—27—. DESTELLOS DE FELICIDAD.

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El domingo treinta de mayo Draco se preparó para visitar a su madre con motivo de su cuadragésimo cuarto cumpleaños. Ella siempre había dicho que él había sido su mejor regalo de cumpleaños, aunque había nacido seis días después, y durante los primeros años del niño, lo había celebrado el cinco de junio y no el treinta de mayo. El último que habían festejado juntos como familia había sido cuando cumplió once años. Los siguientes él los había pasado en Hogwarts y ella le enviaba una dosis exagerada de golosinas ese día, al menos al triple de lo usual de cada semana, por supuesto, aparte de las que enviaba para compartir exclusivamente con su círculo de amigos.

Sabía que la manera más fácil de llegar a Malfoy Manor sin hacer uso de la varita era por Red Flu, así que debía buscar una chimenea que estuviera conectada. Eran pocas las personas que podían tener acceso a la mansión por ese medio y él esperaba seguir siendo una de ellas. El apartamento ni siquiera tenía chimenea, y aunque tuviera, probablemente no estaría conectada a la red mágica; tampoco quería ver a sus amigos, así que desechó esa idea.

Había analizado la situación los días previos: debía llegar al Caldero Chorreante para poder acceder al Callejón Diagon sin tener que pedir ayuda a Granger o a Kreacher. Nunca había intentado aparecerse sin varita y temía sufrir una despartición si intentaba llegar hasta Wiltshire por ese medio, por lo que esa posibilidad también quedaba descartada. Lo último que deseaba era volver a tener a Granger curando sus heridas y comentando sobre la idiotez que había hecho; y tampoco quería molestar al elfo por lo que solo dejaba una opción. Usar transporte público.

Investigó los horarios del tren y la ruta a seguir una vez que llegaba a la estación en Londres. Ya lo había usado antes, pocas veces, y en las noches cuando iban más vacíos, sobre todo para trayectos cortos; no obstante, pensar en eso le heló la sangre pues el viaje hasta Londres era de varias horas, pero si no había otra posibilidad, nada qué hacer. Si quería llegar a Malfoy Manor, debía llenarse de paciencia.

Para su buena suerte, el viernes anterior poco antes de terminar su jornada laboral se había enterado que el señor Callaghan, su patrón, casualmente iba a Londres en automóvil ese domingo. Viendo la oportunidad de que en poco más de dos horas estaría en la capital, se animó a preguntarle si lo podía llevar. El señor aceptó encantado de tener compañía para el viaje y acordaron la hora de salida para muy temprano en la mañana.

Solucionado el asunto del transporte, para pasar desapercibido en el lado mágico había comprado una gabardina con capucha para cubrir su tan característico color de cabello. También había comprado en la única tienda elegante del pueblo, ropa lo más adecuada a su antigua situación: camisa tipo oxford manga larga, corbata, pantalón, faja y saco, todo por supuesto, en color negro. El conjunto completo le había costado el salario de medio mes, pero valía la pena. No quería que su madre se llevara una mala impresión pues lo último que quería era preocuparla.

La mañana en cuestión se levantó muy temprano y en el pequeño espejo del cuarto de baño, comprobó que había ganado algo de peso en los más de tres meses que tenía de vivir en el apartamento. No tenía su apariencia de antes pero eso no le preocupaba; ya no.

Se bañó, rasuró y peinó pulcramente como lo hacía sin tener que usar la magia, vistió su ropa nueva —excepto el saco y la gabardina, las cuales redujo de tamaño murmurando Reducio, un encantamiento sencillo para realizar sin varita, y los introdujo en un bolsillo del pantalón— y se observó en el espejo. Casi lucía como antaño.

Cuando salió del apartamento Potter y Granger aún no se habían levantado; esa había sido precisamente su intención. Ellos no se metían con él, ni él con ellos, pero sabía que llamaría la atención si lo veían vestido tan formal. Caminó hasta el punto de encuentro con su jefe y esperó por escasos minutos.

Draco nunca se había montado en un automóvil, pero ese tipo de situaciones ya no lo incomodaban. Eso sí, tenía muy claro que no podía estar haciendo esos viajes si quería seguir visitando a su madre, así que había decidido que de regreso traería la varita consigo. Se había acostumbrado a vivir sin magia pero sabía que para muchas cosas, la magia facilitaría su vida sobre todo en temas del transporte para largas distancias.

El viaje a Londres se le hizo eterno, sobre todo porque, por más que Draco trató de conversar sobre temas al azar, el señor Callahan estaba muy intrigado por su atuendo y el motivo para visitar Londres. Evidentemente debió haber adivinado que algo así pasaría cuando su apariencia de empleado en el invernadero no era ni cerca lo que llevaba esa mañana; debió haberse puesto el jeans y la camiseta y cambiarse después pero con la ansiedad que tenía de visitar la mansión después de tantos meses ausente, no lo previó.

Él le dijo que visitaría unos familiares que hace mucho no veía; tampoco quiso sacar al hombre de su error cuando al bajarse del automóvil a dos cuadras de la calle Charing Cross, le dio las condolencias. Aparentemente creía que iba a un funeral a pesar de que él siempre vestía de negro. Se limitó a asentir y murmurar las gracias y caminó hasta la calle donde los muggles pasaban distraídos con las otras tiendas alrededor por lo que no reparaban en el Caldero Chorreante, la famosa taberna exclusiva para magos.

Por la hora y el día, había muchas personas en Londres y para no llamar la atención pues no hacía frío, se colocó el saco y la gabardina hasta que estuvo a las puertas del lugar. Había usado esa entrada el día que había huido de la mansión, así que no era nuevo para él. En el momento en que cruzó el umbral, sintió el intenso ambiente cargado de magia perceptible únicamente por tener tantos meses de no sentirlo a su alrededor puesto que ni siquiera en el pequeño apartamento donde vivía se usaba. Un escalofrío erizó sus brazos y sintió que iba a sonreír por la situación pero al recordar para dónde se dirigía, todo se desvaneció.

Para no llamar la atención, caminó con parsimonia hacia la chimenea del Callejón Diagon y con los polvos Flu en la mano, y sintiéndose nervioso por lo que le esperaba, meditó en lo irreal que le parecía regresar a su casa, sobre todo cuando había casi jurado nunca volver. Pero ahí estaba, a escasos segundos de pisar el hogar que lo había visto nacer, por su madre, por su cumpleaños… siempre por ella. Por ella, ese día intentaría no traer malos pensamientos a su vida y hacerla feliz.

En el instante en que puso un pie en la chimenea, se dio cuenta que no había llegado al antiguo salón —donde habían ocurrido tantos eventos que prefería no recordar—, sino a uno más pequeño localizado al otro extremo de la mansión, y en cierto modo, eso fue un alivio. Un elfo hizo su aparición y empezó a brincar de contento alrededor de él hasta que llegaron los señores Malfoy alertados por la algarabía de la criatura, que no dejaba de decir que el ama Narcissa se pondría feliz de verlo.

—¡Feliz cumpleaños, madre!

—¡Draco! —casi gritó Narcissa debido a la felicidad.

Olvidando por completo los modales, la elegancia y la ecuanimidad que les enseñaban a los de su clase desde la más tierna infancia, se aferró a su hijo como si aún fuera un niño pequeño, a pesar de que la pequeña ahora era ella. Lo abrazaba tan fuerte y a la vez con tanto amor que a Draco se le salieron unas lágrimas y hacía todo lo humanamente posible para evitar que de su garganta saliera un sollozo. Llevaba un hermoso vestido color turquesa que resaltaba aún más sus bonitos ojos.

—Por el bien de tu madre, no vuelvas a hacernos esto, Draco; casi la matas de dolor y angustia —dijo su padre en un intento fallido de que sonara a regaño. Era evidente que él también estaba emocionado por ver nuevamente a su hijo, pero no sabía cómo demostrarlo. Lucius no era capaz de abrazar, mucho menos de demostrar emociones de afecto. Sencillamente, no sabía cómo hacerlo. No había sido educado para eso.

Draco observó a su padre, el maestro de guardar las apariencias: eso nunca cambiaría. Él jamás perdería la imagen de hombre severo y frío. Y su hijo, sabiendo esto, se limitó a asentir silenciosamente con la cabeza; aun así, vio que se había limpiado disimuladamente una lágrima para luego llevar ambas manos detrás de su espalda y quiso pensar que ese gesto era para contener sus ganas de abrazarlo. Se percató que él también estaba tratando de contener ese mismo impulso y estaba sorprendido de sí mismo por tener esos deseos, ya que en algún momento creyó haberlo odiado casi tanto como alguna vez lo respetó e idolatró, se dirigió a su madre, y la atrajo a su pecho para disimular.

—Siento haberme ido así, madre.

—Mi bebé, mi niñito, mira qué delgado estás —respondió alejándose ligeramente para tocar su rostro como si aún no se creyera que estaba frente a ella, y sin poder esconder un gesto de preocupación. El acunó su mejilla en las manos de su progenitora sin despegar sus ojos de ella. Aunque ahora comía más que meses atrás, no lo hacía en la cantidad de sus tiempos de abundancia y la recuperación del peso no había sido tan rápida como hubiera querido.

—Estoy bien, madre —le dijo con voz cohibida pero tratando de sonreír para tranquilizarla. Por lo general, ella evitaba las muestras de cariño frente a Lucius sabiendo que a su marido le disgustaban, pero evidentemente, después de tantos meses de ausencia no se estaba contendiendo y, como años atrás, Draco se sentía algo avergonzado pero sobre todo, con temor de la reacción del patriarca. Segundos después, Narcissa se soltó del abrazo para verlo de pies a cabeza y con un rápido movimiento de su mano, el cabello del joven quedó libre de la coleta—. Te queda muy bien así, ¿cierto, Lucius?

Su padre asintió y ella volvió a abrazarlo como si deseara pegarse a él y nunca volverse a separar. «Si tuviera el poder de volverte un recién nacido y llevarte de nuevo en mi vientre, lo haría si con eso pudiera protegerte del mundo», recordó que le decía en aquellos tiempos oscuros que habían vivido, cuando, a escondidas de Lucius se escapaba unos minutos para acostarse en su cama y abrazarlo tan fuerte que a veces dolía.

—Fueron meses de mucha angustia, Draco. Eres mi hijo y no hay nadie que ame más que a ti —le susurró a su oído pero Lucius evidentemente alcanzó a escuchar y emitió un resoplido de fingido enojo—. Nunca lo olvides, mi amor. Mi corazón me decía que estabas vivo, pero el no saber exactamente dónde estabas aquellos meses, fue una verdadera tortura.

—Perdóneme, madre —murmuró—, pero necesitaba salir de todo este encierro, no solo físico, sino mental. Sé que estaba preocupada y que fui un mal hijo ese tiempo que no supo nada de mí, pero para ser sincero, no me detuve a pensar en lo angustiada que pudiera estar por mi causa… Ahora estoy consciente de que no merecía sufrir así por mí cuando usted solo me ha dado amor, pero necesitaba darme un respiro después de todo lo sucedido. Espero que lo entienda.

—Lo importante ahora es que estás acá.

—No he venido a quedarme, madre —aclaró, lo que provocó que ella se decepcionara—, pero quería visitarla hoy por su cumpleaños.

—No…

—Por favor, madre, no quiero tener disgustos con ustedes hoy. Únicamente he venido de visita pero…

—Está bien, Draco —interrumpió la voz pausada de Lucius saliendo en su rescate y poniendo una mano sobre la espalda de su madre, acción que inmediatamente la calmó—, Cissy lo entiende… y yo también. Eres un adulto, y suponemos que durante este tiempo has hecho una vida y bueno, supongo que ya nos contarás. Lo importante es que estás acá y le has dado una hermosa sorpresa por su cumpleaños. —Su esposa asintió con comprensión.

—Si no quieres volver a la mansión, al menos sigue en contacto como estos últimos meses… Por favor, no vuelvas a desaparecer de nuestras vidas, Draco. El tiempo que no supe de ti fue una pesadilla. —No se cansaba de abrazarlo.

—Casi la matas… Volvió a la vida cuando escribiste.

Draco besó amorosamente las manos de su madre y luego ella lo guió hacia otra habitación donde también pudo apreciar varias remodelaciones.

Por órdenes de su madre, los elfos prepararon para el almuerzo algunos de los platos que ella consideraba eran sus favoritos y también un pastel de cumpleaños. Narcissa insistió en celebrar también los diecinueve años de su hijo como lo hacían en su infancia y no dejaba de decirle lo mucho que lo había extrañado en los once meses que él había estado ausente.

Draco no quiso ahondar mucho en lo que había estado haciendo todo ese tiempo; se contentaron con la versión de que se estaba tomando un tiempo para sí mismo. Tampoco fue necesario mencionar a Granger y lo que habían planeado. Sus padres estaban tan felices de verlo que en realidad no habían preguntado mucho, para alivio suyo.

Él prometió seguir en contacto como venía haciendo y visitarlos con más frecuencia. Eso sí, les aclaró que no quería que nadie del mundo mágico supiera de su regreso e insistió en que su domicilio seguiría en el anonimato. También debían prometer no usar más rastreos en las cartas pues él seguía pidiéndole a Granger que duplicara los pergaminos como prevención. Ellos aceptaron si era la condición para mantener una comunicación constante con él.

Horas más tarde, Draco entró a su dormitorio; todo estaba pulcro como siempre gracias al trabajo de los elfos, pero pasó la mirada por cada rincón y sintió que nada de lo que tenía al frente era suyo. Los lujosos cortinajes, la impecable alfombra, la elegante cama con dosel, los muebles de fina madera…

Se percató de que, irónicamente, ahora que trabajaba entre muggles y vivía una vida sin magia lejos de todo lo que le recordaba su pasado, se sentía mejor que cuando estuvo rodeado de lujos en Malfoy Manor. Nadie en el invernadero lo juzgaba, pasaba desapercibido en aquel sencillo pueblo, y hasta había ganado algo similar a unos amigos en el trabajo ante quienes no tenía que fingir grandeza ni superioridad. Incluso se llevaba relativamente bien con sus antiguos enemigos del colegio.

Sin embargo, por más que había fingido que no pasaba nada, estar en la mansión había removido muchas cosas que odiaba recordar y que le habían provocado que le doliera la cabeza a nivel de las sienes, extrañando la tranquilidad que tenía en el apartamento. Sabía que algún día debía enfrentarse a eso también, pues por más remodelaciones que había hecho su madre intentando borrar lo que había pasado entre esas paredes, él seguía viendo oscuridad y tristeza en cada habitación.

Sobre la mesa de noche estaba el anillo con una serpiente grabada que su padre le había regalado cuando llegó a tercer año. Lo acarició y sintió algo de nostalgia por aquellos años pero a la vez sintió que ya no lo representaba. Había dejado de usarlo recién regresó a casa después de la batalla final. Era parte de su pasado y ahí debía quedarse.

Abrió el cajón y adentro estaba la varita que había adquirido después del juicio y que escasamente había usado en los pocos días que estuvo en casa después de eso; era de madera de haya de treinta centímetros con una pluma de fénix en el núcleo y algo flexible. La tomó con la mano derecha y como si fuera la primera vez en su vida que percibía la magia, sintió como sus poderes se magnificaban y podían fluir a través de ese objeto por lo que pensó en varios encantamientos que lo hicieron sonreír al manifestarse.

Aunque en algún momento había echado de menos su antigua varita de endrino y pelo de unicornio, después de que Potter había derrotado con ella al Señor Oscuro no quiso saber su destino final y prefirió comprar una nueva que no le trajera tan malos recuerdos: desarmar a Dumbledore, lanzar maldiciones imperdonables, otras tareas de mortífagos…

No pudiendo aparecerse desde la mansión debido a las protecciones mágicas de seguridad reforzadas aún más después de la guerra, Draco volvió al Caldero Chorreante para después aparecerse en su dormitorio del apartamento. Definitivamente había extrañado la magia para ese tipo de menesteres, aunque al vivir en un pueblo meramente muggle, debía tener mucho cuidado si no quería violar el Estatuto Internacional del Secreto Mágico.

A pesar de que lo habían celebrado días atrás, Draco recibió muchas golosinas de parte de su madre muy temprano el día de su cumpleaños y al menos ese sábado, lo pasó con Kraus en la tranquilidad de aquel pequeño dormitorio que ahora consideraba su hogar. También recibió una carta escrita por sus amigos.

«Donde quiera que estés, espero que lo pases en grande, hermano. Te hemos echado mucho de menos. Eres el único que pone a raya a Blaise» reconoció la caligrafía de Theo. «No lo mereces, pero deseo que pases un feliz cumpleaños. Te quiero aunque te hayas ido sin despedirte» fue el turno de Pansy e imaginó el gesto que haría al escribir esas palabras. «Eres un completo idiota por no responder, pero al menos haznos saber que recibiste nuestras felicitaciones por tu cumpleaños» recriminó Blaise con su espantosa escritura. «No sé la razón de que desaparecieras pero si estás luchando por tus sueños, con eso me basta. Te quiero», escribió Daphne con sus rasgos diminutos. «Y si te decides aparecer, estaremos en Cabeza de Puerco desde las seis de la tarde, brindando con whiskey de fuego por tu salud» siguió Greg.

Draco no pudo evitar sonreír internamente agradecido de que luego de su renuencia a responder las cartas anteriores, ellos aún se hubieran acordado de su cumpleaños. Había estado tan afectado que había olvidado lo que sentía cuando estaba con ellos, sobre todo a Theo, a quien conocía desde muy niño. Se dio cuenta de que los echaba de menos también.

Con ilusión, respondió agradeciendo sus felicitaciones y les aseguró que pronto volverían a reencontrarse. No estaba preparado para verlos aún, pero sentía algo similar a la felicidad, algo que lo sorprendió puesto que hacía mucho no tenía alguna razón para sentirse feliz, y tenía la ilusión de que ese año todo mejoraría, que su vida se estaba encauzando por buen camino y eso lo llenó de esperanza.