—34 —. REVOLUCIÓN DE EMOCIONES.
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Cierta tarde de viernes a finales de noviembre cuando Hermione llegó de su trabajo, Draco se quedó viéndola mientras ella le hablaba sobre su día sin percatarse de que la observaba.
Aquel lunar debajo de la oreja izquierda, los detalles del lóbulo de la oreja, una cicatriz en el cuello y otra más pequeña en la rodilla derecha, la forma en que respiraba al hablar, el brillo de sus ojos cuando tocaba un tema que le apasionaba, la forma en que inconscientemente jugaba, mientras leía, con unos mechones de cabello que escapaban de su trenza, el movimiento de sus manos cuando hablaba, las suaves curvas de sus labios… Estaba a punto de memorizar cada diminuta peca en su nariz, de volverse adicto a su dulce perfume en el que reconocía el aroma delicado y erótico del jazmín.
No sabía desde cuándo su pasatiempo favorito era mirarla y aprender a reconocer cada gesto suyo. Se preguntó qué sentiría al acariciar su cabello castaño que a veces parecía tener destellos dorados o besar ese pequeño lunar que sabía que tenía en su hombro derecho, tenerla entre sus brazos y besar sus suaves labios; y fue precisamente ese pensamiento el que lo devolvió a la realidad: ¿desde cuándo Draco Malfoy podía siquiera imaginar besar a Hermione Granger?
Malhumorado y ante una sorprendida Hermione, dio por terminada la conversación alegando que había olvidado hacer algo urgente, se dirigió a su dormitorio donde pasó unos minutos caminando para arriba y para abajo sin saber qué hacer más que buscar las llaves y un abrigo de lana para luego salir del pequeño apartamento, tirando la puerta principal con algo de furia.
Con las manos entre los bolsillos del pantalón y cabizbajo, caminó lentamente por el barrio sin importarle el gélido frío. Era de noche y vestido todo de negro, solo su cabello sobresalía. Dejó que sus pasos lo llevaran y cuando se percató, estaba en aquel lugar que había sido su hogar por unas semanas muchos meses atrás, donde había sido simplemente Paul. De momento tuvo el impulso de sentarse en aquella esquina junto al basurero, conjurar el siempre fiel vaso de ron y emborracharse para así olvidarse de todo por un tiempo.
Cerró los ojos y dejó que la helada brisa otoñal golpeara su rostro como si lo abofeteara para hacerlo reaccionar. El destino debía estarse burlando de él, moviendo los hilos para llevarlo hacia Hermione Granger y atarlo a ella. Tuvo que hacer un esfuerzo para no reírse como un desquiciado por lo irónico de la situación.
Cómo es que no lo había visto venir…
Evidentemente se había negado a escuchar su corazón, a aceptar que había algo en la sonrisa de ella que le gustaba, que la luz de su mirada lo tenía cautivado, que se había aprendido de memoria los gestos cuando algo la complacía… que esa calidez que sentía dentro de su ser cuando la veía era producto de un sentimiento que jamás pensó que conocería.
Desde cuándo estaba sucediendo eso, no lo sabía y odiaba sentirse así de vulnerable. Intentó hacer memoria para encontrar una respuesta en el pasado, pero no había un momento en específico.
Ella había sido prácticamente su único apoyo desde febrero anterior. Con su bondad y paciencia, lo había ayudado a seguir adelante, había creído en él, le había mostrado el camino para salir del atolladero en el que había caído desde que dejó la mansión. No se había rendido con él a pesar de que no merecía ninguna de sus atenciones.
La convivencia había ido acercándolos y sobre todo después de su ida a Hyde Park se habían unido más. Recordó que él había querido complacerla con detalles, como lo de la lechuza para su cumpleaños o el preparar la cena para ambos prácticamente desde hacía meses, pero ya no porque quisiera que ella fuera testigo de sus avances, sino porque quería sentirla cerca, compartir esos minutos a su lado. Durante ese tiempo él había podido conocerla como realmente era, y si lo analizaba bien, podían pasar semanas sin caer en la cuenta de que no eran iguales. Eran simplemente Draco y Hermione, dos personas intentando vivir día a día como dos humanos cualquiera. No eran un mago y una bruja de origen distinto.
Ella era inteligente, divertida, auténtica. No necesitaba aparentar como la mayoría de las mujeres con las que había crecido, siempre fingiendo ser perfectas, adecuadas, seleccionables. Hermione se había ido metiendo debajo de su piel poco a poco y había sido tan sutil que ahora que había caído en cuenta de su realidad, ya no había vuelta atrás.
Draco se percató que muy profundamente dentro de su corazón deseaba pertenecer a sus sueños, a su futuro, ser el dueño de aquella sonrisa amable, que alguna vez fuera a él a quien acudiera con sincera alegría y no a Potter.
Debía estarse volviendo loco si pensaba esas cosas, sobre todo porque él no tenía nada qué ofrecerle. A duras penas sabía qué hacer con su propia vida. Era un remedo de hombre que recién estaba sanando física y mentalmente, el solitario muchacho que atendía el teléfono en un invernadero y, a pesar de eso, trató de imaginar una vida sin ella pero ya no era posible; solamente había vacíos si Hermione no estaba presente; sin ella se sentía incompleto. Y no quería sentirse así…
Y en ese momento lo supo: se había enamorado. No era nada más agradecimiento lo que sentía por la mujer que había odiado desde sus once años. Y el asunto no podía ser más patético…
¿Qué dirían sus padres? Más en específico, ¿qué diría su padre? Precisamente él que se había enfrentado a ella y sus amigos del Ejército de Dumbledore en una misión que le había encomendado su señor en el Ministerio de Magia, y lo había escuchado despotricar miles de veces que ellos, unos mortífagos consumados y conocedores de magia oscura, no habían podido matar a seis niños en esa ocasión y, por si fuera poco, habían terminado en Azkaban.
No pudo evitar sonreír orgulloso de ella. Por supuesto que aquellas reuniones que Umbridge les ordenaba espiar habían sido exitosas, aunque le costara aceptar que el profesor fuera Potter.
Potter… ¿qué pasaría si él se enteraba? Probablemente lo echaría del apartamento y no quería separarse de ella. Si no podía estar con Hermione como pareja, al menos se contentaría con su amistad, aunque no sabía por cuánto tiempo podría soportar esa situación.
Por otro lado… ¿qué pasaría si Theo, Pansy, Blaise, Greg y el resto del mundo llegaran a saberlo? Y por unos instantes, deseó tener otro nombre, provenir de otra familia, tener otro pasado que no lo avergonzara, que no lo separara de ella, pues lo que había descubierto le parecía una mala broma del destino.
Hermione Granger era todo lo opuesto a lo que se esperaba que él eligiera como compañera de vida. Y no era solo el tema del estatus sanguíneo. No. Iba más allá de ese «pequeño detalle» que le quitaría la pureza a su linaje, ese que había pasado de generación tras generación por siglos y siglos, esto si es que ella llegaba a sentir lo mismo por él algún día.
A su mente llegó la lista de aspectos a tener en cuenta para ser la esposa ideal según Lucius Malfoy. El alcohol me ha matado más neuronas de lo que temía si estoy pensando en hijos, se recriminó a sí mismo. Pateó con mal humor cuanta piedra se interpuso en su camino. Tan cerca pero tan distante…
Sabía que ambos habían cambiado la percepción que tenían uno del otro. Ella había sido muy importante para reconstruir su vida. Él se había ganado su confianza.
Hermione no era de esas chicas que agachaban la cabeza con sumisión, no había sido criada para obedecer a un marido ni para traer al mundo hijos solo para perpetuar un apellido. Ella no era de las que se casaría con alguien solo porque así lo habían dispuesto sus padres al nacer.
Sabía muy bien que él tenía ese pendiente en su vida, pero no estaba dispuesto a seguir obedeciendo las locuras que su padre le pedía. Ya no. Meses atrás él se había soltado los invisibles grilletes que lo amarraban a toda esa inmundicia y por ende, no se casaría con quien fuera que él o su madre tuviera en mente. Y si ya existía un contrato de por medio, no descansaría hasta deshacerse de él, aunque tuviera que volver a utilizar magia oscura. Porque él no quería a nadie más a su lado que no fuera la pequeña sabelotodo.
Él no había planeado enamorarse, pero ella había llegado para salvar su mundo, de una forma sutil; sin darse cuenta para poderlo evitar, se había ido metiendo en su mente, en todo lo que le rodeaba. Y por primera vez en su vida no quería luchar contra lo que estaba sintiendo. Por primera vez decidió que lo que pensara el resto del mundo no le importaba, solo que ella lo aceptara, pero lamentablemente eso nunca ocurriría y una punzada se le clavó en el corazón. ¿Por qué dolía tanto perder lo que nunca había tenido?
Fijó su mirada en el horizonte. Quiso tener su escoba en ese momento y volar hasta el firmamento, lejos de todo y de todos. Trató de recordar cuánto hacía que no sentía el viento en su rostro, esa sensación de libertad, y lo anheló con todo su ser; disfrutar tranquilamente de un atardecer desde lo alto, sin el ruido de la gente o el trajín diario.
Libertad. Eso era lo que quería al salir de la casa de sus padres, pero había perdido el rumbo y había caído preso del alcohol.
Una lágrima intentó escapar de sus ojos pero se regañó a sí mismo. Tenía mucho en qué mejorar si aspiraba tener algún día el amor de Hermione. Y en ese momento, tomó una decisión, la más importante de su vida. Sin embargo, estaba asustado; no sabía cómo iba a actuar cuando la volviera a ver, y decidió que, en la medida de lo posible, la evitaría, pues no se sentía capaz de tenerla tan cerca y disimular la revolución de sentimientos que ella provocaba en su interior.
Con esa idea en mente y aprovechando que el asistente del administrador se encontraba incapacitado pues había sido sometido a una cirugía, se ofreció a hacer ese trabajo pues se sentía más que calificado para hacerlo. El señor Callahan le dio un voto de confianza por lo que se quedaba revisando órdenes de pedidos, actualizando lista de clientes y planillas, haciendo inventarios, pero también aprendiendo sobre el manejo del sistema de riego, mantenimiento de drenajes e infraestructura del invernadero en general.
Las horas pasaban muy rápido por lo que llegaba muy tarde a casa y con eso, logró no verla durante una semana completa, aunque a su vez estaba a punto de perder el juicio por ese motivo. La extrañaba muchísimo; extrañaba cocinar para ella, sentirla a su lado, escucharla reír, respirar su perfume.
Necesitaba recargarse de Hermione Granger; sin embargo, ese viernes volvió también tarde, deseando encontrarla ya dormida pues pasaban de las once. En cambio, apenas abrió la puerta principal, la encontró sentada sobre un almohadón en el piso con las piernas cruzadas, mirando con atención unos papeles. Su cabello suelto y no trenzado como era lo usual, pero no desordenado sino cayendo en largas ondas por su espalda hasta casi llegar a la cintura; el vestido, ya de por sí algo corto, se había enrollado un poco y dejaba mucho de sus muslos al descubierto y su corazón se aceleró.
Estaba acostumbrado a verla con distintos atuendos pero ver tanta piel expuesta ahora tenía un nuevo significado y no pudo evitar que el calor se agolpara en sus mejillas. Ella alzó sus ojos al verlo entrar y quiso creer que se alegraba de verlo. Se saludaron y ella sonrió iluminando su existencia para enseguida volver su atención a los papeles.
Luego de forzarse a caminar teniendo cuidado de no tropezar con Kraus que siempre aparecía en cuanto lo escuchaba llegar para exigir sus mimos, fue a su dormitorio a dejar sus cosas, se dio un baño y se puso un cómodo pijama.
Aún no había cenado así que se dirigió a la cocina, pero no tenía ánimos para cocinar, así que sirvió en un tazón un poco de cereal de hojuelas de maíz cubiertas de chocolate y agregó leche fría, un alimento muggle que realmente había llegado a amar por lo fácil de preparar y que le encantaba. Minutos después, cuando estaba lavando los platos, la escuchó acercarse, sacó su vaso favorito y lo llenó con agua.
—¿Qué te ha pasado todos estos días?
—¿A qué te refieres? —inquirió sin dejar de mirar la cuchara en sus manos. La proximidad con ella lo había puesto nervioso, pero se controló inmediatamente.
—El viernes pasado saliste de un pronto a otro tirando la puerta, tampoco te he visto en toda la semana... ¿Recibiste alguna mala noticia?
Él cerró la llave, secó sus manos y llenándose de valor, fijó su mirada en ella; ella que estaba demasiado cerca. Muchas veces habían compartido ese pequeño espacio en la cocina; no obstante, ahora las circunstancias eran diferentes… Podía sentir una energía flotando entre ellos que le daba un nuevo significado a estar cerca. Ella se veía realmente hermosa con los labios húmedos debido al agua que bebía, sosteniendo el vaso con ambas manos tan cerca de su boca: deseando ser ese pequeño utensilio.
—No —apenas logró decir. Su boca se había secado. Abrió la llave y ahuecando una mano, la llenó de agua y tomó varios sorbos. Cerró la llave y volvió a secar la mano; de nuevo, ella ahí, tan cerca de él, sin saberlo, poniendo a prueba su fuerza de voluntad. Intentó alejarse por el bien de sus sentimientos pero ella lo detuvo apenas rozando un brazo. Una corriente eléctrica nació de ese simple toque y puso sus hormonas a mil.
—¿Ya no confías en mí? —preguntó casi dolida colocando el vaso en el mostrador de granito negro. Trató de cerrar su mente, pero por lo visto, tenerla tan cerca ahora que había descubierto sus sentimientos hacia ella dificultaba la acción. Aun así, intentó actuar lo más natural posible haciendo uso de todos los conocimientos que alguna vez su tía Bella le había enseñado.
—¿Por qué dices eso?
—Te siento… distinto. Casi como antes… como años atrás… Sabes que puedes confiar en mí, para lo que sea. Somos amigos, ¿no?
—Hermione… —susurró acortando la distancia y sin despegar sus ojos de ella, de sus labios a centímetros de distancia, utilizando por primera vez su nombre en voz alta.
A pesar de que ella había insinuado hacía casi cuatro meses que dejaran de llamarse por sus apellidos, él no lo había hecho; no había sido necesario utilizar un nombre o apellido en ese tiempo, aunque no sabía si lo había evitado inconscientemente pues había visto una ligera chispa de decepción cuando ella sugirió dejar los apellidos y él no había secundado la idea al no sentirse cómodo. Al pronunciarlo esa primera vez, su corazón empezó a palpitar con fuerza, como si quisiera romper sus costillas, la creciente ansiedad en su pecho.
Estaba al borde de un precipicio y aún así sentía la urgencia de besarla, no había otra forma de apaciguar la revolución que sentía en su interior y había algo en su mirada que le decía que quizá ella no rechazaría su cercanía. ¿Sería posible que ella lo hubiera extrañado, que ella también...?
Se acercó aún más, evaluando si era un gesto bienvenido pero sin cortar el contacto visual. Ella no se alejó y más bien entreabrió la boca como si fuera una invitación. Él no quiso detenerse más y rozó ligeramente sus labios con ternura, pero a la vez con cierto temor. Sus manos temblaban nerviosas al ignorar dónde colocarlas, algo que le pasaba por primera vez en su vida. Hacía mucho tiempo que no estaba tan cerca de una mujer y mucho menos de una que le importara tanto y se sentía como un adolescente ante su primer beso. De hecho, casi podría asegurar que nunca había estado en una situación así.
—Draco… yo creo que... —la sentía temblar y su respiración se había detenido al sentir el beso. El tono que había usado para pronunciar su nombre le había erizado cada milímetro de la piel. El deseo recorría todo su ser.
—Sshh Hermione, por favor... —Le colocó su dedo índice sobre los labios y seguía con sus ojos fijos en ella, ahora completamente sonrojada, hermosa—. Dime que deseas esto tanto como yo... —Por Merlín, bien sabía que si ella no deseara su cercanía, su contacto, ya lo hubiera abofeteado y se hubiera marchado. El que estuviera ahí frente a él significaba que no le era indiferente—. No lo pienses mucho... No le des mucha vuelta a esa cabecita tuya... Deja la lógica de un lado... Solo bésame... Acaríciame... Hazme todo lo que quieras menos alejarte de mí... No entiendo bien qué me sucede contigo, pero necesito besarte...
Y diciendo esto, la abrazó pegándose completamente a su cuerpo y atrapó de nuevo su boca pero esta vez con pasión, sintiendo una explosión interna tan grande que temía que lo consumiera. Sabía que si por alguna razón moría en ese momento, moriría feliz por haber experimentado lo que era besar a alguien que despertaba tantas emociones en su interior. Tampoco es que tuviera mucha experiencia en el campo, más bien podría catalogarse de nula, por lo que actuaba más por instinto, seguido por lo que sus deseos le dictaban.
Tomando la marca a los dieciséis años, no había tenido cabeza para nada más, y luego viviendo en la calle, completamente alcoholizado, le habían sobrado oportunidades pero si algo tenía muy claro era que un Malfoy no dejaba hijos esparcidos por ahí ni se metía con ese tipo de mujeres; tampoco había tenido ánimos para esas actividades.
Lo que sí sabía, a pesar de lo poco que había vivido en el aspecto amoroso, es que ni Pansy o Daphne le habían hecho sentir ese fuego en su interior con solo un beso y deseó no tener que soltar a Hermione nunca. Besarla era, con creces, lo mejor que le había pasado en su vida; había sido mucho mejor de como lo había imaginado alguna vez.
Cuando parecía que había pasado una eternidad, un atisbo de prudencia llegó como un destello de luz a su sentido común y supo que debía detenerse, aunque lo último que deseaba era separarse de ella. Poco a poco fue bajando la intensidad de los besos para luego apoyar la barbilla sobre la parte superior de su cabeza; la tenía tan cerca que sabía que escuchaba su desbocado corazón. Hermione había respondido con ansias sus besos y eso solo podía significar que también sentía algo por él y no podía sentirse más feliz. Abrazado a su cintura, murmuró con voz ronca:
—Sé que Potter no vendrá, que estamos solos... Y es tan fácil perder la cabeza teniéndote así de cerca… pero quiero tomarme las cosas con calma.
Draco suspiró. Sentía la pasión hirviendo en sus venas, el deseo evidenciándose en cierta parte de su anatomía, y estaba haciendo un gran esfuerzo por controlarse. La sintió mover la cabeza en señal de aprobación. Ambas respiraciones agitadas iban casi al unísono, tratando de volver a su ritmo normal.
Luego de un largo silencio en los que se deleitó los sentidos aspirando su suave aroma a jazmín, abrió los ojos y separando su cabeza de la de ella, acomodó algunos mechones de cabello detrás de las orejas y empezó a acariciar lentamente una de sus mejillas; cuando llegó al cuello e iba camino al hombro donde tenía aquel lunar que lo cautivaba, ella acunó el rostro entre su mano y él la sintió estremecerse. Su piel estaba erizada y se sintió halagado de provocar esas reacciones en ella.
—Creo que es mejor que cada uno se vaya para su habitación. Ya hablaremos de todo esto mañana. No quiero arruinar el momento con preguntas y respuestas que le quitarían la magia a lo que ha pasado...
Ella asintió y él, en contra de su voluntad, poco a poco fue soltando su abrazo hasta quedar apenas rozando la punta de los dedos, sintiéndose vacío cuando se rompió el contacto. Un brillo en sus ojos confirmó que ella no se arrepentía de lo que había pasado. La siguió con la mirada hasta que entró a su dormitorio y ahí, en medio de la pequeña cocina, donde había vivido los mejores momentos de su vida hasta ese día, sonrió.
Esto sí que podía llamarse felicidad.
N.A.
¡Por favor, cuéntenme qué les pareció este capítulo!
¡Estoy deseosa por leer sus reacciones! Déjemne sus teorías con lo que vendrá de ahora en adelante a ver quién le atina.
Me siento muy emocionada por la respuesta que ha tenido esta historia. Muchas gracias a todos los que la han seguido desde el primer capítulo, los que dejan review y ponen en favoritos. ¡Gracias por ese apoyo tan importante!
Tomó 34 capítulos llegar acá pero el Dramione apenas empieza 💚 ❤️
¡Un abrazo! 😘
