—19—. HUMILLACIÓN.

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Draco se quedó por varios minutos con la mirada perdida en la copia de la carta, analizando la situación y a la vez sorprendido de que su padre, en lugar de una carta, no hubiese enviado un aullador. La posdata estaba prácticamente garabateada como fiel retrato del estado en el que su padre se encontraba al escribirla y sintió un nudo en su garganta.

Hermione lo había dejado solo en su habitación así que no trató de ocultar una lágrima que salió de uno de sus ojos. Que su madre se hubiera enfermado no era algo que hubiera querido que pasara, mucho menos que pudiera morir por su causa, a escasos cuarenta y tres años de edad. Ella siempre lo hacía sentir vulnerable, siempre había tenido un amor casi enfermizo por él.

De pequeño le encantaba la atención que ella le daba. De adolescente había momentos en que se había vuelto un motivo para avergonzarse y cuando se vio obligado a unirse a los mortífagos, la vio consumirse por el miedo de que pudiera pasarle algo.

Un juramento inquebrantable con Severus, su rostro desgarrado cuando tenía que torturar a los sirvientes que disgustaban al Señor Tenebroso, la imagen de ella arrastrándolo tras unos sillones para protegerlo durante la batalla en la mansión, dándole su propia varita al regresar a Hogwarts luego de las vacaciones de Pascua. Siempre en actitud defensora hacia su familia, siempre dispuesta a lo que fuera por mantenerlos a salvo. Y él no había actuado bien con ella todos esos meses.

No imaginaba cómo podría estar ahora que llevaba desde julio pasado sin tener noticias suyas. Él simplemente había decidido marcharse sin decirle nada y se había negado a leer, mucho menos contestar sus cartas.

Draco leyó la noticia del periódico y volvió a leer la carta de su padre. La situación había provocado que empeorara la resaca que sintió al despertar. Con dificultad, se levantó de su cama y caminó hasta la ventana, en cuyo reflejo pudo medio apreciar su deteriorado aspecto. Había mejorado ligeramente desde que Granger lo había encontrado, pero perfectamente podía seguir pasando desapercibido si así lo deseaba. Podría ir al hospital y nadie lo reconocería.

Imaginar la repulsión que todos tendrían al verlo le provocó náuseas y tuvo que hacer un gran esfuerzo por no vomitar por lo que se concentró en hacer respiraciones profundas. No quería repetir la escena de Granger limpiando las porquerías que salían de sus entrañas. Cuando se sintió mejor volvió a verse en la ventana. ¿Era buena idea que su madre lo viera en ese estado? Inmediatamente negó con la cabeza.

Suspiró y después se dirigió lentamente hasta la mesa donde estaban las pociones y tomó un sorbo de dos diferentes; luego se sentó en la orilla de la cama cerca de una hora, tiempo en el que empezó a sentirse mejor.

Salió del dormitorio y se dirigió al baño en donde estuvo varios minutos frente al espejo y de nuevo extrañó su varita. Ni siquiera sabía cómo quitarse la barba al estilo muggle. Analizó algunas herramientas que estaban en el estuche que él dejaba en el estante debajo del espejo pero no logró descifrar nada. Resopló. Eso implicaba que debía pedirle un favor a Hermione, aunque siguiera pensando que no era buena idea visitar a su madre. Volvió a salir del baño y la vio sentada en el sillón esquinero en actitud pensativa. Había una carta a su lado y supuso que sería de la persona que le había mandado el recorte del periódico. Ella alzó los ojos y quizá adivinando sus pensamientos, explicó:

—Es de Harry. Venía con la nota de tu madre. ¿Has pensado qué vas a hacer? ¿La visitarás?

—Creo que eso no es una buena opción… ahora… —Se señaló a sí mismo con aire resignado—. Aunque me arreglara un poco, no quedaría ni medianamente bien para presentarme ante ella sin que se muera de la impresión, y mi padre quizá de disgusto. —Desvió la mirada para que ella no viera que nuevamente se habían aguado sus ojos. La situación con su madre había bajado completamente sus defensas, y odiaba sentirse así de expuesto, pero al parecer hasta había olvidado cómo ocultar sus emociones—. Aunque quizá, el que ella me vea sea lo que necesita, no importa en qué estado, pero sí vivo.

—Harry está dispuesto a visitarla por ti… aunque también podrías escribirle…

—No sabría qué excusa dar para haberme desaparecido todo este tiempo…

—Siempre puedes decir la verdad…

—No… No quiero que se sienta peor de lo que ya se está sintiendo… La conozco… podría sentirse culpable…

—Entonces que Harry la visite y le diga que estás bien. Aunque estoy segura que tus padres se preguntarán por qué, de todas las personas en el mundo, es precisamente Harry Potter quien sabe de tu paradero… Voto por una pequeña nota.

Draco asintió pero siguió inmóvil. Hermione se levantó y buscó unos pliegos de papel y lo que llamó «un bolígrafo». No tenía tinta, plumas ni pergaminos pero cuando ella le dijo que los transformaría, él dijo que así estaba bien y tomó lo que le ofrecía. Sentándose en la mesa de la cocina, después de que ella se hubo dirigido a la sala, probó con soltura el utensilio que tenía un depósito de tinta azul en una de las hojas notando que era mucho más suave que una pluma y que era genial la idea de la tinta incorporada. Dominado ese aspecto y pasada la fascinación del momento, escribió luego de dudar por varios minutos frente al papel.

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Madre.

Me he enterado que usted ha estado delicada de salud. Por el momento no puedo visitarla, pero deseo de todo corazón que siga las indicaciones de los sanadores para que pronto pueda regresar a casa.

Quiero que sepa que estoy bien. Necesitaba tomarme un tiempo para mí solo. Lamento no haber pensado en las consecuencias de mi desconsideración. No me perdonaría si por mi culpa, le pasa algo grave.

Le estaré escribiendo con frecuencia y le prometo que haré lo posible por visitarla pronto. Espero verla completamente recuperada para ese entonces.

Su hijo que la ama, Draco.

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Leyó el contenido varias veces antes de doblar la carta y después, nuevamente se quedó unos minutos frente al papel, con los codos sobre la mesa y las manos en la cabeza. Cómo la haría llegar era su principal duda. No tenía otra opción más que recurrir a Granger otra vez.

—¿Cómo…? —dijo con frustración, incapaz de seguir con la pregunta. Su voz era apenas audible. No se había movido de su silla pero la muchacha parecía haber entendido la situación.

—¡Kreacher! —llamó la joven. Segundos después apareció la criatura de rostro malhumorado pero que por alguna razón trataba con respeto a la muchacha—. Lleva esta carta a la señora Malfoy, por favor. Ella está en San Mungo. Solo deja la carta e inmediatamente te vas. Que nadie te vea. —El elfo asintió—. Y llévale, por favor, esta a Harry. —Se acercó a la mesa y tomando el bolígrafo que él había usado, escribió unas líneas para su amigo y de repente se detuvo—. ¿Hay algún problema en que le diga que escribiste a tu madre? —Él negó—. Muy bien, entonces… —Y agregó unas líneas más y posteriormente la dobló y entregó al devoto elfo doméstico—. Gracias, Kreacher. —Le sonrió con amabilidad. Kreacher desapareció luego de inclinar ligeramente la cabeza en ambas direcciones.

Draco siguió con la mirada perdida en el lugar en que había desaparecido la criatura, con una idea rondando en su cabeza, pero que implicaba seguirle pidiendo favores a la bruja, y a él siempre le costaba pedir favores. Se percató que la muchacha lo observaba y aún nervioso, bajó la mirada a sus manos sobre la barra, tragó con dificultad antes de hablar y apenas murmuró:

—Necesito pedirte algo más… —Retorcía sus manos con nerviosismo—. Es algo personal, quizá, pero… —Alzó la mirada. La joven lo veía con intriga—. Necesito que me prestes tu varita… —Hermione abrió los ojos con asombro—. Lo que quiero es quitarme la barba y hacerle algo al cabello, y no sé hacerlo de otro modo —reconoció—. Pero si temes que intente hacerte daño, pues dejaría que lo hagas tú; a estas alturas de mi vida ya no tengo problemas con eso. Creo que ya no puedo humillarme más contigo…

Draco vio que Hermione se dirigió hacia su dormitorio diciéndole que cuando quisiera, podía enseñarle a usar lo que había en el estuche que había comprado para él, para luego salir con la varita en la mano. Con una amable sonrisa, se acercó y se la tendió. Él aún dudó unos instantes para tomarla. Sabía que la varita era solo un instrumento para hacer fluir la magia que existía dentro de él, que si se concentraba bien, podía hacer mucho más que cerrar puertas y conjurar un vaso y ron sin necesidad de una, pero hacía mucho que hacer más que eso lo agotaba, tampoco tenía los ánimos para intentarlo.

Sin embargo, al tomar la de la bruja, sintió esa energía en sus manos que se distribuía por todo su cuerpo a pesar de no ser la suya y que hacía meses no experimentaba. Había olvidado esa sensación de poder, el calor que se generaba al tener ese trozo de madera en las manos. Cuánto bien pero también cuánto mal podría ocasionar con un solo movimiento y el conjuro adecuado. Cerró los ojos dejando que ese sentimiento lo invadiera por un momento para luego dirigirse al cuarto de baño.

Frente al espejo nuevamente, fue poco a poco haciendo las mejoras a su rostro. La piel amarillenta iba apareciendo ahí también. La mirada triste no se fue pero ya se parecía un poco más a él. Sintió que había rejuvenecido unos diez años al quitarse la barba. No quería volver a su antiguo corte de cabello así que solo recortó las puntas que estaban muy dañadas pero ni siquiera con magia pudo darle vida o brillo, por lo que conjuró una tira elástica para peinarlo con un pequeño y desordenado moño en la nuca, aunque algunos flequillos quedaron por fuera al ser más cortos que el resto, así que los que eran más largos los acomodó bordeando las orejas. Limpió sus dientes a profundidad y luego transfiguró su vestimenta. Ahora se parecía más al Draco de antaño, con su ropa negra y la piel pálida; aunque por la extrema delgadez, las ojeras y el aspecto enfermizo no pudo hacer nada. Tampoco por su mirada vacía. Ni siquiera la magia podía cambiar eso.

Se quedó unos minutos más analizando su aspecto actual. Se preguntó por qué había querido modificar su apariencia si esas banalidades ya no le interesaban. Recordó a su madre y tuvo que pestañear varias veces para evitar que unas lágrimas escaparan de sus ojos. Bufó con fastidio. Varita en mano pensó en aparecerse en algún lugar lejano, pero en cierto modo, Granger confiaba en él.

Siguió debatiéndose en su mente. Él no tenía por qué quedarse, al fin y al cabo era un Malfoy: hacía lo que quería con su vida, pero había algo de gratitud en su ser que de momento odió. Ella lo había rescatado de la calle, lo había defendido de Potter, lo había atendido como si lo mereciera y hasta le había llevado helados para la depresión. Y, por si fuera poco, le había ayudado con el tema de su madre. No podía simplemente desaparecer con su varita y pagarle de ese modo todo lo que había hecho por él.

Suspiró exhausto y molesto consigo mismo por haber sucumbido a sentimientos nobles que desconocía que existieran en él. Sin embargo, abrió la puerta dispuesto a darse una nueva oportunidad en la vida.

Quizá era momento de enfrentar sus problemas tal y como Granger había sugerido.