Tú, yo y nosotros

Disclaimer:

Los personajes pertenecen a S. Meyer; la historia es mía.


Capítulo 20: Ruptura

IPOV

Traición. Esa era una buena palabra para describir cómo me sentía.

No sé si siempre me tomé las cosas con demasiada calma y por eso no me di cuenta antes, o si era estúpida y ya. Necesitaba urgentemente una respuesta para eso.

—Un Martini doble, por favor. —pedí por segunda vez en la noche. Apenas estaba empezando.

Cerré los ojos cuando el gin comenzó a calarme en la punta de la lengua y rememoré todos los eventos de los últimos días. En un principio, tomé como opción irme a llorar, pero luego decidí que eso sería estúpido. Eso sería como echarme y revolcarme en el dolor porque me dejé vencer, e Irina Denali jamás haría eso.

¿Aunque tal vez esta vez si me vencieron? Quién sabe.

Estúpida Alice. No había sido de ayuda; de hecho, creo que complicó las cosas muchísimo más. Llevaba varios días sin hablar con ella porque estaba lo suficientemente enojada como para no querer tenerla cerca, incluso si eso me hacía sentir un poco culpable. Después de todo, había estado varios meses lejos de mí.

Mi mejor amiga. Ella estuvo para mí todas las veces que me sentí inferior a Tanya. Secó mis lágrimas cuando me enteré de que Ed… él se iba a casar con ella. Me ayudó a sentirme bien conmigo misma todas esas ocasiones en que no creí en mí.

Y aún así decidí ser deliberadamente grosera con ella.

Por eso ahora mismo estaba sola, sentada en un taburete de un bonito y elegante bar esperando a que por fin me pusiera como una cuba para yo no sentir tanto.

¿Pero qué más podía hacer? No sé. Estaba confundida. Necesitaba tiempo para reagruparme y regresar más fuerte que antes. Al menos eso había dicho Kate.

—¿Cómo hago eso? —murmuré para mí. Estaba comenzando a creer que tal vez todos mis intentos habían sido una causa perdida desde el principio. Él prefirió a Tanya sobre mí, y luego a esa otra chiquilla también.

Tal vez el problema no era yo.

Él estaba ciego.

Sí. Eso debía ser.

—¿Irina?

El vestido azul medianoche que llevaba puesto se ondeó ligeramente cuando volteé ciento ochenta grados en el momento en que una voz ronca y algo rasposa me llamó. Fijé mi vista en el bonito rostro conocido que me saludaba con una sonrisa y una mirada algo confundida; como si tratara de comprender por qué yo estaba aquí.

Sí, bueno, amigo, ya somos dos. Yo tampoco lo sé.

—Laurent, hola. —terminé saludando.

No seas grosera.

Era sólo mi compañero de trabajo. El amable fotógrafo de la mayoría de las campañas que Stefan, mi jefe directo, conseguía para mí. Todos en la agencia para la que trabajaba sostenían que el pobre hombre estaba enamorado de mí.

Yo creía que estaba enamorado de la idea que tenía de mí, porque no nos conocíamos.

Laurent no me conocía como él me conocía. No sabía nada de mí.

—¿Qué haces aquí tan sola? —preguntó finalmente, sentándose en el banco al lado mío y recargando un codo en la barra. Apoyó su cabeza en su mano y pidió un Martini como el mío antes de prestarme toda su atención.

¿Por qué no me dejaban revolcarme en mi miseria sola? Había huido de mi casa precisamente por la misma razón; mi hermana Kate no era exactamente una buena compañía. Le encantaba juzgar la manera en la que llevaba mi vida.

¿Pero tal vez Laurent no? Casi bufé cuando esa pregunta llenó mi mente.

—No mucho, sólo tenía ganas de un trago. —mentí y levanté mi copa para reforzar lo que dije. Él asintió, pero no me creyó. Lo vi en sus ojos y en la forma en la que frunció la boca ligeramente.

—No te he visto en la agencia estos días.

—Eso es porque no he ido. —contesté simple.

Stefan quería matarme por eso, pero al final accedió a darme una semana para poner en claridad mis ideas. Afortunadamente para mí, la última campaña que había firmado acabó un día antes de que él decidiera dejarme. Hasta para eso fue amable.

Sí, como si eso hubiese sido de gran ayuda. Quería llorar.

—Eso es raro— replicó Laurent, tomando un sorbo de su cóctel—. Tú nunca te tomas días.

Eso era muy cierto. Al parecer mi amigo el fotógrafo si estaba pendiente de mí después de todo; no me gustaba faltar. No lo hacía a menos que fuese absolutamente necesario. Mi trabajo como modelo era mi vida, y yo en general era una persona responsable y centrada.

Yo era el antítesis de Tanya. ¿Tal vez por eso él no me quiso?

Me tragué mi sollozo y le sonreí a Laurent.

—Bueno, ya me hacían falta, ¿qué no?

—No puedo estar más de acuerdo. —sonrió, coqueto. Casi abrí mis ojos asombrada ante su repentina muestra de galantería; él nunca era así. Tal vez tenía que ver el hecho de que nunca lo había visto fuera del trabajo, ni siquiera en los viajes a los que habíamos ido había aceptado sus salidas con otras personas. Yo era muy reservada en ese aspecto.

Y todo el mundo creía lo contrario. Los Cullen creían lo contrario. Por eso nunca me aceptaron, ni siquiera antes de que fuera la novia de él. Maldita familia de presuntuosos.

Los odiaba.

¿Pero él? Quería estar de nuevo a su lado. Regresar mi vida tres días atrás cuando era perfectamente inconsciente de lo que sucedía a mi alrededor y aún pensaba que él me quería.

Era patética.

—Sí, bueno, así las cosas. — murmuré distraída, sin llevar bien el hilo de la conversación que estábamos teniendo.

Miré sin realmente ver al hombre que se encontraba frente a mí: piel morena, ojos de un café tan oscuro que por la falta de luces blancas en la habitación casi rosaba el negro, cabello largo y amarrado en una desordenada coleta, con un look tan bohemio que hacía bastante contraste al lado mío.

—¿Te molesta si te acompaño un rato más?

Quise responder que sí, pero algo en la expresión de él me lo impidió. No quería ser grosera.

—No, está muy bien. Aunque en este momento no estoy segura de si seré una buena compañía. —confesé.

—No te preocupes, puedo ser lo suficientemente bueno por los dos. — contestó haciéndome un mal guiño a propósito y sonriendo con picardía y por primera vez en tres días de verdad me salió un amago de risa de los labios.

Me sentí culpable instantáneamente por sentirme feliz y volteé mi vista de nuevo hacia la barra, rompiendo el contacto visual con él.

¿Por qué me sentía culpable? Quién sabe.

Una parte de mí, la poco racional y lógica, aún estaba esperanzada de que él se hubiese equivocado y me extrañara. Esa pequeña parte se lo imaginaba sentado en el sillón de su despacho con la cabeza entre las manos pensando en cómo recuperarme.

Ja. Como si eso de verdad fuera a pasar.

Ni siquiera yo era tan idiota como para creerme eso.

—¿Cómo la llevas con Stefan? —Laurent continuó haciéndome plática. Debía darle algo de crédito, de verdad lo estaba intentando a pesar de mi obvia reticencia. El hombre tenía agallas.

—No se lo tomó muy bien— reí amarga recordando los gritos de Stefan al teléfono—, pero lo comprendió y me dio hasta el lunes.

¡Woop! Dos días más de diversión antes de tener que trabajar. Qué belleza.

» ¿Me puedes traer otro de estos? —le pedí al bartender, quien asintió y comenzó a prepararlo.

—¿Cuántos llevas ya? —preguntó Laurent señalando mi copa.

—Créeme, no los suficientes. —murmuré burlona.

Él asintió en apreciación y no hizo comentario alguno acerca de mis evidentes ganas de embriagarme. Lo agradecí internamente; no estaba de humor para soportar opiniones acerca de mi obvia falta de control con la bebida.

—Se siente raro, ¿sabes? —comentó después de un rato.

—¿El qué?

—La agencia sin ti— explicó, después de morder una de las aceitunas de su copa—. Sé que es raro que te lo diga, porque tú y yo casi no hablamos, pero…

—Somos compañeros, ¿qué no? —me encogí de hombros interrumpiéndolo—. Es normal que notaras mi ausencia.

—Así es— sonrió y repentinamente pareció mucho más joven y tímido—. Además, por alguna extraña razón, siempre estás en mi división.

Casi me quise reír por su último comentario. Él y yo sabíamos perfectamente que esa «extraña razón» era Stefan. Mi jefe era un buen amigo mío desde hacía años y jamás había estado de acuerdo con mi… relación, razón por la que siempre había intentado emparejarme con Laurent, cosa que había sido peor que poco profesional.

Pero yo nunca había cedido, es más, antes de esta noche, dudaba que hubiese cruzado más de unas cuantas oraciones con Laurent de otra manera en todo el tiempo que llevábamos de conocernos.

Nunca le conté a él de que Stefan pretendía juntarme con el fotógrafo, porque realmente Laurent nunca tuvo oportunidad. Estaba segura de que Ed… él no hubiera sentido celos. No era esa clase de hombre.

¿O tal vez no era esa clase de hombre solo porque era yo a la que debía de celar?

Maldita sea.

Le di un trago más grande a mi Martini, sin importarme si me veía vulgar haciéndolo o no.

—Sí, por extrañas razones…— contesté finalmente, divagando.

—¿Y qué tal las cosas con Cullen?

Ugh.

Pregunta equivocada, amigo.

Mis labios se formaron en una fina línea y por un momento no supe que contestar. No le había contado a nadie de mi ruptura con él, solamente a Kate y necesariamente a Stefan. Alice lo sabía por extensión, pero no habíamos hablado realmente al respecto.

Decírselo a alguien externo sería como aceptarlo, y no estaba segura de si podía hacerlo.

» Perdón, creo que toqué un tema sensible. Olvida lo que pregunté.

Gracias al Dios de las sutilezas por bendecir a Laurent con ellas. Instantáneamente sentí el alivio de evitarme las explicaciones y le dirigí la mirada de nuevo, volteándome en mi asiento para verlo de frente. Tal vez después de todo no era tan malo.

—No te preocupes —lo tranquilicé después de un rato—. Es que… es un tema delicado para mí.

Esperé que entendiera lo que quería decir con esa pequeña frase y él asintió luciendo comprensivo. Casi suspiré de alivio.

¿Básicamente había admitido que él y yo no teníamos nada con mis acciones? Sí, tal vez sí, pero si Laurent tenía dudas, se las tragó y lo agradecí.

La noche pasó rápidamente después de eso. Perdí la cuenta después de mi doceavo trago, y estaba cansada, borracha y un poco molesta, pero no lo suficiente como lo hubiera estado si no hubiese tenido compañía. Resultó que Laurent era una buena persona, un amigo comprensible, y me sorprendí a mi misma cuando después de unas horas dejé de pensar en él. No sé si fue el alcohol el que me adormeció, o la buena compañía. Sea lo que haya sido, fue bueno.

—¿Trajiste coche? —él preguntó cuando salimos del atiborrado lugar. Negué con la cabeza, sintiéndome mareada después de hacerlo, y reí despreocupada.

—No— confesé entre risas. ¿Qué era tan gracioso? —, mi plan esta noche no era precisamente tranquilo, así que tomé taxi.

No entendí de dónde salieron esas ganas de confesarme con él, pero bueno, lo hecho estaba hecho. Dejé me guiara hasta su auto y no protesté cuando me dijo que me llevaría a casa; Laurent estaba en muchísimo mejor estado que yo. Tuve la sensación de que había dejado de tomar cuando notó que yo no iba a parar.

Cuando llegamos a mi edificio, me ayudó a bajar del coche y me sostuvo lo suficiente para que no me cayera. Me acompañó hasta la entrada de mi casa y no le importó que prácticamente me le aventé encima cuando llegamos a la puerta.

¿Quién era Edward Cullen? Ya no lo recordaba.

Sin embargo, cuando mis manos se posaron en la solapa de la chaqueta negra, creí que era él. Mi mente cambió el frío cuero por el suave raso y me imaginé a mí misma con los antebrazos descansando en los hombros de mi alto novio, mirando directamente sus ojos verdes que generalmente estaban serios.

—Te amo, Edward —le confesé a la figura frente a mí—. No sé qué es lo que tengo que hacer para que tú me ames de vuelta, pero dímelo y lo haré. Quiero ser suficiente.

¿Estaba sollozando? No estaba segura, pero el hombre frente a mí me estaba envolviendo entre sus brazos. Olía maderoso y varonil, muy diferente a como Edward olía… él olía a sol, a jabón y al amor de mi vida.

¿Quién me estaba abrazando? ¿Estaba tan triste que por eso se sentía bien?

—Shh, tranquila —la rasposa voz me consoló—. Tú eres más que suficiente, Irina. Cualquier hombre que no piense eso está loco.

—Él no lo piensa. —lloré.

Yo nunca fui suficiente para él.

Nunca.

Era un desastre y no era lo bastante buena como para ser amada.

—No digas eso.

¿Lo dije en voz alta? Qué tonta.

Ahora el hombre frente a mí creerá que soy patética. Seremos dos, entonces.

—¿Tú me quieres? —pregunté. Algo en mi subconsciente me decía que sí, porque sino no estaría aquí aguantándome llorar. Pero ¿por qué?

—Sí, te quiero— confesó—. Te quiero desde la primera vez que te vi entrar en la agencia hace más de cuatro años… incluso recuerdo el vestido amarillo que usabas ese día. Estabas tan nerviosa y eras encantadora. Lo eres.

¿Había usado un vestido mi primer día de trabajo? No lo recordaba. Aunque sí recordaba la campaña… Tal vez luego, si hiciera memoria, lo recordaría.

—¿Laurent? — pregunté, saliendo de mi letargo.

¿Por qué lo había confundido con Edward? No tenían nada que ver.

No.

Edward era incomparable. Me ahorré el comentario.

—¿Sí?

—¿Puedes besarme?

No supe de dónde vino esa petición, pero salió de mi boca antes de que la pequeña parte consciente de mí pudiese callarla. ¿Qué importaba, de todos modos?

Tal vez, si hoy estuviera con Laurent, podría fingir que era alguien más.

—Sí.

Cerré los ojos cuando los gruesos y bonitos labios varoniles se posaron sobre los míos e imaginé que era otra persona mucho más suave. Lo hice también cuando le permití pasar a mi casa y a mi cuarto.

Esa noche, no fue Laurent con quien hice el amor.

Fue Edward.


Este capítulo se me hizo muy triste, pobre Irina:( y Laurent llegó a salvar a quien no quiere ser salvado, ni modo, ¿qué hacerle?

¿Qué les pareció? Nos movimos un poquito de los protagonistas para ahondar un poco más en la vida de la "antagonista". Es que no lo voy a negar, amo el personaje de Irina incluso aunque sea algo mala, jaja. Pero no se preocupen, ella no va a molestar a Ed ni a Bella, ¡al menos por ahora!

Nos vemos el miércoles «3

¿Reviews?