Tú, yo y nosotros

Disclaimer:

Los personajes pertenecen a S. Meyer; la historia es mía.


Capítulo 22: Tomarlo con calma

BPOV

Entré a la oficina de Edward y me senté en su silla giratoria, volteándome hacia el ventanal que tenía detrás para que no pudiera verme cuando entrara. Estar en su despacho a la vista de todos sus trabajadores definitivamente no era la definición de una relación «privada» como yo tanto había pedido, pero ¿qué importaba?

Eran principios de septiembre y Edward y yo llevábamos mes y medio siendo una pareja «oficial». No lo éramos completamente porque me había negado a que le dijéramos a nuestra familia, a pesar de que él me lo había pedido un millón de veces ya. En unos días sería mi fiesta de cumpleaños, amablemente organizada por Rosalie, ya que no me pude negar a ella, y estaba segura de que esa sería una buena ocasión para decirle a todos. Rebecca y Jared tenían sus serias sospechas, pero en su mente de niños aún lo procesaban como que nuestras salidas eran de amigos. Estaba planeando en decirles la verdad esta noche, si todo salía bien y Edward estaba de acuerdo.

No podía decir que me encontraba completamente lista, porque eso sería como estar mintiendo, pero francamente las dudas que pasaban día con día por mi cabeza comenzaban a disiparse; algo así como si la tormenta en la que estuve inmersa por la mala comunicación que tuve con Edward en primer lugar se estuviera aclarando.

No era tonta, estaba devastadoramente consciente de que nuestra relación había tenido muchas trabas no solamente por factores externos, sino también por nosotros. Edward y yo habíamos hablado largo y tendido de nuestra pequeña tendencia a guardarnos las cosas para nosotros mismos y estábamos luchando por corregir eso. Este mes y medio había sido un buen inicio.

Recordaba perfectamente nuestra primera «cita». Se dio una semana después de que decidimos estar juntos.

—Está bien, está bien —había dicho Rose. Estaba metida en mi closet, rebuscando entre todos mis vestidos, analizando cada uno detenidamente. Para mi mala fortuna, a todos les encontraba un pero—. Algo de noche, ¿verdad?

—Sí —contesté—, pero nada demasiado excéntrico.

Me alzó la ceja.

—¿A razón de?

—Vamos lento, Rose. Fue mi decisión.

Era cierto. Edward quiso llevarme a un restaurante en la aguja de Seattle, pero no me sentí lista como para exponernos tan en público de esa manera. Él y yo hablamos de ir lento; que me vieran con él ahí desataría chismes que no tardarían nada en llegar a los oídos de todos los Cullen y, aunque sabía que yo les caía bastante bien, aún tenía mis reservas. Sólo Rose y Jasper conocían el estado de nuestra relación y, como Edward, no lo entendían, pero lo respetaban.

—Te pasas la vida yendo lento —fingió un bostezo aburrido y la miré mal—. Vive un poco, Bella.

Me encogí de hombros.

—Tengo algo de miedo —admití—, y creo que tengo buenas razones para tenerlo. No sólo somos Edward y yo, está mi hija y Jared. ¡Ya de por sí dejaré a Rebecca contigo! Eso no me hace sentir muy bien, yo…

—No solamente eres mamá, Bella. Eres una mujer y tienes necesidades de mujer, lo que implica separarte un poco de tus hijos. No está mal hacerlo, ¿entiendes?

Sus palabras, aunque consoladoras, apenas remitieron mi estado de ánimo afligido.

Era raro, bastante, estar en medio de una lucha interna. No me había preocupado por eso antes, porque ningún hombre me llamó la atención en realidad, especialmente no después de tener a mi hija. Pero ¿ahora? A pesar de que con Edward se sentía correcto y fácil, estaba asustada.

Estar con él en primer lugar era una de las pocas decisiones que había tomado por mí misma. Ahora sólo tenía que cambiar mi horrorosa y cobarde forma de ser.

Todo un reto, ¿eh?

—Rebecca aun es muy pequeña.

—Sí, pero tener una relación no significa que dejarás tu maternidad de lado. Te irá bien, lo prometo. Encontrarás el equilibrio —me explicó tranquilamente y le di una sonrisa insegura. Sacó del clóset un vestido bustier color beige con escote en V y una abertura con drapeado en la pierna derecha—. Bella, ¡este es hermoso! ¿Cómo es que tienes tantos vestidos?

—Eran para cocteles de la universidad —respondí encogiéndome de hombros—. Participaba en el consejo estudiantil y seguido hacían fiestas importantes. Ya sabes cómo es estudiar leyes.

Ella asintió.

—Sobre eso, ¿has pensado retomar la universidad?

—La dejé hace tres años y el programa en el que estaba inscrita cambió; ya no podría revalidar mis créditos, aunque quisiera. Tendría que comenzar de nuevo aquí en Seattle y me temo que el tiempo no me lo permite, pero si lo preguntas a futuro, sí, la retomaré.

Sacó unos bonitos zapatos de tacón dorados de una de las cajas en la parte baja del vestidor.

—Te acomodarás, Bells. Me alegra que aún pienses en estudiar —me sonrió y se lo devolví. Luego me señaló los zapatos—. ¡Estos son hermosos!

—Lo son. Tenía muchísimos más, pero se quedaron en Jacksonville —rodé los ojos—. Seguro ahora Jessica los disfruta.

No tenía intención de que mi comentario sonara tan venenoso, pero lo hizo. Jessica, mi hermana, tenía meses sin dirigirme la palabra. Estábamos en permanente pelea desde hace años, pero la distancia había puesto peor las cosas. Aunque a veces decía «hola» en las esporádicas llamadas que tenía con mamá.

Me preguntaba seriamente si tenía intenciones de nunca más volver a hablarme. A pesar de lo que había pasado y de su indiscreción con Renee y mi embarazo, la había perdonado desde hacía tiempo. Después de todo, no tendría a Rebecca conmigo si no lo hubiese hecho.

—Es una lástima —se quejó Rose, sacando los tacones y acomodándolos al lado de mi cama para que pudiera verlos cuando me cambiara.

—Lo es —asentí, sin hacer otro comentario.

Horas más tarde, después de que Rose se llevara a Rebecca y le diera una lista interminable de cosas que le gustaban a mi hija, Edward estuvo en mi puerta. Estaba vestido con un traje de vestir caqui, algo normal en él, y tenía el cabello algo húmedo por un baño reciente. La barba en su rostro apenas comenzaba a crecer y aunque estaba algo desprolija, no le daba un aspecto desaliñado.

Estaba guapísimo. Casi quise pellizcarme sólo para comprobar que este hombre fuera mío, pero me rehusé a hacerlo frente a él para no pasar pena.

Sin embargo, algo en la mirada de admiración y adoración que me estaba dando me dio a entender que él pensaba las mismas cosas de mí.

—Bella —me sonrió—, te ves preciosa. Exquisita.

Sin poder evitarlo me sonrojé. No me daba vergüenza el efecto devastador que él tenía en mí, y parecía que las reacciones que mi cuerpo tenía lo complacían de sobremanera, por lo que tampoco me quejaba mucho.

Pasó sus grandes manos alrededor de mi cintura y acercó a su boca a la mía, robándome el aliento cuando me dio un beso. Los besos de Edward siempre comenzaban suaves, como una caricia, pero no tardaban mucho en volverse demandantes y hambrientos. Sus labios bailaron junto con los míos, ávidos de pasión, hasta que eventualmente se separó de mí, dándonos una oportunidad para que ambos recuperáramos el aliento.

Ojos verdes, brillosos y enamorados me recibieron cuando alcé la mirada. Eran un reflejo bastante exacto de los míos.

—Gracias —sonreí. Mis mejillas podrían romperse fácilmente, porque la única emoción que cabía en mi cuerpo en este momento era la felicidad—. Usted también se ve muy guapo, Sr. Cullen.

Me alzó la ceja juguetón y con su mano izquierda dio un ligero apretón en mi cadera.

—Necesitaba verme digno para la dama en cuestión —sonrió, y luego me soltó de la cintura para rebuscar algo en el bolsillo de su americana—. Tengo algo para ti.

Eso me hizo sentir bastante curiosa.

—Ah, ¿sí? ¿Qué es?

No me contestó y en cambio sacó una pequeña caja rectangular de terciopelo rojo, abriéndola frente a mí. Jadeé viendo el sencillo, pero muy hermoso collar plateado frente a mí. Justo en el medio tenía un pequeño diamante que lo hacía resaltar.

» Edward, es muy hermoso.

Sonrió, luciendo bastante tímido por un momento. Quise besarlo, pero me contuve por la emoción de ver la bonita joya frente a mí.

—Me alegro de que te guste. ¿Puedo?

Asentí, aún sintiéndome sin palabras, y me levanté el cabello para que pudiera ponérmelo. No tardé mucho en el oír el familiar «clic» y un segundo después me volteé para ver a Edward. Debido a lo alto de mis tacones, apenas y me tuve que alzar un poco más para depositar un suave beso en su mejilla.

—Gracias, fue muy tierno de tu parte —murmuré conmovida en su oído. Sentí cómo la piel de su oreja y cuello se erizó y sonreí contra él, amando la manera en la que lo afectaba.

—No fue nada preciosa —me dijo. Pude escuchar la alegría en su voz—. Es mi placer.

Sacudí la cabeza, pegando mi rostro en su pecho. La sonrisa que tenía era gigante y no la podía evitar.

—¿Nos vamos? —me preguntó después de unos momentos. Me separé de él asintiendo, pero no perdimos el contacto porque me guio con la mano en mi espalda baja por todo el camino hacia el estacionamiento.

—¿Dejas a Jared con Esme? —pregunté en cuanto estuvimos dentro de su auto. Edward asintió y comenzó a contarme que Jared estaba bastante emocionado con visitar a sus abuelos, tanto que ni siquiera le importó mucho quedarse a dormir ahí.

Edward ya me había contado en los días anteriores el cómo le había dicho a Jared acerca de su ruptura con Irina. Ese fue un tema bastante delicado y el tocarlo también fue incómodo, pero fue de esa clase de cosas que simplemente no puedes poner en pausa antes de empezar una relación, así que me lo dijo todo sin reservas.

Me explicó acerca de su relación con Tanya, a la cual conoció por medio de Alice. Me dijo que empezaron a salir cuando él estaba comenzando a trabajar en Vulturi y Cullen y ella terminaba su maestría en la universidad. Me contó acerca de cómo en realidad pensó que la quería, pero que ahora que conocía verdaderamente el sentimiento se daba cuenta de que lo de él y ella más bien siempre fue amistad. Eso no lo entendió durante mucho tiempo, por lo que la ruptura por la que pasaron le había dolido bastante, especialmente por el hecho de que ella se desatendió completamente de su hijo y jamás regresó. Incluso ahora habían pasado tres años sin que hubiese visto a Jared.

Por otro lado, justo como él había supuesto desde un principio, Jared no tomó a mal que Irina y él no estuviesen juntos. Él ni siquiera la veía como familia; muchísimo menos como novia de Edward. La respetaba, con todo el respeto que un niño de seis años puede tener, pero eso era todo. Me removí incómoda cuanto me contó acerca de que le preguntó a Jared directamente si tendría problemas en que hubiese alguien más en su vida. Su respuesta fue de desinterés, siempre y cuando no fuera Irina.

¿Me seguiría queriendo Jared si se enterara que estaba con Edward? ¿O me perdería de su cariño e inocente amistad? La sola idea de que eso pudiese pasar me deprimía.

La voz de Edward me sacó de mis ensoñaciones cuando me avisó que habíamos llegado a nuestro destino. Era un bonito y lujoso restaurant cerca de la bahía de Eliot, pero con la suficiente privacidad para que ninguno de los dos nos sintiéramos incómodos.

—Buenas tardes, mi nombre es Félix y esta noche seré su mesero —nos saludó un hombre después de que el host nos dejó en nuestras mesas. Sacó unos menús de su mano derecha y los pasó frente a nosotros—. Regresaré en un momento. ¿Algún vino o agua antes de la comida?

Edward asintió y miró rápidamente los vinos en la carta, antes de pedir uno y que el mesero se alejara.

—Gracias por aceptar venir conmigo esta noche —murmuró, acariciando mi mano por encima de la mesa. Apreté sus dedos entre los míos.

—Es mi placer —contesté sonriente. Había estado nerviosa en un principio, sí, pero cuando estaba con Edward todos mis pensamientos pesimistas se escapaban por la borda. Con él era algo más que fácil ver el vaso completamente lleno.

—Esta es nuestra primera cita, la primera de muchas —prometió solemne. El camarero llegó un momento después de eso, por lo que no pude contestar. Le mostró el corchete del vino tinto a Edward y él asintió, dejando que la destapara y nos sirviera a ambos en copas.

Cuando se retiró, Edward me pasó mi copa y alzó la suya.

» Quiero brindar por nuestra relación; porque pudimos salir adelante a pesar de todo. Te prometo, no, te juro, Bella Swan, que jamás te daré oportunidades para que te puedas arrepentir de haberme hecho tan feliz como cuando me dijiste que sí.

Sonreí por sus palabras tiernas, dándole un sorbo a mi vino.

La noche ese día fue perfecta. Nuestra cita resultó en la cosa más romántica posible y, aunque estaba consciente de que Edward era un hombre sentimental, jamás me imaginé que lo fuera de un modo tan abierto. Estuvo para mí, oyéndome platicar de todo lo que quería y aunque a veces soltaba comentarios que hacían relucir bastante que apenas y pasaba de los veintes, jamás se burló de mí. Eso sólo me hizo sentir muchísimo más segura con él.

Eso y varias cosas más me llevaban a este momento; al de mi revelación. Ya no quería seguir escondiéndome y Rose había tenido razón, necesitaba vivir un poco. Edward me había demostrado de una y mil maneras en estos casi dos meses que iba a estar para mí, pero podía ver en sus ojos cuánto se afligía por sentir que lo estaba ocultando. Ya no más.

Primero lo primero, y eso significaba nuestros hijos.

El sonido de la puerta me alertó de que Edward iba a entrar y me quedé quieta hasta que lo hizo. Volteé dramáticamente como si estuviéramos en una película y aunque él dio un saltó de la impresión por verme ahí, pronto su cara se iluminó con la más bonita sonrisa.

Dios, cómo amaba a este hombre.

—Hola, amor —me saludó, acomodándose en el sillón de su oficina. Me paré de la silla en la que estaba y caminé para sentarme a su lado dentro de sus brazos, amando la manera en la que me apretó y besó mi sien. Su olor varonil y amaderado me pegó de lleno en el rostro y enterré mi nariz en la curva entre su cuello y su hombro, llenándome de él—. ¿Qué haces aquí? No es como que me moleste, pero no te esperaba.

Sonreí, levando mi vista hacia él.

—Quería verte, te extrañaba —dije la verdad a medias, haciendo un pequeño puchero que él besó instantáneamente.

—Yo también, corazón. ¿Creí que nos veríamos para cenar?

Asentí.

—Ese es el plan —me acurruqué a su lado, colgándome de su cuello. Había descubierto recientemente que yo era, de hecho, una persona bastante empalagosa por el contacto físico. Estaba acostumbrada a tenerlo con Rebecca, pero nunca fui más allá con otras personas. Estar con Edward abrió esa parte de mí que estaba guardada y, afortunadamente, parecía que él tampoco podía mantenerme lejos por mucho tiempo. Era perfecto; ambos encajábamos muy bien juntos. Fue muy raro el hecho de que el proceso de darnos cuenta de eso tardara tanto.

» Pero estuve pensando… —continué diciendo, con gesto ausente. Edward me miró con interés— Edward, ¿cómo te sientes con nuestra relación?

Me frunció las cejas confundido. Era adorable y tuve que resistir la sensación de querer pasar mis dedos por su frente para alisar su piel.

—Perfectamente bien, por supuesto —hizo una pausa, estudiándome con la mirada—. ¿Tú no?

—Por supuesto que sí —eso sonó muy a la defensiva, así que sacudí mi cabeza e intenté relajarme. Me estaba poniendo nerviosa—. Es sólo que he estado pensando mucho en los últimos días, y sé que es una decisión muy importante y que tú no tienes problemas con eso, pero por alguna razón como quiera quería confirmarlo. Yo… estaba pensando en que ya podemos decirle a todo el mundo que estamos en una relación. Siento raro tener que fingir enfrente de Esme y de los demás, y siento aún más raro ocultarles las cosas a Rebecca y a Jared, ¿no lo crees?

Me besó la frente y sentí su sonrisa contra mi cabello.

—Bella, amor, llevo desde el momento uno en que me aceptaste queriendo que eso sucediera —me dijo; el entusiasmo empapando su voz—. Me haces muy feliz, muchísimo más de lo que he sido alguna vez antes. Estoy totalmente comprometido contigo y con lo mucho que te quiero, y no quiero jamás que dudes de eso. Si te sientes segura, sería el más feliz por hacérselo saber a todos.

Asentí, alzando mi rostro para depositar un ligero beso en sus labios que me devolvió con emoción. La barba que ya estaba bastante crecida en su rostro me picó contra la mejilla y reí un poco, frotándome contra él. Me encantaba esa sensación.

—Me haces muy feliz también —admití—. Y aunque en un principio me costó aceptarlo, ya eliminé todas mis reservas. No quiero escondernos, nunca.

—No te decepcionaré, lo prometo —me dijo, mirándome directo a los ojos. Los suyos brillaban y estaban llenos de regocijo; supe en ese instante que no me estaba mintiendo y que jamás lo haría—. Te amo.

Sonreí.

—Yo también te amo.

—Vamos —tomó mi mano, ayudándome a levantarme del sillón—. Vamos a decirle todo a nuestros hijos.


Subí una visual del vestido y el collar de los recuerdos de Bella en mi FB, por si quieren verla :) El link está en mi perfil.

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¡Nos vemos el siguiente miércoles!