—14—. RESENTIMIENTO.

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Como era costumbre en los últimos meses, sentado en el frío piso del pequeño dormitorio Draco perdió la cuenta de cuánto había tomado, pero quizá nunca había bebido tanto alcohol en tan pocas horas.

De pronto, escuchó el sonido de la puerta principal al abrirse y tratando de enfocar la vista recorrió el lugar para recordar dónde se encontraba. Al caer en cuenta y adivinando de quién serían los pasos que se acercaban por un momento pensó en esconderse, lo cual era una soberana estupidez, teniendo en cuenta que durante los últimos siete meses de su vida había estado tirado en una acera, sin importarle si alguien lo veía borracho y sucio. Así de bajo había caído. Sin embargo, la idea de que su peor enemigo lo viera en ese estado de repente le incomodó.

Resopló con furia. Eso significaba que todavía no estaba tan ebrio como creía; aún tenía conciencia y el usual y ahora inútil orgullo de los Malfoy aún podía aflorar, sobre todo si se trataba de que su archienemigo lo viera así.

Como no había cerrado la puerta de su dormitorio, intentó centrar toda su energía para hacer magia y así cerrarla desde el suelo, pero debido a su estado y el esfuerzo que esa acción ameritaba, el vaso cayó al piso haciendo un estruendo que llamó la atención del recién llegado. Maldijo su mala suerte cuando vio a Potter en el marco de su puerta, encendiendo la luz con el interruptor de la pared. Con torpeza, se llevó las manos al rostro para atenuar la molestia que le provocaba la claridad en los ojos, pero no emitió palabra alguna. No sabía qué decir, pero por alguna razón, sentía vergüenza. Notó que Potter se había quedado observándolo unos instantes, pasando su mirada primero a él, luego al vaso, y por último al ron derramado en el piso para luego echar un vistazo al dormitorio probablemente buscando a Granger.

—¿Necesitas algo? —preguntó el recién llegado con hostilidad.

—No… —apenas susurró sin voltear a verlo y luego se aclaró la garganta.

—Muy bien —respondió apagando nuevamente la luz pero sin moverse de donde estaba.

Draco estaba tan ebrio que era incapaz de levantar sus muros con la Oclumancia y por ende se sentía vulnerable; sin embargo, decidió no pensar en eso: de repente ya no le importaba que fuera el mismísimo Harry Potter quien estuviera frente a él.

Si lo pensaba bien, no recordaba claramente por qué lo odiaba. Si por haber rechazado su mano aquella vez que se presentó con él cuando ambos tenían once años, por ser famoso desde temprana edad y él no —aunque ahora él también era famoso pero por razones muy distintas a las que le hubieran gustado—, o por haber sido pieza fundamental en la batalla final contra el Señor Oscuro. En buena teoría, debía más bien agradecerle que hubiera matado al megalómano que su familia lo había obligado a seguir, pero era más fácil aborrecerlo.

Cuando se volvió a acostumbrar a la oscuridad, Draco tomó el vaso y notó, gracias a la poca claridad que se colaba por la ventana, que el recién llegado no le quitaba ojo a sus movimientos y no le gustó la forma en que lo miraba. Lo sentía como un desafío, como si le estuviera lanzando silenciosos sectumsempra como esa vez en sexto año. Se pasó la mano por la boca con torpeza pues el último trago se había derramado por la comisura izquierda y luego se rascó un poco la cabeza con frustración por no tener su varita y poder lanzarle unas cuantas maldiciones o para aparecerse en otro lugar.

—Di algo, Potter —balbuceó con el hablar enredado—. Di lo que tengas en mente de una buena vez, para que te largues y me dejes tranquilo —espetó dando un sorbo al nuevo contenido del vaso.

—Qué deplorable te ves, Malfoy… —dijo con desprecio—, y no me refiero solamente a tu aspecto físico.

—Para lo que me interesa tu opinión… —masculló con fastidio—. Mira cómo me preocupa lo que piensas de mí. —Nuevamente llenó su vaso, lo vació en su boca con un solo movimiento para después escupirlo con torpeza a los pies de su enemigo, quien no se inmutó. Mucho del líquido quedó en su barbilla y camisa pero no se dio cuenta.

—¿Eso es todo lo que puedes hacer ahora? ¿Emborracharte como una cuba para que todos los demás veamos lo mucho que sufres y lo inmunda que es tu vida? No eres más que basura aristocrática, un perdedor… ¿Dónde quedó el gran orgullo de los Malfoy? —Harry hizo esta última pregunta con grandilocuencia.

—¡Cállate! —gritó lanzando con furia el vaso contra una pared a tiempo que intentaba ponerse de pie, pero las rodillas no le respondieron adecuadamente por lo que de seguido volvió a caer y por poco se rompe la boca—. ¡Tú no sabes nada! ¡No sabes todo lo que he tenido que pasar!

Draco deseaba tener su varita a mano y lanzar una imperdonable en ese momento pero si no había podido cerrar una puerta mucho menos algo más elaborado. ¿Quién se creía Potter para juzgarlo? No tenía ningún derecho. Era un héroe, todos lo querían, todos lo aclamaban. En cambio, él era un mortífago, sinónimo de escoria humana.

Por supuesto que tenía razón: él era un Malfoy, un apellido que años atrás significaba grandeza dentro del mundo mágico, pero que ahora le avergonzaba pues su padre y él mismo se habían encargado de enlodarlo con sangre y muerte. Y no sabía qué odiaba más: que él mismo aceptaba esa realidad o que su enemigo se las dijera en su cara haciéndolo sentir aún más miserable.

—Te odio, Potter... —declaró arrastrando aún más las palabras—, no sabes cuánto. ¡Déjame en paz!

Draco escuchó otra puerta abrirse y pasos acercándose. Intentó volverse a poner en pie decidido a salir de la casa en ese preciso instante, no importaba la hora ni adónde; eso nunca había sido problema. No tenía por qué quedarse más tiempo en ese lugar. Escuchó la voz de Granger dirigiéndose a su amigo mientras encendía la luz del dormitorio al entrar.

—¿Qué pasa, Harry? ¿Qué es todo este escándalo? —La joven, vestida en un pijama de blusa rosada, pantalón gris, medias blancas y su largo cabello suelto, entró al dormitorio varita en mano, limpió el ron que él había escupido al piso y sobre sí mismo y los vidrios desperdigados por la estancia. Draco notó un atisbo de desilusión en los ojos de la muchacha al verlo en el suelo, completamente ebrio.

—No es seguro para ti que Malfoy se emborrache y estés sola con él. No sabemos de lo que sea capaz, por lo que no estoy de acuerdo en que permanezca más tiempo en esta casa, mucho menos en ese estado.

—Es que se supone que no debiera tomar… —respondió ella con voz amable evidentemente intentando mantener la calma y con esa actitud, calmar también a Potter. Había anudado su cabello rápidamente en la parte baja de la cabeza y luego se había cruzado de brazos, viéndolo con reprobación. Draco había logrado levantarse después de varios intentos fallidos, pero se había recostado en la pared pues todo le daba vueltas en la cabeza y estaba intentando no ceder a las náuseas. Lo último que deseaba era vomitar enfrente de ellos dos.

—Pues lo hace. Y lo seguirá haciendo, Hermione. No va a detenerse.

—¡Exacto! ¡No tengo por qué dejar de hacerlo porque un par de héroes me lo imponen! Además, vengo haciéndolo desde hace meses; no es cuestión de dejar de hacerlo de un día para otro —dilucidó lanzándole una mirada desafiante al muchacho.

—¡Esa es una excusa barata, Malfoy! Si de verdad quisieras dejarlo, al menos harías el intento, pero no tienes ningún interés en hacerlo, ¿verdad? Porque solo eres el idiota e infantil inmaduro de siempre que quiere dar lástima. —A pesar de estar ebrio, Draco podía sentir el odio y el resentimiento en las palabras de su declarado rival.

—¡Harry! ¡Por favor, basta! —dijo ella dándole un tono de advertencia enérgica que su interlocutor ignoró.

—¡No, Hermione! No quieres darte cuenta, pero esto es lo que yo temía y traté de advertirte. No es justo que te estés preocupando y que él, para variar, como el arrogante, egoísta y mal agradecido que ha sido siempre, no le importe y más bien, aproveche la situación para seguir humillándote de la forma más cruel posible, como lo ha hecho desde que lo conocemos.

—Escucha a tu noviecito, Granger —bufó Draco al escuchar por segunda vez en esa noche, que alguien le sacaba a relucir sus defectos—. Él, como siempre, tiene toda la razón. ¡Me voy!

—¡No seas ridículo! No puedes irte en ese estado. Ni siquiera puedes mantenerte en pie. —Draco sintió el agarre de la joven en su brazo para detenerlo y, tratando de zafarse, para su desgracia trastabilló y volvió a caer, lo que provocó que vomitara en forma explosiva, dejándole la garganta completamente adolorida. La bruja inmediatamente limpió el desastre del piso y de él mismo, lo que lo hizo sentir completamente humillado.

—Tu maldito comportamiento me da pena y asco, Malfoy —gruñó Potter con total desprecio.

—Harry, por favor, ¡déjanos!

—¿Y arriesgarme a que pueda hacerte daño? ¡Por supuesto que no!

—Míralo; no puede ni mantenerse en pie. ¿Crees que me podría hacer daño?

—Sigue siendo un mago y el bastardo, infame y cretino más grande del mundo… quién sabe qué le habrá enseñado su difunto mentor. Te aseguro que sabrá hacer sin varita algo más que llenar un vaso con ron.

Draco, decidido a marcharse de inmediato de ese lugar, había logrado levantarse nuevamente y pasaba su vidriosa mirada entre los dos. En los ojos de Potter había desprecio; en los de Granger compasión. Y no sabía qué era peor. Vio a la joven acercarse a la caja de pociones, buscar un frasco y acercarse a él. Quiso caminar pero por poco casi volvió a besar el piso, así que mejor no se movió, no fuera a ser que volviera a vomitar, si es que aún quedaba algo en su estómago.

—Malfoy, vas a tomar esto y te vas a acostar. Por favor, todos debemos descansar. Ya hablaremos mañana. —Como un niño que ha sido descubierto en una travesura, él asintió cabizbajo y tomó lo que ella le daba, lo que le provocó algo de tos, y luego se dejó llevar hasta la cama. Escuchó a Potter resoplar y luego de zanjar los pasos que separaban ambas habitaciones, una puerta se cerró.

—Hazle caso a Potter, Granger. Déjame así, yo no valgo la pena —murmuró con voz ronca cuando vio que ella iba a arroparlo.

—Hasta mañana, Malfoy —respondió ella en un murmullo y casi inmediatamente, él cayó en un sueño profundo.