Tú, yo y nosotros

Disclaimer:

Los personajes le pertenecen a S. Meyer; la historia es mía.


Capítulo 12: Del sur de Texas

BPOV

Empieza leyéndole un cuento a Jared esta noche.

Suspiré, recostándome sobre el mostrador de la pastelería después de enviar ese mensaje. Sabía que seguramente la preocupación estaba pintándome todo el rostro, pero me era imposible evitarla.

Habían pasado dos días desde mi plática con Edward y la mayoría de mis pensamientos estaban enfocados en el pequeño Jared Cullen.

Mi corazón dolía por él. Lo quería, y ese sentimiento estaba causando que su sufrimiento se reflejara en el mío. Mi pobre bebé. Sólo podía imaginar cómo se sentía. Sólo. Molesto. Impaciente.

Lo único que le podía brindar por ahora, era mi cariño y mi compañía. Los cuales, afortunadamente, él no me había negado. Sin embargo, el trabajo y los deberes habían hecho de las suyas. No tendría tiempo de ver a Jared y a Edward nuevamente hasta el domingo, lo cual me ponía de los nervios.

Lo peor del caso es que Rebecca de alguna manera se había dado cuenta de mi estado de ánimo, por lo cual tenía que fingir siempre que ella estaba a mi alrededor. Ella era mi otra pequeña bebé, a la cual también tenía que proteger, incluso de mi lúgubre estado de humor.

El repicar de un mensaje me sacó de mi ensoñamiento agónico y preocupado. Era Edward.

Lo haré, todas las noches si es necesario.

Sonreí. No tuve la oportunidad de contestarle, pues otro mensaje apareció un minuto después del primero.

He estado platicando con él cuando viene a la oficina. Incluso le adapté una sala de juegos. Hace la tarea conmigo… nos estamos conectando. Ya le he platicado un poco acerca de lo que está bien y lo que está mal. Creo que él en el fondo está consciente de ello.

Por todo lo que me contaba, estaba segura de que su relación padre-hijo se estaba afianzando a pasos agigantados en muy poco tiempo. Jared necesitaba demasiado a Edward y Edward a Jared. Era fácil para ellos estar juntos, solo necesitaban ese pequeño empujoncito.

Mi pecho se calentó con la idea de que ahora sí estaban actuando como una verdadera familia. Recordé vagamente lo mucho que me dolió no tener a mi papá en mi infancia. Me alegraba la idea de que mi pequeño bebé sí lo tuviera.

Él está consciente, Edward. Lo estás haciendo bien. No te mortifiques. Recuerda que Roma no se construyó en un día.

Lo sé, pero me agrada escucharlo. Más si viene de ti. Gracias, Bella.

De nada :) Nos vemos el domingo.

Como quiera no te librarás de mis mensajes ;) Hasta entonces.

Sonreí. Edward y yo llevábamos todos estos días hablando por mensaje. Eran esas pequeñas cosas las que me hacían raramente feliz entre mi bruma de preocupación. Normalmente no hablábamos más que de cosas triviales, de vez en cuando sacando el tema de Jared a colación.

Edward también estaba muy interesado en Rebecca y en sus clases en la guardería. Él se había encariñado rápidamente de ella. Había sugerido que la llevara a clases de ballet, porque a las niñas les gustaba eso. Esa vez, me reí. ¿Rebecca y baile? Simplemente no. Esa niña era un huracán. Debía estar en clases de boxeo o algo así.

No esperaba que lo dejaras de hacer. ¡Hasta luego!

No esperé a que me contestara, sabía que estaría ocupado. Entre sus reuniones y cuidar a Jared, pensaba que Edward se volvería loco eventualmente. Pero parecía que no le importaba en lo más mínimo tener todo su tiempo ocupado si eso significaba el bien de su hijo. Que cambiado estaba a como lo había conocido. Sonreí pensando en eso.

El sonido de la campana atrajo mi atención. Hoy la pastelería había tenido un buen flujo de clientes, pero siempre que pasaban de las tres de la tarde todo era anormalmente quieto. Me sorprendió ver a Rosalie en la entrada, no la esperaba para nada.

—Quiero tu mejor pastel de queso con un gran letrero que diga «bienvenido, Jasper.»

Sonreí.

—Hola a ti también, Rose.

Mi mejor amiga estaba casi vibrando de la emoción, haciendo pregona a su habitual buen humor. Pero hoy, estaba deslumbrante. Su hermano llegaría a casa esta tarde. Emmett y Rosalie lo recibirían en el aeropuerto en un par de horas y Rebecca y yo estábamos invitadas a la cena de bienvenida en su casa. Aunque Jasper no había querido que nadie supiera que regresaba, así que sólo seríamos nosotros cinco.

Jasper había sido maestro de historia en Corpus Christi desde hacía tres años y, aparentemente, estaba cansado del azotador calor de Texas. Quería regresar a casa con la única familia que le quedaba: sus abuelos y su hermana y cuñado. Podía entenderlo perfectamente.

Solo Dios sabía por qué él había decidido irse tan lejos, pero, a palabras de Rose, "por fin el cabezota había entrado en razón".

—Bella, ¡estoy muy emocionada!— chilló Rosalie. Sus rizos rubios estaban anormalmente alborotados. Traía puesto una chaqueta de cuero café y unos jeans oscuros. Hoy el día estaba terriblemente lluvioso. Algo común de junio—. No puedo esperar para ver a Jas, ¡ya quiero que lo conozcas! Bueno, ya lo conoces, eso es obvio, pero sabes a lo que me refiero.

Me reí de su emoción, mientras sacaba del refrigerador el sencillo pastel de queso que Rosalie había señalado. Se lo pasé a Ángela, que había salido de la cocina para recogerlo, junto con un papel con las palabras que Rose quería que llevara escritas con mermelada de fresa.

—Estoy segura de que nos llevaremos muy bien— musité—. Me alegro de que estés tan feliz, Rose.

Una de las cejas de mi rubia amiga se alzó hacia mi dirección. La sonrisa maliciosa era obvia en su cara.

—Oh, ¿sabes, Bella?— murmuró como quien no quiere la cosa, paseándose frente al mostrador fingiendo ver las decoraciones de postres—. Mi hermano acaba de cumplir 30 hace unos meses… Es un maestro respetable. Le encantan los niños, siempre ha querido tener los propios. Y está soltero.

La expresión de mi amiga era como del gato que se comió el canario. Un sonrojo cubrió todas mis mejillas en cuanto me di cuenta lo que estaba haciendo Rosalie.

—Oh, Dios, Rose— espeté avergonzada—. No puede ser en serio. Tu hermano no tiene ni siquiera un pie en Seattle y ya me lo estás ofreciendo.

Hizo un puchero.

—¡Vamos, Bella! ¡No me vas a decir que Jasper no te parece atractivo! Ya sé que tiene años que no lo ves, pero créeme sigue igual que en sus veintes yo…

Resoplé.

—Te recuerdo que yo tenía 13 cuando él tenía 20, Rose.

No es como que la edad me importara mucho, la verdad. De hecho, si pensaba mucho en eso, se me venían a los pensamientos una cabellera cobriza que pertenecía a un hombre 12 años mayor que yo. Sacudí la cabeza consternada de mi propia bruma mental.

Rosalie tomó eso como un gesto negativo.

—¡Oh, pero si siempre le gustaste!— interpretó la cara más desolada que pudo darme—. No cuando tenías 13, no, eso hubiese sido raro— se rio—. Pero sí le pareciste atractiva la última vez que te vio, a los 17.

Cómo no, me sonrojé el doble. Rose tenía razón, Jasper era muy guapo. Metro noventa, cabello largo, rubio y rizado. Ojos azules eléctricos. Tenía el porte de un caballero como los de antes y no conforme con eso, era amable, tierno y muy inteligente. Pero no tenía una personalidad abrumadora ni protectora. No tenía la voz suave como el terciopelo. No sabía manejarse alrededor mío obligándome a permanecer a su alrededor. En pocas palabras, no era Edward.

Si hubiese podido, me hubiese dado un puntapié yo misma.

—Rose— dije ofuscada, acercándome a la ventanilla que daba hacia la cocina. Ángela me pasó el pastel, ahora envuelto en su envase de plástico para protegerlo—, eso no es cierto. Deja al pobre Jasper respirar o tomará el primer boleto que encuentre para regresar a Corpus Christi.

Rose achicó los ojos hacia mí, tomando cuidadosamente el pastel e insertando su tarjeta dorada en la terminal para pagar. Sabía que no se daría por vencida. Internamente, pegué un suspiro.

—Bien— aceptó—, no los molestaré por ahora. Solo por ahora.

Reí.

—Eso me imaginé.

—Te espero al rato, Bella. A las 7, ¡recuérdalo!

Puse una mano en mi frente en señal de respeto.

—Sí, señora.

Sonrió.

—Adiós, Belli— caminó hacia la puerta, pero se detuvo en seco. Volteó de nuevo a verme—. ¿Me puedes hacer un favor?

—Por supuesto, Rose.

—¿Te pondrías el vestido bermellón que tienes? El bonito de escote en corazón.

Rodé mis ojos.

—Rose…

Ella hizo un puchero.

—Por favor, Bella. Es importante para mí. Es una cena de bienvenida y aunque no será grande quiero que todos se vean presentables.

Suspiré, sabiendo que no ganaría esa batalla.

—Vale.

Sonrió.

—Bueno, ¡nos vemos! ¡Te quiero!— Salió pitando del local. Sabía que ya se le había hecho tarde.

Negué con la cabeza divertida, ¿en qué clase de lío me quería meter Rosalie ahora?


Como prometí, Rebecca y yo estuvimos en la residencia Cullen-Hale a las 7 en punto. A diferencia de mi departamento, Emmett y Rosalie vivían en una casa bien acomodada en uno de los mejores suburbios de Seattle. Estaba tan sólo a unas cuadras de la casa Cullen original. El jardín delantero era una belleza y la vivienda se alzaba en tres pisos con grandes ventanales y una arquitectura preciosa. Obra de Emmett, supuse.

Me había puesto el condenado vestido que Rosalie me había sugerido. El vestido era de un color bermellón hermoso, de manga corta, con un escote en forma de corazón pronunciado y llegaba unos pocos centímetros debajo de la rodilla. Me había recogido el pelo en un moño fino y me había maquillado con sombras cafés y labios nude.

A pesar de todo, me sentía un poco cohibida. A mí me encantaba arreglarme, por supuesto, pero me sentía un tanto incómoda por hacerlo sabiendo que mi mejor amiga me quería aventar a su hermano. No es como que yo no hubiese tenido citas antes, por supuesto. Si no, ¿cómo tendría a Rebecca? Pero hacia más de tres años que no tenía nada con nadie, no estaba muy interesada en ello. Los hombres me habían demostrado que no eran dignos de confianza. Aunque se me venía la mente la obvia y cobriza excepción…

Sacudí la cabeza, riéndome de mí misma. Últimamente no podía dejar de pensar en Edward. Me volvería loca eventualmente. Más, porque tenía el celular lleno de sus mensajes. Había decidido ignorar olímpicamente el último. «¿Qué estás haciendo?» Me había preguntado. Bueno, Edward, voy directamente a la boca del lobo. La boca de los Hale. Y me arreglé fabulosamente para ello.

—¿De qué te ríes, mami?—Rebecca me preguntó, obviamente animada por mi buen humor. Si tan sólo supiera que mi cabeza era un completo lío.

—De nada, bebita. Estaba pensando y ya.— Junté su nariz con la mía y la moví. Se río. Me encantaba la risa de Rebecca; eran como dulces campanitas. Esta noche había decidido trenzar su largo cabello rubio, y llevaba un vestido verde con vuelo y un cintillo plateado. A Rebecca le encantaba usar vestidos.

La saqué de su sillita de bebé y después de cerrar el auto, me acerqué a tocar el timbre de la casa. Un hombre extremadamente alto y rubio salió por la puerta y sonrió hacia mí. Era Jasper. Momentáneamente, quedé asombrada. Sí, era exactamente igual a mis recuerdos. Sólo que ahora tenía la mandíbula más marcada, era un poco más musculoso y muchísimo más guapo. Sin embargo, nada de eso fue lo que me llamó la atención. Sus ojos brillaban amables, pero la tristeza que había en ellos me dejó sin palabras.

—Hola, Bella.— Sonrió. Yo seguía parada como estúpida. Incluso Rebecca, que estaba en mis brazos, comenzó a verme raro.

Tomé una fuerte respiración, saliendo de mi estupor.

—Hola, Jasper. Te ves… diferente.— Dije, sonrojándome al instante. ¿De verdad había dicho eso en voz alta?

Afortunadamente, se lo tomó con humor.

—Sí, eso me han dicho. De todos modos tenía años sin verte. Pasen, por favor. Se deben estar congelando. ¿Quién es esta cosita tan bonita?— Jasper se hizo a un lado para dejarnos pasar a Rebecca y a mí. No pasé por alto su marcado acento del sur. ¿Tres años y le había cambiado la voz? Wow, de verdad le había gustado el lugar.

Jasper había señalado a Rebecca y fue entonces que caí en cuenta de que lo que yo tenía de asombrada, Rebecca lo tenía de recelosa. Ella no era buena con las personas nuevas, lo sabía, pero tenía su ceño fruncido hacia el rubio.

—Debeca. Me llamo Debeca.— Dijo, sin mencionar su apodo. Uh-uh.

Jasper sonrió, completamente ajeno a la mala mirada que mi hija le estaba dando. No tuvo tiempo de contestar ya que, afortunadamente, Rose decidió que era buen momento para aparecer.

—¡Bella! Hola. Hola a ti también, bebé fresita— Rosalie le ofreció las manos a Rebecca para cagarla y ella sonrió encantada, moviéndose a los brazos de su tía—. La cena ya está casi lista, ¿quieres ayudarme con la mesa, corazón?— Rebecca asintió. Rose nos echó una mirada toda rara a mí y a Jasper—. Veo que ya están hablando, ¡encantador! Sirve se ponen al día en lo que Rebecca y yo acomodamos. En unos minutos baja Emmett.

Traté de no hacer una mueca en su dirección. Podía ver los engranajes correr en su rubia cabeza. Dios, Rose era insoportable a veces. Y el pobre Jasper no sabía nada de los intentos de su hermana por emparejarlo conmigo. Me di cuenta al instante porque su rostro estaba muy confundido. Por lo mismo, decidí ser amable.

Jasper me dirigió hacia la sala. Ambos nos sentamos en el elegante sofá gris de Rose. La decoración de la casa era minimalista, pero exquisita. Dejé mi celular y mi bolso frente a mí en la mesa de vidrio, todavía muy consciente del mensaje que estaba ignorando. Jamás había tardado en contestar tanto.

—Y bien, Bells, ¿qué es lo que has hecho todos estos años?— agradecí internamente que Jasper comenzó la conversación. Estaba demasiado avergonzada como para preguntar algo sin que mi lengua se me fuera de más, como siempre. También agradecí que él no se veía interesado de más, no, su mirada era de genuina amabilidad. Excelente.

—Oh, no mucho— dije, encogiéndome de hombros. Por fin había encontrado mi voz—. Ya sabes, con un niño no hay oportunidad de hacer nada— no hice el comentario en tono mordaz. Sólo era mi realidad. Una que había aceptado hacía mucho—. Estuve viviendo en Jacksonville, pero me mudé hace unas semanas.

—Cruzaste el país.— Murmuró asombrado.

—¡Hey!— me quejé—. Tú también lo hiciste.

Se rio.

—Cierto, cierto. No sé de qué hablo. ¿Te está gustando Seattle?

—Adoro Seattle— fui sincera—, incluso con la lluvia y todo eso. Se siente como mi hogar. Y Rebecca se ha adoptado muy bien.

—Me alegra oír eso, la ciudad es espectacular una vez que aprendes a amarla. Y si lo haces desde el principio, qué mejor— sonrió—. Tu bebé es muy bonita, por cierto. Tú y ella.

Una vez más, su comentario no era coqueto. Sólo amable.

—Gracias.— Me sonrojé. No lo pude evitar. Jasper era guapo, pero supe desde el momento en que lo vi, que no sería mucho más que un amigo. La añoranza en sus ojos me lo gritaba. Y mi añoranza por Edward me estaba comiendo viva, también. Lo cual era mil veces peor. Edward tenía novia. Y era en serio. Él estaba enamorado de ella y yo jamás podría interponerme en algo como eso.

Ese pensamiento pasó por una fracción de segundo en mi mente, pero fue suficiente como para deprimirme. Jasper lo notó enseguida. Se irguió en su asiento y puso una mano en mi hombro. Sus grandes ojos azules me miraban preocupados.

—¿Pasa algo, Bella?

—No, no, yo…

—¡Bella!— El grito de Rose salió de la cocina—, ¿puedes ayudarme con la lasagna, cariño?

—Voy, Rose— agradecí internamente la momentánea interrupción. Le di una sonrisa de disculpa a Jasper antes de pararme para ir con Rosalie—. El deber me llama.

Sonrió.

—Ve, ve.

Me dirigí a la cocina a paso vacilante y vi cómo Rosalie y Rebecca "servían" los platos de comida. Rodé los ojos. Eran un desastre. Tomé el refractario de cristal con la lasagna y comencé a dividirlo en pedazos.

—Bella— Jasper me llamó desde la sala—, te llaman.

Fruncí el ceño. Era muy tarde en Jacksonville para que Renee me llamara, así que no podría ser nada importante. Mis manos estaban ocupadas.

—¿Puedes contestar y preguntar quién es, por favor?— le grité, sin moverme de mi lugar.

—Sí.

Pasaron unos segundos antes de que Jasper entrara a la cocina, con el teléfono en mano. Su expresión era contrariada y no la entendí para nada.

—Mmh— dijo—, es Edward Cullen. Quiere hablar contigo.

Fruncí el ceño, repentinamente preocupada. No pasé por alto la mirada inquisitiva de Rose, pero la ignoré completamente. Eran las 8 de la noche ya y Edward nunca me llamaba a menos que fuese algo importante, normalmente se conformaba con mensajes. No había checado si tenía nuevos, pues me había alejado de mi teléfono ya que no tenía intención de contarle de mi cena con los Hale porque, conociendo mi bocota, le diría los sucios planes de Rosalie.

¿Acaso le había pasado algo malo a Jared? Temblé de miedo ante la idea.

Me limpié rápidamente y tomé el celular de las manos de Jasper, murmurándole un «gracias». Salí hacia el comedor que era cerrado para tener más privacidad.

—¿Hola?— murmuré— ¿Pasa algo, Edward?

—Bella, ¿por qué un hombre contestó tu celular?—Sonaba enojado.

Uh-uh.


Woop. Llegó Jasper. El nuevo dolor de cabeza de Edward XD Al menos fresita parece reticente, ella obviamente es Team Edward jaja. Y Bella ya está desarrollando sentimientos por él. ¿Qué opinan?

SpicyDreams«3