Fuga preocupada
El camino a casa tras mi exitoso recital resulta bastante más silencioso de mi parte que lo usual. Mientras que Kumiko y mis padres han estado conversando todo este tiempo de diversos temas, sus palabras siguen retumbando en mi mente, aumentando la impotencia de no saber cómo lidiar con sus inseguridades, en especial con ese complejo de inferioridad que ha comenzado a manifestar al compararse conmigo. Además, no sé qué planee hacer en su futuro, aunque es muy probable que nuestros caminos se separen eventualmente, algo a lo que temo.
—¿Te gustaría ir al festival un rato? —pregunta mi novia, sacándome de mis pensamientos—. Sé que es un poco tarde, pero seguro que hallaremos algo para divertirnos.
—¿Puedo? —le pregunto a mis padres, esperando una respuesta afirmativa.
—Por supuesto —responde mi madre con una sonrisa—. Solo no vayan a regresar muy tarde. Ah, y deberías avisarles a tus padres también, Kumiko.
—Respecto a eso, ¿puede dejarme en mi casa, señor Kousaka? Mis pies están matándome, así que quisiera ponerme algo más cómodo.
A través del espejo retrovisor veo que mi padre sonríe.
—Seguro. ¿Quieres que te esperemos?
—No, no hace falta. No quiero abusar de su amabilidad.
Mientras Kumiko habla, mi padre estaciona el auto frente a la entrada del edificio donde ella vive.
—Te aseguro que no estás abusando, Kumiko —interviene mi madre con un tono bastante cariñoso.
—Aun así, no hace falta. Quizás tarde un poco y seguro ustedes quieren llegar a casa y relajarse —asegura mi novia con algo de vergüenza en su voz mientras se baja del auto—. Pasaré a recogerte más tarde, Reina.
—Vale —digo ondeando mi mano a modo de despedida.
Mi padre espera a que Kumiko entre por la puerta del edificio antes de arrancar. En contraste con cuando ella estaba en el auto, ahora hay silencio entre nosotros. No podría decir si es incómodo, pero sí me siento algo tensa ahora.
—¿Estás bien, hija? —pregunta mi padre, viéndome de reojo a través del retrovisor.
—¿Por qué no lo estaría? —Sonrío intentando tranquilizarlo.
—Estuviste más callada que de costumbre ahora que regresamos, y no te veo muy feliz que digamos pese a lo bien que te fue hoy en el recital.
Suspiro, analizando para mis adentros lo que voy a decir.
—Me preocupa Kumiko. Ella es un tanto insegura respecto a sus habilidades y temo que, al compararse conmigo, crea erróneamente que no tiene talento y piense en abandonar la música.
—¿Sabes? —habla mi padre, deteniendo el auto y girando a verme. En su rostro veo cierta expresión de ternura—. A veces es difícil notar los progresos propios cuando te comparas con alguien más. No todos avanzamos siempre al mismo ritmo que los demás, lo que no es necesariamente malo, pero hay que saber asesorar a quienes van más despacio para que no se sientan mal. Imagino que ustedes dos ya se tienen la suficiente confianza como para decirse las cosas sin que la otra lo tome a mal, así que podrías decirle directamente que no se compare contigo, sino consigo misma y note cuánto ha mejorado en determinado tiempo.
—Tienes razón, padre. Ahora que nos veamos se lo diré. Gracias.
—Es lo mejor, hija —interviene mi madre—. Después de todo, la comunicación es lo más importante en las relaciones personales, en especial en un noviazgo como el que tienes con ella.
No sé qué es lo que me sorprende más. Que mi madre sepa de la naturaleza de mi relación con Kumiko, la naturalidad con la que lo dijo o la sonrisa cómplice que comparte con mi padre.
—Co… —intento preguntar, pero mi voz se rehúsa a salir de mi garganta.
—Ustedes dos no son muy discretas que digamos —responde mi padre—. Esas miradas y sonrisas que se compartían en el viaje lo decían todo.
—En parte, ustedes dos nos recordaron a nosotros cuando empezamos a salir —complementa mi madre—. Y no te preocupes por nosotros. Las apoyamos y deseamos que su relación sea duradera.
Suspiro aliviada y sonrío. Saber que mi noviazgo con Kumiko tiene el apoyo de mis padres me quita un enorme peso de encima. Mi padre retoma el camino a casa, a la que llegamos en un par de minutos. Mi madre tiene razón al decir que la comunicación es lo más importante en una relación. El año pasado, Kumiko y yo estuvimos distanciadas un tiempo precisamente por falta de comunicación. No quiero volver a pasar por esa situación. Llevada por ese impulso, tomo el estuche de mi trompeta y salgo del auto, alejándome de la casa.
—¿Reina, a dónde vas? —pregunta mi madre, siguiéndome—. ¿No vas a guardar tu trompeta? ¿No vas a cambiarte de ropa? ¿No vas a esperar a tu novia?
—Cuando venga, dile que la espero en el monte Daikichi —respondo sin detenerme. No escucho más que mis pasos en medio de la noche, por lo que concluyo que mi madre desistió de seguirme y hacerme volver.
El monte Daikichi es un lugar especial para Kumiko y para mí. Fue aquí donde nos hicimos amigas hace exactamente un año. También fue donde nos dimos nuestro primer beso y oficialmente comenzamos a salir. Este lugar tiene algo especial que me hace venir aquí cuando quiero estar alejada de la civilización, o cuando quiero meditar y/o despejar mi mente. En medio del silencio de la noche, saco mi trompeta del estuche, pongo la boquilla sobre mis labios y comienzo a tocar una melodía que he venido improvisando desde hace tiempo. He buscado en internet si coincide con alguna pieza, pero no ha habido resultados. Quizás más adelante la desarrolle un poco más y se convierta en mi primera composición. Unos minutos después, el sonido de pasos sobre la hierba llega a mis oídos. Tal parece que mi novia llegó antes de lo que pensé.
—¿Qué haces aquí, majestad? —pregunta con la respiración agitada, indicándome que quizás no pasó por mi casa antes de venir.
—Bien podría preguntarte lo mismo —digo en un tono de burla girando a verla, notando cómo su atuendo cambió. Ahora lleva una blusa blanca escotada, unos shorts verdes y unas zapatillas deportivas de color lila, con la punta blanca y una estrella amarilla en los costados.
—Si querías venir aquí, me lo hubieras dicho. Menos mal te escuché en el camino, pero ¿qué tal que hubiera ido a tu casa como dije que haría?
—De hecho, algo me decía que vendrías aquí —aseguro con una sonrisa triunfal—, bien sea porque el destino así lo quisiera o bien porque le dije a mi madre que te dijera que te esperaba aquí.
Kumiko resopla, pero, gracias al pequeño faro que alumbra la banca donde estoy sentada, puedo verla sonreír. Hablando de mi madre, le escribo que mi novia ya está conmigo y que no se preocupe de que no haya ido a casa antes.
—Por supuesto, una reina como tú siempre tiene todo calculado. Toma. —Kumiko extiende su mano hacia mí. En ella hay dos frutas acarameladas, una manzana y una mandarina que tomo con gusto—. Fui a uno de los puestos del festival para comprarlas. Sé que te encantan los cítricos, así que compré la mandarina especialmente para ti, aunque el palo se rompió mientras subía aquí.
—¿Te caíste? —pregunto preocupada. Kumiko niega con la cabeza—. Menos mal. Gracias.
Retiro la envoltura de la fruta y la guardo en mi bolsillo antes de darle una mordida. Me encanta el contraste entre lo dulce del caramelo y el leve ácido de la mandarina. Sentándose a mi lado, Kumiko imita mis acciones con su manzana.
"Eres una mentirosa al decirme que no estoy lejos de tu nivel, para luego mostrar lo inalcanzable que eres para mí".
El recuerdo de esas palabras cruza de nuevo mi mente, haciendo que vuelva a sentirme triste por ellas. Se supone que debo hacer feliz a mi novia, no hacerla sentir insegura de sus propias habilidades solo porque las mías sean superiores. Ella dijo que quiere ayudarme a alcanzar la grandeza. Yo también quiero ayudarla a ser la mejor versión de ella, pero ¿qué pasaría si, para ser las mejores versiones de nosotras mismas, debiéramos separarnos del todo? Tengo grandes ambiciones a futuro, mas temo que el precio que deba pagar por conseguirlas sea mayor del que esté dispuesta a pagar. ¿Y qué hay de Kumiko? En este año que hemos estado juntas nunca la he escuchado hablar de sus planes, y debo admitir que he pecado al no preguntarle al respecto, algo que decido cambiar ahora mismo.
—¿Planeas continuar con la música, Kumiko?
Mi novia se sorprende por mi pregunta, casi atragantándose con un trozo de manzana acaramelada que tenía en su boca. Le alcanzo una botella de agua que tengo a la mano, de la cual bebe un gran sorbo.
—¿A qué te refieres? —pregunta mirándome a los ojos. La confusión que noto en los suyos parece acentuarse con el paso del tiempo.
—Después de que nos graduemos de Kitauji, por supuesto. ¿Qué piensas hacer en el futuro?
—Mi padre me preguntó lo mismo esta tarde antes de que me recogieran para ir a tu recital, pero… —Kumiko aparta la mirada de mí, centrándola en su manzana—. Sinceramente, no tengo idea de qué hacer.
Algo me decía que esa iba a ser su respuesta.
—Como sabes, quiero convertirme en profesional. Lo he dado para ello y planeo seguir así hasta conseguirlo. Quiero ir al extranjero, estudiar en varios países y tocar ante mucha gente. Pero no quiero separarme de aquí; no quiero separarme de ti. —Kumiko devuelve su mirada hacia mí. Puedo ver en sus ojos lo sorprendida que está—. Estoy nerviosa. Cualquier excusa para estar juntas eventualmente desaparecerá, ¿o no?
—Eso… —Sus palabras mueren en el acto. Su ceño se frunce, de seguro frustrada por no poder rebatirme.
—Por ahora estamos bien. Vamos a la misma escuela y estamos en la misma banda. ¿Pero qué haremos si nos separamos? Pienso en eso de vez en cuando, y me aterra creer que lo único que pueda hacer sea pensar.
—¿No quieres que estemos juntas a menos que sea a través de la música?
—Mi mente sabe que ese no es el caso en absoluto. Pero… —Cierro los ojos mientras expreso aquello que he venido guardando en mi mente en estos días—, cuando pienso en cosas irrelevantes sobre ti, me aterra que esa sea la única opción.
—A mí también me aterra eso, Reina. Cada vez siento que me sobrepasas más y más.
—Yo soy la que debería decir eso respecto a ti.
Kumiko me mira indignada.
—¿Cómo vas a decir eso tan solo horas después de tocar con un grupo de profesionales y ser aclamada? —Un bufido de resignación abandona sus labios—. Yo no estoy avanzando en absoluto. Estoy estancada.
—Solo dices eso porque te comparas conmigo, pero realmente has avanzado bastante desde que nos conocimos, y no solo como música, también como persona, aspecto en el que me superas por completo.
Kumiko da otra mordida a su manzana. Su mirada está completamente fija en el horizonte. Supongo que estará meditando lo que acabo de decirle, algo en lo que no miento. Más de una vez he querido tener ese carisma tan particular que ella posee y por el cual ella es bastante querida dentro de la banda, incluso por personas como Yuuko, con quien tuvimos roses en un principio.
—Hace un año me decías que era una persona terrible —recuerda Kumiko soltando una risilla—, y ahora dices que soy mejor persona que tú.
—Dije que tu personalidad es terrible —aclaro—, y también que eso es una de las cosas que amo de ti. Eres una gran persona con una terrible personalidad, y me encanta que seas así.
Kumiko comienza a reír abiertamente, lo que me saca una sonrisa. Estaba insegura de lograr subirle el ánimo, así que considero una victoria personal haberlo hecho.
—Y aún así, en ese entonces era la única que te apoyaba.
—¿Celosa de que haya ampliado mi círculo de amigos? —pregunto con un tono sugestivo y burlón.
—Para nada.
—Bien, ya que tu buen humor ha regresado, tocaré un concierto solo para ti.
Tomo la botella de agua y bebo un poco, principalmente con la intención de limpiar cualquier rastro de caramelo de mis labios y mi lengua.
—¿Puedes tocar?
—Por supuesto. ¿Qué te gustaría que tocara?
—¿Puedo elegir?
—Siempre y cuando me sepa la pieza, sí.
Kumiko no parece meditarlo antes de responder. Parece que ya tenía en mente lo que está a punto de pedirme.
—Entonces, toca el solo de oboe del tercer movimiento de Liz.
—¿Puedo rearreglarlo?
—Por supuesto.
Teniendo la mirada de mi novia fija en mí, llevo mi instrumento a la boca y comienzo a tocar lo que ella pidió. Pese a temer lo que el futuro nos depare, cada nota que emito a través de mi instrumento suena firme. Por supuesto, no la estoy tocando con la misma intención con la que la autora la compuso. Este solo en la obra representa la decisión de Liz de dejar ir a su ave azul para que sea feliz surcando los cielos, pero lo que quiero transmitir en esta ocasión es que, si bien en algún momento seré quien alce el vuelo para perseguir sus sueños, quiero que la persona que escucha esto nunca cierre las puertas de su corazón y me permita volver cuando sea el momento.
Cuando termino de tocar, Kumiko se pone de pie y aplaude con todas sus fuerzas. Ese gesto es mucho más significativo para mí que la ovación que recibí horas atrás en mi recital. Poniéndome de pie, me subo sobre la banca y hago una venia hacia mi novia, en señal de agradecimiento, pero antes de que pueda volver a enderezarme, ella detiene su aplauso, sujeta mi barbilla y me besa de forma apasionada. Correspondiendo el beso, me apoyo en uno de sus hombros y bajo de la banca, quedando ambas de pie en el suelo. Ambas ponemos nuestras manos en la nuca de la otra, enredándolas entre las hebras de nuestras cabelleras, profundizando aún más nuestro beso. A pesar del tiempo y de la cantidad de veces que hemos hecho esto, se sigue sintiendo como la primera vez, y deseo con todo mi corazón que aquello nunca cambie.
Continuará…
Yamianna: me alegra que te guste.
Gracias por leer
