Trompeta sin sordina

Algo definitivamente poco frecuente de ver es a Kumiko determinada. Lo habitual es que ella siga la corriente y se deje llevar. Solo recuerdo haber visto esa determinación en sus ojos cuando se estaba sobresforzando por mejorar el año pasado y cuando se me declaró en marzo, por lo que esta sería la tercera vez que presencio esta rara faceta en la personalidad de mi novia, y la primera tratándose de ayudar a alguien más.

Debido a esa determinación, Kumiko se apresuró a guardar su bombardino y a hacer sus deberes como encargada de los de primero para intentar resolver el temor de Kohinata de decirle a sus padres sobre su salud mental y su necesidad de consultar a un especialista. Por suerte la joven trompetista permaneció en la escuela, conversando con Kabe, hasta que mi novia terminó sus asuntos pendientes.

Y ahora estamos las tres en un vagón del metro con rumbo a la casa de la familia Kohinata. Ninguna dice nada. Yume permanece cabizbaja, con sus ojos apuntando hacia el papel que le di con la información de contacto de un especialista en salud mental que es cercano a mi familia, aunque dudo que le esté prestando atención a aquella información. Kumiko y yo la observamos en silencio. Admito que estoy nerviosa. Tengo fuertes sospechas de que en el núcleo de esa familia se haya la raíz de los males que aquejan a Yume, y cómo quisiera estar equivocada. Cómo quisiera hallar allá a una familia amorosa que no viera problema en que su hija se tratara para solucionar sus problemas de autoestima.

El metro se detiene en una estación. Yume se pone de pie y se dispone a bajarse del vehículo. Kumiko yo la seguimos un par de pasos atrás. Tan solo bastan unos cinco minutos de caminata para llegar a un edificio de apartamentos algo más alto que aquel donde vive la familia Oumae. Con voz suave, Kohinata anuncia al personal que venimos con ella, para luego guiarnos hacia los elevadores. Un par de minutos pasan en completo silencio hasta que llegamos a nuestro destino.

—Ya llegué —anuncia la menor mientras las tres entramos al apartamento de los Kohinata.

—Con permiso —decimos Kumiko y yo.

—¡Bienvenida a casa, hija! —exclama una voz masculina acercándose desde la cocina—. ¿Cómo te fue? ¿No tuviste pro…? ¡Trajiste visitas!

Percibo una mezcla de sorpresa, emoción e ilusión en la voz de aquel hombre, al igual que en sus ojos de un violeta similar a los de su hija. Me sorprende un poco lo joven que se ve. Podría decir que tiene más o menos la misma edad que el profesor Taki.

—Sí —responde Yume con voz suave—. Ellas son las señoritas Kousaka y Oumae. Vienen a hablar contigo y con mi madre.

—Es un gusto en conocerlo. —Kumiko y yo hacemos una pequeña venia mientras hablamos.

—Igualmente, señoritas. Díganme, ¿hay algún problema?

—Verá —inicia mi novia—, hemos detectado ciertas señales de alerta en el comportamiento de Yume que nos hace sospechar que ella puede padecer algún trastorno emocional, así que venimos a pedirle que le permita consultar con un especialista.

El señor Kohinata suelta un pesado suspiro, mostrando cierta expresión de tristeza en su rostro. Al parecer no somos las primeras en decirle algo por el estilo acerca de su hija.

—Si solo de mí dependiera, Yume ya estaría recibiendo terapia. El problema es…

Mientras el hombre habla, el sonido de unas llaves llega a nuestros oídos desde el otro lado de la puerta de entrada al apartamento, la cual se abre para permitir el paso de una esbelta mujer. Su porte es elegante e imponente a la vez. En cierta medida me recuerda a la profesora Matsumoto. Sin embargo, me da mala espina que su expresión se enserie al momento de hacer contacto visual con nosotros.

—¿Qué hacen estas niñas aquí? —pregunta con un tono extremadamente frío.

Yume se encoge en su lugar y temo que pueda tener otro ataque como el que tuvo ayer. Su padre titubea un poco al momento de hablar.

—Ellas vinieron a decirnos que nuestra hija necesita…

—Esa buena para nada no necesita nada —corta tajante la mujer. Cierro mis puños intentando contener el naciente enojo en mí—. Le he dado absolutamente todo lo que alguien de su edad puede necesitar y solo me ha dado decepción tras decepción. Nada de esto pasaría si no la consintieras tanto.

Jamás pensé que pudiera llegar a odiar a alguien a tan solo segundos de vernos por primera vez. Siento que mis uñas traspasan la piel de las palmas de mis manos de lo fuerte que aprieto los puños. Esta mujer es la raíz de los problemas de Yume.

—Disculpe, señora. No creo que deba hablar así de su hija… —Kumiko intenta interceder, pero es interrumpida por la odiosa mujer.

—Una mocosa como tú no va a enseñarme cómo criar a mi hija. Cuando tengas tus propios hijos, podrás malcriarlos como se te venga en gana, pero con mi hija no te metas.

—Me temo que tendremos que intervenir, por el bien de su hija —intervengo. La mujer me lanza una mirada fría—. Yume tiene serios problemas con su autoestima, teme destacar y odia ser el centro de atención, lo que hace que reprima su talento. —Noto que ella intenta contradecirme, así que levanto la voz—. Incluso ha tenido dos ataques de ansiedad, uno de los cuales la dejó inconsciente por varios minutos, y en ambos ella se rehusó a contactarlos para que fueran a recogerla y llevarla a que reciba la atención médica que tanto necesita. —Me cuesta creer el contraste que presencio entre este par de esposos. Mientras él observa a su hija con una preocupación más que evidente, ella me observa furiosa.

—No digas tonterías, mocosa. Mi hija está sana.

—¡No son tonterías! Una persona sana no se refiere a sí misma de la forma tan despectiva en que ella lo hace, ni sería incapaz de hacer algo que le gusta solo por sentirse observada. Llevo meses preguntándome qué era lo que ocasionaba que Yume sea como es y solo me bastaron unos minutos aquí para descubrir que usted, señora, es la culpable.

Si las miradas mataran, estoy segura de que ya sería un cadáver a estas alturas. Esta mujer está completamente encolerizada. Su rostro está tan rojo como un tomate y su ceño está tan fruncido que le está deformando la cara. Me siento amenazada por esa expresión, como si en algún momento ella pueda lanzarse a golpearme.

—Me temo que estoy de acuerdo con estas chicas —afirma su esposo. Se nota que tiene miedo, pero le doy créditos por luchar contra ese sentimiento por el bien de su hija—. Yume necesita terapia…

—¡Olvídalo! —interrumpe la mujer—. ¡No voy a gastar un solo yen en esas patrañas!

Tras esto, ella abandona la sala, yéndose por un pasillo hacia donde supongo que se ubican las habitaciones, escuchándose un fuerte portazo segundos después. Tanto Yume como su padre suspiran con algo de alivio.

—Solo unas semanas más —murmura el hombre—. Solo unas semanas más y seremos libres de esta mujer.

—Se estaban tardando.

El padre de Yume mira a Kumiko por lo que acaba de decir… O más bien, de pensar en voz alta, ya que cubre su boca con ambas manos. Aun así, el hombre sonríe con tristeza.

—Tienes razón —admite—. Tardé más de lo que me hubiera gustado en pedir el divorcio. Y el proceso también se ha alargado bastante, ya que ella no está de acuerdo con la idea.

Que las deidades me libren de llegar a ese nivel de obstinación. No me gustaría aferrarme a una persona de esa manera y menos a sabiendas de que el amor se ha acabado. Eso solo me haría daño a mí misma y a mis seres queridos. Me detengo un momento a observar el rostro triste de Yume. Conociéndola, ha de sentirse culpable de que sus padres se estén divorciando.

—No estoy segura de que Yume puede aguantar esas semanas que quedan hasta que el proceso de divorcio termine —murmuro.

—Y la cosa empeora al no saber si tendré el dinero suficiente para costear su terapia —añade el hombre.

Kumiko suspira con resignación. Al parecer ya se ha rendido al no ver nada más en lo que pueda ser útil. Pero yo no puedo darme por vencida, al menos no hasta que juegue una última carta. Tomo mi teléfono y, disculpándome con los demás presentes en la sala, me doy la vuelta y realizo una llamada.

—Hija, estaba a punto de llamarte —asegura mi madre apenas contesta—. ¿Dónde estás? ¿Estás bien?

—Estoy bien, madre, no te preocupes. ¿Recuerdas lo que hablamos ayer?

—¿Lo de la chica a la que querías decirle que consulte con un especialista en salud mental?

—Así es. Verás, estoy en su casa justo ahora y, debido a diversas circunstancias que no vienen al caso, su familia no puede costearle una terapia como la que ella probablemente necesita. Me estaba preguntando si podemos darles una mano en ese aspecto.

Mi madre guarda silencio al otro lado de la línea, de seguro meditando lo que le pedí. Después de todo, es un atrevimiento que jamás consideré que fuese a hacer por alguien. Oigo los pasos de Kumiko acercarse hacia mí.

—Disculpa por hacerte esperar, hija —habla mi madre por fin—. Estuve revisando nuestras finanzas y veo que sí podríamos colaborarles por un tiempo.

—¿En serio?

—Así es. Siempre y cuando no tarden mucho en resolver sus problemas económicos, podremos colaborarles por algunos meses.

—Muchas gracias, madre. —Sonrío satisfecha. Noto que mi novia también lo hace—. Se los haré saber de inmediato.

Tras finalizar la llamada, les comunico a Yume y su padre la decisión que mi madre tomó ante mi consulta. El hombre me agradece por esa enorme ayuda de nuestra parte, viéndose bastante ilusionado de que su hija pueda superar sus problemas emocionales. Esto es todo lo que puedo hacer por ella. De aquí en adelante depende de la voluntad de Yume Kohinata por sobreponerse.


—¿Quién diría que la reina de hielo de Kitauji tendría un corazón tan generoso? —bromea Kumiko en el vagón del metro camino a casa.

—Eso es lo que pasa cuando alguien logra derretirme —respondo en un tono jocoso antes de suspirar—. Al menos uno de sus padres sí es consciente de que Yume necesita ayuda profesional.

Kumiko asiente.

—Debo admitir que tenía miedo de que esa mujer intentara golpearte, majestad.

—También yo, amada mía. No sé cómo habría reaccionado si eso hubiera llegado a ocurrir.

—Bueno, no pensemos en algo que, por suerte, no pasó. Espero que esa mujer no retrase el comienzo de la recuperación de Yume.

Suelto un largo suspiro al pensar en ello. A esa mujer sí la veo capaz de impedir que su hija tenga asistencia en su salud mental.

—¿No crees que es curioso que este año volvamos a tener problemas con la madre de una de las integrantes de la banda? —pregunto con la mirada puesta en el techo del vagón.

—Y en ambos casos hay un divorcio involucrado —comenta Kumiko—. Podría decir que la madre de Yume es peor que la de Asuka.

—¿En serio?

Mi novia asiente.

—Está mal querer controlar la vida de los demás, pero siento que era su forma de mostrar preocupación por el futuro de su hija, y nunca vi que se refiriera a ella como una "buena para nada". Sé que Asuka y ella están en buenos términos, aunque nuestra exvicepresidenta ya no vive con ella. En contraste, dudo que Yume y su madre lleguen a estar en buenos términos alguna vez.

Emito un sonido de m alargada al no tener nada más que decir. Kumiko tiene una mejor información sobre lo que sucedió entre las Tanaka que yo, así que confío en su criterio a la hora de comparar ambas situaciones. Espero que algo que también tengan en común sea que tengan un final satisfactorio.

Continuará…


Yami-anna: me alegra saber que fi de ayuda para que superaras un día pesado.

Gracias por leer