Capítulo 5.
POV Edward.
—Entonces, hasta aquí ha llegado la cosa. Al menos has conseguido un polvo— Le lancé a Mase un ceño fruncido— Mejor que una puta paja. Te dije que esta mierda era una pérdida de tiempo.
La sonrisa de Mase no se calmó en absoluto.
—Ella va a volver.
—Claro que sí. Este año, el próximo, en algún momento… nunca— Pasé al baño y me lavé los dientes, dejando salir el primer chorro de orina de la mañana con la polla todavía a media asta. Mase siempre se queda con el puto coño primero.
Apareció en la puerta y vi sus ojos brillando en ele spejo.
—Todavía está entusiasmada. Ella lo dijo.
—¿La viste salir, entonces? ¿No pensaste en decirle que podía quedarse y ganar el resto de su dinero?
—Fue a arreglar su caballo. Cosas del establo por la mañana temprano.
Puse los ojos en blanco.
—Genial.
—Apenas puedes decir nada, eres la persona más madrugadora que conozco.
—Tengo que ser una persona mañanera.
Sonrió con satisfacción.
—A ti también te gusta ella. Sé que te gusta. Está bien, sabes. Puedes dejar que se te caiga un poco la corona de señor gilipollas.
—No la conocemos— dije, y lo dije en serio. No la conocemos. No sabíamos una mierda de ella. No más allá del hecho de que es una chica bonita a la que le gustan los caballos. Y la polla de Mase. Se acariciaba en la puerta y era obvio por qué a todo el mundo le gusta tanto la polla de Mase—. Debería haber insistido en al menos una mamada antes de que saliera corriendo.
—Tu turno es el siguiente—dijo— Que sea justo.
—No creo que ella esté interesada en mi turno.
—Mentira— Se rio— Siempre eres así.
—Siempre es así. Te dejas llevar, amas a todo el mundo en el momento en que entra por la puerta, te acuestas con ellos y les das el puto rollo y luego me das la gran sorpresa cuando las cosas se van al garete unos meses después.
—Esta vez no, esta vez es diferente. Ella es diferente.
Sentí que fruncía el ceño, pero me contuve.
—Vamos a decirle cuál es el trato, entonces. Si es tan diferente.
—No empieces— Dejó de acariciarse y me lanzó una mirada.
—Estoy hablando en serio, Mase.
—Yo también. No empieces, joder—dijo. Me apartó de la taza del váter cuando terminé de mear y se sentó. Terminé de cepillarme los dientes, sonriendo ante los siseos y balbuceos que producía su culo.
—Qué bien.
—Anoche me dejaste hecho polvo.
—Y funcionó. La pequeña señorita Horsey vino corriendo, ¿no es así?
—Sí, funcionó.
Le revolví el pelo.
—Te encantó, joder.
—No dije que no lo hiciera— Me sonrió, y ahí estaban de nuevo esos malditos ojos de cachorro—. Me gusta mucho.
—Aquí vamos...
—Me gusta.
Me enjuagué la boca.
—Siempre te gustan mucho.
—No así. Es divertida y agradable. Es muy amable, se nota, tiene una energía agradable. Ella se siente...
—¿Apretada?— Sonreí—. Un buen coño apretado, ¿lo hizo?
—No se trata de eso.
—¿Pero lo ha hecho?
Sonrió.
—Sí, lo ha hecho.
—Eso espero. Le estamos pagando lo suficiente.
Me apoyé en el fregadero mientras él se limpiaba su lamentable trasero.
—Ni siquiera lo dices en serio. Sólo lo dices para tener algo de lo que quejarte.
Me tenía ahí.
—Veamos si vuelve a aparecer antes de que vayas a profesar tu devoción eterna, ¿vale?
Me alejé para vestirme, poniéndome una camiseta mientras él miraba.
—Tienes mi devoción eterna, Edward.
—Eso espero.
Cogí unos vaqueros de mi armario.
—Sabes que sí— dijo— Te quiero.
El puto Mase y sus muestras de afecto.
—Gracias.
Tiró de la cadena.
—Y eso es todo, ¿no?— Se lavó las manos—. ¿Gracias?
—Muchas…¿gracias?— Me abroché los vaqueros.
Se apoyó en la puerta, y su cuerpo era increíble a la luz de la mañana. Su polla era gruesa y perfectamente proporcionada, el brillo de la plata en la punta exigía mi mirada.
—¿Y...?
—¿Y qué?
—¿Lo vas a decir?
Fingí ignorancia.
—¿Decir qué
—¿Sabes qué? Nunca lo dices, joder.
Me senté en el borde de la cama, admirando la vista.
—Seguramente la pequeña señorita Horsey no te ha vuelto un inseguro, ¿no? Apenas la he tocado.
—Esto no es sobre ella— dijo—. Se trata de nosotros.
Hice una mueca.
—Dios mío.
—Estoy hablando en serio, Edward. ¿No puedes decirlo de una puta vez?
—Me encanta tu culito apretado, Masen. Me gusta mucho.
—Bien—. Sus ojos se oscurecieron y sus hombros se volvieron rígidos, sus movimientos espasmódicos mientras sacaba su ropa de la cómoda.
Me reí.
—Nos hemos levantado sensible esta mañana.
—Sólo... lo que sea, Edward.
Se puso unos bóxers y yo puse los ojos en blanco a su espalda.
—En serio. Sabes que no necesito deletrear esta mierda. No tenemos cinco años, Mase. ¿Qué quieres? ¿Corazoncitos de amor y besos floridos?
—Lo que sea
—Dios, Mase, ¿de qué va esto?
Se cruzó de brazos y me encaró, y su mirada era firme.
—¿Por qué no puedes decirlo?
—Puedo— me burlé—. Es que no soy tan... efusivo.
—No puedes— dijo—. Te incomoda, ¿verdad?
No contesté.
—¿Es porque soy un chico? Pensé que habías superado todo eso.
Mis palabras salieron duras.
—Ya he superado todo eso. Hace tiempo que he superado todo eso. Joder, Mase, eso duró una puta semana, como mucho.
—¿Qué, entonces?
Le fruncí el ceño.
—Como he dicho, no soy tan extravagante con mis palabras. ¿Qué más da? Estoy aquí. Sabes exactamente cómo son las cosas.
—Tal vez quiera oírlo. Siempre quieres que te lo digan los demás. ¿Por qué no puedes decirlo?
—Eso no es ni vagamente lo mismo— Me puse de pie—. Es un paralelismo ridículo.
Una tira oscura de encaje asomó por debajo de las sábanas. La saqué. Las bragas de Bella. Sin pensarlo, me las llevé a la nariz. La respiré. Qué bien.
—Sólo quiero saber. A veces es bueno escuchar— Suspiró—. A menos que no lo hagas.
Pasé la tela entre mis dedos.
—¿A menos que no haga qué?
—Que te sientas así.
—¿Así como?— El encaje era fino, y su aroma era glorioso. Mase golpeó la cómoda, inusualmente irritable.
—Olvídalo.
—Y ahora te vas a poner en plan chiflado, ¿no?
Se encogió de hombros y se alejó. Mase nunca se aleja.
Me hizo perder la cabeza.
Le agarré por el codo y sus ojos se abrieron de par en par mientras tiraba de él hacia atrás. Se estrelló contra la pared con un golpe y lo inmovilicé, con mi hombro presionado contra el suyo mientras le bajaba los bóxers. Y lo dije. A pesar de que las palabras me producían un malestar estomacal, expuesto e incómodo, jodidamente incómodas, lo dije:
—Te quiero.
Su polla estaba dura contra mi muslo.
—Dilo otra vez.
Cogí su polla con la mano, envolviendo el encaje de las bragas con volantes de Bella. Él gimió mientras yo trabajaba su pene.
—No quieres mucho, ¿verdad?— Apreté hasta que gimió—. Te quiero, Mase. Ya que insistes en oírlo. Te quiero, te quiero, te quiero, joder. Corazones y rosas y putos besos sensibleros. ¿Es eso lo que quieres, Mase? ¿Quieres oírme hacer una puta tontería? ¿Es eso lo que te pone jodidamente duro, niño bonito?
—Joder, Edward. Joder.
Sus dedos estaban en mis vaqueros, y me sentí aliviado. Mis pelotas estaban apretadas y calientes, el aroma del dulce coño persistía en mi lengua. Su mano me envolvió y me sacudió con fuerza. Rápido. Aumentó el ritmo hasta que gruñí en su oído.
Me atrajo hacia él, presionó su polla contra la mía, y gemí cuando las crestas de sus piercings presionaron mi eje.
—Joder...
Gimió para mí, y luego ensartó las braguitas de Bella entre nuestras putas carnes.
—Me la voy a follar. A los dos. Sé que lo quieres...
Pensé en el pequeño brote rosado de ella. Su raja afeitada.
—Por supuesto que lo quiero...
—Voy a estirar ese puto coño, Edward. Lo quieres tanto como yo. Va a estar tan jodidamente apretado ahí, Edward. Tan jodidamente apretado.
—Joder, Mase…— El ritmo era implacable, caderas y polla y dedos.
Me lamió los labios y le chupé la lengua. Luego pellizcó, la barra con fuerza contra mis dientes. Gimió y se mojó. No lo dejé ir, y se retorció y retorció.
Apreté más fuerte contra él, corcoveando más.
Sus manos me agarraron por el culo, me mantuvieron pegada a él, y no había dedos, sólo pollas, pollas y carne que rechinaba.
Dejé que su lengua se soltara y él apretó la cabeza contra la pared, cerró los ojos.
—Voy a abrirla para ti, Edward. Voy a hacerla agradable y ancha. Sé lo que necesitas.
—Joder...— Siseé.
—Voy a hacer que lo acepte, que lo suplique... abrirla hasta que estés dentro, Edward. Oh, joder, va a estar tan jodidamente apretada. Un puto chocho tan apretado.
—Quiero... quiero...
—Lo sé— respiró—. La voy a llenar, Edward. Llénala hasta el fondo, joder.
Y me estaba viniendo, chorreando y siseando y disparando mi carga por todo su puto vientre. Por todo el mío.
—Sí…—, siseó, y él también se corrió. Sentí la sacudida de él, el frenético temblor de su polla contra la mía.
Recuperé el aliento contra su hombro, y él se río.
—No fue tan jodidamente duro, ¿verdad?— dijo—. Tres pequeñas palabras—. Respiró profundamente—. Dilo otra vez.
—Ahora estás tentando a la puta suerte—dije.
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POV Bella.
Entré por la puerta a mediodía y mamá se levantó de la mesa del comedor. Se quedó mirando mientras me quitaba las botas en el pasillo.
—¿Qué?— Le dije.
—Ya sabes qué.
Urgh. Puse los ojos en blanco.
—No me diga que te ha llamado. Qué premio más jodido.
—Cuidado con lo que dices—dijo ella, y le disparé a su dedo alzado.
Sonreí y ella también.
—No voy a hablar con él— dije—. Puede irse a la mierda.
—Dijo que llevaba una semana llamando.
—No— dije—. Su oficina ha estado llamando durante una semana. A él, no. Llamó una vez. Antes. Estaba ocupada.
—Semántica. Ha estado llamando durante una semana.
—Me importa una mierda lo que tenga que decir. No estoy interesada en ninguna pequeña reunión no familiar. No me interesa el nuevo puto pony de Tanya. No me interesa lo maravillosa que es su vida— Tiré mi teléfono del bolsillo para ilustrar mi punto—. Realmente no me interesa. No quiero nada de eso.
—Es tu padre...
—Es mi donante de esperma. Nada más.
Ella hizo una mueca.
—Eso es horrible, Bella.
—Él es horrible.
—Sigue siendo tu padre— Cogió mi teléfono y me lo tendió—. Llámalo.
Sacudí la cabeza.
—Ni de coña.
—Deberías llamarle. Quiere hablar contigo de algo.
—No podría importarme menos lo que quiere.
—Lo harás— dijo ella—. Llámalo.
Cogí el teléfono pero no hice ningún movimiento para marcar.
—¿Por qué tengo que hacerlo?
Mamá se pasó las manos por el pelo y éste se rizó en las puntas exactamente igual que el mío. Podríamos haber sido hermanas. La gente lo decía a menudo.
—¡Pregúntale!
—Dímelo tú— insistí—. ¿Qué quiere?
Ella suspiró.
—Tiene una oportunidad para ti.
—Entonces no me interesa llamar— me reí—. No necesito su oportunidad.
—Esto es diferente— dijo ella—. Tienes que considerar esta.
—No necesito considerar nada de él— La promesa de tres mil dólares al mes me abrazó—. Puedo arreglar mi propia mierda.
Se apoyó en la mesa y tomó aire.
—Billy Black.
El nombre me robó el aliento. Me quedé boquiabierta durante largos segundos.
—¿Qué pasa con Billy Black?
Billy Black era el mejor susurrador de caballos de todo el universo. Es el mejor de los mejores. El tipo hace milagros. Trabaja con los caballos salvajes en las llanuras vaqueras de Estados Unidos, y es conocido en todo el mundo. Daría lo que fuera por conocerlo, pero rara vez atiende al público.
Mi corazón se desplomó antes de que terminara las palabras:
—Tanya va a...
Debería haberlo sabido. Por supuesto que Tanya iría. La princesa Tanya podía hacer cualquier cosa, tener cualquier cosa, ir a cualquier parte. Por supuesto que la princesa Tanya querría ir a conocer a Billy Black, entre otras cosas porque yo quería ir a conocer a Billy Black. No pude ocultar el resentimiento en mi voz.
—¿Por qué me dices eso? Es jodidamente injusto.
Ella negó con la cabeza.
—¡No! ¡Esa es la cuestión! Quiere llevarte— Mi vientre se agitó y se retorció.
—¿A mí? ¿Por qué?
—¿Tal vez porque eres su hija?
Intenté no lanzarle una mirada desagradable. Todo este tiempo y ella seguía defendiéndolo. Ella nunca había dejado de defenderlo. Era realmente triste.
Me obligué a respirar, diciéndome a mí misma que esto era un estúpido juego, un estúpido truco, aunque mi corazón se atrevía a tener esperanza, se atrevía a soñar.
—¿Qué quiere? Debe querer algo— No pude evitar el mohín—. ¿Tanya necesita un donante de riñón o algo así? Tal vez quieran cosechar mi ADN subnormal para salvarla. Tendrá que venir con algo más que Billy Black a cambio de mis órganos.
Mamá puso los ojos en blanco.
—Pregúntale— dijo, y señaló mi teléfono—. ¿Quién sabe? Podría ser algo bueno. ¿Lo has considerado?
—No. No lo había considerado. No tenía mucho sentido. Nunca fue bueno. Me quedé muda, sólo mirando. El maldito Billy Black.
—Está bien— cedí—. Lo llamaré.
Mamá parecía aliviada. Me animó con manos frenéticas, y luego dijo las palabras ominosas.
Palabras ominosas que nunca presagiaban nada bueno.
—Piensa antes de dar una respuesta— dijo—. Lo digo en serio, Bella, tienes que pensar en las cosas. No vayas por ahí tomando decisiones precipitadas.
Marqué el número antes de que pudiera hacerme prometer algo.
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POV Edward.
—Llámala— dije. Mase estaba mirando su teléfono, fingiendo estar tecleando alguna cosa, pero yo lo sabía. Sus cejas estaban demasiado serias.
—No.
—Llámala. A ver si vuelve esta tarde.
—¡No!— dijo—. Dale un poco de tiempo, ¿quieres?
Sonreí.
—No finjas que no estás cagando. Quieres saber si va a volver. Entonces, llámala.
—Estás perdido, ¿lo sabías? Deberías empezar una columna de tía agonizante. Pregúntale al doctor Edward. Sería un éxito instantáneo.
—Búrlate todo lo que quieras, mi consejo es sólido. La gente no quiere oír la verdad— Volví la nariz hacia sus pequeñas galletas vegetales y cogí un poco de pan de la panera—. No crees realmente que vaya a volver, ¿verdad?
—En realidad, sí— dijo—. Sé que volverá. Sólo que no estoy seguro de cuándo.
—El próximo fin de semana. Si quiere que le paguen.
Puso los ojos en blanco.
—Y eso es lo que se supone que tengo que decir, ¿no? ¡Oye, Bella! Será mejor que vuelvas aquí el sábado. Serán dos pollas la próxima vez. Tendremos lubricante.
—¿Qué hay de malo en eso?
Suspiró, y mordisqueó su delicia vegetal.
—Es tan... básico.
—¿Y?
—Y... simplemente... no es seductor.
—Se supone que ahora tenemos que pagarle y seducirla, ¿no?— Metí el pan en la tostadora—. Seguramente ella debería seducirnos, ¿no?
—No significa que no podamos hacer un esfuerzo.
—Hicimos un esfuerzo.
—Descorchaste una botella de tinto. Gran cosa.
Gemí.
—Entonces, ¿qué sugieres? ¿Luz de velas y trufas?— Sonreí— ¿Entonces, idiota?
—Este lugar es intimidante.
Me reí.
—¿Es el infierno? Es sólo una puta casa, Mase, no un castillo de bastardos.
—No me refiero a eso— dijo—. Está entrando en nuestro terreno. Es intimidante.
—Y aquí es donde vivimos.
Suspiró.
—Vámonos. Llevémosla con nosotros. Sólo por el fin de semana.
—¿Salir?
—Brighton. Manchester. A cualquier lugar.
—¿Y luego qué?— Miré el vapor de la tostadora. Mase y sus putas ideas suaves.
—Y luego bebemos, y nos relajamos, y nos divertimos— Sus ojos brillaron— Y luego ella toma dos pollas.
—Ella no va a tomar dos a la primera, Mase, incluso yo lo sé.
Sacudió la cabeza.
—Ella tomará dos, créeme. Todo está en la técnica.
—La destrozaremos.
—Confía en mí.
La tostadora saltó.
—Estaré encantado de confiar en ti—sonreí—. Siempre y cuando puedas llevarla bien… a la mierda.
Sonrió.
—Entonces, ¿vamos a ir? ¿A Brighton?
—Donde quieras—dije—. Sin reparar en gastos...— Golpeó el aire— ...con una condición.
—¿Qué condición?
Tomé asiento en la mesa. Me centré en él sin palabras.
—Tienes que prometerme que ambos estaremos enterrados hasta las pelotas en ese apretado coño antes de que termine la noche. Si no, no hay trato.
Extendió una mano.
—Tienes un trato, compañero.
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POV Bella.
—¡Bella!
Urgh. Su maldita voz. Un puto gilipollas snob y santurrón.
—¿Llamaste?
Suspiró, hizo una puta montaña de ello.
—Podrías haber devuelto mis llamadas antes. Es una pena que haya tenido que llamar a tu madre.
—Ella me lo ha dicho.
—¿Te lo ha explicado? Es una gran oportunidad, Bella, hablo muy en serio.
No tenía tiempo para estas tonterías.
—¿Qué tengo que hacer para conocer a Billy Black? Mis riñones no están en venta, y tampoco mi alma meada.
Sólo mi coño. Ouch.
Suspiró de nuevo, lleno de ellos. Siempre está suspirando.
—¿No vas a venir a la oficina, como le pedí a tu madre? Podemos hablar allí. Como es debido.
—No tengo ningún interés en hablar como es debido— espeté—. Sólo dime ahora.
—Bella…
—No— dije—. Dímelo ahora.
Entonces sí que gimió. Un gruñido exasperado que me cabreó muchísimo, pero mantuve la boca cerrada mientras él decía lo suyo.
—Un mes de aprendizaje con Billy Black en su rancho— dijo—. Un mes entero, solo tú y Tanya, su absoluta atención.
Podría haber llorado. La idea era inconcebible.
Inconcebible y sin duda llena de condiciones.
E imposible de lograr de otra manera.
Me tenía y lo sabía de verdad.
—¿Y tengo que verte?
—Mañana—dijo—. En mi oficina. Stroud.
—No puedo mañana— mentí—. ¿El jueves? ¿Viernes?
Gimió y oí cómo se movía el papel.
—Tendrá que ser el siguiente lunes, entonces— dijo—. A la una de la tarde. No llegues tarde.
—¿Y de qué tratará la reunión?— pregunté—. ¿Qué quieres?
—Una semana, el lunes— volvió a decir—. Estate allí.
Y luego se fue.
Imbécil.
