6—. HERIDAS.

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Buscar el lugar adecuado para vivir les había tomado a Harry y Hermione algunas semanas, pues ella, por supuesto, había querido hacer un análisis exhaustivo de las distintas propuestas que les había dado el agente, quien les había ofrecido apartamentos en varias ciudades, no muy lejos de Londres, cerca de los señores Granger, tal cual se lo habían pedido. Sin embargo, Hermione también quería cerciorarse que preferiblemente fuera un pueblo cien por ciento muggle. Además, estaba lo de sus trabajos. No era la idea estar de holgazanes. Harry podía darse ese lujo al tener una fortuna propia heredada de sus padres y de Sirius, pero Hermione no la tenía, y ella no quería ser una carga. En todo caso, ambos estaban de acuerdo en que trabajar como el resto de los muggles les ayudaría a mejorar su estado anímico, preferentemente en trabajos tranquilos, así que sumado a la búsqueda del lugar perfecto para vivir, debían valorar las ofertas laborales.

Después de ver varias opciones, se decidieron por un pequeño pero moderno apartamento en un elegante edificio de ladrillos rojos en las afueras de un pueblo a varias horas de Londres, en una bonita pero sobre todo tranquila zona residencial.

Harry había conseguido un trabajo como mesero en un restaurante que ofrecía gastronomía británica, francesa, italiana y mediterránea, en un horario de cuatro de la tarde a diez de la noche, y a pesar de lo cansado que a veces se sentía, lo disfrutaba. Vivir como un muggle más era algo que no tenía precio; aunque no podía negar que a veces extrañaba la magia, sobre todo cuando le tocaba ordenar su dormitorio, lavar su ropa o arreglar la cocina, tareas que no eran de su agrado sobre todo porque le traían malos recuerdos de sus años con los Dursley. En todo caso, había descubierto que, ahora que no lo hacía por obligación como en su infancia, cocinar sí le gustaba bastante y había aprendido mucho viendo a los chefs del trabajo. Hermione, quien no era muy hábil en las tareas culinarias, se lo agradecía siempre pues, a pesar de seguir al pie de la letra la receta como si de una poción para un examen final se tratara, nunca lograba darle buen sazón a lo que preparaba.

Ella trabajaba en una floristería de diez de la mañana a cinco de la tarde entre semana, lo que le satisfacía bastante. Algo simple, muy diferente a lo que se esperaba que hiciera, y que la mantenía muy ocupada durante su tiempo laboral.

Dado que ambos tenían serios problemas para conciliar el sueño, probablemente de forma inconsciente pues quien no duerme, no sueña, las primeras semanas se quedaban hasta altas horas de la noche hablando sobre lo increíble que resultaba que hubieran sido capaces de hacer tanto siendo casi unos niños: descifrar lo de las protecciones que tenía la piedra filosofal, enfrentarse a un basilisco, salvar a Buckbeak y a Sirius, enfrentarse a poderosos mortífagos en el ministerio, buscar horrocruxes, enfrentar a Umbridge en un lugar lleno de dementores, entrar a la bóveda de los Lestrange, buscar a Bathilda Bagshot y casi ser devorados por una serpiente…

También recordaban con alegría muchas vivencias graciosas como el ver a Hagrid cuidando a un pequeño dragón, que hasta su osito de peluche tenía y le cantaba canciones de cuna, las narraciones de Lee Jordan o Luna en los partidos de Quidditch, los accidentes de Seamus Finnigan o las anécdotas del inocente Neville, sobre todo la vez que este último compró amuletos para evitar que el basilisco lo atacara porque se sentía casi un squib, la fiesta de Nick Casi Decapitado, el poema de San Valentín que le escribió Ginny a Harry en segundo año, las travesuras de los gemelos Weasley o las excentricidades de Gilderoy Lockhart… Pocas veces hablaban de los amigos que se habían ido y esto provocaba que terminaran abrazados en silencio por varias horas en las que Harry no podía evitar sentirse culpable pues habían muerto por él, por su propia decisión, pero por él al fin y al cabo. Él no sabía cuál muerte dolía más pero la de Colin Creevey era la que más lo atormentaba. El niño ni siquiera debió estar en Hogwarts el día de la batalla puesto que era un hijo de muggles y por lo tanto ese año escolar no podía haber asistido al colegio debido a que el ministerio, controlado por Voldemort, solo permitía que lo hicieran aquellos magos y brujas de sangre pura o mestiza. Pero Colin, siguiendo el llamado que hizo Neville por medio de las monedas con el encantamiento proteico que guardaban todos los que habían pertenecido al Ejército de Dumbledore, había logrado colarse en el castillo para luchar. Hasta ese punto había llegado la valentía del chico que había sido su más grande admirador. Y por eso dolía tanto.

Si tenían pesadillas, se quedaban juntos en la misma cama y se decían palabras de apoyo al tiempo que se acariciaban el cabello o la espalda; incluso alguna vez lloraron por los dolorosos recuerdos por lo que esos momentos juntos les sirvió, en cierto modo, de terapia y había fortalecido aún más su relación fraternal. Coincidían en que ni siquiera si hubieran sido hermanos de sangre se amarían y llevarían tan bien como ellos lo hacían.

Sin embargo, poco a poco, el cansancio del trabajo diario y la nueva normalidad fue alejando el insomnio y sus tertulias nocturnas fueron cada vez menos frecuentes por lo que procuraban desayunar juntos a diario, ya que luego de eso, escasamente coincidían, mucho menos los fines de semana, cuando Harry trabajaba desde las once de la mañana. Debido a esto último, para no estar sola en casa, Hermione había empezado un voluntariado los sábados, en una residencia para adultos mayores, donde pasaba las tardes leyéndoles para hacerles más llevadera su estancia. Los domingos, por lo general, visitaba a sus padres, quienes vivían a media hora de distancia en autobús, y aprovechaba al máximo ese tiempo para ponerse al tanto de sus vidas durante la semana y compartir los tres como familia. Muy lentamente, Hermione sentía que todo volvía a su cauce, a la tranquilidad y confianza del pasado.

Así habían vivido los primeros meses, viendo a sus amigos solo con motivo de las fiestas de fin y principio de año. Hermione había preferido pasar Navidad con sus padres para evitar encontrarse con Ron, pero sí habían compartido unas horas el primero de enero de 1999 en La Madriguera, aunque su exnovio se había mantenido distante. A ella le dolía haber perdido a su amigo pero no podía hacer nada para remediarlo. Lo que le había dicho el día de su cumpleaños le había dolido mucho, sobre todo, que la creyera capaz de engañarlo de ese modo con el hombre que consideraba un hermano.

Harry y Hermione se desplazaban por medio de bicicleta a sus trabajos pues vivían relativamente cerca del centro del pueblo en el que se desarrollaba la actividad comercial. Para llegar a su trabajo de los sábados, Hermione cortaba camino por entre algunos barrios marginales donde se cruzaba con frecuencia hombres y mujeres indigentes, algunos muy jóvenes, completamente hundidos en el alcoholismo o drogas, y que, sumado al aspecto sucio y andrajoso, los hacían parecer mayores. Ella ocasionalmente les llevaba un poco de comida que se repartían entre ellos.

Desde los últimos días de enero notó a un nuevo inquilino, un joven que llamaba su atención sobre todo porque a pesar de su sucio aspecto, no parecía tener más de veinte años. Hermione se preguntaba qué podía haber orillado a una persona tan joven a vivir en la calle. Rara vez lo veía fuera de un rincón que evidentemente había adoptado como su espacio y nunca se acercó a recibir algo de lo que ella les llevaba, fuera ropa o alimentos que le regalaban en la residencia geriátrica. Su inseparable botella de alcohol barato era lo único que parecía sustentarlo o calentarlo en esos fríos días de invierno. No había tenido oportunidad de cruzar palabra con él, pero definitivamente la intrigaba y por un motivo que desconocía, deseaba conocer su historia y ayudarlo, pues sentía que, por tener la juventud a su favor, quizá aún fuera factible sacarlo de la adicción.

Cierto sábado al volver de la residencia, Hermione se percató de una riña entre una pareja de indigentes, por lo que se detuvo en un rincón rogando que no pasara a mayores. Sin embargo, el hombre, un señor mayor de cabello enmarañado, demasiado delgado y con únicamente tres dientes visibles, probablemente bajo la influencia de alguna droga, sacó un cuchillo y se abalanzó contra la mujer. Aquel joven que nunca dejaba su rincón se levantó con torpeza debido a la embriaguez e intentó defenderla, pero en el forcejeo recibió un golpe en el pómulo izquierdo, una herida en el muslo derecho con el cuchillo y un rasguño pequeño en una mano. Asustado por el giro que había dado su problema con la mujer, el agresor gritó unos improperios y se alejó corriendo del lugar, no sin antes recoger el arma blanca. La mujer le devolvió algunos insultos al tanto que se acercaba al joven que la había protegido para intentar auxiliarlo. Hermione también se acercó para ver en qué podía ayudar.

—Paul, no debiste interponerte, ya sabes cómo es Jack, se altera por cualquier cosa. ¿Por qué lo hiciste? —le gritó desesperada y movida por el pánico, lo había arrastrado como si fuera un muñeco de trapo hasta acercarlo a un barril de basura donde el joven recostó la espalda. Era pequeña y debilucha y Hermione se asombró por la rápida respuesta de la señora. Definitivamente un subidón de adrenalina era capaz de hacer reaccionar a una persona de manera increíble.

Debido a la copiosa cantidad de sangre mojando el pantalón, la asustada mujer hacía esfuerzos por sostener la pierna y hacer presión al muslo al mismo tiempo, mientras, el joven, en el suelo, murmuraba gruñidos inentendibles e intentaba zafarse de su agarre para que ella no le ayudara; luego de segundos de forcejeo en los que evidentemente la señora demostró ser más fuerte, se dio por vencido por lo que ella rompió fácilmente el raído pantalón a la altura de la herida, y después rasgando un trozo de su mugriento y maloliente abrigo, hizo un torniquete.

—Vas a estar bien —aseguró al cabo de unos minutos—, no es tan profunda y es solo un corte. Y la mano, es más la sangre que sale de lo que en realidad es. No creo que te hayas fracturado la cara.

Hermione veía horrorizada cómo se suponía que esas heridas iban a estar bien si la señora tenía las manos sucias, tampoco había realizado, al menos, una limpieza de la zona y mucho menos colocado vendas esterilizadas. Por primera vez en meses, deseaba tener su varita y sanar al joven, aunque con eso violara el Estatuto del Secreto Mágico.

—Los que vivimos en la calle no morimos por una infección —explicó la mujer cuando le hizo ver esas situaciones—. Además, no es la primera vez que alguno de nosotros sale herido; esto pasará.

—Aun así, déjeme ayudar. Al menos debiéramos llevarlo a un hospital. Está perdiendo mucha sangre. Pudo haber tocado alguna arteria o vena importante debido a que está tan delgado.

—¿Un hospital? Por favor, niña, ¿en cuál mundo vives? A nosotros nadie nos atiende. O sobrevivimos o nos morimos —argumentó a tiempo que presionaba la herida de la pierna—. ¡Listo, Paul! Pronto vas a dejar de sangrar. —El muchacho se limitaba a tomar lo que fuera que tuviera dentro de la sucia botella y no quitaba la mirada de su pierna, con una mueca de asco o dolor.

—Entonces permíteme por lo menos, curar esa herida —insistió Hermione haciendo un esfuerzo por no vomitar por el mal olor que expedían ambos pero era más su deseo de ayudar—. No puedo dejar que eso sane mal. —Paul negaba con la cabeza y emitía escuetos «no» en forma de gruñidos.

—De verdad, señorita, no es necesario —aseguró la indigente—. Usted ya hace mucho por nosotros cuando nos trae alimentos y ropa. En todo caso, no es bueno que siga acá. Jack podría volver y lastimarla. Es mejor que se vaya. Paul estará bien. Es solo un pequeño rasguño comparado con otras lesiones que he visto. Ya mañana todo se habrá olvidado. Las penas y heridas con bastante alcohol no se sienten y le aseguro que este muchacho se encarga de tener sus buenas dosis.

Hermione lanzó una rápida mirada al rostro del herido, apenas visible debido a un horrible y estirado gorro de lana. A pesar de los harapos, la larga barba y el sucio y enmarañado cabello, sintió empatía por el muchacho.

—Mañana vendré temprano a revisarlo. Traeré agua y vendas limpias.

—¡No! —gruñó Paul luego de escupir para después darle otro sorbo a su botella.

—Acá estaré. —Y poniéndose de pie, Hermione tomó su bicicleta y se alejó del lugar.

Paul intentó levantarse, pero el dolor lo hizo volver al suelo, y resoplando, acabó de un solo trago el contenido para luego quedarse dormido. La mujer a la que había defendido, se recostó a su lado, en un gesto maternal.