Nota de Autor: Escribir este capítulo resultó una verdadera odisea, no por su contenido, sino porque casi no tuve vida para hacerlo. Dibujar una novela gráfica de 70 páginas, generar cerca de 100 ilustraciones de libro infantil, ilustrar 3 libros de texto, trabajar en un proyecto animado y dibujar más de 200 cuadros de storyboard en 5 proyectos distintos en el mismo periodo de tiempo fue devastador… los dioses saben que desde hace tres años necesito vacaciones… pero también quería tener esto listo para el cumpleaños de nuestra querida Kyla Frei, que fue este 31 de Octubre. No lo logré… pero igualmente estas fechas son importantes para tocar el tema. Espero que les guste, y ¡Feliz día de los muertos!

¡Siéntanse libres de comentar y compartirme su experiencia!

Frozen, Tangled y demás personajes pertenecen a Disney. Esta es una obra de ficción y no es una historia apta para niños.

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Un corazón helado

por Berelince

20 La mujer blanca

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La brisa salina agitó la cabellera castaña de Rapunzel cuando abandonó su camarote y se dispuso a estirar las piernas. La joven aspiró profundamente para luego exhalar en la contemplación que le ofrecía el mar abierto extendiéndose hasta el horizonte.

Habían emprendido el viaje de regreso a Corona esa mañana, la Reina Elsa había prescindido educadamente de su invitación a acompañarla, tal y como Elena le dijo que ocurriría. La princesa germana torció las cejas tratando de comprender las intenciones de esa enigmática monarca, si bien no logró hacerlo del todo; luego de una vida encerrada en una torre, Rapunzel sentía que carecía de las habilidades necesarias para captar la intensidad que podría esconderse en las palabras amables y bien pensadas de la calma Reina.

La princesa lo pensó por un momento, fuera de Eugene y sus padres, no recordaba haberse interesado por lo que ocurría con otras personas de esa forma. Se sintió un poco apenada por ello, su carácter era jovial y honesto, lo que le permitía agradar muy fácilmente, pero de cierta forma le parecía superficial en comparación a la compleja personalidad de la Reina de Arendelle.

Rapunzel desvío la mirada y se sonrió. Elena se encontraba recargada sobre la popa de la nave con la vista perdida en dirección al reino que habían dejado atrás y que ya se había perdido tras el horizonte. La joven se inclinó junto a su sabia, quién le asintió ligeramente como aceptándole la compañía.

—¿Hace cuánto que conoces a los Frei? —preguntó Rapunzel con interés, recordando como la académica se había sacado de encima el anillo y el mensaje que lograron descomponer a la Reina Elsa en su despacho, por no mencionar el libro de cuero, que le había sido confiado específicamente a ella.

Elena lo pensó, haciendo memoria.

—Bueno, yo estudié con Kyla Frei en la academia del sol, como bien sabe, alteza —explicó encogiéndose de hombros—. Convivimos mucho tiempo como para volvernos muy cercanas... aunque en realidad si tuve un encuentro más temprano con esa familia.

Rapunzel la ánimo a proseguir con un gesto. Elena titubeó antes de continuar.

—Hay muchos detalles de la vida en el reino que no pudo conocer estando usted en cautiverio, alteza —dijo la rubia con sumo cuidado—. La historia de la sabia mayor es uno de ellos. Desde que tengo memoria, Jenell Frei ha sido un nombre importante en la capital. No sólo por la cantidad de libros y métodos que se enlistan bajo su autoría sino por sus investigaciones en el campo de la medicina y su excelente juicio durante las peores adversidades. Sus acciones salvaron incontables vidas en los tiempos de guerra que enfrentó en su juventud. por eso el Rey depositó su entera confianza en ella, otorgándole poderes que la colocaron en una posición muy alta, y ver eso en una mujer... No me malinterprete, pero de donde yo vengo, no es muy común ver ese tipo de cosas.

Rapunzel se pasó un mechón tras la oreja, tratando de imaginar aquello.

—Siempre escucho todo tipo de hazañas cuando se trata de esa mujer, pero mi padre me dijo que se volvió muy elusiva el año que desaparecí del castillo —dijo Rapunzel, enredándose los dedos—, solo la vi una vez cuando me presentaron ante la corte y no se veía nada feliz, ni siquiera remotamente satisfecha. Me lo habría tomado a mal si mi padre no me hubiese hablado sobre ella y las dificultades que estaba pasando la casa Frei por el peregrinaje de la joven Kyla.

—Lo recuerdo bien. Fui de los escribas de confianza que se encargaron de modificar los libros. Su padre fue muy generoso al consentirlo.

Rapunzel se encogió de hombros.

—Supongo que las buenas acciones son capaces de borrar los errores del pasado. No me parecían tan graves las faltas de esa muchacha comparándolas con lo que estaba consiguiendo en favor del imperio.

Elena le asintió, no se molestó en enumerarle a la princesa los crímenes más graves que tuvo la ocasión de editar en favor de su hermana de orden.

—¿Y cuál es tu historia entonces, sabia mía? —soltó Rapunzel arqueando las cejas—. ¿Cómo fue que te liaste con Jenell Frei?

Elena suspiró, se cruzó de brazos, así como estaba apoyada sobre la madera. Se lo pensó por un momento como si estuviera escogiendo las palabras que iba a utilizar, pero al final decidió contarlo tal y como lo recordaba.

—Yo crecí en los barrios bajos de Dortmund, mi familia es numerosa y bueno, he de admitir que fuimos bastante pobres. De chiquilla estaba tan descuidada y enfadada con mi suerte, que terminé rodeándome de amistades incorrectas. Me uní a un grupo de raterillos que solía rondar por la zona comercial y los muelles del Ruhr. Ahí les ayudaba a distraer a los burgueses y a los turistas que cometían la imprudencia de exhibir demasiada desfachatez con su opulencia.

—Eras un señuelo —exclamó la princesa en su sorpresa.

—Parece que le sorprende, alteza —respondió Elena, fingiendo que se ofendía, sonrió inmediatamente ante la expresión apurada de la castaña—. Yo era una niña adorable y de todas formas me la pasaba en las calles caminando con una canasta llena de pan que esperaba vaciar para el final del día. Pudieron haberme pasado cosas peores... La vida era tan difícil que no me importaba formar parte de eso para llevar dinero extra a casa. Me apenaba que mi madre trabajara tanto horneando y cuidando de todos como para regresar con los bolsillos ligeros.

Elena frunció el ceño y se arrebujó en su capa escarlata como si la sensación de la tela contra su piel la mantuviera a salvo de cientos de recuerdos indeseables.

—Resultaba tan inconcebible para mi cómo podían conducirse los demás con semejante tranquilidad... Me parecía injusto. Creo que desde los siete años comprendí el sabor de aquella amargura que el destino me había reservado, así que seis años más tarde, ya no me importaba. Iba a cambiar las cosas como fuera, así tuviera que valerme de las tácticas más cuestionables. Por supuesto eso no era lo que me habían inculcado mis padres. Ellos fueron siempre honestos, pero la vida no les recompensaba sus buenas acciones. Mi padre trabajaba en las minas, casi no lo veíamos y mi madre estaba tan llena de niños que parte de sus plegarias diarias incluían la petición poco cristiana de no traer al mundo a otra criatura —se encogió de hombros de manera pensativa—. No lo sé, siempre percibí en su rostro cierta abnegación. Como si pese a querernos, representáramos más bien una carga impuesta a la fuerza sobre sus sueños y posibilidades. Sin duda eso se lo demostramos en más de una ocasión, aunque para mí, ella interpretó el papel que bien pudo haberse tratado de mi futuro y que usé de comparativa cuando se grabó en mi mente la idea de que yo podía negarme a eso al convertirme en sabia.

La princesa guardó silencio. No podía imaginarlo. Sus años de encierro le habían impedido conocer las bondades y las desgracias que aguardaban en el exterior. Se mordió el labio preguntándose si ese había sido el mundo del que Gothel tanto había insistido en protegerla.

—Ahora cuando miro hacia atrás me pregunto si el coraje y la ambición necesarios para ocupar este puesto habrían sido alimentados de la misma forma si mi suerte hubiese sido distinta... —susurró la académica, perdida en su ensimismamiento—. Bien dicen que las cosas suceden por una razón...

El día que la conocí, no distó mucho de tantos otros en los que repetía mi rutina. Era Diciembre y el pueblo entero se hallaba cubierto de nieve y escarcha. Había salido de casa con un canasto muy austero para vender, me escabullí muy temprano porque sabía que estaría apañándomelas sola. Muchos de mis conocidos ya habían caído enfermos o muertos por las complicaciones de aquel terrible invierno; yo misma sentía un calor y debilidad terrible en el cuerpo, pero no podía darme el lujo de quedarme en cama descansando cuando las pocas monedas de las que podía hacerme a diario eran esenciales en una familia de ocho. No. Yo me quedé temblando en una esquina del Ruhr, viendo la vida pasar. Me pinchaba los brazos para no quedarme dormida, repasando mentalmente cómo algún día saldría de esa miseria.

Y entonces lo sentí.

Me di cuenta que ella me observaba fijamente desde el desembarco de un navío imperial, como si algo en mi le hubiese llamado la atención, Jenell Frei. Estaba ahí inmóvil, con las ropas oscuras de gran sabio, solo observándome. No adiviné su identidad hasta que le vi el anillo de la Academia de Sol en su dedo y la mirada se me perdió en esos brillantes ojos purpúreos que me paralizaron. Juro por los dioses que me dejaron inmóvil de manera literal.

Recuerdo haber tenido un nudo en la garganta y el corazón retumbante cuando la vi acercarse a mi para revisar lo que vendía. Todo el mundo rumoraba sobre la magia de sus ojos, pero experimentarlo fue... totalmente distinto... Esa sensación de que te vean tal cual eres. No pude mover un sólo músculo y por alguna razón me sentí sumamente avergonzada, cuando finalmente pude liberarme de ese escrutinio me quedé jadeando con el aliento congelado y la mirada llorosa.

Fue verdaderamente aterrador.

Al final me sonrió con amabilidad y escogió unas galletas de avellana que pagó con una cantidad ridículamente alta.

Y fue entonces que me desplomé.

No recuerdo mucho de lo que ocurrió luego de eso. Supongo que estuve delirando por la enfermedad. Jenell de alguna forma me llevó hasta mi casa y me atendió personalmente ante la incredulidad de mi familia, que nunca dejó de repetir cómo esa sabia me resucitó cuando dejé de respirar y me quedé sin pulso. ¿No le parece increíble? ¿Que el día que la muerte escogiera para llevarme, estuviera vendiéndole galletas a la mejor sanadora del imperio?

Rapunzel asintió, llevándose la mano a la barbilla. Aquello podría pasar tranquilamente como una coincidencia si no se tratara de un suceso que llevase a un Frei de por medio.

—Frau Jenell me salvó la vida esa noche, y como si se tratase de un sueño, me ofreció una plaza en la academia de la capital bajo su cuidado... De todas las noches que vi llorar a mi madre antes de conciliar el sueño, esa fue sin duda la que obedeció al mejor motivo.

Encontrarme con Jenell ese día no solo me salvó de una muerte segura, sino que cambió por completo mi destino. Siempre le voy a estar agradecida por eso.

Elena sujetó con fuerza el emblema de su cadena. Rapunzel la observó conmovida por todo el significado que cargaba ahora aquella pieza de metal precioso alrededor de su cuello.

—Aunque luego de conocer tan de cerca a su nieta, me pregunto cuáles fueron los motivos por los que la sabia mayor de Corona habría hecho todo aquello por una pueblerina de clase baja como yo —concluyó Elena encogiéndose de hombros ante el bufido reprobatorio de la princesa que la miró con las cejas escandalosamente alzadas.

—¿No puedes aceptar que el destino es capaz de obrar también a través de estas mujeres Frei? —repuso contrariada.

—Me parece que el destino tiene predilección por rodearla de carteristas reformados, alteza —soltó Elena de manera animosa.

—Soy partidaria de la idea de que es posible la redención en todo aquel que se arrepiente de sus acciones y endereza el curso de su vida —dijo Rapunzel en tono ceremonioso—. Nunca es tarde para hacer lo que es correcto.

—Lleva consigo el espíritu del romanticismo en el corazón, entonces, princesa. Es bastante loable considerando su vida en cautiverio.

—Eres una mujer admirable, Elena, por eso Kyla Frei sabía que podía confiar en ti y por lo que pude ver también lograste tal gracia con la Reina Elsa —Rapunzel sonrió estudiando a la rubia que la escuchaba apenadamente—, y por supuesto que también eres alguien muy confiable para mí.

Las muchachas se sonrieron y guardaron un momento de silencio, volviendo la atención al movimiento de las aguas que se agitaban bajo el barco. Rapunzel escudriñó los alrededores, se inclinó hacia el oído de su sabia una vez que se hubo asegurado que nadie podía escucharlas.

—¿Aún sigues enamorada de tu hermana de orden? —le preguntó en un susurro.

Elena se estremeció tan violentamente en su sorpresa que bien pudo haberse caído al mar. Lo habría preferido a tener que quedarse ahí balbuceando mientras su señora no le apartaba la mirada de encima.

—¿Qué? No... yo, ¡Su alteza! —respondió nerviosamente ante semejante cuestionamiento tan directo. La sabia gesticuló en su afán por explicarse—. Guardo en mi corazón un gran aprecio por Kyla Frei, pero todo eso ha quedado en el pasado, quiero decir, no es que me encuentre negando la veracidad de su observación...

Rapunzel sonrió con picardía. Le alegraba darse cuenta que no era tan mala como imaginaba en ese asunto de entender los comportamientos ajenos.

—Sólo me aseguraba —contestó inocentemente para tranquilizar a su apurada sabia—. Me han hecho preguntas sobre ti, pero no estaba segura si era apropiado contestarlas. Tienes algunos admiradores entre los aspirantes de la guardia real —le advirtió con misterio—. Quizá la hayas notado porque me asiste todo el tiempo desde que volví a palacio. Es la única mujer. Es bastante competente, tiene los ojos grises y...

—Una cabellera color negra cortada a la altura de los hombros... —completó la sabia con un jadeo—. Es Cassandra, la hija adoptiva del capitán de la guardia... Sé bien a quién se refiere.

Y vaya que lo hacía. Más de una vez se había perdido en la tarea de observarla al encontrarla tan parecida a la joven morena con la que estudió en el pasado.

Elena pasó saliva concluyendo que aquella revelación les daba un giro interesante a los acontecimientos que sólo se había planteado en su cabeza, ya que ella había interpretado que esa dama de compañía guardaba una cercanía muy recelosa con la princesa de Corona.

—Creo que harías bien en encargarte de eso —le dijo su alteza sonriendo de oreja a oreja—. No me cabe duda de que hay interés genuino ahí. Reconozco cuando las personas muestran la determinación de lograr su cometido.

Elena parpadeó plenamente consciente de las mejillas calientes y el repentino vacío que se le alojó en las entrañas. A pesar de eso, se obligó a mantener la compostura y responder a su señora de manera profesional.

—¿Se refiere al hecho de que la Reina Elsa rechazara viajar con nosotras y se enfilara a Corona por cuenta propia? —respondió con un carraspeo.

—¿No te pareció descabellado? —soltó la muchacha enarcándole las cejas.

Rapunzel se lo pensó un momento. De pronto la misma idea escandalosa que iluminaba a Elena se posaba sobre la heredera noruega completando ese cuadro. La castaña se llevó la mano a la boca en su impresión.

—Nunca había visto semejante cosa —admitió Elena, sacando a la princesa de sus devaneos mentales—. El viaje desde Arendelle a Corona en barco se completa en una semana, pero creo que con la idea de la Reina Elsa podría estar arribando al Reino para el anochecer.

Rapunzel chistó aferrándose a la barandilla.

—Increíble... Ese poder sobre el hielo es ciertamente algo a tener en cuenta en el futuro...

...

La nieve era tan densa, que casi había que arrastrarse para moverse en aquella superficie. Los copos de nieve habían pasado de precipitarse con fiereza a flotar suspensos en el aire.

Kyla jadeó ante aquel despliegue, apresuró el paso, sabiendo perfectamente al hecho que obedecía. Maldijo su incapacidad de abrirse paso por ese terreno, más no dejó de avanzar en ningún momento. El aliento caliente se convertía en nubecillas de vaho que dejaba tras de sí. Las piernas le dolían, quemándose por el esfuerzo. La cabeza la sentía a punto de estallar. El sabor metálico en su boca le estaba provocando nauseas. La morena se frenó, apoyó las manos en las rodillas respirando profundamente. La saliva le resbalaba por los labios precediendo a las arcadas de su cuerpo que no desecharía más que bilis, como en tantas otras ocasiones.

Su cuerpo le reclamaba las exigencias a las que lo estaba sometiendo. Ese débil cuerpo que no podía manejar ese poder.

El sonido del acero cortando la carne, precedió un grito desgarrador. La germana inhaló en la angustia que le provocó conocer de antemano su procedencia.

—¡Elsa! ¡No! —chilló la muchacha temblando en su conmoción.

El hielo comenzó a partirse bajo los pies de Kyla, la morena corrió hacia adelante sin pensarlo dos veces, saltó sobre los maderos destrozados de los barcos que se desplomaban a su alrededor. La joven se afianzó a la cubierta de una nave que flotaba como un corcho y comenzó a trepar por la proa cual escalera. Podía ver frente a ella la figura doliente de la Reina de Arendelle, yaciendo agonizante sobre un fiordo congelado a punto de resquebrajarse. La germana se posó sobre la barandilla, tomó impulso para dejarse caer y aterrizar lo más cerca posible de su trágica noruega.

—¡Kyla, para!

La morena se frenó en seco, exhalando una nube de vaho. Los ojos abiertos se le nublaron mientras todo el escenario se transmutaba. Lo que antes hubiese sido el puerto de Arendelle, se transformó en Corona; el navío se convirtió en la casona de los Frei. La borda sobre la que se balanceaba Kyla, les dio paso a una de las tantas chimeneas que sobresalían del tejado, a varios metros de altura.

La joven se estremeció, percibiendo el cambio abrupto de la temperatura. El señor Frei tenía medio cuerpo fuera de la ventana, con el pie puesto en el alfeizar, presto para ir a por la confundida chiquilla que extendió los brazos frente a su cuerpo en un intento por palpar algo.

—Kyla, no te muevas, hija —le advirtió Redmond, colgándose de la canaleta.

—¿Papá? N-no puedo ver nada... ¿Qué está pasando? —soltó la muchacha de forma temblorosa—. ¿En dónde—

—No te asustes, hija. No pienses en eso —la acalló el diplomático—. Concéntrate en mí. Estoy muy cerca, solo debes soltarte y dejarte ir hacia mí.

Kyla titubeó, tensándose de inmediato. El corazón le palpitaba con fuerza en el pecho.

—Estoy ciega, no puedo moverme —chilló en su propia frustración.

—Sí que puedes —la animó Redmond extendiéndole la mano—. Sigue mi voz, ven hacia mí, cariño. Vamos, alcanza mi mano, puedes hacerlo.

Kyla resoplaba en la confusión de ese momento, se mantuvo encorvada como procesando mentalmente sus opciones.

—¿Esto es real? —soltó con la voz ronca—. ¿Cómo sé que esto está pasando de verdad? Si voy hacia ti, ¿no moriré cayendo a otro lado?

Kyla se apretujó el codo que se hubiera lastimado en un trance anterior. La herida aún le escocía. La situación que se lo provocara había sido tan real como esa. Redmond se percató perfectamente de la inseguridad en el rostro sudoroso de su hija.

—Tendrás que arriesgarte, Kyla. Tienes que confiar.

Kyla se mantuvo estática por un momento. Su vista lechosa se mantenía apagada, llenándola de dudas. Los sonidos en su cabeza cobraban más fuerza, como las olas del mar golpeando contra las rocas. la muchacha cerró los puños, apretó los dientes y entonces corrió hacia la dirección opuesta. Redmond se lanzó a por ella con una exhalación. la sujetó del brazo cuando su cuerpo ya caía por el borde. La muchacha gimió, aferrándose a su padre mientras ambos se estrellaban contra las tejas polvosas y rodaban lastimosamente para aterrizar en el balcón de la segunda planta con un golpe sordo.

Padre e hija se quedaron abrazados por un minuto jadeando y temblando por la impresión. Kyla comenzó a llorar desconsoladamente en el pecho de aquel hombre que yacía demasiado aturdido como para hacer otra cosa que palmearle suavemente la espalda. Redmond la estrechó con fuerza, lamentando que tuviera que ocurrirle aquello. Kyla era tan sólo una niña de doce años, todo eso parecía demasiado para ella. Su hija, su niñita enfermiza y frágil que había comenzado a enloquecer.

—L-lo siento, papá... —hipó la muchachilla temblando ligeramente—. Yo... Ya no puedo distinguir muy bien cuando estoy en la realidad y cuando estoy en otra parte.

Redmond le estudió el rostro a su hija. La mirada nublada comenzaba a aclarársele.

—Debes tener cuidado, cariño —advirtió el señor Frei—. No sabemos qué tipo de daño le hacen a tu cuerpo esas visiones.

El diplomático limpió con el pulgar el hilillo de sangre que le goteaba a Kyla por la nariz. La muchacha negó débilmente con la cabeza intentando incorporarse.

—Ella sigue muriendo... —exhaló agotada pese al gesto.

El señor Frei frunció el entrecejo, constriñendo la mandíbula. Se irguió en su sitio de forma imponente, como un oso.

—No vas a volver a repetir algo como esto, Kyla, ha sido suficiente por hoy...

Kyla lo miró de reojo, relajó los miembros como rindiéndose ante la amenaza paterna.

—Es imposible. Todo vuelve a comenzar de todos modos. No puedo ver cómo termina.

El señor Frei suspiró. Por un momento había temido no poder lidiar con la situación sin su madre; pero a pesar del altercado en el tejado, aquello había acabado de buena manera.

Y entonces el paisaje cambió, transformándose en un bosque congelado de árboles negros de tamaño descomunal. Redmond se estremeció echándose hacia atrás un par de pasos. Se colocó las manos abiertas sobre las sienes, haciéndose pantalla para no ver lo que estaba sucediendo. El hombre apretó los párpados cerrados. Prefería moverse a ciegas que mirar.

—¿Papá, ¿qué pasa?

El señor Frei se giró, respondiendo a la voz de su hija. Contuvo un grito aterrado cuando abrió los ojos en su descuido. La figura de Kyla era cadavérica y espectral. Se movía grotescamente con los miembros largos como de araña, la melena blanca y salvaje flotaba mecida por un viento que no se percibía. Los orbes violetas chispeaban desde cuencas vacías. El hombre se estremeció apartándose de ella. Clavó la mirada al piso, temblando en su impotencia, esperando que la pesadilla terminara por sí misma.

Kyla torció las cejas ante aquel comportamiento de su padre.

—¿Por qué me miras de esa forma, papá? —chilló la morena al borde de las lágrimas. Se miró a sí misma como buscando algo anormal—. Está ocurriendo de nuevo, ¿verdad? Te estoy haciendo ver cosas desagradables.

—No... —soltó Redmond, negándose a encararla—. Yo, hija...

—En tus ojos me veo reflejada como un monstruo que te atormenta —susurró observándose las manos abiertas—. ¿Es eso lo que soy para ti?

—No —respondió de inmediato el hombre, alzando la vista—. No, Kyla. Debes entender... Tú no tienes culpa alguna. No eres tú.

Kyla dejó caer los brazos a sus costados. El cansancio era patente en su pequeña y delgada figura.

—Yo no pedí esto —susurró con un hilo de voz—. Yo no pedí nada de esto... Yo... Ya no quiero vivir así... No creo poder seguir soportándolo...

Redmond exhaló por la implicación de aquellas palabras. Ante sus ojos Kyla volvía a ser ella misma. Una niña que estaba confundida y asustada, que necesitaba la comprensión de su padre en momentos de confusión como ese. El señor Frei acortó las distancias rodeándola en un abrazo paternal.

—Lo siento mucho, hija —le susurró arrepentido.

—¿Por qué estoy aquí? —gimió la muchacha, apretando la tela del saco de su padre—. ¿Por qué no dejo de aparecer en este sitio? Quiero irme y no volver nunca...

—Kyla, no digas eso, cariño.

—Solo veo espantos y muerte a mi alrededor como eventos inalterables, ¿Por qué tengo que cargar con ello? Es... Ya no puedo hacerlo papá...

—Hija, no desesperes —dijo el señor Frei acunándole las mejillas con las manos—. Las cosas ocurren por una razón. Los dioses deben tener un designio importante para ti y tus dones.

Kyla se sonrió, chistando como si no compartiera la opinión de su padre. Negó débilmente con la cabeza.

—Soy tan estúpida que ni siquiera puedo usarlos correctamente... Debes irte papá, no debiste venir aquí en primer lugar.

El señor Frei miró a su hija, frunciendo el ceño en su extrañeza.

—Yo estaré bien, despierta —dijo ella en voz baja.

Redmond Frei se enderezó de súbito. Miró confusamente a su alrededor para comprobar que se encontraba en su despacho. Se pasó nerviosamente la mano por la barba oscura procesando su confusión.

Le había parecido muy real ese evento, aún si en su mente no dejaba de darle vueltas como un recuerdo demasiado fresco en su memoria.

El señor Frei suspiró, recargándose en su silla de cuero. Bajó la vista hacia un pergamino desenrollado que le había llegado por ave esa mañana. Torció las cejas exhalando un bufido.

Su hija Kyla ya no era una niña pequeña que se pasaba el tiempo en casa leyendo libros. Ahora era una joven académica que recorría el mundo y coleccionaba experiencias... Experiencias descuidadas y problemáticas que para él representaban un quebradero de cabeza.

Como padre preocupado que era, Redmond se había carteado con muchos de los contactos que hubiese hecho él mismo como diplomático, con la inocente pretensión de enterarse cómo le iba a su hija en su peregrinaje. Nunca esperó que ella estuviese llevando una vida fuera de los preceptos de los sabios, de la iglesia o de toda moral.

El hombre giró los ojos, tamborileando con los dedos sobre la madera. Él no era estúpido. Sabía que Kyla estaba perdidamente enamorada de la princesa Elsa de Arendelle, pero nunca pensó que llevaría sus acciones algún día fuera de eso. Su muchacha siempre fue tímida y retraída. Se la pasaba absorta en su propio mundo la mayor parte del tiempo como para que las noticias que le enviaron de Escocia tuvieran algo de ciertas. Aquella salvajada que le informaron haberle hecho a su niña no podía ser verdad.

Redmond apretó los dientes al recordarlo. No pensó que ese rasgo en su hija fuera algo malo. Los Frei se guiaban por un sentido de libertad que abarcaba todos los aspectos de sus vidas. Una mente abierta en cuanto a la sexualidad era parte del trato. Kyla no sería la primera de la familia en demostrarlo, ya habían recorrido ese camino otros Frei antes que ella; pero tal vez si le hubiese hecho ver eso, si hubiesen entablado un sistema de comunicación en cuanto a ese tema, habría podido orientarla... ¿Lo habría hecho?

El señor Frei suspiró, devolvió la atención al pergamino que tenía ante él. Era un texto bastante extenso proveniente de los informantes que tenía en la academia de la Estrella Blanca y dónde prácticamente le solicitaban auxilio, ya que la situación con Kyla parecía un asunto incontrolable que se les estaba saliendo de las manos. De nuevo le parecía a Redmond un conjunto de sin sentidos, porque su hija era difícil, claro, pero era una criatura de baja estatura que rondaba los cuarenta y cinco kilos como para que no se pudiera controlar. No le resultaban para nada familiares esas líneas que la describían como un demonio de casi dos metros y la fuerza de una bestia de carga rabiosa.

Algo ahí no estaba bien, se pensó el hombre frunciendo el entrecejo. Había perdido la comunicación con su hija cuando arribó a Glasgow y semanas después, ésta le enviaba la manera de encontrar a la princesa Rapunzel. Luego le perdió la pista de nuevo sólo para recibir más tarde todo tipo de noticias inquietantes desde Inglaterra justo cuando se estaba esparciendo la noticia de la muerte de los soberanos de Arendelle.

Era casi como si se hubiese rendido con ella, se pensó el diplomático. ¿De eso se trataría todo? Con el matrimonio real fallecido, Elsa Arnadarl no tenía más remedio que ascender en cuanto cumpliese la mayoría de edad. ¿Podía todo eso tratarse de su hija siendo incapaz de aceptar esa situación? Kyla tenía su carácter, le constaba su sensibilidad, pero no se imaginaba esa pericia de su parte. ¿Por qué echarlo todo por la borda si ya se hallaba en el camino de ser miembro importante de una corte?

Habían pasado cinco años desde que permitió que su hija abandonara la seguridad del hogar Frei para adentrarse a ese mundillo de académicos, y era como si a partir de entonces ya no supiera lo que ocurría con ella.

La vida del sabio le pertenecía a la orden, sólo los maestres y los poderosos tenían la capacidad de sacar a un erudito encadenado de su misión, la causa lo ameritaba, la búsqueda del conocimiento a fin de cuentas beneficiaba al resto de la humanidad. El sacrificio de los académicos era honorable y respetado, si bien, no era una senda que todos quisieran recorrer.

Redmond pasó los dedos por un viejo reloj de bolsillo que usaba de pisapapeles. Kyla lo había desarmado y vuelto a ensamblar en tantas ocasiones cuando era niña que los engranajes se habían barrido y había quedado inservible. Lo conservaba, además de por el valor del metal precioso, porque le recordaba mucho a cómo fue su hija por aquel entonces, cuando recorrieron el continente en barco por primera vez y ella pareció encontrarle la belleza a la vida. Tenía aún muy fresca la imagen de esa pequeña y delgada morena, maniobrando con los deditos hábiles mientras buscaba la manera de hacer que el tiempo se moviera como ella era capaz de verlo.

El diplomático se sonrió. Imaginó que, para su hija, la academia resultó la opción más conveniente. En ningún otro sitio habría encontrado cabida un espíritu como el suyo; después de todo, Jenell así lo había vaticinado.

Casi como si la hubiese conjurado, su madre se presentó en su despacho. Llevaba una bolsa de viaje abierta en la que estaba echando diversos objetos dorados. Se acercó a paso raudo hasta el escritorio de su hijo, extendiéndole la mano.

Necesito el reloj, Red —le soltó sin miramientos—, no tengo tiempo para explicarlo.

Redmond parpadeó confundido, recorrió a su madre con la vista; así como estaba asemejaba un cuervo malhumorado reclamando todos los objetos brillantes de su propiedad. Echó un vistazo al bolso en el que podía verse una cajita musical, un broche de cabello, el estuche de una pluma fuente y una cuchara sopera. El diplomático torció las cejas, aferrándose a su estropeado reloj.

—¿Oma? ¿Qué es lo que estás planeando esta vez?

—Estoy ocupada, Redmond —bufó la mujer con impaciencia—. Tengo un barco qué abordar.

El señor Frei se estremeció como lo habría hecho un gallo que esponja todas las plumas, pero le entregó el artículo a su madre, quién lo estudió concienzudamente antes de asentir y echárselo en la bolsa. El hombre se enderezó, siguiéndola por la residencia, mientras la mujer vociferaba para sí misma

—Algo ha pasado con nuestra Kyla, Red. No creí que pasaría y no lo anticipé, pero estamos a tiempo de corregirlo...

El señor Frei reflejaba toda su perplejidad en su rostro, pero ese tipo de cosas eran comunes cuando se trataba de entablar una conversación con su madre.

—¿Entonces ya lo sabes? —exclamó apresuradamente—, por supuesto que lo sabes —se corrigió girando los ojos. Agitó los pergaminos que contaban el reprobable comportamiento de su hija en Inglaterra—. ¿Qué vamos a hacer con esto, madre? —le soltó con escándalo—. Tengo favores que puedo cobrar para acallar los rumores, pero si Kyla ha perdido la razón o lo que sea que le esté ocurriendo allá, sería mejor traerla de regreso. Yo podría—

—Su naturaleza no es el problema, Red —lo cortó la sabia con suma tranquilidad—. Kyla es muy inteligente y lleva años persiguiendo un ideal demasiado grande como para venir a cometer estos errores ahora.

Madre e hijo se observaron un momento en silencio. La primera meditaba algo de manera ensimismada, el segundo aguardaba escuchar las conclusiones a las que habría llegado. Finalmente, Jenell se acercó a Redmond y tomó las cartas en sus manos, las leyó con el gesto serio, como buscando algo en ellas. La matrona suspiró como si hubiese corroborado alguna idea suya con eso. El diplomático arqueó las cejas.

—Lee bien esto —exclamó la mujer, devolviendo los documentos—. Los reportes sobre Kyla fueron menores al inicio de su viaje, casi insignificantes. Solo las quejas que ya nos esperábamos sobre su carácter, y su forma de cuestionar a la autoridad; pero ambos sabemos que eso es casi un rasgo Frei. Toda la familia ha pecado de eso.

—Un Frei siempre vivirá libre, sólo seguirá la causa de un líder que pueda respetar —asintió Redmond, caminando tras su madre.

Anduvieron rumbo a la estancia, en donde la sabia se detuvo ante el perchero de donde descolgó un abrigo negro que se echó encima en un movimiento.

—Exacto por eso esto resulta muy inusual. No estoy muy segura... Pero si esto que temo en realidad pasó... Es lo que pienso solucionar.

—¿Y tiene algo que ver con los objetos que acabas de coger? —razonó Redmond, frotándose la barbilla—. Son todos artículos que tienen valor para Kyla y para nosotros, ¿no es así?

—Me parece que mi nieta pudo haber roto su cadena de sabia —respondió Jenell, corroborando la aseveración de su hijo—, así que debo forjarle una más poderosa antes de que olvide la razón por la que comenzó todo en primer lugar...

Redmond frunció el entrecejo. Jenell se pasó la capucha por la cabeza, antes de abrir la puerta y exponerse al sol del exterior. Los sonidos del verano reverberaban en los jardines de la antigua propiedad.

—No te confundas, Red. El amor no siempre es la solución de todos los problemas... —pronunció la sabia bajo el umbral—. A veces puede ser el peor castigo de todos...

Jenell miró a su hijo con significado mientras este se encorvaba en su sitio.

—¿Y aun así piensas ir a buscarla?

—Claro que sí —bufó la sabia, echándose la bolsa al hombro—, por sobre todas las cosas, el amor es incondicional. Como todos los Frei.

—¿Que tienes pensado hacer? —soltó el diplomático sin ocultar la preocupación en su voz.

—Voy a borrar las huellas de tu hija —respondió la mujer con simpleza—. Tú sólo asegúrate de despejarle bien el camino y de que esa joven Elena sea envestida por Rapunzel. Frederic hará cualquier cosa por esta casa ahora que nuestra Kyla por fin la ha encontrado.

—¿A qué clase de capricho obedece esta petición tuya? —exhaló el señor Frei cayendo en cuenta de las tareas que tenía por delante con ese encargo.

Jenell se volvió antes de subirse al carruaje que aguardaba en la entrada.

—A que esa muchacha es un cabo suelto, como tu hija.

...

Elsa se dejó caer en el asiento del trineo emitiendo un gemido ahogado, se sujetó con fuerza la muñeca en un gesto dolorido, resoplando mientras el vehículo se frenaba del todo. El hombretón rubio que afianzaba las riendas emitió una serie de órdenes a las bestias que lo tiraban hasta que estas dejaron de moverse. Se giró hacia la noble monarca que seguía jadeando con la frente sudorosa y las mejillas sonrojadas, estaba blanca como el papel. Kristoff chistó, no conocía el funcionamiento de aquello, pero era evidente que la Reina se estaba exigiendo demasiado. Se inclinó apuradamente para asistirla, desprendiéndose la cantimplora del cinturón y rebuscándose en los bolsillos.

—No se preocupe, majestad. Esta pausa es solo un descanso, no un contratiempo. Ya hemos cubierto más de la mitad del camino. Arribaremos a Corona cuando menos se lo espere. Tenga, coma algo, también usted debe reponer su energía —le indicó, extendiéndole un envoltorio de salmón curado—, avíseme si tiene sed o necesita algo.

Elsa le sonrió al montañista, aceptando de buena gana la ofrenda de carne salada. Se arrebujó en su asiento permitiendo que su cuerpo se relajara luego de haberlo sometido a varias horas en tensión. Se dedicó a comer en lo que su joven acompañante recorría la hilera de renos que le dedicaban gruñidos amistosos. La Reina se sonrió. Kristoff acariciaba a los animales y les hablaba animosamente mientras los atendía, como si se trataran todos de sus amigos y aquello fuera tan sólo un paseo de rutina.

Parecía ser un buen muchacho, se pensó la monarca, estudiándolo discretamente. Si bien era cierto que su hermana lo había conocido recién, Kristoff se había hecho de muchos puntos positivos y probado su valía durante los eventos del invierno eterno. Su sencillez y honestidad hacían que fuera muy fácil confiar en él, razonó Elsa arqueando la ceja con sumo interés.

—No había podido agradecerle directamente por el nombramiento real —dijo el joven, acercándose al vehículo para revolver el contenido de una de las bolsas—. Aunque no tiene sentido que Arendelle tenga a un maestro del hielo cuando la tenemos a usted, ¿No cree?

Elsa torció los labios ante la gracia que le provocó el comentario.

—Anna me contó que habíamos arruinado tu negocio y que el hielo era tu vida —contestó la Reina encogiéndose de hombros con simpleza—. Si tal cosa es cierta, me parece adecuado que un experto en el tema sea el que se encargue de la distribución del producto en el reino; además que un cargo oficial es lo correcto si pretendes comenzar a cortejar a mi hermana. ¿Tú no lo ves así?

El rubio parpadeó como si no se hubiese esperado eso. Intentó disimular su vergüenza fingiendo que tosía.

—Tiene mucho sentido si lo pone de esa forma —le dijo nerviosamente, tenía las orejas muy rojas—, parece que su gracia lo ha pensado muy bien.

Elsa contuvo una carcajada, cubriéndose los labios con elegancia. El corazón se le estremeció un poco al encontrar ese gesto adorablemente parecido a los momentos de timidez que le afloraban a su sabia. Suspiró con tristeza al caer en cuenta de lo mucho que la extrañaba.

—¿Tienes algo fuerte para beber en alguna de esas bolsas? —soltó la Reina como si nada—. Me temo que estoy necesitando una pizca de valor ya que nos aproximamos a nuestro destino.

Kristoff se sonrió, asintiéndole. Sacó una botella de color ámbar y un par de vasos. Se sentó junto a la monarca, mostrándole la etiqueta, Elsa le asintió, aprobando la elección, así que sacó el corcho y vaciaron la bebida.

—¿Por qué brindamos? —preguntó el montañista, aguardando la respuesta de la monarca.

—Por la amistad y por el amor —respondió la Reina, alzando su trago de agua de fuego—, por los dioses y las oportunidades que deseen brindarnos.

—Que sea por eso entonces —asintió Kristoff conforme.

Chocaron los vasos y los vaciaron de un trago. Elsa se estremeció ligeramente, exhaló para resistir el golpe de calor que el alcohol le produciría en el cuerpo.

—Tómelo con calma, majestad —sugirió alegremente el montañista—. No querrá arribar a Corona con el licor en la cabeza.

Kristoff miró el cielo que ya estaba rindiéndose ante la caída del sol. Los tonos rojizos pronto se apagarían, sumiéndolos en una profunda oscuridad. Esa era la parte del trayecto que más le había provocado dudas cuando la Reina le explicó cómo planeaba que hicieran ese viaje.

—No te preocupes por eso —soltó Elsa adivinándole el pensamiento—, mi magia nos iluminará el camino aún si no tenemos luna que nos alumbre. Tú sólo debes controlar a los renos para que avancen en línea recta.

El montañista asintió, encendiendo de todas maneras la linterna que tenía enganchada en la cabecera del transporte. Se sacó el mapa del cinto y revisó la dirección con la brújula, cotejándolo todo con las estrellas que ya se estaban haciendo visibles en el firmamento.

—No está de más tomar precauciones —dijo, sonriendo mansamente ante el gesto incrédulo que le dedicó la Reina—. Podríamos evitarnos el peligro si acampáramos aquí y continuáramos por la mañana, ¿Está segura que quiere correr el riesgo?

—Sé, a lo que te refieres, Kristoff, soy consciente de que tienes razón; pero siento que no debería perder el tiempo, que es necesario que llegue a Corona lo más pronto posible. Esto es para mí como ese momento en el que buscabas a Anna desesperadamente en la tormenta. Es cuestión de vida o muerte.

—Ella le contó —soltó el montañista un poco apenado.

—Decidimos dejar de guardar secretos entre nosotras —exclamó Elsa como si explicara la suma de uno más uno—. Pasamos tantas penalidades por no expresar lo que debíamos en su debido momento. No quiero repetir ese error nunca más.

Kristoff asintió encontrándole perfecto sentido.

—Entiendo. Debe haber sido difícil vivir de la forma en que lo hicieron —dijo con empatía. Hizo una pausa y luego chasqueó la lengua como cayendo en cuenta de algo—. Yo estaba ahí cuando pasó, ¿sabe? Con los trolls, quiero decir. La noche en que los reyes fueron al valle de las piedras rodantes. Era un niño, pero lo recuerdo bastante bien.

—¿Tu viste cuando ellos salvaron a Anna? —exclamó la monarca en su impresión.

Elsa repasó la idea en su mente. Eso parecía otro arreglo del destino.

—Sí, fue el mismo día que los trolls nos adoptaron a Sven y a mí. Si me permite decirlo, luego de años de vivir con ellos, creo que su padre pudo haber malinterpretado la advertencia. El temor que sería peligroso para usted no era el ajeno, sino el que proviniera de sus propios sentimientos.

Elsa le asintió. Toda la travesía de los días anteriores la había convencido de creer esa teoría.

—Agradezco que estés prestándome tu ayuda en este momento —dijo Elsa con sinceridad.

—Es mi deber, su majestad, y lo realizo con gusto —respondió el joven inflando el enorme pecho con orgullo—. No entiendo aun lo que se propone, pero no estoy en posición de cuestionarlo.

—Ni siquiera yo sé qué es lo que espero... —admitió Elsa, recargando el mentón sobre su palma—. Pero es como si algo dentro de mí me lo exigiera. Parece un insensato, lo sé; y sin embargo, no puedo simplemente ignorarlo.

Kristoff se mordió el labio.

—Anna me habló sobre ella, no todo por supuesto —aclaró respetuosamente—. Sólo me explicó lo importante que es esa sabia para usted; aunque por su descripción, tengo la impresión de que la he conocido antes.

—¿A Kyla? ¿Cómo? —exclamó Elsa con interés.

—Pues... yo estaba trabajando en la montaña y ella se encontraba trazando una ruta de viaje, o eso me dijo cuando me dirigió la palabra en la choza de Oaken —explicó gesticulando con las manos enguantadas—. Es sencillo recordarla porque era muy alta y hablaba con un acento extranjero muy marcado —dijo, imitando la forma en la que el inglés sonaba con las consonantes fuertes en un indiscutible tono germano—. Parecía un poco aturdida, si usted me entiende... —enfatizó el rubio haciendo la mímica de estar bebiendo una jarra de líquido—. Pero aun así, algo en ella resultaba fascinante. Nunca había visto ojos como los suyos. Daba la impresión de que te podías perder en ellos.

Elsa asintió un tanto ensimismada. Conocía de sobra esa sensación.

—Me habló con mucha familiaridad, como si lo supiese todo sobre mí —continuó Kristoff como si eso todavía le sorprendiera—. De algún modo me provocaba la misma sensación que Gran Pabbie. Terminó sacándome bastante información sobre la zona, parecía interesarle mucho cualquier truco que tuviera para el ascenso a la Montaña del Norte. Eso, y una fascinación muy curiosa por el sauna de Oaken en medio de la montaña.

Elsa sonrió ligeramente, comprendiendo todo. Se enredó los dedos que había mantenido relajados en su regazo.

—Será mejor que continuemos —soltó la Reina incorporándose nuevamente.

El montañista asintió, tomando su puesto tras las riendas. Dos horas más tarde, el reino de Corona ya sería visible a la distancia en el horizonte.

...

En el puerto de Rostock había mucho movimiento y bullicio pese a que era de noche y las actividades comerciales dieron término por la tarde de manera presurosa.

Habían llegado rumores volando desde Helsingborg, Odense y Sjaeland; y por supuesto, todo mundo estaba ahí para corroborarlos. Los guardias escoltaban las almenas, cuidando sus fronteras sin saber muy bien lo que debían esperar. En la calle se hablaba de hechicería, de un augurio de los dioses, de un fantasma salido del mar que avanzaba sin detenerse para tocar a sus puertas. Los arqueros estaban prestos para montar una ofensiva si aquello se trataba de algún tipo de ataque, pero pese a las órdenes dictadas de mantener la calma, ninguno se sentía lo suficientemente valiente para ser el primero en disparar, así que sólo aguardaron. Se quedaron en silencio durante horas esperando que aquella visión se presentara por sí misma.

No se percataron cuando la temperatura se precipitó de pronto, lo hizo en un instante. Pasaron del verano al invierno en un santiamén y aquello le puso los pelos de punta a más de uno. El vaho que escapaba de sus bocas se mezcló con una neblina que parecía provenir de las entrañas del océano. Una luminiscencia radiante se notaba a la distancia. El silencio de la costa era tal, que no pasó desapercibido el crujido del agua cuando esta comenzó a cristalizarse. El movimiento de las olas quedó atrapado, suspendido en el aire, y entre ellas se fue formando un camino.

Los vigías no pudieron dar crédito a sus ojos cuando lo vislumbraron. Un trineo tirado por un grupo de renos que viajaban a toda velocidad por sobre el mar. Un rubio fornido cubierto de pieles pardas sujetaba con poderío las riendas del transporte y profería sonidos imperantes mientras las bestias hacían sonar los cascos en el sendero de hielo que se iba formando delante de sus pisadas. En el vehículo se distinguía a una joven albina de vestimenta azul y capa de pieles blancas que alzaba una mano chispeante y miraba el agua con suma concentración como si esta se solidificara porque ella así se lo ordenase. Se desplazaban llevando consigo una ventisca que cuando llegó a la costa, cubrió la playa y parte de los muelles con hielo y nieve con la fuerza de un vendaval.

Los que no huyeron espantados, se quedaron por el miedo paralizante que se apoderó de sus miembros. Nunca se había visto por esas aguas ni en toda Corona un despliegue semejante. Aquella visión se contaría por generaciones. Por siempre se hablaría de la seiðr que llevó a rastras una nevada glacial hasta los muelles de Rostock una calurosa noche de Julio.

En cuanto el trineo tocó tierra firme, el hielo se disipó en el aire con un resoplido de la rubia, que terminó por tambalearse. Elsa se dejó caer sobre el asiento de madera, donde se quedó jadeando por el esfuerzo, se apretaba el pecho como si este le fuese a estallar. Kristoff la asistió presuroso. Se inclinó para que la Reina se apoyara en su brazo cuando ella se lo solicitó con un gesto de la mano.

Bajaron del vehículo, percatándose entonces de los impresionados espectadores que no atinaban a reaccionar.

—¡Pero si es la Reina Elsa! —chilló Titus, acercándose a todo galope, iba montado en un caballo color pardo. A todas luces podía notarse que el barbado la había estado aguardando.

Los cuchicheos no se hicieron esperar. La gente comenzó a repetir lo que escuchaba. La Reina del Norte había arribado en esa comitiva fantasmal. Habría partido desde sus tierras, cargando consigo el invierno, como si se tratase de un ente sobrenatural. Arendelle acababa de sentar en su trono a una poderosa hechicera y solo los dioses podían saber lo que eso representaba para el resto del mundo.

El príncipe cretense desmontó de su silla, recibiendo a la monarca con una profunda reverencia. Le tendió la mano, mirándola con significado.

—Sígame, la llevaré con ella —le prometió con intensidad.

Elsa tomó su mano sin dudarlo. El barbado le dedicó un gesto afirmativo a Kristoff. El rubio se cruzó de brazos, devolviendo la seña. La Reina ahora se encontraba bajo custodia de aquel noble que habría de escoltarla a su destino.

Un carro arribó de pronto, parecía haber seguido al príncipe desde donde quiera que este viniese. Del interior salió un sirviente al que Titus entregó las riendas de su caballo. Abrió la portezuela educadamente, sosteniéndola para que Elsa abordase.

—Se lo agradezco —exhaló la monarca con alivio, subiéndose al transporte.

—No diga más —contestó el príncipe entrando al carruaje tras ella.

Titus golpeó el costado del carro una vez que estuvieron acomodados y el cochero lo puso en marcha. Por un momento reinó el silencio en lo que Elsa se dedicaba a mirar por la ventana. El príncipe le estudió el aspecto a la joven noble, sonriéndose ligeramente.

—Está bastante cambiada desde nuestra última visita a Arendelle. ¿Kyla ya la había visto en esos atavíos? Porque eso explicaría mucho.

Elsa se sonrió, girando los ojos en su entretenimiento. Por supuesto que podía esperarse una observación semejante por parte de aquel príncipe.

—De alguna forma, si, así es —le dijo con gracia—, pero hoy quise lucir algo modesto. Hubiera visto lo que llevaba puesto el día que me coronaron. Le habría sacado varios colores —añadió con divertida complicidad—, tenía este escote de hombro a hombro y una abertura desde la rodilla que era para morirse...

Titus se encogió en su sitio sonriéndole con torpeza.

—Me parece que la he juzgado prematuramente —le dijo enarcándole las cejas—. Creí que usted sería una mujer de gustos modestos.

Elsa soltó una risotada al tiempo que cruzaba la pierna sobre su rodilla.

—¿Cómo puede siquiera sugerirlo sabiendo que tengo una historia con Kyla Frei? —soltó sonriéndole de oreja a oreja—. Ella es una excelente amante —añadió con la mirada seductora. Se mordió el labio con sugerencia y se sonrió—. ¿Alguna vez se preguntó lo que pasa cuando una völva y una seiðr se pierden en la faena de satisfacer los impulsos de la carne? —inquirió alzándole una ceja—. Se desatan tormentas y se abren las puertas del infierno, príncipe. Así es como hemos terminado aquí.

El barbado se quedó boquiabierto. Su impresión fue tanta que no volvió a abrir la boca en todo el trayecto. De alguna forma la Reina se veía imponente, así como estaba, tan dueña de sí misma, de su poder, de su cuerpo, de las decisiones que tomaba con él y como nada de eso parecía avergonzarla. Un aura muy interesante la rodeaba. Irradiaba una seguridad que resultaba apabullante.

Cuando al fin se adentraron en el distrito de Oberhavel, Elsa supo que se encontraban cerca del hogar de los Frei. De algún modo reconoció las aguas del Havel que Kyla veía diariamente desde que era una niña. Ubicó las calles que ella le mencionaba en sus cartas. Sonrió al observar los establecimientos que la muchacha frecuentaba. A lo lejos, del otro lado del río, se apreciaba la silueta de la academia del sol, que la Reina miró con reverencia. Más al sur se encontraría el Castillo del Rey Frederic, a quién por supuesto tendría que rendir cuentas de su visita.

El carruaje viró en una callejuela y Elsa contuvo un jadeo. Ahí estaba la casona de aspecto solariego que había visto tantas veces en sus sueños.

Después de tanto, aquel viaje estaba llegando a su fin, sin importar lo que ahí le aguardase.

Titus abrió la puerta y bajó del carruaje sintiéndose un tanto aliviado de poder hacerlo. Asistió a Elsa quién le devolvió el gesto que dio paso a un suspiro alegre, como si ambos se encontraran a mano. El príncipe se inclinó para susurrarle.

—Ha sido la anciana la que ha anticipado su llegada. Yo mantendría la guardia en alto de ser usted, majestad. Ella y Kyla son muy distintas.

Elsa frunció el entrecejo, pero le asintió en aprecio a la advertencia. Subió los escalones y se quedó un instante, parada ante la puerta.

Tomó aire antes de hacer sonar la campana.

Por un momento le pareció una grosería encontrarse haciendo todo eso. Presentarse así, a esa hora, sin nada más que su molesta presencia. La luz de interior la aturdió antes de que pudiera pensar en escabullirse. Una mujer regordeta de rizos dorados la observó de pies a cabeza sin poder ocultar su sorpresa, como si hubiese imaginado que algo así ocurriría, pero no pudiera dar crédito al hecho de tenerla delante.

La mujer se hizo a un lado para permitirle la entrada. Elsa avanzó tímidamente al interior de la propiedad.

—Disculpe si no hemos sido formalmente presentadas, yo...

—¡Su majestad! Sé perfectamente quién es usted —soltó la mujer, reverenciándola y agitándose de manera nerviosa—. Es su gracia, Elsa Arnadarl del Reino de Arendelle. Lo he adivinado con sólo mirarla —dijo, apreciándole las facciones, el cabello platinado y la intensa mirada azul cobalto, que, a pesar de la impresión, reflejaban una personalidad interesante—. Kyla se desvivía en contarnos sus cualidades. Es usted tan bella como la describió siempre.

—No merezco esos elogios, señora, se lo aseguro —exclamó la muchacha encogiéndose por la pena—. E-es Frau Emma Frei, ¿no es así?

—Así es majestad —corroboró la señora Frei con amabilidad.

—Discúlpeme por presentarme de esta forma, y sin previo aviso, pero yo...

—Ha venido a ver a mi Kyla, sin duda —adivinó la mujer, asintiendo como si fuera lógico—. Imagino que ha hecho usted un largo viaje, pero me temo que no puedo concederle lo que me pide.

Elsa se quedó de piedra. Emma parecía ciertamente acongojada, pero se mantuvo firme en su postura.

—Pero señora, debe entender... —comenzó la monarca buscando las palabras correctas.

—Yo lo entiendo majestad, y créame que lo lamento mucho, pero no puedo permitirlo —le reiteró nerviosamente.

Elsa no supo por un momento qué decir o qué pensar. Hasta ese punto nadie le había impedido nada, por más descabellado que pareciera, siempre pudo llevar a cabo su voluntad y ahí se encontraba de pronto con un muro que no podía atravesar. Fuera por el motivo que fuera, la señora Frei tenía el derecho de negarle sus pretensiones, estaban en su país y en su casa. Elsa se acarició las temblorosas manos. Un llanto motivado por la frustración, amenazaba con colársele por la azulada mirada, pero lo mantuvo a raya a fuerza de voluntad. Constriñó la mandíbula, sopesando sus opciones. Había llegado tan lejos y se sentía desesperada. ¿Qué era lo que debía de hacer? ¿Abrirse paso a la fuerza?

—Basta, Emma, permite que pase —pronunció una voz masculina que descendía las escaleras—. No tiene sentido impedírselo ya.

La mujer se apartó mansamente, ofreciendo sus disculpas. Elsa le dedicó una inclinación, disculpándose también por entrometerse de esa forma. Avanzó por la estancia, hasta encontrarse con el señor Frei, quién aguardaba al pie de la escalinata. El hombre le efectuó una educada reverencia en cuanto la tuvo más de cerca.

—Reina Elsa. No la había visto desde que era usted una niña pequeña —le dijo al observarla tan crecida, con su mayoría de edad cumplida y esa apariencia tan semejante a la de su madre. Los manierismos de Agdar saltaban a la vista en el porte de su hermosa heredera. Habían pasado tantos años ya... El recuerdo de los monarcas le hizo un nudo en la garganta al diplomático, pero no lo demostró. En su lugar, extendió la mano, señalando el lugar en el que se encontraban—. Por favor permítame recibirla en Frösve. Este es el ancestral terruño de los Frei. Sea usted bienvenida.

Elsa miró a Redmond, su esposa Emma ya se había colocado a su lado, rodeándolo del brazo. Se veían tan cansados y afligidos que sintió una pena inmensa estrujándole el corazón.

—Herr Redmond —comenzó la Reina, entrelazándose los dedos en el regazo—. Lamento mucho por lo que han tenido que pasar. Su hija... —Elsa se mordió el labio, dubitativa, meneó la cabeza decidida a decirlo todo—. Ella ha sido siempre muy valiente y justa. Jamás había conocido a alguien que caminara en este mundo de una forma tan desinteresada. No sólo la princesa Rapunzel fue salvada por su gracia. También mi reino, mi hermana y yo misma le debemos eterno agradecimiento —se colocó la mano en el pecho, mirándolos con los ojos cobaltos brillantes—. Tengan por seguro que comparto su pena. Para mí... Kyla Frei es el sol que nunca atravesó por los muros de mi castillo clausurado. La brisa que acarició mis pensamientos en la soledad. La tormenta que azotó mi destino. Es una parte tan grande de mi corazón, que, si ella partiera de esta vida, yo también tendría que hacerlo pues no me siento capaz de soportarlo...

Las lágrimas ya habían descendido por su rostro antes de que Elsa se hubiese percatado. La señora Frei se abrazó a su esposo, borrándose el rastro de su propio llanto con un pañuelo que llevaba en la mano. El señor Frei parecía ciertamente afectado, pero mantuvo sus emociones controladas.

—Su majestad... —comenzó el hombre en tono razonable—. No es el deseo de Kyla que usted se someta a esto... Ella lo ha pedido así.

—Por favor, le suplico me permita verla —susurró la muchacha con un hilillo de voz—. Por favor, Herr Redmond...

—Reina Elsa, ¿cuál es el motivo que la ha impulsado a emprender este insensato? —cuestionó el diplomático tratando de entender las motivaciones de esa joven noble.

Elsa se encogió en su sitio, pero no desistió. Sostuvo la mirada con los padres de Kyla, repasando en su mente la pregunta, tratando de encontrar la respuesta.

—No estoy segura de lo que pretendo —admitió, exhalando una sonrisa nerviosa—, pero sé que tenía que venir... —susurró bajando la mirada para observarse las manos vacías—. Sostener su mano, escuchar lo que tenga que decirme y responderle en consecuencia —cerró las manos en puños temblorosos. —Yo... No puedo dejarla sola en un momento así. Debo mostrarle mi gratitud de alguna forma.

Debe saber que a dónde quiera que vaya, siempre la amaré, que nada bastará para borrar este sentimiento que ha grabado en mí...

Elsa abrió muy grandes los ojos cuando se dio cuenta que Emma la había abrazado. Por un instante sólo se confortaron. Eran dos caras del amor que afrontaban la misma pérdida.

—Mi hija sufre a cada momento, majestad —le susurró la mujer al oído—. Todo instante que pasa es una agonía que ha resistido ya por demasiado tiempo —se separó de la monarca, tomándola de las manos—. Ella la ha estado esperando, aunque lo hiciera todo por negarlo. Sé que es así.

Entre y despídase. Todos lo hemos hecho ya.

Elsa jadeó ante sus palabras, miró al señor Frei, quien le dedicó un movimiento afirmativo de cabeza. La pareja se apartó, por lo que la joven Reina pudo avanzar hasta la puerta que le indicaron y que correspondería a la de su amada.

Elsa se detuvo a mitad del pasillo con el corazón retumbante, paso saliva antes de alargar la mano para girar el pomo plateado que cedió en un simple movimiento.

La habitación era amplia. Se mantenía iluminada por una gran cantidad de linternillas y estaba sumamente pulcra. Muchas plantas en diferentes puntos y macetas decoraban el espacio, ya fuera en soportes metálicos cuyos adornos giraban en elegantes espirales, o en colgantes que pendían del techo.

La flora de Corona parecía llevar una buena vida ahí. No era raro considerando que a Kyla le relajaba mucho dedicarse a la botánica.

Un escalofrío le recorrió la espina a la Reina cuando el olor a canela le impregnó las fosas nasales. Aquel era su olor inconfundible.

Elsa dio un paso hacia adelante. Un enorme tragaluz con la figura de la flor dorada filtraba la iluminación natural del sol, marcando su silueta sobre la duela pulida, aunque en ese momento la que lo hacía era la luz de la luna.

Elsa sabía que su germana no soportaba la oscuridad. En Arendelle siempre le prodigó la iluminación necesaria para afrontar esa fobia.

Se colocó justo debajo del ventanal, recorriendo tímidamente la pieza con la mirada. Aquella fue por muchos años la morada de su amada y de pronto se sintió como atisbando dentro de su mente y sus secretos. Una idea que desde que leyó las palabras de aquel compendio suyo, no le molestaba en absoluto sopesar. La monarca se abrazó el delgado torso y se acarició la barbilla de forma pensativa.

¿Cómo había sido la Kyla Frei que aún no conocía el mundo, ni sufrido sus pesares?

La capa blanca, la bolsa de cuero y el medallón de oro colgaban de unos ganchillos ubicados en alguna especie de armario lateral. Elsa contempló los artículos de manera respetuosa.

Suspiró apartando la vista, prefiriendo observar alguna otra cosa.

Había gavetas y estantes de madera por doquier. Sus contenidos estaban marcados con etiquetas y perfectamente organizados. Casi todos correspondían a las asignaturas que se abarcaban en la Academia. Pendiente de una columna estaba el pergamino con el sello del Sol que acreditaba a Kyla como sabia, la más joven que se había graduado en la historia. Elsa vio de reojo los rollos de pergamino que dibujaban una fila en un depósito empotrado junto al escritorio, situado debajo de un mapa precioso que abarcaba todo el mundo tal y como se conocía en ese entonces. Tenía señalados varios puntos y había anotaciones en sitios indistintos en alguna especie de lenguaje codificado. Elsa tuvo el breve pensamiento de que esos textos obedecerían a alguna secuencia de acontecimientos cronológicos importantes que sólo debía de conocer ella, así que decidió dejarlo tal y como estaba.

Un librero gigantesco cubría la estancia de pared a pared, y este se encontraba rebosante de tomos gruesos, ordenados por fecha en lugar de valerse del alfabeto para su inmediata ubicación. Elsa enarcó las cejas como si le llamara mucho la atención que esa germana pareciera regirse tanto por el valor del tiempo y resultara ser tan extrañamente meticulosa. Probablemente ya lo fuera más que ella misma y eso casi la hizo sentir ofendida.

Al parecer esa relajada trigueña ocultaba en realidad a una Académica obsesiva y demasiado disciplinada.

¿Quién se lo iría a creer algún día a Elsa si lo contara? Se pensó, al tiempo que alzaba entre los dedos unas gafas de cristales muy ligeros.

El área de trabajo estaba dividida de la de descanso por una pantalla de madera a fin de proporcionarle a la morena mayor privacidad. Elsa podía visualizar a Kyla, refugiándose en el lecho durante el día, luego de pasarse la noche rodeada de libros en alguna clase de diligente vigilia y el corazón se le saltó un latido. La imaginó de pronto sentada frente al escritorio situado a la diestra de ese espacio, con notas y tintas, escribiendo a la luz titilante de la lamparilla, la concentración refulgente en los ojos violetas y ese mechoncito rebelde suyo golpeteándole la nariz a cada trazo que rasgaba sobre pergaminos amarillentos.

La superficie se veía limpia y fantasmal en aquel momento que parecía encontrarse en abandono.

El papel descansaba en un dispensador plateado y un juego de plumas y frascos adornaban la superficie de aquella estación como si fuesen piezas de un museo. La mesa se extendía por la anexión de otro tablón de madera gruesa que conducía a una estación de trabajo más especializada. Elsa notó el arcón que con tanto entusiasmo le había recibido la morena meses antes ocupando una especie de lugar protagónico ahí, como si la sabia no hubiese podido ser capaz de ignorarlo. Estaba colocado de manera vertical, de tal forma que los cajones y los compartimentos estuvieran perfectamente al alcance. Un pequeño banco de madera se hallaba vacío frente al mueble. En la superficie había agujas y placas de cerámica y metal conviviendo ordenadamente con remaches y retazos de cuero. Frascos con polvos y líquidos misteriosos se enfilaban en un estante superior.

Elsa levantó unas cartulinas en las que se podían ver los planos detallados del guantelete incendiario que Kyla se había inventado. Esos debían ser los primeros bosquejos que luego terminó de perfeccionar en Arendelle, se pensó la Reina arqueando las cejas.

Elsa no lo había presenciado (por encontrarse huyendo por su vida), pero los reportes de su guardia le informaron que los sabios de la Academia de la luna tomaron parte esencial en el rescate de muchos civiles durante el hechizo del Invierno Eterno.

—Nunca pensaste usarlo como arma —susurró la joven rubia, admirando los trazos y la caligrafía grabados sobre el pergamino—. Realmente pensaste en todo —torció las cejas cuando los ojos le brillaron con sentimiento—. ¿Cómo fuiste capaz de pensarlo todo?

Una carraspera se escuchó al fondo en el dormitorio sacando a Elsa de su ensimismamiento y aquellos viejos planos.

Caminó despacio, con una cautela que la hacía sentir más nerviosa de lo que ya estaba. Se aferró a la madera de esa falsa pared que mantenía a la hija de los Frei oculta y guarecida.

Kyla dormía. Exhalaba vaho débilmente en aquel lecho situado junto a la ventana de la que pendían varias macetillas con plantas y flores de aroma dulzón. Una tetera situada en el buró junto a la cama dejaba escapar un hilillo ondulante de vapor que le flotaba directamente en el rostro. La chimenea estaba encendida.

Elsa tuvo que pasarse el dorso por la frente para limpiarse el sudor que comenzó a permearle la piel. Se sentía un calor asfixiante ahí adentro, pero aun así, Kyla temblaba en su letargo.

La germana parecía tratarse del silencioso epicentro de un perpetuo hechizo congelante. A su alrededor crecían la escarcha y el hielo como si fueran musgo, invadiéndolo todo, convirtiendo la habitación en una ilusión invernal en pleno verano. Elsa se enredó los dedos temblorosos y torció las cejas en su aflicción.

La frágil figura de la sabia estaba cubierta por gruesos cobertores, pero tiritaba como si las ondas provenientes del fuego que ardía al fondo de esa pieza fuesen incapaces de brindarle calor. Elsa se estremeció de dolor y de rabia. Kyla se veía tan pálida y delgada. Tenía la carne macilenta pegada a los huesos como si su peso fuera el de un niño pequeño. Las venas y las articulaciones se le marcaban con facilidad, los ojos (aún cubiertos con una venda ajustada en su cabeza) parecían amoratados y hundidos. Las largas manos eran huesudas y curvadas, asemejando garras. Las cicatrices resultaban más visibles que nunca en ese cansado cuerpo que se había demacrado terriblemente en un tiempo tan corto.

Elsa juraría que tenía más marcas y que estas se veían rojas como si hubiesen sido hechas en tiempo reciente. El pecho le silbaba dolorosamente al respirar, como si el trabajo de llenar de aire sus pulmones, resultara colosal y ese esfuerzo se le atorara en la garganta. Los largos mechones ensortijados eran del color de la nieve, tal cual le contaron que había ocurrido con su hermana Anna en sus últimos momentos.

Fue doloroso presenciarlo, como si el conjunto se tratara de una imagen en negativo de la que una vez fuera la energética y sonriente Kyla Frei, aquello era casi estar ante su fantasma.

Era cruel, era terriblemente cruel. Elsa contuvo el aliento, más no pudo hacer lo mismo con sus lágrimas, estando así, ante la presencia de esa mujer blanca que había devorado a su morena de esa forma tan vil.

¿Cómo había sido posible algo como eso?

—Comenzó como una debilidad que la postró en la cama y fue hasta anoche que el cabello se le tornó blanco —pronunció una mujer mayor que había entrado por una puerta contigua y le dedicó una educada inclinación al observarla.

Estaba ataviada toda de negro. El refulgente anillo dorado de Corona le brilló en la mano cuando se acercó a la ventana para revisar el estado de las plantas—. Supe en ese momento que le había alcanzado el corazón —meneó ligeramente la cabeza exhalando un suspiro resignado.

Elsa reconoció a esa mujer como Jenell Frei. La matrona de la familia y sabia mayor de la ciudadela. El inconfundible brillo amatista le decoraba esa mirada profunda de gesto intenso que lograba asemejarse mucho al de su nieta, o quizás en realidad fuese al revés tal caso.

Elsa le estudió las facciones, el fuerte carácter que la caracterizaba se notaba en las arrugas del trigueño rostro y en la angulosa mandíbula que la Reina imaginó debía ser un rasgo predominante en su genética. Elsa se mordió el labio, abrazándose los costados. No imaginó, acostumbrada como estaba a tratar con gente importante, que se sentiría tan amilanada ante el escrutinio de aquella académica.

—Frau Jenell...

—Si usted se encuentra aquí, majestad, He de suponer entonces que las andanzas de mi nieta rindieron frutos —dedujo tranquilamente mientras se entrelazaba las manos bajo las mangas.

—Así es —corroboró la Reina sin amilanarse—. Kyla hizo todo lo posible por anular la profecía del invierno eterno. Es una heroína en esta tierra y en la mía.

Jenell contuvo una mueca de disgusto. Avanzó hacia la monarca, encarándola con seriedad, como lo haría un adulto que debe reprender a un crío que ha obrado mal en su presencia.

—Lo que Kyla hizo fue asegurarse de dañarse en todas las formas posibles —le informó entre dientes—. Sé que ni usted, ni nadie puede percibirlo, pero resulta tan evidente ahora que la veo aquí... Ella creó un ciclo, ¿no? La encontró en algún momento en el tiempo y dio inicio a toda esta locura.

—En realidad lo hice yo —admitió Elsa, encogiéndose en su sitio—. No sé cómo, pero he sido yo la responsable.

—Su majestad, tendrá que disculpar mi socarronería —le soltó incrédula—, pero me temo que ha sido una mera víctima de la causalidad. No podría concebir que con todo el cariño que cree profesarle a mi nieta, la haya condenado a revivir sus sufrimientos de esta manera.

—¿Qué cosa? —exclamó la rubia sin comprender a lo que se refería.

—El evento cíclico que han formado —dijo Jenell meneando la cabeza—. Tales cosas no deberían ser. Mi nieta es una creatura del tiempo, para ella el salto no pasa desapercibido como para los demás. Observe con atención el estado de su cuerpo.

Elsa guardó silencio, al tiempo que daba un paso hacia adelante. Se tensó cuando Jenell alargó una mano para alzar las mantas. Los dedos de Kyla temblaban, las manos las cerraba intermitentemente en puños, la respiración se le agitó tras los dientes constreñidos. La joven postrada se estremeció cuando una raja enorme le cruzó el delgado torso, abriendole la carne y tiñendo sus ropas de rojo. La matrona limpió las heridas que se cerraron de a poco hasta que se convirtieron en cicatrices frescas, la Reina se echó hacia atrás, volviendo el rostro en su impresión.

—Yo... No tenía idea... —gimió la rubia de manera lastimera—. Ella no mencionó nada como esto... —Elsa resopló procesando toda la situación y sus implicaciones. De pronto se sintió invadida por la rabia—. ¿Por qué es a mí a quién dirige estos reclamos? Usted comparte un don como el de Kyla, ¿por qué no vio más allá de la utilidad que podía representarle? ¿Por qué no hizo algo? —exclamó gritándole su indignación a la cara. El viento helado le agitó los cabellos y los ropajes reales.

La sabia mayor había permanecido impávida en todo momento, aquella no fue la excepción.

—No conoce toda la historia —concluyó con simpleza.

—Pude leer lo suficiente —respondió Elsa con frialdad.

Jenell se sonrió.

—Por supuesto que sí. Los reclamos de una muchacha que era incapaz de ver todo el panorama —resopló la sabia, meneando la cabeza—. Imagino que siempre se preguntó por qué le había hecho semejante cosa. Tal vez que mi obsesión por encontrar a la princesa Rapunzel me había enloquecido a tal extremo.

—¿Y no fue así? —espetó Elsa con la ofensa impregnándole la voz.

—En parte, debo admitirlo —aceptó la matrona con ironía—, pero obedece a motivos distintos. Esto se remonta a algunos años antes —Jenell se movió a una silla ubicada en un rincón y tomó asiento denotando que ya no se sentía tan joven—. Verá, su majestad. Mis hijos eran jóvenes y temerosos de Dios cuando concibieron a Kyla, tal vez demasiado —concluyó encogiéndose de hombros—. Habían sufrido la pérdida de tres criaturas antes de que la fortuna los favoreciera con mi nieta y cualquier anormalidad con el asunto los ponía muy nerviosos.

Redmond no se permitió entusiasmarse hasta que Emma superó su segundo trimestre; pero una vez convencido, ese hombre se volvió completamente devoto a esa niña, aunque siguiera esta en el vientre de su madre. La pequeña superó todo pronóstico de un embarazo difícil, mi nuera no iba a poder cargar con ningún otro niño luego de eso; pero no hacía falta pensarlo luego de que nació Kyla tan saludable y preciosa —lo dijo con una leve sonrisa como rememorándolo. El rostro se le ensombreció casi al instante—. Ella fue un pequeño milagro, con todo y que llegó al mundo de manera prematura, de madrugada, durante una tormenta terrible en la noche de todos los santos.

Elsa arqueó las cejas. Tal parecía que la sabia mayor no se perdonaba el error que le estaba confesando.

—Cualquier otro sabio habría interpretado esas señales, pero yo fui demasiado soberbia como para pensar que mi familia estaba protegida —la mujer miró fijamente a la monarca—. Usted ya conoce lo que hacen los ojos violetas y ya debe encontrarse al tanto de lo que ocurrió durante el nacimiento de la princesa Rapunzel.

—Supe que la Reina había enfermado —confirmó Elsa,

Jenell asintió acariciándose la sien.

—Se debe tener mucho cuidado con la magia. Sobre todo, si no tenemos idea de dónde provienen esos dones.

Elsa frunció el entrecejo, observándose las manos.

—Kyla tenía tan sólo unos meses cuando ocurrió. Fue una noche que la niña lloraba ardiendo en fiebre, sucumbiendo ante un caso muy agresivo de difteria. Había salvado a la Reina y a su hija de morir por enfermedad y la muerte estaba ahí para cobrarme usando la misma moneda, burlándose en mi cara. Demostrándome lo pequeña que era yo ante el designio de los dioses... Sus padres me suplicaron salvarla. Clamaron aferrándose a ella. No podía culparlos, sé muy bien lo que se siente

—Y entonces ella sanó por medio de su mano.

—No, mi Kyla murió esa noche cuando la muerte la tocó. Le arrebató su preciada vida al besarle la frente para luego vaciarle un montón de oscuridad en su inocente mirada. Hela maldijo a mi nieta esa noche sin que pudiera hacer algo al respecto.

Elsa contuvo el aliento, un escalofrío le subió por la espalda. Miró de reojo a la Kyla durmiente que se encontraba ahí en la habitación.

—P-pero Kyla está viva —razonó la monarca como si la idea contraria se tratase de una locura—. Ella está aquí, ella...

Elsa repasó mentalmente las líneas que había escrito su sabia en sus memorias. Las que hablaban de esa incesante sensación de no pertenecer a ninguna parte. El pasaje que contaba como Hela le había revelado la verdad de su situación. Que ella siempre le había pertenecido.

—Ella se la llevó por medio de Redmond —dijo la sabia mayor, suspirando dolorosamente—. Mi hijo se sintió tan desesperado en ese momento, que le prometió a los dioses pagarles lo que fuera si su hijita se salvaba.

—Y Hela se cobró la vida de Kyla... —completó Elsa torciendo las cejas. La joven parpadeó cayendo en cuenta—. Ella pensó que había sido usted, ¿por qué nunca lo supo?

—Kyla no tiene un futuro escrito más que el que le fue dictado por Hela. Ella no puede ver otra cosa sobre sí misma. Ni siquiera yo puedo hacerlo. La influencia de la muerte es como si hubiesen arrancado a mi nieta de toda existencia. La única forma de vislumbrar su camino es con quienes la rodean y solo se puede conjeturar, pues lo que se ve es solo una parte de algo entero. Nunca se sabe lo que ocurrirá en verdad.

—¿Por qué cree que la escogió a ella? —susurró Elsa intentando comprender—. Esto no puede haber sido solo por castigarla a usted.

—Claro que no, majestad. En eso tiene usted razón. Como le he dicho, somos insignificantes para los Æsir. Mi teoría apunta a que Hela buscaba algo en especial. Algún tipo de recipiente para un poder fabricado —sus ojos se convirtieron en un par de rendijas—. Algo fuera de este mundo...

Elsa se enredó las manos en su impresión. Jenell se sostuvo la barbilla con los finos dedos.

—Nadie puede cambiar el destino, salvo las nornas —dijo de manera terminante—. Los dioses son medidos con la misma vara que mide a los hombres y el regalo de la visión siempre ha corrido por las venas de la sangre Frei, El don del conocimiento ha sido perseguido hasta por el mismo Odín. Tener a su merced a una hija del tiempo como mi Kyla con un ajuste de cuentas pendiente, debió parecer una oportunidad demasiado buena como para dejarla pasar. Tomar un trato con alguien que carece de la capacidad de discernir no es algo que se encuentre todos los días.

—¿Y qué pasó con ella luego de eso?

—La vigilé muy de cerca desde entonces. Sabía que mi vida de académica en palacio había terminado. Todos mis esfuerzos los enfoqué en mi nieta. Era muy difícil, yo no podía leerla y debía aguardar para imaginar lo que habría de esperarnos. Cuando Kyla se hizo un poco mayor comencé a comprenderlo.

—¿De qué manera? —inquirió Elsa enarcando una ceja.

Jenell miró de reojo a su nieta, y suspiró.

—Como a toda niña, a Kyla le gustaba estar afuera jugando. Observaba por mucho tiempo a los animalillos de la floresta, se pasaba el día mirándolo todo. Tocando todo —dijo con afecto, más casi de inmediato apretó los labios—. Las plantas que rozaba con los dedos crecieron más que las otras, el riachuelo en el que se pasaba las tardes nunca se secó, era como si a su alrededor la naturaleza misma fuera capaz de potenciarse y eso sin mencionar su agudo don intuitivo que rayaba en la adivinación —explicó acariciándose el dorso de la mano—, pero conforme pasaba el tiempo, una ira destructiva se fue gestando en ella manifestándose en ataques atroces. Eran crisis en las que poseía una fuerza indescriptible y sus ojos te arrastraban hasta un mundo de pesadilla —susurró sombríamente—. Nunca fue consciente cuando los animalillos morían despedazados en sus manos, ni de los horrores que cometió en ese estado. Para ella todo eran sueños que quedaban atrás al despertar...

Elsa se encogió en su sitio imaginándolo todo. Jenell chistó.

—Hasta que comenzó a soñar con la mujer de blanco —completó la matrona.

—¿Ella misma tratando de frenarse? —soltó Elsa atando cabos.

—¿Cómo saberlo? —respondió la sabia encogiéndose de hombros—. Kyla parecía estarse proyectando en diferentes puntos de su línea temporal por algún motivo. Ni siquiera tenía idea de que tal cosa era posible. Me dediqué a investigarlo durante años.

—¿Qué es lo que tiene que ver el gigante? —inquirió la Reina completamente inmersa en lo que estaban discutiendo. Tenía toda la información de la mano de Kyla y pretendía cotejarla con todo lo que supiera Jenell al respecto.

—Me parece que el jöttun es el dueño de los ojos de Kyla —contestó Jenell acariciándose el mentón—. Es su alma la que fue vaciada en su interior y fue así como logró despertar su poder natural con semejante potencia. Pienso que no habría sido posible de no haber sido mi nieta una recién nacida, pues fue capaz de crecer habituándose a esa mágica simbiosis —la sabia mayor frunció el entrecejo—. Kyla era enfermiza y no se desarrollaba como debía, pero seguía viviendo... ella ni siquiera sabía lo que ocurría. Cuando comenzó a soñar con el Jöttunheim supe que debía frenar a esa bestia que pretendía pasar a este mundo a través del cuerpo de mi nieta. Así que hice lo necesario para contenerla —concluyó determinada.

—La dejó encerrada ahí. Así fue como Kyla dejó de ser ella misma. ¿Usted sabía lo que—

—Sabía que estaría congelado su corazón —aceptó la mujer solemnemente—, pero también que sería capaz de amar a pesar de todo.

—Al conocerme.

—Sólo la magia puede enfrentar a la magia —soltó Jenell encogiéndose de hombros—, y sólo los dones de los dioses pueden anularse entre sí.

Estaba al tanto de que conocerla afectaría a Kyla, pero hasta yo me sorprendí... Fue como si volviera a ser una persona —recordó la sabia de manera ensimismada—, como si comenzara a experimentar la vida de verdad. Kyla sólo podía sentir amor, así que su personalidad se vio influenciada por un estado de euforia que no parecía tener límites. Se volvió alegre, apasionada, Impulsiva, valiente, determinada. Había encontrado un propósito al que le daba vueltas con minuciosa obsesión. Algo que estaba comenzando casi a venerar —dijo la matrona con gravedad—. Se enfocó tanto en eso que perdió el sentido de la realidad. Tuve que recluirla en la academia para tenerla cerca y vigilar sus temerarios pasos, pues mientras más aprendía Kyla, más averiguaba sobre sí misma. Eran tiempos tumultuosos que no debía atravesar sola.

—Ella se sintió sola todo el tiempo —le afirmó Elsa con los puños apretados—. Creía que usted no la apreciaba, que la utilizaba... Y está todo ese asunto que fraguó con Elena a pesar de conocer lo que ella sentía en verdad...

—Elena fue un seguro para su propia protección —explicó la matrona incómodamente—. Había visto que esa muchacha iba a ser incondicional para mi nieta en una posibilidad muy específica, así que la llevé a cabo. La libré de la muerte en una situación muy parecida a la de Kyla. Ella murió y resucitó por medio de alguien sobrenatural, así que se volvió su par.

Una persona que no se podía leer, inmune a la magia del jöttun que no podría usar los recuerdos ni el futuro en su contra. Era la funda ideal para una espada tan afilada como lo era mi nieta.

—¿Pero no pensó en el conflicto que le iba a ocasionar? —espetó la Reina con enfado—. ¿Lo dividida que se iba a sentir por eso?

—Honestamente esperaba que se cumpliera esa remota posibilidad en la que Kyla aceptaba a esa joven y escogía ser feliz a su lado. Nunca pensé que usted la correspondería.

Elsa se mordió la lengua, pero estaba segura que su pensamiento alcanzó a la mujer, que asintió como aceptándole la ofensa.

—Nuestra vista se basa en posibilidades, majestad, aún la más inverosímil como la de salvarla a usted de una profecía. ¿Se dio cuenta de la cantidad de factores que debieron emplearse para lograr tal cometido? ¿Sabe cuántas otras vidas se arruinaron? ¿Cuántas se truncaron? ¿Cuántos pecados se echó Kyla a cuestas? No puede culparme por intentarlo. Puede juzgarme, pero no puede culparme por intentar salvar el alma de mi nieta. No cuando sabía que se la estaban jugando en el infierno y ella llevaba las de perder.

Elsa bufó conteniendo su rabia. Era consciente de la razón que tenía la sabia mayor en su manera de justificarse, pero simplemente le era imposible aceptarlo de buena gana.

—¿Cuál era su insistencia en mantenerla anclada a Corona? —preguntó la Reina zanjando ese tema para pasar a otro punto—. ¿No es consigna de los Frei la vida en libertad?

La matrona se sonrió, removiéndose en su silla.

—Porque mientras más se fortalecía el poder de Kyla, con más frecuencia atisbaba la vista del gigante por sobre su sello y era cuestión de esperar, antes que Hela apareciera para darle fin a aquel pacto. Encontrar a la princesa Rapunzel era primordial.

—Ella me contó que podía curar enfermedades y todo mal —dijo Elsa, refiriéndose a la princesa de aquel reino—. Ella habría podido salvar a Kyla, ¿no es así?

—Eso pensaba, pero mi nieta llevó a cabo otros planes.

—Salvó a ese joven, a Eugene y él le cortó la cabellera —completó Elsa de manera ensimismada.

—La muerte debió notar ese cambio —convino la sabia mayor apreciando las habilidades de la joven rubia—. Tal vez no de inmediato por la capacidad de mi nieta de crear nuevos caminos en el tiempo, pero si debió percatarse. Hela ha intentado hacerse con su corazón desde entonces.

Ambas guardaron silencio por primera vez durante aquel intercambio de palabras. Kyla se movió bajo las mantas tratando de incorporarse.

I believe if I'd knew where I was going, I'd lose my way /

Yo creo que de haber sabido a dónde me dirigía, habría perdido el rumbo.

—Siempre intentaste salvarme —susurró Kyla apretando los dientes—. Romper mi maldición —añadió de manera indistinta al aire—. Abuela, yo... No tenía idea... —jadeó apenadamente.

La Reina y la sabia mayor se acercaron al lecho de Kyla, la estudiaban con preocupación mientras la muchacha jalaba aire de manera temblorosa.

—No debías saberlo, criatura —susurró Jenell compasiva—. No hasta el día de hoy. Traté de evitar que Hela se hiciera contigo, pero mantenerte en las sombras ocasionó que cayeras en su engaño.

—¿Cual engaño? —soltó Elsa con las cejas alzadas.

—Yo... Le prometí mi corazón a Hela a cambio de tu vida —confesó Kyla encogiéndose de hombros—. Ella no pudo quitármelo en Craig Na Duhn y yo iba a morir de todos modos...

—¿Por qué no pudo llevarte si le pertenecías? —exclamó la Reina confundida.

—Probablemente Freyja tuvo que ver —respondió Jenell, razonándolo—. Desde que mi nieta y usted, majestad, se conocieron, las acciones de Kyla han sido impulsadas por el amor más sincero y nada es más sagrado para ella que tal sentimiento.

Por eso su corazón estaba protegido.

Pero los dioses tienen sus reglas. Si Kyla renunciaba a su corazón por voluntad propia, entonces eliminaría tal influencia.

—Te presionó usándome a mi —concluyó Elsa sintiéndose ofendida.

I believe that the words that he told you are not your grave /

Yo creo que las palabras que te dijo no son tu tumba

—Lo hizo llevándose a tus padres —susurró Kyla débilmente al incorporarse en la cama con dificultad—. La intervención de los dioses es impredecible... Pero fue mi culpa que se cobrara la vida de los Reyes de Arendelle... Lo siento tanto...

Elsa vio lo mucho que pesaba esa idea sobre los hombros de la sabia que se encogía en sí misma, lamentándose. Como si considerara una falta terrible de su parte ignorar que Hela se había empecinado desde su nacimiento a quedarse con su alma.

I know that we are not the weight of all our memories /

Yo sé que no somos el peso de nuestros recuerdos

—No lo sabías —la cortó Elsa al sentarse a su lado—. Mis padres me contaron que hiciste todo lo posible por salvarlos. Y luego me arrancaste de las garras de la muerte cuando agonizaba en mi tristeza... Creí haberlo soñado —susurró impresionada—, pero ahora sé que no fue así.

I believe in the things that I am afraid to say /

Yo creo en las cosas que tengo miedo de decir

Elsa titubeó un instante, pero sus finos dedos se alzaron en el aire en amago de aferrarle a Kyla aquellos vendajes, dispuesta a aflojarlos. La morena se tensó levemente al percatarse del cambio de la respiración de la monarca. Elsa le chistó con suavidad.

Hold on, hold on / Resiste, aguanta

—Tranquila, voy a quitarte esto —le informó, mientras recogía poco a poco la tela.

I believe in the lost possibilities you can see /

Yo creo en las posibilidades perdidas que puedes ver

—No lo hagas, por favor... Elsa, yo—

And I believe that the darkness reminds us where light can be /

Y creo que la oscuridad nos recuerda dónde puede estar la luz

Elsa torció las cejas y desvió la mirada. Los ojos de Kyla eran lechosos y ausentes. Tenía a Elsa justo delante pero ya no podía verla más.

—No quería que tuvieras que verme así... —susurró la germana mordiéndose el labio.

—Oh, Kyla... Lo siento tanto... —comprendió Elsa, terriblemente apenada.

I know that your heart is still beating, beating darling /

Yo sé, cariño, que tu corazón sigue latiendo, aún late

—No fue tu culpa, Elsa. Así lo decidí. Mis ojos... ya no resistieron los viajes. Mi cuerpo... está destrozado, pero ya no siento dolor.

Sé que Hela me está castigando y a todos los que me rodean deteriorándome de esta forma; pero si consideramos que morí hace casi veinte años, he tenido una vida de lo más provechosa, ¿no lo crees?

I believe that you fell so you would land next to me /

Yo creo que caiste para poder yacer a mi lado

—Es cierto —asintió la Reina sonriéndole con afecto.

Cause I have been where you are before / Porque he estado antes donde estás

And I have felt the pain of losing who you are /

Y he sentido el dolor de perder quién eres

And I have died so many times, but I am still alive /

Y he muerto tantas veces, pero sigo con vida

—Viajé por varios mundos, fastidié a los dioses, anulé una profecía y la Reina de Arendelle, mi gran amor... uno que fui capaz de experimentar pese a que parecía imposible, está aquí junto a mi lecho...

Puedo decir que me he salido con la mía hasta el final.

Elsa se sonrió pese a que sólo deseaba sollozar.

—Así es, cariño.

I believe that tomorrow is stronger than yesterday /

Yo creo en que el mañana es más fuerte que el ayer

—La pasé muy bien a tu lado, Elsa... —susurró Kyla, esbozándole una leve sonrisa—. Me habría gustado mucho ser tu sabia...

—Te habría ordenado sin dudarlo —aseguró la Reina, encogiéndose de hombros—. Aunque seas la peor.

And I believe that your head is the only thing in your way /

Y yo creo que tu cabeza es la única cosa en tu camino

La sabia suspiró, curvó ligeramente los labios cuando la tos le sobrevino y la hizo agitarse. Elsa la miró impotente en su desconsuelo.

—Desearía haber hecho más por ti... —le dijo profundamente apenada.

—Estás aquí, mein Schatz... Eso es más que suficiente...

I wish that you could see your scars turn in to beauty /

Yo deseo que puedas ver tus cicatrices tornándose en belleza

La morena extendió la mano. Elsa le aferró los delgados dedos, aunque era consciente que Kyla no podía sentirla.

—Estoy tomando tu mano —le informó la Reina con los ojos cobaltos llenos de lágrimas.

I believe that today it's okay to be not okay /

Yo creo que hoy está bien no estarlo

—Gracias —exhaló Kyla, torciendo las cejas—. No quería admitirlo... Pero tenía miedo de estar sola.

Una lágrima resbaló por la mejilla de la sabia. Elsa la abrazó con fuerza.

—Tranquila, amor. Yo te tengo.

Hold on, hold on / Resiste, aguanta

Los jadeos de la morena se fueron volviendo más pesados, conforme el aire se demoró en entrarle a la sabia por la garganta. Los párpados de Kyla se cerraban con pesadez pese a que era evidente que hacía lo posible por soportarlo. Estaba entre los brazos de la afligida Reina, agonizando, luchando contra el sopor que se iba apoderando de ella. Ya casi no percibía el perfume de la noble y los sonidos de los alrededores se estaban apagando. El dolor en su pecho amainó. Kyla se estremeció ante esas últimas punzadas agudas en sus pulmones.

Estaba muriendo por fin.

La morena gimió con los dientes constreñidos. Había esperado tanto por el descanso eterno, que el hecho de sentir cómo la vida se le escapaba en ese preciso momento le parecía otra de esas crueldades que Hela le hubiese reservado.

—Elsa... Ich liebe dich... (te amo) —le susurró desmayadamente, al recargar la cabeza contra el pecho de la monarca, como si necesitara expresar aquello una última vez. Kyla movió los labios como si hubiese querido añadir algo más, pero ningún sonido escapó de ellos, todo lo que quedó fue el vaho que permaneció flotando a la altura de su boca.

Cause I have been where you are before /

Porque he estado antes donde estás

Elsa pasó saliva, carraspeó en un intento por evitar que se le quebrara la voz. Hundió la nariz entre mechones de cabello blanco y aroma acanelado. Asintió levemente sin dejar de aferrarla.

—Lo sé, cariño —respondió en voz baja—. También yo... Por siempre...

And I have felt the pain of losing who you are /

Y he sentido el dolor de perder quién eres

La sonrisa de Kyla fue casi imperceptible debido a su estado debilitado y la posición que ocupaba la Reina, pero su cuerpo se relajó. El agarre de los dedos de la germana perdió la escasa fuerza que conservaba. Cerró los ojos al tiempo que exhalaba un largo suspiro y entonces pareció como si hubiese caído en un profundo sueño. Elsa lo supo en cuanto dejó de sentir su respiración. Se inclinó para apreciarla de cerca, su rostro ya no reflejaba dolor o angustia. Las lágrimas de la Reina noruega se derramaron en silencio cuando cayó en cuenta de que aquella chiquilla extranjera que fue tan importante en su vida, la había dejado atrás, yéndose de errante a un sitio al que no podía acompañarla.

Elsa lloró, acarició el rostro helado de su sabia, apartando los mechones albinos que le caían sobre los ojos. ¿Qué clase de crueldad hacía que ella viviera mientras su amada tenía que morir y dejarla de esa forma?

And I have died so many times, but I am still alive /

Y he muerto tantas veces, pero sigo con vida

La habitación se había llenado de copos de nieve que flotaban, suspendidos en el aire y en el tiempo. El fuego de las velas y la chimenea se apagó con una ráfaga de viento que lo sumió todo en una profunda oscuridad.

Elsa lloraba desconsoladamente en la negrura, sujetaba el cuerpo de su amada como si no pretendiera soltarlo nunca. Escuchó a la sabia mayor removiéndose en su sitio.

Jenell se sacó un medallón brillante del cuello de su túnica, iluminándose la vista.

—¿Ha traído el anillo con usted majestad? —le preguntó con interés.

—Perdone, ¿Qué cosa? —exhaló Elsa, limpiándose la mirada cobalto.

Miró hacia abajo, en su mano, donde lucía el anillo plateado con esa piedra púrpura que fulguró emitiendo un tenue resplandor.

—¿Qué significa esto? —soltó la Reina en su impresión.

—Esta no es una amatista ordinaria —explicó Jenell muy seriamente—. Kyla la encantó con magia rúnica como uno de sus primeros intentos de salvarla a usted. La magia de sangre es muy impredecible y mi nieta demostró ser lo suficientemente insensata como para probarla. Este anillo la mató en esa ocasión... aunque mi nieta gozaba del favor de Hela por ese entonces, así que para ella fue como desmayarse por cansancio. Fue el protagonista de nuestras primeras discusiones relacionadas con su plan.

—¿Y qué cosa hace? —soltó la rubia mirando el accesorio con apuro.

—Creo que Kyla esperaba usarlo para arrancarla del otro mundo si precisaba hacerlo —arqueó las cejas mirándola con significado—. Si ambas aceptamos lo que conlleva. Es la posibilidad que podría librarla del Helheim. Tendría que usar gran parte de mi poder, pero usted sería capaz de seguirla al otro mundo llevando su protección.

—Usted... Correría un grave peligro —razonó Elsa, cubriendo el anillo con su mano—, podría perder su vista o algo peor.

—Es un precio bajo a pagar por el conocimiento —admitió la sabia con solemnidad—. Puede intentarlo si está dispuesta.

—Lo haría todo —aseguró Elsa con la mirada chispeante.

—Que así sea entonces —sentenció Jenell recogiéndose las mangas. Colocó ambas manos sobre el anillo que llevaba la Reina y suspiró—. Puedo hacer que siga a mi nieta hasta al mundo espiritual, pero no debe quedarse demasiado —le informó con advertencia.

—¿Está bien que me quede aquí? —titubeó Elsa refiriéndose a la forma en la que se encontraba abrazando el cuerpo de Kyla.

—Sí, es mejor que mantenga contacto con ella. No se asuste, puede que vea cualquier cosa antes de entrar al reino prisión, pero debe insistir en que es ahí a donde quiere llegar. ¿Entiende?

—Sí —contestó Elsa un tanto insegura.

La mirada de la sabia mayor se iluminó intensamente. Un brillo blanquecino la rodeó y comenzó a decantarse en la amatista. La luz envolvió a Elsa también, impactándola como si la hubiese alcanzado un rayo. La Reina apretó los párpados cuando la intensidad de aquel brillo fue demasiado para soportarse.

This is not the end of me, this is the beginning /

Este no es mi final, esto es el comienzo

(Hold on) / Resiste

—Elsa, ¿Estás bien? —se escuchó que la llamaba Kyla de manera preocupada—. ¿Qué es lo que estás haciendo?

This is not the end of me, this is the beginning /

Este no es mi final, esto es el comienzo

(Hold on) / Resiste

Elsa abrió los ojos en ese instante. Estaban en la cama de Kyla, en su habitación en penumbras, todo se veía exactamente igual que segundos atrás salvo que Jenell había desaparecido y Kyla estaba viva. Se veía lozana y con el cabello oscuro como la recordaba. Eran etéreas como fantasmas y probablemente eso fueran.

—Eres tú... —le susurró con afecto, admirándola.

This is not the end of me, this is the beginning /

Este no es mi final, esto es el comienzo

(Hold on (I am still alive) / Resiste (Sigo viva)

—No deberías estar aquí, Elsa... —repuso temerosamente la morena torciendo las cejas.

—Al fin lo entendí —negó Elsa con solemnidad—. Lo que escribiste en tu libro y todo lo que sucedió. Sé quién soy ahora y el destino que habré de cumplir. Bajaré hasta el mismo Helheim si es que tengo que hacerlo por ti.

Kyla abrió la boca, aparentemente se había quedado sin palabras.

—"Un acto de amor verdadero salvará un corazón congelado"... —recitó la Reina, alzó la mano para acariciar la mejilla helada de su sabia con la mano desnuda—, y tú me has dado tantos...

—Elsa... —gimió Kyla en un susurro.

This is not the end of me, this is the beginning /

Este no es mi final, esto es el comienzo

(Hold on (I am still alive) / Resiste (Sigo viva)

—Debes dejarme pasar —dijo Elsa de forma imperiosa—. No intentes frenarme, tú sabes bien quién soy yo.

—Eres la señora del Invierno —susurró Kyla mansamente al sostenerle la vista a esos ojos azules de hielo. Una chispa violeta fulguró en la mirada de la sabia cuando el viento gélido se arremolinó entre ellas, agitándoles los cabellos y las ropas—. Eres Elsa Arnadarl, la Reina de las Nieves tocada por Skadi.

La rubia le asintió en silencio.

This is not the end of me, this is the beginning /

Este no es mi final, esto es el comienzo

(Hold on (I am still alive) / Resiste (Sigo viva)

—Mi querida Kyla Frei... Me enseñaste que el amor es eterno... —susurró la Reina al hacer girar sus dedos y trazar tres espirales de escarcha en el aire con su magia—, pero no porque nunca deba terminarse...

—Es porque vive en todas partes... —completó la sabia asintiendo ligeramente.

This is not the end of me, this is the beginning /

Este no es mi final, esto es el comienzo

(Hold on (I am still alive) / Resiste (Sigo viva)

Kyla se estremeció cuando Elsa tomó el símbolo entre sus dedos y lo empujó contra él pecho de la morena que apretó los ojos y se aferró débilmente al cuerpo de la monarca que la sostenía mientras la runa le penetraba lentamente la piel. La sabia jadeó y apretó los dientes mientras los ojos violetas se le iluminaban y un brillo blanquecino comenzaba a rodearle la esbelta figura. La Reina de Arendelle sonrió ante aquel chispazo de energía que aún latía en su sabia y acercó los labios hacia su oído para susurrarle.

—Te amo, Kyla Frei. De verdad lo hago, y por todos los dioses, viejos y nuevos, juro que no voy a dejarte morir así.

—Elsa...

This is not the end of me, this is the beginning /

Este no es mi final, esto es el comienzo

(Hold on (I am still alive) / Resiste (Sigo viva)

—Esta vez, seré yo... quién se esfuerce por ti... —pronunció la Reina acortando las distancias.

This is not the end of me, this is the beginning /

Este no es mi final, esto es el comienzo

(Hold on (I am still alive) / Resiste (Sigo viva)

—Resiste, mein Schatz... Debes resistir un poco más por mí.

This is not the end of me, this is the beginning /

Este no es mi final, esto es el comienzo

Elsa abrió los ojos justo para ver la entrada al Jöttunheim. Reconocía el terreno de ese bosque nevado gigantesco, con esos árboles oscuros retorciéndose hasta el cielo. Las ramas totalmente peladas se veían afiladas como navajas. El lobo de lomo negro ya se encontraba ahí esperándola. Agitó la cola con entusiasmo y caminó hacia ella para robarle una caricia. La muchacha se inclinó para tocarle el pelaje y entonces cayó en cuenta de los guantes de cuero que llevaba puestos en las manos.

La Reina exhaló en su sorpresa, el diseño de esas prendas dejaba sus dedos al descubierto. Se miró el cuerpo para descubrir que toda su ropa era distinta. Llevaba un atavío nórdico de lucha que se ajustaba a su figura, gruesas pieles la arropaban enteramente. En la capucha que llevaba puesta, palpó la cabeza de una bestia cornamentada. Un cuchillo enfundado y un cuerno le pendían del cinturón. Cargaba un arco y un carcaj rebosante de flechas en la espalda. Elsa clavó la mirada en los ojos celestes del lobo como si aceptara el rol que le estaba siendo encomendado.

—Lo entiendo. Yo soy el cazador —pronunció en voz baja mientras palmeaba el cuello de aquel fylgja silencioso. Elsa se enderezó admirando el hueco en penumbras que se extendía frente a ellos—. Tú conoces el camino, ¿no? Llévame hasta ella.

El lobo soltó un gañido lastimero, emprendió la carrera, haciéndola de guía para la decidida joven que lo siguió en aquella lobreguez.

En lo profundo de ese bosque, Kyla jadeaba sobre la nieve. Sus ropajes estaban rotos y sanguinolentos. La piel la tenía casi despellejada en distintas áreas, como si la hubiesen cortado hasta tal extremo. Estaba muy delgada y demacrada, pero sus cabellos seguían siendo negros y la mirada violeta todavía le brillaba con ímpetu. Al parecer el espíritu de la germana se negaba a alcanzar el deterioro del cuerpo que se había quedado inerte en el mundo material. Si Kyla Frei estaba muerta, ella no se había enterado, llevaba meses batallando en ese escenario y seguía dispuesta a seguir peleando hasta el final.

La morena levantó la cabeza al escuchar el aullido de su fylgja, se giró para encontrarse con la visión de la Reina cazadora que avanzaba por la nieve a todo trote en su encuentro.

Aquello fue suficiente para arrancarle una agotada sonrisa a la muchacha que terminó por desplomarse, sabiéndose relevada.

—Por todos los dioses, al fin has llegado, mein Schatz...

Elsa la llamó, arrodillándose a su lado.

—Perdona la tardanza, amor —le dijo acariciándole el rostro, le plantó un beso en los labios—. Pero no me lo hiciste nada fácil —añadió con reclamo.

Kyla se sonrió, exhalando una risa sofocada.

—Nada es suficiente para estas nobles burguesas —le dijo al lobo que se había sentado a su lado.

—Podemos esperar a que llegue y te salve alguna de tus novias republicanas, entonces —la retó la Reina, arqueándole la ceja.

Kyla iba a contestar algo, pero un poderoso rugido llamó la atención de ambas.

—Estudiaste bien cómo enfrentarlo, ¿Verdad? —dijo Kyla nerviosa, incorporándose trabajosamente.

—Eso creo —respondió la rubia, acariciándose las manos—. Quédate aquí. Busca refugio —le ordenó a la morena mientras ella se alejaba y se posicionaba en un punto alto.

—O... Puedo quedarme aquí a ser la carnada... —murmuró la sabia, arrastrándose hacia un hueco en una especie de barricada de nieve oculta entre varios troncos caídos en la arboleda.

Elsa asintió conforme desde su puesto. Estudió el terreno, efectuó un par de florituras con las manos con lo que realizó algunas modificaciones con su magia. Se sacó una flecha del carcaj y mantuvo el arco preparado. No hizo un sólo sonido, se quedó expectante, oculta entre los matorrales nevados, aguardando a que se apareciera su presa. No debió esperar mucho tiempo. El jöttun se abrió paso, saliendo de un acantilado gigantesco que para él era solo un hueco, se sacudió la melena llena de escarcha y trozos de hielo y bufó con enfado. Deambuló vigilante como si buscara a Kyla. Elsa miró a la distancia cómo la morena se encogía en su sitio apretándose las sienes. La Reina cazadora se giró. Apuntó directo al pecho de la bestia. Tomó aire y disparó.

La flecha se hundió en la carne de aquel desgraciado, pero como imaginó, no bastaría para matarlo sino para hacerlo enfadar. En su trinchera, Kyla se retorcía. La Reina continuó con su estrategia. Alzó el arco, disparando otra flecha, se movió rápidamente a otro puesto antes de que el proyectil impactara en el blanco. Aguardó vigilante a que la creatura se tambaleara y entonces cerró el puño en el aire, con lo que una red luminosa de color azul lo atrapó entorpeciendo sus movimientos. El monstruo rugió rabioso. Elsa se sacó el cuerno de caza y lo sopló desde las alturas. El llamado materializó a una jauría de lobos espectrales que se lanzaron encima del gigante y terminaron por derribarlo. Aquellos eran los fieles acompañantes de la diosa Skadi y su tamaño era descomunal. Con las fauces sujetaban los miembros de la bestia y con sus gruñidos le infundían miedo en el corazón. Elsa materializó una lanza de hielo en sus manos, alzándola por sobre su cabeza. Silbó para que sus animales se retiraran en una nube que se esfumó en el aire y lanzó el arma para atravesar al gigante en el corazón.

La creatura aulló desplomándose sobre la nieve. Elsa se sonrió complacida. Buscó a Kyla que estaba recostada sobre la nieve. La cazadora meneó la cabeza, la pobre morena debía de encontrarse sumamente agotada. La Reina descendió con cuidado, anduvo a trote para reunirse con ella y luego corrió con todas sus fuerzas al darse cuenta que algo no estaba bien. Había mucha sangre a su alrededor, como si la hubiesen atacado de todas direcciones. La germana se sujetaba el pecho sanguinolento, se veía rígida, tenía los ojos abiertos como si estuviese muerta. Elsa se cubrió la boca con la mano, negando con la cabeza.

—¡Kyla! No, no, no, esto no puede ser...

De pronto la germana se estremeció y jaló aire abruptamente, estiró los miembros que crujieron de forma desagradable. La sangre le retornó al cuerpo y las heridas se cerraron, dejando los vestigios de su origen tras de sí. Elsa se echó hacia atrás exclamando un improperio en su impresión. La sabia se enderezó, girando la cabeza hacia ella.

—Eso estuvo muy bien, pero no va a funcionar —le informó, ajustándose las prendas—. ¿Qué más tienes?

Elsa la señaló con la boca abierta.

—¿Qué rayos acaba de pasar?

—Tenemos que movernos, vamos.

Kyla ya había comenzado a correr, alejándose del lugar, la Reina la siguió de mala gana.

—¿Entonces esa cosa se lastima igual que tú? —soltó Elsa de manera indignada.

—Y funciona también de la otra forma, si yo me lastimo, él lo siente igual —explicó la morena buscando otra de esas trincheras de nieve, al parecer había tenido bastante tiempo como para hacerse de varios refugios—. Estamos conectados, yo no puedo morir y esa bestia se regenera. No se puede acabar con él tan fácilmente, creme, llevo años en esto.

—Sabes que va a levantarse porque tú estás viva... O lo que sea que signifique estar en este sitio.

—Lo entiendes bien —asintió la sabia, sonriendo ante aquella adversidad—, mi recuperación es más rápida porque soy muy pequeña en comparación, pero, aunque el jöttun se encuentre en una situación debilitada, no es conveniente atacarlo ahora a menos que tengas algo verdaderamente contundente. Es muy peligroso intentar rematarlo de cerca.

—¿Por qué intentaría hacer tal cosa?

—Porque hay que rascar su piel y descubrir su debilidad, lo que le permite restaurarse. Lo he visto, está como a esta altura —dijo la morena, señalándose un punto en el pecho—. Puedo dañarlo con mi guante, pero no es suficiente.

Elsa se mordió el labio procesando la información.

—Kyla, no estoy muy segura si vales tanto esfuerzo —concluyó Elsa con un resoplido.

La morena estalló en una carcajada que tuvo que cubrirse con las manos. La Reina se sonreía sin abandonar el papel de su comentario anterior.

—¿Tú crees que la actual princesa de Suecia sea como su tataratía? —añadió fingiendo interés.

—No lo sé —chilló Kyla, limpiándose una lágrima—, pero es una forma de negociar la independencia. Deberías pensarlo, yo puedo satisfacer a dos mujeres.

—¿Y a ti quién te invitó? —soltó Elsa con falso desprecio—. La sueca sería mía. Tú vete a morir por ahí de una buena vez.

Kyla hizo la mímica de que su corazón era atravesado con algo.

La morena le guiñó el ojo y salió corriendo de su escondite cuando el gigante se abalanzaba directo a embestirlas. El guante de Kyla se prendió en llamas y chocó directamente contra el puño cerrado de la sabia. El jöttun le pasó por sobre la cabeza, como habría sucedido de haber impactado contra una locomotora. Elsa miró a la germana montarse sobre la bestia y comenzar a machacarle el pecho hasta descubrirle una pieza brillante. Su propia piel se había abierto por si sola, pero la joven simplemente lo ignoraba.

En un punto debió alcanzar una zona demasiado peligrosa, pues el gigante la apartó con un manotazo, como quien busca deshacerse de un mosquito demasiado insistente. Esta vez fue Kyla quien voló por los aires para impactar en el suelo nevado, pero Elsa lo notó. Fue durante una fracción de segundo y por un reflejo de la luz. Una especie de cuerda invisible ataba a la sabia y al jöttun por la muñeca. Era delgada como un cabello, pero por lo visto no era tan frágil como uno si había resistido por años embates semejantes entre ambas partes.

La Reina se sacó una flecha y la preparó en el arco. Se salió de su resguardo buscando el mejor ángulo para tirar. Una vez que había visto esa unión mágica, ya no podía simplemente ignorarla. Gritó llamando la atención de la bestia, que se lanzó hacia ella a toda velocidad. Elsa lo veía todo muy despacio, calculando el movimiento, anticipando el disparo. El corazón le dio un vuelco cuando soltó el proyectil un segundo antes de lo debido.

La flecha se enterró en la nieve mientras la creatura seguía avanzando. Elsa alzó una mano para levantar un muro de hielo frente a ella. La bestia alzó los puños preparándose a machacarla

—¡seiðr! —escuchó que le gritaba encolerizado.

Elsa se estremeció en su sitio, pero nada le ocurrió. El gigante gruñó, perdiendo el paso y cayendo sobre la nieve con un estruendo espectacular. La Reina miró a la distancia, Kyla se estaba sacando una cuchilla del pie ensangrentado. Se fue cojeando hasta un árbol que se puso a trepar hábilmente. La muchacha suspiró. Ella misma se movió de nuevo ocultándose, agitó los dedos, con lo que una nevada se manifestó en el acto, sacudió la mano y aquello se convirtió en un vendaval.

—Hechicera... —siseó el jöttun incorporándose—. No tienes idea de lo que estás haciendo. Te mataré a ti primero —le aseguró avanzando hacia ella mientras tomaba aire. Expulsó de la boca un largo resoplido que desbarató la nevada en un instante.

Elsa se tensó en su sitio, apretó los dientes en su incredulidad.

—No puede matarme una creatura inferior de Midgard... —se burló el gigante acariciándose los cuernos brillantes—. Deja que te envíe al Helheim con esto —bramó mientras producía su propia onda gélida.

—¡Pasamos de eso, gracias! —exclamó Kyla cayendo sobre su nuca.

La germana se balanceó pendiendo de la melena blanca de aquella bestia, le acuchilló el cuello con la mano libre y se movió como una araña hasta su hombro mientras el jöttun adolecía. Encendió su guantelete en un movimiento, golpeándolo en el pecho y perforándole la superficie de la carne.

—¡Maldita seas! —rugió el gigante con los ojos fulgurantes de rabia.

Una flecha cargada de magia le estalló a la bestia en el ojo haciéndolo chillar de dolor.

Kyla gritó, soltando un alarido, se dobló en sí misma, presionándose el ojo cerrado. El gigante y ella se desplomaron sobre el suelo en perfecta sincronía.

Elsa depuso las armas casi de inmediato. La nieve a sus espaldas se alebrestó, amenazando con comenzar una tormenta. La Reina sujetó con fuerza el arco entre los gélidos dedos al comprender la situación que se le estaba presentando.

—Realmente están conectados... —razonó exhalando en su excitación—. ¡Maldición!

Kyla se enderezó resoplando aceleradamente. Cerró los puños, apretándolos mientras su gesto intentaba contener un grito de rabia. Un montón de sangre le corría por la cara. El jöttun actuó de forma similar a la muchacha al tiempo que su cuerpo comenzaba a regenerarse.

Elsa se echó hacia atrás con reverencia.

—¡Deja de pensarlo! —le gritó la morena a la distancia—. No importa lo terrible que sea. Elsa, nada se compara a pasar la eternidad aquí.

Solo el poder divino podía intervenir con eso. Ella lo sabía, era la única que podía abatir a aquella creatura, pero no se sentía tan convencida al respecto. No si tenía que hacer que su morena experimentara lo mismo.

El gigante volvió a levantarse. La tierra retumbó en sus adentros, al tiempo que su melena se erizaba.

—¡No lo dudes, Elsa! ¡Acábalo! Tienes que terminarlo —gimió la germana casi como una súplica—. Debes reclamar a tu presa, jaeger.

Kyla se arrancó el guantelete y se lo lanzó a Elsa, la Reina observó el artefacto rúnico caer a sus pies. La rubia negó con la cabeza.

—¡Tiene que haber otra forma!

—¡No la hay! ¡Házlo! —gritó la morena apretando los puños, el ojo herido, inyectado en sangre se estaba regenerando a gran velocidad.

Elsa chistó recogiendo la pieza, se la enfundó en la diestra, percatándose de la rareza de usar su mano no dominante para algo tan importante.

De pronto se estremeció al sentir una punzada en la palma.

Elsa gritó cuando la magia le recorrió los miembros para acumularse en la mano enguantada adherida a ese artefacto rúnico. Las placas de metal se iluminaron, revelando los símbolos que le otorgaban sus propiedades ígneas. La Reina apretó los dientes en su incredulidad. Era doloroso, aquello era doloroso como el demonio, miró a lo lejos el brazo desnudo y magullado de la sabia. No podía creer que lo hubiese utilizado tanto sabiendo lo mucho que podía dañarla.

—Entzünde... —susurró al recordar a Kyla gritando aquello en su academia casi un año atrás.

Las palabras se convirtieron en una luz rojiza que la envolvió en un círculo llameante. Elsa se estremeció por el calor abrasador. Apretó los puños concentrando toda su magia en ellos.

Y luego la liberó.

Una ráfaga de agua hirviente salió disparada de sus manos como un cañonazo, desintegrando todo lo que encontraba a su paso en esa dimensión de hielo y nieve.

La Reina apretó los dientes intentando no desviar la vista. No quería comprobar si la piel de su sabia estaba al rojo vivo, desprendiéndose como la de la desgraciada creatura que chillaba frente a ella. Elsa mantuvo los ojos fijos en su concentración en el cuerpo del jöttun.

Esperando la oportunidad.

Las habilidades regenerativas de aquel demonio se notaban entorpecidas. Había mas daño del que podía repararse; así pudo razonarlo cuando se descubrió por fin el núcleo vital del gigante como una palpitante esfera de luz humeante a la altura de su pecho.

Elsa no lo dudó ni por un instante.

Con su mano libre y sus últimas energías, Elsa materializó sendas estacas que enfiló a atravesar el cuerpo de aquella creatura antigua, mientras el hielo viajaba en el aire, la Reina tensó el arco, materializando una única flecha brillante desde la punta de su dedo índice.

Tenía el ojo abierto fijo en un punto en particular.

La muchacha suspiró, y entonces soltó la saeta que cortó el aire como una cuchilla afilada.

El jöttun bufó, su cuerpo se empaló violentamente a las faldas de la cordillera congelada que los cercaba.

La bestia soltó un bramido que resonó por los alrededores. La creatura, herida de muerte se estremeció violentamente en un movimiento desesperado cuando el hilo de luz blanco que lo ataba a Kyla Frei terminó por partirse en cientos de pedazos.

Fue como si el tiempo corriera más lento. El gigante se desplomó en la tierra estruendosamente, levantando una humareda glacial que sacudió todo a su paso. Elsa se protegió el rostro con el brazo extendido al tiempo que entornaba los ojos. La luz blanquecina que emanaba del jöttun comenzó a ser absorbida por el cuerpo inconsciente de Kyla, como si estuviera asimilando todo su poder. La Reina jadeó al notar cómo las heridas abiertas comenzaron a restaurársele por sí mismas a la sabia hasta dejarle la piel impecable, un aura gélida la envolvió por completo mientras el cabello negro se decoloraba hasta quedar totalmente albino.

Los dedos de la sabia se movieron de manera temblorosa enterrándose en la nieve. Kyla comenzó a toser y a jalar grandes bocanadas de aire helado. Aquello para Elsa fue como música.

Un alivio inmenso la hizo relajar los hombros y por un instante quiso dejarse caer de espaldas pues se sentía exhausta, drenada de una gran cantidad de magia.

La morena tensó los codos, enderezándose lentamente, se quedó un momento, doblada con las manos apoyadas en las rodillas, pero le sonrió abiertamente a la Reina de las nieves que aún la observaba con suma incredulidad.

—Dios salve a la Reina —exclamó la germana estudiándose la muñeca que ya no exhibía un lazo mágico en ella.

Kyla avanzó torpemente hacia la monarca que hacía lo mismo trotando para encontrarla. Se abrazaron con fuerza una vez que pudieron tocarse.

—No puedo creer que vinieras por mí —exclamó Kyla con los ojos brillantes—. ¿Cómo has logrado tal cosa?

—Ha sido en gran medida obra de tu abuela y el anillo que hiciste —le explicó la Reina, alzando la mano.

—Así que sí funcionó al final —exclamó la muchacha impresionada. Elsa la miró con escándalo por su poco confiable reacción.

—Entonces ¿Se ha terminado ya? —dijo la Reina un tanto insegura.

—Eso creo —contestó la sabia mirando de reojo el cadáver de la bestia que ya estaba evaporándose. Se enredó los dedos en un mechón de cabello blanco, cayendo en cuenta de esa curiosa decoloración.

—No te queda tan mal —exclamó Elsa al notar que el color parecía incomodarle a la germana.

Kyla resopló divertida en medio de aquel silencio.

—No ha sido el cambio más excéntrico que he hecho en mi apariencia, pero supongo que tendré que acostumbrarme —pronunció encogiéndose de hombros. Sonrió tontamente, señalándose la cabeza—. ¿Podría decir con esto que la he librado por un pelo? —repuso con una sonrisa que celebraba su boba broma.

—No creo que funcione de esa forma la expresión —razonó Elsa, siguiéndole el juego. Se enredó los dedos de forma nerviosa—. Te quedaste con la fuerza del jöttun, ¿eso quiere decir que eres más mágica aún?

Kyla frunció el entrecejo como si también lo hubiese pensado así.

—No me siento diferente —admitió, observándose las manos—, pero algo me inquieta. Seguimos aquí... Es como si—

Kyla se interrumpió cuando sintió el tirón comprimiéndole el pecho. Los ojos violetas se le abrieron por completo en una expresión de absoluto terror. El aliento se le extravió en una nubecilla de vaho que le estalló en la cara. La sabia se dobló sobre sí misma cuando las puntas de los pies dejaron de tocar el suelo, se estremeció, gritando dolorosamente como si algún ente invisible la hubiese atravesado con una lanza y se encontrará levantándola en el aire. La morena escupió rojo sobre la nieve ante el horror de la rubia que no pudo evitar conmocionarse.

—¡Kyla! —exclamó Elsa avanzando hacia ella.

—Hela... —resopló la sabia constriñendo los dientes—. Tú... ¡Tú lo esperaste siempre, maldita! —escupió con el odio más intenso que Elsa alguna vez pudo verle en el lozano gesto.

El graznido de un cuervo volando por sobre lo alto acompañó a una risa burlona que resonó victoriosa en un eco sobrenatural. Frente a Elsa se hizo visible una enorme mujer de aspecto sombrío. Su apariencia era la de una doncella muy hermosa de sedoso y larguísimo cabello tan negro como la noche y el resto de sus ropas. La mitad del cuerpo estaba descarnado y podrido. Tenía el cadavérico brazo incrustado entre los omóplatos de la sabia.

—Te dije que debías guardarte bien la espalda, völva —le susurró con sorna en el oído—. Una deuda debe saldarse después de todo. Fuiste bastante escurridiza y eso lo respeto, pero esos años que te has robado se llegaron a su fin.

—¡No! —chilló Elsa sacándose una flecha del carcaj con premura, preparando el disparo—. ¡No!

La diosa de la muerte se sonrió con desdén. Tironeó, extrayendo con facilidad el corazón de la germana que cayó instantáneamente sin vida ante sus pies. Hela alzó triunfante el brillante órgano al tiempo que se reía con poderío. Los dedos angulosos lo aferraron celosamente como si se tratara de un bien sumamente preciado.

Elsa miró el cuerpo de su amada tendido inerte sobre la escarcha sanguinolenta, sintiendo perfectamente cómo el pánico se iba apoderando de ella al tiempo que en su cabeza procesaba la situación. Kyla se quedó ahí, quieta, con los ojos amatistas abiertos de par en par en esa expresión de tener pleno conocimiento de los horrores que habrían de aguardarla del otro lado. El rostro confuso de la Reina fue lo último que la sabia pudo apreciar con esa vista mágica que poco a poco fue perdiendo el brillo purpúreo que la había caracterizado tanto.

Elsa sintió sus propias lágrimas humedeciéndole las mejillas justo en el instante en que la mirada de su amada se tornaba gélida y la piel se le escarchaba como si sellara con eso su destino. La monarca apretó sus dedos temblorosos aferrándose el pecho.

La opresión gélida que sentía envolviéndole el corazón se le tornó insoportable.

Porque había llegado tan lejos y aun así se le agolpaba en la garganta la amargura de esa derrota tan inminente.

Las ventiscas dejaron de azotar en ese extraño reino cuando los copos de nieve de todo el Jöttunheim se detuvieron en plena caída.

Las lágrimas de la monarca de Arendelle precedieron un grito desgarrador que cortó el silencio de aquel bosque congelado.