo para buscarla. ¿O usted cree alteza?

—¿Qué cosa?

—¿Que ese apuesto joven esté aquí porque pretende a la sabia Frei?

Anna contuvo una risita y mentalmente los recuerdos se le escaparon hasta esa vívida imagen que tenía de su hermana, besando ardorosamente a Kyla bajo el refugio del sauce real durante el hallig de verano.

—No creo que ese sea el caso. Seguramente es verdad que es un buen amigo suyo. Ky es naturalmente encantadora.

—En eso tiene mucha razón —se sonrió Olina como si hubiese sido su propia hija la que recibía el halago real.

—Esa muchacha tiene mucho carisma —dijo Gertrude desde su puesto—, podría dirigir pueblos enteros si los dioses la hubiesen bendecido con la posición correcta.

—¿A qué te refieres? —preguntó Anna con las manos en la cintura.

—A que es una sabia blanca —respondió la moza con simpleza—. Una errante. Sus conocimientos y habilidades no le pertenecen a nadie. No puede llegar muy lejos en la jerarquía si se mantiene así por mucho tiempo.

—La joven necesita de un mecenas que la acoja y la convierta en alguien respetable —pronunció Valda con un murmullo seco—. Dicen que no hay mucho documentado sobre ella, y que lo que se lee en los libros con su nombre es atroz, aun así, ninguna Academia puede cerrarle la puerta. ¿No es eso algo raro? Dicen que hasta abarca rangos que no le corresponden. Un día anda de escriba o alquimista y al otro se enfrenta en alguna lucha como si se tratara de un alfil, ¡y con ese tamaño que tiene! —se estremeció la mujer como si pudiera verla frente a ella—. Yo saldría corriendo si semejante valkiria hiciera el ademán de echárseme encima.

—Bueno, sin duda debe ser una buena sabia en su especialidad —dijo Anna en ánimo conciliador—. En la Academia hablaban muy bien sobre el desempeño que ha tenido aquí en Arendelle.

—Oh, ¿sí? Yo habría pensado que era todo lo contrario —soltó Helga incrédulamente—. La primera vez que vi a Ozur, (pasadas unas semanas desde que desembarcó la sabia Frei) no dejaba de repetir para sí mismo que la muchacha le preocupaba. Que era casi un mal augurio que escogiera venir aquí.

—Kyla siempre ha sido excéntrica y poco disciplinada, pero su compañía es exquisita —comentó Anna comenzando a molestarse.

—Eso me consta, princesa —añadió la moza velozmente en disculpa—, pero de todas formas es escandaloso que miembros o representantes de la realeza se disputen sus atenciones de esa forma. No es bien visto.

—Por la diferencia de clases —completó Anna girando los ojos.

—Por supuesto, joven señorita. A ojos de cualquier trono, un sabio es tan valioso como un soldado o un ministro, están un poco por encima de los demás, claro, pero no dejan de ser vasallos. Tienen que hincar la rodilla tanto como lo haría cualquier marchante que solicita audiencia y eso es precisamente lo que se percibe mal en los sabios blancos, ellos no le deben lealtad a nadie.

—Esos son disparates —bufó Anna, moviendo la mano como si espantara algún insecto que flotara cerca de su cara—. Kyla ha sido amiga de la corona de Arendelle desde que puedo recordarlo. Sin ella no habríamos logrado la construcción de la flota de Gungir y compañía —les recordó la pelirroja.

—Es muy rara esa influencia que tiene —concluyó la chica que preparaba el estofado.

—Hay algo en esos ojos de extraño color que me pone los pelos de punta —murmuró Helga estremeciéndose—. Nunca he visto algo semejante y si bien dicen que es algo que le viene de familia, no parece salido de este mundo. Es como si tuviera a su alteza, al Rey Frederic y a ese príncipe hechizados.

—Yo oí decir que puede leerte la fortuna con las cartas —dijo Gertrude, acercándose otra patata—, eso es muy de seiðr si me lo preguntan.

—Yo escuché que ha asesinado —dijo una joven que cargaba una canasta de setas.

—Los alquimistas dicen que es tan buena en esas artes que ha encontrado la manera de vivir por siempre, yo dudo mucho que muera, así como así por una neumonía —agregó la lavaplatos.

—Pues en la Academia existe el rumor de que en Escocia casi la mataron a azotes por involucrarse con otra mujer —dijo Helga con morbosa impresión.

—¡No! —jadearon todas al unísono.

Anna golpeó la mesa de madera con la palma y se hizo el silencio.

—¡No voy a quedarme aquí escuchando estas tonterías difamatorias! —soltó la pelirroja con enfado—. ¡Deberían avergonzarse! ¡Regresen todas a sus labores!

—¡De inmediato señorita, Anna! ¡Disculpe! —chillaron todas.

—Olina, no quiero que ninguna de estas cosas se anden repitiendo por ahí, ¿entendido? —le indicó a la jefa cocinera con la mirada turquesa refulgente como si se tratara de la difunta Reina Idunn. La mujer sólo alcanzó a asentir mudamente cuando Anna se sacudió las manos y se encaminó a la salida.

—Es del honor de una gran amiga y el de mi hermana sobre el que estamos hablando. La futura soberana de este reino. No deben olvidarlo.

Anna subió las escaleras con paso firme, se dirigió al despacho de Elsa con el fin de hablar con ella sobre todas las cosas que le habían estado rondando en la cabeza los últimos meses, tendría que agregar esos chismorreos a la lista de asuntos a tratar. No importaba si debía confesarle a su hermana que ya lo sabía todo sobre ella, prefería arriesgarse, a que la lastimaran las palabras malintencionadas de terceros.

Ya no podía seguir montando aquella farsa.

Anna se detuvo casi en la puerta al notarla entreabierta. Pegó el cuerpo a la pared cuando la voz de su hermana le llegó a los oídos, sonaba cansada y cargada de pesar.

—¿Cómo se encuentra? —preguntaba en un susurro dolido. Como si lamentara no poder averiguar aquello por sí misma.

Anna torció las cejas en su extrañeza. ¿por qué Elsa no lo sabía? Por lo que a ella le constaba, Kyla era su consorte. Desconocer lo que pasaba con su amante no tenía ningún sentido.

—Se debilita con el tiempo que pasa, alteza —le respondió una voz preocupada que le resultó muy familiar—. Nunca había visto un padecimiento semejante. Me temo que su estado no mejorará si no partimos pronto.

La pelirroja se asomó por la pequeña abertura, comprobó que era Elena, la sabia roja, la persona con la que su hermana estaba conversando.

—¿Y qué es lo que los detiene? —inquirió Elsa apretándose las sienes—. Creí hablar claramente en audiencia cuando te aseguré que yo no representaría un impedimento.

—¿Y es así, su gracia? —cuestionó la germana con cautela —Sabe muy bien que Kyla Frei puede ver la verdad del corazón. Ya no es la misma persona, pero esa parte de ella no ha cambiado.

A Anna se le dibujó una mueca confusa en la cara, ¿De qué rayos iba todo aquello?

—No puedes pedirme que la odie... —dijo Elsa de manera apagada —No podría...

—Y no lo hago, alteza —intervino Elena comprensiva—. Sólo pienso que usted...
La germana hizo una pausa, como si le resultara difícil terminar con la frase.
—...Debería dejarla partir. Hable con ella al respecto.

—Me atemoriza —contestó Elsa negando con la cabeza—. No soporto la agudeza de sus palabras, la ironía en su tono de voz, el vacío de sus ojos. No quiero recordarla de esa forma. ¿Acaso ella siempre fue así y no quise verlo?

—Un poco —admitió Elena tanteándose la barbilla como si hiciera memoria—. No a este grado por supuesto; pero la hermana Frei podía ser muy dura. Sobre todo, cuando se trataba de serlo consigo misma. Ella me pidió expresamente obligarla a separarla de su lado.

Elsa desvío la mirada, como si aquello se tratara de un mensaje oculto que de pronto comprendiera a la perfección.

—Debo imaginar que estás plenamente consciente de mis secretos —le dijo con frialdad—. ¿Tengo que preocuparme por eso?

—No lo comprendí hasta ahora alteza, y me temo que lo he descubierto de la misma forma que usted. Me he sentido terriblemente apenada al deducirme tan expuesta. Pero puedo asegurarle que mis labios están sellados. Ninguna necesita que algo así se sepa.

Elsa asintió, se entrelazó las manos frente al cuerpo.

—¿Tu aún...?

—Es distinto —la cortó la sabia—. No mentía al afirmarle que me encuentro aquí expresamente en calidad de amiga. No debe sentir dudas por fantasmas del pasado.

Elsa suspiró, recargándose en su silla mientras parecía lamentarse en silencio por aquel desplante.

—Debo parecerte una chiquilla tonta.

—En realidad me parece muy humana, princesa —le expresó con amabilidad—. ¿No cree que tal vez eso es lo que ella aprecia más de usted?

Los ojos de Elsa se abrieron como platos mientras sopesaba esas palabras. Elena se aclaró la garganta, miró por la ventana como si de esa forma ambas pudiesen ignorar la lágrima que le descendió a la regente por la mejilla.

—Para alguien como ella —continuó la sabia con la voz entrecortada—, una persona como usted debe haber representado un maravilloso oasis en un desierto demasiado cruel.

—También ella lo fue para mí —respondió Elsa con las manos temblorosas—. Y no puedo hacer nada...

—A veces no se necesitan grandes hazañas para actuar con valentía —pronunció Elena con voz suave—. Basta simplemente con hacer lo que es correcto.

Anna contuvo el aliento cuando escuchó que su hermana sollozaba. Apretó los dientes y cerró la puerta con sigilo antes de optar por retirarse.

...

Una gran tormenta había azotado la costa unos días antes, Anna se encontraba en los jardines sentada en una de las pérgolas de forma pensativa. Su libro de italiano lo sostenía distraídamente frente a su rostro mientras su mente divagaba. No se dio cuenta cuando Titus se sentó a su lado en la escalinata.

—¿La lengua de Roma, princesa? —preguntó el joven cuando miró el texto—. Oh y yo que había comenzado a tomarle estima —se lamentó el barbado al menear la cabeza con decepción.

—¿Te has enamorado alguna vez, Titus? —soltó la pelirroja sin mirarlo.

Chi ha l'amor nel petto, ha lo sprone a'fianchi. (Quien lleva amor en el pecho tiene espuelas en los costados.) —contestó con simpleza el barbado—. ¿Tienes problemas amorosos a tu edad? —exclamó estupefacto—. La verdad no sé si podría ayudarte con eso.

Anna bufó, cerró su libro colocándolo a un lado.

Chi non si lascia consigliare, no si può aiutare. (el que no puede ser aconsejado, no puede ser ayudado) —contestó Anna encogiéndose de hombros.

Bravissimo! —la congratuló Titus con asombro al dedicarle algunas palmadas.

—Yo no tengo problemas, pero parece que quienes sí y son mayores, no pueden resolverlos.

—Te refieres a personas estúpidas como yo, ¿no? —reclamó el príncipe haciéndose el ofendido—. Ya crecerás y entenderás lo complicadas que son las cosas.

Anna observó de reojo cómo aquel joven estudiaba a lo lejos a la sabia roja que cargaba un libro de cuero bajo el brazo y miraba con sumo interés el viejo sauce que yacía sombrío en lo profundo del jardín. Seguramente ella había sido el motivo por el que el barbado escogió hablarle y sentarse a su lado en primer lugar.

—¿Ella te interesa, príncipe? —le dijo la pelirroja burlonamente al arquear las cejas—. ¿Sí sabes que es una sabia como Kyla, ¿no?

—Sí, son bastante parecidas. Incluso en su gusto por la compañía femenina —admitió Titus con descaro—. ¿Sabías que esas dos fueron amantes en el pasado?

La mandíbula de Anna casi se desencajó por lo mucho que abrió la boca ante el espanto de esa revelación.

—¡¿Qué?! —exclamó la muchacha completamente horrorizada y con las mejillas encendidas —Pero si creí que Kyla y mi herma... Errr... Quiero decir, que Kyla era de cierta forma... ¡S—solitaria!... —tartamudeó Anna nerviosamente jalándose las trenzas.

—Ah... Sí —exclamó el barbado apoyando las manos tras su espalda—. La soledad es la peor consejera cuando de caer en brazos equivocados se trata. Era tan triste verla sufrir dominada por esa pasión que no se atrevía a liberar y luego esos episodios larguísimos de remordimiento cuando claudicaba... Kyla es a veces como una niña, aunque parezca saberlo todo, no comprende mucho sobre los sentimientos ajenos aunque pueda verlos con suma claridad, pero el alivio físico es una necesidad, no tiene porqué obedecer a la sensación de pertenencia de nadie.

—Esas son ideas muy escandalosas, príncipe —le reclamó la pelirroja todavía afectada—. Al menos en estas tierras no son bien vistas tales acciones. Mucho menos se inculcan en las doncellas de buena familia.

—Esas cosas sobran cuando el tiempo escasea —contestó Titus seriamente, acariciándose la barba.

Anna seguía repasando lo que había escuchado completamente en shock. Ahora la plática entre Elena y su hermana cobraba más sentido. El corazón comenzó a latirle como loco. Nunca le había pasado por la cabeza que Kyla hubiese tenido a alguien más. En la historia perfecta que se había hecho en su mente sólo estaban su hermana y la sabia, sólo ellas dos buscando su final feliz. ¿Pero que era eso entonces? ¿y si todo lo que se decía de la germana era cierto? Anna hizo rechinar los dientes. Por un momento se sintió traicionada. ¿Elsa estaba enterada? Por supuesto que sí, maldita sea ¿Cómo podía soportarlo? Ella era una Arnadalr, ¿Qué acaso no tenía dignidad?

El barbado debió notar el enfado de la princesa porque la detuvo por el hombro cuando hizo el ademan de levantarse.

—¿Por qué me dices estas cosas? —le reclamó Anna con la mirada encendida—. Creí que eras su amigo —bramó mientras forcejeaban—. ¡Ahora me haces ver a Ky de esta forma!

—¿Y qué forma es esa, ah? —inquirió al sujetarle las muñecas—. ¿Imperfecta?, ¿Humana? ¿Piénsalo bien, creeías que una relación así podía darse tan fácil? ¿Qué podría funcionar? ¿Puedes culparla por intentar abandonar una fantasía que hasta hace meses creía imposible?

—Yo... yo... no lo sé —chilló Anna confundida—. ¿por qué estás haciendo esto?

—¡Porque de todas formas vino aquí! ¡Kyla es casi una hermana para mí y ya he padecido la pérdida de una como para soportar otra!

El barbado aflojó el agarre, se sentó pesadamente sobre el piso de madera apretándose los ojos. La princesa resoplaba desde su propia altura, observándolo en su consternación.

—¿Está tan mal? —jadeó Anna comprendiéndolo—. Es que ella se va a...

—¿Quién puede saberlo? —respondió el cretense con aflicción—. Cuando la conocí, la vi hacer cosas increíbles, princesa. Ella era bella, inteligente, nunca me mostró el más mínimo ápice de respeto —se sonrió Titus al recordarlo—. Fue mi mejor maestra sin discusión. Podía pelear y recibir los daños más terribles como si nada. La admiraba tanto. Yo... creí que ella lo podía todo.

Anna de alguna forma pudo identificarse con esa idea. Era la misma forma en la que ella apreciaba a Elsa. Tan lejana y magnánima, pero tan constante que resultaba chocante la posibilidad de llegar a perderla algún día. ¿Eso era lo que le estaba diciendo?

—La primera vez que lo vi, ella estaba metida en un laberinto buscando el estúpido tesoro de mi padre, a sabiendas que una bestia descomunal lo resguardaba, yo creí que mis ojos me habían engañado cuando presencié el embiste. El sonido del cuerno atravesándole la carne y machacándole los huesos nunca lo voy a poder olvidar, en ese momento pensé que había caído muerta... Tiene una marca espantosa rajándole de lado a lado que lo prueba y sólo los dioses sabrán cómo es que se hizo todas las demás que ostenta. —Titus observó cómo la impresión se iba apoderando de la confusa pelirroja, que no podía imaginarse nada de lo que el barbado le revelaba. No podía hacerse a la imagen de la morena cubierta de cicatrices, o que esa historia resultara remotamente cierta. Aunque tampoco podía imaginarse cómo se veía Ky bajo los pesados ropajes que acostumbraba llevar puestos...

—Pero entonces se levantó —murmuró el príncipe lúgubremente, como si fuera capaz de ver esa imagen ocurriendo frente a sus ojos. Como si se mantuviera tan fresca en su memoria como en el día que aconteció—. Fue como si la hubiesen expulsado del inframundo —murmuró con los ojos fijos en la nada. Una solitaria gota de sudor le resbalaba por la sien—. Como un cadáver que por obra de algún demonio se volvía a poner de pie. Fue aterrador. La carne la tenía hecha jirones y, dioses, toda esa sangre... Ni siquiera recuerdo cómo es que sus ropas volvieron a ser blancas luego de todo eso. Sólo sé que cuando pude reaccionar Kyla había tomado a la bestia por los cuernos, y la azotó en el suelo con una fuerza que no poseerían ni cincuenta de mis mejores hombres. Le rajó la yugular de alguna forma al animal y se llevó la cabeza como trofeo. Mi padre la mandó preservar y la ostenta en su cámara real para imponerse en las audiencias. Desconozco lo que ocurrió en esa ocasión, pero lo he visto repetirse. Siempre que Kyla se ha visto a punto de morir de forma violenta, algo más peligroso y salvaje se manifiesta en ella. Algo primitivo y ajeno que parece tener el propósito de preservarla.

Anna tragó saliva al tiempo que un escalofrío le recorría la columna. Eso le sonaba parecido a lo que Kyla había hecho en los muelles con sus desafortunados atacantes.

—P-pero eso no corresponde mucho a ella —razonó la pelirroja—. Kyla es alegre y una persona muy razonable y gentil.

—A mí también me lo parecía... pero yo sé lo que vi. Aún ahora, me aterra pensar en todo lo que ignoro. Que se marche sin dejarme al menos una respuesta. Como hizo Galatea...

—Titus...

El joven apretó los puños con impotencia. Sin temor de encontrarse ahí admitiendo de esa forma su frustración.

—Creí conocerla, creí conocer a mi hermana y una profunda pena la llevó a quitarse la vida —el viento helado les agitó los ropajes y los cabellos—. Creí conocer a Kyla y ella está ahora tan lejos que mis palabras ya no pueden alcanzarla. Creo que se ha resignado.

—¿Resignado? —exhaló Anna frunciendo el entrecejo.

—A sucumbir ante su enfermedad —explicó Titus, frotándose los ojos—. Nada en este mundo podrá curarla. Antes logró sobrellevarla, pero ahora su cuerpo decae lentamente sin que se pueda hacer algo al respecto y parece que su mente se le unirá pronto a este paso. Lo único que podemos hacer es mitigarle el dolor.

—Ella consumía analgésicos... —dedujo, Anna temblorosamente —drogas para mantenerse en pie.

El tabaco, sus ausencias, los rumores. Ahí lo enlazó todo. Esos momentos en los que Kyla parecía aletargada y torpe...

Anna se llevó las manos a la boca cuando le pareció imposible contener el sentimiento por más tiempo.

—Dios...

—Princesa, es posible que Kyla Frei no llegue a vivir otro año —le informó Titus seriamente—. Ella se está muriendo, lo está haciendo desde que la conocí borrachísima en ese bar bebiéndose la noticia de su destino. Ella sabe desde hace mucho que le queda poco tiempo entre los vivos.

No podía ser posible, se pensó Anna negando incesantemente. Kyla era tan joven, trabajó tanto por cumplir con su promesa y con sus sueños, ¡acababa de cumplir diecinueve años! ¡Dios! Se había atrevido a vivir a su manera ¿y ahora tenía que padecer dolores terribles y consumirse por ellos hasta morir? ¿por qué? ¿por qué era tan injusto? ¿por qué contando con tantas riquezas y poder no podían hacer nada por alguien que les había dado tanto?

—Titus, si lo que dices es cierto, ¿No debería Ky, pasar sus últimos días aquí en Arendelle, junto a... Las personas que le queremos?

—Si existiera una forma de aminorarle el sufrimiento y esta estuviera en otro sitio, ¿No sería el acto de amor más honesto dejarla partir? Aunque fuese doloroso. El amor debe actuar con desinterés. Debe ser libre. Sabes que eso significa su nombre, ¿no? —inquirió el príncipe, alzando las cejas, refiriéndose a la morena. —Kyla no puede mantenerse en cautiverio, ni siquiera en el nombre del amor.

Creí que el nombre de Kyla referenciaba a la victoria, así como el de mi hermana lo hace a la nobleza, se supone que el mío es sobre la pureza o algo así. Es cierto que el significado más obvio de Frei es libertad, pero otro de sus orígenes puede ser el de Frey, el señor del tiempo...

Titus observó con interés a la pensante pelirroja que se apretaba las rodillas por sobre la falda cuando los ojos turquesas se tornaron brillantes por el sentimiento de impotencia que tenía atorado en la garganta.

—¿Por qué se afirma que el tiempo lo cura todo si no es verdad?

Anna sollozó, silenciosas lágrimas le recorrieron las mejillas cuando Titus la envolvió en un abrazo que intentó ser consolador pese a su torpeza.

—Tal vez porque muy dentro de nosotros siempre tratamos de albergar la esperanza de que esa mentira piadosa se convierta en realidad.

Titus palmeó la espalda de la sollozante pelirroja para confortarla, la sujetó por los hombros y la separó ligeramente para que pudieran mirarse a los ojos. El barbado le pasó los pulgares por el camino humedecido que se le marcaba en el pecoso rostro.

—Tú también tienes una hermana que sufre en solitario —le dijo el príncipe con la mirada brillante—. Cuando tenga que cruzar por su peor momento...

...No la abandones.

...

Anna se estremeció cuando el viento helado le golpeó la cara, gimió como si la hubiesen abofeteado, se arrebujó como pudo en su capa color magenta cuando el aire se le coló en el cuerpo de esa forma tan vil. Los dientes le castañearon involuntariamente.

Jamás había sentido un frío semejante. Entornó la vista a la vez que se hacía cortina con el antebrazo extendido delante del cuerpo. Las botas negras se le enterraban en la nieve complicándole la movilidad.

No conocía ese lugar, pero aun así consideraba más sensato buscar algún tipo de refugio que quedarse ahí parada haciéndose preguntas que no se podría contestar.

Un zorro de color rojo brillante le salió al paso como si el viento lo hubiese posado ahí, el animal le dedicó un saludo afectuoso. Anna se quedó inmóvil por un momento sólo observándolo, pero la criatura se comportaba tan amigable que terminó inclinándose para ver si conseguía tocarlo. El pequeño se acercó hacia ella e hizo chocar la frente contra su palma recubierta. Anna sonrió levemente cuando una sensación cálida se le anidó en el pecho y logró confortarla por un momento.

—¿Qué eres tú, amiguito? —exclamó Anna al acariciarle el lomo y el pelaje blanco del cuello.

El animal la miró fijamente y se echó a correr hacia un punto lejano. Anna se levantó las enaguas, siguiéndolo en esa complicada carrera hasta que se detuvieron ante un rastro reciente.

El zorro olfateó, alzó las orejas, al tiempo que le mostraba a Anna las huellas del camino, unas pisadas profundas que de momentos parecían arrastrarse. Anna aceleró el paso y entre la nieve la vislumbró. Kyla iba toda de rojo, con las ropas y capa hechas jirones, cojeaba dolorosamente presionándose el costado sanguinolento que iba tintando la escarcha de carmín. Avanzaba trabajosamente luchando contra el viento, mientras un lobo enorme de pelaje negro la soportaba. La princesa esbozó una ligera sonrisa de alivio al reconocerla, pero entonces la sabia cayó agotadamente sobre el prístino suelo haciendo caso omiso de la frialdad que la rodeaba. Anna jadeó y corrió lo más que pudo para darle alcance.

—¡Ky! —soltó angustiosamente la pelirroja al arrodillarse a su lado y observarle más de cerca las heridas y los cardenales de la piel—. ¿Qué ha pasado contigo? ¿Qué es este lugar?

La morena sólo tosió sangre por respuesta. Temblaba mucho de frío y tenía los labios azules El enorme lobo se recostó sobre su helado cuerpo como si pretendiera brindarle un poco de calor. Los ojos neblinosos se le cerraban del cansancio a la germana. ¿Quién podía saber cuánto tiempo había estado vagando Kyla en ese sitio? Anna la aferró con fuerza y le limpió el rostro con los nerviosos dedos recubiertos por gruesos guantes. No entendía lo que estaba sucediendo.

Un estruendo se escuchó en la lejanía por sobre el murmullo de la tormenta, los animales que las acompañaban se tensaron. Kyla se puso rígida como una tabla y contuvo el aliento como si no pudiese dar crédito a aquel sonido. Se arrastró hasta que fue capaz de levantarse nuevamente. Kyla resoplaba con la tez enrojecida y brillante por el esfuerzo. Las venas le palpitaban bajo la piel, pero mantuvo su cuerpo oscilante delante de la princesa hasta que Anna cayó en cuenta de que fuese lo que fuese aquello que se aproximaba, Kyla se encontraba tenazmente dispuesta a protegerla.

—No lo hagas, Ky —le suplicaba jalándola de la raída tela—. Escapemos, ¡vámonos de aquí!

El brazo derecho de la sabia se prendió fuego en un movimiento, Anna se estremeció del susto. Kyla apretaba los puños haciendo caso omiso a las palabras de la pelirroja mientras se abría paso entre la nieve y la sombra de algo descomunal se iba cerniendo sobre sus cabezas.

Anna abrió la boca al tiempo que la mirada turquesa se le dilataba del terror. Un rugido gutural rasgó el viento y desmoronó los cimientos de los árboles de piedra tan altos como montañas que se erguían hasta perderse en las nubes y aun así caían, colapsaban como si se tratarán de simples torrecilla de naipes. Entonces, entre el polvo de diamantes que se arremolinaba a la distancia, la muchacha lo vislumbró con claridad.

—Jöttun... —Soltó Anna ensimismada en un suspiró helado.

Kyla gritó con furia como para armarse de valor y con energía renovada embistió a la bestia, que manoteó con ofuscación cuando el fuego le causó daño en la grisácea piel al desprendérsele un trozo del enorme torso. La morena juntó los puños y los usó como una maza cuando giró el cuerpo y golpeó al gigante en la quijada con todas sus fuerzas, logrando sacarlo de balance y derrumbarlo produciendo un terrible estruendo. La bestia sacudió la cabeza con aturdimiento mientras Kyla caía de espaldas con un alarido, las manos rotas eran sólo un peso muerto que le reposaba temblorosamente sobre el agitado pecho que le subía y bajaba en dolorosa angustia.

—¡No! —gimió la pelirroja princesa cubriéndose los labios por la impresión de la escena.

El pequeño zorro cobrizo se agazapó y corrió en dirección al jöttun para llamar su atención con un presuroso gañido mientras el lobo negro jalaba por la capucha a la seminconsciente sabia a buen resguardo fuera del alcance de aquel demonio. Anna corrió hacia ellos para auxiliar a la maltrecha morena que estaba más muerta que viva a esas alturas.

—¡Dios, resiste, Ky! —sollozaba Anna con los ojos llenos de lágrimas. Abrazó protectoramente a la caída sabia cuando las heridas del jöttun se cerraron y aquel ser les iba acortando la distancia.

El lobo negro gruñía frente a las muchachas como una última barrera defensiva. Una que Anna sabía muy bien que no sería suficiente.

—¡Qué es lo que está ocurriendo, aquí! —chilló la pelirroja en desesperación—. ¡Por favor! ¡Que alguien nos ayude!

Una flecha iluminada se clavó ante sus pies y una cúpula brillante los encerró a todos en un domo de traslúcidas paredes de tonalidades celestes. Kyla tiritó en el regazo de Anna, la muchacha le sujetó las sienes para calmarla. El aliento se les convertía en volutas de humo que flotaban en esa atmósfera inclemente. La princesa alzó la vista para vislumbrar a la figura que pasaba por su lado haciendo crujir la nieve con las suficientes pisadas que avanzaban sin demostrar temor alguno. Anna sólo alcanzó a verle la espalda cubierta de abrigadoras pieles a aquella persona justo en el momento en que se sacaba otra flecha del carcaj y se preparaba para tensar nuevamente la cuerda en dirección al monstruo que resoplaba, herido por una saeta anterior que se le había clavado justo en el ojo. El suelo tembló cuando el coloso cayó de rodillas sobre la tierra.

—J—jäger... (cazador) —resopló Kyla en su desmayo—. Schließlich... (por fin)

Anna notó que aquel extraño detuvo la acción que realizaba por un segundo, la muchacha casi pensó que se giraría para encararlas, pero aquello no ocurrió. En su lugar ese desconocido se mantuvo firme en su puesto mientras la ventisca arreciaba y la imagen comenzaba a titilar ante la vista turquesa de la pelirroja que en vano trató de enfocar lo que ocurría. Kyla emitió un agotado suspiro y su cuerpo se relajó exangüe entre los brazos de Anna.

Fue entonces que la princesa de Arendelle se despertó.

Anna se frotó los antebrazos y lloró muerta de miedo y confusión. Aún sentía el frío calándole los huesos, La sangre tibia con la que se había manchado las manos. Todavía le era patente el terror que le había producido esa terrible pesadilla. La pelirroja se hizo un ovillo entre las sábanas y sollozó con la respiración entrecortada. El corazón le retumbaba en el pecho y las sienes le palpitaban. La pelirroja negó con la cabeza mientras trataba de olvidarlo todo. Los gigantes desterrados hacía mucho tiempo que se habían convertido en historias del folklor. Era imposible que ese gigante de hielo se tratara de un jöttun.

Resultaba todavía más necio e imposible el pensamiento de enfrentarlo.

...

Cuando Anna finalmente reunió el valor para escabullirse a la habitación de Kyla, ella dormitaba sentada en una silla de madera de cojines mullidos. Estaba cubierta de mantas gruesas y una bufanda tejida le envolvía el disminuido cuello. Tenía los antebrazos vendados como si se los hubiese herido recientemente y se le notaba cansada y maltrecha. Parecía tan frágil. Un enorme cardenal le cubría una parte de la mejilla trigueña y aquello le dio tanta pena a Anna que se le hizo un nudo en la garganta. La pelirroja inspeccionó la habitación, casi todas las pertenencias de la sabia habían sido empacadas y sólo resaltaba un balde de líquido pestilente en el que parecían flotar unos retazos de tela azul. La morena parecía estar tomando un baño de sol y se veía tan plácida, que, por un momento, la pelirroja princesa pensó en retirarse de puntillas y devolverse por donde había venido; pero algo la frenó de hacerlo. En su lugar, se mantuvo estudiando a la sabia que tiritaba ligeramente en su descanso. Anna frunció el entrecejo, repasando las palabras de Titus en su mente. Tenía poco conocimiento de los males del mundo y no podía imaginarse qué clase de enfermedad podría estar aquejando a Kyla, tampoco lo que su hermana debía estar sufriendo al respecto.

—Podrías ser espía del reino, princesa —pronunció la morena emergiendo de su letargo. ¿Has pensado en todo lo que obtienes de esa forma tan discreta?

Anna se giró e hizo lo posible por sonreírle. Los ojos violetas lucían opacos, casi grises dentro de unas cuencas amoratadas en aquel rostro anguloso. La princesa la tomó de la delgada mano, pero Kyla sólo le estudió las acciones con la vista.

—Se rumora que te vas de Arendelle en unos días y nadie se tomó la molestia de decirme algo al respecto. Tuve que enterarme por las mozas de servicio.

—Tu hermana no aprueba esos métodos tuyos, princesa, sabes lo mucho que le disgusta que te escabullas por ahí.

—Eres muy popular en las cocinas —bromeó Anna con ironía.

—Y eso que no se enteraron de las mejores partes —completó la sabia al sonreírse y carraspear ligeramente—. ¿Estás molesta por eso?

—Creí estarlo —admitió Anna frunciendo el entrecejo—. Pero ahora lo comprendo. Entiendo porque mi hermana lo hizo.

—Lo lamento mucho, Anna. Perdona por meterte en esta situación.

—Kyla, por favor no te rindas —susurró la pelirroja, sin saber qué otra cosa podría decir—. El amor debe estar presente en la salud y la enfermedad. Estoy segura que podrás mejorar pronto.

—Es un poco más complicado que eso, Anna —dijo la morena, meneando ligeramente la cabeza—. Quisiera quedarme, pero no tiene mucho sentido ahora.

—¿Por qué dices eso?

—Tu hermana no se merece sufrir por alguien como yo —explicó Kyla tranquilamente—. Todo estaba bien cuando nos encontrábamos lejos, cuando no teníamos que ser tan patentes la una ante la otra. Tan... humanas... Yo... No sé por qué hice todo esto...

—No necesitas encontrar lógica en las acciones emprendidas con el corazón.

—Tal vez nunca debí venir... —susurró la sabia, adormeciéndose—, pero era necesario...

Kyla recargó la mejilla contra el almohadón de su silla, los párpados se le cerraban con pesadez.

—No lo habría hecho si ella no me lo hubiese pedido... —susurró con un apagado hilo de voz.

—Ky —llamó Anna, moviéndola con cuidado—. He soñado que te enfrentabas a un gigante.

—He visto el bosque congelado en mis sueños desde que puedo recordarlo... —balbuceó la sabia, tocándose la frente—. Y ahora está ahí cada vez que cierro los ojos —la mandíbula le tembló a la morena cuando los hombros se le hundieron en la silla y el cuerpo se le estremeció en un espasmo de miedo residual—. He visto tantas cosas ya... —suspiró con cansancio.

—Te refieres al Jöttunheim? —inquirió la pelirroja con interés.

Kyla la observó con fijeza, los finos labios se curvaron en una media sonrisa satisfecha.

—Buena chica —le dijo en congratulación.

—Me has contado historias desde que somos niñas y sé que siempre te obsesionó el bosque gigante o como tú solías llamarlo—

—Waldrisen... —completó la morena de forma ajena.

—Siempre me pareció muy semejante al Jöttunheim, ya sabes, muy grande, congelado, lleno de criaturas hostiles y desterradas... ¿Es eso lo que has estado buscando todos estos años? ¿Leyendas, Ky?

—Las leyendas siempre guardan algo de verdad en ellas —contestó la sabia torciendo Las cejas—. Las personas no son tan imaginativas, de vez en cuando un precedente es necesario...

Kyla hizo el ademán de pasar las páginas de un libro, pero no tenía nada sobre el regazo. La morena se observó las manos vacías y miró alrededor, como si por primera vez cayera en cuenta de algo.

—¿En dónde están mis cosas? —soltó con angustia—. No entiendes, debo escribirlo... Sólo yo puedo leerlo... ¿A dónde me llevan? —barbotó como si no tuviera idea de lo que pasaba.

Anna la sujetó por las muñecas, pero Kyla no se calmó, no emitió ningún sonido cuando las vendas se le tintaron de rojo sobre sus heridas frescas.

—No puedes permitir que una obsesión terminé contigo o con lo que has logrado.

—No puedo contar nada que me enorgullezca, princesa —resopló Kyla de manera resignada—. Ni siquiera las que hice en nombre del amor. Siento que he perseguido tal sentimiento casi tanto como la verdad escondida en nuestros mitos. Es... Tan intangible que se torna detestable...

Anna se sintió tan sorprendida por esas palabras que estaba segura que sus trenzas se agitaron notoriamente sobre su pecho.

—Kyla, lo que dices no tiene sentido. Eres la persona más apasionada que he conocido en la vida, si tú te arrepientes ahora del amor, ¿quién podrá explicarlo algún día para mí? ¿Cómo podría reconocerlo?

La morena relajó el cuerpo contra su silla, giró los ojos de forma impaciente.

—¿Qué es el amor verdadero, Anna? —cuestionó Kyla con sorna —Creí saberlo, pero ya no me siento muy segura. Me he secado como el sauce del jardín y ya no sirvo para nada. Una persona como yo no sabe distinguir ni expresar amor.

Anna se enredó los dedos en el regazo mordiéndose las mejillas. Necesitaba decirle algo a esa desmotivada viajera.

—¿Qué no es aquello sobre lo que hablan las canciones y los sonetos? —le dijo con un hilillo de voz—. ¿Ese desfallecimiento que debilita las piernas y alboroza el espíritu? ¿Ese fuego que arrebata el corazón hasta incendiarlo? ¿Esa pasión que se transforma en voluntad?

Kyla esbozó una media sonrisa, alargó el brazo para sujetar a la joven pelirroja por la barbilla al tiempo que le estudiaba el brillo de la mirada turquesa.

—Tan romántica chiquilla... —le susurró al mirarla con profunda satisfacción—. Le resultaría tan sencillo a un buen mozo conquistarte...

—¡No es como que piense en eso todo el tiempo! —barbotó Anna con las mejillas sonrosadas.

—Por supuesto que no, alteza —se disculpó Kyla al liberarla de su agarre.

—¿No es mi hermana a quién tú amas? —susurró la pelirroja frunciendo el entrecejo.

—Con todo el corazón —respondió lacónicamente la morena, al cruzarse el pecho con los dedos.

—¿Entonces, por qué? —

—Porque tengo que creer —soltó Kyla en tono resignado—. Me cuesta mucho, Anna. Créeme. Yo... siempre he estado habituada a tener el control, la razón. Es atemorizante soltarlo todo y simplemente confiar. ¿Como se puede hacer semejante cosa?

La sabia se observó las manos, las abrió y cerró ante la purpúrea e incrédula contemplación.

—¿Cómo he podido hacerlo todos estos años?

Anna la miró fijamente, le estrechó la mano entre las suyas.

—¿Qué es lo que sigue ahora?

La sabia blanca se encogió de hombros.

—Ahora sólo queda esperar.

—¡Pero no tienes tanto tiempo! —chilló la pelirroja al rodear a la morena con los brazos.

Kyla le palmeó la espalda, le chistó para calmarla.

—Titus te ha contado, ¿o es que sí me veo tan terrible?

Anna se separó de la sabia, asintió quedamente, limpiándose las lágrimas.

La morena se reclinó cansadamente contra el respaldo de su silla y suspiró.

—Debiste decirlo antes — le reclamó la pelirroja con sentimiento.

—¿Para qué? Ya era suficiente con que yo lo supiera. —bufó la morena con fastidio—. No pude escoger mi muerte, así que elegí mi manera de vivir. Sé que suena terrible, pero no me gustaría que resultara una carga lo que esperaba fuera un regalo. Mi tiempo. Todo esto...

—Sé que algún día lo veremos así —le aseguró la pelirroja tristemente—. Dios, fui tan terrible contigo...

—Ese olor a pescado podrido me duró varios días...

Anna sonrió en medio de un sollozo, la morena la acompasó con el sonido de su propia risa.

—Amé y fui amada —le dijo la sabia al palmearle despacio el dorso de la mano a la princesa que tenía delante—. Me habría gustado haber tenido más tiempo, pero he vivido tres años más de lo que se me había pronosticado y sigo todavía aquí...

—Pero tu...

—No voy a morir con honor, querida Anna, eso lo sé muy bien —se lamentó Kyla mientras dibujaba en sus labios una sonrisa socarrona—. Nunca me llevará la muerte mientras le de pelea. Primero me verá arrastrarme ante ella, porque es bajo su yugo como debo terminar.

—No digas eso... Ky...

—¿Habré hecho lo correcto, Anna? Elsa... Las posibilidades... Ya no puedo verlas ni pensarlas... Estoy en verdad muy agotada de continuar con esto...

Anna frunció el entrecejo, era como si Kyla nuevamente se perdiera entre sus confusos pensamientos.

—El amor, es una decisión... —susurró al tocarle a la pelirroja los pequeños dedos de la mano derecha—. No seré yo, quien se lo enseñe, Anna... —le dijo conforme—. Pero estoy bien con eso. Por favor no lo olvides. Asegúrate de decírselo.

Anna se encogió en su sitio. ¿Qué cosa podía hacer por su hermana si ella no era nadie? Nunca había sido capaz de confortarla. Nunca había hecho nada por ella...

—¿Será porque no soy lo suficientemente buena? —dijo Kyla en voz baja, observando fijamente a la cabizbaja princesa —¿Por qué ella nunca quiere verme? ¿Qué pude haberle hecho para que me odie de esta forma? ¿Crees que todos los demás piensen también que soy prescindible? —la sabia agarró a Anna por los hombros y la zarandeó desesperadamente—. ¡¿Que será de mi cuando ella ascienda?!

Anna abrió y cerró la boca sin poder contestar a esas preguntas, las mismas que ella se había formado en la mente segundos antes, pero que la sabia había pronunciado en voz alta como si le hubiera leído el pensamiento.

Unas manos rosadas y finas, tomaron los dedos de la morena y los abrieron con cuidado para liberar a la princesa de aquel agarre. Anna parpadeó cuando se percató de que Elena empujaba ligeramente a Kyla contra su silla y volvía a arroparla con las cálidas mantas.

—Alteza, será mejor permitir que la hermana Frei descanse —le dijo por lo bajo.

Anna asintió, se deslizó lentamente hacia la puerta de la pieza. Miró por sobre su hombro como Kyla se colocaba la mano sobre los ojos y se quejaba como si estos le escocieran. La sabia roja la tomó por las mejillas y la hizo mirarla a ella en lo que le susurraba palabras que la princesa no comprendió debido a que fueron pronunciadas en la lengua de Corona. Aquello le pareció una grosería a Anna, pero se suponía que ella ya estaba afuera y no estaba espiando nada.

Decidió que ahí había algo que no le gustaba nada.

...

Como Titus lo predijo. Elsa se volvió distante, aún más para los estándares a los que Anna estuvo alguna vez acostumbrada. La heredera de Arendelle se convirtió en una silenciosa estatua de marfil que lo observaba todo de manera indiferente con una mirada impasible de hielo, aunque de cierta forma no dejaba de transmitir una profunda sensación de pesar.

Elsa había decidido aislarse de todo el mundo, al grado que las audiencias y las sesiones con el concejo se vieron delegadas a personas de confianza que no objetaran el recibir detalladas instrucciones escritas.

El pueblo del valle tuvo que aceptar entre desconcertados cuchicheos y rumores varios, cómo su futura soberana se enclaustraba tras los muros de un castillo que cerró sus puertas a cal y canto. Y pese a que Anna ya no hubiera intercambiado palabras con Elsa desde la última ocasión que discutieron tan fugaz y airadamente en el despacho real, el día que partieran Kyla y su comitiva. Anna lejos de odiarla, sintió lástima por su hermana, pues le parecía que sólo ella conocía la verdad de ese corazón roto que había preferido la soledad a un consuelo que se negaba a sí misma por un orgullo que le era difícil de descifrar; después de todo ella no había conocido los estragos que ocasionaban el amor.

Y tal vez jamás lo haría.