—37 —. CONFESIONES EN PIJAMA.

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La señora Malfoy había insistido en que su hijo se quedara en la mansión hasta terminar las vacaciones de Navidad y Año Nuevo. Él sabía que no sería fácil, pero prácticamente había estado ausente año y medio y sintió que podría intentarlo, que se lo debía a su madre. Sería únicamente una semana. No debía ser tan difícil.

Había ido de visita varias veces y, aunque siempre regresaba al apartamento como si un dementor le hubiera extraído toda la felicidad, en los ojos de su madre había súplica y no pudo negarse. Después de todo, era Navidad.

De pequeño amaba esa temporada pues disfrutaba de recibir muchos regalos, pero después de unos años, ya no era lo mismo. La ropa cara, lo más nuevo en Quidditch, las plumas y tintas más finas, lo mejor del mundo mágico a sus pies… nada de eso tuvo sentido cuando la presencia del Señor Tenebroso empezó a ser un hecho tangible en su vida y el miedo imperaba en el ambiente.

Narcissa había insistido ir a comer a Florean Fortescue el helado de sabor especial de las fechas. Ella estaba tan entusiasmada por la oportunidad de salir los tres como antes, que no tuvo corazón para desairarla. Además, sería una buena oportunidad para que los tres aparecieran dando la apariencia de feliz familia. Draco ya había aparecido varias veces sobre todo en Corazón de Bruja, donde lo habían nombrado el soltero del año e intentaban seguirle los pasos por si en algún momento se le veía con alguna bruja.

Por supuesto que la presencia de los tres había causado cierto asombro aunque no en forma negativa, para tranquilidad de la familia. Aparentemente las aguas ya se habían calmado pues luego de más de año y medio después de ciertos eventos, nadie los recordaba, ni siquiera hubo insultos.

Sin planearlo, ese año los Malfoy no intercambiaron regalos e internamente lo agradeció. No quería hacerlo solo por cumplir con una tradición más. A la única persona que le había hecho un regalo había sido a Hermione y porque de verdad había querido hacerlo.

Draco recordó las grandes fiestas que su familia daba en esas fechas. Lo mejor de lo mejor reunido en el salón de baile de la mansión, las familias más selectas y sofisticadas del mundo mágico en quinientos metros cuadrados, la propiedad luciendo una exhibición y grandeza incomparables.

Hacía cuatro años que se había celebrado la última y suponía que jamás se repetiría algo así en Malfoy Manor pues la familia había perdido el prestigio que una vez tuvo solo porque habían decidido quedarse en el Gran Comedor después de la batalla final. Y eso era un alivio. Draco ya no podía ser el chico que seguía a sus padres por todo el salón para inclinarse ante cada invitado y repetir el mismo discurso cada vez. Nunca había disfrutado esas fiestas e internamente agradeció que su madre hubiera decidido no retomar esa tradición una vez que las cenizas de la guerra se dispersaron, aunque fuera con sus amigos más cercanos.

Después del almuerzo, Lucius insistió en que revisaran los libros contables. Sabía que no podía escapar para siempre de esa responsabilidad y por supuesto que tampoco iba a trabajar el resto de su vida en el invernadero. Pero a raíz de su trabajo actual, había surgido una idea que quería desarrollar en un futuro, aunque no fuera necesario pues la herencia familiar, si quisieran, los mantendría sin necesidad de trabajar unos siglos más.

Estuvo pacientemente escuchando a su padre sobre números; números que se habían estancado desde que el patriarca descuidara todo para dedicarse solo a ser mortífago durante tres años, pero que poco a poco iban mejorando, sobre todo por las inversiones en el extranjero que engrosaban cada vez más las arcas familiares.

El orgullo de Lucius era grande; le dolía no tener la posición social que tenía en tiempos mejores pero al menos tenían su fortuna. Su padre sabía que sus propios errores eran los que los apartaba de ciertos círculos, pero estaba tan empecinado en que todo volviera a su cauce, y el dinero en abundancia abría muchas puertas. En algún momento dejarían de recordarlos por sus equivocaciones y por eso quería involucrar a su único hijo en la ardua tarea de limpiar el nombre, algo completamente irónico si se lo preguntaban, pues había sido Lucius quien los había llevado a donde estaban.

La noche llegó y Draco, acostado en aquella inmensa cama, se sintió extraño. No podía dormir pero era por razones muy distintas a las de meses atrás y que nada tenían que ver con el miedo.

Ya no había gritos o llantos, ni las estridentes risas de su tía o las charlas de los otros mortífagos completamente borrachos después de intentar vaciar otra noche más las reservas de los lujosos whiskies de la mansión. Tampoco escuchaba el siseo de Nagini o de él hablando pársel. Pero el silencio era abrumador, más ruidoso que todo lo que en otra época no lo dejaba dormir.

Se levantó porque tenía un fuerte impulso de tomar algo de alcohol para callar en su mente todo aquel silencio. La Oclumancia no había sido tan efectiva esa noche. Se sumaba el hecho de que extrañaba muchísimo a Hermione. Desde febrero que vivía con ella y no sentirla cerca aumentaba la ansiedad. Extrañaba percibir a su alrededor el aroma a jazmín de su perfume, los ecos de su voz cuando hablaba con Potter en la cocina y que eran casi un arrullo para su alma, su cálida mirada que despertaba tantas sensaciones, el suave respirar cuando se dormía, segura, en sus brazos.

Esa primera noche sin ella a dos paredes de distancia le estaba poniendo los nervios de punta, por lo que, varita en mano y su ropa formal en tamaño diminuto en el bolsillo del pantalón, vistiendo solo la pijama de seda negra que ahora sentía extraña sobre su cuerpo, caminó lentamente por la oscuridad de los largos pasillos del ala este de la mansión.

Estaba a punto de llegar a los dieciséis escalones que lo separaban de la planta baja cuando sintió otra presencia sigilosa acercándose. Entrecerró los ojos para poder distinguir mejor y se percató que era su madre, también en ropa de dormir y con su rubio cabello suelto lo que le daba una apariencia más joven. Ella, al acercarse, se abrazó a él y lo guió hacia la biblioteca donde encendió una única vela y se sentaron en silencio durante lo que parecieron horas, pero que habían sido solo unos segundos. Ella había dejado escapar un suspiro como si con eso quisiera liberar la tensión acumulada en su cuerpo durante años.

—Es difícil las primeras noches... A mí me tomó semanas —confesó adivinando la razón de su insomnio y pasando la vista por la estancia aún de pie en el umbral de la puerta—. Tanta paz parece mentira, ¿cierto? —Ella no lo veía pero él asintió con la cabeza—. Tu padre, aún después de este tiempo, se despierta diciendo que le arde su brazo... No ha sido fácil para nadie, Draco.

Se sorprendió ante esa afirmación. No sabía que su padre también tuviera pesadillas. Por lo visto, era más humano de lo que siempre dejaba ver. Narcissa llamó a una elfina y le pidió dos tés y cuando los tuvo, sacó un pequeño frasco con un líquido azulado y vertió unas gotas en cada taza.

—El filtro de paz ya no es suficiente para mí. La poción calmante hace que duerma algunas horas, aunque, si soy sincera, duermo un poco mejor desde que apareciste.

Iba a volver a disculparse por lo ocurrido pero lo había hecho tantas veces que sintió que no era necesario. Se tomó su té en silencio.

—Draco… sabes que hay dos clases de magos sangre pura: los pertenecientes a los Sagrados Veintiocho y los que no. La presión sobre los que sí pertenecemos a ese grupo y el deber de perpetuar…

—¡Madre! —la interrumpió sintiendo de pronto la sangre hervir. Se había puesto de pie y estaba en actitud defensiva con los puños cerrados; la respiración agitada delataba su molestia. En el impulso, la taza había caído haciendo un gran estruendo al estrellarse contra el piso de mármol—. No sé adónde quiere llegar con todo esto, pero, sea lo que sea, no deseo escucharlo. Por favor, no arruinemos este momento juntos. No me atormente más, se lo suplico —gruñó.

El gesto de la bruja era de completo asombro. Él nunca se había rebelado contra ella, pero no iba a permitir que lo intentaran controlar con la cantaleta de tener que perpetuar el linaje por pertenecer, por ambos lados de la familia, a una élite supremacista. Mucho menos ahora que estaba con Hermione.

Sintió náuseas y tuvo que hacer un gran esfuerzo por no vomitar los pocos tragos de té que había tomado. Qué parte de qué precisamente por toda esa basura era que se había alejado de casa su madre no había entendido durante siete meses.

—Nada es simple para nosotros, Draco —comentó la señora con fingida calma haciendo una floritura con la mano para reparar la porcelana quebrada y limpiar el té derramado.

—¡Basta! ¡No quiero escucharla más! —Subiendo la manga del pijama, dejó al descubierto la cicatriz que había dejado la marca tenebrosa—. ¿Acaso esto no fue suficiente para usted? —Draco sentía un calor subiendo por su pecho y lo estaba sofocando. Narcissa quiso decir algo pero él no le dio chance—. ¡Me ofrecieron en sacrificio por unas malditas creencias cuando era casi un niño! ¡Para expiar su culpa! —señaló el techo en la dirección donde debería estar su padre—. ¡Y usted lo permitió cuando decía amarme!

—¡Te amo más que a mi vida, Draco! —casi gritó ella también poniéndose de pie.

—¡No voy a permitir que mi libre albedrío me sea arrebatado otra vez! —continuó como si no la hubiera escuchado—. El Draco sumiso que una vez existió, murió el día que…

Vio su brazo, vio la mirada triste de su madre, y por más que intentó buscar un momento en específico entre un mar de momentos, no lo encontró. Se había ido desmoronando poco a poco desde que tomó la marca, el odio hacia su padre creciendo segundo a segundo debido a la misión suicida que le habían encomendado.

Una nueva oleada de furia empezó a envolverlo internamente como había sucedido después del juicio y en el que había perdido el control de la magia y había atacado a Lucius. Sintió un nudo en la garganta y una opresión en el pecho amenazando con quitarle el aire por lo que antes de derrumbarse frente a ella o lastimarla física o verbalmente, se dirigió hacia el vestíbulo de la mansión a pesar de la súplica de su madre por que no se fuera y salió por la puerta principal, como había sido su plan original, pues no quería llegar al Caldero Chorreante sabiendo que, por las fechas, estaría abarrotado de personas.

Transformando su pijama en un cálido abrigo pues nevaba un poco, caminó con paso seguro hasta las puertas de hierro forjado y cruzó a través de ellas como si fuera humo, se detuvo unos minutos a apreciar la magnificencia de la casa, los grandiosos jardines que la rodeaban; sintió una punzada de dolor en el corazón ya que nada de eso se sentía parte de él. Se había convertido en una prisión, hermosa, pero una prisión al fin y al cabo, y él no quería estar encerrado nunca más en ella.

Recurrió a la Oclumancia para empujar hasta el fondo de su mente todos aquellos sentimientos de ira y frustración; cuando su estado de ánimo se tranquilizó, se apareció en la sala de estar del apartamento y aunque todo era oscuridad y silencio, era muy diferente al de la mansión; era perfecto. Únicamente faltaba ella, pero sabía que la vería en unos días y eso se sentía bien. Respiró profundo y de pronto todo era mucho mejor. Su pequeña cama se sentía cálida y confortable. Estaba en su hogar. Y sonrió con la idea.

A la mañana siguiente se despertó con el sonido del búho real de los Malfoy repiqueteando en la ventana de su dormitorio con una nota en su pico.

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Lo siento. Por favor no desaparezcas otra vez. No volveré a tocar el tema jamás si con eso obtengo tu perdón.

Entenderé si decides no regresar, hoy o próximamente.

Nunca olvides que te amo, Draco, por más que no pareciera así en el pasado.

N.M.

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Draco arrugó el pergamino y luego lo desapareció con un movimiento de su mano. Dudó en si escribirle a Hermione para informarle que estaba en el apartamento pero no quiso ser egoísta y privarla del tiempo con sus padres. Sabía que ella llegaría al día siguiente.

Salió a la sala y se quedó viendo el televisor y la pequeña biblioteca a la que la chica había adicionado más literatura muggle. Los tres mosqueteros le había llamado la atención y quería ver la película después de terminar el libro.

Cuando al día siguiente por la noche Hermione volvió a la casa, no dudó en correr y abrazarla como si no quisiera soltarla nunca más, y sin poder evitarlo, murmuró algo que jamás pensó que diría: «te extrañé».