Danza festiva
El cálido sonido del bombardino de Kumiko llena el ambiente en el estudio que tenemos en mi casa. Mi novia interpreta ese solo del cuarto movimiento de Liz con sutileza, como si un padre consolase a su hija luego de tomar una decisión difícil. Siempre he interpretado esa parte como el panadero diciéndole a Liz que apoya el hecho de haber dejado ir al ave azul, aunque eso nunca se narra en el cuento. La forma en que mi novia toca me incita a acompañarla, y lo hago, solo que esta vez no con mi trompeta, sino tocando el piano que tenemos aquí, aquel en el que aprendí a tocar de niña y que he retomado recientemente con miras a los exámenes de admisión al conservatorio.
—También tocas muy bien el piano, majestad —comenta Kumiko con una sonrisa—. Quizás yo también debería empezar a aprender a tocarlo.
—Si gustas, puedo enseñarte lo básico —propongo.
—¡¿De verdad?! —Asiento con una sonrisa. Kumiko se aproxima a mí y me da un beso en la mejilla—. ¡Gracias! Aprovecharé cada instante que pueda en aprender. Prometo ser una buena estudiante, profesora Kousaka.
Me toma un poco por sorpresa que me llame así. No me considero buena enseñando cosas a los demás, pero haré lo mejor que pueda para transmitirle mis conocimientos a Kumiko. Por otra parte, una pequeña broma llega a mi mente tras sus palabras.
—Vaya, mira quién está enamorada ahora de uno de sus profesores —comento en un tono sugestivo.
—Al menos mi profesora de piano no me dobla la edad, solo es mayor por unos meses —responde Kumiko haciendo un puchero.
Ambas soltamos la risa. Amo pasar estos momentos de distención con Kumiko, sin pensar en nada más que en contemplar su sonrisa.
—Por cierto, te noto más relajada ahora —comento.
—Bueno, saber que ya no tocaremos Liz completa en público me quita algo de presión. No estoy muy acostumbrada a ser el centro de atención, por lo que temo cometer algún fallo en ese solo.
Hace unos días tuvimos un ensayo en conjunto con el club de danza en el que nos dimos cuenta que no iba a ser posible que los acompañáramos en vivo el día del festival. Debido a que somos casi noventa músicos, sabíamos de antemano que debemos tocar en el piso del auditorio —igual que lo hicimos el año pasado—, lo que nos hizo dar cuenta que los percusionistas, al tocar de pie, y las tubas, por su enorme tamaño, obstaculizarían la vista de los bailarines desde donde el público se ubicará. La chica que interpretará a Liz, que es fanática de Yoroizuka, se entristeció y casi comienza a llorar mientras decía que quería bailar acompañada del oboe de su ídolo. Por suerte, aceptó cuando Yuuko le propuso que grabásemos la pieza para que la usen durante su presentación.
—Me pregunto si Yuuko querrá que grabemos todo en una sola toma o nos permitirá hacer varias —pienso en voz alta.
—No lo sé. Liz fluye bastante bien en los ensayos, pero a la hora de grabar puede ser que alguien se intimide. Ya veremos qué pasa.
No deja de sorprenderme el manejo de recursos de esta escuela y lo bien equipada que está. Es el día de la grabación de nuestra interpretación de Liz, por lo que estamos llevando nuestros instrumentos al auditorio, donde nos esperan los chicos que colaboran con la logística del festival. Quedo boquiabierta al notar que varios micrófonos están elevados en puntos estratégicos, con largos cables conectados a una consola que, si bien no es de última generación, sí cumple bastante bien su trabajo. Lo he comprobado al escuchar las grabaciones de los clubes en el festival del año pasado.
—Vamos a usar las rutinas de calentamiento como prueba de sonido —indica Yuuko a viva voz—. No tenemos toda la tarde, ya que el club de teatro ensayará aquí dentro de un par de horas, así que trataremos de grabar Liz completa en una sola toma.
Eso responde a la pregunta que me planteé hace unos días. Con solo dos horas, tenemos muy poco margen de error para hacer una buena grabación. Lo bueno es que tenemos a Liz más que memorizada. Varios de nosotros habíamos estado ensayando también las partes descartadas del arreglo competitivo durante estos meses, bien sea por diversión o por un reto personal, lo que facilitó el montaje en conjunto de la pieza.
Una vez concluidos nuestros ejercicios de calentamiento y afinación, uno de los chicos encargados de la grabación nos indica que esta ya ha dado inicio. Yuuko, con batuta en mano, toma aire y nos da la señal para que iniciemos. Me sorprende de forma grata que todo esté fluyendo de maravilla, estando todos en perfecta sincronía. Incluso podría decir que el dueto de flauta y oboe es mejor aquí de lo que fue en Kansai. A mi lado, Yume muestra lo mucho que ha avanzado. Pese a que aún se quita sus gafas a la hora de tocar, sus notas altas están en un perfecto unísono con las mías, resonando con un ímpetu que no había mostrado ni siquiera cuando ensayaba a solas. Si bien, tocar más de veinte minutos seguidos puede resultar agotador, parece que a ninguno de nosotros se le ha mermado la energía al llegar al cuarto movimiento. Se hace el silencio entre nosotros al finalizar la pieza, en espera de alguna indicación adicional.
—Bien, grabación completada —dice aquel chico de logística, desatando el entusiasmo entre nosotros—. No puedo creer que ustedes no pasaran a las nacionales con ese nivel tan alto.
—Gracias. —Noto que Yuuko fuerza su sonrisa al hablar con aquel chico. Pasar la página del oro simbólico en Kansai está siendo más difícil de lo que pensé.
La mañana del festival está bastante agitada. Bastantes alumnos corren de un lado a otro, ultimando detalles de sus puestos y presentaciones antes de que las puertas se abran para el público general. Esta es una fuente de ingresos para la escuela, y siendo algo que depende casi en su totalidad del cuerpo estudiantil, es normal sentirnos nerviosos y algo presionados ante la idea de no decepcionar a los visitantes. En la mañana estaré un par de horas con mis compañeros de curso colaborando en el puesto de yakisoba que decidieron hacer este año. Me pregunto por qué no quisieron repetir la casa embrujada del año pasado. Quería volver a asustar a Kumiko.
—Ya quiero probar el yakisoba que prepararán en tu clase —comenta mi novia, caminando a mi lado—. Quizás pueda comer algo preparado por ti.
—Mis habilidades culinarias no son buenas, así que colaboraré en la caja.
Admito que Kumiko se ve tierna haciendo pucheros, pero no miento. Cocinar no es algo que se me facilite. Mi novia revisa su reloj y parece apurarse.
—Mejor me apresuro, o Midori me regañará por no estar lista a tiempo. ¿Puedes creer que logró salirse con la suya y volvimos a hacer un café maid? Espero que no seas nuestra única clienta este año también, majestad.
Asiento mientras Kumiko se echa a correr hacia su salón. Yo también espero que este año les vaya mejor, ya que no hay tantos cafés como los hubo el año pasado.
La mañana transcurre sin contratiempos. No esperaba que hubiera gente interesada en comer yakisoba en la mañana, pero, si bien no hubo una cantidad avasalladora, sí fue considerable el número de personas que nos visitó, Kumiko y sus amigas entre ellas, llegando ellas cerca de la hora en que termina mi turno. Midori se ve bastante emocionada, mientras que Katou luce una expresión algo fastidiada.
—Midori no ha dejado de hablar de lo mucho que espera ver la coreografía del club de danza —explica Kumiko—. Y ya que a Hazuki no le gusta ver a otras personas bailar, pues…
—No es que no me guste, sino que me aburre —aclara Katou.
—Vamos, son solo veinte minutos y con música hecha por nosotros mismos —ruega Midori.
Katou suspira con resignación, sabiendo que, sin importar lo que diga o haga, su amiga la terminará arrastrando al auditorio.
—Está bien, pero no me despierten si llego a quedarme dormida.
Kumiko y yo reímos mientras que Midori emite un largo "eh" con un tono entre triste y enojado. Es curioso e incluso admirable que dos personas con gustos tan diferentes sean tan buenas amigas.
Tras una breve caminata desde mi salón hasta el auditorio, notamos con beneplácito que este tiene una buena afluencia de público. Junto a la puerta hay un cartel en el que se lee: "El club de danza de la preparatoria Kitauji presenta: Liz y el ave azul, con música de Yuriko Uda interpretada por la galardonada banda sinfónica de Kitauji".
—¿No te da orgullo leer esto, Hazuki? —pregunta Midori. Katou asiente con una sonrisa.
Las ventanas del auditorio fueron cubiertas para dar un ambiente oscuro. El telón permanece cerrado mientras algunos murmullos se escuchan aquí y allá. Supongo que los padres de los integrantes del club estarán ansiosos de ver a sus hijos.
—Buenos días, damas y caballeros —habla una chica desde el escenario. Si mal no estoy, es integrante del consejo estudiantil y hoy cumple el rol de anunciadora de los diferentes eventos que se llevarán a cabo en el auditorio—. Sean bienvenidos al festival escolar de la preparatoria Kitauji. Iniciamos el programa con una adaptación a ballet del cuento Liz y el ave azul, a cargo de nuestro club de danza.
El aplauso de los asistentes no se hace esperar. Cuando se hace el silencio, por las bocinas del auditorio comienzan a sonar las primeras notas del primer movimiento de Liz, mientras que el telón se abre, mostrando a la bailarina que interpreta a la protagonista del cuento de pie a mitad del escenario, que tiene un fondo que imita a un bosque y un par de árboles artificiales decorándolo. A medida que los instrumentos se alternan la melodía, otros bailarines entran y salen de la vista del público, vestidos con trajes emplumados, simbolizando a las aves del bosque. Liz se une a ellos danzando con una sonrisa en su rostro. A la mitad del primer movimiento, las luces se apagan, dejando solo un reflector sobre la protagonista. Su expresión cambia a una de tristeza y sus movimientos se alentan siguiendo la melancólica melodía de la flauta, melancolía que no dura mucho, ya que las luces vuelven a encenderse. El fondo ahora es la panadería donde Liz trabaja. Un nuevo grupo de bailarines entra en escena, representando a los clientes, quienes hacen un pasillo para dar paso a un bailarín con barba, el panadero, quien le entrega una cesta a Liz. Nuestra protagonista danza jubilosa mientras el fondo cambia de nuevo a la imagen del bosque. Las aves entran de nuevo en escena, entre ellas una cuyo traje es completamente azul, danzando alrededor de una Liz que gira mientras arroja con delicadeza algunas migas de pan. El primer movimiento termina y las luces se apagan por completo.
El sonido del viento y el grave timbre de los contrabajos dan inicio al segundo movimiento. En la penumbra se ve a los árboles decorativos moviéndose. Luces rápidas acompañan a los timbales, dejando entre ver a las aves yendo de un lado a otro en busca de refugio. Las trompetas indican el final de la tormenta. La luz vuelve paulatinamente mientras las flautas y los cornos franceses se intercalan una suave melodía que indica el amanecer de un nuevo día. Una chica vestida de azul yace tumbada sobre el escenario. Una rápida melodía de las trompetas acompaña la entrada de Liz en el escenario, apresurándose a ayudar a aquella chica, que no tarde en ponerse de pie y revolotear alrededor de Liz con una brillante sonrisa. Ambas chicas bailan jubilosas en principio, luego a un paso más lento mientras que del vestido de la chica de azul cae una pluma que es recogida por Liz.
El dueto de flauta y oboe acompaña a una Liz que oculta la pluma azul que cayó del vestido de su nueva amiga, quien baila con movimientos elegantes, suplicando que no indague sobre su pasado. Ambas chicas bailan al compás del dueto de instrumentos. Poco a poco, la chica azul se aleja de la escena mientras que Liz observa a las demás aves bailar con tristeza. Tomando la pluma azul con fuerza entre sus manos, corre hasta encontrar a su amiga y, entregándosela, señala hacia el auditorio, pidiéndole al ave que vuele de regreso a su libertad. Me sorprende que la chica que interpreta al ave azul halla derramado unas lágrimas mientras se aleja de Liz. No sé si ellas dos sean amigas muy cercanas en la vida real o si solo son muy buenas actrices además de bailarinas.
Un par de campanazos da inicio al cuarto movimiento. Liz observa al horizonte con tristeza, mientras los demás personajes se aproximan a ella. Durante el solo de bombardino, el panadero baila con Liz, abrazándola con fuerza brindándole consuelo. A medida que la música avanza, Liz va de brazo en brazo de los clientes frecuentes de la panadería y de las otras aves, indicándole que no está sola, que ellos están ahí para acompañarla no solo en su tristeza por dejar ir al ave azul, sino que siempre estarán para acompañarla en sus alegrías y para consolarla en sus momentos bajos. Soy de las primeras en aplaudir cuando la música termina, sonriendo al igual que los bailarines al notar la ovación de los asistentes al evento, a excepción de Katou que, tal como había predicho minutos antes, yace dormida en su silla.
Continuará…
