Nota de Autor: Estos meses han sido tremendamente duros, pero escribir continúa haciéndolo todo más llevadero. No duermo mucho, pero así estos personajes viven.
Que pasen bonitas fiestas.
¡Siéntanse libres de comentar y compartirme su experiencia!
Frozen, Tangled y demás personajes pertenecen a Disney. Esta es una obra de ficción y no es una historia apta para niños.
...
Un corazón helado
por Berelince
17 La Reina de las Nieves
...
—¡Eso es sencillamente desagradable! —exclamó Elsa en voz baja, conteniendo una arcada. Se tanteó nerviosamente las puntas de los dedos, pero mantuvo su pose erguida haciendo como que supervisaba a la sabia que se mantenía forcejeando a su lado. Se inclinó levemente, aclarándose la garganta para distraerse del impulso de sacarse el pañuelo del bolsillo y cubrir con eso su nariz, pues el gesto habría resultado una ofensa imperdonable para cualquiera que pudiese notarlo—. ¿De verdad que has tenido que hacerlo sola y en más de una ocasión? —inquirió consternada.
Kyla se sonrió al tiempo que el hacha pequeña que sostenía en la mano, descendía en un veloz movimiento y se encargaba de desmembrar al jabalí que habían matado recién ante la entrada del lund (bosque de los dioses) de aquel valle, un sitio que por generaciones se había marcado como punto sagrado en Arendelle, cosa que lo hacía perfecto para ese tipo de sacrificios.
El animal integraba parte del ganado que ofrendaban los saamis como contribución a las fiestas del Júl en honor al Dios Frey y por supuesto que el mejor ejemplar se había reservado para ser atendido por la princesa Elsa y su comitiva (si bien la monarca estaba pasando todo un apuro presenciando la carnicería tan de cerca) La morena canturreó al asentirle con la cabeza. Ya había despellejado al cerdo salvaje con bastante habilidad y se encontraba separando eficientemente la carne de los grandes huesos. Tenía las manos llenas de sangre y los ojos violetas fijos en la actividad que realizaba. A lo lejos, diferentes grupos de personas llevaban a cabo acciones semejantes. Piras dispuestas a lo largo de la costa ardían, consumiendo a los diferentes tipos de bestias que eran arrojadas a las brasas. El castillo de Arendelle se erguía en su poderío desde el otro extremo del fiordo, atestiguando todo.
—Te recuerdo que fue idea tuya venir aquí para experimentar las maravillas de la despedida del verano —contestó Kyla en tono solemne—. Si por mí concerniese, alteza, habría pasado mi tarde de buena gana en el interior del palacio, junto a tu hermana, las cálidas chimeneas y el dulce licor, pero has tenido que convencerme de renunciar a esas comodidades con el poder depravado que tu cuerpo ejerce sobre el mío —Kyla chistó de manera reprobatoria lanzando un trozo de carne sanguinolenta sobre un recipiente rebosante. Sonrió con descaro al mirar por sobre el hombro a la agobiada rubia—. ¿No le avergüenza acaso semejante desviación, su alteza?
—¡Cállate, no digas esas cosas! —exclamó Elsa con el nerviosismo encendiéndole las mejillas.
Kyla abrió la boca dispuesta a soltar una carcajada o algún otro comentario subido de tono, pero una mano a su espalda la sujetó por la capucha, pasándosela sobre la cabeza, lo que le dejó medio rostro cubierto por la revuelta melena azabache a la sorprendida morena y con el apuro de tener que liberarse con los codos a falta de manos limpias.
Elsa sólo atinó a cubrirse tímidamente los labios cuando la vio caerse de espaldas, rodando sobre el pasto como un reno torpe que forcejea con su primera montura. Gerda pasó tranquilamente por sobre la desastrosa sabia e hizo caso omiso del alboroto que armaba en el suelo. La mujer se colocó frente a la mesa e inspeccionó las hierbas y los aceites distribuidos sobre la madera que servirían para sazonar los alimentos.
—Como vi que la sabia Frei estaba demorando demasiado con sus tareas pensé en venir y darle una mano, alteza —explicó con inocencia el ama de llaves.
Gerda miró por sobre su hombro justo en el momento en el que la morena se libraba del capuchón de tela blanca, señalándose a sí misma en su despatarrada y polvorienta posición. Las comisuras de los labios le temblaron en disimulada diversión a la mujer antes de volver su atención a Elsa.
—Confío en que, si nos apresuramos, regresaremos al castillo en un parpadeo.
Kyla sonrió con picardía, enderezándose con prontitud, se alcanzó un cuenco de agua que usó para lavarse las manos.
—No cabe duda que siempre se puede contar contigo, Gerda —le declaró Kyla alegremente. Se encogió de hombros frotándose los dedos con su pañuelo—. La verdad que yo no encuentro inconveniente si es que quieres interpretar el papel de chaperona.
Gerda le dirigió una mirada dura a la sabia, que se encogió mansamente en su sitio.
—Creo que necesitaremos más leña, joven Frei. ¿Podría ser tan amable de ir a traerla? —le espetó con impositiva sugerencia.
Kyla soltó una risita nerviosa, retrocediendo un par de pasos, puso respetuosa distancia entre ella y la protectora matrona.
—Está bien, dejaré de bromear...
—E irá a efectuar esa encomienda —puntualizó el ama de llaves, señalando indistintamente hacia el interior del bosque.
Kyla desvío la vista siguiendo sus palabras, lo pensó un poco, miró de reojo a la matrona cuando curvó los labios en una mueca divertida. La sabia levantó las manos frente a su cuerpo, fingiendo sentir mucha alarma ante la orden recibida.
—Pero qué razón tienes, Gerda. Ese cerdo no se cocinará por sí solo. Enseguida voy, ¡Verán que no tardo nada y que cenamos como los dioses!
Kyla emprendió la carrera, encaminándose rápidamente rumbo a la arboleda. Elsa se sonrió por lo bajo, Gerda se hizo pantalla con las manos para gritarle una última indicación a la germana que se alejaba.
—¡Y recójase esa cabellera, no quiero ver nada extraño en la carne cuando se prepare!
Kyla le agitó la mano sin volverse.
La matrona meneó la cabeza y suspiró.
—Sólo estábamos jugando —puntualizó Elsa en su educada amabilidad de noble—. Kyla sabe muy bien cuándo es prudente comportarse como es debido y confío en su buen juicio.
—Lo sé, niña —admitió Gerda haciendo un gesto con la mano—, pero nunca está de más recordarle a esa muchacha que no se manda sola.
Elsa dejó escapar una risa alegre.
—Oh, Gerda, creo que Kyla nunca se enterará de eso, pero aprecio mucho que lo intentes —añadió prontamente asintiendo con la cabeza—, seguro algún día surtirán efecto tus regaños.
Elsa conservó su sonrisa de manera pensativa. Gerda curvó los labios, poniéndose manos a la obra con las especias y la carne que ya tenían limpia sobre un tablón de madera.
—No sabe lo mucho que me alegra verla aquí en el bosque, pasando tan buenos momentos —dijo Gerda sin quitar la vista de lo que hacía—. A su padre le habría gustado mucho ver esto... —añadió con una sonrisa conmovida.
Elsa le correspondió el gesto, se entrelazó los dedos extendiendo la vista hacia la tranquilidad del fiordo que se perdía en el océano y el horizonte anaranjado.
—De alguna forma sé que me observa —susurró Elsa, recordando esos orbes brillantes del inframundo marino con el que los muertos podían ver a sus seres queridos siempre que lo deseasen—. Los dos lo hacen —hizo una pausa, sostuvo el aire en su pecho por un momento antes de permitirse liberar sus resoluciones al convertirlas en palabras—. Espero no encontrarme decepcionándolos con mis decisiones —confesó al torcer ligeramente las cejas, incapaz de librarse de ese pensamiento recurrente.
—Por supuesto que no, mi niña —contestó Gerda de manera maternal—. Ellos siempre esperaron que usted fuera feliz. La amargura de un gobernante tarde o temprano se refleja en su reino. Su felicidad siempre será la buena fortuna que le sonría a Arendelle.
La regente meneó la cabeza, suspiró aliviada.
—¿Qué es lo que haría sin ti, Gerda? —le soltó agradecida.
La matrona se limpió las manos, se entretuvo deshojando un manojo de hierbas aromáticas que esparció por toda la mesa.
—Seguramente intimar con una sabia extranjera sin asegurar primero las puertas —respondió sin inmutarse. Lo pensó un poco mejor, giró los ojos, mientras agitaba las manos—, los dioses saben que me las ingenio para mantener el segundo piso despejado cuando usted se pierde por ahí con la joven Frei. Y es cierto que ambas son jóvenes, pero niña, un poco de cordura nunca le ha hecho mal a nadie...
Elsa no supo qué contestar cuando se le soltó la quijada en una mueca de profundo horror. Dejó que su tez (que se iba enrojeciendo en su vergüenza) fuera la muda respuesta a las palabras de aquella mujer que había sido casi una segunda madre para ella. Sentía como si efectivamente tuviera que rendir cuentas semejantes por aquella acusación de la que no tenía manera de defenderse. No había encontrado hasta el momento algún tipo de saciedad al hambre que sentía por su sabia y el mismo dilema parecía agobiar a la académica cada que se encontraban a solas y terminaban haciendo el amor en cualquier oportunidad que se les presentase.
—Dios mío, Gerda... —soltó Elsa con apuro—. No sé qué decir al respecto... ¡Lo siento tanto!... —balbuceó con torpeza—. Yo...
—¡Pero su alteza, guarde compostura! —la reprendió la mujer, resoplando en su propio entretenimiento—. Estas cosas no son nada nuevas, ¿qué nunca leyó sobre el rey de Francia?
Elsa parpadeó indignada, por supuesto que lo había hecho, una de las primeras cosas que hizo al saberse enamorada de una mujer, fue sondear sobre conductas semejantes en los integrantes de la realeza a lo largo de la historia. La cantidad de casos documentados fue mayor de lo que esperaba, pero aun así no dejaba de ser preocupante la forma en la que se oscurecían bajo la sombra del escándalo.
—Claro que sí, Gerda —respondió la monarca girando los ojos a pesar de notarse bastante acalorada—. Recuerdo muy bien haber leído que a él y a su Reina los decapitaban al final de la Revolución —concluyó aclarándose la garganta.
—El pueblo no los castigó por su naturaleza sino por malos gobernantes —respondió el ama de llaves como si fuera lo más lógico—. A usted la educaron sus padres muy bien, su pueblo la adora, y a pesar de todo, la joven Frei es muy sensata cuando se trata del trabajo diplomático. Usted no tiene ni un modo de vida excéntrico ni una corte tan escandalosa como para preocuparse... No, nunca veremos un problema semejante aquí en Arendelle. Al menos no en su reinado —concluyó con un gesto enfurruñado.
—¿Crees que la gente se tome de buena forma si comienzo a rechazar pretendientes en unos años? —preguntó Elsa con cautela—. Quiero decir... ¿Tú piensas que puedan sospecharlo?
La mujer se encogió de hombros.
—Su padre no hizo ningún arreglo de matrimonio para usted y no sé cómo funcione, pero yo soy su nana y me costó tiempo imaginarlo —dijo como si la afirmación hablara por si sola—. La joven Frei tampoco aparenta sus inclinaciones —sopesó por lo bajo—. Si se manejan con cuidado, dudo mucho que nadie más las vea salvo como buenas amigas de infancia, que de cierta forma se acerca bastante a la verdad —agregó, tanteándose la barbilla.
Elsa asintió sintiéndose de cierta forma más tranquila, pero guardó silencio, sopesando lo que significaba.
Su relación con Kyla Frei no podría ser nunca algo público aceptado por la sociedad.
Se preguntó por un momento si algún día tal cosa lo sería.
—Es muy hermosa la joven Frei —soltó Gerda conspirativa, sacando a Elsa de su ensimismamiento—. Aún con esas proporciones tan atemorizantes y esa mirada de misterio, no se puede obviar que es una doncella agraciada por una buena crianza... Aunque bastante atlética para una académica, pareciera que anduvo batallando por ahí en lugar de leer libros. Es como ver a una hija de Freyja preservada en su persona, ¿no le parece? No puedo evitar pensarlo cada que tengo la oportunidad de observarla.
—Eso creo —respondió Elsa distraídamente—. Aunque en realidad me sorprendió mucho cuando la vi, ¿recuerdas lo pequeña que era hace unos años? —dijo Elsa al torcer las comisuras de sus labios con nostalgia.
—Era adorable —sonrió el ama de llaves como si pudiera ver a esa niña frente a ella, tan menuda, de cabello alborotado y con dientes faltantes—, siempre andaba detrás de usted, incluso con más insistencia que su pequeña hermana.
—Bueno, Anna podía verme cuando quería por ese entonces —la disculpó Elsa encogiéndose de hombros—, podía darse el lujo de ignorarme de vez en cuando, pero a Kyla no podía negarle mis atenciones cuando venía de tan lejos y me invitaba a hacer cualquier cosa con esa sonrisa suya tan sincera —añadió, tiernamente al rememorarlo—. Creo que siempre ha ejercido un terrible poder sobre mi —dedujo la regente enderezándose el saquillo azul y dejando caer las manos a sus costados como si aquello no tuviera remedio.
—Ni siquiera yo sé cómo defenderme de ese gesto suyo —admitió la matrona con escándalo—. Me temo que su sabia tiene una gracia especial para conquistar a cualquiera. La próxima vez que pretenda engatusarme por comida ¡no sé cómo podría reaccionar! —bromeó la mujer fingiendo que se sonrojada—. ¡Me disculpo de antemano, alteza!
—¡Gerda, pero qué tonterías dices! —la reprendió Elsa entre risitas escandalizadas.
El ambiente alegre perduró incluso luego de que el ama de llaves se disculpara para retirarse con la carne preparada con el fin de llevarla a los hombres encargados de cocinarlas en los fuegos ardientes de la zona. El aire ya había comenzado a inundarse de olores suculentos que auguraban una cena exitosa cuando Elsa se relajó en su silla y se dedicó a admirar el paisaje que se iba oscureciendo mientras el día le iba cediendo el paso a la noche. La joven se sintió adormecerse, sonriendo en su ensimismamiento. Kyla se había recuperado maravillosamente desde que entrelazara sus cabellos en la capa blanca de sabia y Elsa no dejaba de agradecer mentalmente todos los días por ese milagro.
Aún le guardaba cierto recelo a la magia, pero al menos podría decirse que hasta aquel momento todo había marchado según lo esperado. Dentro de pocos días se llegaría el cumpleaños de Kyla y todos los preparativos que tenía listos para ella se desarrollaban de acuerdo a lo que tenía programado. Solo era cuestión de asegurarse que los maestres—
Un crujido en su cercanía la distrajo de sus deliberaciones.
Elsa se giró para mirar de reojo cómo una cierva brillante le salía regiamente a su encuentro desde el límite del bosque.
La princesa se quedó quieta un instante por la extrañeza del suceso. Sólo atinó a apreciar el porte y el fulgor blanquecino de aquel animal, estudiándolo de arriba a abajo mientras la creatura parecía encontrarse haciendo lo mismo con ella.
Como si para ambas, la perspectiva de la otra se tratara de un asunto inusual.
Una brisa sobrenatural meció las briznas de pasto que la cierva pisaba, las ramas de los árboles a su alrededor hicieron eco de aquel gesto. El mismo viento tibio le agitó los ropajes y el cabello a la monarca con una amabilidad confortante que no supo interpretar del todo, pero que ciertamente le gustaba.
Elsa se puso de pie, separándose de su real asiento y anduvo lentamente rumbo a la estoica rumiante como si esos profundos ojos no hicieran otra cosa más que atraerla por alguna razón inexplicable.
En el viento, Elsa captó el sonido lejano e inconfundible de una flauta de sauce entonando una melancólica pieza salvaje y antigua. La princesa torció las cejas al encontrarla extrañamente familiar.
Un copo de nieve solitario se precipitó ante su rostro sonrosado, Elsa dejó escapar un aliento que se convirtió en vaho flotando por sobre su cabeza mientras el paisaje se iba pintando frente a ella, tornándose invernal. La floresta perdió las hojas, y la madera se cubrió de una gruesa escarcha, la tierra se humedeció alfombrándose con una gruesa capa de nieve, los fuegos que ardían a lo lejos se extinguieron hasta perderse, la superficie del fiordo crujió hasta congelarse por completo y rodear a un castillo de Arendelle que de pronto se vio sumido en penumbras. Elsa lo captó todo como si aquello hubiese ocurrido muy lentamente. Como si su percepción fuera demasiado precisa, y lo que aconteciera hubiese tomado mucho más tiempo del necesario.
Como si el tiempo se hubiese averiado en ese punto en particular.
Las pupilas se le agrandaron y oscurecieron a Elsa cuando el paisaje cambió ante sus ojos, estos se iluminaron con un destello azulado que pareció encenderse mágicamente en su sobresalto.
La princesa chistó al echarse hacia atrás como acto reflejo.
Todo se percibía en sombras borrosas y siluetas que se superponían. Como si el mundo y el movimiento se repitiera y se dibujara sobre sí mismo de manera incesante.
En un principio Elsa se tambaleó y parpadeó, confundida por ese efecto visual que la había tomado desprevenida, pero se mantuvo avanzando cuidadosamente al comprobar que este no desaparecía y que tampoco parecía afectarla, como si de fantasmas se tratasen aquellas figuras que momentos antes le parecieran tan sólidas. La princesa alzó las manos frente a su cuerpo tanteándolo todo como una invidente al tiempo que avanzaba, separando lo real de entre lo ilusorio; empeñada en abrirse paso hasta la creatura brillante que seguía observándola en silencio, esperando sabría solo Dios qué cosa de su parte.
De pronto Elsa se estremeció por un instante a medio trayecto, cuando tuvo que contener el impulso dolorido de doblarse sobre sí misma.
Una gota de sangre caliente se le deslizó por la punta de la nariz, aterrizando en el prístino suelo que absorbió el color rojo y se lo dejó ahí a la regente a plena vista como una mancha imperdonable en aquel mundo etéreo.
El aullido de un lobo se escuchó a la distancia seguido por un fuerte estruendo que alteró a una parvada de cuervos que Elsa no había notado sobrevolando en su cercanía. Las aves huyeron graznando su indignación por los aires.
El suelo tembló furiosamente. El bosque y la regente de Arendelle se estremecieron en consecuencia.
La cierva no se inmutó.
Elsa apretó los dientes en su indignación, se pasó el dorso enguantado bajo las fosas nasales, chistó al apreciar el carmín que tintaba la fina prenda.
Los ojos cobaltos brillaban intensamente en el gesto de la princesa, lo hacían con un fulgor que sabía muy bien que no le pertenecía, pero hacía tiempo que el castigo había dejado de importarle.
Elsa no estaba muy segura de cómo había comenzado a robarlo; pero reconocía los padecimientos como para relacionarlos con el propietario original.
Le había ocurrido durante las fiestas del ostara, también en las ocasiones en las que los efectos del opio minaron las fuerzas de una académica que sufría terribles dolores constantes. Los trances parecían sucederse bajo circunstancias muy específicas y Elsa creía que un estado debilitado cercano a la muerte en Kyla debía ser el factor principal para que afectaran también a la regente sin que la sabia se diera por enterada.
Últimamente aquello le pasaba a Elsa con más frecuencia desde que su cabello se uniera con los hilos blancos de la capa viajera en un talismán rúnico protector. Kyla ni siquiera necesitaba encontrarse mal para que Elsa pudiera usar la magia de esos ojos violetas en su propia mirada azul. Los viajes simplemente se desencadenaban y ella los aceptaba de buena gana, esperando comprender lo que fuera que estos le mostrasen.
Porque mientras más frecuentes se hacían esos eventos, más ligada se sentía Elsa Arnadalr a Kyla Frei y más próximo le parecía el día de desentrañar los temores silenciosos que eran la razón de su tormento.
Si bien era cierto que las migrañas y los sangrados espontáneos eran molestias que no había echado de menos, Elsa los consideraba contratiempos menores en comparación a la cantidad de información que estos proporcionaban; y por ese motivo Elsa había guardado el secreto de tal efecto secundario.
Hasta ese momento nunca le habló a Kyla sobre las veces que miró las cosas como ella. Pues cada visión y pesadilla le decían muy a su pesar, más que lo que aquella extranjera se atrevería nunca a pronunciarle.
¿Se le estaba tornando eso en una obsesión malsana?, la princesa lo negaría, mientras la realidad se lo echaba todo en cara.
Elsa era consciente de su propia insensatez, pero internamente le gustaba demostrar que su temible morena no era capaz de saberlo todo.
Cualquier cosa que fuera lo que se trajera Kyla entre manos, ella también podía formar parte.
El viento le zumbó de manera errática en los oídos, como si este gritase de forma lejana alguna especie de advertencia.
Elsa tembló ligeramente en su sitio, pero se mantuvo firme sin apartar la vista de la cierva brillante que pareció celebrárselo en silencio.
El llanto del lobo volvió a reverberar en las montañas justo cuando el viento helado arreció de la nada. Elsa comprendió que eso significaba que la temperatura estaba disminuyendo, aunque para ella el calor que le bullía en el cuerpo se estuviese tornando infernal.
El frío debía ser tan terrible que estaba quemándola, o al menos fue lo único que pudo pensar la princesa al intentar sosegarse comprimiéndose los costados en su ofuscación. Nunca en toda la vida había experimentado Elsa una cosa semejante, el dolor que le recorría los miembros fue tan brutal, que se puso a llorar antes de que su cerebro les ordenara a sus labios separarse para expulsar un alarido a todo pulmón.
Bajo sus plantas el piso se cubrió de una gruesa capa de hielo y este se partió violentamente formando filosas hileras de estacas que se pulverizaron en una explosión de esquirlas blanquecinas. El viento soplaba como un vendaval alrededor de su delgado cuerpo, los pies se le despegaron del piso y Elsa chilló en la impotencia de aquella manipulación ejercida sobre sí misma en contra de su voluntad.
La regente apretó los dientes intentando contener esa fuerza gélida que estaba colándose en su interior, comprimiéndole el agitado pecho, mas todo se quedó en un débil intento. El hielo le reptó por las manos temblorosas, ascendiendo a sus antebrazos, cubriendo su cuerpo como una armadura refulgente que ambicionara por sobre todas las cosas alcanzarle el corazón.
Elsa exhaló lastimeramente cuando la sensación de sus extremidades se fue aletargando hasta casi desaparecer.
La visión se le nubló, al tiempo que la vida parecía abandonarla.
Un fuerte golpe en su costado hizo que Elsa recobrara el sentido, abrió los ojos para percatarse que estaba cayendo al piso y a su lado, el lobo de lomo negro y ojos azules que siempre veía en aquel mundo, maniobraba para aterrizar primero y amortiguarle el impacto.
Ambos se desplomaron sin gracia sobre la nieve y así como había iniciado, se terminó la tormenta.
Elsa se desembarazó del pelaje del enorme canino y se arrastró como pudo, jadeando agotadamente. La regente llenó de aire sus pulmones, al tiempo que se sentía revivir con cada bocanada. Gotas de sudor le escurrían del mentón y el cabello que se le pegaba al rostro enrojecido. Miró por sobre el hombro al lobo que se incorporó de manera aturdida y se sacudió el desgreñado pelo azabache cubierto de escarcha. El animal alzó una de sus patas y se dedicó a lamerse un corte sanguinolento sin prestar atención a la mortificada rubia que se lamentaba mentalmente por haber sido responsable de aquello.
El lobo miró a Elsa y avanzó cojeando hasta colocarse frente a ella de manera protectora. Elsa le miró la espalda encorvada sintiéndose profundamente conmovida por sus acciones.
Y como si eso lo hubiese decidido todo, fue entonces que la cierva se movió.
Una gran cantidad de traslúcidas réplicas del animal se materializaron como abanico a su alrededor. Elsa las miró con la boca abierta en su impresión, mientras que el lobo se mantenía vigilante como si también pudiese atestiguarlo todo. Se distinguían las imágenes de la cierva andando hacia ellos desde la arboleda, se veía expectante, en calma, emprendiendo la carrera, retirándose, atacando también... todas las alternativas posibles, suspendidas como fantasmas guardando alguna clase de expectativa.
Elsa arrugó el entrecejo y aguardó también a que algo ocurriera.
Porque estaba segura que lo que presenciaba era importante, dentro suyo, Elsa se instruía a estudiarlo todo y se instaba mentalmente a ni siquiera parpadear.
El pulso se le agitaba en las venas y la mirada comenzó a escocerle entre espasmos inquietantes, mantenía su atención fija en la creatura y sus sombras fantasmales. Lo ignoraba todo esperando conocer la respuesta a esa especie de pregunta no pronunciada.
La cierva avanzó galantemente hasta posicionarse cerca de aquel extraño par, miró al lobo desconfiado que la hacía de guardián y entonces este se apartó tranquilamente como si hubiesen logrado algún tipo de entendimiento sólo con observarse. Elsa se inquietó por un momento, desde su posición en el suelo, aquel rumiante le pareció descomunal; pero de algún modo sabía que se encontraba a salvo en su presencia.
La cierva asintió, bufó e inclinó la cabeza y la parte delantera del cuerpo como si efectuara una reverencia ante Elsa.
En ese instante, todas las demás figuras desaparecieron como humo, perdiéndose en ese paisaje blanco en donde sólo quedaron ellos y nada más.
Elsa contuvo el aliento procesando todo aquello, alzó la vista, perdiéndose en la profundidad de los ojos negros de aquella noble creatura, extendió los dedos para tocarla.
—Impresionante... —pronunció una voz a su espalda.
Elsa se tensó al detener su mano en el aire. El lobo gruñó poniéndose a la defensiva. La cierva se enderezó de manera alerta y se esfumó transformándose en un cúmulo de luz que se perdió en la seguridad de aquel lund nevado.
La regente miró por sobre su hombro con extrañeza siguiendo el sonido de quién, al parecer, la había estado observando.
Una mujer toda ataviada de negro la estudiaba a la distancia. El mismo viento fantasmal que actuaba sobre Elsa le agitaba la melena oscura y las telas de sus sombrías prendas que la cubrían por completo. Dominaba tanto la oscuridad en ella que era difícil distinguirle las facciones, pero eso no evitó que a Elsa la recorriera un escalofrío inconsciente sólo con mirarla. Esa mujer sonreía con malicia, como si ver a Elsa y a la cierva ahí resultara de lo más entretenido.
Su mirada se posó entonces en el lobo de lomo negro y su figura pareció tensarse momentáneamente.
Aquello debía tratarse de alguna especie de revelación que de cierta forma no le sorprendiera.
La dama oscura alzó el índice y le chistó reprobatoriamente a Elsa como si se dirigiera ante una pequeña que ha hecho algo indebido.
—Es peligroso indagar en los secretos ajenos, princesa. Podría encontrar cosas desagradables en el proceso —tensó los labios en una mueca cruel y se dirigió a alguien que parecía encontrarse detrás suyo—. ¿Tienes idea de cómo ha llegado aquí esta mortal, esclava?
Elsa se cubrió los labios cuando una figura encorvada y sujeta con grilletes se abrió paso con lentitud ante el llamado.
Una mujer demacrada y toda de blanco apareció en el rango de visión de Elsa respondiendo al tirón de la cadena de su cuello. Los ojos tristes se le apreciaban encendidos y agotados, la cabellera albina y desgreñada parecía muerta y sucia. La ropa raída, casi harapienta mostraba manchas extensas de sangre seca y le venía muy grande a ese cuerpo tembloroso que lucía la carne grisácea pegada a los huesos. Los miembros amoratados evidenciaban zonas descarnadas en donde el metal provocaba esas heridas a las que aquella desgraciada parecía estar muy habituada.
Un aura gélida la envolvía y a su alrededor el invierno y la decadencia parecían hacerse patentes. Las ramas se congelaban y se partían a su paso, la vegetación se marchitaba y moría bajo la nieve. La escarcha se materializaba en una nube de polvo de diamantes bajo sus extensas plantas cuarteando el suelo como si se tratara este de simple y endeble cristal.
El viento aulló, cargado de copos de nieve y la princesa de Arendelle se replegó en si misma en su impresión.
Porque todo en aquella mujer era estremecedor y tenebroso, como una aparición de pesadilla.
Y por eso Elsa se lamentó profundamente al ser capaz de reconocer en ella la ruina de su querida Kyla Frei.
La figura de la sabia era tan frágil que esta no pudo mantenerse en pie por el trato. Cayó sobre las rodillas, resoplando con agitación. Meneó la cabeza de forma negativa cuando la mujer de negro le exigió una respuesta.
—¿Sigues ligada a esta chiquilla después de tanto tiempo?... —le espetó en tono burlón deduciendo sus acciones—. Sabes que eso no puede ser, ¿verdad?
Kyla bajó la cabeza y se encorvó en su sitio con pesadumbre.
A Elsa se le encogió el corazón por la pena de ver a su amada en esa situación, pero al mismo tiempo trató de observarlo todo para grabarse cada detalle.
De algún modo sintió que le debía a Kyla hacer tal cosa.
Kyla alzó las manos a la altura de su rostro, negando con insistencia mientras evitaba dirigirse a Elsa, como si le avergonzara infinitamente encararla. Miró en cambio a la mujer que la apresaba y le aferró las enaguas en actitud suplicante. De los labios de la sabia ya no escapaban más que jadeos y sonidos guturales como si tuviese la garganta destrozada o ya no contara con la inteligencia para proferir palabras.
Elsa al menos así lo razonó, pero no quiso decantarse por ninguna de esas alternativas.
La dama oscura chistó con repulsión, empujó a Kyla con el pie al tiempo que apretaba el puño y la cadena alrededor del cuello de la sabia se tensaba mágicamente en castigo.
Kyla apretó los dientes casi al instante. Gruñó y chilló por lo bajo como un animal fustigado que no tiene manera de escapar. Con horror, Elsa la vio sacudirse y patalear a la distancia.
Mentalmente albergaba la esperanza de que de alguna manera Kyla se soltase, pero la lucha pareció disgustarle más a la mujer de negro que optó por someterla cada vez con mayor rudeza y saña.
Aquello ocasionó que Elsa se tensara por la indignación. El sufrimiento de la sabia era patente y para la regente esa situación se la tomó como una afrenta imperdonable.
Tal vez no se veía como ella, pero esa sin duda era Kyla Frei, SU Kyla Frei —se pensó la regente rechinando los dientes—. No le importaba el motivo por el que aquello estuviera ocurriendo; si esa era la realidad, el futuro o una mera ilusión, tenía que terminarse cuanto antes.
Elsa se observó las manos temblorosas con los gemidos de aquella mujer blanca retumbando en sus oídos, a su lado, el lobo presenciaba la escena de manera inquieta, soltando gañidos nerviosos que denotaban su frustración.
No tenía idea de lo que pasaba, Elsa no lo sabía, y todo lo que pasaba la estaba asustando demasiado, le aterraba; apretaba los ojos y deseaba con todas sus fuerzas ser capaz de despertar y huir de eso, lograr olvidarlo y pretender que nunca sucedió; pero a pesar de todo, no pudo hacer nada con la sensación de la sangre agolpándosele en la cabeza, incapaz de tolerar un segundo más aquel maltrato.
No estaba segura de servir de gran ayuda, pero simplemente le resultaba insoportable quedarse ahí sin hacer algo al respecto.
Elsa se puso de pie en un movimiento. El lobo le cerró el paso, negó con la cabeza clavándole los intensos ojos celestes en los suyos como si apelara desesperadamente a un sentido común que la rubia hacía tiempo había dejado de lado.
Justo cuando Elsa apretaba los puños, decidida a conjurar su magia para atacar a esa horrible mujer, la actitud de Kyla cambió. El dolor que padecía pareció cederle el paso a un odio incontenible.
Esquirlas de hielo comenzaron a devorarle la piel y a sobresalirle de entre la carne que se le desprendió a pedazos como si se tratara de una serpiente abandonando una carcasa vieja para revelarse como algo más nuevo y peligroso.
Elsa gritó horrorizada ante la imagen de su sabia literalmente deshaciéndose grotescamente ante sus ojos, pero que seguía moviéndose como esa cosa contenida y que no dejaba de crecer en su interior. Kyla bufó, arrancándose las cadenas en un movimiento con unas manos enormes que ya eran afiladas garras para ese entonces cuando el resto de su cuerpo se tornó en alguna especie de enorme monstruosidad helada que se agazapó salvajemente sobre la nieve.
El rugido que emitió de las agudas fauces oscureció el cielo como si este reaccionara ante su ira.
Elsa chilló llamándola por su nombre, pero Kyla no reaccionó. No parecía percatarse de otra cosa más que de su captora y el desprecio inmenso que debía profesarle.
Una feroz tormenta se gestó a sus espaldas, lo hizo con tanta fuerza que los árboles se estremecieron y cayeron a su paso con un estruendo ensordecedor. Elsa la miraba atónita sin poderlo comprender, con la mirada brillante por las lágrimas que le nublaban aquel terrible panorama.
Esa creatura que antes fuera Kyla Frei se irguió imponente y se abalanzó contra su opresora como un oso parado en dos patas, tan gigantesca e impresionante como una catástrofe.
Como una fuerza de la naturaleza a punto de impactar la tierra...
—...Como un jöttun... —comprendió Elsa con la boca abierta cuando se apartó para resguardarse.
¿Cómo era posible una cosa semejante?
Elsa había leído muchísimo sobre ellos como para no ser capaz de reconocer a un gigante cuando lo tenía enfrente tan colérico y destructivo como tanto se temía que podían comportarse. Miró a su alrededor, deduciendo que tenían que encontrarse en el Jöttunheim, el mundo prisión de los gigantes de hielo.
El mundo que Kyla parecía ver todo el tiempo dentro de sus recurrentes pesadillas.
El pulso se le aceleró a la regente con cada idea que se le agolpaba en el pensamiento. Los gigantes eran la representación física de la fuerza de la naturaleza, por eso los grandes desastres se decía que eran causados por ellos. Las leyendas podían contar sobre gigantes en montañas, volcanes, océanos y tormentas...
¿Pero que uno se encontrara contenido en un solo cuerpo humano? Eso jamás lo había escuchado.
No podía tratarse eso de una interpretación literal, se dijo Elsa con nerviosismo, buscó algún tipo de respuesta en la mirada del lobo sentado a su lado que sólo ladeó la cabeza con extrañeza.
Su sabia... Ella no podía...
Pero si el despliegue del poderío del jöttun inmutó a la mujer de negro, ella no lo demostró. Por un momento Elsa meditó sobre la identidad de esa temible persona que en lugar de amilanarse se reía con desdén.
La mujer cambió de tamaño en un parpadeo, creciendo muchos metros hasta que el jöttun que era Kyla no fue más que un cachorro en comparación. La abofeteó tan duro que hizo estremecer el suelo al caer de espaldas con un gañido lastimero. La mujer la sujetó del cabello, empujándole la sien contra la tierra y le atravesó limpiamente el pecho con la mano desnuda, apretando con fuerza algo en su interior.
La creatura aulló de dolor y se afanó inútilmente tratando de zafarse de aquel terrible agarre.
—¿No te queda claro, völva? —le siseó con sorna, encajándole las uñas en la piel hasta dañarla—. ¡Tú eres mía! —bramó por sobre el vendaval—. ¡Eres mía para toda la eternidad!
¡SOY TU DUEÑA!
Elsa jadeó por aquel juramento, pero se esforzó por mantenerse calmada y atenta; aunque eso le pareciera malditamente serio e importante como para que Kyla no se lo hubiese mencionado algún vez.
La sangre le brotaba a borbotones a la bestia entre espasmos, acompañados por el gorgoreo qué se le producía en la garganta.
Estaba ahogándose.
El líquido iba deshaciéndole el enorme cuerpo que se disolvió en un charco humeante y se mezcló con la nieve y el lodo hasta que sólo quedó de nueva cuenta la figura de una marchita germana de cabello blanco que tiritaba, tendida luchando por recuperar el aliento. Kyla se aferraba el pecho con los delgados dedos para apaciguar el dolor mientras la piel abierta se iba cerrando poco a poco. Los copos de nieve se precipitaban por sobre su cabeza en una ligera nevada como residuo de la tempestad silenciada.
La mujer oscura la rondaba mientras reducía sus proporciones, pero se conservó feroz e imponente estudiándola. En contraste, Kyla se veía muy vulnerable y temerosa en su penosa posición aguardando que su castigo se perpetuara.
Cuando la sombría dama hizo el amago de alzarle la mano con el fin de asestarle otro golpe como el anterior, la regente de Arendelle supo que esta vez no se quedaría solo observando.
—¡Basta! —chilló Elsa sacudiendo la cabeza, apretándose las sienes—. ¡Déjela en paz! ¡Deje ya de lastimarla!
El hielo que se formó a sus pies reptó por el suelo, estalló en sendos trozos afilados que se desperdigaron en el aire como peligrosos proyectiles que volaron para impactarla.
La mujer de negro se giró para enfrentarla.
Unas manos grandes y fuertes se cerraron en torno a los hombros de Elsa y esta se estremeció en su sobresalto. Abrió los ojos en su sorpresa para encontrarse con la Kyla morena y lozana de siempre que la miraba seriamente y con fijeza al estudiarle la vista neblinosa y el pálido y sudoroso semblante.
—¿Qué pasa? —le dijo de manera tensa al volverla a la realidad—. ¿A dónde te fuiste? ¡¿Qué fue lo que viste?! —la urgió sin contener la afectación de sus modos y la expresión casi maniática que le desfiguró el normalmente alegre gesto.
Elsa parpadeó confundida, se echó ligeramente hacia atrás, tratando de enfocar los alrededores. Pasó saliva con el pulso palpitante. Estaba de vuelta en el campamento, tal y como lo había dejado antes de levantarse de su puesto. No había nieve, ni daño alguno en el bosque, no estaban ahí ni la terrible mujer de negro ni esa Kyla espectral.
Solo estaba la trigueña. La que estaba viva ahí enfrente suyo, observándola con aprehensión y tal vez un dolorido entendimiento.
Elsa la miró tensar la mandíbula y mover la cabeza de manera vigilante en distintas direcciones, hasta que se decidió dando un par de pasos hacia los límites del lund como si hubiese encontrado algo que le atemorizara pero que debiera alejar de ahí a toda costa. Elsa la sujetó de la mano para frenar su inquietante partida.
—No vayas, Kyla, por favor —le pidió con un hilo de voz—. No me dejes aquí sola otra vez. Yo... —vaciló—. Quiero que te quedes conmigo. Lo que sea qué crees que he visto, no importa ya.
Kyla se quedó quieta como un perro obediente del mandato de su amo, pero la respiración la tenía agitada. Fuera lo que fuera que se encontrara a lo lejos, la había alterado de alguna forma. La sabia mantenía los puños cerrados y temblaba ligeramente por alguna especie de rabia contenida.
—No debería estar aquí —soltó Kyla entre dientes, removiéndose en su inseguridad—. Yo...
Elsa meneó la cabeza, rodeó a la morena con los brazos, apoyando la mejilla contra su cálida espalda. Kyla estaba muy tensa y pareció ponerse más rígida con el trato que le procuraba la princesa. Elsa lo percibió claramente en ese latir incesante que delataba nerviosismo e incomodidad.
—No digas tonterías —le dijo casi como si tratara de convencerse más a sí misma que a la sabia—. Te tengo justo donde te quiero.
Kyla relajó los hombros y aunque Elsa no pudo verle el rostro, supo que la morena había sonreído.
—Dicen que has estado encerrada por más de diez años y no sabes lo que quieres —le contestó en tono burlón sin girarse.
—¿Lo crees así? —dijo Elsa enarcando una ceja de manera peligrosa.
Kyla se encogió de hombros, la miró a ella antes de que sus ojos violetas se perdieran en la espesura del bosque y el trayecto de su visión subiera hasta la montaña congelada que se apreciaba en la lejanía.
—A veces no sé muy bien en qué creer —concluyó en un suspiro ensimismado.
Kyla desvío la mirada y notó a lo lejos a Gerda, dedicándole un movimiento negativo con la cabeza. La germana se desembarazó suavemente de la pálida rubia que la miró con extrañeza, pero cayó inmediatamente en cuenta dedicándole un gesto de disculpa.
Las dos muchachas gesticularon con torpeza, separándose de manera turbada.
Resultaba extraño tener que comportarse de esa forma cuando ya llevaban tiempo siendo tan íntimas, pero tenían que recordarse que se encontraban expuestas estando ahí a la intemperie, si bien estaban muy alejadas del bullicio y sólo Gerda era la que podía enterarse de sus indiscreciones.
Prefirieron no arriesgarse.
Regente y sabia se estudiaron en silencio como si ambas hubiesen descubierto algo sobre la otra que temieran confirmar. Ninguna se sintió lo suficientemente valiente para ponerlo en palabras y afrontarlo. Elsa se abrazó los costados y regresó a sentarse a su silla, mientras Kyla la observó perdida en sus propias deliberaciones, enredándose los dedos en un mechón ensortijado.
Pasados unos minutos de esa forma, la regente se aclaró la garganta antes de decidirse a hablarle.
—Te tomaste tu tiempo para volver.
Kyla dejó en el suelo la leña que cargaba en la espalda suspirando por lo bajo.
—Intuí que Gerda quería hablarte en privado y yo me entretuve con los saamis —respondió Kyla de manera difusa.
Elsa asintió con torpeza, el momento se había vuelto verdaderamente incómodo. La morena trastabilló al percatarse, obligándose a llenar el vacío que había dejado su escueta respuesta.
—Estaban preparando suovas —añadió conciliadoramente—, y al enterarse que trabajaba contigo me han dado un montón de guisado —explicó con una sonrisa tímida, se sacó un envoltorio de la bolsa—. ¿Tienes hambre? ¿quieres comer? —ofreció mansamente al encorvarse frente a la pálida regente—. El pan está caliente y las frutas dulces. Lo probé de camino, lo siento —añadió con torpeza al exponer su irremediable glotonería.
Elsa miró a aquella joven e insegura sabia, y no pudo evitar que en su rostro se le dibujara lentamente una sonrisa enternecida. Ella era Kyla Frei, su buena amiga de la infancia, su gran amor.
Ninguna visión funesta o espeluznante la haría cambiar de opinión respecto a eso.
Elsa le hizo un gesto con las manos a la germana para que se detuviera, meneó la cabeza en forma comprensiva.
—No digas más y toma asiento conmigo, sabia. La noche promete ser espléndida en tu compañía.
Kyla le sonrió con alivio obedeciendo el real mandato.
Las luces se encendieron desde el castillo hasta las colinas cuando finalmente se ocultó el sol tras el horizonte. El resplandor de los fuegos y las linternas de los diversos campamentos iluminaban el lindero sagrado. Elsa sabía que según la costumbre tendría que recorrer todos los grupos y dar el visto bueno a los alimentos que se enterrarían en ese sitio en preparación para el invierno que se avecinaba. Sendos cofres de madera con el sello real grabado se hallaban distribuidos por toda la zona y el camino había sido previamente marcado y alumbrado para la ocasión. A la regente sólo le correspondía supervisar que el trabajo se hiciera de buen modo antes de retornar al palacio para integrarse a la celebración que comenzaría a la medianoche, pero ya que estaba ahí, a orillas del fiordo, Elsa sentía más ánimos de pasarlo con la afectada germana que se conservaba silenciosa y pensativa a su lado desde que había retornado del bosque y había tenido que sacarla de ese trance furtivo.
Creía tener una vaga idea de las cosas que la mantenían en aquel estado cavilante.
—Siempre me pregunté cómo era que apreciabas el mundo con esa mirada tan interesante —soltó Elsa repentinamente sin ningún miramiento. Entrelazó los dedos cuando la morena ladeó la cabeza para observarla con los ojos bien abiertos. Elsa no se inmutó ni un poco por el escrutinio—. ¿Siempre se ve todo así para ti? ¿En esas sombras difusas cambiantes?
La princesa aguardó por la respuesta, pero Kyla resopló como si el interrogatorio le causara gracia. Se recargó contra el respaldo de su asiento y hurgó entre sus bolsillos hasta dar con su pipa y el tabaco que acostumbraba fumar. Le dedicó una mirada a la monarca como solicitándole permiso para proseguir con la acción, Elsa le asintió, concediéndoselo.
—Me parece que la influencia del lund le ha afectado, princesa. Nunca le he dicho o mostrado que pueda hacer tal cosa.
Kyla se distrajo en el ritual que conllevaba prepararse la pipa, así que no se percató de la mirada chispeante que le dirigió la regente con los brazos cruzados frente al pecho.
La princesa bufó con incredulidad.
—Es muy osado de tu parte menospreciar mi raciocinio —le advirtió, acentuando cierta nota de peligro en su tono.
La sabia se encogió de hombros encendiendo una cerilla.
—Pero te seguiré la corriente —continuó la princesa con real compostura—. Te diré lo que pensé al respecto —le dijo inclinándose hacia ella al tiempo que entrelazaba los dedos enguantados—. Creo que de alguna forma puedes ver las opciones de todo —mencionó, teniendo en cuenta lo que había visto con la cierva resplandeciente—. Y si tal corazonada es acertada, me parece que tienes muchas cosas que explicarme.
Las muelas de la morena se cerraron fuertemente contra la boquilla de brezo, pero Kyla mantuvo la serenidad lo suficiente como para guardarse las cosas en la bolsa, esbozando una cándida sonrisa como si lo que Elsa le reclamara fueran simples disparates.
—Tienes bastante imaginación para pensar ese tipo de cosas —le soltó alegremente.
Elsa decidió que no quitaría el dedo del renglón con ese asunto hasta conseguir una respuesta que la dejara satisfecha, por lo que presionar era una alternativa que ya tenía contemplada.
—Usted, sabia Frei, juega una partida de cartas con las piezas boca arriba. Y la verdad eso no me parece muy justo que digamos —reclamó la regente mientras se servía una copa de vino y tentaba con otra a la morena que ya se había inclinado hacia ella en asentimiento.
—Es una forma muy sencilla de decirlo —le dijo ella alzando el tinto—. Si yo pudiera hacer tal cosa, (y no estoy diciendo que lo haga), sería como jugar miles de partidas de cartas al mismo tiempo en donde no todas jugarían algo semejante o compartirían barajas —la morena vació su copa de un trago, estremeciéndose cuando exhaló el aliento alicorado. Estiró la mano para rellenarla nuevamente. Elsa le chistó, Kyla le arqueó las cejas, siguiendo con lo suyo—. Tal vez ni siquiera todas usen cartas, algunas podrían jugar ajedrez o damas... —Kyla meneó la cabeza como si la idea le causara cansancio por si sola—. Sería insensato pretender seguir la totalidad de lo que ocurre a la vez.
Elsa arqueó la ceja. Estudió a la joven germana que se había quedado callada con la copa ante los labios, como si aquellas palabras se trataran de un recordatorio y no una simple suposición.
—No se puede saber todo en este mundo —declaró al fin para luego dar un sorbo a su bebida—. Ni deberías intentar saberlo tu tampoco —le soltó como simple advertencia, aunque Elsa intuía que significaba mucho más que eso.
—Escúchate, sabia —replicó la regente en su socarronería al cruzarse de brazos—. ¿No se supone que esa es la misión de tu orden? —le dijo, refiriéndose a uno de los tantos preceptos que se suponía seguían los eruditos de cadenas doradas en el cuello.
—Sí —contestó Kyla con simpleza al encogerse de hombros—. Admito que ese fue mi objetivo durante mucho tiempo... Aún lo es... Aunque mis motivaciones no son las mismas de la academia —la germana se enredó un mechón de pelo negro y suspiró—. Mis intenciones terminan siendo siempre... egoístas y banales... —dijo lamentándose—. A veces me avergüenza un poco pensarlo y tener que admitirme tal cosa.
Elsa enarcó las cejas, se acercó más a la morena, que de nueva cuenta enmudeció, quedándose inmersa en las nubecillas que emanaban de su pipa. Por primera vez en todo ese tiempo, Elsa se atrevió a decir en voz alta lo que había estado pensando al respecto.
—Creí que te gustaba tu vida de errante y que por eso seguías vistiendo de blanco.
Kyla detuvo el trayecto de su pipa a medio camino hacia su boca debido a que la mueca que se le dibujó en la cara mantuvo sus labios semiabiertos en alguna especie de jadeo silencioso, o eso habría parecido si no le hubiera dado a la muchacha por ponerse a toser, como si el humo, la saliva o el propio aire hubiesen tomado un camino equivocado dentro de su cuerpo. Miró al final a la princesa, con los ojos llorosos en su purpureo fulgor.
—¿Es en serio que piensas eso? —le soltó asfixiadamente.
—Me parecía bastante sensato hasta que he visto esta reacción tuya. ¿Acaso he fallado al suponerlo?
—No, no, por supuesto que eso es parte del asunto, pero soy en realidad mucho más simple para mi propia humillación.
—Explícate.
—Bueno... —titubeó la morena un tanto insegura—. No tiene mucho sentido acumular conocimiento si no se hace nada con él, ¿no crees? —dijo tanteándose las puntas de los largos dedos—. Normalmente muchos usamos esa ventaja y no para cambiar al mundo sino para perpetuar un sistema que nos mantiene a todos separados...
Elsa sabía que Kyla había cuidado muy bien sus palabras para no acusarla de nada, pero si estaba entendiendo bien la idea, la germana estaba expresándole en la cara una idea puramente socialista.
—Tu debes estar bromeando conmigo... —soltó Elsa meneando la cabeza de forma incrédula.
—No he dicho absolutamente nada —se defendió la morena.
—Es por eso que no te has ordenado —repitió Elsa estupefacta—. Tu no crees en nada de esto... —se dijo con indignación—, y todo este tiempo yo creí que... —la regente se interrumpió a media frase, se mordió el labio, guardándose el resto de su tonta idea de que tal vez Kyla había permanecido libre por ella. Esperando su ascensión.
—Lo estás tomando muy personal —le advirtió Kyla tranquilamente.
—Dentro de unos meses me convertiré en Reina, claro que puedo tomármelo personal —contestó enfurruñada—. ¿Cuándo pensabas informarme sobre tus opiniones políticas? ¿En mi lecho de muerte?
—Claro que no —jadeó Kyla gesticulando con la mano—. Ni siquiera es importante.
—Pues a MI sí me importa —bufó Elsa colocándose la mano abierta en la pechera—. Sabía que en Corona se estaba creando esa especie de... "ideología" pero pensar que mi propia... ¿eso es lo que haces? ¿Discutir con un montón de intelectuales el hecho de que personas como yo no deberían de existir?
—¡Por supuesto que no! —soltó Kyla con apuro—. ¿Ves? Por eso no quería abordar ese tema.
—¿Entonces sobre cuál tema sí quieres hablar? —masculló la rubia, enarcando con peligrosidad una de sus cejas. Kyla abrió y cerró la boca varias veces, pero no atinó a articular palabra alguna para defenderse.
—Sobre muchos, Elsa —respondió al final la sabia con fastidio—, pero no ahora.
—¿Por qué sigues repitiendo eso?
—¡Porque es lo único que puedo responder!
—¡Oh no, tu no acabas de alzarme la voz a mí!
Kyla resopló levantándose de la silla, se puso a dar algunos pasos en círculos, apretándose las sienes. Elsa le seguía los movimientos con la mirada cargada de una ofensa bastante justificada. La sabia se enredaba los dedos constantemente y los tensaba, como si le hiciese falta algún objeto entre las manos para apaciguar alguna especie de compulsión nerviosa.
Finalmente relajó los miembros y suspiró.
—No quise hacerlo —le dijo apenada mientras su postura se doblaba para presentarle a Elsa una reverencia—. Tienes toda la razón para disgustarte por lo que he dicho, pero te aseguro que se trata de un malentendido. Disculpa, es que yo... Disculpa. Te ruego por favor que me perdones.
Elsa miró los brillantes ojos violetas de la morena cargados de pesar, sintiéndose más desconcertada por eso que por el disgusto que había sufrido recién. Meneó la cabeza mientras los blancos dedos se aferraban a los reposabrazos.
—¿Kyla, que está pasándote? —inquirió Elsa con la mortificación haciéndose evidente en su tono.
Odiaba cuando su voz la traicionaba de esa forma y mostraba su sensibilidad, pero no podía controlarse cuando las emociones le jugaban en contra como en ese momento.
Todavía se sentía muy afectada por lo que había visto en su más reciente visión.
Kyla bajó la cabeza, se aferró con dedos temblorosos el sol dorado que le pendía de la cadena, encerrándolo en un puño.
—Elsa, tú puedes imaginarlo... —le contestó en voz baja, moviendo la cabeza en negativa—, es solo que yo no puedo decírtelo.
—¿Y esperas que esa respuesta me baste?
—Espero que confíes lo suficientemente en mí para que así sea... Al menos por el momento.
Elsa tamborileó con los dedos el reposabrazos de su silla mientras pensaba, recorrió la figura de la sabia como buscando algún indicio de la verdad por medio de su postura. Así encorvada como la veía, la princesa tuvo que parpadear y apartar la vista para que sus ojos no le mostraran a una cadavérica mujer encadenada aguardando su castigo.
—Está bien —admitió al rendirse para dejar la ofensa de lado.
No le gustaba ceder, tampoco le gustaba a Elsa tener que discutir, ella era una monarca y estaba acostumbrada a recibir respuestas rápidas de todo el mundo y le frustraba increíblemente tener que chocar con una pared cuando se trataba de su propia amante.
Pero algo dentro de la princesa de Arendelle la hacía sentir muy culpable cuando la presionaba. No sabría explicarlo más que como una punzada en el pecho que en verdad la hacía apenarse y finalmente desistir.
La mirada violeta de la sabia titubeó al ser capaz de percibir ese dejo de lástima en la pensativa regente.
—Es un sistema que tiene que cambiar —soltó Kyla de pronto.
Elsa salió de su ensimismamiento frunciendo el ceño en su extrañeza.
—Sé que en el fondo también lo has pensado —continuó la morena al tiempo que se erguía con la determinación de saberse en lo cierto—. No soy completamente imparcial en el asunto porque te amo y aprecié mucho a tus padres. En mi propia tierra el Rey Frederic ha hecho mucho por mi familia y por mí y ¿has notado que mi mejor amigo es un príncipe o algo así? —sonrió ligeramente al pensar en su desastroso Titus—. Jamás podría despreciarlos como sugieres, mucho menos abogaría por la destrucción de estos linajes. Hay personas sumamente excepcionales, yo no digo que no sea así; pero el mundo... Elsa el mundo que se puede ver fuera de los castillos y las cortes... Es muy distinto.
Elsa lo sabía. Nunca había abandonado su capital ni recorrido las provincias de su propio reino. No conocía de cerca el modo de vida de sus aborígenes. Tampoco era testigo de los sucesos que acontecían más allá de sus fronteras. Todos esos datos siempre le habían parecido abstractos, presentados como números y estadísticas entre los tantos informes, tratados y leyes que revisaba diariamente.
Kyla, por el contrario, había viajado. Conocido cientos de lugares y visto demasiado con esos ojos suyos. Seguramente habría vivido en carne propia las situaciones de muchos desafortunados para hacerse buena idea de la existencia que sobrellevaban.
—No todo puede ser tan malo —susurró Elsa después de meditarlo.
—Tampoco es todo tan bueno —atajó la sabia encogiendo los hombros.
—¿Crees que la humanidad deba congraciarse con sus dioses? —soltó la monarca, intrigada.
—Creo que la humanidad debe congraciarse consigo misma —respondió la germana con simpleza—. Es la razón por la que los dioses nos han puesto aquí en primer lugar.
—Suena a que después de miles de años, no hemos hecho tan buen trabajo.
Kyla negó con la cabeza sonriendo con entusiasmo.
—A pesar de todo, creo en las personas, Elsa. Se han cometido errores pero no tiene por qué ser siempre así, para eso existimos nosotros los sabios —dijo señalándose a sí misma por primera vez con algo parecido al orgullo—. Tal vez no represente mucha diferencia, pero me ordenaré cuando me lo proponga un líder con el que pueda compartir la misma visión —dijo mirándola con desafío—. Uno que no tenga miedo de romper con todo lo establecido y sentar entonces las bases para un futuro que no lo preserve a él sino a sus ideas cientos de años en el tiempo... Eso es difícil cuando en su mayor parte todos esperan el reconocimiento inmediato.
Elsa reposó el mentón en su palma enguantada, las comisuras de sus labios se alzaron ligeramente.
—¿Y qué cosa tienes en mente?
La mirada de la sabia se iluminó y por un momento, Elsa pudo notar en el rostro de aquella extranjera, a la niña entusiasta y llena de energía que conoció de chica, la que cuestionaba todo y detestaba las mecánicas que hacían girar al mundo y las personas.
—Un legado que garantice que la vida en libertad sea un hecho —respondió ensimismada—. Sentar las bases para una sociedad que algún día sirva de ejemplo para las que viven en la opresión que he conocido en mis viajes y en la historia —tomó a la regente de las manos, observándola de cerca—. Elsa, no tienes idea de las cosas que viven los más vulnerables. Los que son diferentes como tú y como yo. Si no gozáramos del nombre de nuestras familias y nuestras posiciones, seríamos tan desafortunadas como ellos, te aseguro que contener el invierno en tu interior es el menor de tus problemas en comparación, querida mía.
—¿De verdad piensas que semejante cosa sea posible? —susurró Elsa de manera razonable, aunque interesada—. Tú... ¿De verdad lo crees posible?
—Sí... —respondió la sabia con firmeza y convicción, con lo que el púrpura de sus ojos se apreció mejor en esa mirada decidida radiante de intensidad—. Estoy segura que un día todo esto va a cambiar.
Elsa lo pensó por un momento y se sonrió, se relajó en su asiento, reparando en las manos trigueñas que aún le envolvían los enguantados dedos.
—¿Quién habría imaginado que serías tan romántica, Kyla Frei?
Kyla pareció caer en cuenta de aquello y se abochornó silenciosamente, dejando que un apenado carraspeo le sirviera de excusa para enderezarse y moverse hasta la mesa con el fin de servirse un trago. A su espalda, la regente disfrutaba enormemente el efecto que habían producido en la morena sus palabras.
Lo que sentía por ella, Elsa se devanaba la cabeza cada día por comprenderlo. A Kyla La quería, pero también le preocupaba, le intrigaba, le molestaba, la deseaba... aunque por sobre todas las cosas, la amaba, y la princesa había llegado a comprender que en aquel sentimiento las cosas no se veían en tonos de blancos y negros, sino en una cantidad muy grande de matices que había que aprender a valorar para apreciar lo que tenía, o en su defecto, correr a toda prisa en una dirección más conveniente
Elsa se preguntó por su parte si las mismas ideas le rondarían la cabeza a su sabia de vez en cuando.
En ese momento la morena se giró y se acercó a ella con las copas llenas de vino nuevamente. Le extendió la propia y Elsa la aceptó con elegancia.
Las muchachas se dedicaron a vaciar la botella mientras el guiso saami se mantuvo caliente sobre la mesa. A la mitad de aquella empresa Elsa se encontró enormemente agradecida por llevarse comida tan reconfortante al estómago, pues con todo lo que había pasado esa tarde y el licor previo, el alcohol la estaba atontando... Y cuando eso pasaba, sentía la urgencia de sacarse los guantes (y lo que su comprometido decoro le permitiera) para acariciar a su sabia, perderse en sus labios y que ya nada más importase.
Kyla por su parte, se veía relajada y de mejor humor. Comer y beber solía tener ese efecto en ella, y ciertamente a Elsa le gustaba apreciarlo. Esa cotidianidad de esos momentos apacibles le resultaba muy agradable como para saberla indefinida, la joven noble sentía que necesitaba prolongarla y tenerla consigo todos los días.
Asegurarla de algún modo.
La monarca fijó la mirada en la runa que adornaba la capucha de la capa blanca de la sabia, tamborileó con los dedos sobre el reposabrazos de su asiento.
—Si, hipotéticamente hablando... quisiera ordenarte como mi sabia, ¿aceptarías? —le soltó casualmente—. ¿Crees que cumplo yo con esos lineamientos tan idealistas que exiges para quien deba ser tu señor?
Kyla se detuvo a medio camino de partir un pan plano para llevárselo a la boca y se quedó así por un segundo. Todo en ella se tensó como si necesitara absoluta quietud para contestar a eso, hasta la mandíbula había dejado de masticar la carne y los vegetales que se le agolpaban en las mejillas. Elsa la urgió con un gesto y la sabia reaccionó, pasándose la comida de un golpe, por lo que la pobre tuvo que dar un trago a su bebida para liberarse absolutamente de toda obstrucción y lograr tomar algo de aire.
—¿Me lo preguntas así? —soltó asfixiadamente, golpeándose ligeramente en el pecho—. ¿Sin clérigo ni iglesia ni testigos? —La sabia dejó caer los párpados pasando a sonreir descaradamente fingiendo que era una tonta jovencita casadera y virginal que estuviese siendo cortejada—. ¡Elsa Arnadalr! No creí que la clandestinidad de nuestra relación se extendería hasta tales límites... Ni siquiera hemos cenado con mis padres...
Elsa desencajó la quijada en un gesto horrorizado e inmediatamente se turbó.
—Santo cielo, no lo había pensado de esa forma... ¡Por favor olvida que lo he mencionado siquiera!
La ceremonia de ordenanza era un evento público que se llevaba a cabo en el templo mayor de la ciudad, y contemplaba ropa especial, un festejo y promesas de por medio por parte de los principales involucrados.
Ciertamente aquello no distaba mucho de un compromiso nupcial.
Aunque ahora que lo pensaba, Elsa primero tendría que viajar a Corona y hacer la solicitud formal por Kyla en su academia, y ya estando ahí de paso tendría que cenar con los Frei seguramente...
La princesa se sintió entrar en pánico.
¿Qué tipo de regalos debería obsequiarles? Se pensó escandalizada. ¿Se vería muy obvio que se acostaba con su hija si era algo muy ostentoso?... ¿pero si se veía mezquina por no hacerlo? Ella planeaba arrebatarles a Kyla, después de todo... Se mordió el labio en su mortificación. ¿Podría hacer que Gerda la acompañara? Porque definitivamente no iba a ir a ninguna parte sin ella... ¿Anna podría cuidar el castillo sin incendiarlo en el proceso? Y es cierto, Anna, ¿Qué rayos iba a decirle a Anna?...
¿Y cómo demonios iba a reunir el valor de subirse a una nave para cruzar el mar?
Justo cuando una nevada conjurada por su creciente nerviosismo amenazaba con precipitarse sobre sus cabezas. Kyla soltó una carcajada.
—No apresures tanto las cosas —le dijo alegremente—, sólo estaba jugando contigo. Deja que todo siga su curso como debe.
Elsa asintió no muy convencida.
—¿Y se puede saber qué curso es ese?
Kyla se encogió de hombros volviendo la atención a su plato.
—Responderé tu pregunta hipotética con una semejante —le dijo de forma distraída—. Tengo que poner a prueba tu lógica para resolver dificultades —explicó cuando Elsa le dedicó un gesto suspicaz e inquisitivo.
—Muy bien, ponme a prueba entonces —retó la regente cruzándose de brazos con suficiencia—. Adelante.
La sabia se limpió los labios con su servilleta y se colocó la mano en el mentón, cruzando la pierna sobre la rodilla mientras relajaba la postura. Elsa se distrajo por un segundo ante el sensual movimiento, pero parpadeó para concentrarse. Kyla paseaba la vista por los alrededores como si estuviera buscando algún tipo de inspiración en el ambiente, hasta que finalmente se decidió por algo.
—Si yo me perdiera por esta zona y no pudiera por ningún motivo regresar a la ciudadela o al castillo y anduviera sin trineo, ¿Cuál sería mi mejor ruta de escape?
Elsa resopló con incredulidad. Se esperaba una pregunta sobre presupuestos o decisiones gubernamentales que hicieran relucir sus conocimientos reales, no una cosa de supervivencia semejante.
Pero decidió seguir con ese juego.
—¿Por qué rayos andarías sin trineo por aquí? —bufó Elsa dudando de la posibilidad de esa situación particular—. Eso es una locura.
—Porque es una situación hipotética, Elsa —contestó la sabia antes de darle un bocado a su pan. Se encogió de hombros inocentemente—. Bueno, digamos que me persiguen y no pensé que necesitaría uno.
—¿Qué cosas llevas contigo para ayudarte? —preguntó la regente mientras trataba de hacerse la imagen de todo en su mente.
La sabia le devolvió una mirada lasciva y la media sonrisa que la caracterizaba.
—Solo mi ropa y una capa que se me ve espectacular.
Elsa giró los ojos.
Eso sin duda era una reverenda estupidez.
—Sería un terrible descuido de tu parte, pero diría que a la Montaña del Norte —acentuó Elsa al encogerse de hombros y señalar aquel pico nevado con una floritura de la mano—. Ese camino es más peligroso que cualquier otro —explicó lógicamente, aunque sin convicción—, pero sería imposible la escalada. Aún en verano la temperatura es mortal cuando anochece.
Kyla chistó, apartando su plato, se inclinó para acercar su posición visual con la de la escandalizada regente que no daba crédito a una Kyla separándose de su alimento por cuenta propia.
—¡Claro que no! —soltó con obviedad—. Mira, ¿ves ese sendero que sube por ahí? —dijo alzando el índice para apuntar un camino que desembocaba en el fiordo y ascendía, rodeando la arboleda—. Imagina que estuviese congelado. Sería muy sencillo cortar camino por allá. Ni siquiera tendría que entrar al bosque.
Elsa lo estudió atentamente. El argumento tenía perfecto sentido, salvo quizá un importante detalle.
—Tendrías que tener la suerte de ser perseguida en invierno entonces.
—Supongamos que es así —asintió Kyla, concediéndoselo—. ¿Cómo podría obtener energía durante el ascenso?
Elsa miró la mesa puesta, trató de imaginarse lo que tendría que hacer si careciera de todas sus comodidades habituales, concluyendo morbosamente que moriría en un par de horas si se tratara de ella y no de Kyla la persona que tuviera que encarar aquel escenario.
—Vamos, no divagues. ¿Qué es lo que harías? —la ánimo la morena con un gesto.
—Bueno, puedes comer nieve para beber agua, y si no hay ventiscas puedes recolectar huevos de los nidos que hacen las aves en los acantilados.
—Eggvit, sí. Podría ser. ¿Pero y si fuese muy arriesgado? ¿Qué otra opción tendría?
—Tú no tienes miedo a las alturas —soltó Elsa casi ofendida—. Estás demente, seguro te tirarías de cabeza en un barranco si eso te promete alimento en la barriga.
—¡Ja! Eso es lamentablemente cierto —se burló la sabia colocándose tres dedos sobre los labios mientras se reía estruendosamente.
—Pues... —titubeó Elsa comenzando a hablar más en serio—. Siempre puedes escarbar en la tierra y buscar uno de estos —señaló, palmeando sobre la madera del cofre que tenía enfrente—. En verano, la carne del sacrificio se conserva y se pone a enfriar enterrada en la nieve. Hay en todos los sitios que conservan está marca. Como los cortadores de hielo suben hasta aquel punto, debe haber alimento hasta esa zona.
—Esa es una suposición inteligente —la felicitó Kyla, emulando un elegante aplauso—. Muy bien hecho, su alteza.
Elsa tenía una mueca confusa en la cara para ese entonces, sentía como que se había perdido de algo.
—¿Y ya? ¿Eso es todo?
—Sí, es lo que necesitaba saber de ti —contestó la sabia alegremente—. ¿O qué, tu estudias normalmente con refuerzos positivos? En ese caso te dejo esta manzana —bromeó, colocando la fruta frente a la regente mientras ella mordía una segunda.
Elsa la miró con ira, pero aceptó la manzana de manera enfurruñada.
—¿Y qué se supone que te dice eso? —preguntó sosteniendo la fruta entre ambas manos para tantearla con las yemas de los dedos.
—No mucho, pero me hace sentir tranquila, ¿a ti no? —dijo subiendo los pies en el montoncito de leña anudada que tenía frente a la silla—. Imagina que de pronto saltara un oso por estos matorrales. Al menos ya tenemos planeado nuestro escape.
—Pero no es invierno como para seguir la ruta que acabamos de trazar —repuso la regente enarcando las cejas.
—No, pero te tengo a ti —concluyó la morena al guiñarle un ojo.
Elsa se quedó pensando en aquello, meneó la cabeza al rendirse en encontrarle algún sentido.
—¿Entonces debo interpretar que prefieres huir hipotéticamente de mi petición hipotética a tener que contestarla?
—Me gusta estar preparada —ofreció la sabia en respuesta.
—¿Siempre estás planteándote cómo escapar de todas partes? —razonó Elsa estudiando fijamente a la relajada germana.
—Solo cuando me persiguen —contestó ella con simpleza.
La regente titubeó antes de hablarle nuevamente, se miró fijamente las manos sintiéndose como una chiquilla tonta por tener que expresar en voz alta lo que hacía semanas había estado pensando.
—¿Te sientes perseguida aquí? —susurró de manera afectada.
Kyla se irguió, contempló a Elsa atentamente mientras ella le desviaba la mirada como si no quisiera conocer verdaderamente la respuesta.
Las oscuras cejas se torcieron llenando de pesar e inseguridad a la sabia. Elsa aguardó en silencio mientras percibía cómo la morena parecía pensar muy seriamente qué cosa contestarle.
La imaginó retrayéndose en sí misma mientras se enredaba un mechón de cabello de forma compulsiva y se mordía los labios cuando caía en cuenta que los movía como si recitara o leyera algo para sí misma.
Elsa había aprendido a anticipar ese gesto suyo, porque la Reina de Arendelle le corrigió muchas veces ese mal hábito de lectura a ella misma cuando era chica. Era un error muy común cuando se pasaba de la lectura oral a la que se hacía de forma silenciosa en el estudio, por lo que Elsa podía deducir que Kyla tenía que vocalizar sus pensamientos por alguna razón particular, y ese momento inconsciente en el que se exponía, la perturbaba, acrecentando su nerviosismo. En ocasiones daba la impresión que también le pasaba al tratar con sentimientos complejos, como debía de ocurrirle en aquel momento.
Lo que fuera que Kyla se repitiera constantemente cuando hacía eso, parecía centrarle las ideas y formaba parte de la lista de preguntas que algún día Elsa le exigiría contestarle.
Finalmente, la germana exhaló con lo que pudo ser un dejo de ironía. Acortó la distancia que existía entre ellas y le sujetó gentilmente el mentón a la pálida princesa para volverle el rostro hacia ella y así pudieran observarse.
—En Arendelle me siento como en mi hogar —respondió Kyla con una sonrisa amable que le lucía sincera en el semblante. Tomó los dedos enguantados de su amada entre la larga palma y la miró con fijeza—. No me importaría quedarme aquí hasta el final de mis días. Lo haría si eso fuera lo que tú desearas de mi parte.
Elsa observó atentamente esa mano que en su visión se había convertido en una garra monstruosa y trató de imaginar qué tanta verdad sobre su sabia guardaba aquella ilusión. En ese momento se apreciaba la piel tersa y fina, como si nunca hubiese hecho otra cosa que hojear libros con ella.
Kyla titubeó el agarre, pero Elsa les dedicó un ligero apretón a los trigueños dedos.
—Me gustaría mucho que lo intentaras... —le dijo en voz queda—. Tú sabes, permanecer en un sitio... Conmigo.
—Elsa... —titubeó la morena como si no hubiese esperado esa reacción de su parte.
—De verdad, Kyla —la cortó la rubia antes de que pudiera reclamarle otra cosa—. No sé qué pasa contigo cuando te pones así, pero todo lo que no te gusta de ti misma es parte de lo que te hace ser tú... —dijo la regente al encogerse de hombros con socarronería—. No lo lamentes tanto. Deja de voltear al ayer y buscar en el mañana. Quédate aquí...
Elsa se detuvo en su discurso al notar que Kyla la miraba con una expresión de alegre complicidad, le asentía ligeramente como animándola a seguir con ese tren de pensamiento. La princesa bufó al comprenderlo.
Resulta curioso cómo los problemas parecen tener una mejor perspectiva cuando no son los propios, aún si se tratan estos de los mismos. Elsa podía darse una buena idea sobre lo que Kyla debía hacer para liberarse de esa curiosa ansiedad suya, si bien jamás había intentado seguir su propio consejo o pensado en la solución de aquel dilema hasta ese momento.
Se sintió un poco tonta, pero al mismo tiempo agradecida por tener a aquella morena impertinente en su vida.
—Eres una bribona de lo peor... —le dijo con suspicacia.
—¿Cómo podría? —atajó la morena con gracia—. Eres más sabia que yo, mein Schatz, ¡majestad! —sonrió al corregirse.
—Por supuesto que sí —soltó Elsa dedicándole una mueca de falso disgusto—. Más vale que te acostumbres a decirlo —añadió acomodándose regiamente en su asiento de madera como si este de pronto estuviera compuesto por oro y piedras preciosas—. Dentro de poco seré la Reina. Tu Reina.
Kyla se estiró con pereza de la misma forma en la que un gato poco impresionado lo haría.
—Que insoportable será tolerarte.
—¡Ah! ¿Conque tolerarme? —repitió la princesa al arquearle la ceja—. Tal vez me piense mejor ese asunto de ordenarte.
—¿Qué no era una pregunta hipotética? —soltó la sabia astutamente.
—La cual por cierto nunca contestaste, me tomarás por tonta.
La morena chistó al ponerse de pie en un salto, se inclinó para recoger el bulto de maderos que había llevado en la espalda hasta ahí.
—Mire usted, no es que no me fascine su charla y su compañía, pero ¿sería tan amable, alteza, de interpretar el papel de testigo cuando le entregue esto a su fiera cuidadora? Su ama de llaves es atemorizante y necesitaré su real intervención por haberla hecho esperar más de la cuenta.
Elsa asintió siguiendo las acciones de la germana.
—También te dijo que te recogieras el cabello —le recordó alegremente.
Kyla se detuvo y se rebuscó algo en la bolsa de cuero.
—Es verdad —murmuró sacando un listón blanco con el que anudó su larga melena en una coleta. Le hizo una seña a Elsa para que le inspeccionara el aspecto—. ¿Mejor?
Elsa estudió con fascinación la forma en que Kyla podía verse desenfadadamente atractiva en las situaciones más insospechadas. Decidió asentirle rápidamente antes de tener que seguirla observando y pensarse cosas cada vez más indignas como le estaba ocurriendo escandalosamente en ese instante.
La morena le sonrió leyendo sus intenciones por completo.
Apenas anochecía y el Júl iniciaba hasta dentro de algunas horas que bien podían pasarse entre el calor del agua perfumada de la tina y de sus cuerpos anhelantes.
Las muchachas evitaron caer en el impulso de avanzar tomadas de la mano. No lo necesitaban cuando el sentimiento que simbolizaba ese gesto lo llevaban grabado en el alma todo el tiempo, eso lo cargarían quizá hasta que envejecieran juntas y se volvieran a encontrar en el sitio que les aguardara en la otra vida donde pudieran hacerlo a sus anchas, ya fuera este un paraíso entre las nubes o un reino luminoso al final de un camino flotante multicolor.
Elsa pensó que siempre y cuando estuviesen ellas juntas, no le importaría quedarse hasta el final para averiguarlo.
...
—¿Alteza, escuchó bien lo que le dije?, ¿Se encuentra bien?
Elsa suspiró apesadumbrada desde la posición que ocupaba ante el ventanal de su despacho cerrado. No contestó al llamado de su ama de llaves. La preocupada mujer repasaba una lista escrita en un pergamino que llevaba en la mano y se apartó de tal tarea para estudiarle el ensombrecido rostro a la pálida rubia que mantenía la mirada perdida en un horizonte muy lejano.
La matrona se mordió los labios afectada por el sentimiento de ver a su joven princesa soportando con semejante aplomo la tristeza que desde hacía meses no hacía más que consumirla en silencio.
—¿Mi señora, está segura que quiere hacerlo hoy?
Aquel era el día que Elsa había elegido para coronarse, casi a mitad de Julio. Los rayos del sol que se colaban por los cristales pronosticaban un clima perfecto. El mar estaba calmo y el cielo era de un intenso color azul. Había bullicio y expectativa en el puerto y la ciudadela, el clamor de las danzas y las canciones se colaban por los muros del viejo castillo de Arendelle que permanecía incólume con las puertas principales atrancadas. Los murmullos se habían suscitado por todas partes con semanas de anticipación. La ciudad entera zumbaba enfrascada en los preparativos del tan esperado evento que por fin se habría de celebrar esa misma noche.
La princesa tensó los dedos enguantados que entrelazaba tras su espalda.
—Tiene que hacerse —meditó con desánimo—. Hoy es un día más que ideal para que mi coronación se lleve a cabo. Adelante, Gerda, seguiremos con todo tal y como lo planeamos.
El ama de llaves asintió, levantó la charola con el desayuno de la regente casi intacto y se retiró murmurando para sí misma que tenía un mal presentimiento de todo aquello.
Elsa seguía con la vista fija en el exterior cuando la puerta de madera resonó contra el marco de roble anunciando la partida de su vieja nana.
La quietud de ese momento en su despacho le permitió a la regente limpiarse los ojos sin que nadie le preguntara sobre su estado anímico.
Estaba harta de que tal cosa le sucediera de esa forma tan patética.
La lágrima solitaria que le recorría el rostro se congeló en la mitad del trayecto justo en su mejilla, se convirtió en polvo de diamante cuando una ventisca ligera la apartó de la piel de la rubia princesa.
La joven se colocó la mano sobre el broche de oro que ajustaba su capa violácea.
Si tan sólo algo semejante pudiese hacerse con los sentimientos que se le arremolinaban en el pecho...
A Elsa le parecía agotador tener que componerse todos los días de aquella desdicha.
Diariamente tenía que obligarse por todo lo que le resultaba sagrado a separarse del lecho, debía reunir fuerzas de los rincones más recónditos de su agotado espíritu para seguir adelante con sus obligaciones e interpretar el papel que le correspondía con la perfección que había aprendido a desarrollar con los años en los que obligó a su corazón a ser más firme.
Porque ahora más que nunca, Elsa encontraba sumamente difícil dejar de sentir.
Habían pasado seis meses desde que Kyla partiera de Arendelle, tan enferma y ajena a ella que todavía le resultaba doloroso a Elsa rememorarlo. Las estaciones habían pasado tan rápido que era inevitable imaginar que los sucesos de su vida se trataran simplemente de un mal sueño del que no encontró la forma de despertar.
Le parecía lamentable hacerse a la idea de que el mundo había seguido su marcha sin ella.
Tal vez se debía a que Elsa sentía como si su corazón se hubiese quedado suspendido en el invierno. Incapaz de moverse en ninguna otra dirección, mientras en el Reino y su palacio todos brillaban con la luz del verano, esperando que ella actuara de igual forma.
Elsa recordaba haber experimentado lo mismo cuando murieron sus padres; pero de algún modo el dolor le parecía distinto. Tal vez porque en aquel entonces tenía la certeza de que los reyes habían muerto, mientras que con su ausente morena debía aguardar a que la noticia de su deceso se la hicieran llegar cualquier día de esos.
La princesa suspiró, se acarició los antebrazos para apaciguar el escalofrío que la recorrió de pies a cabeza tras aquel pensamiento.
Era doloroso, pero tenía que ser capaz de afrontar aquella posibilidad, debía preparar a su corazón para encarar el escenario en el que esa noticia atravesara sus fronteras.
Porque lo que aquejaba a Kyla era un misterio incurable y ni con todo su poder pudo Elsa hacer algo al respecto. Le tomó muchas noches en vela, acompañada por la incertidumbre y el alcohol, llegar a aquella conclusión. El oro no pareció ser una opción capaz de comprar la salud de su consorte y dudaba mucho que cualquier otra cosa mundana que se le ocurriera sirviera de algo. Tuvo por opción consultar con los trolls, pero su simple mención despertaba en la germana un odio irracional, por lo que tuvo que descartarlos. Ya había recurrido a la magia con la runa protectora de su amor; pero era como si el poder que meses antes guardara el bienestar de Kyla, optara por destruirla. Esos días de noviembre en los que la germana decayó tan rápidamente entregándose a la desesperanza y resignándose a su inminente muerte, fueron la cosa más difícil que alguna vez tuvo que soportar.
Muy dentro suyo Elsa lo percibía como alguna especie de castigo divino. Muchas veces lo pensó, sosteniendo la mano de la morena junto a su cama cuando su sueño era lo suficientemente profundo como para poder estar tan cerca sin que la desesperación de la situación lo complicara todo.
Los dioses les debían compensación por todo lo que habían sufrido, por el tortuoso destino que les habían trazado.
Elsa estuvo tentada a dejarse arrastrar por esa desolación junto con Kyla, quiso pelear y reclamarle por haberle hecho amarla y necesitarla de esa forma, pero no le pareció muy justo intentarlo; después de todo, ella viviría con su pena y la sabia tenía los días contados.
La frustración de perderla sólo podía sentirse así por todos los momentos que fueron buenos, por todas esas ocasiones en las que la sabia la amó con esa pasión que rayaba casi en la locura y esa devoción que solamente le perteneció a ella.
Por lo injusto que resultaba que su amor tuviera que enfrentarse a esa prueba tan desgastante.
De algún modo, la monarca quiso comprenderlo así.
Aunque los ojos violetas de Kyla se hubiesen ensombrecido y sus sentidos se perdieran en el entumecimiento de sus miembros, intuyó que la morena no podía ser tan indiferente al temor tan primitivo que ejerce la muerte sobre quienes son simples seres humanos transitando efímeramente sobre la tierra; aún si no fuera capaz de exteriorizarlo de manera normal.
Las decisiones tomadas y dejadas de lado pueden cobrar una fuerza importante cuando ya no hay camino por recorrer, aún si este es uno que se transite en solitario.
La monarca era consciente de que trataba de librar una batalla que ya estaba decidida, por lo que sólo le quedaba esperar que se le informase cuándo y dónde la sabia blanca exhalaba su último aliento, si no es que aquello había ocurrido ya y se lo estaban ocultando.
La princesa contaba con que al menos eso sí pudieran comunicárselo, en vista de la ausencia de alguna otra misiva relativa al tema.
Elsa suspiró, tomando asiento en un banco que le habían colocado junto al escritorio. Era difícil maniobrar con esa enorme capa que llevaba puesta, pero aun así podía intentar seguir con sus labores diarias pese a la logística que tenía encima y sus propias preocupaciones. Se puso a revolver entre las cartas y los pergaminos del día (la mayoría mensajes de felicitación por su ascensión) nada fuera de lo común hasta que sus dedos dieron con un sobre en blanco que le causó mucha curiosidad.
A primera instancia a Elsa le género desconfianza, un envoltorio sin remitente o dato alguno bien podría contener algo peligroso, como un mensaje amenazante o podía estar impregnado con veneno en la tinta o el papel. Aquel era un pensamiento un tanto paranoico, pero también era cierto que todavía no era coronada, un ataque enemigo para desestabilizar a su país no podía descartarse tan fácilmente. De todos modos, la princesa se armó de argumentos lógicos que lograron sosegarla, pues siempre tenía las manos cubiertas y los únicos con acceso a su despacho eran Gerda y Kai.
Una vez despejadas sus dudas, abrió el sobre.
Una simple hoja de papel doblado fue lo que Elsa obtuvo para su propio desconcierto. Al extenderla sobre el escritorio descubrió un símbolo pintado en su superficie.
Tres espirales entrelazadas de sus puntas y encerradas en un círculo.
Las pupilas de Elsa se dilataron al reconocerlo.
No conocía su significado, pero eso Kyla se lo había enviado una vez, estando en Cnosos, junto con una carta en la que le contaba que estaba por meterse a un templo semi hundido en el mar; justo cuando había comenzado a soñarla en trances intermitentes durante el ostara.
El corazón le palpitó aceleradamente, tuvo que pasar saliva cuando sintió la boca repentinamente muy seca.
No podía equivocarse, eso era un mensaje de Kyla Frei.
¿Quería decir que seguía con vida? ¿Que había muerto? ¿Qué rayos significaba aquello? ¿Y por qué precisamente se lo hacía llegar ese día cuando tuvo meses para enviarle algo? Y algo que podría haber sido mucho más extenso que un pictograma incomprensible en una única hoja de papel.
—No puedo pensar hoy en esto... —se reprendió por lo bajo, sintiendo que estaba a punto de enfadarse—. No puedo hacer esto justamente hoy.
Elsa dobló el mensaje y lo apartó como si el papel pudiera hacerle daño, apoyó las manos en la madera mientras respiraba profundamente en un intento por calmarse.
Su prioridad inmediata era la coronación, solo eso debía ocupar su mente hasta que terminara el día. Eso. Solo unas cuantas horas en que debía hacerlo todo bien.
Podía hacerlo, podía obligarse a frenar todos los impulsos que le enviaba el corazón a la cabeza y hacer lo que todo el reino esperaba de su parte.
Elsa caminó hacia la ventana nuevamente para inspeccionar lo que ocurría afuera, como si en el breve momento en que se apartó de aquella vista, el panorama hubiese cambiado y ya no luciera el muelle lleno de barcos extranjeros, ni la ciudadela abarrotada por personas que esperaban la apertura de las puertas del castillo. La muchacha se encogió en su sitio nerviosamente y prefirió girarse rumbo al otro extremo de la habitación, huyendo hacia la confianza que solía brindarle el retrato de su padre.
Elsa se sacó los guantes y observó la pintura, en ella se recreaba la ascensión al trono de Agdar Arnadalr, la mirada cobalto de la regente estudió la expresión de nerviosismo del Rey quien sostenía en sus manos un cetro y un orbe dorados como símbolos del dominio que el soberano de Arendelle mantendría sobre su tierra, la sabiduría y el poder durante su reinado como representante de las fuerzas divinas que legitimaban su embestidura por medio de las joyas de la corona.
La princesa pasó saliva, consciente de que debía imitar tal gesto enfrente de los asistentes a su ceremonia, parlamentarios, representantes y miembros de otras casas reales. La idea le revolvió el estómago, así que simuló hacer lo mismo que su padre a manera de práctica, (valiéndose de una vela y un alhajero de cerámica que levantó en el aire no muy convencida de ese acto), solo para acrecentar sus inseguridades cuando la escarcha comenzó a brotarle de las palmas y los dedos, permeando vorazmente la superficie de los objetos que la monarca prefirió regresar a su sitio con pesadumbre.
Elsa maldijo por lo bajo cuando se sintió entrar en pánico imaginando lo que le aguardaba, pero se calzó los guantes sabiendo que no tenía manera de escapar de su deber.
Lo cumpliría como una Arnadalr, por el honor de la familia; sería coronada y después sólo tendría que ocuparse de gobernar.
Tenía planes, ideas que requerían que su posición como gobernante fuese sólida y confiable. Ella era muy joven y se trataba de una mujer, pero podía demostrarle a más de un lord qué tipo de cosas era capaz de llevar a cabo como la señora de aquel valle.
Elsa se dirigió hacia la salida, pero a medio camino se devolvió a su escritorio. Recogió el mensaje que Kyla le había enviado, y se lo metió en el guante, aquella nota era un pequeño cuadro luego de haberla doblado por la mitad cuatro veces, así que no le costó ningún trabajo. Elsa miró por sobre su hombro y meneó la cabeza, como si el Rey que la observaba desde el lienzo a su espalda se encontrara cuestionándola.
—No debo sentir hoy, padre —susurró la regente como disculpándose con él—. De lo contrario, todo se sabrá.
La princesa hizo una pausa bajo el dintel de su puerta, aferró las manijas doradas con dolorosa determinación.
"Esto que hay en mi...
No puede mostrarse."
—¡Que se abran las puertas! —ordenó al estirar los brazos, y revelar el largo corredor alfombrado que se extendía hasta el balcón principal del castillo. Lo recorrió solemnemente pasando mucamas y doncellas que aguardaban en silencio algún designio suyo, la monarca pasó de ellas hasta encarar a la concurrencia que vitoreaba alegremente su nombre.
Elsa alzó las manos y saludó cordialmente a la muchedumbre, les dedicó una sonrisa amable en correspondencia al entusiasmo que le profesaban en su gran mayoría. Muchos de aquellos asistentes se encontrarían viéndole el rostro por primera vez, seguro habrían viajado desde sitios muy lejanos para presenciar el ascenso de un heredero de la Familia Real.
En eso se distraía la futura Reina cuando la vio.
Una figura toda ataviada de rojo llamó su atención a la distancia. Llevaba la capucha puesta y se encontraba algo alejada de la multitud, por lo que Elsa no pudo distinguirle muy bien el rostro, pero sí que fue capaz de reconocer la cadena dorada pendiente de su cuello.
El sol de Corona resplandecía en el pecho de aquella aparición académica indiscutiblemente femenina y que se mantenía cruzada de brazos como si aguardara algo.
¿Acaso sería eso posible?
Elsa la notó alzar la vista hacia ella y él corazón casi se le salió del pecho en su impresión.
La joven Arnadarl contuvo el aliento y regresó al interior del castillo tan rápido como le fue prudente finalizar su presentación pública. Se levantó las enaguas para moverse con mayor prontitud sobre el alfombrado. No reparó en Gerda, quién despachó a medio mundo a perderse y ser útil en algún otro lado, para seguirle los pasos a la regente con intrigada expresión. Bajaban casi a trote por las escaleras cuando Elsa fue capaz de pensar algo por sobre los martilleos de su alborozado corazón.
Kyla estaba ahí. De algún modo estaba en sus tierras, parada casi ante su puerta. Elsa sabía que recién se había prometido no sentir nada al respecto, pero aquello era una vil traición a su fuerza de voluntad, a esas alturas ya estaba dudando mucho de poseer tal virtud, pues el paso de sus piernas no disminuyó ni un poco al razonarlo. Tenía mucho que hacer con esa extranjera, tenía mucho qué decirle, qué preguntarle, qué reclamarle, que exigirle... qué—
—¡Princesa Elsa! —se escuchó de pronto que la llamaron.
La monarca se detuvo como si aquello la hubiese jalado de vuelta a la realidad. Abrió muy grandes los ojos y se quedó inmóvil recuperando el aliento hasta que se sintió capaz de controlarse por completo. Fue entonces que siguió el curso de la voz y cayó en cuenta que un joven pelirrojo de atavíos reales la admiraba desde la base de la escalinata. Elsa bufó y se irguió en su totalidad, recorriendo a aquel extraño con una expresión que seguramente le salió muy descortés.
—Está usted empapado —le soltó sin tacto alguno.
El joven se observó las ropas que salpicaban agua sobre la alfombra y comenzó a sonrojarse profusamente. Efectuó una apenada reverencia a manera de disculpa.
—Mil perdones, su alteza, pero tuve un accidente al llegar. Ya he tenido el gusto de conocer a su dulce hermana —informó esbozando una elegante sonrisa—. Me permito presentarme. Soy Hans Westergard, de las Islas del Sur.
Elsa arqueó las cejas ante aquello.
Aquél sí que era un príncipe bastante insolente si pretendía dirigirse a ella en esas fachas... y ella conocía bien de insolencias para no tomarse a bien el gesto. Lo miró valorativamente como su madre le había enseñado y de inmediato le generaron desconfianza esos ojos verdes que no acompañaban a su boca al sonreír. Le causó un poco de alarma imaginarse que semejante embustero se hubiese topado primero con Anna, ya que por algo se lo había hecho saber.
Conocía bien los escudos de otras familias como para adivinar su situación y sus intenciones.
—Westergard... debe ser usted hijo del Rey Haagen —respondió Elsa condescendiente al cruzarse de brazos—. ¿Se puede saber cuál de los trece que tiene en línea?
Hans se tensó ante las palabras de la monarca, pero le contestó con amabilidad y presteza. Elsa no pudo dejar de notar que la mirada le chispeaba de rabia como lo había anticipado al soltarle la provocación. Gerda solo atinó a cubrirse la boca con escándalo.
—Así es, alteza, soy el menor de todos —dijo el príncipe de manera casual—. Mi padre me envió en representación suya. Si tan sólo me permitiera unas palabras con usted... me gustaría mucho tener la oportunidad de conocerla mejor. Nuestros reinos son vecinos y gozan de una estrecha relación comercial que podría perdurar por muchas generaciones.
Elsa casi se echó a reír, pero se contuvo colocando su mano enguantada sobre sus labios. La introducción de aquel desdichado no había podido ser más desatinada. Aún si ella no fuera tan desviada como se sabía, habría notado a leguas el interés implícito en cada movimiento de su parte.
Tendría que hablar con su dulce hermanita en cuanto tuviera la oportunidad para advertirle sobre sujetos como él, pero por el momento debía despacharlo y quitárselo de encima antes que le siguiera arruinando el alfombrado con su ridícula presencia.
—Me temo que no, príncipe —soltó Elsa de forma terminante—. Si me disculpa, debo supervisar otros asuntos —explicó haciendo una vaga seña a Gerda quien estaba detrás suyo con pergamino en mano—. Cualquier cosa que necesite informarme, puede hacerla llegar a mi despacho por medio de mi secretario, o solicitar que le reciba en audiencia, pero me temo que esto último le resultaría complicado. Usted comprenderá que en cuanto me pongan una corona en la cabeza me convertiré en la persona con la que todos esperarán hablar —le esbozó una sonrisa astuta que el joven captó al instante al ponerse de pronto muy serio—. Mi jefe de la guardia lleva meses planeando medidas de seguridad y no pienso ser yo quien lo decepcione.
Elsa hizo un ligero movimiento de cabeza y dio por terminado aquel encuentro, se retiró de manera enfadada, dejando a ese frustrado príncipe de lado. Su molesta intromisión le había costado alcanzar a su sabia, ya que como imaginó, no fue capaz de encontrarla cuando observó nuevamente por la ventana.
—Pero mi niña, ¿se puede saber qué estamos persiguiendo con tanta prisa? —soltó la matrona enfurruñadamente en susurros—. ¿Y qué fue eso que pasó con ese príncipe? Usted no es así, ¿Está segura que es correcto seguir con todo esto?
—No pasa nada, Gerda, solo me ha parecido ver a alguien —Elsa se compuso cuando la mujer le dedicó una mirada apenada—. Y es verdad lo que dije, aún hay cosas que tenemos que resolver antes de... ¿Eso es un busto de mármol arruinando por completo el pastel?
Ambas miraron la escena de manera desconcertada. Gerda desenrolló el pergamino que llevaba en la mano y lo leyó en silencio.
—Por extraño que parezca, el incidente ya estaba contemplado —explicó turbadamente volviendo a cerrarlo—. Una segunda tarta fue entregada en el castillo en cuanto ordenó la apertura de las puertas.
Elsa enarcó una ceja reconociendo esa manera de operar.
—Gerda, ¿los preparativos de este día los hiciste con quién estoy imaginando?
—Hace meses, niña —balbuceó el ama de llaves como si hubiese sido atrapada robándole a su señora—. La joven Frei parecía muy dispuesta —repuso como disculpa—. Al principio debo decir que algunas cosas no tuvieron mucho sentido cuando me las solicitó, pero...
—Ahora resultan muy oportunas —completó Elsa asintiendo de manera ensimismada.
La mujer hizo un gesto afirmativo, se enredó las manos en el delantal con nerviosismo.
—¿Hay algún problema con eso, alteza? ¿Quiere que suspenda el resto de tareas de la lista?
—¿Qué? Oh no, no, continúa con lo que tienes —respondió Elsa de manera dispersa—. Si todo ha ido bien hasta ahora, yo no tengo problema alguno.
Gerda aceptó aquella respuesta, observó con atención a esa elegante joven que se mantenía erguida en su real pose. El atuendo que llevaba la hacía parecer más adulta de lo que era en realidad, por momentos era como ver a su difunta madre cavilando en esa misma postura y eso podría haberlo asegurado más de uno. En esos profundos ojos cobaltos Gerda vio el temperamento del Rey Agdar, mientras que en su delicado rostro y sus gestos se podía divisar la inteligencia de la Reina Idunn.
Era como si los antiguos monarcas de Arendelle se manifestaran en su heredera y de cierta forma se aseguraran de estar presentes en su gran momento.
La vieja nana tuvo que contener las lágrimas al imaginarlo, comprendió orgullosamente que su pequeña niña se había convertido en una mujer adulta y que para el anochecer su poderío e independencia serían por fin legitimados ante el reino y todo aquel que estuviese ahí para atestiguarlo.
El ama de llaves frunció los labios al notar la inquietud de la joven rubia que ya se encontraba de nuevo buscando algo a través de la ventana.
Solo esperaba que su joven Reina también lo estuviese interpretando de tal forma.
...
La catedral de Nidarosdomen en Trondheim había sido el edificio sede de la coronación de los gobernantes noruegos desde 1814. Cientos de años antes había sido Bergen el sitio donde se coronaba a los reyes en la edad media, pero Nidaros siempre fue el recinto que guardó las joyas de la corona, por lo que fue una decisión lógica trasladar la ceremonia hasta dicho sitio en particular.
Justo a su lado desembocaba el Río Nidelva, en la parte meridional de la ciudad y no existía un recinto eclesiástico más grande sino hasta llegar a Suecia. Su arquitectura era la mejor representación del gótico nórdico, conservando fuertes influencias británicas en su fachada occidental y sus nueve portales, e importantes reminiscencias románicas en su transepto único, arcos, octógono y en los portales norte y sur. Con su conformación de cruz latina, arbotantes exteriores y sus más de cinco mil metros cuadrados, Nidarosdomen era una construcción simplemente excepcional. Todo un contraste con sus humildes orígenes como el stavkirke de madera que ancestralmente albergara los restos del Rey Olaf II, quien fuera nombrado santo al morir.
Cor Norvegiae (El Corazón de Noruega), era el nombre con el que se conocía a tal basílica, se había erigido en piedra luego de haber sobrevivido varios incendios a lo largo de su historia. Se llegaba ahí luego de un viaje de varias horas desde la capital, y era una obligación impuesta a los monarcas de Arendelle realizar tal peregrinaje, como muchos otros fieles y mostrar el respeto que el gobernante en ascenso debía profesar a sus ancestros y su fe.
Muchas cosas ocuparon la cabeza de Elsa en aquellos minutos en los que pasó en el presbiterio, arrodillada ante el altar mayor, mientras escuchaba cómo se le recitaban las virtudes de su larga línea familiar y le hacían renovar las promesas de la corona que ella debería perpetuar en pos de Dios y en beneficio de su reino.
La voz le tembló a Elsa al aceptarlas. Cada palabra pronunciada se convirtió en un peso invisible que se le anidó en el pecho y la hizo sentir aplastada e insignificante.
Casi como un ave que de buena gana se encontrara ahí extendiendo las alas para que se las cortasen.
Elsa apretó los dientes en su propio disgusto.
La habían preparado por años. Toda su vida Elsa estuvo consciente de que algún día su coronación se llevaría a cabo, por lo que el sudor frío que le permeaba la frente y la angustiosa necesidad de devolver el estómago no solo le resultaban irracionales, sino que le causaban una profunda irritación.
Conocía la teoría del rito, lo había leído y repasado muchas veces. No era ajena a las oraciones, sabía las respuestas; pero aun así tuvo que echar mano de todo su aplomo para soportar la comunión, sentía que en cuanto la hostia le tocara la lengua, un rayo la atravesaría cruzando el techo y los quemaría a todos. Ella mejor que nadie estaba consciente de los actos y pensamientos que no había confesado y que jamás pronunciaría ante los oídos de ningún clérigo ni de cualquier otro ser viviente en posición de juzgarla. La culpa y el miedo la carcomían tanto que casi dejó escapar el hielo de sus manos cuando le colocaron el aceite para la unción que debía frotarse por el cuerpo. Afortunadamente para ella, aquello era un acto privado y nadie pudo presenciar ese pequeño momento de estupidez, pero conforme la ceremonia avanzaba, más se acercaba el momento de ser envestida con las joyas de la corona y eso sí que le estaba ocasionando un ataque de pánico atroz.
El arzobispo que precedía el servicio levantó la corona en alto para que todos pudieran verla.
En otras circunstancias habría sido el Rey quien se encargaría de eso, pero si otras hubiesen sido las circunstancias... El Rey Agdar gobernaría Arendelle y Elsa sólo tendría que preocuparse por su extraña predilección de acostarse con exóticas mujeres con problemas (y aparentemente ser incapaz de olvidarlas cuando estas decidían sacarla de su vida)
La pieza de oro le calzó perfectamente en la cabeza a la princesa. La habían hecho especialmente para ella luego de que la corona de su madre se diera por perdida en el mar. Era delicada y fina, pero de algún modo la muchacha la sintió pesada. Muy pesada. Habría doblado más el cuerpo de no haberse encontrado haciendo penitencia y eso la alarmó. Por más ridículo que le pareciera, se encontraba en la penosa situación de tener que enderezarse inmediatamente de manera triunfal y no estaba para nada segura de querer estar haciendo aquello.
Elsa intentó calmarse, convencerse de que no podía estarle sucediendo nada mejor, que eso era lo que debía hacer y para lo que había llegado al mundo.
Con esos pensamientos en mente y como si le pidieran erguirse luego de colocarle una loza de piedra sobre la espalda, Elsa recibió sus sacramentos y se puso en pie.
Con justicia se alza su majestad
Resplandece, hermosa en toda su bondad
Se le corona con esperanza y fe
En su amada tierra Arendelle
Tal vez fue por el cambio de posición o porque la luz del sol que se colaba por los vitrales la iluminó en su calidez, Elsa no supo a qué atribuirle ese lapso de serenidad que la colmó al sentir que aceptar su destino era la decisión más noble, si bien le duró solo el segundo que se demoraron en presentarle el cetro y el orbe.
—Majestad... los guantes —le recordó el clérigo en un susurro temeroso cargado de incomodidad cuando notó el amago de la Reina de hacerse de las joyas con las manos aún cubiertas.
Elsa lo miró incrédula, casi prometiéndole pagar por tal atrevimiento al corregirla, pero no pudo culparlo; aquel hombre se encontraba ahí cumpliendo con su trabajo y ella se había ungido la piel con aceite sacramentado justamente para estar limpia y pura cuando sostuviera aquellos poderosos símbolos en sus manos desnudas como se suponía debía hacerlo.
Se sacó los guantes con cuidado, casi dolorosamente, y contuvo el aliento.
Extendió las manos con cautela, le temblaban tanto que tuvo que aguardar un momento antes de decidirse a afianzar los artilugios con los helados dedos. El efecto no se hizo esperar, pues apenas el orbe y el cetro descansaron en sus palmas y Elsa se volvió para encarar a la asistencia, una fina capa de escarcha comenzó a permear las superficies doradas, justificando todos sus miedos.
La Reina se concentró en regular su respiración, rogándole a todos los dioses porque aquel anciano pronunciara rápido el tradicional anuncio.
—"Sem hon heldr inum helgum eignum ok krýnd í þessum helga stað ek té fram fyrir yðr... Reina Elsa de Arendelle"
(Sosteniendo en sus manos las sagradas piezas y habiendo sido coronada en este lugar santo les presento a la Reina Elsa de Arendelle.)
—¡La Reina Elsa de Arendelle! —aclamaron los asistentes en coro.
Elsa devolvió las joyas tan pronto hubo finalizado su presentación y se calzó los guantes tan rápido como si estos fueran los responsables de brindarle oxígeno al cuerpo.
Suspiró con alivio y se mordió el labio, enredándose los dedos sobre el regazo mientras recibía humildemente el vitoreo de la concurrencia.
No se sentía muy virtuosa que digamos.
Se quedó ahí de pie, aguardando a que todos los asistentes se postraran ante ella para hincar la rodilla y rendirle su respectivo vasallaje.
La Reina se mantuvo estoica y formal en todo momento, aún y cuando se sentía haber mentido en todo. Ahí estaba, recién bendecida por Dios para gobernar cuando no creía enteramente en él, con su comunión inmerecida debido a su falsa confesión, con su naturaleza y su corazón bien ocultos, y la verdad de sus poderes sellada mágicamente con esos guantes especiales que llevaba encima...
Ahí estaba Elsa Arnadarl, la primera de su nombre, en una escalinata que la colocaba por encima de los demás cuando era en realidad tan humana y pecadora como cualquiera.
Tan proclive a caer en la tentación sin
importarle su alma mortal.
...
—Kyla... —gimió Elsa aferrando desesperadamente la trigueña espalda que se tensaba rítmicamente bajo sus dedos —sigue así...—le susurró al oído antes de cerrar los dientes alrededor del lóbulo de la sabia—. eso se siente bien...
Un jadeo desmayado fue lo que recibió la princesa como respuesta al sensual mandato, pero las palabras habían surtido el efecto deseado. La germana se estremeció cuando la regente optó por probarle la carne de los miembros que encontró cerca para acallar el placer que amenazaba con vocalizársele en la garganta por el trato que recibía.
—Elsa... —exhaló la morena disfrutando ese gesto impulsivo por parte de su amante.
La princesa y la sabia habían estado amándose desde la puesta del sol. El valle de Arendelle recibía el otoño con vientos helados y nubarrones que amenazaban precipitar una feroz tormenta sobre todo el Reino. El silencio de las calles y los muelles era sepulcral como si todo mundo anticipara ese mal tiempo pese a que la tarde había sido templada y apacible. El cielo podría caerse en cualquier instante, pero tal evento distaba mucho de importarle a las jóvenes que habían optado por guarecerse en la calidez de los aposentos reales.
Los cuerpos se fundían en aquel éxtasis embriagante. Ardían en fiebre al rojo vivo mientras hacían el amor en aquella oscuridad que les pertenencia, en su complicidad clandestina que las mantenía ancladas a la tierra, mientras los sentidos se perdían sin amarras como barcos en el mar.
A la deriva, como un viaje tempestuoso; así se percibía el adorarse de esa forma, tan honesta y tan vacilante. Con acciones contundentes que se anteponían a las dudas y a las verdades que se negaban a salir a la luz.
Lo moral y lo incorrecto, lo bueno y lo malo, lo que reconforta, para más tarde provocar aflicción. Nada se pensaba en momentos así, en esas situaciones en las que todo era un mero impulso y el cuerpo era el que se encargaba de encontrar satisfacción.
Los cabellos, tan opuestos, se tocaban brevemente cuando la inercia los mecía. Perlas con sabor a sal les cubría cada centímetro de piel. Los labios, extenuados, se buscaban con ahínco pese a llevar horas en aquella tarea como si necesitaran repetirla por siempre.
la princesa y la extranjera se entregaban en cuerpo y alma a la otra, como si haberse prometido los corazones no hubiese sido suficiente.
Kyla tensó los músculos ignorando el entumecimiento que se iba apoderando de sus tendones, entrecerraba los ojos en concentración para mantener el paso de la hermosa doncella que se estremecía bajo su tacto en espasmos cada vez mes irregulares.
—¿Que sientes? —resopló la sabia entre los labios de su dama al reclinarse sobre ella.
—A ti... —gimió Elsa en su desmayo—. Te siento a ti... Yo... Ahh...
La monarca cerró los ojos dejándose llevar por esa sensación tan conocida a esas alturas, pero que no dejaba de abrumarla ni sorprenderla cada vez que la germana la empujaba a experimentarla.
Aquello era como morir, o al menos a Elsa así se lo parecía. El corazón le latía tan rápido que sentía que podía estallarle dentro del pecho. El calor en su cuerpo era un infierno y de pronto las fuerzas la abandonaban como si estuviera lista para dejar el mundo ahí tendida sobre su cama. Se abrazó fuertemente al cuerpo de su trigueña. De saber lo que le ocurría físicamente Elsa habría gritado de miedo, pero no pudo evitar hacerlo por lo mucho que le gustaba sentirse desfallecer de esa forma tan intensa.
Una corriente de viento arrastró cristales azules por el techo de la habitación y la iluminaron brevemente hasta que de nuevo reinaron el silencio y la penumbra en aquel espacio.
Sus respiraciones profundas se encargaron de llenar el vacío cabildante en lo que la vida finalmente les retornaba a los cuerpos.
La princesa se apretó los ojos con las palmas heladas mientras el aire le iba llenando los pulmones y su pulso descendía a un ritmo más normal. Abrió la mirada cobalto gradualmente para apreciar con total nitidez la expresión complacida de la mujer que desde su ángulo de visión lucía tan bella como imponente en su total desnudez.
Elsa curvó los labios sobrellevando los remanentes de su orgasmo.
—¿Es cierto que los gigantes son una fuerza de la naturaleza? —soltó casi sin aliento al sujetar el rostro de la morena jadeante que tenía encima.
Kyla la miraba intensamente con esos ojos violetas salvajes luego de haber llevado a su princesa hasta aquel estado por tercera vez en lo que iba de la noche. Sin duda era una curiosa analogía.
—¿Gigantes? —exhaló la sabia acalorada y confusamente como si el pensamiento racional no le estuviera funcionando en ese momento.
Kyla sonrió con satisfacción cuando la monarca le dedicó una tierna sonrisa para luego deslizarle las manos entre la melena azabache y plantarle un beso en los labios, le rodeó el cuello con los brazos para atraerla hacia su cuerpo y lograr así que la sonrosada mejilla extranjera terminara reposando sobre su real y agitado pecho.
—Gigantes, amor. Eso he dicho —le respondió con paciencia al tiempo que le acariciaba la cabeza a su amante, hundiendo los dedos entre mechones negros—. ¿Sabías que se les conoce de tal forma?
—Yo lo sé todo mein Schatz... —susurró la sabia de manera pausada, como adormeciéndose con el toque, pero sonriéndose por lo bajo. Arqueó las cejas en un intento por espabilarse—. los gigantes son la fuerza de la naturaleza, sí, pero se trata de la que es destructiva. La que ocasiona caos y sufrimiento —aclaró con pomposa sapiencia—. Me parece que te tomas libertades para tomar una interpretación como esa.
Elsa le hizo una mueca de fastidio. A veces se olvidaba de que aquella sabia indisciplinada era una prodigio dentro de su orden.
—Bueno, es cierto que siempre los mencionan en terribles desastres —admitió Elsa de mala gana—, pero ellos fueron también grandes creadores... —divagó moviendo los dedos como si fuera a enumerarlo todo—. El mundo se hizo usando el cuerpo de Ymir...
—Te refieres a Odín y los AEsir destazando a ese sujeto para hacer los nueve mundos con sus restos, ¿No? —atajó la morena enarcando una ceja—. Los gigantes siempre fueron creaturas en constante oposición a los deseos de los dioses, cariño.
La regente resopló, pensó un momento tratando de dar con un mejor ejemplo.
—Los océanos los llenó McLear con su llanto cuando perdió a su gran amor, así que de algún modo deben ser creaturas compasivas.
Kyla torció las cejas como si lo expresado por Elsa se tratara de un completo error.
—McLear se sacó el corazón para nunca más sentir pena y se convirtió en un risco enorme azotado por las olas que se formaron de su propia melancolía. Es un sitio solitario... pero es hermoso, eso sí, muy hermoso...
—Shhh, ¿Será que puedo continuar? —exigió la rubia tirando del mechón de cabello negro más próximo—. Deja de corregirme, sabía petulante. Quiero llegar a un punto importante.
—Te escucho entonces, alteza... —se sonrió la morena, encogiéndose se hombros.
Elsa guardó silencio, como pensando mejor lo que diría en esa ocasión. Recorría los hombros y la espalda de la germana distrayéndose con los bordes palpables de sus cicatrices
—Cuando éramos niñas eras pequeña —soltó de pronto absorta.
—Lo era —corroboró Kyla, arqueando las cejas.
—Eras muy bajita, casi como Anna... —continuó la princesa como si por primera vez cayera en cuenta de aquello.
—Si y enfermiza también —añadió la sabia restándole importancia—. Mis padres hicieron siempre de todo para cuidarme los resfriados. Los podía poner muy nerviosos sólo oírme carraspear.
—Puedo comprenderlos —se estremeció Elsa, al rodear el cuerpo trigueño entre sus brazos—. A mí me asustó mucho también escucharte enfermar y delirar en sueños afiebrados —miró a la sabia con una expresión de dolorido reproche—. Kyla me suplicaste que te matara la noche que fijé mi cabello en tu capa. Te estabas muriendo en mi lecho... Jamás me había sentido tan aterrada e impotente —confesó Elsa con voz temblorosa.
—Eso ya pasó, mein Schatz. Estoy aquí. —susurró la morena extendiendo los dedos para acariciar la blanca mejilla de su princesa en un intento por apartarle ese sombrío recuerdo—. Todo está bien ahora y así seguirá —le aseguró con seriedad.
Elsa sujetó la mano de Kyla, la sostuvo entre las suyas. Eran grandes y pesadas; pero esbeltas y finas, las manos hábiles de una artesana que igualmente castigaba delincuentes fugitivos como podía cuidar con gentileza de una frágil flor.
—Un Jöttun... En teoría podría tener poderes como los míos, ¿no es así? —inquirió Elsa torciendo las cejas.
Kyla se removió en su sitio, pero la posición y el agarre en que la mantenía la monarca, le impedía hacer otra cosa más que enfrentarla.
La morena titubeó, pero pronto se quedó sin más remedio que contestarle.
—En teoría, sí —le dijo lacónicamente—. Pero no se trataría de una magia hermosa como la tuya... —aclaró meneando la cabeza—. Sería una fuerza invernal destructiva. Un invierno producido por un gigante de hielo.
—Pero ellos serían capaces de soportar un toque muy helado, ¿No es cierto? ¿Un toque tan frío como el mío? —preguntó Elsa con curiosidad.
—Bueno, sí —concluyó Kyla gesticulando con los dedos—, se dice que la piel la tienen dura como el metal y que es fría como los témpanos del infierno.
—Sí, eso fue justo lo que pensé... —susurró Elsa, desanimada por saberse en lo correcto.
Kyla torció las cejas en su extrañeza, miró por sobre su hombro, en donde las manos de su amante exhibían los rastros de un fulgor azulado que se extinguía, los pálidos dedos le habían congelado ya la mitad de la espalda.
La mirada violeta de la sabia se dilató en su alteración. El hielo crujía y le abarcaba cada vez más piel descubierta pero la germana no se inmutaba.
—Elsa... ¿Qué es lo que intentas probar? —le preguntó finalmente con la tristeza patente en los ojos amatistas cansados.
—Kyla... ¿Hay algo en ti que tienes miedo de explicarme? —le dijo con preocupada comprensión—. Algo... ¿Tan descabellado que sería difícil de creer incluso para una seiðr con poderes de hielo? ¿Algo tan imposible que te hizo daño todo este tiempo? Que te estuvo afectando por años...
—¿Por qué has llegado a esas conclusiones?... —susurró Kyla doloridamente al entenderlo. La sabia torció las cejas tensando fuertemente la mandíbula—. No, tú no lo hiciste...
—Kyla, tranquila —dijo Elsa con cautela.
—No debiste indagar nada de eso —contestó con enfado—. Esa parte de mí. No quería que tuvieras que llegar a la conclusión de que soy un fenómeno.
—No he dicho tal cosa —se defendió la regente tanteándose los dedos.
—Pero lo crees, estás pensándolo justo ahora. Así como lo han hecho todos. No puedes ser condescendiente conmigo —gruñó la morena al cerrar los enormes dedos en puños.
Kyla apretó los dientes, tensando los músculos y en un segundo se liberó del hielo que la aprisionaba. Elsa se encogió en su sitio. La sabia negó con los hombros y la cabeza gachos.
—No lo entiendes... Yo no pedí esto —jadeó con los dedos enredándose a la altura de su corazón—. No fui yo... —le dijo replegándose como un animal asustado.
Elsa se enderezó, acortó la distancia entre ellas. Observó fijamente la cicatriz que la sabia tenía en el pecho.
—Yo... Vi el bosque congelado —le reveló en voz queda—. Lo he visto un par de veces... Y te he visto ahí.
Kyla resopló cubriéndose el rostro como si no pudiera dar crédito a lo que escuchaba, como si las palabras de la princesa fueran una aberración sacada de una pesadilla. Así se veía el control cuando se le escapaba de las manos. La sabia se compuso de la mejor forma posible y la encaró con seriedad. Elsa por primera vez pudo notar como lucía la expresión de incertidumbre en la normalmente calma germana.
—¿Qué cosa has visto? —soltó como si intentase reensamblar algo roto en cientos de pedazos desperdigados por el suelo y no tuviera idea de cómo comenzar.
Elsa se tensó, pero se puso a hacer memoria.
—He visto a un lobo, una cierva, a un terrible gigante y a una mujer de negro. —dijo con presteza.
—Una mujer... —masculló la morena, con los ojos violetas muy abiertos.
—Una mujer atemorizante y cruel —corroboró Elsa recordando todo lo que había visto—. Ella... No la vi muy bien, pero era espeluznante.
—¿Ella te vio? —soltó Kyla de manera inquieta.
—¿Qué cosa? —respondió la regente frunciendo el entrecejo.
—E-esa mujer —repitió Kyla con un temor reverente en la voz—. ¿Ella te ha visto?, ¿Ella te vio? Tu... La viste a la distancia o...?
—Ella habló conmigo —la cortó Elsa con amabilidad—. Me dijo que meterme en los secretos ajenos era peligroso.
—¡Maldición! —soltó la sabia al salirse de la cama y comenzar a vestirse con premura. Se metió en las calzas y forcejeó con su blusón, recorrió el cuarto recogiendo todas sus prendas como si su intención fuera escaparse a otro continente, así como estaba semivestida.
Elsa se echó la bata encima, a punto de darle caza.
—Kyla, qué es lo que...
La sabia se quedó quieta, se agachó para levantar la capa blanca que horas antes la princesa le arrancara de los hombros mientras la besaba en ese gesto apasionado que la hizo terminar ahí.
—Esto no está bien —susurró con tristeza.
Miró la runa hecha de cabello platino bordada en su capucha, la apretó entre los dedos como si le disgustara verla ahí y al mismo tiempo la desolara.
—Esto es malo, Elsa. Dioses... Es muy malo... Yo...
Lo siento...
La sabia se dobló en sí misma apretándose las sienes. Elsa se inclinó a su lado, colocando su mano sobre su hombro.
—¿Qué es lo que? ¿Kyla, cariño, estás llorando?
La sabia guardó silencio, pero los hombros le temblaron, el rostro enrojecido lo mantuvo oculto en la postura que conservó cabizbaja.
—Tengo que irme... —respondió afectada poniéndose de pie—. Necesito tomar un poco de aire y... Pensar —dijo jadeando con el cuerpo doblado sobre las rodillas—. Necesito pensar. T-tengo que arreglar esto.
—¿A esta hora? ¿Estás segura? —dijo Elsa estudiándola con preocupación—. ¿Kyla que ocurre? Si te ha ofendido algo de lo que te he dicho antes discúlpame por favor, pero no te vayas. Tenemos que hablar sobre esto.
Kyla se detuvo ante la puerta, se apoyó en la pared con la respiración todavía agitada. El cuerpo entero le temblaba, pero se aclaró la garganta antes de contestarle a la abrumada princesa.
—¿Cómo podría escabullirme, mein Schatz? —le dijo al girarse levemente y mirarla por sobre el hombro—. Mañana pasaremos todo el día juntas, ¿O me equivoco? Debes tener muchos planes.
—Es tu cumpleaños —pronunció Elsa tímidamente, cruzándose de brazos.
—Es mi cumpleaños —sonrió la sabia al asentirle.
Kyla se pasó la capa sobre los hombros y giró la manija de la puerta. Elsa la llamó antes de que su cuerpo desapareciera en la oscuridad del corredor vacío.
—Oye, no importa lo extraño que sea todo esto que esté pasando. Te amo y lo sabes, ¿Cierto?
—Lo sé —susurró la morena al retirarse y cerrar la puerta tras de sí.
...
—Te ves muy hermosa —pronunció Elsa por debajo de la música que sonaba en el gran salón.
Aquel era un halago sincero. Anna se veía esplendorosa en su vestido de gala ¡Y con el cabello en alto para variar! Llevaba una faja negra con decorados tradicionales y una elegante falda plisada con motivos alegres en ese tono de verde que siempre le había quedado bien. No estaba muy segura del escote, le parecían muy casaderos esos hombros descubiertos, pero tuvo que hacer todo lo posible por no sonrojarse al notarlos tan llenos de pecas. La Reina se pensó escandalizada que por obra de la sabia que había querido tanto ahora apreciaba lo que para muchos podría considerarse como una imperfección, pues ese rasgo en su hermana le pareció una característica bastante sensual.
La monarca tuvo que admitirse que haber probado los placeres del sexo y luego abandonarlo por meses estaba causando estragos en ella si es que estaba teniendo esa clase de pensamientos, pero le estaba resultando muy difícil el panorama internacional de mujeres bellas que desfilaban ante su trono, si bien lo hacían estas del brazo de sus esposos.
—¿Qué? Espera, ¿Me hablas a mí? —fue la sorprendida respuesta de la efusiva princesa.
Elsa no pudo culpar a su hermana por entrar en un ataque de nervios semejante, después de todo no se habían hablado desde la última vez que discutieron en su despacho para decirse sus verdades, aún si no fueron todas las que a ella le hubiese gustado.
Odiaba tener que ocultarle el verdadero motivo por el que la evitaba, el verdadero sacrificio que había hecho por ella; pero si algo se estaba volviendo común en Elsa era anteponer el beneficio de los demás por sobre el suyo. Pese a los buenos y malos momentos que vivieron en su acercamiento desde el ostara hasta la partida de Kyla, Elsa no olvidaba que el verdadero peligro se hallaba en su magia y en la posibilidad de dañar a Anna nuevamente. Era solo cuestión de que su hermana recordara el accidente que tuvieron de niñas para que su cuerpo terminara lo qué había comenzado. El mechón blanco de su melena pelirroja era viva muestra de esa teoría.
Kyla muchas veces le aseguró lo contrario, pero ella también le aseguró muchas otras cosas que ya no podía cumplirle, por lo que no estaba dispuesta a seguir sus consejos.
Aun así, Elsa se las ingenió para fastidiar a Anna como toda buena hermana mayor lo haría. En cuanto vio a ese viejo lisonjero de Weselton, le endilgó la tarea de lidiar con él a la pobre pelirroja, quién se tuvo que llevar no solo la humillación de participar en un horrible baile sino también los pisotones que hubo de por medio.
—Me gustaría que todos los días pudieran ser así Elsa —le dijo alegremente la muchacha al volver.
—También, a mi —admitió la Reina compartiendo su entusiasmo—. Pero no se puede —concluyó con tristeza.
No se creía con la energía para eso, ya no tenía con ella el optimismo crédulo de una chiquilla enamorada. Se sentía de hecho bastante agotada. Tal vez amargada a tan temprana edad. Creía que luego de la fiesta podría irse a dormir por varios meses. Estaba demasiado cansada para seguir pretendiendo ser tantas cosas que no era como para seguir prolongando esa tortura; pero ¿cómo iba a comprender su inocente hermana algo como aquello? Si para ella las puertas abiertas significaban tantas posibilidades de libertad y sueños por cumplir.
Luna de miel, rosa pastel, clichés y tonterías.
—¿Por qué no? —chilló la pelirroja con sentimiento.
—¡Porque no! —soltó irascible la Reina.
Elsa se lamentó de inmediato haber exclamado su frustración de esa forma, con quien menos debía enfadarse. No era culpa de Anna nada de eso. Ella no debía pagar por cada minuto que ella se sentía desdichada.
—Discúlpame un momento —la escuchó susurrarle cuando le dio la espalda.
Elsa la observó retirarse acongojada para tropezarse unos pasos más adelante con el galante príncipe de las Islas del Sur quién seguramente estaría muy dispuesto a consolarla. La Reina apretó los puños y no les quitó la vista de encima hasta que desaparecieron de su vigilancia cuando se enfilaron a los jardines. La monarca hizo una seña y envió a un par de guardias en su búsqueda y con eso tuvo que conformarse si no quería iniciar un conflicto bélico en su primer día en el trono.
Elsa se acercó una copa, se la bebió de un trago, tan ofuscada como se sentía, ni siquiera le importó averiguar lo que era, apretó los párpados y frunció los labios al caer en cuenta que el licor se trataba de akevitt y que el golpe de alcohol en su cuerpo se asemejó mucho a recibir una patada de reno en la cabeza. La muchacha se apretó las sienes con los dedos, maldiciendo para sus adentros.
No veía la hora para que aquel festejo terminase.
Fue buscando divisar a los meseros que cargaban las charolas de bocadillos que esa silueta roja volvió a entrarle por las pupilas a la Reina.
Solo que la distancia ya no era tan lejana como para que Elsa la confundiera con quien no debía. Mentalmente se reprendió por siquiera haberlo imaginado.
Aquella no era Kyla Frei, no podía serlo, pero la sabia roja que deambulaba ahí en su presencia tampoco le resultaba tan desconocida.
Ahí estaba Elena Von Schneider en ese estado de solemne contemplación que le había visto siempre. El escarlata la cubría de pies a cabeza, (siendo los materiales de sus prendas finos y elegantes para la ocasión).
Su postura era tan seria y enigmática que parecía el canon ideal de sabio que debía ser respetado, aunque por lo demás pudiera resultar una terrible distracción. Su cabello color de paja había pasado de algún peinado elaborado y usaba un discreto trenzado que le despejaba el rostro, al tiempo que le dejaba libre la mitad de la cabellera, los rubicundos mechones se posaban sobre hombros descubiertos que podían darse el lujo de disfrutar el frescor de esa noche veraniega. Elsa suspiró sabiendo que ella, por el contrario, no exhibía un sólo centímetro de piel desde el mentón hacia abajo, como si el hecho de mostrar su cuerpo invitara al resto del mundo a mirarla como era en realidad.
La Reina se apretó los dedos cuando sintió el hielo constriñéndosele en el pecho ante la idea.
Elsa le dedicó una ligera inclinación a una pareja de invitados que la reverenció y regresó su atención a la sabia sureña. Se sintió un poco irritada por encontrarse admirándola. Se suponía que esa académica se ocultara en las sombras junto a su amo, pero no podía negar que su belleza la hacía resaltar de manera irremediable. Se preguntó por un momento que estaría haciendo ahí, pero la explicación la tuvo en cuanto se percató de la persona a la que le seguía los pasos.
Era una hermosa joven de cabello castaño y brillantes ojos verdes que era toda sonrisa y simpatía. Su apariencia era muy extraña, a decir verdad, con ese corte tan inusual y esos modos tan poco refinados, como si no estuviese muy familiarizada con las reglas de los eventos formales; pero su autenticidad era ciertamente refrescante. Le recordaba un poco a su hermana Anna. Elsa notó que de vez en cuando esa doncella se giraba hacia Elena cuando algún asistente se acercaba, sin duda alguna para que la rubia la informara sobre la identidad y el estandarte de quienes la abordaran. Aquella muchacha de noble cuna debía tratarse de la princesa Rapunzel, la que tan solo un par de años antes estuviera perdida.
Elsa le dedicó una sonrisa amable cuando se dio cuenta que la joven se encaminaba hacia ella y le presentaba una cortés inclinación.
—Felicitaciones, su Majestad —le dijo con alegría—. Arendelle es un país hermoso y todo ha sido muy bello hasta ahora. Le deseo tiempos de paz y prosperidad en su reinado.
—Es muy amable, princesa —le concedió la Reina, asintiéndole con ligereza—. Es un gran honor que el Rey Frederic la haya enviado a usted en representación para mi envestidura.
—Oh, no, mi padre no me ha enviado —explicó la muchacha—. Tampoco se opuso, por supuesto —aclaró con premura—. Lo que quiero decir es que yo tenía muchos deseos de venir y conocerla —le dijo tímidamente entrelazándose los dedos. Se estremeció como si le resultara complicado proseguir—. Yo... me enteré de sus padres —susurró al torcer las cejas con aflicción—. Lo siento mucho. Desde que ocurrió me ha pesado mucho ese hecho. Si no me hubiesen encontrado... tal vez nada de eso habría ocurrido...
Elsa la miró con los ojos muy abiertos. Aquello era lo último que habría pensado escuchar de su parte. La princesa era muy pequeña en comparación con su propia altura. Era bajita y menuda, pero justo en ese momento la resolución en su semblante la hacía ver como alguien dominante. Un sentimiento muy intenso le brillaba en la mirada. La monarca no atinó a decidirse si se trataba de pena o una terrible culpa lo que vislumbraba en ella. pero fuera cual fuera la razón por la que le decía eso, parecía hacerlo muy en serio.
La Reina descendió los escalones del entarimado situado bajo el trono para que estuvieran ambas al mismo nivel.
—No diga eso, princesa —le contestó con amabilidad—. Nunca habría pensado en reprocharle tal suceso. Si usted no hubiese sido encontrada, el día de hoy sus soberanos padres seguirían sufriendo su ausencia. Por favor no guarde resentimientos. Lo que ocurrió con los Reyes de Arendelle fue un infortunio que lamentamos constantemente, pero no fue culpa de nadie. Las cosas suceden por una razón.
Elsa notó por sobre el hombro de la castaña que Elena le dedicaba un ligero gesto afirmativo como si aprobara lo que había dicho. Rapunzel se pasó los dedos bajo los ojos y suspiró brevemente.
—Que noble es usted —exclamó la princesa con profunda admiración—. Me gustaría algún día contar con su gracia, y con su amistad, por supuesto —añadió curvando levemente las comisuras de los labios.
Elsa le retornó el gesto.
—Princesa, me temo que es usted encantadora, y abusando de su buena fe, me atreveré a tomarle inmediatamente la palabra —le dijo en tono de disculpa—. ¿Será que puede permitir que su sabia me acompañe por un momento? No será mucho, se lo prometo.
Rapunzel se meneó un poco, desconcertada, miró de reojo a la sabia roja a su espalda, pero Elena le asintió con calma. La muchacha le devolvió el gesto, reflejando más confianza.
—Por supuesto, majestad. Mi prometido debe estar acabando con toda la comida del lugar, así que sería buena idea encontrarme con él. Elena, por favor, asiste a la Reina Elsa en lo que necesite, luego puedes reunirte con nosotros.
—Como ordene usted, alteza —respondió la rubia, realizando una reverencia.
Rapunzel se retiró, dejando solas a la Reina y a la académica. Ambas se estudiaron con fijeza durante el breve silencio que hizo la banda antes de dar inicio con otra pieza musical. Elsa se dio la vuelta y recuperó su lugar en el trono, un par de escalones por encima del piso.
—Ahora entiendo que fue a ti a quien vi en la ciudadela esta mañana —dijo Elsa entrelazándose las manos en el regazo, frunció el ceño de manera pensativa—. Por un momento, yo... creo que mis ojos me jugaron un engaño —terminó graciosamente.
—Es una equivocación comprensible —respondió la sabia sin inmutarse.
—¿Como está ella? —soltó Elsa sin tapujo alguno, tanteándose las puntas de los dedos.
La germana arqueó la ceja de forma dubitativa.
—¿Usted cree que es apropiado averiguarlo esta noche, majestad? Hoy ha ascendido al trono. Debería disfrutar su velada.
Elsa se cruzó de brazos, enarcó una ceja ante el evidente intento de la académica por evitar el tema.
—Era de esperarse que resultara tan sabio tu consejo —le dijo celebrándoselo.
Elena suspiró haciendo un gesto negativo con la cabeza, al parecer se había hecho con antelación a la idea de tener que responder esa pregunta ante lo empedernida que podía ser esa Reina escandinava.
—Ella aún vive. Sé que esa debe ser su principal incógnita —explicó encogiéndose de hombros—. Kyla soportó el invierno... lo mejor que pudo. La llevamos a su hogar a mitad de primavera. Está en manos de su familia ahora.
—Dios mío, ¿cómo resultó eso?
—Fue... Difícil entregarla a sus padres —dijo la sabia como si le doliera recordarlo—. La hermana Frei mantiene un estado decadente, pero por alguna razón se aferra a este mundo —soltó, clavándole a la Reina la intensa mirada azul—. Ha sido duro para todos.
Elsa torció las cejas procesando aquello.
—Había estado esperando noticias suyas estos meses, Elena, ¿Qué ha pasado?
—Ella no lo deseaba así —atajó la germana con gesto negativo—. Estoy faltando ahora mismo a mi palabra al contarle, pero sé que no es justo que la mantengan en la oscuridad respecto a esto. Usted merece tener un cierre en la historia que han vivido... Y no me malentienda, sé que las acciones de Kyla no obedecen a un sentimiento mezquino sino de piedad. La hermana Frei habría querido que la recordara de cierta forma... cómo era antes —le pronunció incómodamente.
—¿A qué te refieres? —inquirió la Reina de manera afectada.
—Su aspecto está comenzando a alcanzar a su enfermedad —explicó, acariciándose los antebrazos—. Tal vez si la viera ahora... no sería capaz de reconocerla. Ya no es visible ni siquiera en su forma de ser... ella... está muy perdida en lo que sea que ocurra en su mente, no tengo idea de la clase de cosas que le estén destruyendo las ideas, pero no parece diferenciar mucho sus sueños o lo que ve de la realidad. Es... Lamento no poder brindarle una noticia mejor —concluyó arrebujándose en su capa escarlata.
Elsa apretó los dedos, tensándose. Se negaba a imaginar a su sabia como alguna demente delirante que ya no fuera capaz de identificar.
—¿Por qué has venido, Elena? —inquirió la Reina tal vez con más dureza de la que habría deseado.
—Porque cuando los momentos de Kyla son mejores y parece tratarse de ella misma, se desvive preguntando si su coronación ya se ha llevado a cabo. Tenía que estar aquí presente para volver y contarle —explicó la sabia con las manos entrelazadas—. Estoy aquí porque así me lo ha pedido. Al igual que usted, no tengo el cuadro completo de las intenciones de Kyla, sabe bien que ella no es muy afín a las explicaciones; pero no tuve corazón para negarme. Bien esto podría corresponder a su última voluntad.
Elsa asintió, compartiendo la misma idea que la joven académica. De pronto cayó en cuenta de algo, rebuscando en el interior de su guante, se sacó un cuadro pequeño de pergamino que desdobló hasta extenderlo frente a la sabia que se acercó con interés para estudiarlo.
—Ella me ha hecho llegar esto hoy. No tenía firma, pero sé que ha sido ella. Recuerdo haber visto este símbolo en otro mensaje suyo. Tu... ¿Puedes interpretarlo, Elena?
La sabia miró el pictograma, alzó las cejas estudiando el rostro de la expectante monarca. Le asintió con la cabeza al cabo de escasos segundos.
—Es un triskelion, una marca de poniente —explicó Elena—, de antiguas ceremonias matrimoniales del mediterráneo.
Elsa observó el papel que sostenía entre las manos.
—¿Y qué representa?
—La eternidad del amor —dijo la sabia como tratando de simplificar un concepto muy complejo—. Un sentimiento que cruza los tres planos que existen. La vida, la muerte y el más allá. Los griegos creían que el amor era una fuerza tan poderosa que cuando era verdadera no podía destruirse. Incluso tienen una deidad exclusivamente para englobar tal virtud. Los Celtas comparten un símbolo semejante para englobar los estados del cuerpo, la mente y el alma. Ambas culturas le imbuyen un poder que trasciende la muerte.
Elsa se mordió el labio sopesando esas ideas. Dobló de nuevo el pergamino, guardándoselo en su escondite previo.
—Entiendo... —susurró ensimismadamente.
Elena estudió la postura afectada de la monarca, dio un paso hacia adelante para hablarle más en confidencia.
—Reina Elsa, si me permite un consejo de sabia... —le dijo al inclinarse cerca de su oído.
—Adelante, Elena, puedes hablar libremente.
—Yo tendría cuidado esta noche de ser usted —le advirtió seriamente en un susurro—. Si Kyla ha marcado el día de hoy de alguna forma, debe obedecer a algún suceso de gran magnitud.
—¿No es mi coronación lo suficientemente relevante? —bromeó para ocultar el nervio que le provocaba imaginarlo.
La sabia retrocedió para encarar a la Reina.
—Usted lleva magia de sangre en las manos —le dijo casi en un tono acusador—. La ha llevado encima por demasiado tiempo y solo los dioses saben lo que podría pasar con eso. Debe replantearse si sus sentimientos no están nublándole la razón y en dado caso, deberá lidiar con sus consecuencias.
Elena miro de reojo a la perpleja monarca, sus ojos se posaron en los guantes celestes que Elsa vestía en las manos, y frunció el entrecejo. Meneó la cabeza como quitándose de encima terribles pensamientos, le dedicó una reverencia a la nueva gobernante de Arendelle antes de dar por terminada aquella charla.
—Cuídese mucho, majestad.
Elsa permaneció intranquila después de eso. Se enredaba los dedos enguantados, observando de cerca las fibras y los símbolos que los decoraban. El recuerdo de una desorientada morena con los antebrazos ensangrentados deambulando fuera de esos mismos muros en una noche de tormenta no dejó de rondarle la cabeza.
Elsa tenía muy presente ese evento, cuando le pidió a esa sabia blanca que partiera de sus tierras en un intento por liberarla del yugo de ese amor que las mantenía esclavizadas, incluso cuando ya al final solo parecían estarse guardando resentimientos por algún motivo.
Elsa no lo entendía, creyó que luego de mantener esa amistad con Kyla Frei durante más de diez años y todo lo que vivieron durante su cortejo y la intimidad podría haber servido para fortalecer su relación, pero la realidad fue mucho más difícil de sobrellevar; por eso le enervó la sangre la sarta de tonterías que escuchó de labios de su hermana, cuando esta tuvo el descaro de presentarle a Hans Westergard como prospecto a consorte con tan solo un par de horas de diálogo de por medio.
—Anna, ¿qué sabes tú del amor verdadero? —le soltó en un bufido histérico cargado de incredulidad.
No podía creer que semejante escena se le estaba montando en su presencia. Ya tendría palabras que intercambiar con ese par en cuanto los tuviera a solas ante su escritorio en su despacho y peores eran las ideas que tenía preparadas para los guardias que envió a custodiarlos.
—Más que tú, que solo sabes alejar a los demás —contraatacó la pelirroja, como si llevara años tratando de soltarle aquello.
Elsa perdió en un segundo la expresión regia que había mantenido toda la velada.
¿Cómo se atrevía Anna a soltarle semejante idiotez en la cara?
Había sido Ella la confinada al encierro durante trece años por mantenerla a salvo, la que se ocultaba y no sentía. La que cargaba el peso de todo ahí. Las responsabilidades y las culpas. Había renunciado de verdad a su único amor que se estaba muriendo muy lejos de ahí, por anteponer lo que era correcto por sobre sus deseos, y en ese momento Elsa se sentía que era la única preocupada por lo que pasara con el Reino.
Era como si solamente ella pudiera ver completamente el panorama de lo que estaba sucediendo.
El reclamo de su hermana la hirió profundamente y le hizo hervir la sangre con una ira que se le estaba volviendo irracional.
Se suponía que eran familia, lo que quedaba del linaje de los Arnadarl, Elsa se indignó muchísimo cuando su hermana a la primera oportunidad se decantó por respaldar completamente a un perfecto extraño. La Reina los miró con desdén pensando que, si aquella serpiente sureña le rompía él corazón a Anna, se lo tendría bien merecido por estúpida.
—¡Entonces vete! —le soltó venenosamente como si la decisión estuviera ya tomada.
La Reina se giró con la clara intención de alejarse y dejar ese tema inconcluso.
Si Anna quería casarse con ese insulso príncipe y probar la libertad que tanto añoraba, no iba a detenerla; pero por sobre su cadáver iba a permitirle establecerse en Arendelle.
Elsa por nada del mundo les otorgaría su bendición.
Ordenó la finalización de la fiesta y se dispuso a olvidarse de todo en sus aposentos. Redactaba mentalmente la carta que, por supuesto le haría llegar al Rey Haagen al respecto, haciéndole ver la ofensa de la que responsabilizaría enteramente a su ambicioso hijo. Ignoró por completo los chillidos de la pelirroja princesa a su espalda.
La salida le habría salido perfecta a Elsa si tan solo su hermana no la hubiera aferrado del brazo, arrancándole el guante en el proceso.
La Reina se giró inmediatamente sintiéndose entrar en pánico por la desnudez de aquella extremidad expuesta, se metió la mano bajo la axila al tiempo que extendía el otro brazo de manera imperativa.
—Devuélveme mi guante —ordenó.
Ante la negativa de su hermana, Elsa se enfureció, dándole la espalda. Prefería subir hasta su alcoba que quedarse ahí y protagonizar un escándalo. Torció las cejas doloridamente. Se sentía extraña, el pulso se le estaba acelerando y la visión se le nublaba. Los invitados más cercanos estaban comenzando a fijar su atención en ellas.
—¿Qué es lo que te hice alguna vez? —chilló Anna a la distancia—. ¿Qué cosa tan mala te hice que no eres capaz de perdonarme?
Elsa jadeó y constriñó los dientes, buscó con la vista a Gerda para que la sacara de aquella situación, pero no pudo divisarla. Las piernas le flaqueaban, sentía el pulso retumbándole en las sienes.
—Anna ya es suficiente —le advirtió por sobre el hombro.
Pero aquello no frenó a la alterada princesa. Parecía que una vez iniciado tal reclamo no iba a detenerse hasta expresarle toda la frustración que se le agolpaba en el pecho.
Los murmullos de los invitados se convirtieron en un zumbido en los oídos de la Reina. El dolor que la punzaba internamente la estremecía en la creciente frialdad que amenazaba con asfixiarla.
—¿Por qué me sacas de tu vida? —gritó Anna en su consternación —¿por qué sacas de tu vida a todo el mundo?
¡A QUÉ LE TIENES TANTO MIEDO!
Elsa apretó el puño con fuerza, una tormenta terrible se le estaba gestando en el interior. Todo el cuerpo le punzaba, estremecido por la rabia.
—¡HE DICHO QUE YA BASTA! —bramó la Reina al girarse iracunda, totalmente fuera de sí.
Un haz de luz azulada estalló desde las puntas de sus dedos, cobrando la forma de filosos trozos de hielo que se impactaron en el suelo del salón ante la aterrada monarca.
El salón entero enmudeció al presenciar aquel despliegue.
—Elsa... —jadeó Anna, completamente atónita.
La Reina respiraba pesadamente, se observó la mano desnuda incapaz de creer lo que acababa de hacer ahí en presencia de medio mundo. Su mirada cobalto recorrió la concurrencia, le pareció que todo eso estaba ocurriendo muy lentamente.
Entre las expresiones sorprendidas y desencajadas, Elsa distinguió el rostro calmo de la sabia roja germana que se mantenía con los brazos cruzados detrás de una impresionada Rapunzel.
—Corra —le dijo Elena moviendo mudamente los labios.
De pronto el mundo recuperó su ritmo normal. Elsa retrocedió, tanteando a su espalda, giró la perilla de una puerta que utilizó para escapar de ese sitio a toda velocidad.
—¡Seiðr! —escuchaba Elsa en su mente, la palabra se repitió una y otra vez en un coro de exclamaciones aterradas que le zumbaron en los oídos casi de la misma forma en la que le comenzó a palpitar el agitado corazón en la garganta. La Reina se aferró la mano desnuda como si sostuviera una ballesta cargada, mientras salía del castillo para encontrarse con una ciudadela repleta.
Como si la situación no pudiera ponerse peor.
Elsa se abrió paso a trompicones entre una multitud que la miraba perpleja, así como vitoreaba su nombre. La monarca se retrajo en sí misma tratando de dominar el hielo, rogándole mentalmente por un poco de misericordia de su parte, pero esa magia maldita no hacía más que consumirle la resistencia. El poder, al igual que lo haría el agua que escapa de una presa rota, parecía fluir libremente por todo su cuerpo ansioso por liberarse.
Era doloroso, Elsa sentía los huesos quemándole por dentro. Los sonidos de la persecución que la alcanzaba no ayudaban en sus intentos por retomar el control de aquella tormenta que se le estaba gestando en el interior.
Se dobló sobre sí misma conteniendo las ganas de vomitar. Si no salía de ahí, si no le abrían el paso en ese instante y le permitían marcharse corría el riesgo de lastimar a más de uno.
—¿Alteza, se encuentra bien? —exclamó una preocupada mujer que le salió al paso.
El sudor le permeó la pálida frente a la afectada Reina. No pensaba convertirse en la asesina de esa madre que cargaba en brazos a una criatura inocente, pero no creía ser capaz de contener la magia por más tiempo. Elsa lo razonó en un agobiante segundo, echándose hacia atrás nerviosamente como estaba hasta que su posterior chocó con el borde de la fuente gemela que adornaba la plaza de armas.
—Dioses...
El hielo cobraba una fuerza que escapaba de su comprensión, era como si todos esos meses de calma que gozó mientras usó los guantes que bloqueaban sus poderes, le estuviesen cobrando la factura. La magia la sobrepasaba tanto en ese momento como si pretendiera detener una avalancha con pura fuerza de voluntad.
Las manos de la Reina se apoyaron en la piedra y al instante esta se congeló, el hielo reptó lúgubremente hasta que el agua que se alzaba a su espalda se tornó en una escultura terrorífica que arrancó más de un jadeo atemorizado de aquella confusa congregación.
—¡Monstruo! —exclamó una voz al fondo.
—¡Atrás! No quiero lastimarlos —advirtió Elsa, sin poder hacer nada para evitar que el hielo saliera expulsado de su mano.
La conmoción ocasionada en ese instante le bastó a Elsa para escabullirse hasta una de las salidas del muro oeste. Descendió por entre rocas cubiertas de escarcha hasta que en la oscuridad se percató de que el camino se le había terminado.
El agua helada se agitaba frente a la Reina en aquella penumbra inquietante. Elsa se quedó en la orilla a punto de resignarse justo cuando la superficie del fiordo se agitó.
Una luz salida de su guante cobró la forma de un enorme lobo que corrió por sobre el agua iluminándole un camino a la sorprendida Reina.
Casi como si le dijera que debía imitar sus acciones.
La estela brillante no duraría demasiado tiempo si Elsa solo se quedaba ahí observándola. Azuzada por el pánico que sentía, metió la zapatilla en el agua y al instante el líquido se endureció.
Aquello Elsa nunca lo había hecho, pero estaba acorralada, su magia la sentía desbordada y tenía que intentarlo. A su espalda solo podía esperar deshonra o enfrentar su propia ejecución.
Y solo eso necesitó para decidirse.
En la oscuridad de la noche, Elsa corrió sobre el fiordo que se congeló bajo sus plantas en un efecto que le resultó tan surreal como si ocurriera dentro de un sueño, si bien el corazón retumbante en sus sienes le recordaba que se encontraba viviendo una terrible pesadilla; La Reina se abrió camino hasta el otro lado cuando la voz de su hermana se perdió en el viento y fue más fácil emprender la carrera en ese silencio helado que comenzaba ya a cubrirlo todo.
¿Alwinda la pirata habría sentido lo mismo al embarcarse en su nave robada y escapar de su compromiso? Elsa pensó dolorosamente en ese momento en su padre y en cómo habían tomado a broma el hecho de que su nula experiencia en la navegación anulaba la posibilidad de que Elsa cruzara el fiordo para seguir su ejemplo.
Porque soltar el control que tenía ella sobre el hielo no se suponía que fuera una posibilidad...
Elsa perdió el equilibrio al resbalarse, cayó sobre las rodillas al llegar a la orilla, se quedó un instante recuperando el aire mientras estudiaba el linde del bosque en donde meses antes participara por primera vez en la despedida del verano.
La monarca estaba muerta de miedo, se sentía desolada, agotada y a punto del colapso, pero algo dentro suyo la obligaba a mantenerse alerta. No tenía idea de lo que estaba haciendo ni lo que esperaba conseguir con eso.
—Levántate, Elsa. No puedes quedarte aquí —susurró una voz conocida justo frente a ella.
Elsa sintió las lágrimas recorriéndole las mejillas cuando alzó la vista y vio la figura brillante de Kyla Frei observándola. La sabia la miraba con fijeza entre una ligera lluvia de copos de nieve. La morena alzó el brazo, extendiendo el índice, apuntaba firmemente rumbo al norte.
—Ve. Sabes lo que tienes que hacer —le dijo con la seguridad brillándole en la intensa mirada violeta.
—No lo sé... —gimió Elsa, negando temblorosamente—. Voy a morir intentando esa locura. Es imposible.
—Puedes hacerlo, mein Schatz —insistió la sabia—. Tienes que levantarte. ¡Tienes que levantarte y vivir!
La imagen de Kyla titiló como la flama de una vela a punto de extinguirse.
—Es tu turno ahora —susurró antes de desaparecer en el viento helado.
Elsa apretó los dientes, se puso de pie. Se enfiló hacia el río en lugar de adentrarse en el bosque. Se tambaleó como pudo mientras a su espalda la corriente arreciaba y el alcance de su magia se extendía cubriendo las huellas de su huida.
Tapizando de blanco su autoexilio.
Ya no había nada más que perder.
Y cuando Arendelle cayera en manos de Westergard y Kyla exhalara su último aliento, tampoco le quedaría nada a lo que pudiera aferrarse.
A Elsa ya solo le restaba avanzar en aquella senda nevada hasta perderse en la soledad que volvería sus dominios.
Así fue como desapareció en la oscuridad la recién coronada Reina de las Nieves.
