—3—. DECEPCIÓN.
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El seis de mayo de 1998, escasos días después de finalizada la terrible batalla final de la Segunda Guerra Mágica en Hogwarts, en medio de toda la euforia por haber ganado una guerra y el caos por tener que perseguir a los mortífagos que estaban prófugos, se habían celebrado las honras fúnebres de muchos queridos amigos, entre los que se encontraba Fred Weasley, Remus Lupin y Nymphadora Tonks. Posterior a eso, Hermione irrumpió en la oficina de Kinsgley Shacklebolt, quien había sido nombrado Ministro de Magia encargado, buscando la ayuda del auror para poder iniciar la búsqueda de Mónica y Wendell Wilkins, los nuevos nombres de sus padres desde que les había modificado los recuerdos con el fin de mantenerlos a salvo de Lord Voldemort y los mortífagos.
Hermione alegaba que en múltiples ocasiones había ayudado a la comunidad mágica y lo único que pedía a cambio era que le brindaran apoyo para localizar a sus padres, a quienes había implantado unos grandes deseos de mudarse a Australia. Escapar con ellos meses atrás nunca fue una opción aunque sabía que quizá otro nacido de muggles lo hubiera hecho con tal de evitar la guerra y la posibilidad de morir. Ella no podía dejar atrás esa lucha por la igualdad y mucho menos podía dejar a Harry después de todo lo que habían vivido desde el primer año de colegio.
Shacklebolt nunca había visto a Hermione así de alterada, pero era entendible su deseo de recuperar a sus padres y coordinó todo para empezar la búsqueda. En esta ocasión, ella se negó completamente a que Harry y Ron intervinieran y de hecho, ellos no supieron nada de sus planes hasta que ella dejó el país. Sentía que no era justo que después de todo lo que habían pasado, ni siquiera se tomaran unos días de descanso. Harry merecía estar con su novia y Ron con sus padres. La idea era empezar por las costas del país; no sabía cuánto iban a tardar en encontrarlos y no quería comprometer a sus amigos en otra búsqueda por tiempo indefinido, sabiendo que podría ser que una vez que los encontrara, quizá ellos no quisieran dejar Australia pues siempre habían manifestado admiración por ese país.
Puesto que Corban Yaxley había destruido su casa de la infancia, una vez que semanas más tarde hubo recuperado a sus padres y ellos decidieron que no querían estar tan lejos de su única hija, regresaron a Inglaterra y buscaron un nuevo lugar para vivir y comenzar una nueva vida, otra vez.
Los casi doce meses sin saber nada de los señores Granger, sumado a los seis años en el colegio, donde casi no se habían relacionado, la habían llevado a querer compartir más tiempo con sus padres, por lo que había decidido darse un respiro del mundo mágico viviendo un tiempo con ellos pero tampoco había sido lo que había esperado pues su relación había cambiado a raíz de lo que ella había hecho para mantenerlos a salvo. Emma y George Granger habían hecho todo lo posible por entender sus razones, y le habían agradecido que los alejara del peligro, pero no aceptaban que ella se hubiera expuesto sin siquiera tener los dieciocho años, la mayoría de edad entre los no mágicos y que quizá nunca hubieran recuperado sus recuerdos, los mejores de su vida porque contenían a su hija. Además, parecía como si le temieran a pesar de que ella trataba de vivir como una muggle más.
Por supuesto, los escabrosos hechos del pasado jamás eran mencionados, pero sí pasaban sobresaltos cuando ella hablaba de repente y ellos estaban de espaldas. A Hermione le dolían mucho sus reacciones y comentarios aislados de que era una lástima que ella no fuera normal, como si hubiera tenido elección o ser bruja fuera una aberración, pero no se arrepentía de lo que había hecho si el resultado había sido tenerlos con vida en el presente. En todo caso, ya no se sentía cómoda con ellos, y por más que intentara ignorarlo, estaba todo el tiempo tensa pero sobre todo, no sentía que tuviera un hogar.
Quitando la situación con sus padres, las emociones en aumento desde los once años, más las veces que había tenido que luchar por su vida y por la de toda la comunidad mágica, tenían a Hermione exhausta, y a pesar de tener la oportunidad de regresar a terminar los estudios en Hogwarts y con eso poder realizar los EXTASIS, no se sentía psicológicamente preparada para volver al castillo donde recientemente habían muerto tantas personas queridas; tampoco tenía ánimos para estudiar, y eso le sorprendía de sí misma. Todo lo vivido la había llevado a valorar y extrañar su tranquila vida de antes de conocer la magia, sobre todo porque apenas podía dar un paso sin que la acosaran por ser la bruja nacida de muggles más famosa del Reino Unido.
A todo lo anterior se sumaba que sus padres con frecuencia le sugerían que se desligara completamente y para siempre de ese mundo. Ella había estudiado esa idea y no le pareció mal, pero no estaba segura de querer que fuera algo definitivo. Esto implicaba sacrificar excelentes amistades cultivadas a lo largo de siete años que sabía que los extrañaría, sobre todo a Harry y a los Weasley, quienes le habían brindado calor de hogar.
A Hermione le urgía darse un tiempo, pero solo eso, un tiempo mientras se recuperaba de las secuelas de todo lo vivido. En todo caso, los ánimos los tenía tan bajos que ni siquiera la idea de estudiar en la grandiosa Universidad de Oxford como alguna vez soñó en su más tierna infancia llamaba su atención; además, estaba segura que la Orden de Merlín de Primera Clase que tanto ella como Ron y Harry habían recibido después de la Segunda Guerra Mágica y que ella había lanzado al fondo de un baúl sirviera de currículum para ingresar a la prestigiosa institución o encontrar un trabajo muggle decente.
Ron no se lo había tomado nada bien.
Habían quedado de verse en El Caldero Chorreante. Ella había cambiado su fiel trenza al cabello suelto que había peinado haciendo una carrera de medio lado y acomodado en suaves ondas hasta la cintura, gracias al descubrimiento de una crema muggle mucho más fácil de usar que la poción alisadora de Sleekeazy, y llevaba una blusa que anteriormente su novio le había elogiado.
Hermione lo esperó pacientemente por quince minutos. Él llegó disculpándose, besó rápidamente su mejilla, ordenó comida como para un festín y se dispuso a escucharla. Después de que ella le comentara sus proyectos a corto plazo, entre los que, según él, su noviazgo no estaba en primer lugar, ni de segundo ni de tercero, había estallado en ira.
—¿Cómo es que prefieres volver al insípido mundo muggle? —La pregunta tuvo el efecto de haber volcado sobre ella un balde lleno de agua helada—. Todo con magia es mil veces mejor. Estoy seguro que no vas a poder encajar nuevamente en un lugar sin hacer uso de la magia libremente.
—No has entendido, Ron —respondió intentando no mostrar su frustración—. No quiero usar la magia ni libremente ni a escondidas por un tiempo.
—Tan inteligente que te creía, Hermione, y ¡estás a punto de hacer la peor idiotez de tu vida! —Una estocada directo a su corazón.
—Lamento que no entiendas mi punto, Ronald. Y dado que no estamos de acuerdo con esto tan elemental para mí, no quiero saber cómo será cuando tengamos que decidir algo verdaderamente importante como nuestra vida juntos.
—¿Qué quieres decir? —Su rostro se había vuelto pálido y la anterior expresión de enojo inmediatamente se había esfumado. No podía creer lo que adivinaba, ella estaba a punto de soltar.
—Evidentemente tenemos diferentes formas de ver la vida, y aún a sabiendas de que no existe la relación perfecta, creo que hasta aquí llegó lo nuestro —murmuró tratando de mantener la calma, aunque se estaba derrumbando por dentro.
—¿Solo porque no estoy de acuerdo con que te vayas? —preguntó con voz compungida.
—No te estoy pidiendo permiso, Ron. Tan solo te informaba que quiero vivir un tiempo fuera del mundo mágico… ¡Quiero una vida normal!
—¡Puedes tener una vida normal sin alejarte!
—Lo que para mí es normal, ¡evidentemente no lo es para ti! ¡No quieres entender lo que siento! No quieres ver que todo lo que vivimos durante siete años aún me ahoga y no quiero reprimir esto que siento únicamente porque a ti te molesta que exprese lo que pienso. Además, no me comprendes porque no conoces otro estilo de vida, dependes de la magia para absolutamente todo, ¡pero yo no! Quiero mi antigua vida, Ron, y no voy a cambiar de opinión. Entiende, por favor.
—¿Y eso por cuánto tiempo será?
—No lo sé. Hasta que me sienta preparada emocionalmente para volver, si es que quiero volver.
—¿Y tú crees que yo estaré acá sentado esperándote hasta que decidas regresar?
—No. Por eso es mejor que dejemos lo nuestro hasta aquí. —Suspiró tratando de contener las lágrimas.
—¡No es justo, Hermione! Ni siquiera me has propuesto que me vaya contigo.
—Es que, con todo esto que me has dicho, no quiero que vengas conmigo, Ron. No quiero relacionarme con alguien que me recuerde cada medio minuto que existe la magia, que con un movimiento de varita podría solucionar fácilmente una situación que quizá me lleve horas hacerlo del modo que lo hacen los muggles. Quiero experimentar eso de nuevo. Y sé que contigo no lo lograría. No podrías vivir sin magia ni media hora.
Ron resopló. Ella tenía razón. Se conocía muy bien. Y por lo visto, ella también.
—¡Estás desquiciada! Todo esto de la guerra y lo de tus padres te ha dejado loca. —La miraba atónito.
—¡Vaya! ¡Gracias, Ron, eres muy amable! —gruñó con sarcasmo ahora sí dejando escapar unas lágrimas. No supo por qué pero en aquel momento recordó cuando él los abandonó a Harry y a ella en aquel bosque y la sensación de vacío y dolor volvió. Creía que lo había perdonado pero por lo que estaba sintiendo, no lo había hecho.
—Creí que teníamos algo importante —comentó dolido.
—También lo creía, pero tu actitud me demuestra una vez más lo egoísta que eres. Esperaba tu apoyo, pero creo que Crookshanks tiene mayor capacidad de entendimiento que tú.
Ron abrió la boca con asombro y al cabo de unos segundos, murmuró:
—Podemos alquilar una casa en Hogsmeade. Tengo un buen salario y podemos hacerlo. Ya sabes que nos va muy bien en la tienda. Y si quieres, vivimos sin magia, yo lo aceptaré e intentaré que no me veas hacerla. Pero no entiendo tu afán de irte a otro sitio.
—Ron, es que no quiero vivir en Hogsmeade. Además, estoy próxima a cumplir los diecinueve años, tampoco es como que esté lista para mudarme con alguien y hacer el papel de esposa… No soy una buena compañía en este momento. No duermo mucho, despierto gritando debido al miedo, apenas si puedo conmigo misma.
—No quieres mudarte conmigo, querrás decir. —Ron frunció el ceño, tanto que sus cejas parecían una sola. Hermione asintió decidida al ver la inmadura actitud de quien se suponía, debía ser su mayor apoyo.
—Mucho menos ahora que sé tu postura ante lo que pienso. En todo caso, si lo analizas bien, no sería justo que, de vivir juntos, tuvieras que alejarte de tu normalidad simplemente porque yo no estoy cómoda con eso.
—Muy bien. ¡Quedó muy claro! —El tono de voz rebosaba ironía—. ¡Que sepas que yo, mientras decides volver, viviré mi vida plenamente!
—Eso espero, Ron, porque yo haré lo mismo. —Y diciendo esto, se levantó y salió del lugar dejando a su ahora exnovio, con la boca abierta y sintiéndose completamente decepcionada de él, pero con la convicción de que estaba haciendo lo correcto.
No podía conformarse con menos.
