—22—. LEGADOS.
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Draco salió del dormitorio de Hermione y parecía que se había desatado un tsunami en su cabeza.
En esas pocas horas descubrió que ya no sentía aquel impulso por pelear o molestarla con algún insulto cada vez que la veía. Parecía como si esa convivencia tan cercana, mucho más cercana de lo que habían estado en el colegio, hubiera ido derritiendo el hielo que él mismo había provocado con sus acciones y palabras desde que la conoció. Verla vulnerable igual que él le ayudó a mostrarla como el ser humano que era, sin que mediara el estatus de sangre o bando en la guerra, un ser humano con miedos y secuelas de una guerra iguales a los de él.
Años atrás ni siquiera se le habría ocurrido tocarla, y esa noche la había levantado del suelo, ella se había acurrucado en su pecho por unos instantes y no tuvo objeción para acompañarla mientras trataba de dormir sentado a escaso un metro de distancia. La había visto intentar conciliar el sueño y durante sus pesadillas quiso poder hacer algo para ayudarla pues no era más que una joven que tenía traumas psicológicos similares a los suyos. El que hubiera mencionado a Nagini como parte de sus pesadillas lo había impactado en lo más profundo, porque ambos compartían experiencias traumáticas similares, con la excepción de que ella no se había derrumbado como él.
Al final resultaba que no eran tan diferentes como su padre tanto había insistido. Ahora, si realmente se lo proponía, podía tener conversaciones perfectamente civilizadas con ella y no por eso se sentía expuesto. Ya lo había probado en varias ocasiones aunque al final lo arruinara todo por negarse a seguir siendo un patán, como había sucedido con la canasta de comida. Quitando algunos detalles menores como esos, sentía que podía ser él mismo, sin necesidad de usar la Oclumancia, fingir grandeza o comportarse como un imbécil inmaduro. Y notaba que ella hacía lo mismo.
Debido a que sus padres prácticamente le habían enseñado que los muggles y los magos o brujas nacidos de muggles estaban a la altura de la inteligencia de un troll, desde los primeros días en Hogwarts se había sorprendido de que Hermione Granger lo superara en todas las materias, lo que había empeorado su aversión por ella, por no decir odio, al herir su inflado orgullo, negándose, por supuesto, a conocerla realmente. Ahora tenía esa oportunidad y aparte de admirar secretamente su inteligencia, le asombraba no encontrar mayor diferencia con la forma de ser de Astoria Greengrass, la hermana dos años menor que Daphne, ambas siempre tratando de ser amables, de ayudar sin esperar nada a cambio, una sin alardear de su pureza de sangre y otra sintiéndose muy orgullosa de ser hija de muggles.
Recordar a Astoria le dio un punzonazo en el corazón. Poco antes de ser obligado a llevar la marca tenebrosa, su padre había comentado, con toda la intención, estaba seguro, que «ella, más que Daphne, era una excelente muchacha que haría feliz a cualquier mago pues contaba con todo lo que debía para ser la esposa ideal». A sus tempranos catorce años, la hermosa chica sangre pura de cabello castaño y ojos verdes musgo se vislumbraba que era dulce, encantadora, educada desde la cuna con los más estrictos modales de la sociedad en la que ellos se movían, lo que significaba ser dócil y casi que dispuesta a hacer solo lo que su marido le dijera. La mayor de las hermanas era mucho más hermosa pero a leguas se notaba que tenía un carácter indomable que no encajaba con los estándares requeridos para una futura señora Malfoy.
Para ese tiempo él tenía una especie de noviazgo con Pansy, pero Lucius había sido muy claro: los Parkinson distaban mucho de tener el abolengo de los Malfoy, no solo en posición social y linaje puro de siglos de antigüedad sino también en profundidad de la bóveda en Gringotts. La de los Parkinson estaba demasiado cerca de la superficie, no tenía barreras antihechizos pues se abría con una simple llave; la de los Malfoy… pues esa era de las más profundas, grandes, seguras y estaba protegida por un colacuerno húngaro. La de los Greengrass no estaba tan profunda pero Daphne y Astoria sobresalían por su belleza, lo que era fundamental para una perfecta mezcla de genes. Draco podía estar con Pansy siempre y cuando tuviera presente que no se casaría con ella.
Curiosamente, posterior al día en que Lucius le dio ese pequeño discurso, la menor de los Greengrass y su madre empezaron a visitar Malfoy Manor con más frecuencia dejando claras las intenciones de ambas familias; puede que hasta hubiera un contrato matrimonial en negociación, aunque estaba consciente que al final de la guerra esa familia no había quedado en una buena situación económica. Sospechaba que, aunque Thomas Greengrass nunca había apoyado abiertamente la causa del Señor Oscuro, había sido uno de sus más importantes benefactores, situación que los había dejado sin dinero. Estar en bancarrota sería un gran obstáculo a criterio de Lucius; el patriarca jamás permitiría compartir su milenaria fortuna con cualquier familia, pero tampoco es que hubiera muchas señoritas sangre pura casaderas dignas de un Malfoy. Y esa había sido otra razón para dejar su casa. No quería seguir haciendo lo que sus padres planeaban. Ya no más. Tenía más pruebas de las que quería que demostraban que eso no salía bien. Su decisión de alejarse parecía lo único sensato que había hecho en su vida aunque después se hubiera hundido en el alcohol.
Sacudió la cabeza intentando alejar esos recuerdos. Se había acostado aunque probablemente no podría dormir.
Antes de cumplir los dieciséis años, los domingos siempre habían sido sus días favoritos para no hacer nada después de levantarse muy tarde. Por lo general se perdía el desayuno, y almorzaba tarde. En el colegio seguía la tradición, pero hacía muchos años no disfrutaba de un domingo así, en paz, aunque esa mañana estaba ansioso por saber de su madre, y debía tomar una decisión seria: qué iba a hacer con su vida de ahora en adelante. No quería seguir siendo una carga para Granger o Potter. Pero tampoco se sentía preparado para volver al mundo mágico, mucho menos a la calle.
Luego de intentar dormir por unas horas, salió de su habitación y vio a la joven en el sofá de la sala leyendo un pergamino.
—Lo ha enviado Harry. Es una nota escueta pero dice que quizá a tu madre le den el alta mañana.
Él asintió sintiéndose algo más tranquilo, menos culpable.
—¿Pudiste dormir? —se sorprendió preguntando, pero notando que no se sentía mal por tener esa consideración con ella.
—No, ¿y tú?
—Tampoco...
—Sé que es algo tarde para un desayuno, pero preparé avena. Por si quieres servirte. También hay hongos, tomate asado y huevos.
Draco dirigió una rápida mirada hacia la pequeña cocina, donde humeaba el cereal mantenido caliente gracias a la magia. Su estómago, aún acostumbrado a meses de no recibir más que alcohol, no reclamaba alimentos, pero al ver el plato quiso probar y comió con buen apetito, en silencio, y sin despegar los ojos de la comida. Trataba de reconocer los sabores: vainilla, canela, azúcar... Su madre siempre añadía un poco más de canela molida a la suya mientras que Lucius la prefería sin esas especies y esencias; por eso las reconocía. A él le gustaba también agregarle más dulce. Granger no la preparaba tan mal. Esbozó una sonrisa ante ese pensamiento que, estaba seguro, tendría el mismo efecto de una maldición asesina en su padre si se llegaba a enterar.
Recordarlo a él lo llevó irremediablemente a repasar una época de su vida que era tan distinta a ese tranquilo domingo. ¿De verdad era así de sencilla la vida? Esta nueva realidad era tan diferente para él que no sabía cómo manejarla. Sin magia, sin alcohol, sin tener que fingir ser alguien más… ¿Siempre había sido así de fácil? Levantarse, comer algo, ir a trabajar, hacer compras, volver a casa y leer algo o compartir con su pareja o hasta tener una mascota… ¿Por qué él no se había enterado que la vida era algo más que lo que había vivido hasta ese momento?
De pronto, una idea pasó por su mente.
—Granger. —Ella alzó los ojos—. ¿Cómo supieron tú y Potter en qué trabajar?
Draco internamente se vanaglorió por haber logrado, como en su infancia, sorprender a la muchacha, quien parecía buscar los restos de su mandíbula en el cuello. Por lo visto, a pesar de todo, había cosas que nunca cambiaban.
—¿Quieres trabajar? —balbuceó sin poder esconder su sorpresa.
—Bueno… Así cómo que muera por hacerlo, no, pero evidentemente no puedo seguir siendo una carga si me voy a quedar acá… A menos que…
—No lo eres —interrumpió—. Tampoco tienes que irte. —Por supuesto que ella había adivinado el resto de la oración—. Además, estás convaleciente. Debes reponerte primero, ganar algo de peso y luego volver a tu casa. Estoy segura que nunca en la vida necesitarás trabajar estando con tu familia. Ni tú ni tus hijos.
Ese comentario provocó que frunciera el ceño con disgusto. Lo último que deseaba era volver a su casa. No estaba emocionalmente preparado para dar ese paso. Tampoco le había caído en gracia la mención de posibles hijos. Y no supo por qué, pero sintió la necesidad de hablar de eso.
—No sé si quiera tener hijos, Granger. No quiero cometer los mismos errores de mi padre. No tengo claro si esto que siento por él es odio, lo que es irónico cuando lo idolatraba de niño y lo único que siempre quise era que se sintiera orgulloso de mí; pero sí sé que no quiero que un hijo mío sienta por mí lo que siento cuando pienso en él. Sé que sobre mis hombros está todo el peso de continuar con un estúpido legado que tiene siglos de antigüedad, tanto por el lado Malfoy como del Black, y no sabes cuánto odio eso también. Porque continuarlo significa que debo seguir con enseñanzas retrógradas sobre pureza de sangre preferiblemente ligado a un contrato matrimonial con la mujer adecuada, una que quizá nunca he visto en Ia vida; y esa idea me resulta repugnante, obsoleta, así que prefiero que ese legado muera conmigo.
Hermione lo veía con asombro pero parecía dispuesta a seguir escuchándolo, así que no dudó en seguir hablando, por primera vez en voz alta, lo que durante meses rondaba en su mente cuando estaba relativamente sobrio. Su mirada fija en la nada.
—La herencia que actualmente tiene mi apellido va más allá de unos galeones y propiedades... A pesar de la absolución del Wizengamot, también implica ahora, mortífagos, magia oscura, magos tenebrosos, y sé, que aunque pasen muchos años, las personas no olvidarán y no quiero que mis hijos sufran desprecios debido a los errores que su padre y abuelos cometieron. Ni siquiera el tener una gran fortuna puede cambiar ese error… no se compra una buena reputación con dinero sino con buenos actos…
Draco volvió su mirada hacia Hermione y ella lo veía con algo similar a la lástima.
—Tampoco quisiera ver esa mirada sobre ellos... Esa mirada de «pobre, es un Malfoy» que tienes ahora.
—No es así —se apresuró a decir.
—¿Entonces qué es, Granger?
—No existe una razón para que me juzgues así, que des por sentado algo que, si haces las cosas bien, no pasaría. Con esta actitud, y la que has tenido estos meses atrás sí es muy posible que todos piensen eso, pero si luchas por limpiar tu nombre, si le demuestras al mundo que tu apellido ya no está ligado a nada de eso que dices, nadie tendrá que verte con lástima o descriminación ni a ti ni a tus hijos.
—Suena muy bonito y muy fácil decirlo, Granger, pero la realidad es otra. No importa lo que haga en el futuro para purgar mis errores, nadie olvidará lo que hice en el pasado. —Se había levantado y acercado unos pasos a la sala—. Dichosamente nunca pasarás por eso porque tú sí le heredarás un buen legado a tus hijos. El de una heroína de guerra.
—¡Odio ese apelativo! ¡Te agradecería que no volvieras a usarlo! —interrumpió con energía pero sin alzar la voz. También se había levantado y lanzaba una filosa mirada fija en él.
Draco hubiera querido decirle alguna de sus acostumbradas frases hirientes, pero quizá el alcohol ya había matado buena parte de sus neuronas porque no se le ocurrió ninguna, aunque sí fue capaz de mantener ese duelo de miradas que protagonizaron hasta que ella reaccionó.
—Lo siento… —se disculpó con voz queda y llevando sus manos nerviosas al cabello—, ya te dije que cuando tengo esas pesadillas no soy yo misma.
Ella se volvió a sentar y Draco se dirigió a su dormitorio nuevamente. Después de esa conversación necesitaba mucho ron. Al pie de la cama, conjuró la bebida y la mantuvo intacta por unos minutos, haciéndola girar dentro del vaso. Cerró los ojos, acercó el recipiente a la nariz y dejó que el aroma inundara sus sentidos unos segundos. Suspiró y desapareció el vaso. Se sentó en la cama y volviendo a cerrar los ojos, se concentró en vaciar la mente.
La última vez que había hecho lo mismo, Voldemort estaba sentado a la cabecera de la gran mesa del comedor en Malfoy Manor y él debía hacer un gran esfuerzo por no mostrar el odio que le tenía a ese trastornado mestizo que amenazaba a su familia con matarlos ante el menor error.
Sin alcohol en sus venas fue mucho más fácil alzar los muros y se recriminó a sí mismo no haber recurrido a la Oclumancia con más frecuencia, prefiriendo emborracharse. Rato después, habiendo dominado sus sentimientos, tomó uno de los libros muggles que había estado leyendo y sentándose en el sillón cerca de la ventana, deseó que ese domingo terminara rápido y Potter trajera alguna otra novedad.
