Sinfonía de un amor no correspondido

IV. Abrazo disonante

"Eres una mentirosa al decirme que no estoy lejos de tu nivel, para luego mostrar lo inalcanzable que eres para mí". Esas palabras me las dijo Kumiko hace unos meses y aún pesan en mi mente. No quiero sonar engreída, pero es un hecho que, a nivel musical, soy mucho mejor que ella. Repito que la considero una música talentosa y la mejor bombardinista de nuestra banda en este momento, pero está en desventaja al compararla conmigo, lo que aumenta sus inseguridades y me hace sentir muy mal. Es por eso que puedo decir que entiendo cómo se siente Yoroizuka en este momento. Haber dejado que su talento fluyera lastimó los sentimientos de la persona más importante para ella, persona que en estos momentos deambula por los campos que rodean el lugar del campamento.

Aquí es donde se nota la enorme diferencia entre la relación de Yoroizuka y Nozomi con la que tengo con Kumiko. "No quiero que mis inseguridades sean un obstáculo para ti. Mereces la grandeza y quiero ayudarte a que la obtengas, no frenarte". Estoy segura de que Yoroizuka quiere escuchar algo similar viniendo de Nozomi. Una muestra de apoyo por parte de ella sería mucho más significativa para nuestra oboísta estrella que cualquier cosa que Yuuko, Kumiko, Ririka o la profesora Niiyama le puedan decir. No es difícil de suponer lo triste y quizás decepcionada que está Mizore al recibir esa especie de rechazo que representa el hecho de que Nozomi se haya ido de la sala de ensayo. Aun así, la reservada oboísta no se rinde y, tras intercambiar algunas palabras con Yuuko, sale del lugar, seguramente en busca de la flautista.

Noto que Natsuki está conversando con Kumiko en actitud suplicante. Supongo que quiere que Nozomi visite el centro de consejería Oumae, o mejor que el centro la visite a ella, ya que, tras dar un suspiro, mi novia asiente y también sale de la sala de ensayos. Decido no involucrarme más en todo este drama y dejar que las cosas se resuelvan por sí mismas, por lo que camino hacia ni lugar con la intención de tomar mi trompeta e irme a cualquier lugar apartado para tocar mientras termina la pausa del ensayo general, pero alguien me toma por la muñeca, deteniéndome en el acto.

—Tú vienes conmigo, Kousaka. Debemos impedir que Mizore haga alguna locura.

—No soy tan cercana a ella como tú, presidenta —protesto.

—Eso no pareció importarte ayer cuando comenzaste a presionarla para que diera todo de sí. Ahora hazte responsable de tus actos.

Sin dejarme decir algo más, Yuuko me hala y me lleva con ella en busca de Yoroizuka. No alcanzamos a dar más de dos pasos afuera de la sala cuando Natsuki, corriendo, nos sobrepasa y se para frente a nosotras impidiéndonos avanzar.

—¿A dónde creen que van ustedes dos? —pregunta con tono inquisitorio.

—¿No es obvio? Vamos en busca de Mizore —responde la presidenta con voz autoritaria—. Ella me necesita y esta señorita a mi lado le debe una disculpa.

—Ellas no necesitan a una madre que las mime ahora, no necesitan consuelo. Lo que necesitan ahora es afrontar la realidad. Fue por eso que envié a Kumiko en su búsqueda.

Llego a pensar que la mención de mi novia haría que Yuuko desistiera de ir en busca de la oboísta. Después de todo, no es la primera vez que ella le confía ese tipo de trabajos más personales; lo del centro de consejería Oumae fue una invención suya. Pero ese no es el caso en esta ocasión.

—No creas que soy igual de blanda que tú, ni que Oumae puede encargarse de todo esta vez. Tenemos menos de diez minutos para resolver todo este asunto, así que, si no vas a ayudar, ¡no estorbes!

Con su mano libre, Yuuko aparta a Natsuki del camino y nos hace retomar la marcha. Habría querido aprovechar esa discusión para escabullirme y no seguir involucrada, pero ella no me ha soltado la muñeca. Suspiro con pesadez dejándome llevar, oyendo los pasos de la vicepresidenta tras de nosotras.


Por suerte, la búsqueda no tardó demasiado. Aún quedan cerca de cinco minutos antes de que debamos volver. Justo en la misma fuente en la que esta mañana Yoroizuka y Kumiko conversaron, Nozomi se haya sentada, y frente a ella está la oboísta.

—Llegamos tarde —murmura Yuuko algo frustrada, llevándome a unos arbustos cercanos para ocultarnos ahí. Natsuki se ubica a su lado.

—Ayer te quejabas de que ellas no hablan lo suficiente entre sí, hoy lo haces porque están conversando. ¿Quién te entiende? —reclamo en susurros.

—Ni ella misma se entiende —concede Natsuki con una sonrisa burlona.

—La verdad es que nunca quise perder contra ti —afirma Nozomi, haciendo que nuestra atención se centre en ella y en Mizore—. Pensaba que podría estar a tu nivel, fue por eso que dije que quería ir al conservatorio. Pero no tengo el talento suficiente. No soy talentosa como tú. Pensé que podríamos ser iguales si decía que quería estudiar música.

Esas palabras y ese tono de voz triste y resignado me son, en cierta medida, conocidos. Sabía que el día que Yoroizuka liberara todo su potencial iba a afectar a Nozomi, pero creo que subestimé el impacto de toda esta situación.

—Verás —continúa la flautista poniéndose de pie—, no soy tan increíble como tú. Solo soy una chica normal.

—Te equi… —Yoroizuka intenta refutar, pero Nozomi continúa con su monólogo.

—Seguramente dejarás una gran huella dentro de poco. Intentaré no arruinar tu solo en Liz, intentaré apoyarte con mi flauta…

—¡Escúchame! —exclama la oboísta, sorprendiendo tanto a la flautista como a nosotras—. Siempre has sido muy desconsiderada, como cuando renunciaste a la banda en primero sin decirme nada.

—Eso fue hace mucho tiempo, ¿no?

—No para mí. Es algo que nunca he podido olvidar. Siempre te he seguido. Sigo tocando el oboe porque no quiero que te alejes de mí. —Nozomi baja la mirada al escuchar esas palabras—. Siempre has sido la persona más importante para mí. Me he esforzado con el oboe porque quiero estar contigo. Mientras podamos estar juntas, lo demás no me importa.

Noto que Yuuko me suelta y aprieta sus puños al escuchar aquello.

—No seas tan exagerada… —Ahora es el turno de Nozomi de ser interrumpida al intentar refutar lo que dice Yoroizuka.

—No estoy exagerando, es la verdad. No es justo. Tú lo eres todo para mí.

Nozomi vuelve a establecer contacto visual con la oboísta.

—No soy la chica que crees que soy —afirma con una sonrisa forzada—. Es más, deberías odiarme.

Yoroizuka niega con la cabeza. Según lo que he visto en este par de años, odiar a Nozomi sería lo último que ella podría hacer. Creo que quien está más cerca de aquel sentimiento es Yuuko.

—Eres especial para mí —asegura la oboísta—, ¡incluso aquellos aspectos tuyos que crees que no valen nada son especiales para mí!

—¿Por qué estás halagándome tanto?

—A parte de tonta, ciega —murmura Yuuko a mi lado.

Tanto Natsuki como yo ponemos nuestras manos en sus hombros intentando hacer que ella no intervenga, en especial ahora que notamos que Yoroizuka ha abierto sus brazos en dirección a la flautista.

—¿Qué haces? —pregunta Nozomi.

—El abrazo del te quiero.

—Ayer dijo que detestaba ese juego —murmuro.

—No creo que ella esté jugando —comenta Natsuki.

Sin dudarlo, Yoroizuka se abalanza contra Nozomi, envolviéndola en sus brazos. Por un momento temo que ellas caigan en la fuente, pero no es el caso. Ambas permanecen en silencio unos instantes. Nozomi, con visibles dudas, corresponde el abrazo.

—De no ser por ti, no tendría absolutamente nada —asegura Yoroizuka—. Tampoco tocaría un instrumento. Cuando me hablaste, cuando te convertiste en mi amiga y fuiste tan amable conmigo, me puse muy feliz.

—Disculpa, pero no recuerdo muy bien todo eso.

—Mentirosa —murmura Natsuki. Yuuko y yo giramos a verla—. Puedo decir con total seguridad que el momento en que conoció a Mizore es uno de los recuerdos más preciados para Nozomi.

—Si tú lo dices… —responde la presidenta, volviendo su atención a las dos chicas abrazadas.

—Pienso que eres impresionante por poder guiar a los demás y siempre te estás divirtiendo —continúa Yoroizuka.

—Tú eres increíble por lo mucho que te esfuerzas.

—Amo la manera en que te ríes. —La oboísta aumenta la fuerza de su abrazo—. Amo tu forma de hablar. Amo el sonido de tus pisadas. Amo tu cabello. Amo… Amo todo sobre ti.

—Amo el sonido de tu oboe.

—Idiota —murmuran Natsuki y Yuuko a la vez, golpeando sus propias frentes con las palmas de sus manos.

De nuevo se hace el silencio. Incluso la madre naturaleza parece expectante ante cualquier cosa que pueda hacer alguna de ellas. El viento no sopla, las aves no vuelan ni gorjean, los insectos brillan por su ausencia… Pareciera que estuviéramos viendo un cuadro. De repente, Nozomi comienza a reír, algo que termina por exasperar a Yuuko. Natsuki y yo continuamos sosteniéndola en un intento por impedir que interrumpa a las otras dos chicas.

—Gracias, muchas gracias, Mizore —habla Nozomi rompiendo el abrazo y, sin decir más, se aleja de ella con una sonrisa que, al menos desde mi perspectiva, se ve sincera.

Yoroizuka la observa en silencio hasta que la pierde de vista. Es entonces que dice algo que nos toma por sorpresa.

—Yuuko, Natsuki, señorita Oumae, señorita Kousaka, ya pueden salir.

No solo me sorprende que se haya percatado de nuestra presencia, sino que también del hecho de que mi novia estuviera cerca, un par de arbustos hacia la izquierda de donde nosotras tres nos escondemos. Ver su expresión avergonzada me causa cierta ternura. Aun así, prefiero permanecer en silencio mientras me levanto junto a Yuuko y a Natsuki.

—¿Cómo te sientes, Mizore? —pregunta la presidenta, yendo hacia su amiga.

—Liberada. Realmente debía decirle eso a Nozomi. En el fondo tenía la esperanza de que ella me correspondería, pero…

Yoroizuka no dice nada más. Solo se queda viendo en la dirección en que Nozomi se marchó instantes atrás. Yuuko palmea el hombro de su amiga con delicadeza.

—Ánimo, Mizore.

La voz de la presidenta suena algo extraña al decir eso, como si no supiera cómo sentirse en esta situación. Natsuki, de la nada, rodea su cuello con uno de sus brazos mientras sonríe.

—Tengo la sensación de que antes estabas algo celosa, ¿verdad?

No esperaba una pregunta tan directa por parte de la vicepresidenta, así como tampoco que la presidenta comenzara a ruborizarse.

—¡¿Eh?! ¿Por qué habría de estar celosa, Natsuki? —reclama Yuuko.

—Supongo que no tengo elección. ¿Debería darle a nuestra sentimental presidenta un abrazo?

—Cielos, gracias por tu amabilidad. Me aseguraré de darte un abrazo en respuesta.

Haciendo un puchero, Yuuko sacude el brazo de Natsuki de su hombro, se da la vuelta y la taclea por la espalda. La vicepresidenta da un grito que mezcla sorpresa y dolor. Tanto Yoroizuka como Kumiko y yo abrimos nuestros ojos a su máxima expresión ante aquel sorpresivo movimiento. La presidenta sujeta con fuerza a su compañera, impidiendo que ambas caigan al suelo.

—¡Oye! ¡Eso duele! —se queja Natsuki.

—¿No será que no te estás ejercitando lo suficiente?

—¿Qué? ¿Repite eso?

—¿Acaso también te estás quedando sorda?

Puedo decir con total certeza que la relación entre Natsuki y Yuuko es la más ambigua de nuestra escuela. Permanecen abrazadas la una contra la otra, no en plan de amigas, sino en plan de luchadoras impidiendo que la otra dé el siguiente golpe. Sin embargo, ambas sonríen a pesar de estar discutiendo. Kumiko niega con la cabeza mientras se acerca hacia mí con una extraña sonrisa en su rostro.

—Ya van dos veces que te veo escuchando conversaciones ajenas hoy, majestad. ¿Quieres batir un récord?

—No empieces, Kumiko. Esta vez Yuuko me arrastró aquí.

—Cada vez estás más dócil con la presidenta, ¿no crees? —Kumiko ríe mientras yo ruedo los ojos. Ella dirige su atención al trío de tercero—. ¡Oigan, ya es hora de volver para el ensayo!

Solo eso es suficiente para que Natsuki y Yuuko se separen y comiencen a caminar a paso acelerado, seguidas por Yoroizuka, Kumiko y yo. Ninguna quiere un regaño por parte del profesor Taki.


El resto del día transcurre con normalidad. Una vez acostumbrados a la nueva forma de tocar de Yoroizuka, los ensayos fluyeron sin mayores interrupciones, y las observaciones de los profesores fueron dirigidas a las falencias de los demás instrumentos. Creo poder asegurar que este campamento, aun con todo lo sucedido, ha sido bastante satisfactorio.

Instrumentos empacados y subidos al camión. Alumnos sentados en sus asientos en los buses. Ya estamos listos para partir de vuelta a Uji. Al igual que el día que llegamos, Kumiko y yo compartimos audífonos escuchando música. Supongo que el campamento me dejó más agotada de lo que pensé, ya que, a los pocos minutos de que el bus iniciara su marcha, comienzo a sentirme somnolienta. Cierro los ojos acomodándome sobre el hombro de mi novia, arrullada por la música y el ruido del motor del vehículo.

—Majestad —llama Kumiko con voz suave—. Despierta, ya llegamos.

Abro los ojos sintiéndome desubicada. Supuse que el viaje sería más largo que el de ida debido al tráfico de la hora pico, pero no contaba con que me quedaría dormida en el trayecto. Al fijarme bien, noto que los demás miembros de la banda que iban en el bus ya se han bajado.

—Perdón —hablo con la voz adormilada. Kumiko sonríe.

—No tienes de qué preocuparte. Normalmente soy yo la que se queda dormida en tu hombro, pero está bien cambiar de roles de vez en cuando. —Ella me guiña el ojo con coquetería, lo que me hace sonreír—. Vamos, aún tenemos que ayudar a organizar los instrumentos en el salón para después ir a casa.

Asiento y me levanto de la silla para caminar junto a mi novia. Al bajarnos del bus, noto que Kohinata va caminando a paso lento y cabizbaja. Kumiko y yo nos apresuramos a llegar junto a ella, al menos de mi parte con preocupación. Cuando la alcanzamos, noto que lleva un papel en sus manos que me es muy familiar. Yume se percata de nuestra presencia y suspira.

—Aún no me decido a ir a consulta —habla volviendo su mirada al papel—. No sé cómo lo vayan a tomar mis padres, ni si ellos están dispuestos a correr con los gastos de una posible terapia. Tengo miedo de su reacción.

Otra señal que podría indicar que sus problemas tienen raíz en su familia. Kumiko y yo intercambiamos miradas con preocupación. Veo en sus ojos el deseo de intervenir típico de ella. Quizás ella y su don de llegar a las personas puedan ser de ayuda en esta situación. Asiento y ambas devolvemos nuestras miradas a la menor.

—Si quieres, podemos acompañarte a hablar con ellos.

¿Podemos? ¿Las dos? No esperaba que ella me incluyera en sus planes.

—¿Harían eso por mí? —pregunta Kohinata. Si bien no nos dirige la mirada, su tono de voz muestra cierta ilusión.

—Por supuesto —aseguro—. Cualquier cosa por ayudarte a superar tus problemas.

—Muchas gracias, señoritas, y perdón por involucrarlas en esto.

Dando una venia, Kohinata se retira de nuestro lado. No digo ninguna palabra. En el fondo, quería intervenir también, así que las cosas salieron como lo deseaba. Espero que mi forma directa de hablar no arruine las cosas.

Continuará…


Yami-anna: aquí estamos de vuelta, gracias por esperar.

Gracias por leer.