—24—. ORGULLO.
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N/A. Advertencia para este capítulo: descripción de un leve ataque de pánico y pensamientos suicidas.
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Draco había despertado con un delicioso aroma inundando su habitación que le había abierto el apetito. La puerta estaba abierta y escuchaba murmullos en la cocina. Supuso que serían Potter y Granger, y eso le puso los nervios de punta. Él había bajado la guardia y podía decirse que había cambiado su actitud con ella; internamente sentía que a raíz de lo ocurrido horas atrás, implícitamente habían hecho una tregua. Pero ahora estaba también Potter y eso le provocó algo de ansiedad.
Solo habían estado los tres juntos en dos ocasiones y en la más reciente, las cosas no habían terminado bien. Intentó recurrir a la Oclumancia como horas atrás, pero a pesar del duro entrenamiento con Bellatrix, no logró concentrarse pues recordaba que ambos se habían declarado abiertamente su odio la última vez que cruzaron palabras. Se maldijo por no haber tenido el valor de marcharse cuando había tenido la oportunidad; se hubiera evitado el mal momento que, vislumbraba, estaba por vivir. Intentó imaginarse sentado con la pareja en esa pequeña mesa del comedor y una punzada de dolor le atravesó la sien derecha.
Valoró cerrar la puerta. Estaba sobrio y sería pan comido, pero algo en su interior se lo impedía, diciéndose que después de lo que había pasado con Granger esa madrugada, no tenía una excusa válida para encerrarse. Maldijo nuevamente. Se estaba ablandando y lo odiaba. Odiaba sentirse en deuda, pero odiaba aún más esa voz que tenía en su interior y le hablaba tan claro. ¿Desde cuándo tenía conciencia? Estaba a punto de conjurar un vaso cuando escuchó pasos acercándose. Dudó entre fingir que dormía o que leía o…
—Malfoy —llamó ella en el umbral de la puerta antes de que decidiera qué hacer. Alzó su mirada y vio que traía en la mano un vaso con cerveza de mantequilla—. Harry ha vuelto y ha preparado una deliciosa cena para celebrar San Valentín. ¿Te gustaría acompañarnos?
Draco pudo constatar que estaba nerviosa. No la culpó. No era la primera vez que le ofrecía algo y él se rehusaba. Los segundos pasaban. Ella se acercó unos pasos más.
—O si lo prefieres, te traigo un plato acá. Esto también es para ti… —señaló la bebida en su mano—. Pero sería bonito si…
—No me hagas reír, Granger. ¿Sería bonito que me uniera a los dos tórtolos? —inquirió con desdén a sabiendas de que probablemente Potter había escuchado su comentario desde la cocina, y que quizá saldría en defensa de la chica, quien frunció el ceño evidenciando su molestia—. ¿Acaso no te escuchas a ti misma? ¿Por qué precisamente iba yo a querer estar con ustedes en una misma mesa un día como hoy? ¡Yo no tengo nada qué celebrar! Ni siquiera somos amigos.
—¡Eres imposible! —espetó con irritación apretando con fuerza el vaso. Creyó que iba a quebrarlo.
—Gracias por el cumplido —dijo con sarcasmo y sonrisa falsa—. Ya te dije que no soy tu proyecto de caridad y…
—Vamos a estar en el comedor —lo interrumpió alzando su rostro con aquel aire de suficiencia que tan bien recordaba. Hablaba con fingida calma—. Si en algún momento tu hambre es mayor que el orgullo y decides acompañarnos, serás bienvenido, porque, quizá no somos amigos, pero al menos somos conocidos, compañeros en este apartamento. En todo caso, si su real majestad no quiere contaminarse con nuestra presencia, un plato con comida quedará en el horno y podrás comértelo frío cuando nos hayamos retirado a dormir.
Y se fue, dejándolo con la palabra en la boca y con la sensación de que esta vez, su arrogancia no le había dado la victoria. Se sintió como un niño berrinchudo al que de nada le había valido tirarse al piso a exigir y en lugar de enojarlo, le hizo sonreír. Evidentemente Granger se había cansado de seguirle el juego. Se lo había demostrado el día anterior cuando desapareció la canasta, y ahora volvía a hacerlo. Ella no iba a rogar; ya no se dejaba amedrentar por sus arrebatos. Era muy claro el mensaje. Si quería acompañarlos, bueno, y si no, también. Ella había levantado la bandera blanca de la paz y estaba en él si hacía una tregua, o mejor aún, si cambiaba de actitud, dejaba de tenerse lástima y enfrentaba lo que se le iba presentando en la vida como siempre debió ser.
Soltó la coleta del cabello y se pasó las manos por la cabeza con desesperación. El barullo en su mente no le dejaba pensar con claridad. Las palabras de Potter se repetían una y otra vez: «no eres más que basura aristocrática, un perdedor, el cretino más grande del mundo, un idiota inmaduro que quiere dar lástima, me das pena y asco». En aquel momento no lo había querido aceptar, pero esas palabras le habían dolido más que si hubiera estado postrado a los pies de su enemigo y este le hubiera propinado una estocada en el corazón. Él tenía muchos meses tratando de callar su dolor y en lugar de gritarle a la vida sus penas, se había dejado llevar por el vicio del alcohol para olvidar y si topaba con suerte, morir; pero ninguna de las dos cosas había pasado: seguía vivo y los recuerdos más frescos que nunca.
Entonces pensó que quizá había llegado la hora de enfrentar sus miedos. La vida parecía estarle dando otra oportunidad que ciertamente él no había pedido. En todo caso, debido a la ayuda de Granger al sacarlo de su miseria ahora tenía, o más bien, quería demostrarle a Potter y al mundo entero que estaban equivocados, que él ya no era más un despojo humano que no había sabido canalizar adecuadamente la consecuencia de sus actos. Se prometió a sí mismo que no iba a volver a permitir que nadie tuviera ese tipo de palabras para referirse a él. Era hora de utilizar su orgullo Malfoy para algo positivo.
Sin embargo, no sabía cómo hacerlo. Potter evidentemente había sido más humilde que él pues había ido al hospital a interesarse por la salud de su madre. Se preguntó nuevamente si él hubiera hecho algo así por su enemigo de haber sido al revés las cosas. Y ahí estaba de nuevo ese sentimiento que odiaba: el agradecimiento, el sentirse en deuda.
Resopló con furia y se levantó. No tenía un espejo en su dormitorio pero otra vez usó la ventana, la cual le devolvía un tenue reflejo de sí mismo. La extrema delgadez, el ceño fruncido, las ojeras… levantó la manga izquierda de la camisa y observó aquella maldita cicatriz que había reemplazado a la Marca Tenebrosa y que jamás volvería a sentir como quemaba sus músculos y huesos alrededor, pero que lo condenaba de por vida como un asesino aunque él no había matado a nadie; esa marca que se suponía significaba poder y debió hacerlo sentir superior en algún momento por pertenecer a la élite del Señor Oscuro, pero que por el contrario, significaba que había sido su esclavo. Esa marca que ahora era su vergüenza y era la causa de que a pesar de su pureza de sangre o dinero, no fuera más que un paria de la sociedad. Esa marca que no solo se había tatuado en su piel sino también en su alma.
Estos pensamientos le provocaron que nuevamente escuchara los gritos en su mente, aquellos que lo atormentaban en sus sueños, y de pronto no podía respirar, como si una mano estuviera presionando su garganta, como si sus bronquios se hubieran cerrado impidiendo el paso del aire, y reconoció que eso le había pasado otras veces y que solo había una solución, pero no quiso ceder al impulso de beber alcohol hasta caer en la inconsciencia. Sintió que debía ser más fuerte que ese vicio en el que se había hundido, más fuerte que los demonios que insistían en hurgar en su psique.
Limpió con el dorso de una temblorosa mano las gotas de incipiente sudor sobre su frente, luego cerró su mente a esos recuerdos e intentó calmar su respiración siendo completamente consciente de cómo entraba y salía el aire por la nariz, esto por varios minutos hasta que se sintió cansado. La última vez que había usado esa técnica, estaba demasiado sobrio para lanzarse al vacío en un paraje montañoso con un valle a sus pies al que había llegado. Era únicamente tomar un pequeño impulso y habría sido tan fácil simplemente caer… nadie se hubiera enterado, nadie lo hubiera encontrado en ese alejado lugar… Quizá algún animal se comería lo poco que tenía como músculo y luego sus huesos se volverían polvo. Pero una vez más, no tuvo el valor a pesar de una voz en su interior que lo animaba a no dudar, prometiéndole entre susurros, alivio a sus penas.
Abriendo los ojos volvió la mirada hacia el interior del antebrazo, con cierta dificultad bajó la manga a su lugar y metiendo las manos en los bolsillos para intentar controlar el temblor en ellas, se infundió el valor que nunca había tenido, recordando unas palabras que le había dicho Snape tiempo atrás. «El miedo está presente en cada decisión que tomamos y nos puede hacer cometer errores imperdonables. Pero al miedo no se le vence: hay que asumirlo como parte de la vida. Ser valiente no es no tener miedo; es enfrentar el destino con la cabeza en alto, por más terrible que lo percibamos, aunque no tengamos la fortaleza para hacerlo».
Sabía que siempre iba a encontrar personas que lo señalarían por su pasado, que lo insultarían, incluso puede que intentaran atacarlo en busca de venganza, sobre todo ahora que todo estaba tan reciente, pero no tenía que dejar que eso echara para atrás su decisión de salir adelante. Debía empezar por perdonarse a sí mismo si quería que los demás lo perdonaran. Y qué más prueba que la que se le ponía al frente: tratar de llevar la fiesta en paz con Granger y Potter, sus acérrimos rivales durante el tiempo en Hogwarts. De pasar con éxito esa prueba, sabía que podría conseguir lo que fuera en un futuro. Y lo único que debía hacer era salir de su dormitorio y sentarse a comer con ellos esa noche que, irónicamente, el mundo celebraba el amor y la amistad.
Trató de buscar en algún rincón de su ser aquella seguridad que siempre lo había caracterizado aún en los momentos más difíciles; intentó poner un porte más altivo que para nada iba con aquel cuerpo demasiado delgado y su mirada triste, pero con aire despreocupado, se amarró nuevamente el cabello, pasó una mano a escasos centímetros de su ropa para emitir un calor que alisó las arrugas y se dirigió hacia la cocina con los nervios tan a flor de piel, que le recordó el día de su juicio.
Física, mental y emocionalmente estaba roto, pero ahora se le presentaba una oportunidad de redimirse o enmendarse y no la iba a desperdiciar.
