—12—. RABIA.
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Hermione llegó a la casa con algunos paquetes en sus manos y luego de dejarlos en la cocina, se dirigió al dormitorio de Draco para comprobar, con satisfacción, que él había tomado una ducha, comido y que estaba profundamente dormido.
Le llamó la atención el libro en su pecho, y no pudo evitar sonreír; el joven que siempre había despreciado el mundo muggle, estaba leyendo Sherlock Holmes. Lo observó dormir y notó que lucía, en apariencia, tranquilo.
Aunque se había bañado y mejorado escasamente su aspecto, marcando aún más su pálido y anguloso rostro, seguía sin parecerse a Draco Malfoy. Es más, teniendo mucha imaginación, quizá podría decirse que tenía un aire a su padre durante el tiempo en el que descontaba condena en Azkaban —recordó cierta foto en el periódico—, aunque muchísimo más deteriorado, no solo por el cabello largo, sino debido a la barba y la extrema delgadez.
Consideró despertarlo para saber cómo se sentía y darle las pociones, pero tenía un rostro tan sereno que le dio pena interrumpir su sueño, así que tomando la ropa sucia salió de la habitación en silencio, dejó la puerta entreabierta y se dirigió al cuarto de lavandería; posteriormente volvió a la cocina para colocarse el delantal y se dispuso a preparar la cena. Sabía que una persona convaleciente no tenía mucho apetito o deseos de comer, así que preparó lo que su madre le hacía cuando estaba enferma: puré de camote con mantequilla y una sustancia de pollo, decidiendo que ella comería lo mismo.
Como era lo usual durante los últimos cuatro meses, para alegrar el ambiente mientras cocinaba, puso algo de música en el viejo radio que su padre le había regalado para un cumpleaños tiempo atrás, así que cantaba ajena a lo que pasaba a su alrededor hasta que, en una vuelta, se encontró con Draco frente a ella.
—Por Merlín, Granger, si querías despertarme no tenías por qué torturarme con tus gritos —se quejó rascándose los ojos y bostezando con pereza.
—La música está a bajo volumen, no exageres. Aunque quizá sí me emocioné cantando, lo siento —se disculpó dejando escapar una risilla y apagando el aparato.
—¿Llamas a eso cantar? Compadezco a Potter si tiene que oírte «cantar» todos los días —declaró sonriendo de lado y casi sintió dolor, al usar por primera vez esos músculos en algún tiempo.
—A esta hora nunca está en casa. Llega después de las diez, por su trabajo. Por eso aprovecho para relajarme un poco. ¿Cómo te sientes? Te ves mejor, pero pensé que te quitarías la barba.
—Fui muy claro, Granger: no pienso quedarme, así que no tengo por qué cambiar algo de mi aspecto.
—Bueno, aceptaste bañarte y te comiste lo que dejé. Desde mi punto de vista, es un avance. Te ves mucho mejor. Siéntate, pronto acabaré la cena.
—Sí, claro, lo que me faltaba: recibir órdenes de la insufrible sabelotodo… —respondió con tono hostil.
—Eso no es muy amable de tu parte —dijo fingiendo un puchero.
—¡No me importa! —respondió arrastrando las palabras más de lo usual y completamente a la defensiva; su mirada fría parecía lanzar afilados cuchillos, por lo que Hermione decidió no caer en su juego e ignorar sus comentarios.
Draco se quedó unos minutos de pie en actitud desafiante pero cuando ella colocó dos pequeñas tazas frente a una de las sillas y le señaló el lugar, él no se movió por unos minutos en los que ella lo ignoró, por lo que luego se acercó lentamente y se sentó. «Si quieres más me dices» le dijo cuando le puso una cuchara y la servilleta de tela. Él hubiese querido realizar un comentario despectivo acerca de la comida, pero la verdad tenía buen aspecto y nuevamente sentía hambre.
Ambos comenzaron a comer en silencio, aunque él lo hacía algo más lentamente. Debido a esto, ella terminó primero y empezó a recoger los platos para ordenar la cocina. Draco la observaba moverse de un lado a otro con cierta fascinación, pues nunca se había imaginado los quehaceres de una casa. De hecho, por primera vez en su vida estaba en una cocina; nunca se había molestado siquiera en pensar cuáles labores realizaban los elfos domésticos tanto en su mansión como en el colegio. Cuando se aburrió de verla dar tanta vuelta, comentó con sorna.
—Existe la magia, ¿sabías? Y estoy seguro que es mucho más rápida y efectiva para esas tareas.
—Hasta ayer en la mañana, tenía varios meses sin usarla… —Él levantó las cejas con asombro—. De hecho, ni siquiera tenía mi varita en casa y me he acostumbrado a hacer todo a la manera muggle.
—No puedo creerlo…
—Nada muy distinto de lo que has hecho este tiempo, Malfoy; tampoco llevas tu varita.
—Mis razones son diferentes a las tuyas, te lo aseguro... —murmuró frunciendo el ceño, molesto por el giro que había dado la conversación. A pesar de que no había terminado de comer, se levantó y con seriedad, le cortó a ella la posibilidad de seguir preguntando—. Me siento mejor así que me iré hoy mismo.
—No tienes que irte. —Ella supuso que su actitud se debía al comentario que había hecho. Evidentemente, él no estaba dispuesto a hablar tan pronto de los motivos que lo habían impulsado a abandonar la casa de sus padres.
—¡Tampoco tengo que quedarme acá! —respondió con soberbia.
—¿Prefieres volver a la calle? —refutó empezando nuevamente a hartarse de la situación. Trataba de tener paciencia pero definitivamente él seguía teniendo el poder de irritarla con facilidad como en sus primeros años en Hogwarts.
—¡Eso no te incumbe! Lo que yo haga con mi vida, no es ni tu problema ni el de Potter.
Nuevamente la taladraba con la mirada y la tensión se había vuelto palpable. No sabía de dónde estaba sacando las fuerzas para responder con tanta rabia pero si seguía apretando la mandíbula de esa manera, probablemente se quebraría los dientes. Hacía meses que no sentía ese ímpetu para expresarse. A lo mejor era un mecanismo de defensa después de meses en la calle, o el efecto de las pociones que ella le estaba dando desde el día anterior.
—Mira, Malfoy, si es por el comentario que te hice, tranquilo, no voy a tocar más el tema —«por ahora», pensó—, así que no es necesario que te vayas si es eso lo que te ha molestado. Te estamos ofreciendo un lugar seguro…
—¡No lo necesito! —interrumpió dándose vuelta y caminando hacía su dormitorio, decidido a salir de ese lugar en cuanto tuviera las fuerzas suficientes.
—Sé lo que es pasar dificultades… Viví varios meses así pero no a tu extremo, por supuesto… Por eso no me vas a convencer con la idea de que prefieres el suelo a una cama, comida caliente a sobras sacadas de la basura, el frío invernal a un hogar…
Él se detuvo y volvió a verla con ojos desorbitados y cada músculo de su rostro estaba tenso. Una lucha interna empezó a forjarse en su cabeza: no tenía una verdadera razón para quedarse, pero tampoco una para marcharse. Aceptaba que, desde hacía quizá años, no se sentía tan bien como las últimas veinticuatro horas. Pero quedarse con sus jurados enemigos tampoco era lo que podía llamarse, algo coherente.
—Sé perfectamente que no quieres que nadie sepa dónde estás así que no le diré a nadie; no tienes que irte si es eso lo que temes. Te puedo asegurar que Harry tampoco lo hará. Ni él ni yo queremos que sepan dónde estamos… —A pesar de la rabia que sentía, él abrió la boca con asombro.
—¿Se oponían a su tierno romance? —cuestionó sarcástico—. Pero si era un secreto a voces…
—No te incumbe… —respondió con las mismas palabras utilizadas por él minutos antes, sintiendo calor en sus mejillas; fulminándolo con la mirada, no quiso desmentir lo que creía.
—Claro, dudo que Weasel se haya tomado muy bien lo de su relación… el idiota iluso te tenía bien abrazada al final de la batalla de Hogwarts… y Potty estaba con la pelirroja también… doble traición para esa familia. Pobres ilusos… —Su expresión era de burla. Ella frunció el ceño y con voz plana continuó.
—Estamos en igualdad de condiciones, Malfoy, escapando del pasado. Te ofrezco quedarte, pero si al final decides irte, no soy quién para oponerme. No eres santo de mi devoción. Puedo enumerar varias razones por las que pude haberte dejado en aquel sitio donde te hirieron, pero no soy una desalmada. No soy como tú: no podría hacerme la indiferente con una persona que conozco desde los once años, por más que merezcas que te hayas muerto en ese sucio lugar preferentemente después de una buena nevada. —Sus palabras estaban cargadas de veneno, pero en ese punto se sentía frustrada y ya no era capaz de disimularlo—. No estás en deuda conmigo así que no te sientas obligado a quedarte por agradecimiento. Eres un adulto y perfectamente puedes decidir qué hacer con tu vida. Yo te ofrezco dos opciones. Puedes quedarte esta noche e irte al amanecer. O puedes quedarte y por una vez en tu vida, dejar de ser el cretino y arrogante más grande del planeta y aceptar que necesitas ayuda. Al fin y al cabo, creo que eso es lo que requerimos todos. Buenas noches.
Y con actitud altiva, Hermione se dirigió a su habitación y cerró la puerta tras de ella, dejándolo solo con sus pensamientos.
