—25—. LA VIDA CONTINÚA.
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Cuando Draco salió de su habitación, Harry se sorprendió por el cambio. No era solo la ropa o la apariencia física. Había algo en su actitud que lo hacía verse diferente. Supo que probablemente había hecho un gran esfuerzo para dejar su arrogancia de lado y presentarse ante ellos, y se propuso no provocarlo para intentar aligerar el ambiente.
Hermione estaba sorprendida de verlo acercarse e inmediatamente le señaló el espacio libre a su lado colocando sobre la mesa la cerveza de mantequilla que le había ofrecido minutos atrás y luego un plato limpio.
—Sírvete lo que quieras —le dijo más complacida de lo que se merecía el recién llegado, quien, por única respuesta, asintió.
Fue una cena tranquila y mayormente en silencio por parte de Draco y aunque Hermione trataba de que participara en la conversación, él se mantuvo retraído. Se había servido más bien poco y después del postre, le agradeció a Harry por visitar nuevamente a su madre esa tarde y por la comida, y se retiró a su dormitorio, esta vez cerrando la puerta.
Hermione había comido algo para satisfacción de Harry y después él la acompañó a acostarse, arropándola como si de una niña pequeña se tratara. Había sacado de uno de los cajones inferiores de la cómoda de la muchacha, un encendedor y una ya empezada vela aromática de lavanda, manzanilla y palo santo contenida en un recipiente de vidrio que él le había regalado; colocándola en la mesa de noche la encendió con el fin de que ella se relajara y tuviera un sueño reparador.
A Hermione le conmovían esos pequeños detalles que Harry tenía con ella. A pesar de no haber crecido con el amor de una familia, poseía un desarrollado instinto paternal; sin duda, algún día sería un excelente padre.
—¿Segura que no deseas que me quede un rato a tu lado?
—No es necesario, en serio, Harry. Estoy segura que hoy dormiré mejor.
—Dejaré la puerta abierta por si acaso me necesitas. —La joven asintió. Harry besó su frente y le apretó una mano con cariño. Hermione prácticamente se durmió apenas puso la cabeza en la almohada.
Hermione se había asegurado de que los planes de Draco sobre trabajar siguieran en pie, y dos días después, ella tenía noticias para él.
—En uno de los invernaderos que provee a la floristería, están requiriendo a alguien que tome los pedidos por teléfono y compruebe que se entreguen a tiempo. Lo mejor de todo es que no están solicitando experiencia, sino alguien joven y proactivo. Eres inteligente. Estoy segura que aprenderías rápido la dinámica en ese lugar. Creo que puede que también tengas que, en temporada alta, ayudar a quitar la mala hierba, mover macetas, regar las plantas, aplicar fertilizantes...
—¿Qué es un tel…?
—Teléfono. Es un aparato muggle que usan para comunicarse, como llamar por la Red Flu pero no ves a la persona, solo la escuchas. Tiene un timbre que significa que alguien está llamando y solo debes levantar el auricular y hablar. Son tareas en realidad sencillas. Lo harías bien. Eso sí, el horario es de lunes a viernes, de siete de la mañana a cuatro de la tarde. Te tocaría levantarte temprano. —Draco hizo un gesto de que eso no le importaba—. También existe la opción de trabajar en una panadería. La muchacha que la atiende está por acogerse a su licencia por maternidad y necesitan quien la reemplace por ese tiempo, pero si me preguntas, creo que es mejor la opción del invernadero.
—¿Y qué debo hacer ahora?
—Si te interesa alguno de los dos, o los dos, haremos unas citas para que te entrevisten y veas las condiciones. Horario, salario, todo eso. Puedo ayudarte, si gustas. Y también podría acompañarte a las entrevistas, si lo deseas.
—Con las citas y que me enseñes a cómo llegar a esos lugares creo que será suficiente. Necesito dinero para poder mantenerme por mi cuenta y para buscar un lugar donde vivir.
—Ya te había dicho que no tienes que irte —se apresuró a aclarar para asombro de Draco—. Entre los muggles es muy común el compartir gastos para poder ahorrar más dinero. Este apartamento tiene tres dormitorios. Puedes quedarte y nos dividimos todo entre los tres; eso, por supuesto, significa que te tocará cocinar y hacer tú mismo el aseo de tu ropa y tu dormitorio...
—No tengo mi varita.
—¿Y?
Draco pareció entender el punto de la joven.
—Sin magia... —susurró muy despacio.
—Siempre puedes ir por ella. O será otra de las cosas que debes aprender al estilo muggle. —Le guiñó—. Por lo pronto, puedo hacerte un préstamo y así te compras algo de ropa.
Draco se vio a sí mismo con aquella ropa vieja de Harry que ella nada más cambiaba de color a negro y a Hermione le pareció que su mirada se iluminaba. Evidentemente eso había sido buena idea.
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Draco tenía un mes de estar trabajando en el invernadero y aunque al principio no fue nada fácil, poco a poco se fue acostumbrando a su nueva rutina viviendo un día a la vez, pensando solo en el presente, luchando contra el deseo de beber alcohol o la idea de desaparecer del planeta, intentando sanar en su interior, tratando de reconciliarse consigo mismo, luchando con la sensación de estar respirando bajo el agua, recomponiéndose pieza por pieza.
A veces se sentía incluso feliz.
Estaba orgulloso de sí mismo al haber encajado tan bien en ese estilo de vida: había aprendido a usar el teléfono, la computadora, la impresora, el televisor y se admiraba de lo que los muggles hacían con ese tipo de tecnología. Pero no solo eso; había descubierto que eran capaces incluso de llegar al espacio, caminar en la luna, tomar fotografías de otros planetas sin salir de la Tierra. ¡Y todo eso sin magia! Los muggles no eran, ni de lejos, lo que le habían hecho creer.
Había justificado su extrema delgadez al haber pasado una grave enfermedad; así nadie preguntaba sobre su aspecto físico ni prestaban atención cuando los primeros días aparecieron algunos síntomas del síndrome de abstinencia, sobre todo cansancio, taquicardia y sudoración que él contrarrestaba con las pociones que le daba Hermione.
Su cuerpo, luego de meses de abusos, mala alimentación e insomnio, se resintió mucho al principio, y terminaba la jornada deseando llegar a bañarse con agua caliente para relajar los músculos. No recordaba haber sudado tanto, ni siquiera cuando jugaba al Quidditch, pero como su prioridad era mantener la mente ocupada para no pensar en el pasado y así evitar la depresión, le agradecía a Merlín que su trabajo cumpliera bastante bien con sus propósitos pues, fuera del momento dedicado al almuerzo, no tenía un minuto de descanso y debido al cansancio diario, poco a poco había ido desapareciendo también el insomnio pues caía rendido por las noches.
No solo se dedicaba a labores de oficina. Con tal de aprovechar su tiempo libre, se había interesado por aprender sobre las tareas agrícolas que se hacían en el invernadero: siembra, recolección y poda de cultivos, preparación de la tierra, preparación de fertilizantes y plaguicidas, entre otros. Herbología nunca había sido su materia preferida, pero eso había cambiado, pues Draco se sentía útil en aquel lugar rodeado de plantas que iban creciendo gracias a sus cuidados.
El salario era muy bajo para mantener el estilo de vida al que estaba acostumbrado antes de la guerra, pero más que suficiente para su nueva y tranquila manera de vivir, sobre todo tomando en cuenta que había sobrevivido prácticamente con nada durante siete meses.
Con la primera quincena había pagado a Hermione lo de su guardarropa nuevo, que consistía en dos pantalones jeans y cuatro camisetas de algodón con cuello redondo, un par de zapatos tipo casual y otro para trabajar, medias, ropa interior y algunos artículos de higiene personal. Nada de lujo, nada de ropa hecha a la medida, pero sí práctico para sus labores diarias; nada que se pareciera al antiguo Draco pero siempre en color negro o gris oscuro. ¿De verdad un perfume de buena calidad podría costarle casi medio salario? Sonrió ante la ironía de ahora tener que cuidar cada libra esterlina que ganaba.
Con el segundo pago había comprado algo de víveres y ayudado con el alquiler del apartamento. En realidad, su presencia en él casi no se notaba por lo que la vida de Harry y Hermione, quitando los primeros días que estuvo con ellos, poco o nada se había modificado con su llegada.
Luego de haber vivido una vida llena de magia, lujos y elfos a su disposición, desconociendo completamente cómo se llevaba una casa, cómo se abastecía una despensa, cómo llegaba su ropa limpia a su dormitorio o cómo se preparaba desde una simple taza de té hasta el plato más elaborado, descubrió que se sentía bien aprendiendo sobre esos oficios domésticos, haciendo cosas por sí mismo. Ocasionalmente iba al supermercado y guardaba las compras en su lugar, los sábados usaba el centro de lavado, lo que por cierto, odiaba a pesar de que se facilitaba por ser toda su ropa oscura y lavaba y guardaba lo que usaba en la cocina.
A pesar de lo poco que aún comía, con el paso de las semanas y sintiéndose más en confianza, había aprendido a usar algunos electrodomésticos para poder prepararse su desayuno aunque con la cena había tenido más problemas, por lo que Hermione, con quien empezó a relacionarse más, sobre todo los fines de semana, le había regalado un delantal y un libro de recetas y le había explicado que cocinar era como hacer una poción, algo en lo que él siempre había sido sobresaliente.
Harry y ella seguían cocinando, pero Draco experimentaba con sus propias cenas y lentamente había ido mejorando e incluso comía más cantidad si era preparado por él mismo. Su primer gran triunfo fue preparar un perfecto chocolate caliente con vainilla y mucho azúcar, su bebida favorita para el desayuno. Con frecuencia y a pedido de él, Hermione probaba lo que preparaba y bromeaba con que lo iba a nombrar «cocinero designado» de la casa, algo que lo hacía sentir bien.
Si hubiera tenido la habilidad de predecir el futuro, quizá hubiera optado por Estudios muggles en Hogwarts en algún momento de su etapa escolar, pero el Draco Malfoy de años atrás jamás se hubiera rebajado a llevar tan denigrante materia. Además, si la muerte de la profesora Burbage le había causado una intensa impresión emocional sin haberla tratado, de haber sido su alumno probablemente lo hubiera dejado peor que si hubiera recibido el beso de un dementor. En todo caso, ahora que debía hacer esas tareas por sí mismo, casi admiraba que los muggles hicieran tantas labores sin una varita y en cierto modo se asombró lo que por tantos años ni siquiera imaginó que pasaba a su alrededor y que hacían muchos elfos en la mansión o en el colegio. Se encontró así mismo agradeciendo a esos pequeños seres que habían facilitado tanto su vida durante dieciocho años.
Y, contrario a lo que hubiera pensado años atrás si se hubiera imaginado viviendo con una nacida de muggles y un mestizo criado por muggles, todo eso se sentía normal, se sentía bien; no había diferencia ahora que ninguno usaba la magia y sin embargo, no se había sentido amenazado o contaminado por convivir tan cercanamente con ellos.
Draco incluso había congeniado con dos compañeros de trabajo, Callum y Jacob, quienes en cierto modo, le recordaban a Theo y Blaise; se podía decir que eran lo más cercano a una amistad verdadera que tenía en ese momento. Había salido un viernes con ellos y se sorprendió lo fácil que era ser él mismo y encajar en el mundo que le habían enseñado a odiar. Después de esa salida, de vez en cuando accedía a acompañarlos a lugares con otros amigos o a ver un partido de fútbol entre Liverpool y Chelsea. Callum iba con el primero y Jacob al segundo y Draco poco a poco se involucraba con ese deporte que vino a llenar el vacío que había dejado el Quidditch.
Debido al problema con el alcohol, Draco se había puesto como límite no más de dos cervezas o dos tragos de whisky por salida, consciente de que una vez que pierdes el control, recaes en el vicio. Tampoco es que saliera mucho, pues prefería la tranquilidad de su pequeño dormitorio.
Semanalmente, Draco le enviaba flores a su madre por medio de Kreacher, el único uso que hacía de la magia. Aunque Narcissa tenía su propio invernadero y jardín, era un detalle que sabía que ella apreciaría por venir de él. Le adjuntaba cortas notas diciéndole que estaba bien y que deseaba que siguiera mejor de salud y que en un futuro cercano la visitaría. Seguía estando muy delgado, pero había mejorado mucho su aspecto físico pues obviamente se alimentaba mejor que los meses de indigencia; pero anímicamente aún no se sentía preparado para enfrentar a sus padres y las múltiples preguntas sobre su desaparición. Tampoco a sus antiguos amigos. Sabía que se preocupaban por él, pero lo último que quería en ese momento de la vida era dar explicaciones.
También le había escrito una pequeña nota a Rita Skeeter con la intención de que dejaran de publicar especulaciones sobre él y su familia. No dio explicaciones pero sabía que su madre necesitaba tranquilidad y tener la prensa rosa detrás de ella no ayudaba. Supo después que El Profeta había publicado un pequeño comunicado diciendo que él los había contactado aunque «el lugar de su residencia actual seguía siendo un misterio». Esa mujer era obstinada pero al menos esperaba que no insistiera en lo de su desaparición por un tiempo.
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Cierta tarde a mediados de abril, Draco llegó de su trabajo y encontró a Hermione recostada en el sofá con una bolsa caliente sobre su abdomen y con Crookshanks a su lado en actitud protectora. Por lo visto, no había ido a trabajar ese día o había regresado temprano, algo muy inusual en ella. Había acercado la mesa de centro y colocado una taza de vidrio a medio llenar con un líquido ámbar que aún humeaba.
—¿Estás enferma? —inquirió con curiosidad desde el umbral de la puerta principal.
—Pues... enferma no es el término correcto... Pero... digamos que no me siento muy bien hoy... Cosas de mujeres...
—¿De mujeres...? —preguntó, pero inmediatamente se arrepintió imaginando la situación. Muchas veces había escuchado a Pansy quejarse de lo molesto que eran algunos días del mes, además de sus cambios de humor. Por lo general, una poción que Madame Pomfrey le daba quitaba los molestos síntomas—. Ah, comprendo... ¿Necesitas algo?
—Ya he tomado un analgésico que compré en la farmacia y me hice un té. Pronto estaré bien… gracias. —Hizo un amago de sonrisa.
Él asintió y seguidamente se dirigió a su dormitorio donde pasaba la mayor parte de su tiempo libre. Draco seguía siendo algo taciturno con sus compañeros de apartamento, pero Harry y Hermione respetaban su forma de comportarse, conscientes de que él estaba haciendo un gran esfuerzo por adaptarse por lo que no habían vuelto a tener problemas. En todo caso, escasamente coincidían por tener cada uno horarios de trabajo muy distintos, así que no había mucho tiempo para compartir.
Las semanas siguieron pasando y entre los tres había silencios que de un pronto a otro dejaron de ser incómodos; ya no había tensión en el ambiente, cada quien vivía su vida buscando superar los temores a su manera. El trato con Harry era menor que con Hermione; si algo estaba muy claro era que ellos no eran amigos pero ambos habían aprendido a tolerar la presencia del otro. Draco escasamente se dirigía a él pero las pocas veces que lo hacía, no había insultos de por medio pues se había propuesto intentar vivir tranquilamente sin necesidad de aparentar lo que no era y dejando atrás estúpidas rencillas que ya no tenían ningún sentido y que tantos problemas le habían ocasionado a su vida. Harry, por otro lado, al no sentirse atacado, había bajado la guardia y convivía también en paz.
Conforme se fue acercando la fecha del aniversario de la Batalla de Hogwarts, los ánimos de todos fueron decayendo, aunque no lo comentaban. Pero el propio dos de mayo, que ese año había caído domingo, Harry, quien era el único al que le tocaba trabajar, había pedido el día libre y no había salido de su dormitorio hasta muy tarde. Solo Ron se había presentado en el acto conmemorativo celebrado por el Ministerio de Magia en los jardines de Hogwarts, como se dieron cuenta días después por una nota que Ginny le envió a su novio.
Harry y Hermione sentían que no había nada qué celebrar; muchos amigos habían perdido la vida en esa fecha; incluso Draco pensó en Vince con nostalgia. Recordarlos en la quietud de su hogar fue su forma de vivir su duelo esa fecha.
Al final del día, Hermione compró pizza para todos, algo que Draco nunca había comido, y como si fuera lo más natural del mundo entre los tres, comentaron durante la cena y sin rencor, lo mucho que había cambiado la vida para ellos esos últimos doce meses.
—Jamás hubiera imaginado hace un año encontrarme sentado en un pequeño apartamento comiendo con ustedes dos, pero… —se veía cohibido—, también debo decir que nunca había vivido unos días tan tranquilos como los de estas últimas diez semanas.
Harry contuvo el impulso de abrir la boca con asombro y Hermione de levantarse y abrazarlo por haber sido capaz de decir algo como eso. Ambos sabían que a su manera, Draco estaba diciéndoles que estaba agradecido con ellos.
Sin saber cómo habían llegado a esos temas, de un pronto a otro estaban hablando de sus respectivas infancias.
Draco escuchó con asombro que más de una vez Harry hubiera preferido crecer en un orfanato debido a lo pésimo que lo había pasado con los Dursley, aguantando hambre, sufriendo constantes humillaciones, durmiendo en una incómoda alacena la mayor parte de su infancia, usando la ropa vieja y grande de su primo y que jamás recibió un regalo bonito en un cumpleaños o Navidad —no contaba el palillo de dientes o las galletas para perro que le dio una vez la detestable tía Marge—. La única vez que lo llevaron a pasear fue porque la señora Arabella Figg, la chiflada vecina con quien solían dejarlo y quien al final resultó ser una squib, no podía cuidarlo porque se había quebrado una pierna al tropezar con uno de sus cuatro gatos. Era el cumpleaños de su primo y fueron a un zoológico donde él, por un acto de magia involuntaria, había dejado libre a una serpiente. Harry se carcajeó recordando al malcriado de su primo y al amigo que los había acompañado aullando de terror debido a la impresión.
Irónicamente, comentó que ni siquiera lo que siempre le habían dicho de que tenía los ojos de su madre había ablandado el corazón de la tía Petunia, sino todo lo contrario: junto al parecido físico con su padre, eso había sido su perdición. Había que sumarle el hecho de que, como después descubrió Harry, para su hermana, Lily prácticamente había muerto el día que subió por primera vez al tren de Hogwarts, por lo que siempre aborreció a su sobrino, el constante recordatorio de un mundo del que Petunia había sido excluida.
Draco le preguntó cómo era que Dumbledore había permitido todo eso, pero Harry, aun sabiendo los motivos por lo que debía vivir con sus tíos, no tenía una respuesta satisfactoria, y prefería no darle rienda suelta al resentimiento. La señora Figg, bajo las órdenes del anciano mago, en cierta manera lo había «protegido», pero siempre había fingido tener mal genio para que los Dursley no dudaran en enviarla a su casa cada que tenían oportunidad, seguros de que con ella, Harry lo pasaría muy mal y así había sido la mayoría de las veces.
Hermione le explicó a Draco la profesión de sus padres y les contó lo orgullosos que siempre estuvieron de ella a pesar de sus inseguridades y miedos compensados tratando de ser la mejor en todo, pero que precisamente por eso, y por ser la rara, siempre la apartaban en su escuela muggle. Y finalmente, aunque más escueto, Draco comentó cuánto había disfrutado desde que tenía uso de razón de la compañía de Theo, quien, por el terror que le tenía al sociópata de su padre, pasaba largas temporadas en Malfoy Manor al ser huérfano de madre, lo que había sido un bálsamo en sus solitarias horas. También lo mucho que ambos niños se divertían jugando a preparar sencillas pociones con Snape desde los seis años.
—No puedo imaginar al profesor Snape jugando con dos niños pequeños —comentó Harry con asombro a pesar de que sabía que ese hombre que tanto había odiado, había sido capaz de amar tan profundamente a su madre al punto de secretamente protegerlo contra Lord Voldemort.
—Tampoco yo —secundó Hermione.
—Con nosotros fue muy diferente del que conocieron en Hogwarts, o incluso cuando únicamente estaba con los de nuestra casa. Supongo que tenía una imagen qué mantener ante los demás alumnos. Pero con Theo y conmigo siempre fue distinto; hasta nos enseñó todo lo que sabía aun cuando éramos muy jóvenes para tener conocimientos de magia avanzada. Me atrevo a asegurar que fue más paternal que nuestros padres, aunque después de que él volvió, todo cambió… para todos… A veces lo echo de menos, más que a mis propios padres, y estoy seguro que le ocurre lo mismo a Theo...
El silencio se volvió a instaurar entre ellos, pero al final, fue una curiosa velada, muy diferente de la que pudieron haber compartido tres niños inmaduros años atrás.
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Debido a que Draco había dejado el alcohol y a pesar de que casi todas las noches caía rendido por el trabajo, a menudo presentaba terrores nocturnos, por lo que Hermione le había pedido a Kreacher que le trajera su caldero y los ingredientes necesarios para preparar pociones para la ansiedad y dormir, así que algunos domingos en la tarde aprovechaban para prepararlas improvisando un mini laboratorio en la cocina.
Mientras uno cortaba o trituraba ingredientes y el otro los agregaba al caldero y removía, comentaban su semana; de fondo, la música del radio animaba el ambiente. Ya no eran unos extraños o rivales, tampoco amigos, pero sí algo parecido, y paulatinamente ella había ido viendo el cambio no solo físico sino emocional que se iba dando en él.
Físicamente era casi como el Draco del colegio, con sus modales aristocráticos, el aire de suficiencia aunque de apariencia menos rígida, más accesible, aunque también era sarcástico y en ocasiones estaba malhumorado y discutían por estupideces; pero había algo en su forma de ser, en la forma de ver la vida que ahora lo hacía muy diferente del adolescente que una vez había conocido.
