—16—. DESNUDANDO EL ALMA.
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N/A: Advertencia: breve mención de ideas suicidas hacia el final del capítulo.
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Granger se comportaba como si fueran viejos amigos pero él estaba cohibido, no solo porque se preocupaba por él y le había comprado alimentos para mejorar su nutrición, sino porque lo había descubierto fuera de su dormitorio jugando con el gato de nombre impronunciable; la escuchaba despedirse de él todas las mañanas pero aún no lograba recordar el correcto. Era algo como Cuchants y así lo llamaba él; la mascota parecía entenderle.
Lo había logrado toda la semana: esconderse dentro de su dormitorio antes de su regreso. Si el lunes ella había llegado después de las cinco de la tarde, y el martes fue igual, al verla esa tarde llegar antes dedujo que los viernes probablemente salía más temprano de su trabajo y por eso lo había descubierto. O quizá se había entretenido demasiado con la mascota y el tiempo había pasado volando.
Ya conocía la rutina de la pareja.
Ella salía como a las ocho y media de la mañana de su dormitorio, jugaba unos minutos con el gato, se iba para el cuarto de lavandería y él escuchaba algunos pitidos que encendían una máquina, luego pasaba un rato en la cocina hasta que se iba poco antes de las diez. Potter se levantaba antes de las diez, lo escuchaba también en la cocina y cerca de media tarde, también se iba. Granger llegaba pasadas las cinco, y Potter, después de las diez de la noche.
Hasta esa mañana los había escuchado hablar. Estaba intrigado sobre qué tipo de relación amorosa tenían puesto que no dormían en el mismo dormitorio, no coincidían mucho en casa y tampoco los escuchaba llamarse con términos cariñosos como los que acostumbraba Pansy usar con él. Y ahora resultaba que Potter no iba a estar el fin de semana. De verdad era algo raro.
Draco estaba en una encrucijada. Todas las mañanas se decía que no iba a quedarse un día más. Pero su cama era tan suave, la paz que tenía durante el día hace meses no la encontraba en ningún lugar, y había mermado la cantidad de alcohol que tomaba probablemente debido a esa tranquilidad que estaba sintiendo. Las pociones también ayudaban aunque para el miércoles, la reserva se había agotado y pese a eso, no estaba experimentando muchas molestias por la abstinencia. Un poco de cansancio o debilidad, pero nada que no pudiera manejar y aunque le costaba admitirlo, veía eso como algo positivo.
Además, estaban sus momentos con la mascota que se había convertido en un agradable acompañante a cambio de un poco de mimos en su lomo; a pesar de nunca haber tenido una ni gustarle mucho los animales, lo estaba disfrutando.
La verdad es que, con el paso de los días, se convencía cada vez más que irse era dejar atrás esa calma que estaba viviendo y que lo hacía sentir tan bien. Era solo su orgullo y quizá un poco de rebeldía lo que lo había orillado a no probar bocado esos días, pero no podía negar que no comer le resultaba cada vez más difícil, pero no quería dar el brazo a torcer con su benefactora.
Granger siguió hablando mientras acomodaba las compras en la despensa y luego empezó a preparar la cena, con él apenas contestando con monosílabos. No tenía ni la más remota idea de cómo cocinar algo, mucho menos recordaba cuál podía ser su platillo favorito. A esas alturas de la vida cualquier cosa estaría bien, pero parecía que ella deseaba complacerlo con algo que le gustara, pues no veía otra razón por la que no había comido los días anteriores; tampoco sabía cómo aceptar que no comía mucho por mantener algo de la dignidad Malfoy.
Romper esa pared que él mismo había construido ladrillo a ladrillo durante siete años no era cosa de unos días. Es más, no sabía cómo lograrlo. Quería hacerlo, pues sabía que esa pared ya no era necesaria ahora que la guerra había terminado, pero había mucha culpabilidad por parte de él. Había sido un idiota elitista toda su adolescencia y ahora no sabía cómo hablarle o actuar frente a ella; se sentía incómodo en su presencia y era la razón por la que la había evitado toda la semana.
Todo empeoraba cuando ella parecía actuar como si él no la hubiera tratado siempre menos que basura prácticamente desde que lo había llevado a su casa, sino todo lo contrario: se había preocupado por él, lo había sacado de la calle, lo había defendido de Potter y ahora estaba atenta para prepararle su platillo favorito. Él no entendía este tipo de amabilidad, no sabía cómo responder a esas atenciones, sobre todo porque, ante ella, precisamente ella y su historia desde que se conocieron, se sentía indigno.
Varias veces durante esos últimos días se preguntó qué hubiera pasado si las circunstancias hubieran sido al revés. Si el Draco Malfoy de antes se hubiera encontrado con Granger viviendo en la indigencia. ¿Hubiera sido capaz de albergarla en su casa y defenderla de sus padres solo por el simple hecho de haberse conocido desde antes? Todos esos pensamientos redoblaban los dolores de cabeza y lo mantenían despierto hasta altas horas de la noche, sobre todo porque no tenía una respuesta para sus preguntas.
Sí tenía claro algo: el Draco adolescente nunca había sido un buen chico y probablemente ni la hubiera alzado a ver. Pero él hace mucho había dejado de ser así.
El Draco actual estaba sentado frente a Hermione Granger, quien parloteaba sobre algo que parecían los ingredientes de una poción, a tiempo que sacaba hierbas de un frasco y otro y lo agregaba a una carne que al final sería cordero asado. Mientras la veía en esas tareas, ella le había asignado pelar unas papas y zanahorias, y pretendía que lo hiciera con una curiosa herramienta, no sin antes enseñarle cómo usarla para luego advertirle «cuidado te cortas». Por primera vez en meses, extrañó su varita aunque no tenía la más mínima idea de cómo hacer encantamientos culinarios pues, por más que lo intentaba, no lograba lo que ella había hecho parecer tan sencillo. Ella empezó a reír ante sus resultados lo que al principio lo frustró pero luego lo hizo sonreír también dándose por vencido.
Minutos después, Draco se llevó una impresión. Por estar distraída conversando, la bruja se había raspado levemente un nudillo de la mano derecha con el rallador con el que estaba haciendo puré de tomate para preparar una salsa. Era algo insignificante, y de hecho, ella simplemente, y como si se tratara de un juego, lavó su mano, presionó la zona contando entre murmullos hasta sesenta y luego siguió como si nada con lo que estaba haciendo antes del accidente, comentando que más frecuente de lo que quisiera aceptar, le pasaba lo mismo.
Su mente lo trasladó unos diez meses atrás a un hecho que no había querido analizar pero que ahora lo golpeaba con fuerza. En el salón principal de Malfoy Manor, Bellatrix Lestrange con una daga en la garganta de Granger a punto de degollarla, un fino corte, un hilo de sangre bajando por su cuello.
Roja. La sangre de Hermione Granger era tan roja como la de él. Y, aunque ya antes y muchas veces había visto la sangre de un muggle, ver que en nada se diferenciaba su propia sangre específicamente de la de ella lo impresionó, quizá por las muchas veces que le había gritado sangre sucia con todo el desprecio que era capaz de darle al insulto.
No pudo evitar sentir un nudo en la boca del estómago. Inconscientemente su mirada buscó la cicatriz y la localizó a pesar de que era apenas visible debido al paso del tiempo. Cómo es que había sido tan ciego y tonto para dejarse convencer que los nacidos de muggles eran inferiores a los sangre pura, que no eran merecedores de la magia como sí lo era él por el solo hecho de tener en su familia siglos de magos y brujas con linaje mágico puro; odiándolos solo por existir. Menuda estupidez…
—¿Qué hacen los dos acá, y no en Hogwarts o trabajando para el ministerio? —le preguntó luego de perderse en sus pensamientos por unos minutos, cuando la joven había puesto el horno. Estaban sentados uno frente al otro en la mesa tipo barra. Ella abrió los ojos con asombro, señal de que su pregunta le había tomado por sorpresa.
—Yo podría preguntarte lo mismo. Por qué no estás al frente de tus negocios o lo que sea que hagan ustedes los millonarios para seguir haciendo crecer sus fortunas —bromeó para luego sonreír con picardía, lo que había quitado algo de tensión al ambiente.
—Yo pregunté primero —respondió desafiante. Ella intentó sonreír para luego hablar con voz plana.
—Harry y yo decidimos darnos unas vacaciones con la magia y los esfuerzos por un mundo mejor. Cierto que en algún momento me imaginé trabajando por hacer del ministerio un lugar menos corrupto —comentó dándole cierto énfasis a la última palabra y mirándolo de reojo. Las acciones de su padre llegaron a su mente—. Pero definitivamente merecíamos un respiro luego de todo lo que pasó. No eres el único que ha tenido problemas como consecuencia de la guerra, Malfoy. Estuvimos luchando por nuestras vidas desde los once años, sobre todo él, pero Ron y yo a su lado, apoyándolo, ayudándole en su misión, prácticamente una misión suicida cuando éramos casi niños…
Draco quiso decir con sarcasmo que «por supuesto que Potter siempre había estado rodeado de decenas de personas dispuestas a lamerle los zapatos», pero se abstuvo al ver el rostro serio de la muchacha, cuya mirada se había perdido en una esquina de la cocina.
—Por eso queríamos irnos a un lugar donde nadie supiera quiénes somos o que pudieran reconocernos… Lo mínimo que merecemos luego de tantos años de ajetreo es una vida tranquila como la que llevamos desde hace cuatro meses. Los muggles lo llaman trastorno de estrés postraumático: estuvimos tanto tiempo expuestos a situaciones aterradoras que nos estaba costando adaptarnos a esta nueva normalidad en el mundo mágico, donde todo y todos nos recordaban lo que había pasado. Acá, en este pequeño departamento, y llevando una vida tranquila, hemos logrado sentirnos mejor, ser nosotros mismos, viviendo como cualquier joven que recién ha dejado atrás su adolescencia.
Hermione dejó de hablar y fijó sus castaños ojos en él. Eso significaba que había dicho lo suyo de manera que era su turno para hablar. Sonrió de lado con ironía e inconscientemente empezó a tamborilear sobre la mesa los dedos medio e índice de la mano derecha. Precisamente darle explicaciones a ella, su jurada enemiga desde los once años. Sabía que no lo lograría explicar con pocas palabras como sí lo había hecho ella. Se removió incómodo en la silla, volvió a ver el horno y la perilla se había movido muy pocos minutos y eso significaba que tenía tiempo de sobra para hablar de sus motivos. Deseó apresurar la cocción con magia pero nuevamente recordó no tener idea de qué encantamiento utilizar. Se llevó las manos al rostro con nerviosismo y luego de restregar sus ojos, la vio de reojo. Ella seguía con su mirada fija en él. Juntando sus manos, empezó a pellizcar la parte interna de la palma de la mano izquierda, algo que hacía sin percatarse cuando estaba nervioso.
—¿Por qué desapareciste, Malfoy? —La pregunta había sido directa así que empezó a hablar lentamente y con voz apenas audible.
—No podía seguir en un mundo donde provoqué o fui testigo de tanto sufrimiento. —Se llevó sus manos a la cabeza y apretó sus sienes como si con eso pudiera callar las voces de su mente—. Los gritos, las lágrimas de súplica… nada de eso se fue con su muerte. Muchas personas inocentes murieron por mi culpa y no puedo vivir con ese tormento. —Sentía que las palabras se atascaban en su garganta, pero ahora que había empezado a hablar, no había vuelta atrás—. El alcohol calla por pocas horas todo ese dolor, pero… luego vuelve con más fuerza.
Ante sus ojos se presentaban miles de imágenes en las que también la veía a ella en el piso de un salón siendo atacada por Bellatrix e instintivamente cerró los párpados y presionó los puños contra los ojos para intentar ahuyentar los malos recuerdos. Debido al silencio, abrió los ojos y se percató que ella lo estaba viendo; no era una mirada dura, tampoco parecía juzgarlo, sino más bien lo veía comprensiva; eso lo sorprendió y lo animó a seguir hablando.
—Yo compartía firmemente cada idea que me enseñaron desde que recuerdo, algo que fue pasando de generación en generación a lo largo de muchos siglos. Justificaba cada acción y vitoreaba cada logro de parte de los amigos de mi padre como si hubiera atrapado una snitch en un partido contra Potter. Pero después las cosas empezaron a cambiar. No puedo decir exactamente el día, pero poco a poco fue empeorando hasta que mi padre cometió el peor error de todos: fracasó en su tarea de apoderarse de algo que era muy importante para él en el Ministerio de Magia a finales de nuestro quinto año.
Después de todo lo vivido, era incapaz de pronunciar aquel maldito nombre, no fuera que con eso lo invocara.
—Por si fuera poco, a raíz del fallo en ese encargo, once de los más poderosos mortífagos terminaron en Azkaban: Rodolphus y Rabastan Lestrange, el señor Nott, el señor Crabbe, Avery, Rockwood, Dolohov, Mulciber, Macnair, Jugson, mi padre… Eso lo enfureció a tal grado que decidió que si yo quería salvar a mi familia, debía mostrarle lealtad uniéndome a los mortífagos y posteriormente cumpliendo con una misión: matar a Dumbledore. Ahí no valía que durante años los Malfoy le habían sido fieles. Un error fue suficiente para condenarnos y vivir temiendo morir en cualquier momento; y es curioso como hasta la dignidad pierdes cuando se vive con miedo.
Draco había mantenido sus manos entrelazadas con la intención de esconder el temblor en ellas, en una actitud que demostraba claramente lo que quería decir con su última frase; pero al llegar a este punto, desabrochó lentamente el botón de la manga izquierda y mostrando el interior del antebrazo, dejó al descubierto una extraña cicatriz donde había estado la marca tenebrosa que ya llevaba meses sin arder. Contrario a lo que hubiera esperado, ella no se había impresionado y supuso que había adivinado que él se la mostraría y el que no tuviera el fuerte color negro de cuando él vivía le había restado imponencia.
—Llevar esta maldita marca en mi brazo en ningún momento fue un honor, como sí lo era para los demás: un privilegio exclusivo de los más cercanos a él, los que daban obediencia absoluta. Muchos hubieran dado el otro brazo si con eso lograban que él los grabara a fuego con su sello. En cambio, yo no tuve elección. Por el contrario, estaba aterrado. Se esperaba que fallara y así, él tendría una excusa para matarnos a los tres. Se estaba vengando de los Malfoy al convertir nuestro hogar en su cuartel general con nosotros como sus prisioneros, y no le importaba proclamarlo en voz alta a todos sus seguidores. Lo peor es que debía usar constantemente una máscara de indiferencia para sobrellevar todo como si mi única felicidad en la vida fuera servirle, cuando internamente estaba terriblemente asustado. Durante esos meses logré dominar completamente la Oclumancia… Fue la única salida ante tanto miedo y horror; lo que me salvó de la locura… Si tan solo hubiera tenido el valor de hacer lo que debí hacer… de buscar a Dumbledore en sexto año cuando las cosas se pusieron mal, o de acercarme a alguien del ministerio y denunciar todo lo que sabía y se planeaba en aquel tiempo, pero era consciente de que él estaba infiltrado en todo lado, y hablar hubiera sido peor para mi familia.
Draco suspiró antes de seguir. Había vuelto a tapar el brazo y tenía la mirada fija en sus manos entrelazadas sobre la mesa.
—Graham Montague me había relatado que cuando estuvo encerrado en el armario evanescente por culpa de los gemelos Weasley, él escuchaba voces provenientes no solo de Hogwarts sino también de Borgin y Burkes, entonces idée que reparando ese armario que Peeves había dañado anteriormente, podía permitir que los mortífagos tuvieran fácil acceso al colegio desde esa tienda del Callejón Knockturn y que así me ayudarían con la misión que me habían impuesto. Pero pasaba el tiempo y no lograba repararlo a pesar de seguir las instrucciones de Borgin y empecé a desesperarme; por eso intenté matarlo por otros medios: el collar maldito y el hidromiel envenenado, con los resultados que ya recordarás. —Hermione asintió—. Después supe que mi madre sufrió —la voz se le quebró— castigos por esos fallos; él sabía que a través de ella podía manipularme, pues ya le había perdido la profunda adoración que le tenía a mi padre. De haberlo sabido en ese momento no sé qué hubiera sido de mí, pues protegerla a ella era lo que me mantenía a flote. Aun así, muchas veces durante aquel año, deseé morir para no tener que cumplir con lo que me había encomendado. Ahora pienso que quizá me autosaboteaba con tal de que él o alguien más terminara con mi situación de una vez por todas, así que cuando Potter me atacó en el baño de Myrtle la Llorona, creí que por fin me liberaría de seguir en esta maldita vida a la que me arrastró mi padre y sus errores. De todos modos, físicamente estaba casi muerto, apenas si comía o dormía, pero hasta eso me salió mal porque lamentablemente la fantasma alertó a todo el castillo con sus gritos, Snape me encontró y sanó mis heridas incluso con esencia de díctamo, por lo que no quedaron cicatrices de esas lesiones. Cuando desperté días después y le recriminé que me hubiera salvado, la desilusión se reflejó en su rostro. Me dijo que la vida estaba llena de sacrificios y que muriendo no salvaría a mis padres.
Draco había vuelto a entrelazar sus manos fuertemente pero aun así se notaba cierto temblor debido a los nervios, así que las escondió debajo de la barra. Nunca había hablado con nadie de este tema, pero ya había empezado y se percató, de un pronto a otro, lo bien que se sentía desahogarse con alguien lo que llevaba meses queriendo gritar.
—La magia oscura deja una huella, Granger; daña el alma. Mi alma está destrozada, no porque haya matado, porque… —Levantó su triste mirada hacia ella, preguntándose si era necesario aclararlo, y algo en el fondo de su corazón le dijo que sí y prosiguió bajando la mirada a la mesa—. Nunca tuve que llegar a decir la más terrible de las imperdonables aunque razones para hacerlo me sobraron en aquellos días. De haber tenido el valor necesario, hubiera matado uno por uno a cada mortífago en mi casa, incluso a él aunque desconocía que en ese momento era prácticamente inmortal. Como bien sabes, para lograr matar debes sentir el odio naciendo desde lo más profundo de tus entrañas, por lo menos para poder hacerlo esa primera vez. Claro, una vez que empiezas, que matas esa primera ocasión, no hay vuelta atrás y yo tenía odio suficiente para abarcar a todos, pero no el valor… La valentía es cosa de otros…
De nuevo había puesto su mirada en ella, quien seguía muy atenta a cada una de sus palabras.
—Tampoco es que hubiera podido matar a muchos por mi propia cuenta sin que hubiera graves consecuencias para mí o mi madre. Pero sí me tocó torturar, incluso a otros mortífagos poderosos cuando fallaban en misiones importantes, entre ellos a Dolohov y Rowle. No había de otra, Granger. Mostrar una lealtad absoluta aunque fuera pantomima, fue la única forma de sobrevivir y de proteger a mi madre: eran ellos o yo; aun así, eso es algo que ni yo mismo me perdono, porque a lo mejor pude haberlo evitado y no fui lo suficientemente valiente para hacer algo…
Draco se quedó unos minutos en silencio, absorto una vez más en aquellos recuerdos que tanto lo atormentaban, haciendo esfuerzos para aquietar su espíritu. Su interlocutora respetó pacientemente aunque él casi podía adivinar que tenía muchas preguntas. Agradeció que no hiciera ninguna.
—No espero que lo entiendas, pero me enseñaron a odiar a las personas como tú… y de un pronto a otro, debido a ese odio, ahora lo sé, infundado, me convertí en un simple peón… primero de mi padre, luego de Umbridge, después de tía Bellatrix y más adelante, de otros mortífagos de alto rango, como los Carrow, para al final, ser un peón del mismísimo Señor Tenebroso, un peón cuyo destino era ser sacrificado… y eso hace que olvidar sea aún más difícil. Como te dije, solo el alcohol aleja por unas horas esos pensamientos, pero lo que realmente deseo es no despertar nunca...
Cerró los ojos y hundió sus manos entre su ahora largo y desordenado cabello, en una actitud completamente derrotada.
—Sé que todos reaccionamos diferente al trauma que deja la guerra, pero… Por qué irte a la calle… por qué el alcohol… Nosotros también huimos, pero de otra forma…
—Porque el estar sobrio es una tortura, ya te lo dije… estar sobrio no ayuda a ahuyentar la culpa ni a olvidar.
—No hay que olvidar —musitó quizá tratando de que esas palabras sirvieran para animarlo pero la verdad, ya nada lo hacía—. Esas experiencias nos dieron una lección: la de aprender a vivir con esos errores para no volver a cometerlos y ser mejores personas. No puedes aferrarte al pasado, Malfoy; déjalo dónde pertenece.
Ella se había atrevido a poner una mano sobre su hombro. Al sentir su contacto, él abrió sus ojos y la vio con mirada altiva, arrogante, desafiante.
—No soy una buena persona; no me enseñaron a serlo… —espetó, pero ella pareció no cohibirse ante su actitud pues con decepción, soltando su hombro y alzando la voz, le dijo:
—Entonces vete a la calle a seguir envenenando tu cuerpo con licor o lo que se te ponga por delante, Malfoy. ¿Así es como quieres vivir el resto de tu vida? Debes saber que eso no solucionará nada. Sigue huyendo de tus problemas, o sé valiente por una vez en la vida y enfrenta lo que sea que te atormenta.
—Por si no fui lo suficientemente claro, Granger, mi objetivo estos meses ha sido morir… es lo menos que merezco… yo incluso pensé en… —murmuró con completa honestidad pero se había interrumpido para mirarla fijamente y ver su reacción ante la idea de que él hubiera pensado en atentar contra su vida; ella, por supuesto, había adivinado el resto de la oración, había abierto su boca para decir algo, anonadada con la declaración, pero luego la cerró; aparentemente, no había argumento contra lo que él acababa de declarar.
El horno avisó que el cordero estaba listo. Eso volvió a la realidad a la pareja. Hermione se levantó y empezó a servir, para luego volver a sentarse y comer ambos en silencio. Para bajar un poco la tensión, Draco mencionó que había quedado muy bien y saboreó cada bocado con tranquilidad. Hermione se limitó a asentir con su cabeza e intuyó que aún estaba consternada por la confesión. Al terminar, él le dio las gracias y se dirigió con lentitud hacia su dormitorio, pero no cerró la puerta.
Después de desnudar su alma, ya no sentía necesario seguir escondiéndose.
