—39—. PLENITUD.
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Draco no recordaba haber llorado con tanto sentimiento y dolor como la madrugada que tuvo la espantosa pesadilla con su malvada tía intentando matar a Hermione. Nunca hubiera querido que ella viera su lado más vulnerable, pero la situación se había salido de control, y a pesar de la mala experiencia, el sueño le había ayudado a aclarar sus sentimientos aún más. La amaba. Y por ella sería capaz de enfrentarse a quien fuera, aunque sintiera que no la merecía.
Ante todo esto, decidió que quería hacer algo especial por ella. Dándole vueltas a la cabeza, reparó en el hecho de que ellos no habían tenido nunca una cita y de pronto se encontró ansioso por pedirle a Hermione que tuvieran una precisamente para el día de San Valentín, a pesar de lo cursi y poco original que eso podía sonar. Había escuchado los planes que tenían para esa fecha varios compañeros del invernadero y quería hacer las cosas bien, aunque sentía muy cliché que su primera cita fuera para esa fecha.
Tampoco tenía experiencia en el campo; no sabía qué decir o hacer para que la cita no fuera un completo desastre desde el principio. Solo había tenido una en toda su vida y había sido en quinto año con Pansy para la misma fecha; habían ido donde Madame Puddifoot en Hogsmeade porque la chica prácticamente lo había exigido. El ambiente lleno de parejas y la horrible decoración infestada de querubines y confeti había facilitado que él tuviera su primer y fugaz beso después de que Pansy le tomara la mano.
En esta ocasión, Draco se sentía extraño debido a que quería sorprenderla aunque ya tuvieran una relación prácticamente consolidada desde hacía dos meses. Sabía que Hermione era una mujer de gustos simples, no necesitaba deslumbrarla, pero precisamente eso era lo que no sabía cómo evitar, acostumbrado a que un Malfoy lograra todo lo que quisiera y en cualquier ciudad del mundo con solo mostrar sus galeones. Pero en esta oportunidad quería hacerlo todo a como venía haciéndolo en los últimos meses; no quería usar nada de la bóveda de Gringotts.
Él había aprendido a vivir con poco, así que tenía sus ahorros, mismos que habían aumentado después de su ascenso a asistente administrativo el mes anterior. Resultó que, a raíz de su buen trabajo semanas atrás con los inventarios y de unas observaciones que el administrador le había hecho al señor Callahan, Draco se había atrevido a sugerir ideas para gestionar unas inversiones que estaban generando muchos dolores de cabeza; seguir el consejo había salido tal como él lo había mencionado, por lo que lo siguieron consultando en otros aspectos que posteriormente mejoraron la situación financiera de la empresa, y eso había llevado a que el administrador lo deseara como su mano derecha: sus cualidades innatas en finanzas y liderazgo, o quizá aprendidas de años de escuchar a su padre, «no debían desperdiciarse atendiendo pedidos y podando plantas», según palabras de su actual jefe.
Además de hacerlo sentir pleno, ese puesto le generaba un mucho mejor salario, así que podía darse el lujo de llevar a Hermione a un buen lugar con el fruto de su trabajo actual y en cierto modo, eso lo hizo sentir bien. También podría cocinar algo para ellos dos y quedarse en casa, pero ya tenían muchas cenas así y sentía que debía hacer algo especial, no específicamente por la fecha sino porque en realidad quería hacerlo.
Una cita… ¿Llevarle flores? No sabía cuáles eran sus favoritas y supuso que, trabajando en una floristería, no era gran cosa recibirlas para sí misma, ¿o sí?
Tantas dudas lo estaban volviendo loco.
Recordó la cena de hacía un año cuando su madre estaba en el hospital y lo diferente que eran las cosas ahora. Tenía a su favor que era un lunes por lo que Potter lo pasaría con su novia o trabajando, aunque esto último era lo menos probable. Al final, decidió que no le pediría una cita para ese día sino para el sábado anterior, seguro de que así Hermione no tendría que justificar su ausencia ante Harry, quien acostumbraba irse los fines de semana para verse con Ginny.
Resuelto ese tema, empezó a buscar el lugar ideal. Tenía la ventaja de poder aparecerse así que la distancia era lo de menos mientras se mantuvieran en Gran Bretaña.
Quería que fuera en un lugar bonito y tranquilo, así que después de mucha investigación pero sobre todo de haber escuchado a Jacob decir que si no fuera un viaje en tren de casi un día, se llevaría a su esposa a la medieval Edimburgo, decidió que ese sería el lugar al que irían. Buscó un restaurante acorde a sus posibilidades, hizo la reservación y esperó con anhelo que llegara el sábado.
Como había previsto, Potter se había ido desde el viernes anterior para Grimmauld Place, así que todo iba saliendo según lo planeado.
Draco llevaba algunos minutos en la sala de estar esperando a Hermione. Algo ansioso, corroboró varias veces que llevaba su varita, dinero en efectivo y esa curiosa tarjeta plástica que también funcionaba como dinero. Vestía una gabardina de lana negra pero había optado por una camisa tipo oxford manga larga color azul y pantalón negro de vestir.
Hermione se veía hermosa con una blusa de lana verde musgo, pantalones negros lijeramente holgados y botines negros que la hacían verse mucho más alta y estilizada. Llevaba en la mano una gabardina también negra y un gorro de lana del mismo color que él se apresuró a ayudar a vestir. Draco sonrió al verla, sintiendo una emoción indescriptible en su interior, algo entre el orgullo, agradecimiento y amor. Ella era suya, era su mundo, su ancla, su nueva realidad. Y todo lo demás sobraba. Por qué había tenido que conocer el infierno para descubrirlo, no lo sabía, pero volvería a ese horrible sitio si al final ella estuviera esperándolo.
Besando una de sus mejillas con adoración, le preguntó si estaba preparada, y cuando ella asintió, la abrazó y los hizo aparecer en un lugar seguro dentro de la Ciudad Vieja que previamente había verificado, y tomándola de la mano empezaron a caminar despacio admirando la belleza de la capital escocesa en la que nunca habían estado. De vez en cuando se detenían ante un edificio y ella recitaba la información que sabía como si lo estuviera leyendo de algún libro, o nada más apoyaba la cabeza en su hombro disfrutando del momento para después seguir, no sin antes darse un pequeño beso. Caían algunos copos de nieve y la imagen de ella admirando la hermosa ciudad le pareció los paisajes que montaban en esas bolas de cristal con nieve que habían puesto como adorno navideño en el invernadero.
Él nunca había hecho algo así en su vida y lo que lo asombraba era que ella estaba super complacida sin haber gastado hasta ese momento un solo knut, o más bien, un solo penique. De verdad que los detalles pequeños eran mucho más valiosos y era con ella que estaba aprendiendo eso y supo que no podía estar más enamorado.
—¡Te amo! —le susurró de pronto, acercándola a sí mismo y hablando con el rostro hundido en su cabello, sintiéndose incapaz de decírselo viéndola a los ojos. Ella se detuvo y se volteó hacia él; en su mirada había asombro pero también un brillo de anhelo y felicidad.
—¿Qué dijiste? —murmuró para luego alumbrar su existencia con una hermosa sonrisa.
No teniendo el valor para repetirlo de frente, le tomó ambas manos y empezó a acariciar el dorso con los pulgares, aún incapaz de mirarla directamente; luego de unos instantes, besó sus nudillos. Hermione aprovechó para enmarcar su cara con las manos, acariciando suavemente las mejillas que él sentía calientes a pesar del frío invierno y lo obligó a verla directamente a los ojos; él deseó que ella supiera leer en su mirada lo que se sentía incapaz de repetir.
Pero ella era tan especial que estaba seguro que lo entendía, que leía sus temores; sabía que él no lo había dicho en un arrebato, pero sobre todo sabía que en toda su vida le habían sido castrados sus sentimientos y que por eso tenía miedo de volver a decirlo, porque un Malfoy no debe mostrarse débil ante nadie. La voz autoritaria de su padre sonaba demasiado fuerte en su cabeza como para lograr callarla, pero ella lo sabía y no lo forzó.
—Yo también te amo, Draco.
Y luego lo besó con dulzura, como si él mereciera ese amor y eso fue suficiente para que, en contra de lo correcto, no le importara que estuvieran en un lugar público y nada más se dejó llevar por la emoción del momento. La besó como si fuera lo último que haría en la vida, sintiendo una felicidad que nunca había vivido.
Aun con la diferencia de estaturas, él se encorvó para poder juntar sus frentes hasta calmar ambas respiraciones dejando pasar los minutos, abrazado así a la mujer que amaba, sintiendo el suave toque de sus dedos sobre la espalda, confirmando que ella era su hogar, deseando quedarse así para siempre.
Cuando se separaron, se sonrieron mutuamente; ella se aferró a su brazo con fuerza como si él fuera el mejor hombre del universo y no necesitaba nada más en el mundo para seguir adelante sintiéndose dichoso.
De ahí siguieron caminando relajadamente hasta llegar al restaurante y Hermione no se cansó de repetir lo maravilloso que era todo y lo feliz que estaba en su primera salida con él como pareja. Draco sintió cómo se hinchaba de orgullo su pecho, pero este era un orgullo diferente, era uno que le hizo sentir plenitud por lo que había logrado al lado de ella.
Después de una increíble y deliciosa cena en la que Draco se dio el gusto de comer todas las fresas con crema batida que quiso, regresaron a la ciudad para admirarla nuevamente. Horas después, de vuelta en casa, cuando la tuvo abrazada con su cabeza sobre su pecho desnudo, escuchándola respirar pausadamente, fue suficiente para arrullarlo y darle unas horas tranquilas de sueño, sabiendo que era así como quería pasar el resto de su existencia, aunque eso no se lo diría todavía.
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—¿Luna y Ron? —la oyó decir con asombro a la mañana siguiente mientras untaba de mantequilla otra tostada. El tono que ella había usado prendió las alertas. Hermione estaba enfrascada en la lectura de Corazón de bruja. No sabía que ella leyera esa revista, mucho menos que la misma llegara a casa.
—¿Lovegood? —La había conocido en el colegio pero el recuerdo que golpeaba su mente era el de la pálida niña de asustados ojos grises en las mazmorras de Malfoy Manor, por lo que rápidamente envió esos pensamientos a lo más profundo de su psique.
—Sí, está de cumpleaños hoy y han sacado un reportaje suyo. Acá menciona que se ha dedicado a la magizoología y que ha sido vista con Ron desde hace varios meses… Mmm… —siguió leyendo—, dice que no han negado pero tampoco confirmado tener una relación…
—¿Te molesta? —se atrevió a preguntar luego de sentir como si una espina se hubiera clavado en su corazón. Ella pareció entender por dónde iba la pregunta porque se apresuró a responder.
—¡Para nada! —sonrió y él evaluó el gesto, confirmando que era genuino—. Pero sí me tomó por sorpresa porque lo último que supe es que ella estaba con Neville. Pero me alegro mucho por los dos.
Draco se abstuvo de hacer cualquier comentario con respecto a Longbottom o Weasley, sabiendo que cualquier cosa que dijera, Hermione lo refutaría y no quería discutir con ella sobre esos dos hombres que ella consideraba sus amigos. Desde que estaba con ella, y aparte de la vez en Hyde Park, nunca había sentido la necesidad de ahondar más sobre la relación que ella había tenido con Ron Weasley, y a pesar de que de pronto la curiosidad lo estaba atormentando, la velada del día anterior había sido tan intensa, tan llena de detalles y confesiones que no valía la pena ensombrecer lo que habían vivido con preguntas de acontecimientos pasados que evidentemente ya no eran importantes, por lo que prefirió desviar el tema.
—No sabía que te gustara la prensa rosa.
—Pues… —La joven se había sonrojado y parecía nerviosa de responder—. Me suscribí hace unos días para enterarme semanalmente de lo que acontece en el mundo mágico. Harry no siempre es una buena fuente y creo que ya me he mantenido alejada por mucho tiempo —dijo con una sonrisa pícara.
Mujeres… siempre quieren estar enteradas de todo, se dijo a sí mismo dando un sorbo a su té y recordando que su madre también se entusiasmaba al leer la misma revista.
