—11—. REFLEJOS.

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Eran cerca de las tres de la tarde cuando despertó. Se obligó a abrir los ojos sintiendo los párpados aún pesados y se percató de que su migraña había disminuido considerablemente y eso le levantó el ánimo.

Una vez que se desperezó, cayó en cuenta del lugar en el que estaba. No había sido un sueño. Estaba en el hogar de Harry Potter y Hermione Granger.

Trató de afinar el oído para saber si había alguien en la casa pero el ambiente era de un completo silencio.

Pasó la mano sobre las sábanas blancas de satén; se sentía tan confortable que creía estar soñando, aunque por supuesto en nada se comparaba con la de su mansión, pero si la comparaba con el duro suelo… Luego empezó a detallar cada rincón de su pequeño dormitorio. Debido a que estaba conformada únicamente por la cama de tamaño individual, una cómoda blanca de cuatro cajones dobles y la mesa de noche con una pequeña lámpara y un bonito reloj de estilo antiguo, además de no contar con ninguna decoración, le llevó a pensar que la habitación probablemente no era muy utilizada por la pareja. Si no calculaba mal, había estado solamente un día en ese lugar, y aún así, por algún extraño motivo, lo sentía acogedor.

Hizo el intento de levantarse y al hacer a un lado la sábana, cayó en cuenta de que ya no vestía la ropa andrajosa y fétida de los últimos meses; un pijama de lana color azul con cuadros blancos y unas medias de lana azul lo cubrían y le daban calor.

Una vez de pie, descubrió sobre la mesa de noche un papel con su nombre escrito en una letra que recordaba haber visto en sus años del colegio. Estirando su brazo y realizando un gran esfuerzo, lo alcanzó y volvió a sentarse sobre la cama. Conforme iba leyendo cada una de las líneas, su asombro incrementaba; le generó inquietud que ella se preocupara por su situación, también el hecho de que esa insufrible bruja lo estuviera amenazando con buscar a su familia. Arrugó el papel con furia, resopló rascándose los ojos y murmuró algunas maldiciones por lo bajo. Lo último que quería era que sus padres lo encontraran pues sabía que lo obligarían a volver a la mansión, y definitivamente, no estaba psicológicamente preparado para eso.

Por mera curiosidad, abrió el cajón de la mesa que tenía al lado de la cama y vio el dinero que no recordaba llevar. Eran casi treinta libras, una cifra nada despreciable para un indigente. Haciendo una mueca de disgusto cerró el cajón y por unos minutos se quedó con los ojos cerrados tratando de analizar lo que había pasado en los últimos días.

Luego de un rato, volvió a levantarse lentamente e hizo sus primeros pasos apoyándose en la pared. El esfuerzo había acelerado su corazón, sentía el cuerpo adormecido y algo débil pero poco a poco empezó a sentirse mejor y con más confianza para desplazarse. Por lo general, se mantenía sentado o recostado en el piso, y aún experimentaba cierto entumecimiento en las piernas.

Al salir del dormitorio, casi tropezó con una esponjosa bola de pelos color jengibre y ojos color amarillo que lo observaba con curiosidad a sus pies. Haciendo memoria, recordó que era la mascota de Granger. No sabía su nombre así que se quedó atento a la reacción del felino que parecía analizarlo a su vez con cara de mal genio. Nunca había sido muy devoto de los animales y el gato mitad Kneazle parecía saberlo pues luego de emitir un peculiar ronroneo, regresó a su cama en un rincón de la sala de estar.

Recorrió con la mirada la pequeña sala y lo que supuso era la cocina, puesto que nunca había puesto un pie en una y no reconocía los artefactos. Era un apartamento moderno para nada similar a lo que estaba acostumbrado en Malfoy Manor o las mansiones de sus amigos; todo muy al estilo muggle, supuso, pues nada le recordaba la existencia de la magia; ni siquiera tenía una chimenea, al menos no en lo que estaba a la vista.

No había muchos muebles; pero los que estaban se notaba que habían sido escogidos y acomodados con muy buen gusto, dejando espacio suficiente para movilizarse a pesar del reducido espacio en las estancias. Entraba mucha luz natural por las ventanas y los tonos en las paredes eran suaves; pintura, no tapices; pisos laminados, nada de mármoles, granitos o alfombras.

Un lindo sofá esquinero color gris oscuro de cuatro plazas, decorado con almohadones rojo intenso era el protagonista de la sala de estar y se veía tan mullido que casi quiso sentarse en él. Una moderna aunque pequeña mesa de centro, de madera lacada en negro, complementaba la estancia y la mesa de comedor tipo barra en granito negro, con cuatro taburetes altos a su alrededor, hacía la separación entre la sala y la cocina.

Se acercó a la ventana más cerca de la puerta principal y corriendo ligeramente la cortina de gasa, vio algo del vecindario. Poco tránsito de carros y otro edificio de apartamentos a pocos metros, ninguna tienda y muchos árboles, por lo que dedujo que estaban algo alejados del centro del pueblo.

Una vez que confirmó que su única compañía era el gato, decidió darse un baño. No recordaba cuándo había sido la última vez que había tomado una ducha y para ser sincero consigo mismo, la anhelaba.

Abrió la puerta señalada en la carta y se encontró ante un bonito baño con azulejos color verde agua; sobre la tapa de la loza sanitaria estaba un estuche transparente con varios utensilios, unos raídos jeans que en algún momento fueron azules pero ahora eran celestes, una camisa manga larga color verde musgo y medias grises que evidentemente pertenecían a Potter y que, supuso, habían sido adaptados con magia debido a la diferencia en el físico entre ambos ya que él era más alto, aunque sabía que estaba en los huesos; su primera comida real en varios meses había sido la sopa ingerida horas atrás. Él nunca probó lo que ella llevaba a los demás, porque su fin no era vivir y alimentarse estaba entre sus últimas prioridades, pero no podía negar que comer algo lo había hecho sentir mucho mejor.

Hizo una mueca de disgusto al imaginarse enfundado en esa ropa; jamás había usado vestimenta muggle, mucho menos usar colores fuera de negro o gris oscuro en sus pantalones; negro o blanco —estas últimas únicamente en Hogwats— en sus camisas. Pensó en cambiarla con magia pero se sentía muy débil. La magia sin varita requería de un esfuerzo mayor y él estaba demasiado débil para querer intentarlo, por lo que suspiró resignado. Al menos era ropa limpia, algo que hacía mucho tiempo no usaba.

Vio el interruptor que también había visto en su dormitorio y lo presionó adivinando que con eso se encendería la lámpara del techo. El recinto era pequeño y tenía poca iluminación natural y por primera vez en siete meses, vio claramente su reflejo en el espejo.

Lo que encontró le produjo una punzada en el corazón; de pronto sintió que alguien había robado todo el aire a su alrededor. Ya no quedaba rastro del hematoma en el pómulo izquierdo, pero eso era lo de menos. Realmente estaba irreconocible: rostro esquelético con la piel de un tono amarillento, sucia, seca y con una palidez mortal, completamente pegada a los huesos de todo su cuerpo debido a la extrema delgadez; labios resecos y agrietados, dientes amarillos y con unos puntos negros que no le gustaron, encías inflamadas, barba no muy espesa pero sí de unos seis centímetros de largo completamente sucia y enredada, cabello largo, enmarañado y sin vida.

Pasó sus ojos por el resto del cuerpo observándose con atención: uñas largas y sucias en manos y pies complementaban el cuadro y de repente sintió asco de sí mismo. Volvió la mirada de nuevo al espejo. Debajo de capas de suciedad, se podían apreciar grandes y oscuras ojeras, ojos hundidos y tristes, inyectados de sangre y apenas visibles debido a las abundantes y asquerosas greñas. La tonalidad grisácea tan característica del iris de los Malfoy había perdido brillo, incluso no se apreciaban los destellos azules heredados de Narcissa; sus ojos no expresaban vida.

Siempre había escuchado que los ojos eran el espejo del alma, y en ese momento estaba comprobando que era cierto: sus ojos eran un reflejo de lo que sentía en su interior. Su cuerpo era solo un cascarón vacío, casi un Inferius… Tuvo que hacer un esfuerzo por no ceder ante las lágrimas.

Su mente voló hacia su madre, la única persona en el mundo por la que sentía amor. ¿Qué diría si lo viera así? En primer lugar, ¿lo reconocería? Probablemente no; ni siquiera él lo hacía y no pudo evitar sentir pena por sí mismo. Casi podía verla llorar y tratar de acurrucarlo como cuando siendo niño, había tenido alguna caída de su escoba y llegaba para que ella curara los pequeños rasguños que se habían producido en su casi transparente piel; cuando él quemó su piel con la marca; cuando le provocaron profundas heridas con las torturas y ella, a escondidas, lo sanaba siendo una luz en medio del infierno en que vivían. «Eres muy fuerte, mi amor, pronto todo esto pasará» repetía temblorosa entre murmullos y sollozos mientras acariciaba sus cabellos o llenaba de besos su rostro. Siempre aprovechaba los momentos a solas para prodigarlo de mimos. Afuera de las paredes de su habitación, estridentes risas casi que le impedían escuchar sus palabras.

Sus ojos se aguaron con los recuerdos y de momento le costó que entrara aire en sus pulmones… Hacía meses no pensaba en ella, pero sabía que verlo en ese estado de deterioro le provocaría una gran impresión. Cuando había decidido huir de la mansión con el fin de dejar atrás todo lo relacionado con su pasado y su participación durante la guerra, las dos últimas cosas en que se había detenido a pensar era en el dolor que provocó en ella su desaparición y en el cambio tan radical que sufriría su cuerpo como resultado de meses de mala alimentación, mal dormir y abuso de alcohol. Solo quería alejarse de todo lo que lo mortificaba, y eso incluía a sus padres, quienes habían propiciado una cadena de acontecimientos cuyas consecuencias no era capaz de enfrentar y lo habían sumido en una profunda depresión. Agradeció a todos los magos antiguos que el estado de su alma no se viera reflejado en el espejo.

Con algo de dificultad se quitó la ropa y pudo verificar que donde había sido herido en el muslo derecho, era apenas visible una fina línea rosada igual a la de la mano. Deslizó la puerta de vidrio y abrió la ducha. El agua recorría su cuerpo a una temperatura perfecta, y cerró los ojos para disfrutar la experiencia. Había olvidado lo bien que se sentía un baño.

Una vez que se cercioró que su piel y cabello estaban más que limpios con los productos que probablemente pertenecían a Potter porque eran con aroma a cedro y cítricos, salió de la ducha y tomó la toalla color azul que estaba doblada sobre el tanque del sanitario y empezó a secarse lentamente. Se acercó otra vez al espejo, ahora empañado por el vapor, le pasó la toalla y dejó al descubierto su ligeramente mejorado reflejo.

Aquel cabello café oscuro que tenía antes de ducharse ahora era rubio platino otra vez, pero el brillo de antaño no había vuelto; alimentarse mal le había pasado la factura a eso también. Sacó el peine que había dentro del estuche y lo pasó con delicadeza para terminar de desenredarlo, aunque debía aceptar que el acondicionador que había usado lo había dejado bastante manejable incluso con los dedos. Notó que, una vez limpio y sin nudos, le sobrepasaba los hombros; jamás lo había tenido tan largo y le pareció que ese rasgo lo asemejaba aún más a su padre, aunque también tenía algunos de su madre. No quería parecerse a él, pero no tenía ni idea de cómo cortarlo con la pequeña tijera que había visto dentro del estuche, aunque reconoció que a pesar de todo, no le disgustaba tenerlo así.

Sacando la tijera, se sentó en el sanitario y cortó sus uñas con cuidado aprovechando que estaban suaves por el baño. Nunca lo había hecho de ese modo pero ya no quería ver la suciedad dentro de ellas, aunque sospechaba que una extraña herramienta que había visto al sacar el peine quizá era para ese fin.

De seguido se puso a analizar un delgado cepillo y la «pasta dental». Leyó con dificultad la diminuta letra con los pasos a seguir y después le dedicó unos minutos a sus deteriorados dientes. La espuma blanca manchada con sangre lo inquietó; le dolían las encías y sospechó que de ahí provenía la sangre pero no sabía qué hacer al respecto por lo que decidió ignorar la situación.

Posteriormente, se debatió entre dejarse la barba, recortarla un poco o quitarla del todo, pero no sabía cómo hacerlo sin la varita; tampoco se sentía con fuerza para recortarla con una tijera tan pequeña. A lo mejor alguno de los utensilios que Granger le había comprado era para eso, pero no tenía ánimos para seguir leyendo instrucciones así que solo la desenredó con el peine.

Su estómago rugió debido al hambre, algo que hacía meses no le pasaba, así que decidió que ya había hecho suficiente por su apariencia y se vistió haciendo pausas para descansar. Ya había estado mucho tiempo de pie y el cuerpo lo estaba resintiendo. Salió del baño y llevó la toalla, la ropa sucia y el estuche a su dormitorio, para luego dirigirse a la cocina.

Draco tenía motivos de sobra para que la comida no le pasara de la garganta, y muchas tenían que ver con Nagini engullendo personas o recordar los cadáveres destrozados por los mortífagos en las mazmorras de la mansión. Sin embargo, las pociones estaban haciendo buen efecto y le apetecía ingerir aunque fuera un poco de comida preparada en casa; algo que no fuera basura.

Efectivamente y tal como lo había dicho Granger, ahí estaba una taza caliente con un cremoso porridge de avena, una botella con miel, otra más pequeña con canela en polvo y un vial de vidrio ámbar propio de los filtros restaurativos. Sin detenerse a pensar mucho en si lo tomaba o no, quitó el corcho y bebió rápidamente el contenido no sin antes maldecir entre dientes a la bruja que la había colocado ahí por inmiscuirse en su vida, para luego sentarse y percibir los rápidos efectos de la poción que de repente le habían despertado un hambre voraz.

No tomaba un desayuno en paz desde antes de los tiempos en que el Señor Tenebroso habitaba en su casa y nada había sido igual, a pesar de los fallidos intentos de su madre para que el ambiente fuera lo más normal posible. Sacudió su cabeza y por un momento, quiso conjurar un poco de ron para espantar esos recuerdos, pero lo que Granger había preparado realmente le apetecía. Si meses atrás alguien le hubiera dicho que estaría en esa casa comiendo algo preparado por ella, simplemente le hubiera lanzado una maldición asesina por siquiera considerarlo una posibilidad. Esbozó un remedo de sonrisa y siguió saboreando lentamente la avena a la cual le había agregado un poco de canela. Sabía y olía a hogar.

Cuando terminó, la curiosidad lo llevó a abrir rápidamente las dos puertas que estaban frente a su habitación para descubrir que ambos cuartos eran dormitorios en uso, por lo que sus anfitriones no compartían cuarto, y eso le intrigó.

En la sala encontró un pequeño estante con varios libros conocidos y otros que, por tener portadas con imágenes que no se movían, dedujo que eran de escritores muggles. Luego de analizar los diferentes títulos, se decidió por uno donde aparecía el perfil de un hombre con gorra, pipa y una lupa, y se dirigió a su cama. Llevaba leídas algunas páginas cuando el sueño lo venció.