Nota de Autor: ¡No me di cuenta de cuándo pasó tanto tiempo desde la última actualización! Siento mucho la demora, pero me ha costado escribir entre la cantidad de cosas que tengo que hacer durante el día.

Ursfeli: Lo prometido es deuda, así que espero tus reacciones ;)

AnachezVel: ¡Que pedazo de review! Me siento muy honrada de que esta historia y Kyla Frei reciban tanto amor (sobre todo porque yo siempre la maltrato) Muchas gracias por tus bellas palabras.

¡Siéntanse libres de comentar y compartirme su experiencia!

Frozen, Tangled y demás personajes pertenecen a Disney. Esta es una obra de ficción y no es una historia apta para niños.

...

Un corazón helado

Por Berelince

21 La hilandera del destino

...

Kyla se apoyó en un tronco de árbol cuando sintió un escalofrío subiéndole por la nuca. Las advertencias del fantasma de la Reina Mérida no habían dejado de resonar en su cabeza desde que se las pronunciara en el linde de aquel bosque de las HighLands. Su tono de alguna forma le azuzaba ese temor primitivo de supervivencia que continuamente la hacía dudar de sus actos.

No podía evitarlo.

Kyla había probado infinidad de caminos para Elsa, pero continuaba dándose de tumbos a ciegas en el suyo. Tal cosa resultaba tan frustrante que lo único que resolvió hacer fue prepararse en lo posible para atenuarse los daños si la situación se le salía de las manos. No era de extrañar que se le fueran las horas imaginándose la larga lista de cosas que podían salirle mal. Lo suficiente como para que cualquiera se desanimara siquiera de despertar al día siguiente e intentar cualquier cosa.

No comprendía muy bien de dónde obtenía la voluntad para seguir avanzando, más la aceptaba y la hacía suya. La convertía en el motor que la hacía funcionar, como el carbón que alimentaba los hornos de esa era industrial.

Kyla se sonrió nerviosamente al sopesarlo. Su meticulosidad era el simple reflejo de su necesidad por controlarlo todo, la forma más efectiva que había encontrado para brindarse la fortaleza que no poseía. Siempre le pareció más sencillo encararlo toda una vez que se informaba lo suficiente como para dominarlo, y aunque había anticipado el encuentro con la Reina Dunbroch, no se imaginó que esta la terminaría arrastrando por ese sitio tan sombrío.

Voces sobrenaturales susurraban entre los árboles, mientras la sabia temblaba en su silencio, haciendo lo posible por ignorarlas.

Era difícil para Kyla armarse de valor, así como se sentía de indefensa, avanzando a través de la oscuridad, cuando las piernas le flaqueaban y un sentimiento dentro suyo le exigía abandonar todo para buscar la salida más cercana. Casi no podía soportarlo. Un crujido indistinto logró abrumarla y la remontó en un segundo a esas noches en las que de niña se sintió tan aterrada, lloriqueando bajo las sábanas sin atreverse a mirar nada más.

Las sombras de los fantasmas que podía ignorar con la luz, siempre la alcanzaban en la oscuridad.

La germana constriñó los dientes en su propia humillación al reconocer que se moría de miedo. El corazón le palpitaba frenéticamente y el aliento se le congelaba en la garganta. Recorrió la vista cautelosamente por el paisaje envuelto en penumbras, buscando ansiosamente la tenue flama azulada que debía alumbrarle los pasos. Odiaba admitir lo mucho que esa fobia lograba paralizarla. El estómago se le revolvía en su angustia y un sudor frío le permeaba la piel. Tuvo que respirar profundo y recordarse la importancia de seguir internándose en aquel sitio. Apretó entre los dedos el emblema del sol hasta que las puntas irregulares del escudo se le clavaron en la piel.

Elsa... Elsa... Debía repetirse que todo lo hacía por ella, que afrontaría lo que fuera.

La muerte y el infierno de ser necesarios. ¡Ese pasaje tintado por sus temores no tenía nada que hacer ante un alma determinada!

La morena seguía temblando cuando abandonó la tupida floresta, se quedó jadeando como si acabara de sacar la cabeza de adentro del agua y por fin se encontrara llenándose de aire los pulmones.

No creía que volviera a repetir algo como eso...

La germana empleó el tiempo que le tomó recuperarse para estudiar los alrededores. Una gota de sudor frío le resbaló por la sien.

Neamshaolta... —exclamó Kyla al sacarse la capucha para admirar el monolito negro sobre el que flotaba fantasmalmente el fuego fatuo que parecía estarla aguardando en ese claro oculto.

Los ojos violetas fulguraron, como si la magia contenida en su cuerpo académico fuese capaz de comprender los susurros de las llamas que danzaban ante su presencia.

Era magia pura, comprendió con las manos cosquilleantes. Se sintió de pronto embriagada al percibir esa fuerza misteriosa y antigua. La estructura estaba hecha con obsidiana negra. Kyla no se imaginaba de dónde podía haber salido tanta, ni como había sido trabajada para terminar ahí.

Las flamas la nombraban, la llamaban. Murmuraban en su lengua de manera dulce y misteriosa. La instaban en todo momento a tocar la roca y conocer su destino. Kyla apretó los dientes imaginando que todo eso podía tratarse de una gran equivocación, si bien no pudo hacer mucho para resistirse a esos ecos sobrenaturales que le adormecieron los sentidos.

La vista se le nubló a la morena, pero no dejó de avanzar, ni siquiera cuando sus rodillas chocaron con la roca y la inercia la empujó hacia adelante. Las palmas de sus manos reposaron sobre aquel pilar destrozado con un ruido sordo y un grito ahogado que se le quedó en los labios.

La luz se concentró en la base de Craigh Na Dun al tiempo que un alarido le retumbó a la sabia en los oídos. Pudo tratarse del viento, de un aullido o algo peor, jamás lo sabría con certeza. En su mente, Kyla no demoró en encontrar un montón de terribles orígenes para aquel sonido, sin embargo, no permitió que este la amedrentara. Se apretó los ojos con los dedos esperando que ese fulgor azulado remitiera, arrepintiéndose pronto de aquella decisión, pues en un instante la oscuridad comenzó a devorarlo todo.

Era una negrura líquida y espesa parecida a la melaza. Se vertía desde la piedra, pesada y helada, como alguna sustancia nauseabunda. Salpicaba en el piso y flotaba en el aire, enrareciéndolo de manera desagradable. Kyla se estremeció aterrada, pero no vaciló. Una macabra morbosidad la mantuvo clavada en su sitio en todo momento aunada a esa vaga esperanza de encontrar por fin las respuestas a las preguntas que la carcomían desde niña.

Su razón en la vida, su destino. Esa agitación que le martilleaba en su pecho junto al temor que la invadía, le indicaba que tenía que ser así.

Que todo sería distinto para ella a partir de ese momento.

Una risa de ultratumba reverberó entre las tinieblas y con un chasquido atronador fue que se manifestó ante ella una mujer de oscuros ropajes. Kyla jadeó ante la perspectiva, se encorvó apenas vislumbrarla. A juzgar por el tamaño que ostentaba y el escozor que le producía en los ojos, debía de tratarse de alguna deidad.

Kyla bajó la cabeza casi por instinto. Era doloroso siquiera atreverse a mirarla. Sombras lastimeras iban y venían a su alrededor gimiendo sus penas en sus propios idiomas e intensidades. Kyla se cubrió los oídos cuando no fue capaz de seguirlo soportando. Alzó la cabeza para comprobar que todas esas presencias terminaban siendo engullidas por la oscuridad que iniciaba y terminaba en esa inquietante mujer. La germana constriñó los dientes y comprendió que ella no era más que un simple ratón en comparación a esa impresionante aparición que le dedicaba una sonrisa suficiente desde su estrado pagano.

Kyla hizo lo posible por enfocarla bien aún entre todo el ruido y los fantasmas que sus ojos le mostraban. Solo la mitad derecha del cuerpo exhibía sus beldades, pues la izquierda se mantenía oculta a la vista, perdida en la negrura. Una cabellera extensa se derramaba como tinta sobre una piel tan pálida como la cera de las velas. Los miembros eran finos y sumamente elegantes, más se percibían también angulosos y de movimientos poco gráciles. De cierta forma de una locomoción antinatural que generaba incomodidad y desconcierto.

Como podría esperarse de un cadáver que tuviera la facultad de moverse por su cuenta. Así lo razonó Kyla cuando separó los labios, conteniendo el aliento helado que comenzaba a quemarle los pulmones.

—Eres Hela, la diosa de la muerte... —pronunció sobrecogida.

La mujer le sonrió con todos los dientes extendiéndole los brazos con alegría.

—Y así es como nos ahorramos las presentaciones —pronunció la mujer, divertida—. Mi Kyla... Al fin me has encontrado —ronroneó sin disfrazar la satisfacción que eso le producía.

—Usted me conoce —observó con interés la sabia arrebujándose en su capa.

—¡Pero por supuesto! —se jactó la muerte haciendo un gesto con la mano—, yo sé de todos los que terminarán algún día en el Helheim. Como tú, cariño —enfatizó gesticulando.

—No es mi afán ofenderla, señora; pero no es algo que se encuentre entre mis planes —repuso Kyla cautamente, aferrando el tirante de su bolsa de cuero.

La muerte se giró colocándose de lado, dando la apariencia de que su cuerpo no presentaba división alguna. Se tanteó las puntas de los dedos como si estuviese pensando cómo responder a eso. Finalmente resopló en aparente diversión.

—Inocente mía, ¿acaso piensas que en este asunto tienes elección? —dijo como si tal cosa le hiciera gracia—. Tú me fuiste prometida desde que eras así de pequeñita... —se mofó la mujer haciendo como que meciera un bebé entre los brazos—. Ustedes los seres del Midgard son tan... Sentimentales, que simplemente no puedo dejar de observarlos. Me fascinan.

—¿Prometida? —repitió la morena frunciendo el entrecejo y dando un paso hacia adelante.

La muerte se cruzó de brazos, se acunó la mejilla fingiendo que se sorprendía.

—Uh... Así que llevas todos estos años sin tener idea de nada... —canturreó la mujer haciendo un gesto negativo con la cabeza mientras se sujetaba el afilado mentón—. Pobrecilla...

Kyla chistó sin disimular el enfado que le producía que aquella mujer estuviese burlándose de ella.

—Está mintiendo —negó la sabia entre dientes—, eso no puede—

—¿Te has preguntado por qué no puedes ver nada cuando te miras al espejo? —la cortó Hela en su diversión—. ¿No te parece extraño que esa vista prodigiosa tuya no funcione para ti?

Kyla guardó silencio. Se quedó muy quieta sólo respirando y mirándolo todo.

No. Eso no podía ser cierto. Las palabras de la señora del Helheim implicaban un acto terrible que no podía relacionar con su familia. No tenía sentido. Ni siquiera odiaba tanto a su abuela como para pensar así de ella, y sin embargo...

Los ojos negros de la muerte chispearon malévolamente mientras la muchacha ante ella se doblaba en su aflicción.

—En el fondo sabes que es cierto, ¿no? —se sonrió la mujer enarcando las cejas—.

Si querías respuestas, debiste prepararte mejor para recibirlas, niña. No tienes idea de la facilidad con la que los mortales me piden favores ofreciéndome lo único que tienen.

—¿Por qué entonces?... —soltó la morena apretando los puños—. ¿Qué tiene que ver eso conque mi magia no tenga efecto cuando busco mis posibilidades?

—Todos tus caminos conducen a mí —respondió Hela con simpleza—, y a la muerte no se le puede ver hasta que llega el momento de hacerlo.

Se hizo un momento de silencio. Kyla se mordió el labio de manera pensativa. Los dedos se le extraviaron en un mechón de su melena oscura mientras Hela la estudiaba con interés.

—¿Voy a morir aquí entonces? —concluyó la sabia con el corazón palpitante.

La muerte soltó una risotada, se inclinó hacia Kyla para observarla más de cerca.

—No hay necesidad de eso, criatura. Tú estás muerta desde hace mucho... —la mujer hizo una pausa para disfrutar del estremecimiento de la joven ante sus pies—. No puedes ver nada sobre tu vida porque simplemente no existe tal.

Los ojos de Kyla estaban muy abiertos repasando aquello. Levantó las manos temblorosas frente a su rostro y las miró moverse en su incredulidad. Lo que Hela afirmaba no obedecía a lógica alguna, y sin embargo en el haber de las mitologías podían enlistarse cosas igual de descabelladas.

Y aquella era la deidad de la muerte asegurándole que ella se trataba de alguna especie de ser inmortal... No, algo mucho peor, que llevaba años en calidad de cadáver, pero que de alguna forma respiraba, crecía y sangraba como cualquier ser vivo.

¿Eso era siquiera?

Kyla hizo memoria sopesando sobre ese vacío mortificante que le inquietaba. Esa frialdad en su pecho que no lograba cobijar con nada.

—Dioses... ¿Qué es lo que soy? —jadeó la morena entrando en pánico—. ¿Qué cosa has hecho conmigo? ¡Responde! —escupió en su rabia.

—Tú eres lo que he permitido que seas —pronunció Hela con desdén—. Eres el juguete con el que me entretengo y nada más.

La mujer curvó los labios y se pasó la lengua por los dientes.

—Ya has estado fuera lo suficiente, así que debes regresar a donde siempre has pertenecido. No tiene caso observarte ahora —añadió con gesto aburrido—. Los vivos tienden a hacer las mismas cosas cuando saben que se acerca el fin.

Hela chasqueó los dedos, una neblina se manifestó rodeando a la sabia. Kyla de inmediato se dobló sobre sí misma como si aquello se hubiese tratado de veneno. La germana comenzó a jalar aire de manera dolorosa, un espasmo se produjo en su cuerpo y se fueron sucediendo hasta que una tos terrible se apoderó de ella. La sabia cayó sobre las rodillas, siguió tosiendo hasta que escupió rojo en el suelo. Clavó la horrorizada mirada violeta en esas manchas sanguinolentas, mientras se apretaba los costados dolorosamente sintiendo que la vida le abandonaba el cuerpo con cada desesperado jadeo.

No podía terminar así. Se pensó Kyla lamentando todo el transcurso de la existencia que le pasaba frente a los ojos. Pensó en sus seres queridos y en todo lo que no había hecho aún por postergarlo, por confiar en que siempre tendría el tiempo para remediarlo todo. Pensó en Elsa y el terrible destino del que tampoco sería capaz de salvarla. Sintió las lágrimas calientes humedeciéndole las mejillas mientras la esperanza se le escapaba de las manos.

Ahí quedaría Kyla Frei, en la oscuridad en donde jamás la encontrarían. Tan inútil e intrascendente como siempre temió que lo haría.

La morena levantó la cabeza para encarar a la muerte.

—No...N-no, no puedo irme ahora... —soltó la morena obstinadamente, logrando resistirse de alguna forma.

Hela arqueó una ceja ante ese hecho, pero se limitó a observar la situación. Kyla apretó los dientes tintados de rojo.

—Necesito tiempo. ¡Por favor deme más tiempo! —chilló desesperada.

V

—No hay manera de que obtengas lo que quieres, pequeña —resopló la mujer gesticulando con impaciencia—. He tenido suficiente de ti.

—¡No!, ¡por favor, espere! —suplicó la sabia aferrándose el pecho retumbante—. Yo... Haré lo que sea.

¡Lo que sea que usted me pida!

La muerte alzó la mano, en un instante el castigo de la sabia se terminó. Kyla se quedó jadeando, mirando con la boca abierta cómo su sangre se tornaba de color negro para luego evaporarse en el aire.

—Te escucho —concedió Hela, dedicándole su amplia sonrisa.

—No sé por qué me ha hecho esto —jadeó Kyla intentando ponerse de pie—, pero usted espera obtener algo de mí... Percibo la forma en la que se esfuerza por ocultarlo... Usted espera que yo sea distinta... —concluyó la morena plantándose con firmeza. Su menudo cuerpo oscilaba débilmente frente a la gigantesca mujer.

Hela se sonrió complacida.

—Tus ojos comienzan a acostumbrarse a mi presencia. Eso es... Alentador —apuntó de manera casual más se mordió el labio de manera pensativa—. Y dime... ¿Qué es lo que harías con ese tiempo extra que me pides, sabia?

—Solo quiero finalizar mis asuntos —respondió Kyla de manera agotada—. Un par de años no deben significar nada para una Æsir cuando se piensa en la eternidad.

—No durarás tanto —razonó la muerte, sopesando la petición—, tu cuerpo no podrá resistir mucho en ese estado. La fuerza que te permite vivir está siendo contenida, ¿sabes? Tu vida y tu poder están limitados —dijo arqueándole las cejas como si se tratara de algo obvio.

—Pero usted podría arreglarlo, ¿cierto? —soltó Kyla esperanzada—. Imagine el tipo de entretenimiento que podría brindarle si pudiese ser yo misma tal y como lo planeó desde el inicio. Usted quiere saberlo. ¿No es así?

Hela rodeaba a la sabia como una leona a punto de cazar a su presa. Estudió su figura y sus gestos. Ya no había rastro de miedo en esa chiquilla insolente.

—Tú quieres hacer uso de todo tu poder, verlo todo —concluyó la muerte chistando en su emoción—. ¡Y buscaste dar con su origen para lograrlo, aunque tuvieras que vértelas conmigo! —gorjeó fascinada—.

Debiste pensar que tu vista se encuentra limitada por algún motivo. Eres una jovencita con bastantes ambiciones. —terminó por congratularle.

—Tengo mis razones —respondió Kyla tranquilamente.

Hela se tanteó la barbilla, pero terminó por asentirle.

—No será agradable que ocurra de golpe —advirtió la mujer mirándola de arriba a abajo, le sonrió inmediatamente— pero me atrevo a pensar que ya no te importa mucho, ¿a que no? Claro que tendrías que ofrecerme algo a cambio e imagino que sabes el tipo de cosas que me interesan.

—Creo que tengo una vaga idea —admitió Kyla enredándose los dedos. Lo haré. No me importa.

Hela se tanteó las puntas de los pulgares como si aquello lo decidiera todo.

—Dulce mortal, espero que recuerdes mis advertencias cuando toda la oscuridad que derramé en ti haga contigo lo que debe.

Kyla arqueó una ceja de manera inquisitiva, pero Hela sólo torció los labios en respuesta. Avanzó hacia la sabia y deslizó los cadavéricos dedos por la abertura del blusón de la adusta morena que se crispó incómodamente. La muerte exhaló en su propio deleite.

—Verás, cariño... —le ronroneó Hela acariciando la trigueña piel sin miramientos.

Hizo una pausa al tantear los eslabones dorados de la cadena del Sol.

—Sin un sello que le contenga... Una creatura sobrenatural podría manifestarse de cualquier forma.

—¿Eso que tiene que ver—

—Oh, mi niña, creo que lo sabes...

La germana intentó liberarse, pero la muerte fue más rápida. Arrancó la cadena de un brusco tirón, haciendo añicos el metal precioso que se desperdigó por los aires como un juramento.

Casi al instante Kyla gritó. Se apretó los ojos desesperadamente cuando un dolor lacerante pareció apoderarse de sus sentidos. Se encogió en si misma estremecida por el retumbar que le azotó el pecho y la hizo tambalearse. Fue como si algo enorme y nauseabundo se le gestara en el interior y buscara abrirse paso angustiosamente a través de su carne. La morena cayó de rodillas sobre el suelo y manoteó en la tierra lodosa intentando alcanzar en vano su cadena rota, pero ya era muy tarde para eso. Lo que fuera a lo que se refería Hela, estaba por emerger. Kyla arañó la superficie de la piedra negra incrustada en el monolito, los hombros le temblaron mientras ella gemía y maldecía en su agonía.

—Tú sabes porqué en tus sueños ves el Jöttunheim, völva —canturreó Hela—. Es un vistazo al sitio que te vio nacer.

A Kyla el aliento se le tornaba vaho frente a los ojos, la escarcha crujía manifestándose bajo sus palmas y las puntas de sus dedos. Una corriente gélida la atravesó, paralizándola. La sabia tiritó sintiéndose complemente a merced de esa fuerza ajena que parecía irse apoderando de ella como una tempestad que podría aplastarla en cualquier segundo.

—Es tu destino —sentenció la muerte con una sonrisa cruel.

Todo se sentía tan frío, pero casi en el instante en que Kyla se detuvo a pensarlo, comenzó a arder. Su interior se calentó como el metal en la fragua y de la misma forma le pareció tornarse en material dúctil que pasaría bajo el martillo y sería golpeado hasta adoptar una forma distinta.

Se escuchó un crujido bajo su piel e inmediatamente Kyla se tensó. Se observó la mano, algo dentro de ella parecía agitarse y estar a punto de estallar, la sabia se estremeció, aterrorizada, los dedos comenzaron a alargarse creciendo justo ahí ante sus ojos. La sensación se extendió y la aguijoneó por todas las extremidades con sonidos igual de perturbadores. No le tomó mucho a Kyla percatarse de que aquello eran sus huesos que estaban estirándose y deformándose de algún modo.

Estaba cambiando y convirtiéndose en otra cosa y aquello iba a ocurrir de la peor forma posible. Lo sintió en su espalda que se extendía y doblaba, en las coyunturas que se le reventaban dolorosamente para reacomodarse y endurecerse como acero en otro sitio. En el montón de cabello salvaje que le crecía rápidamente y le caía sobre el gesto remordiente como si hubiesen pasado años. Lágrimas calientes se deslizaron por un rostro helado que se alargaba anguloso y cubierto de sudor. Aquel era un dolor indescriptiblemente terrible. Kyla sintió pánico por un momento cuando escuchó sus ropas rasgarse, pero no pudo moverse ni hacer algo al respecto más que seguir gritando. Los ojos le escocían en su sobrenatural fulgor. La cabeza le palpitaba y le daba vueltas. El corazón le martilleaba en el pecho latiendo frenéticamente y la sangre le hervía con una furia que no había sentido nunca. Apretó los dientes bufando como un animal, un hilillo de saliva le pendía de los labios que se abrían y cerraban cada vez que jalaba y expulsaba aire entre violentos resoplidos.

Los ojos violetas le refulgieron con un chispazo que evidenció el incremento abrupto de un poder mágico que sentía desbordante. Kyla meneó la cabeza tratando de enfocar algo entre la multitud de sombras y posibilidades que se extendían hasta el infinito. Apretó los párpados sintiendo que la cabeza le podría estallar. Abrió la boca para exclamar un alarido y entonces clavó la vista en la muerte. Lo hizo resoplando y oscilante, al punto del desmayo, como si hubiese tenido que echar mano de toda la fuerza que le quedaba en ese momento para hacerlo. Kyla fijó su vista en esa Æsir que la miraba con interés, mientras la sangre comenzaba a brotar de la nariz y los ojos de la sabia.

Fueron escasos segundos lo que duró aquel insolente contacto, pero con eso debió tener más que suficiente.

Los codos se le doblaron como frágiles pilas de naipes a la morena cuando una última estocada le latigueó en la nuca y finalmente su cerebro sucumbió a aquel abrupto cambio de su cuerpo. Kyla cayó desfallecida, mientas la risa de Hela se esfumaba en el aire en un eco fantasmal.

...

Kyla abrió los ojos conteniendo un jadeo, se llevó las manos nerviosamente hacia su cadena como un acto reflejo, pero no pudo encontrarla ya que no la llevaba puesta. La respiración le salía trémula por los labios temblorosos. El recuerdo de aquel evento siempre lograba perturbarla.

Flexionó los largos dedos estudiándolos por si estos habían crecido más de la cuenta. Todo el tiempo los miraba desde el día que se tornaron de esa forma.

La germana frunció el entrecejo en medio de su confusión. Se tocó el cabello en cuanto pudo notar que había algo raro en él. Un mechón de color blanco se balanceaba frente a su rostro, rozándole la nariz.

—Pero ¿qué es esto?

Kyla apenas y tuvo tiempo de mirar en dónde se encontraba. Se dolió al removerse desde la posición que ocupaba, recostada en el mullido colchón de su cama. Las plantas y su mobiliario le indicaron, aún en esa luz tenue crepuscular, que se hallaba en su alcoba, en la vieja casona de los Frei.

—Has despertado por fin, amor —susurró una voz conocida en su cercanía.

La germana se giró de inmediato para encontrarla. Tan hermosa como la recordaba.

—¿Elsa?... —balbuceó Kyla en su confusión—. ¿Qué ha pasado? —inquirió señalando los alrededores. Se palpó la sien, incrustando los dedos entre mechones albinos—. Lo último que recuerdo es que estábamos en el Jöttunheim... ¿Acaso ganamos? —susurró torciéndole las cejas—. Por favor, Mein Schatz, dime qué es lo que ha pasado.

La Reina de Arendelle le acarició la mejilla, sonriéndole de manera significativa.

—Tú conoces la respuesta, cariño —le dijo en tono conmovido.

La sabia bajó la mirada, se enredó los dedos con pesadumbre.

—Entiendo.

Apenas dicho aquello, la figura de Elsa se desvaneció en el aire, perdiéndose entre la neblina que parecía rodearlo todo. Kyla se apretó las rodillas contra el pecho y se cubrió el rostro sollozando la realización de aquel instante.

Estaba muerta. Al final Hela le había dado alcance.

La sabia se estremeció recordando el dolor lacerante en su espalda cuando fue atacada a traición. El gesto de Elsa al verla caer de esa forma luego de haber saboreado un triunfo que resultó tan breve.

Kyla chistó ante aquello, razonando la presencia de la Reina de Arendelle junto a su lecho en aquel momento. No podía controlar ese sentimiento. Ni siquiera en el más allá Elsa le abandonaba el pensamiento.

Kyla se puso de pie y se vistió con las ropas blancas que descansaban en su silla. Se acercó al muro de madera que dividía sus aposentos e inspeccionó los alrededores. No había nadie allí. Caminó hasta la puerta y descolgó su capa blanca, colocándosela sobre los hombros. Dudó un momento, pero también alargó la mano para hacerse de su cadena de sabia. Era consciente de que todo aquello era un sin sentido, pero la idea de al menos ser la de siempre en ese sitio, la sosegaba.

Casi al instante de haber pensado aquello, el color del cabello de Kyla pasó del blanco al negro. La joven se pasó los dedos por un recién tintado mechón frunciendo el entrecejo.

Abrió la puerta, encaminándose rumbo a la escalera. Estudió con extrañeza la textura del barandal metálico bajo sus dedos mientras descendía. Aquel parecía tratarse de su hogar. Kyla podía reconocerlo todo aún entre esa neblina que le nublaba la visión. Se detuvo una vez que llegó a la planta baja. Una mesa dispuesta la esperaba. La morena avanzó hacia una de las sillas percatándose en silencio del número de comensales que se esperaban. Eran cuatro, su familia en completo contando a su abuela. El olor en el aire y la ambientación le dio una idea de en qué momento se encontraba.

Era tal y como había pasado la primera vez.

La germana bajó la vista y levantó un juego de cubiertos en su puño, admirándolo como si ocultaran un terrible secreto. Se echó hacia atrás hasta que su espalda chocó con la pared, sopesándolo todo. Sus manos golpeteando nerviosamente aquellos trastos.

Kyla bajó la vista para encontrarse con una versión más chica de sí misma que la observó en su sorpresa.

La niña había dejado caer al suelo la cuchara de madera que aferraba entre las manos y se inclinó para recogerla. La Kyla mayor se mantuvo muy quieta mientras la pequeña se enderezaba y entornaba los ojos violetas como si la hubiese perdido de vista, así como se encontraban la una frente a la otra.

Kyla recordaba lo que pasaría más adelante. Emma la llamaría y ella le admitiría en su inocencia haber presenciado su muerte como un suceso sumamente triste.

La sabia se encogió en su sitio sujetándose las sienes.

—¿Por qué estoy viendo estas cosas? —gimió doliéndose—. ¡Qué es lo que quieres de mí! —le soltó al aire en su desesperación.

El escenario se desvaneció como si se hubiese tratado de un hildring y la casona Frei dio paso a la niebla, que en nubecillas ondulantes parecían ser las dueñas de todo en ese lugar. Kyla seguía hecha un ovillo, apretándose la cabeza mientras el humo se retorcía y comenzaba a tomar la forma de alguna especie de animal que estuviese a punto de saltarle encima, así como se encontraba de indefensa. Fue cuando unas manos la agarraron por el cuello de la capa y comenzaron a zarandearla.

—¡Levántate! —le ordenó con ira una voz femenina—. No permitas que lo que ves en la niebla te afecte. ¿O acaso quieres que Níðhöggr se beba la sangre de tu cráneo? —añadió con apuro.

Kyla abrió los ojos con un jadeo mientras la niebla pareció replegarse para retornar a su inquietante calma. La muchacha enfocó la vista en la persona que estaba inclinada sobre ella, observándola ceñuda.

—¡Usted! —soltó la morena sin ocultar su sorpresa.

...

—¿Cómo lo sientes? ¿Te calza bien?

Anna estudió a su hermana de arriba a abajo mientras paseaba nerviosamente a su alrededor. La Reina se encontraba de pie ante un espejo de cuerpo entero, ajustándose un grueso abrigo de pieles que la pelirroja había sacado prontamente de su arcón en cuanto Elsa le informó su plan de trasladarse hasta el reino de Corona en trineo.

—Me va perfecto y se siente muy bien —respondió la monarca con amabilidad—, pero Anna, sabes que el frío a mí no me importa.

No tenías necesidad de hacer algo como esto para mí —añadió apenada.

—Te recuerdo que yo no estuve enterada de eso hasta hace poco —dijo la princesa encogiéndose de hombros—. Ya había mandado a confeccionar la capa desde hace meses y si no te brinda calor, al menos la sentirás muy cómoda. Debo decirte que por experiencia propia no es nada grato ir sentada en un trineo a toda carrera. Esas cosas no tienen asientos apropiados... ¡aunque el vehículo nuevo de Kristoff tiene sitio para poner la bebida! ¡Imagina la visión que serás para todo el mundo cuando te vean luciendo esto mientras arribas congelándolo todo!

Elsa bufó esbozando una media sonrisa.

—Entonces creo que seguiré tu consejo y lo usaré con gusto.

Anna le asintió complacida, se acercó pronto junto a la Reina para ayudarla a desvestirse y seguir preparando el equipaje.

—Nunca se puede ser demasiado cauteloso —advirtió la pelirroja, doblando la prenda—. A pesar de tus poderes, eso no quiere decir que estés libre de resultar herida. El viento helado puede ser cortante para la piel, créeme.

Elsa se estremeció al pensar en aquello.

—Lamento mucho que tuvieras que pasar por eso —susurró con aflicción.

—Era lo menos que podía hacer por ti, Elsa —soltó Anna meneando la cabeza—. No puedo imaginar lo que tuviste que soportar estos años por mi causa. Es... Creo que es lo más noble que alguien como yo podría merecer.

—No digas esas cosas —soltó Elsa torciendo las cejas con disgusto—. Eres mi hermana, una princesa. La sangre de los Arnadarl corre por tus venas. Siempre debes sentirte orgullosa por eso —la rubia se mordió el labio—, y aún si no lo fueras, debes creer en el valor que tienes simplemente por ser tú, por estar aquí, por estar viva y tener la oportunidad de hacer algo en este mundo —añadió con firmeza.

Elsa sujetó las manos de su hermana entre las suyas, las apretó brevemente para enfatizar su mensaje.

—Todos merecemos sentirnos amados, aún quienes nos lastiman deberían conocer tal compasión. Tu nunca necesitaste mendigar las atenciones de un príncipe extranjero porque yo te quiero con todo el corazón.

Anna miró a su hermana con los ojos llenos de lágrimas, como si hubiese esperado toda la vida por escuchar algo semejante.

—¡Lo siento mucho, Elsa! —gimió la muchacha en el hombro de su hermana cuando se abalanzó a rodearle el cuerpo con los brazos.

—Nunca quise hacerte sentir menospreciada, Anna —susurró la Reina en su oído—. Es sólo que fue... —suspiró dolorosamente ante el recuerdo—. Todo muy confuso para mí. No tenía idea de cómo sobrellevar lo que pasaba.

—Lo sé —contestó la pelirroja con un hilillo de voz.

—Me aterraba la idea de ser yo quién te ocasionara algún daño nuevamente —dijo Elsa con amargura—. Me hiciste mucha falta. Siempre me pregunté cómo hubiesen sido las cosas de haber sido honesta contigo. De mostrarme tal y cómo era.

—También yo —admitió Anna—. Imaginaba que un día abrías la puerta y volvíamos a ser amigas nuevamente, pero eso nunca sucedió.

Elsa suspiró, tenía los dedos enterrados en hebras cobrizas.

—Fingí durante tanto tiempo, que ya no tenía idea de cómo dejar de hacerlo. Me avergonzaba resultar tan distinta de la imagen que tenías de mi —confesó con gesto dolorido.

Anna se apartó ligeramente de la Reina para que pudieran verse a la cara.

—No ha cambiado, hermana —admitió resueltamente—. Tu sigues siendo increíble ante mis ojos.

Elsa le sonrió en profundo agradecimiento.

—Me siento tan tonta ahora —soltó la joven pelirroja, lamentándose.

—No seas tan dura contigo, Anna, yo también hice mi parte en todo esto.

La princesa prefirió desviar la vista, sus ojos se posaron en el compendio de cuero que descansaba en la mesita de noche.

—¿Crees que exista una oportunidad? —dijo, al referirse al destino de la autora de tal diario.

—No lo sé —confesó Elsa esbozando el primer gesto preocupado de la conversación.

La Reina caminó hacia la ventana, posó una mano en el muro de piedra mientras la mirada azulada se perdía en los jardines palaciales, en donde en lo más profundo, el sauce recién revivido le había mostrado un hildring de otro tiempo.

—Pero ella vino a mi —se dijo en un susurro determinado—, me convenció de comenzar todo esto y ella ha creído fervientemente en lo que sea que se ha desencadenado, aún si solo sea para que tengamos tiempo de despedirnos.

Anna se mordió los labios, recordaba la charla con el príncipe cretense acerca de la enfermedad incurable que aquejaba a su buena amiga sabia. Decidió guardar silencio por el bien de la frágil esperanza que iluminaba a su hermana.

—Una parte de mi quiere seguir creyendo —concluyó la monarca, justo cuando Kristoff llamaba desde la puerta e informaba que se encontraban listos para viajar.

...

Elsa se dejó caer de rodillas sobre la nieve, enterrando los dedos semi desnudos en la escarcha, las lágrimas le nublaban la vista que mantenía fija en el cadáver de su amada como si esperase que esta se moviera. Ni un solo copo se había atrevido a tocarla siquiera. El paisaje del Jöttunheim había pasado de la inclemencia a la expectativa en tan solo un parpadeo.

La había perdido de nuevo. Se pensó la rubia en su desconsuelo. Había llegado hasta ahí y no dejaba de fallarle.

Una lágrima cristalina se le deslizó por la punta de la nariz, así cabizbaja como se mantenía, acarició la mejilla helada de ese cuerpo inmóvil sin poder contener su pena. La piel de Kyla se veía ya blanca y rígida como la cera de una vela, tenía los labios azules, ya no transitaba el aire entre ellos. Los ojos abiertos se veían vidriosos y los miembros exangües, como los de una muñeca de porcelana rota.

Elsa le posó los dedos sobre los párpados para cerrarle la mirada. La rodeó con los brazos, acunándole el torso en su regazo.

La Reina apretó los dientes. ¿Qué sentido tenía regresar a la vida con la perspectiva de no haber logrado nada?

—Era deshonrosa la manera en la que se negaba a morir —siseó una voz lúgubre a su espalda—. Y que tenga que afirmarlo yo raya en el ridículo —añadió entretenida.

—Devuélvela —espetó la monarca al volverse violentamente y encarar a la muerte, tenía la vista chispeante por la rabia—. ¡Quita las malditas manos de su corazón y devuélvemela!

Un remolino helado chasqueó en el aire como un latigazo justo cuando la tormenta de nieve volvía a arreciar. Las tres figuras permanecieron inmóviles en aquel lienzo blanco.

Elsa nunca había pecado de ser una necia, ella había sido educada para ser una buena gobernante. Jamás había aplicado su autoridad para hacer cumplir algún capricho, por lo que aquel arranque le resultó tan ajeno y a la vez sumamente natural como si su sangre real le permitiese dirigirse de esa manera ante quien fuera.

La Æsir ladeó la cabeza sin ocultar la gracia que le causaba la actitud de esa pequeña mortal altanera.

—¿O qué? —le dijo en tono desafiante—, ¿Vas a matarme?... ¿A mí? —arqueó las cejas incrédulamente al tiempo que doblaba su enorme cuerpo y acercaba su rostro hacia el suyo—. Quiero ver que siquiera lo intentes —añadió en un siseo.

La sombría mujer se enderezó con suficiencia, miraba desdeñosamente en toda su altura a la Reina de Arendelle.

—Habrás sido bendecida por Skadi gracias a un absurdo —le dijo de forma despectiva—, pero YO soy la señora del Helheim y hago lo que me place.

Hela se sonrió con todos los dientes cuando chasqueó los dedos.

Casi al instante, el cuerpo de Kyla comenzó a disolverse en el aire muy a pesar de los intentos de Elsa por evitarlo. La imagen de la sabia osciló hasta desaparecer del todo, dejando sólo una nubecilla de humo negro tras de sí.

La Reina exhaló una exclamación iracunda en su lengua cuando logró ponerse de pie en un salto. Alzó la mano en amago de alcanzarse una flecha del carcaj, pero entonces el suelo se abrió debajo de sus plantas.

Elsa comenzó a caer con los ojos muy abiertos mientras la oscuridad se la tragaba. Extendió los dedos por sobre su cabeza intentando afianzarse a algo, pero no encontró orilla a la cual asirse. Su cuerpo la jaló hacia el fondo mientras en la mirada azulada se reflejaba la silueta de la muerte burlándose de ella.

...

—Imagino por tu expresión que vienes con un reto entre las manos —sonrió Kyla con curiosidad, asomándose tras una estantería de la biblioteca.

Elsa le asintió penosamente revelando el objeto que ocultaba tras la espalda: un reloj plateado que tenía la pinta de haber sido destrozado contra alguna superficie muy dura. Se encontraba verdaderamente en muy mal estado, el cristal estaba cuarteado, la tapa metálica tan abollada que ya no cerraba, y el mecanismo se encontraba detenido, seguramente tan arruinado como lucía el exterior.

—Es un estropicio, lo sé —informó la princesa antes de que la morena le dijera nada—, pero era de mi padre, una de esas reliquias de familia. No le fue nada bien cuando monté el papelón de arremeter contra todo en mi alcoba cuando me enteré de... Tu sabes... —dijo con incomodidad.

—Entiendo —completó Kyla, haciendo una seña con la mano. No necesitaba más explicación—. ¿Quieres que intente repararlo?

—¿De verdad lo harías? —inquirió esperanzada—, sé que es abusar de tu buena disposición, pero es que cuando me he enterado que se te daba la mecánica, yo pensé...

Kyla la observó amablemente, pero terminó por asentirle.

—¿Puedo? —le dijo extendiendo la mano en reclamo del aparato.

Elsa se lo tendió, se cruzó de brazos tímidamente mientras la morena recorría el artículo con esos dedos largos como de araña, estudiándolo con suma fascinación. La mirada violeta parecía observar posibilidades en donde cualquiera otra notaría fallas. Pulsó botones y giró perillas valorando su estado, chistó negativamente al tiempo que frotaba las yemas de los dedos por sobre los adornos y el escudo real de la tapa.

—Tremendo rompecabezas —silbó finalmente la morena sonriéndole de oreja a oreja—, me tomaría unos días, principalmente porque hay que trabajar de nuevo la montura y retocar los decorados, pero puedo hacerme cargo —aseguró encogiéndose de hombros— El mecanismo es mejor desmontarlo completamente y volverlo a armar.

La princesa se enredó los dedos en el regazo.

—¿Es posible hacer todo eso? —expresó con preocupación.

—Por supuesto —chistó Kyla sin darle importancia—. Aunque las piezas cambien o el mecanismo se mejore, un reloj siempre servirá para marcar la hora, y aunque el metal se golpeé y vuelva a trabajarse, este siempre será el reloj que te dio tu padre— concluyó amablemente, mirándola con fijeza—. Eres tú la que le otorga ese valor.

Elsa contuvo el aliento, aquello que estaban haciendo era muy nuevo para ella. Recorrió discretamente los alrededores con la mirada. Hasta ese entonces solamente había tenido que preocuparse por ocultar sus poderes de hielo, lo cual era fácil si se concentraba en no sentir; pero con Kyla ella quería sentirlo todo. Le parecía que, en su cuerpo, ese deseo era más escandaloso y evidente que el hielo que podía formársele en las manos.

—Eso suena parecido al idealismo alemán —dijo la joven de forma desmayada.

—Ah, así que has leído a Kant —sonrió la morena arqueándole las cejas—. Los germanos le decimos Fühlen a esa idea. Se trata del sentir que tiene una intención... Justo como esto —añadió con misterio.

Kyla le hizo una seña de que la siguiera y caminó por entre los pasillos repletos de libros hasta que salió a una estancia amplia llena de mesas frente a un ventanal que ocupaba casi todo el muro. Le indicó a la noble rubia que tomara asiento en una de las bancas mientras ella revolvía el interior de su bolsa de viaje.

Elsa observó cómo la morena sacaba un estuche, lo abría con ceremonia y fue sacando destornilladores de cabezas muy pequeñas que colocó ordenadamente frente a ella, así como un cirujano lo haría con sus utensilios. No tenían el tamaño de las herramientas comunes, se notaba que su función involucraba precisión, se veían aún más diminutos en aquellas manos germanas tan largas. Kyla tomó asiento en su extremo de la mesa y se colocó unas gafas antes de emitir un largo suspiro. La princesa imaginó que los lentes le servirían para trabajar con aquellas piezas tan reducidas, pero aun así, no pudo evitar sonrojarse. Era la vista más académica que la sabia le había obsequiado hasta el momento y por alguna razón Elsa se encontró en ese momento batallando internamente con impulsos que no había tenido que controlar antes.

Pudo notar que el asunto no le estaba saliendo nada bien a juzgar por el temblor adorable que la germana intentaba disimular. Esos ojos violetas debían estarle mostrando todo un panorama suyo.

La princesa carraspeó, acomodándose la chaqueta.

—¿Y cómo fue que aprendiste todo esto? —le dijo de manera interesada—. ¿Lo enseñan en las academias también?

—Oh, bueno, un poco, si se muestra el interés —respondió la morena sin apartar la vista de los pequeños tornillos que estaba liberando—. Aunque casi todo lo hago de manera empírica. Creo que mi primer reloj lo desarmé a los cuatro años.

Elsa se sonrió imaginando eso. La observó manipular las piezas y los engranajes con maestría.

—¿Has pensado que antes de que tuviéramos relojes, las personas tenían que guiarse por la sombra que proyectaba el sol sobre la tierra y sabrá dioses que otras opciones menos glamorosas?

—Todo el tiempo —contestó Kyla haciendo un gesto como si acabara de decir algo brillantemente divertido—. Es práctico conocer las alternativas cuando se viaja en condiciones precarias, un buen reloj de agua o de sol pueden servir cuando no se tiene uno de bolsillo, se pasó un destornillador por sobre la oreja y lo dejó ahí atrapado en su cabello enmarañado—. ¿Te imaginas a la gente que pensó en esas cosas en su tiempo? —soltó de pronto un tanto ensimismada—. Un tipo inventa un péndulo y le dice a todo el mundo que con eso será posible saber la hora exacta del día. Seguro más de uno lo miró como un lunático, y sin embargo, ahora con ese asunto de la electricidad, no me sorprendería que viéramos la siguiente mejora.

—¿Electricidad? —inquirió Elsa arqueando mucho las cejas —¿Cómo los rayos? ¿Se está trabajando con eso ahora? —preguntó con interés.

Kyla se sonrió meneando la cabeza, las manos las tenía ocupadas desmontando piezas.

—Un compatriota germano, Hermann Von Helmholtz y un tal Prescott Joule tomaron las teorías de Faraday sobre el campo electromagnético y lograron crear un circuito cerrado, lo que demostró que la electricidad podía almacenarse y usarse como energía —contestó con simpleza.

—¿Qué cosa? —soltó la princesa, completamente perdida.

Kyla se mordió el labio, pero metió la mano en su bolsa, revolviendo en ella hasta que colocó sobre la mesa un pedazo de pergamino y un trozo de grafito.

—Imagina que hay una tormenta con truenos y relámpagos afuera, has visto como son, ¿no? Cuando los rayos son tan fuertes que caen sobre algún árbol y este se parte.

—Sí, incluso puede prenderse fuego.

—Pues este sujeto, Faraday escribió una teoría que dice que cuando pasan esas cosas, la zona queda cargada con esa energía —explicó la morena agitando los dedos—. Así como cuando el fuego irradia calor y al usarlo para calentar agua, el vapor hace que las máquinas funcionen.

—Ajá —asintió la monarca muy atenta.

—Así que otros científicos investigaron con esa teoría y descubrieron que ese efecto puede replicarse con algunos minerales y sustancias químicas —dijo la morena mientras comenzaba a trazar líneas sobre el papel—. Has visto alguna vez cómo funcionan los imanes, ¿no?

—Sí —respondió la joven noble feliz por conocer algo sobre lo que hablaba la sabia—. Vi una demostración con la que utilizaban un magneto para recoger pequeños metales.

—¡Exacto! —asintió Kyla agitando el índice—. La electricidad funciona igual y existe en el aire, de manera invisible. La idea es que los polos con cargas semejantes se repelen y los que tienen cargas opuestas se atraen...

—¿Estás usando alegorías sobre nosotras usando ciencia? —soltó Elsa dedicándole una mueca burlona.

Kyla hizo un gesto de enfado que no pudo ocultar la gracia que le causó el comentario.

—¿Así es como estudias con tus tutores? —bufó enarcándole la ceja.

—Solo si son así de buenmozos —respondió la princesa sonriendo con picardía.

—El punto es —prosiguió Kyla girando los ojos como si no hubiese escuchado aquello—, que cuando tenemos estos componentes de cargas distintas y los colocamos en una red como esta— añadió dibujando unos círculos con símbolos de más y de menos en las paredes de un rectángulo—, y entonces hacemos que se toquen por medio de un material conductor —continuó, trazando una línea que recorría todo el diagrama—, se crea un circuito y aquí se concentra esa energía, la cual podría sustituir al vapor en el futuro —concluyó entusiasmada—. O al menos esa es la teoría.

Kyla alzó la mirada, Elsa la observaba con una amplia sonrisa. La morena se sacó las gafas de forma inhibida.

—Todavía hay mucho debate sobre eso, este tema es muy nuevo en realidad —dijo arrebujándose en la capa y ensortijándose un mechón de cabello—. Suena descabellado, pero me fascina la idea.

—Puedo verlo —contestó la rubia, sujetándose el mentón. No podía negar el gusto que le producía escuchar a su germana hablando de esa forma, si bien a ella pareciera avergonzarle—. ¿Eso es lo que te atrae de la ciencia? ¿La novedad y el sentido de progreso?

Kyla exhaló extrañamente, como si una risotada se hubiera quedado a medio camino y terminara siendo un resoplido.

—En realidad lo que me atrapa es el asunto de experimentar —admitió encogiéndose de hombros y retornando su atención hacia el reloj roto—. Probar y fallar las veces que sean necesarias hasta dar con una respuesta distinta a las cosas que damos por sentadas.

—No parece ser una opción que funcione para todos —dijo la monarca cruzándose de brazos, como si la idea la hubiese incomodado.

—Por eso el mundo es manejado por unos pocos, princesa —contestó la sabia alegremente.

Elsa se levantó de su asiento cayendo en cuenta de las inseguridades que estaban abrumándola de golpe. No tenía idea de lo que esperaba de esa relación. No sabía ni siquiera lo que estaba haciendo y porqué le resultaba tan difícil resistirse a esa inquietante tentación que Kyla representaba. Una que podía hacerla perderlo todo.

—Pero una Reina no puede darse el lujo de cometer errores —barbotó, golpeando la madera de la mesa con las palmas enguantadas—, debe saber (o al menos estar bastante segura) de que está tomando las decisiones correctas.

Las dos jóvenes guardaron silencio. La mirada azul cobalto brillaba al borde de las lágrimas enfrentándose a unos ojos amatistas muy abiertos.

—No son tus decisiones políticas las que te preocupan —susurró la extranjera cortando el contacto visual.

—No... Lo siento —admitió Elsa, encorvándose en su sitio.

Kyla suspiró sin levantar la vista ni separar las manos de lo que hacía. La mandíbula se le notaba tensa y los ojos violetas brillantes en su silencio.

—Yo soy quién debería disculparme —susurró al poco tiempo con la voz entrecortada—. No esperaba que nos viéramos envueltas en esta situación.

Elsa se mordió el labio, notó el desánimo con el que la sabia efectuaba la tarea que ella misma le había impuesto. De pronto se sintió muy culpable. Había dado por hecho que Kyla la haría porque sabía que la quería lo suficiente como para negarse.

—Sólo eres encantadora de manera natural, ¿no? —le dijo en tono conciliador, rodeándole el cuello con los brazos al tiempo que le depositaba un tierno beso en la mejilla—. Te recuerdo que fui yo la que te besó en el sauce luego del halling. Esto también es culpa mía— le dijo, recorriendo la melena azabache con los dedos—, aunque sienta que no deberíamos evitarlo.

Kyla se sonrió ligeramente, pero no dijo nada, si bien la piel se le puso de gallina, víctima de aquel helado contacto.

—A eso nosotros le decimos Gefühle —suspiró finalmente—. Son todas esas cosas que sentimos sin pensar... —susurró al cerrar los ojos, perdiéndose en al aroma del cuerpo helado a su espalda—. Aún me cuesta trabajo comprender la diferencia —admitió con debilidad.

—Ustedes los germanos tienen palabras para todo —exclamó Elsa susurrándoselo al oído.

—Intentamos llamar a las cosas por su nombre —respondió la sabia tranquilamente. Tenía las mejillas sonrosadas—. ¿Qué sentido tendría equiparar el gusto por los días sin lluvia, o la predilección de un sabor, con un sentimiento que implica tanto por sí mismo? Algo que es... Tan importante —dijo gesticulando, los dedos los abría y cerraba en un puño de forma nerviosa—. Yo...

La muchacha se interrumpió tensamente como si se lo hubiera pensado mejor, meneó la cabeza. Elsa torció las cejas al percatarse.

—El amor no debería expresarse a la ligera —concluyó la morena, lacónicamente.

Kyla miró el reloj desarmado ante ella, presionó el botón del mecanismo con lo que la manecilla del segundero comenzó a marcar el tiempo en aquella silenciosa sala.

...

Elsa abrió los ojos con un jadeo sobresaltado. Se enderezó batallosamente entre el sonido arenoso que sus botas produjeron en la tierra árida y endurecida. Apretó los dientes, tenía el cuerpo magullado y entumecido. Se quedó un momento de pie tratando de procesar lo que había pasado mientras entornaba la mirada y se esforzaba por hacerse una idea del paisaje entre la niebla que parecía inundar aquel sitio.

—¿En dónde...?

Un cuervo sobrevoló, graznando por sobre su cabeza para llamar su atención, los ojillos rojos le centelleaban en la blancura nebulosa. La Reina lo siguió a trote hasta que lo vio posarse junto al resto de su bandada sobre un tronco nudoso y gigantesco que parecía llegar hasta el cielo.

Elsa forzó la mirada hasta que sus ojos fueron casi dos rendijas. La madera blanca no tocaba la tierra, se encontraba suspendida, flotando hasta donde su vista ya no alcanzaba a llegar, aquello no era un tronco anormalmente grande, se trataba de una raíz; una tan grande como una montaña y tan extensa como una cordillera; aquella tenía que formar parte de un cuerpo inconmensurable, algo fuera de todas las proporciones que existieran en todo plano conocido.

—Yggdrasil... —exhaló la Reina con los ojos llorosos.

El fresno blanco que se decía sostenía los nueve mundos sobre sus ramas.

Eso significaba que ella tenía que encontrarse en la entrada del Niflheim, razonó Elsa mientras tragaba saliva, la parte del inframundo que estaba cubierta de niebla debido a que allí habitaba el dragón Níðhöggr, el cual se pasaba los días comiéndose las raíces del gran árbol. Los textos decían que cuando acabara con todo, comenzaría el Ragnarok, el fin del mundo.

La monarca se apretó el pecho, de pronto la sensación en ese vacío se volvió aplastante. Por un momento fue plenamente consciente de la insignificancia de su propia existencia.

—¡Vete! —graznaron los cuervos a coro—. ¡Fuera! —chillaban chasqueando los picos en el aire—. ¡Este no es sitio para los mortales débiles de carácter!

—¡Silencio, bestias! —ordenó la Reina alzando la mano, con lo que una ventisca helada alborotó las plumas de aquellos pajarracos.

Los cuervos graznaron enfadados.

—¡Seiðr, seiðr! —le gritaron con escándalo.

Elsa realizó una floritura con la mano, uno de los cuervos se congeló por completo. Su cuerpo cayó pesadamente, pero nunca tocó el suelo, el hielo le abandonó las plumas tan rápido como se había formado justo antes de impactar en el piso. El ave emprendió el vuelo en el aire completamente aterrorizada, reuniéndose con sus hermanas. Se quedaron muy quietas con las plumas esponjadas observando a esa hechicera con odio.

—¿Dónde puedo encontrar a Hela? —les gritó la Reina desde abajo.

—¿Hela?, ¿Hela?, ¿Hela? —murmuraron entre sus filas, se veían nerviosos por tener que repetir el nombre de la muerte.

Elsa se descolgó el arco que llevaba a la espalda y lo tensó de manera impaciente.

—¡Es para hoy! ¡Hablen, maldita sea!

—En el Túmulo —graznó el que parecía ser el líder—. Debes bajar, siempre al norte, siempre hacia abajo, seguir todo el camino de Hel hasta el Helheim, cruzando el muro, tras una de las puertas.

El ave descendió hasta posarse a la altura de la Reina.

—Pero nunca llegarás ahí —sentenció con malicia—. Aún si encontraras la ruta en la niebla, el camino es largo, los ríos venenosos y el muro es impenetrable. Si no pierdes la razón por los horrores que ocurren en las cavernas... Tendrías que sortear a Garm y sólo el poder de un dios podría doblegarlo.

—¡Garm!, ¡Garm!, ¡Garm! —corearon los cuervos de manera burlona.

Elsa se colgó el arco en el hombro y bufó de forma petulante.

—Casi lo hacías sonar complicado.

Elsa se sacó el cuerno de caza del cinturón y dio un largo resoplido tras el cual se materializó una jauría brillante de lobos enormes en plena carrera. Las bestias aullaban y se agitaban avanzando en tropel por entre el neblinoso paisaje, el denso humo cedía tras sus pasos y pronto se vió expuesto un camino perfecto para avanzar.

La Reina suspiró, levantó una mano de dedos brillantes, gesticuló en el aire hasta dibujar tres espirales escarchadas que resplandecieron intensamente, de su luz emergió el lobo más grande de todos, uno con el lomo color negro azabache y los ojos azul cielo. El animal chocó la frente con la palma de la joven que se sonrió al ver que aquella creatura seguía respondiendo a su llamado. La bestia se inclinó para que ella pudiese montarse sobre su lomo.

—Espero que tengas suficiente energía, amigo —le dijo acariciándole el pelaje—. Nos vamos tu y yo derecho hasta el infierno.

Alzó la vista decididamente enterrando los dedos entre los mechones oscuros de su montura.

—No pienso abandonar a tu dueña en un sitio como este —sentenció con una ráfaga de viento helado que le azotó la capa de pieles y la trenzada cabellera.

Azuzó a la bestia, que tomó impulso y se lanzó aullando a la caza de la jauría que corría más adelante.

Los cuervos graznaron escandalizados, alzando el vuelo mientras el lobo y la cazadora desaparecían internándose en la niebla.

...

—Urð, hermana, ¿Te molesta si te ayudo con tu trabajo? Necesito de tu consejo.

La recién nombrada se giró con extrañeza al escuchar el tono preocupado en las palabras de la joven de túnica blanca y cabello rojizo que se acercó apuradamente, emboscándola fuera del pozo en donde solía recoger barro. Enarcó las cejas, estudiando su juvenil figura como si tratara de encontrarle algo anormal. La mujer bufó meneando la cabeza, pero le hizo una seña para que se acercara.

—¿Qué es lo que ocurre ahora, Verðandi? —le dijo pacientemente, mientras bajaba los brazos y le tendía a la nerviosa muchacha, el cántaro repleto de agua que había estado cargando desde hacía buen rato —ya te he dicho que las cosas tienes que hacerlas y no pensarlas tanto, el futuro déjaselo a nuestra hermana Skuld —añadió esbozando una sonrisa cándida.

Verðandi se estremeció como si la idea resultara peligrosa, pero le devolvió la sonrisa a la anciana que no tuvo reparo en soltarle una carcajada.

—Es precisamente sobre eso lo que quiero consultarte —susurró Verðandi, sus ojos ambarinos recorrían los alrededores por si alguien se encontrara cerca de ahí espiándolas. La muchacha contuvo la respiración, se acercó mucho al oído de Urð, cubriéndose el rostro con la capucha de la túnica—. He visto algo en los telares.

—Siempre está pasando algo en los telares —bufó Urð sin darle mucha importancia—. Bueno al menos cuando tú haces tu parte, mi trabajo siempre es al inicio de las vidas de todos y no es que eso sea particularmente entretenido.

—Sí, sí —la interrumpió Verðandi apuradamente—. Agarró a su hermana mayor por el brazo y se la llevó detrás de una nudosa raíz blanca tan grande como el muro de una fortaleza.

—¿Recuerdas que hace tiempo mencionaste que había pasado una cosa muy rara con los hilos?

—Tendrás que ser más específica, querida —barbotó la mujer un tanto confundida—. Han pasado una buena cantidad de ellos por estos viejos dedos.

—¡Ya sabes! Cuando creíste ver que se anudaron dos hilos en Jöttunheim y en Midgard y luego desaparecieron —le dijo entre dientes.

—¡Ah, sí! —asintió Urð acariciándose la barbilla—. Skuld estuvo particularmente pesada esos días. Tenía esa actitud conspiratoria que monta cada cien años al respecto con los telares. No me perdona que nunca me dé cuenta por dónde se crea la anormalidad, ¡pero es que no puedo tener los ojos en todas partes!

—Urð, concéntrate. ¿Qué pasaría si los temores de Skuld fueran ciertos? ¿Qué tal que hay por ahí algo alterando nuestros diseños?

—Eso no podría ser, nosotras somos las hilanderas del destino, de cada ser que existe, en los nueve reinos, incluso de los dioses. No hay manera.

—¿Pero y si la hubiera? —siseó la muchacha con insistencia.

—Entonces sería mejor dar con ella lo antes posible —concluyó la anciana cediendo a la preocupación que irradiaba su hermana—. ¿Qué es lo que tienes? —la animó enarcándole las cejas.

Verðandi dudó un momento, pero asintió, dejó en el suelo el recipiente que sostenía contra su cuerpo y se arremangó, alzó los brazos y agitó los dedos en el aire.

Al instante, de las puntas se dibujaron líneas brillantes que se cruzaron y se entrelazaron hasta formar un enorme diseño que parecía contar los sucesos de la humanidad en tiempo real, los hilos mágicos se movían, cada cual contando su propia historia.

—Ocurrió algo extraño en Jöttunheim recientemente, por eso recordé ese evento dijo Urð agitando los dedos mientras de los hilos se desprendían imágenes flotantes semejantes a las auroras boreales. Cada vez que Verðandi deslizaba su mano, las luces cambiaban, mostrando momentos específicos—. Fue por un momento muy breve, pero también lo vi, un chispazo de algo antes de que volviera a tornarse invisible.

—¡Fue justamente así! —jadeó Urð con los ojos muy abiertos, tratando de encontrar algo semejante en los telares que iba pasando su hermana—. ¿Qué fue lo que encontraste?

—No pude encontrar nada —admitió Verðandi encogiéndose de hombros—, al menos al inicio.

La norna agitó los dedos y el diseño se alejó muchísimo hasta mostrar un mapeado más extenso, Verðandi deslizó los telares varias veces hasta que se detuvo en uno. Las imágenes mostraban un paisaje agreste y nevado en el que se apreciaban los restos humeantes de un gigante recién asesinado.

—Este Jöttun apareció muerto de la nada, tampoco pude encontrar su rastro repasando los diseños del lugar.

Urð pasó saliva, no le gustaba nada lo que se estaba imaginando.

—¿Sabes qué lo mató? —soltó desconcertada.

—Aquí es donde el asunto se pone interesante —contestó Verðandi, chasqueando los dedos, las imágenes cambiaron para mostrar otra cosa. La imagen de una mujer blanca como la nieve vestida de pieles mientras empuñaba arco y flecha, recorriendo un mundo del que no podía formar parte.

—¡Esa es Elsa Arnadarl! —chilló Urð, cada vez más conmocionada—, ¿Qué rayos está pasando? —la norna se giró hacia su hermana que la miró con extrañeza. La anciana manoteó con impaciencia—. Cuando la niña nació, Skadi se apareció en mis cavernas para tocar el hilo de su vida asegurándome que la criatura debía ser marcada por su gracia porque así se había anunciado. Me pareció bastante inusual, pero Skuld lo confirmó y fue por eso que lo permití. La niña debía crecer para convertirse en la Reina de las Nieves y eso fue lo que tejí.

—La profecía del Invierno Eterno —comprendió Verðandi frunciendo el entrecejo—, esta joven debería estar muerta.

Las nornas se miraron entre sí con un repentino entendimiento.

—Despliega tus telares también —dijo Verðandi mientras pasaba los suyos, prestando atención a lo que ocurría en el Midgard —busca eventos inusuales en los últimos veinte años. Lo más errático. Todo lo que tenga que ver con la participación de Freyja.

—¿Crees que esta anomalía invisible—

—La ama —soltó Verðandi entornando la mirada dorada—. Es la única explicación que se me ocurre.

Las nornas fueron pasando los eventos concernientes a Elsa, y todo lo que se relacionara con ella. Cada segundo pareció impactarles y sorprenderles más que el anterior. Finalmente, cuando las luces se replegaron hasta apagarse y las líneas se desvanecieron, se quedaron un rato en silencio, petrificadas en un estado de muda consternación.

—No lo puedo creer —soltó Urð boquiabierta. Una vez que dieron por terminada la lectura—. ¿Qué probabilidades existían? —se pasó las manos por la cabeza y las agitó nerviosamente en el aire—. Peor aún, ¿Cómo se lo decimos a Skuld?

Verðandi se mordió el labio torciendo las cejas de manera pensativa. Pasado un momento, suspiró y se inclinó para recoger el cántaro con agua que había dejado en el suelo, entrelazó el brazo con el de su hermana, sonriéndole fraternalmente.

—Lo haremos juntas si tú me respaldas con lo que hemos visto.

Urð asintió con la cabeza.

Las nornas caminaron y siguieron subiendo hasta llegar al punto en el que las raíces del fresno blanco se encontraban con el gigantesco tronco. Ellas vivían en las raíces de Yggdrasil y parte de sus deberes consistían en sanar el daño que el dragón le ocasionaba todos los días al gran árbol blanco, para eso iban y venían de los pozos de Urdar llevando el agua curativa. Se detuvieron repentinamente al notar que su hermana Skuld ya estaba ahí esperándolas.

Era una mujer muy parecida a las otras dos nornas, el punto medio entre Urð y Verðandi. Ella no llevaba túnica sino armadura y capa de plumas de cisne como estilaban las valkirias, aquello le sentaba bien por su personalidad que era aguerrida e implacable y por su físico que era tan parecido al de las hijas de Odín. La mujer se veía alterada, sus botas metálicas resonaban al chocar contra la madera, apretaba los puños y maldecía por lo bajo de tanto en tanto, había estado dando paseos sobre la misma raíz hasta que notó a las recién llegadas. Su expresión pasó del estrés a la ira en un segundo.

—¡Ah, Verðandi! ¡justo a ti que te quería ver! —le soltó sarcásticamente cuando se puso frente a ellas en un salto—. Necesitaba saber por qué infiernos te estuviste metiendo con mis tejidos, te recuerdo que a ti no te gusta cuando me meto con los tuyos —concluyó sonriéndole de manera peligrosa.

Urð contuvo un chillido y se encogió en su sitio. Verðandi ignoró la postura amenazante de su hermana mayor, se sacó un paño que remojó en el agua que había llevado hasta allá y se inclinó sobre la raíz dañada en la que estaban paradas para remojarla.

—Lo haces con bastante frecuencia y es cierto que podría ser acusada de devolverte el trato —contestó la joven con tranquilidad mientras observaba cómo la madera se resanaba mágicamente—, pero lo que sea que esté alterando tus telares, te aseguro que no ha sido por mi causa.

Skuld se crispó, inhaló fuertemente como si estuviera preparándose para blandir el hacha que descansaba en su cinturón de cuero. Mantuvo la sonrisa en su rostro, cosa que no le daba un aspecto amable, sino maniático.

—Hermanita querida, eres la única con el poder de manipular los hilos del presente —le dijo entre dientes.

—No he sido yo —insistió Verðandi volviendo a remojar el paño.

Skuld se irguió en toda su altura. Urð se interpuso entre ambas, forcejeando con la valkiria, que había optado por explotar ahí mismo.

—¿Me tienes por estúpida? —bramó acusándola con el índice—. ¿Entonces cómo infiernos explicas esto?

Skuld agitó el brazo, con lo que se materializó en el aire el telar que correspondía a los hechos futuros. Las luces que se desprendían de los hilos se agitaban, luego se quedaban suspensas, el diseño se desdibujaba y luego volvía a ensamblarse para quedarse nuevamente en suspensión, parecía haber ocurrido tanto, que las hebras mágicas tenían desgastes visibles. Urð y Verðandi lo observaron con mortificación. La valkiria se colocó los pulgares en el cinturón y les dedicó una mirada severa.

—Esto es un ciclo temporal —explicó de mala gana—. Hay una serie de eventos repitiéndose en Midgard y no puedo desarrollar el futuro de lo que sea que es esto —las riñó, señalando el estropicio de los hilos con los ojos amarillos chispeantes—. Ustedes dos lo dejaron pasar por alto —bramó acusadoramente—.¡Exijo una explicación!

—¡Encontramos la anomalía! —chilló Urð levantando las manos frente a su cuerpo—. ¡Es tan real como siempre sospechaste!

—¿Qué cosa? —jadeó Skuld al escuchar aquello. De pronto toda su rabia pareció esfumarse con el viento. Apoyó una mano contra el árbol como si temiera perder el equilibrio.

—La rastreamos hasta su origen —explicó Verðandi poniéndose de pie para encarar a su hermana—. Esta vez es muy jóven. No tengo idea de cómo permanecía invisible a nuestro escrutinio —se encogió de hombros, subiéndose las mangas—, pero hay alteraciones inexplicables a su alrededor, es cómo si hubiese hecho todo lo posible por ser notada.

—Por advertirnos —añadió la norna que era más anciana.

—Hay una cuarta persona allí afuera que es como nosotras —concluyó Verðandi seriamente.

—Ella lo está intentando de nuevo —susurró Skuld sujetándose la barbilla. Frunció el ceño antes de dirigirse a sus hermanas—. Yo me encargaré de esto. Ni siquiera a Odín le permitimos ver su telar como para tolerar esta irrespetuosa intromisión. Esto no se va a quedar así...

La Valkiria estaba por ponerse en marcha, pero Verðandi la detuvo, agarrándola por el brazo.

—Espera, tómalo con calma —le sugirió cautelosamente—. Tenemos que tratar los detalles contigo, hay ciertas decisiones que tenemos que tomar entre las tres.

La norna de lo que debería suceder, las estudió cuidadosamente, asintió de manera resignada y las tres tomaron asiento en círculo sobre aquella raíz dañada de Yggdrasil.

—Muy bien —dijo Skuld cogiendo el hacha de su cinto, se sacó una piedra áspera y oscura con la que comenzó a tallar el filo—. Necesito que me digan todo lo que averiguaron de este escurridizo hilo mortal...

...

—Mis pies se movieron sin pensarlo cuando vi el emblema del sol. No puedo creer que actuara de esa manera tan descuidada.

Kyla alzó la vista, entornando la mirada mientras la persona que la había reñido antes parecía encontrarse entablando un diálogo consigo misma. La sabia torció las cejas al tiempo que la estudiaba.

Aquella se trataba sin duda alguna de una mujer mayor, llevaba un vestido rojo a la usanza de Corona. La capucha de su capa de viaje le ocultaba bien las facciones angulosas y el rizado cabello encanecido, pero sus delgados miembros y encorvada figura dejaban ver el paso del tiempo en su cuerpo. La muchacha contuvo el aliento al ser capaz de reconocerla.

—¡Es usted Gothel, la captora de la princesa Rapunzel! —soltó la morena en su impresión.

La recién nombrada hizo una mueca de desagrado al apartarse de Kyla para observarla mejor.

—¡Tú! —exclamó la mujer señalándola acusatoriamente—. Eres la sabia que fraguó mi caída. ¡Eres la nieta de Jenell Frei!

—Soy Kyla —dijo la muchacha al incorporarse con torpeza—. Y no tuve nada contra usted cuando profeticé el destino de la princesa. Al final fueron sus actos los que le hicieron perder la vida —añadió acariciándose las manos incómodamente.

La anciana se giró bruscamente alzando los cadavéricos dedos.

—Tú podrás decir eso para desentenderte, pero yo ya no tenía opción alguna. Ya estaba muerta cuando ese asqueroso ladrón cortó la cabellera de Rapunzel —bufó con los dientes apretados. Miró de reojo a la morena y chistó groseramente—. Yo estaba tan muerta como tú e hice lo necesario para sobrevivir con lo que tenía.

—¿Qué quiere decir? —inquirió Kyla con desconcierto.

—Maldita seas —escupió Gothel echándose la capucha encima—. Debí dejar que la bestia te arrancara la cabeza.

Kyla apresuró el paso, siguiendo a Gothel entre la espesa niebla. Le bastaron un par de zancadas para acortar la distancia que la bruja se había ganado. Ella la miró por sobre el hombro con enfado.

—¿Acaso piensas que eres especial? —escupió ofendida—. Yo fui tocada por Hela antes que tú, y antes de mi hubo muchas otras.

—¿Otras? —soltó Kyla en un jadeo ensimismado—. ¿Quiere decir otras völvas o lo que sea que seamos?

La mujer apretó los labios, mirándola con rabia, resopló como frenándose de contestarle con otro insulto impaciente.

—La muerte lleva mucho tiempo buscando engendrar una creatura en particular —le dijo por lo bajo. Palpaba la madera de aquel bosque cubierto de raíces blancas como si algo en ellas le resultara útil para orientarse—. Un esbirro inmortal que le sirviera a sus propósitos. Ha trabajado con personas como nosotras durante cientos o quizá miles de años.

Kyla se detuvo y se quedó un momento sopesando aquella revelación. De pronto la niebla se agitó, abriendo una sección nueva ante sus ojos.

Aquello parecía alguna especie de campamento montado entre las raíces más bajas y retorcidas de Yggdrasil. Era tan extenso como un poblado. Había muchas personas ahí, cadavéricas y enfermas proveyéndose las comodidades que podían en ese terreno desolado. Todos les dirigieron miradas hostiles al verlas adentrarse a aquel sitio. Kyla habría optado por devolverse, pero Gothel no había dejado de caminar y ella estaba interesada en seguir obteniendo información de su parte. Se inclinó para poder susurrarle al oído.

—¿Qué sitio es este? —le dijo paseando la mirada por los alrededores.

—Esto es el Niflheim, el camino al Helheim, por supuesto, idiota —contestó la anciana con brusquedad—. ¿Haces pactos con la muerte y no sabes en dónde vas a terminar?

Kyla hizo caso omiso a la sonrisa burlona que le dedicó Gothel. Se irguió en toda su altura estudiando la manera en la que la niebla parecía envolverlo todo.

—El reino nebuloso que conduce al infierno —susurró la sabia para sí misma, entornando la mirada amatista sin lograr ver nada más allá—, tiene sentido.

—Estos desgraciados llevan cientos de años de peregrinaje y aún no estamos seguros de en qué punto nos encontramos —informó Gothel con cansancio—. La niebla cambia los caminos constantemente y aquí no brilla la luz del sol o la de la luna como para orientarnos o saber cuánto tiempo ha pasado. Es enloquecedor. De cuando en cuando algunos sucumben a la desesperanza y dejan de avanzar. A esos los devora el dragón y ya no se les vuelve a ver jamás.

Como si hubiese sabido que era el motivo de la conversación. Un rugido lejano hizo retumbar la tierra. Se hizo un silencio sepulcral. Los que no se encogieron en sí mismos muertos de terror, permanecieron sentados resignadamente esperando lo peor. No parecía haber un punto medio. Gothel la miró valorativamente, enarcándole la ceja.

—Debes haberla molestado bastante si es que te dejó varada como a todos los demás.

—No tienes idea —contestó la morena girando los ojos.

La hechicera y la sabia descendieron por una vereda rocosa. Había pequeños refugios montados con telas raídas, trozos de madera y piedras apiladas. Kyla notó que había una al final de todas que parecía más grande y suntuosa, al parecer hasta para deambular por el limbo había niveles, se pensó la morena impresionada.

—Oh, pero si es la chiquilla especial —soltó un anciano de barba blanca haciéndole una reverencia exageraba a manera de burla.

—¡Es la völva enamorada! —añadió una mujer rolliza, cogiéndole la capa blanca para apreciar la suavidad y el grosor de la tela.

Kyla se turbó y decidió mirar a otro lado.

—Estás personas parecen estar bastante informadas —cuchicheó la sabia con molestia.

—Acostúmbrate —soltó Gothel sin inmutarse—. Todo se sabe por aquí cuando graznan los cuervos. Es casi como estar de vuelta con los vivos.

—La giganta amable, ¿qué haces aquí? —le dijo un hombre sonriente, palmeándole la espalda—. ¿Sigues buscando flores?

—A que no la viste venir, sabia —comentó un muchacho muy delgado que pasaba caminando—. ¿Tus libros te prepararon para lo que sigue?

Kyla se pasó la capucha encima y caminó rápidamente para alcanzar a la anciana que se le había adelantado.

—¿Qué les pasa? —le siseó mirando desconfiadamente por sobre su hombro—. ¿Se están burlando de mí?

Gothel se giró abruptamente, dedicándole una mirada ceñuda.

—¿Qué esperabas? —chilló con impaciencia—. ¿Un comité de bienvenida y una canasta de frutas? Todo el mundo tiene sus propios problemas aquí. Quizá les molesta verte tan campante como si esto fuera un paseo, diablos, si yo también te odio solo con ver tu cara de idiota —la mujer corrió la cortina que hacía de puerta en el refugio elegante y se metió todavía refunfuñando—. Menudas preguntas estúpidas...

Kyla esbozó una media sonrisa divertida, pero siguió a Gothel hacia el interior de la carpa.

La tienda resultaba acogedora pese a su austero decorado. Algunos cojines improvisados, figuras talladas, tapices tejidos, por algún motivo también podía verse joyería, piezas de armamento e incluso protección. Kyla se preguntó por un momento de dónde podrían haber sacado el agua y las nueces que descansaban en sendos cuencos al centro de la pieza, pero se imaginó que pronto lo averiguaría.

Al fondo se encontraba una mujer de vestimentas antiguas y piel de color bronce, estaba sentada en una especie de trono hecho con piedra y huesos. Se veía de unos treinta años y no parecía enferma o ruinosa como los demás, de hecho, Kyla notó que ellas dos compartían esa especie de aura muy similar y no era sólo porque también su cabello fuera de color negro azabache y la mirada penetrante que la estudiaba fuera una de color amatista, sino una sensación de familiaridad que no supo explicar. La mujer la observaba con fijeza tras el fuego de la pira contenida en un cubo de roca situado frente a ella. Las llamas bailaban crepitantes armonizando el silencio entre ambas.

—Eres la recién llegada —pronunció con interés

Kyla asintió, sintiéndose intimidada, fue en ese momento que cayó en cuenta que Gothel se había encargado de conducirla hasta ella.

—Se dice que fue la primera que llegó y que recuerda lo suficiente como para saber lo que sucede según lo que puede ver en los ojos de quienes fueron tocados por Hela —explicó la hechicera por lo bajo—. Es tu turno ahora.

—Mi nombre es Auset —dijo la mujer poniéndose de pie, extendió los brazos en señal de bienvenida.

—Como la Diosa Maga de Egipto —exhaló la sabia en su impresión.

La mujer le dedicó una sonrisa complacida. Le hizo una seña a Kyla para que se acercara hasta ella.

—No soy ninguna diosa, pero otros podrían pensarlo, ¿No te parece? Tú y yo compartimos una mirada cargada de misterio.

—Le mostraré lo que sé y he visto —contestó la muchacha reverentemente—. No prometo que le sea de utilidad como lo que usted tiene para revelarme.

La mujer torció los labios en una mueca entretenida.

—Eres una chiquilla muy astuta —le reconoció enarcándole las cejas.

—¿Podría serlo estando aquí abajo? —replicó la germana inocentemente.

Se tomaron de las manos, un aura blanca las iluminó a ambas, una corriente de aire les agitó las telas y los cabellos mientras los ojos violetas fulguraban. Gothel las observó a prudente distancia, era como si estuviesen llevando a cabo una conversación en el más absoluto de los silencios.

Pasados unos minutos, se soltaron, resoplando y presionándose los párpados. Auset miraba a Kyla con entendimiento mientras se acariciaba las sienes.

—Entiendo... —musitó ensimismada—. Ha sido todo un viaje el que has hecho. ¿Tú quieres que yo?...

—No —la cortó amablemente la sabia—. Sólo quiero que me cuente sobre Hela.

La mujer asintió, regresó a su asiento y se acomodó en él, les hizo una seña a Gothel y a Kyla para que hicieran lo mismo en los cojines que tenían delante. Auset suspiró y se aclaró la garganta haciendo chocar sus pulgares.

—Normalmente tendrías que pagarme algo por esto —explicó la mujer apoyando la mejilla contra su mano—, creo que te habría pedido la cadena —admitió encogiéndose de hombros—, pero en vista de lo que me has mostrado, pasaremos de eso.

Kyla asintió, se había llevado la mano a aferrar el emblema del sol como acto reflejo ante la mención de separarla de su cadena. Auset le dedicó una seña para tranquilizarla y dio comienzo a su relato.

—Todo comenzó cuando Hela se hizo del don de la völva original —explicó de manera pausada y reverente—. La primer mortal que miró a través del tiempo. Fue de sus labios que se guardó el registro de la creación de los nueve mundos y se advirtió sobre su caída durante el Ragnarok que acontecerá en el fin de los tiempos.

—Así que Heith, la narradora del Völuspa fue más que un simple mito —jadeó la académica en su sorpresa.

—Haces gala de tus dotes de sabia —sonrió Auset al asentirle—. Conoces los textos.

Kyla hizo memoria, comenzó a recitar lo que recordaba de aquella historia.

—Una curiosa mujer entra a los salones de los Æsir, se planta ante el trono de Odín y comienza a describir la manera en que los dioses crearon la vida y los nueve mundos. Habla de oscuridad, gigantes, incluso les dice cómo será el fin de todo. Ella pregunta varias veces si debería detenerse, pero la tentación del conocimiento se vuelve demasiado grande.

—Entonces vaticina la muerte de su hijo Balder —completó Auset gesticulando con la mano—. Un hecho que ni siquiera Odín puede alterar en su momento. Por supuesto. Tener cerca a un conspirador como Loki le dificultaría el trabajo a cualquiera. No es de extrañar que Hela se trate de su hija. Su naturaleza es traicionera y sus motivaciones inciertas.

Gothel y Kyla se miraron de reojo, pero asintieron, dándole a Auset la razón de igual manera.

La mujer bronceada se sonrió en disculpa y procedió a explicarse.

—Yo era una simple traductora en mi pasado mortal, irónicamente tuve un esposo que fue asesinado, pero como él era extranjero, mi manejo de dos idiomas me permitió matricularme como una de los cientos de estudiantes que se capacitaban en el Brucheion de la gran biblioteca.

—¿La de Alejandría? —soltó Kyla con entusiasmo.

—La misma —corroboró Auset, sonriendo ligeramente.

La mujer se recargó en su asiento y sonrió con nostalgia.

—Vivíamos un ambiente diverso de enriquecimiento cultural en ese entonces. Todos los pueblos eran bienvenidos con lo que tuvieran qué aportar. Teníamos tantos libros, pergaminos y salones dedicados a la escritura y la investigación, que creímos fervientemente que lo que hacíamos contribuía a la humanidad.

—Lo hizo —aseguró Kyla agitándose en su sitio—. Los textos rescatados que logran conservarse son un tesoro en el mediterráneo. Perder la biblioteca fue un duro golpe a la civilización occidental.

Auset chistó observándose los brazaletes dorados que llevaba puestos en las muñecas.

—Nunca anticipamos el ataque, ni el incendio —pronunció de manera sombría. Apretó los puños con fuerza—. Aquellos a quienes les habíamos abierto nuestras puertas destruyeron nuestro trabajo y nos atravesaron con sus espadas como cualquier cosa.

Aprendimos de la peor manera que la naturaleza humana jamás abandona el camino del conflicto.

Kyla se mordió el labio, su visión del futuro podía garantizarle que ese comportamiento continuaría todavía durante varios siglos más. Pensó en su propia casa, en donde veía los fantasmas de hechos terribles que acontecerían más adelante, en una guerra que involucraría a gran parte del mundo. Después de todo, un gran aliciente a su deseo de ser sabía fue que lograría distanciarse de esa forma de Berlín.

La germana carraspeó y le pidió a Auset que prosiguiera su relato.

—En mis últimos momentos recordé que una compañera copista me había confiado haber visto la caída de la biblioteca en sueños y se escapó de la ciudad con su familia semanas antes del conflicto. Moribunda, me arrepentí por no haberla tomado en serio en su tiempo y deseé con resentimiento haber contado con un instinto y fe semejante que me hubiese salvado de la masacre.

Kyla abrió la boca como si comenzara a comprender.

—Fue bajo esas circunstancias que se apareció ante mí la muerte dispuesta a ofrecerme un trato —prosiguió la mujer gesticulando con las manos—. Ella me permitiría seguir caminando por entre los vivos si yo le ayudaba a recuperar el don de la visión que yacía perdido en nuestro mundo.

No tenía idea de que, al aceptar, estaba dando inicio a esta cacería. Una maldición —concluyó sombría.

Kyla tragó saliva, movía los dedos con ansia sobre su regazo.

—En su momento no se me ocurrió pensar por qué me había reanimado sólo a mí —reflexionó Auset de manera ensimismada—, pero en realidad ocurrió que no sólo yo reaccioné a su poder, sino que sólo yo sabía lo que a ella podía interesarle. Los ojos violetas son la marca de Hela, sólo pueden alojarse en una persona con dotes mágicas de ese tipo. Son los que nos permiten conectarnos con el mundo espiritual.

—¿De dónde provino el don? ¿Lo sabe? —soltó Kyla esperanzada.

—Eso no queda muy claro —admitió la mujer, negando con la cabeza—. Algunos piensan que es la combinación de la gracia de Freyja y Frey o de Hathor y Toth en todo caso. Los dioses tienen tantos nombres como reinados en la tierra de los hombres.

Auset se encogió de hombros, arrojó un madero a la pira que lo engulló vorazmente.

—Dicen que la muerte se guardó esa habilidad cuando se hizo de la vida de la völva del Völuspa. El fracaso de Odín era el deleite de los dioses oscuros, así que no dudo que su intención consista en superarlo.

Al principio Hela intentó con hombres, pero los muy estúpidos no dejaron nunca de usar su regalo para la guerra, así que terminó descartándolos. Probó utilizando mujeres, y aunque éramos más efectivas, nuestro poco valor en la sociedad limitaba nuestras acciones, los nobles le corresponden a Freyja y en eso no se puede intervenir y claro, estaba ese asunto de nuestros cuerpos que se deterioraban con el tiempo.

—Creí que habías sido la primera —recordó Kyla, mirando de reojo a Gothel, quien le asintió con total seguridad.

—Fui la primera en llegar aquí —admitió Auset con calma—, pero disto mucho de ser la primera en ser maldita con el comando de la muerte.

—¿Cómo fue que moriste? —inquirió Kyla haciéndose sus propias conjeturas al respecto.

—Me suicidé —explicó la mujer sacándose un brazalete y mostrando la cicatriz vertical que lo demostraba—. Por ese entonces, Hela no había tenido que poner ese tipo de limitantes, yo no fui capaz de soportar esa media existencia vacía y tampoco me atreví a entregarle a mi amiga que había logrado continuar su vida alegremente en Siria. Lo terminé todo y la señora del Helheim me desterró a vagar por siempre en este lugar por haberla desafiado. Mi misión, obviamente fue transferida a alguien más que debió ser más exitoso —sonrió Auset resignadamente—. Pero es por eso que Hela tomó esas medidas contigo en Jöttunheim. Llevaba siglos experimentando, tratando de resolver el problema de la regeneración. Ya había inventado otras artimañas, como borrar la existencia, negarles a sus protegidos el conocimiento de su destino... Cada fallo fue una historia que la llevó a la adaptación.

La mujer señaló a la hechicera como sustentando esa teoría.

—Cuando pactó con Gothel la solución la había encontrado con la flor dorada. Hela cumplía su palabra de mantener a su sierva con vida, mientras la flor preservaba su cuerpo. Ella está aquí por no haber sabido cuándo detenerse —se burló sin miramientos.

—Pero yo nunca pude recibir la vista —se defendió la anciana con ofensa—. El don lo había recuperado el dios Frey cientos de años atrás y había decidido depositarlo en una familia que le era fiel. Una que incluso había tomado su nombre tras peregrinar por generaciones.

—En mis ancestros —jadeó Kyla en comprensión.

—Hela me había encomendado dejar los nabos montesinos en las cocinas del Rey Frederic, pero no me imaginé que ese hecho comenzaría mi ruina —se lamentó Gothel con resentimiento.

—Ella lo planeó... —susurró la sabia, mordiéndose los nudillos—. No le interesaban las vidas de la reina ni la princesa que estaba por nacer...

—Quería tener una ofensa qué cobrarse con un Frei —asintió Auset, completando la idea—. Uno que de preferencia estuviese recién nacido como para someterlo a una mejora descabellada.

Kyla se miró las manos, abrió y cerró los puños recordando lo que era, aún en ese mundo.

Auset notó que el fuego había disminuido repentinamente, oscureciendo un poco el lugar. La mujer se puso de pie y así lo hicieron sus visitantes.

—Temo que es todo lo que hablaremos por ahora —les informó, colocándose las manos tras la espalda—. Te agradezco de antemano, hermana Frei —le dijo a Kyla, dedicándole un ligero movimiento de cabeza—. Te deseo suerte en lo que resta de tu viaje.

La germana le devolvió el gesto con la mirada brillante. Esta vez fue Gothel la que se puso a caminar tras Kyla esperando respuestas.

—¿Qué fue todo eso? —le dijo por lo bajo al salir. Alzó una mano huesuda de manera desconfiada—. A mí no me engañan, algo extraño pasó ahí.

Kyla se encogió de hombros.

—Sólo nos ayudamos mutuamente —respondió la morena de manera críptica—. No puedo decirte más Gothel, o todo peligraría —añadió en disculpa—, pero es muy bueno. Esta vez quiero hacerlo todo bien.

La anciana enarcó las cejas de manera poco convencida, pero le asintió de igual manera. Alzó la vista estudiando el cielo ennegrecido.

—Tenemos que refugiarnos —advirtió ásperamente—. No quieres estar indefensa cuando la niebla es densa.

—¿Por qué?... ¡Uf! —soltó la sabía justo antes de tropezarse y caerse de bruces.

Kyla escuchó una risotada por sobre la cabeza, apretó los dientes cuando se levantó de un salto para encarar al perpetrador de aquella ofensa, un sujeto enorme con pinta de guerrero que lucía pústulas rojas por todo el cuerpo. Gothel se hizo a un lado girando los ojos.

—¿Qué problema tienes, infeliz? —lo riñó la germana dedicándole una mueca de desagrado.

El tipo se envalentonó blandiendo una maza del tamaño de su cabeza.

—¿Así que eres una chica ruda? Yo comandaba ejércitos mucho antes de que tus ancestros usaran pañales —le dijo de manera amenazante.

Kyla apretó su puño, materializando el guantelete de placas que le prendió en llamas todo el antebrazo. Quienes estaban observando aquello optaron por alejarse un paso de la trifulca.

—¿Y eso qué me importa? —le escupió la morena con desprecio—. ¿No estás aquí retorciéndote como todos? ¿Quieres que te mate de nuevo para ver si así sales de aquí, imbécil? —miró alrededor a quienes debían ser su público amedrentado—. ¿Qué pasa? ¿Les dijiste que moriste en el campo? ¿Quieres que diga en voz alta lo que veo en tu cara ridícula? Si... esa misma que tienes ahora que te preguntas si lo sé todo... pues sí, lo sé todo —soltó de manera peligrosa

El soldado se estremeció de rabia. Depuso las armas de mala gana.

—Es evidente que hemos tenido un lamentable malentendido. Me disculpo —siseó el hombre entre dientes.

—Eso pensé —soltó la sabia extinguiendo el fuego de su armadura—. Ahora, mejor lárgate de mí vista antes de que cambie de opinión.

—Que te joda Hela, maldita —siseó el guerrero, perdiéndose entre el bosque de raíces.

El pequeño grupo se dispersó y pronto todos regresaron a sus actividades. Gothel le dio alcance a la sabia y prosiguieron su camino. La mujer le sonrió, complacida por lo que había visto.

—Así que sabes tratar a la gente —le dijo en tono burlón.

—He visto a muchos como él como para amilanarme en este punto —contestó Kyla encogiéndose de hombros.

—Lo haces bien para ser la bebé de Jenell Frei. Creo que empiezas a agradarme —confesó la hechicera, arqueándole una ceja—. Esperaba que fueras una niña buena, pero supongo que por algo estás aquí. Espero que sea por más que ser una buscapleitos.

—No soy una bebé —replicó Kyla ofendida.

—Eres la Frei más joven, ¿no? —razonó Gothel.

—Bueno, si —admitió la morena.

—Entonces eres la bebé de tu familia, ¿no? —insistió lógicamente.

—Podría decirse... —aceptó la muchacha entre dientes.

—Entonces ¿qué problema tienes? —se sonrió Gothel golpeándola con el codo.

—Tengo tíos, podría tener pequeños primos o cosas así —se defendió Kyla sin sonar muy convencida.

—¿No lo sabes? —soltó la hechicera enarcando una ceja.

—Estuve fuera de casa mucho tiempo —soltó la sabia de manera avergonzada.

Gothel exclamó una carcajada.

—¡Que horrible persona eres!, seguro a Hela le fascinaste —dijo la mujer palmeando el brazo de la apenada muchacha. Se colocó los dedos sobre el pecho señalándose a sí misma—. De mi podrán decirse muchas cosas, pero jamás podrán cuestionarme lo mucho que quise a mi florecilla.

—¿De verdad la quisiste? —inquirió Kyla en su sorpresa—. A Rapunzel, digo —añadió con torpeza notando como el semblante de Gothel se entristecía—. Porque la flor...

—La flor me mantenía con vida —admitió la hechicera, asintiendo penosamente—, pero Rapunzel me hacía recordar lo que había sacrificado por ello —dijo con la voz temblorosa. Se limpió discretamente bajo los ojos e inhaló de forma sonora antes de mirar duramente a la morena que la observaba—. Por supuesto, no estoy esperando que lo comprendas.

Kyla desvió la mirada avergonzada, se mordió el labio antes de contestarle.

—Lo hago, créeme, sé a lo que te refieres —le dijo pasándose la nerviosa mano por el cabello—. Siendo como soy, no se supone que yo debiera sentir, pero terminé haciéndolo.

Gothel apoyó una mano en el borde de una inmensa raíz blanca mientras la vista se le perdía en la densa niebla que se concentraba más adelante.

—Yo tuve una hija que perdí ante mis elecciones —susurró de manera sombría—. Acoger a la princesa fue más una imposición que algo que yo deseara; pero supongo que no pude evitar encariñarme, aún y con todo el daño que terminé causándole —la mujer resopló y se sonrió con ironía—. Seguramente sueno como cualquier mala madre que justifica sus pésimas decisiones.

Kyla se encogió de hombros torpemente sin saber qué decir al respecto. Gothel le meneó la cabeza como si ella se tratara de un caso más severo que el suyo.

—Al final, lo perdí todo —concluyó resignadamente—. Vivo mi arrepentimiento a cada instante. La niebla me rodea con espejos que exponen mi apariencia y me recuerdan mis errores, mis crímenes. La oscuridad que albergaba en el corazón. Escogí ocuparme solo de mí y así fui a parar a este mundo detestable.

Kyla se acercó e hizo el amago de colocarle la mano sobre el hombro, pero un retumbar las hizo prestar de nuevo atención a lo que sucedía en aquel sitio.

—Ya saben que estás aquí —exhaló Gothel mirando a la germana con alarma.

—¿Quiénes? —soltó Kyla insegura de a lo que se refería la anciana.

—Es la niebla —gritó la hechicera por sobre el atronador vendaval—. ¡Corre! —le dijo a la sabia agitándole los brazos—. ¡ten cuidado, niña! Nadie sabe lo que verá cuando te envuelve el humo de las fauces de Níðhöggr. ¡Escapa si es que puedes lograrlo!

Kyla emprendió la carrera, azuzada por el temor que le infundió ver a Gothel tan asustada. Movió las piernas lo más aprisa que pudo, pero le parecía que sólo estaba dando vueltas en el mismo lugar. La vista no le servía ahí, era como moverse con una brújula rota. Alzó los brazos para cubrirse de la polvareda que estaba siendo levantada por el viento. Se encorvó para protegerse con su capa mientras el aire silbaba en sus oídos.

Fue de manera muy sutil, pero para sus ojos no pasó desapercibido el cambio de escenario, la tormenta se había esfumado, al igual que lo que recordaba del paisaje anterior.

La germana entornó la vista y entonces se vio a sí misma aguardando a escasos metros de distancia. Se veía exactamente como ella, sólo que las ropas académicas que vestía eran negras, todo en ella era de ese color, incluso la capa y la cadena de eslabones que pendía de su cuello. Su expresión era altiva y maliciosa. Los ojos enmarcados por las gruesas cejas tan semejantes a las suyas no eran violetas sino rojos. La sabia titubeó por un momento, más era consciente de que no tenía idea de cómo salir de aquel plano. Se arriesgó y dio un paso hacia adelante.

—Escucha —le dijo llamando la atención de su sombra—, no sé lo que eres, pero no tengo tiempo para esto, yo—

La Kyla de negro se abalanzó velozmente y le propinó un puñetazo a la Kyla blanca en la boca del estómago. La sabia cayó al piso doliéndose y jadeante entre espasmos de tos completamente falta de aire. Su versión sombría la pateó en las costillas y se inclinó para agarrarla fuertemente del cabello. Era descomunalmente fuerte. Le alzó la cabeza hasta tener su oído a la altura de sus labios.

—Te crees mejor que cualquiera, ¿no? Siempre has tenido que demostrar ese pequeño orgullo tuyo —siseó rasposamente con una voz aterradoramente semejante a la de la Kyla real.

—N-no es verdad... —negó la morena apretando los dientes, manoteó en un intento por liberarse, pero aquello fue inútil. Una sensación de urgencia y pánico comenzó a gestársele en las entrañas.

—Tenías que ser especial —canturreó la otra Kyla sonriendo con todos los dientes—, pero todos son iguales cuando mueren—. Apretó la nuca que sostenía en la mano con fuerza y empujó el rostro de la Kyla blanca a estrellarse contra el suelo.

La joven gritó con los párpados apretados, sintiendo la sangre caliente mojándole los labios; aquello debía de haberle roto la nariz. Se arrastró en el suelo apretándose la cara cuando dejó de sentir tensión en su melena desgreñada.

La Kyla oscura se puso de cuclillas junto a su doble herida.

—Verás, en este sitio, todos somos un espejo de lo mismo —explicó tranquilamente. Todas estas almas perdidas en el Niflheim tuvieron la oportunidad de ser grandes y lo desperdiciaron por complacer deseos efímeros. Es por eso que se les castiga —comenzó a contar con los dedos inofensivamente—. Vanidad, envidia, codicia... Distracciones mundanas que en su momento parecían conducir a algo... ¡Mira lo lejos que te llevó a ti tu lujuria! —la señaló congratulándola burlonamente.

Un montón de brazos salieron de entre las sombras, sujetando a la sabia blanca, obligándola a ponerse de pie. Era un tacto helado con alientos invisibles de ultratumba. Las manos le acariciaron la piel y rebuscaron bajo sus ropajes. Kyla se estremeció asqueada, se retorció en su enfado, liberándose a la fuerza. Cayó de rodillas sobre el suelo, negando con la cabeza, jadeando y con los ojos bien abiertos.

—No, no es así —soltó entre dientes—. Yo no... No lo hice por eso —farfulló de manera afectada.

—Tenías que sucumbir a ese llamado aberrante —pronunció la otra Kyla desde lo alto, mirándola con desprecio—, avergonzar a todos los Frei con tu desviada existencia

—Te equivocas... —contestó Kyla, escupiendo la sangre que tenía en la boca—. Mi familia me amaba. No vas a meterme en tu mierda enfermiza—. Le aseguro desafiante.

La Kyla de negro chistó entretenida. Hizo una seña con lo que de nueva cuenta se materializaron los brazos espectrales que afianzaron fuertemente a la verdadera Kyla, sosteniéndola sobre sus botas, en posición vertical.

—Siempre dicen que te aman, ¿No? ¿De verdad nunca pensaste que no fuiste más que una carga y una molestia para ellos?, de la cuna a la tumba —gesticuló como un director de orquesta indicaría la participación de un flautín, fascinada con la idea—. La pequeña retrasada que creció de manera deshonrosa y todo para morir persiguiendo unas bragas reales.

—No fue así, maldita... —escupió la trigueña con odio.

—¿Qué placer enfermo encontraste arrastrando a tantos contigo? —soltó la Kyla oscura sujetándose la barbilla—. No te bastaba estar podrida, tenías que arruinar todo lo que tocabas. ¿Te gustaba eso? —se sonrió como si se refiriera a alguna perversión—. ¿Ver las posibilidades de los otros yéndose al infierno como tú?

—Ya cállate —protestó peligrosamente la Kyla de blanco.

Inmediatamente la Kyla de negro le propinó una bofetada, la cogió por la mandíbula para que la mirara a los ojos.

—¿Alguna vez te acercaste a alguien sin usarlo? ¿Tus amigos fueron tan estúpidos como para creer que los estimabas?

—¡Cierra la boca! —chilló la morena, enfurecida.

La académica de negro volvió a cruzarle la cara a la de blanco está vez con el puño cerrado.

Kyla se dobló sobre sí misma, siguiendo la fuerza del golpe, casi terminó en el piso, aturdida; pero las manos que la sujetaban la levantaron con brusquedad. Mientras ocurría aquello, otras manos forcejearon con sus prendas superiores. Le desnudaron el torso y la hicieron tumbarse. A esas alturas, el terror ya se había apoderado de ella, como el miedo residual que conservara de una terrible experiencia.

Alzó la vista para encontrarse con el látigo de cuero de cinco tiras que la sombría versión de sí misma golpeteaba en su palma

—¿Y qué hay de tu Reina? —siseó mordazmente colocándose a su espalda—. ¿Valió la pena mancillarla con tu plebeyo cuerpo? ¿Rebajarla a tu nivel? ¿En la casa de sus padres que murieron por tu culpa?

—¡CÁLLATE! —gritó la muchacha temblando de rabia.

Lügnerisch! (¡Mentirosa!) —bramó la Kyla de negro agitando el arma, golpeándole la carne.

Kyla se estremeció, flexionó las manos, bufó con los dientes apretados intentando soportarlo. El sudor le permeó el rostro enrojecido cuando los azotes superaron la decena. Sabía que aquello apenas debía estar comenzando.

Manipulierend! (¡Manipuladora!)

La piel comenzó a abrirse, las cicatrices se despedazaban, la morena se sacudía con fuerza a cada impacto, se mordía los labios conteniendo los deseos de gritar. Las lágrimas le brillaban silenciosamente en la mirada cargada de resentimiento.

Kranke Hure! (¡Puta enferma!)

Kyla exclamó un alarido, se retorció tratando de que el látigo azotara alguna otra zona de su cuerpo, pero sus captores nunca le aflojaron el agarre. Pudo ver la sangre que le escurría por la piel y se empapaba en el blusón arrugado que le pendía de la cintura. Sintió náuseas, la cabeza no dejaba de darle vueltas y el cuero no cesaba de caer como una lluvia de fuego sobre su espalda.

Mord! (¡Asesina!)

Kyla vomitó bilis, desfallecida. Las piernas no la soportaban. Se mantuvo pendiente por los miembros sujetos, lánguida como un peso muerto, la piel sudorosa se le veía blanca como el papel.

Nicht mehr!, bitte!... (¡Ya no más!, ¡por favor!) —gimió al borde del desmayo—. Nicht mehr...

—No puedo escucharte, tendrás que hablar más fuerte que esto, cariño —se burló su doble de negro.

Los gritos de la germana fueron ahogados por el sonido de los azotes que parecieron no detenerse nunca. La Kyla sombría no cesó en su castigo hasta que la verdadera no se disculpó por cada cosa que hubo hecho mal en la vida. A ese paso probablemente también había pedido perdón por haber nacido. No estaba segura, sentía cada vena de su cuerpo palpitante y los huesos doloridos. La piel ya ni siquiera la percibía de lo generalizado que era el daño sobre su cuerpo.

¿Habían pasado horas?, ¿Días? No tenía idea. Cuando creía perder el conocimiento, su sombra la reanimaba y entonces la seguía fustigando.

Kyla sentía las piernas débiles y los brazos lastimados, debía de haberse dislocado un hombro al forcejear porque su torso pendía de forma extraña. Uno de sus ojos estaba tan hinchado que simplemente se le había cerrado. Intentó tragar saliva, pero todo a esas alturas ya tenía gusto a sangre.

Nunca había deseado tanto tener opio como en aquel momento. Aquello había sido peor que Escocia y todas sus muertes juntas.

La Kyla oscura se guardó el instrumento de tortura en el cinturón. Se acercó a la Kyla blanca, inclinándose para que pudiesen verse de frente. Le sonrió, dedicándole una maliciosa y brillante mirada rojiza.

—Bienvenida a Niflheim —soltó en un susurro que se perdió en el viento.

Entonces, así como había llegado, la niebla se disipó.

Kyla cayó sobre el suelo empapada en llanto y sudor. La sangre brotaba de las heridas en carne viva que le escocían como si el aire estuviese cargado de sal. La joven se tensó nerviosamente cuando unas manos huesudas la agarraron por el delgado torso, se sacudió aprisionada como estaba, atarantada por la vista que sentía enceguecida y el inmenso dolor.

—Siempre es horrible la primera vez —le dijo Gothel comprensivamente—. Aunque no puedo asegurarte que mejore.

Scheiße!... —lloró la morena hundiendo el rostro en el pecho de la mujer que la sostenía —¡Maldita sea!

—¿Qué fue lo que viste? —soltó la anciana al estudiarle el aspecto con impresión.

Gothel se quitó la capa y con ella cubrió el torso desnudo de la sabia malherida. Había odiado hacerlo cuando se percató de haberlo hecho, pero era como si no fuera capaz de frenar esos impulsos maternales. Kyla se arrebujó entre la tela, en el regazo de su confusa compatriota.

La muchacha torció las cejas de manera pensativa.

—Cada vez que fue necesario, simplemente lo racionalicé. Así se vuelve más fácil, ¿sabes? —susurró temblorosa—. Todo se reducía a causa y efecto. Traté de no pensarlo, restarle el valor humano a las vidas que afectaba con el fin de obtener lo que quería... —se mordió el labio y las lágrimas le resbalaron por las mejillas—. Eso me vuelve la villana para esas personas ¿no? Alguien egoísta y despreciable que pasó por sobre ellos sin titubear.

—Suena muy mal si lo pones así —admitió Gothel asintiendo levemente. Se encogió de hombros—. Aunque cualquier cosa sonaría terrible en realidad con ese tono.

Kyla se estremeció cuando el intento por reírse, le recordó lo mucho que le dolían las heridas.

—Lo siento mucho, Gothel —le dijo de manera entrecortada—. Yo sabía lo que pasaría y lo llevé a cabo porque no me importó—. Se miró los temblorosos dedos manchados con su sangre—. Tampoco me importaron todas las posibilidades que tomé en mis manos y destruí sin vacilar —torció las cejas con pesadumbre—. No sólo fuiste tú, fueron cientos, vivos y muertos —gimió con angustia.

—Lo sé, niña —contestó Gothel tranquilamente, confortándola. Señaló los alrededores—. Las dos estamos aquí. Yo tampoco he sido una blanca paloma.

—Lo siento mucho... —jadeó la sabia apretándose los parpados con las manos lastimadas.

—Ya déjalo así, fue por mi causa que te metiste en todo esto —le dijo la hechicera con aflicción—. Tenemos toda la eternidad para lamentarnos.

—Creo que voy a desmayarme —exhaló Kyla en un susurro agotado—. Por favor, no dejes que la bestia me lleve. No puedo desaparecer ahora...

La mujer le asintió como si no tuviera más remedio. La muchacha suspiró agradecida, perdiendo el conocimiento casi al instante.

Gothel la estudió fijamente preguntándose por qué estaba sucediendo aquello. Se suponía que debían odiarse, pero no se sentía de esa forma. Su tiempo en Niflheim la había hecho reflexionar y cuestionarse muchas cosas. Miró a Kyla, preguntándose si así se habría visto su Cassandra de haber escogido reunirse con ella en lugar de escapar con Rapunzel. Recordó con tristeza haber hecho viajes furtivos a la ciudad para ver a su hijita crecer bajo la tutela del capitán de la guardia real y nunca reunir la valentía de enmendar su abandono. En un intento por consolarse, quiso pensar que aquello había sido mejor que mal influenciarla y dejarle el alma podrida como la suya.

Gothel dudó por un momento, pero al final pasó la delgada mano por entre los mechones azabaches de Kyla, como hiciera antaño con su hija, antes que sus ambiciones la volvieran tan distante. No pudo evitar sonreír ante ese tacto. Se aclaró la garganta cuando vio el brillo blanquecino fulgurar en la melena de la sabia.

Flor con resplandor

Brilla tu poder

Vuelve el tiempo aquí

Tráeme lo que perdí

La magia del jöttun estaba actuando con el fin de preservar a Kyla como siempre lo había hecho, pero para Gothel aquello era como revivir la experiencia con su flor dorada. El corazón se le agitó vertiginosamente al presenciar cómo la sangre se recogía de las heridas y la piel de la sabia de cerraba de manera impecable.

Cura a quién se hirió

Cambia el destino

Trae lo que perdí

Devuélvelo ante mí

Lo que perdí.

Cuando la hechicera se vio la mano, se dio cuenta que la piel era tersa y lozana como recordaba, se palpó el rostro y se estudió el cabello que había vuelto a ser de color negro. La mujer vio con sorpresa que tanto Kyla como ella misma, se habían recuperado de los maltratos de Niflheim.

—Descansa, pequeña —le susurró cobijándola con la capa—. Madre sabe más...

Cuando Kyla despertó, descubrió que su cuerpo había sido movido hasta el interior de un pequeño refugio como los otros. Estaba limpia y vestida y se hallaba tumbada sobre un lecho de pieles. La muchacha se sostuvo con los codos para enderezarse mientras entornaba la mirada.

—Eres joven —balbuceó de manera adormilada cuando la hechicera se inclinó sobre ella para tenderle un cuenco con un líquido humeante.

—Eres adorable cuando apuntas cosas obvias —contestó la mujer pellizcándole la mejilla—. Toma, es sopa de setas, come todo ahora que está caliente.

La sabia accedió de manera aturdida, se sentó, tallándose los ojos cansados.

—¿Hace cuánto que llevo dormida?

—¿Hablas en serio? —contestó Gothel de forma burlona—. No hay manera de medir el paso del tiempo en este lugar.

Kyla sopló el vapor de la sopa para enfriarla antes de probarla.

—No debió tomar mucho —razonó la sabia sopesándolo—. La magia del jöttun debe seguir activa si te alcanzó a ti también. No te preocupes, no es como la flor —le aseguró alzando la mano para tranquilizarla—. Te conservarás joven mientras yo viva... O bueno, tú entiendes, lo que sea que sea esto.

Gothel le asintió, se recargó contra la madera de su escondite, cruzándose de brazos.

—¿Y qué es lo que vas a hacer ahora? —le preguntó genuinamente interesada, se encogió de hombros—. Porque si no tienes a dónde ir yo tengo suficiente espacio aquí y... Ah, como sea—. Gruñó enfurruñada.

Kyla se había llevado el tazón de comida a la boca por lo que sólo atinó a levantar el dedo índice para señalar hacía arriba.

—¿Piensas subir? —exhaló como si nunca hubiese escuchado algo más insensato.

—Lo estuve pensando luego de lo que pasó, creo que es la manera más rápida en la que podría encontrar el camino para poder bajar —completó la sabia, limpiándose la boca con el dorso de la mano.

Gothel la miró estupefacta mientras la joven se levantaba y la tomaba de las manos alegremente para agradecerle sus atenciones. La hechicera la siguió a la carrera hasta el exterior, en donde Kyla se dedicó un momento a estudiar el cielo, que se angostaba en el punto en el que comenzaba el tronco de Yggdrasil. La niebla llegaba incluso más arriba.

—¿Qué no entiendes, chiquilla tonta? —le gritó Gothel de manera nerviosa—. ¡Has perdido la batalla!, todos lo hicimos cuando caímos aquí.

Kyla se sonrió, tanteó con los dedos el emblema soleado de su cadena de sabia.

—Tal vez así sea —concedió, lacónicamente—, pero no pienso quedarme aquí por siempre. Aunque Hela me torture eternamente y sostenga mi corazón entre sus manos.

Mi alma hace mucho que le pertenece a otra persona. No puedo quedarme aquí sin intentar encontrarla.

—¿Cómo piensas hacerlo? ¿Tienes idea del tamaño que tiene este plano? Estamos bajo las raíces del árbol más grande del universo y somos insignificantes. Jamás lo conseguirás.

Bien apenas hubo dicho Gothel aquello, Kyla se arrancó la cadena del cuello, instantáneamente exhaló un alarido, doblándose sobre sí misma, estremeciéndose de dolor. El cabello negro se le volvió blanco entre los espasmos que le agitaron el cuerpo, los ojos violetas fulguraron mágicamente mientras los miembros se le alargaban y la piel se endurecía cubierta de escarcha. El aliento helado se cortó con los afilados colmillos que crecieron velozmente, al igual que los cuernos negros que le atravesaron sanguinolentamente la mata albina de la cabeza. Cerró las manos como garras en sendos puños como rocas, los músculos en tensión soportando el cambio de su cuerpo hasta que este fue casi diez veces más grande que antes. Sus facciones ya no eran humanas sino de bestia, una de casi veinte metros de altura muy semejante al jöttun al que Elsa y ella le habían dado muerte en el reino prisión.

Kyla jadeó guturalmente luego de aquella transformación y rugió con poderío. Con su nueva forma, se afianzó de la raíz más cercana y comenzó a treparla velozmente, atravesando las nubes de denso humo hasta que Gothel la perdió de vista.

La mujer se sonrió cuando pudo recuperarse de aquella conmoción. Se colocó la capucha dispuesta a regresar a su hogar en el interior de la niebla.

—Eres una caja de sorpresas, bebé Frei. Esperemos que los dioses reconozcan tus esfuerzos al final.

...

La montura de Elsa se detuvo abruptamente en plena carrera y soltó un aullido al aire, el lomo negro del lobo brilló para convertirse en una melena blanca y abundante. La Reina miró a los alrededores, buscando alguna señal de su sabia entre aquel paisaje nebuloso.

—¡Está cerca, no es así! —soltó con entusiasmo—. Por favor, amigo mío, llévame hasta ella.

La comitiva de lobos apretó el paso y se fueron ganando terreno hasta que a lo lejos se pudo divisar el túmulo de Hela, rodeado por serpenteantes y laberínticos caminos de agua hirviente.

Elsa chistó al reconocerlos. Los ríos venenosos se alzaban justo frente a ellos. La monarca levantó la mano, cerrándola en un puño, con lo que una fina capa de hielo se materializó a su alrededor mientras dos corrientes heladas giraban en direcciones opuestas, despejándoles la vista y limpiando un poco el aire del hedor que flotaba en nubes densas a lo largo de aquellos canales que parecían extenderse hasta el infinito.

La Reina intentó no mirar a los seres miserables que se hundían en las aguas, pero resultaba imposible, el sonido de los cuerpos deshaciéndose y el olor a putrefacción y sangre era demasiado penetrante, el estómago se le revolvía a cada agobiante bamboleo, pero se obligó a no apartar los ojos de la tumba amurallada que aguardaba a tan solo unos kilómetros de distancia.

Era sólo cuestión de tiempo lograr reunirse con su sabia nuevamente.

Apenas lo había pensado, cuando un perro gigante con las patas encendidas de fuego azul salió de su morada. Era negro como la noche, el pelaje del lomo encorvado estaba completamente de punta. Los ojos brillantes de color rojo brillaban con despiadada intensidad. Abrió las fauces para emitir unos ladridos atronadores, del hocico espumoso goteaba una sustancia oscura y nauseabunda tan espesa como melaza. Elsa y los lobos se frenaron como analizando la situación. La rubia se echó el cabello hacia atrás.

—Este debe ser Garm —jadeó para sí misma.

Sólo quedaba pasarlo, ya se las arreglaría para superar el laberinto de puertas del interior.

El animal gruñó desafiante, guardando la entrada de la tumba, la Reina materializó una lanza brillante de hielo en su mano.

—¡A la carga! —gritó comandando a su jauría.

El perro del infierno fue embestido por los lobos que se prendieron a su cuerpo con fuerza mientras Elsa y su lobo blanco se abalanzaban a enfrentarlo. La Reina le clavó la lanza y saltó al suelo, rodando sobre la tierra, pues su montura había decidido sujetar a Garm del cuello con los gigantescos colmillos. El fuego azul del can creció con un estallido que mandó a los lobos más pequeños a volar y atarantó al lobo blanco. Elsa agitó las manos preparando una fila de estacas afiladas cuando algo descomunal cayó del cielo.

El Jöttun que era Kyla, saltó desde lo alto de las raíces del fresno blanco, golpeando al animal en el lomo con los puños cerrados. Elsa contuvo el ataque y el aliento al razonar que tenía que tratarse de ella, pues había visto cómo el poder del gigante se concentraba en su cuerpo en Jöttunheim. Las bestias rodaron en la tierra propinándose puñetazos y mordiscos con fiereza. Los demás animales habían hecho un círculo a su alrededor limitándoles el espacio.

—¿Son tan incivilizados aún en Midgard que no han aprendido a llamar a las puertas? —rugió una voz de manera atronadora por sobre sus cabezas.

Los lobos se desvanecieron en el aire con un quejido. El lobo blanco se movió hacia Elsa para protegerla. La Reina preparó una flecha en el arco. La jöttun gruñía con la guardia en alto. Garmendia se había retirado cojeando, empequeñeciendo al tiempo que le meneaba la cola a la mujer de negro que había salido a su encuentro. Hela le sonrió a su mascota acariciándole la cabeza y les dirigió una mirada dura a los invasores que habían ido a armar alboroto a las afueras de su castillo subterráneo.

—Les tomó más tiempo del que había estimado —dijo con severidad—. Creí que con sus ventajas no me harían esperar tanto.

Kyla se lanzó sobre la muerte, que la frenó en el aire en plena carrera.

—Ya deja de jugar, völva. No te dejé en las puertas de Niflheim para que volvieras aquí sin aprender nada.

Con un movimiento de su mano, Kyla se dobló hasta pegar el cuerpo al suelo como si una fuerza invisible se encontrara aplastándola. La giganta pataleó y gruñó oponiendo resistencia, hasta que su tamaño fue reduciéndose, la joven recobró así su forma humana, harapienta, maltrecha y al punto del desmayo. Elsa contuvo el aliento al verla oscilante a la distancia.

—No pactes, Elsa —jadeó la germana con el aliento helado formando volutas de vaho a su alrededor—. No importa lo que te ofrezca.

No lo hagas...

Un montón de manos y brazos espectrales rodearon a la morena y la aprisionaron, inmovilizándola. La jalaron hacía abajo, en donde desapareció, hundiéndose en una sustancia negra que también se esfumó en cuanto la hubo tragado por completo.

—¡Kyla! —soltó Elsa corriendo a su encuentro.

Hela le salió al paso, interceptándola.

—No, no, no, su majestad. ¿Qué clase de modales se contarían de la señora del Helheim si no le proporcionara una correcta bienvenida? —pronunció melosamente mientras la conducía hacía el interior del túmulo amurallado—. Venga aquí, acompáñeme.

Después de todo tenemos asuntos que podemos negociar, ¿no le parece?

La mujer oscura emitió una sonora carcajada mientras el lobo (que ya volvía a tener el lomo negro) gruñía por lo bajo.

Elsa tomó aire, dio un último vistazo al exterior y caminó al interior del lúgubre castillo. El cabello se le puso de punta y maldijo por lo bajo cuando escuchó funcionar los mecanismos del portón que se fue cerrando tras de sí, sumiéndola en una profunda oscuridad.