—43—. TEMORES.

.

Draco nuevamente había planeado visitar a su madre el treinta de mayo por su cumpleaños, y como el año anterior, en los días previos habían acordado celebrar también el de él esta vez con una cena; sin embargo, al llegar a la mansión pudo constatar que no sería una cena familiar.

La elegante decoración del comedor principal le recordó los tiempos de antaño en los que Lucius derrochaba su dinero para celebrarles a ellos.

Para su sorpresa, como un signo de que las relaciones sociales volvían a su cauce, también habían sido invitados los amigos más cercanos así que, por primera vez en casi dos años, se encontraba reunido con Theo, Pansy, Daphne, Astoria, Blaise, Gregory, una más delgada Millicent quien a pesar de su estatus mestizo recientemente se había casado con Goyle, y por supuesto, algunos magos de alto rango del ministerio de magia que evidentemente habían retomado la amistad con los Malfoy y que no habían dudado en reprochar su larga ausencia, acosándolo con miles de preguntas y la situación había sacado sus temores a flor de piel.

Incluso Theo estaba atento a cada una de sus palabras. Habían pasado más de siete meses desde su reunión y se había negado a encontrarse nuevamente con él, mucho menos con los demás. Por supuesto que Theo debía estar intrigado sobre su vida actual. Lo conocía bien: no había logrado engañarlo, pero debía seguir interpretando su papel, ahora más que nunca al estar frente a sus padres y amigos del pasado.

Estaba asqueado cada vez que mencionaba investigación, estudios o algo que tuviera que ver con la bendita lista que había hecho con Hermione tiempo atrás. A punto estuvo de escaparse a la biblioteca en busca de aquel libro escrito en runas a ver qué le podía servir para deshacerse de todos en esa sala de una vez por todas, o mejor aún, ver si entre los objetos escondidos en las mazmorras encontraba un giratiempo que se le hubiera escapado a los aurores y que lo librara de participar en esa actividad.

Había sido una jugada muy sucia de su padre. No lo había advertido y no se había preparado para enfrentar la situación pues había creído que serían solo él y sus padres por lo que tuvo que recurrir a la Oclumancia, lo que llevaba muchos meses sin hacer —específicamente desde Navidad en esa misma casa—; no había vuelto a ser necesario en su diario vivir.

Draco había estado convencido que todo lo que estaba viviendo en ese momento era prueba superada, pero evidentemente no era así. O quizá era que ese ambiente ya no era lo suyo.

Ver a su padre sonriendo con complicidad con el señor Greengrass, escucharlo alabar por lo bajo lo impecables que eran los modales de Astoria —la única que esa noche no iba en pareja y por ende, de manera implícita, se asociaba con él, el único «soltero de la velada»— y diciéndole lo esperanzado que estaba con lo que se vislumbraba en el futuro, hizo que Draco tuviera que hacer un gran esfuerzo por contener todo dentro de su estómago pues sentía de que un pronto a otro iba a vomitar lo poco que había logrado comer. Era claro que ahora que Daphne estaba comprometida con Theo, ante los ojos de su padre la situación económica de los Greengrass ya no era un obstáculo para la unión Draco/Astoria.

Su madre se había negado a enfrentar su mirada y dadas esas circunstancias, era indudable que ella no le había contado a su padre sobre la discusión que habían tenido la Navidad pasada y por eso su padre estaba allanando el campo para él. Eso hizo que, posterior al postre, completamente drenado de su alegría como si en lugar de personas hubieran asistido dementores a la reunión, sin dar muchas explicaciones, se despidiera de todos y regresara al apartamento sin siquiera abrir los regalos que le habían dado, mismos que había pedido a un elfo que llevaran a su antiguo dormitorio, urgido de volver con Hermione y su tranquila vida. Se preguntó si alguna vez estaría preparado para regresar completamente a su vida en el mundo al que pertenecía.

≫ ──── ≪•◦ ❈ ◦•≫ ──── ≪

Hermione no había mencionado nada relacionado con su cumpleaños en los días previos al cinco de junio y eso lo había aliviado, creyendo que ella no recordaría la fecha de la vez que la había mencionado en Hyde Park y que sería un día como cualquier otro; sin embargo, ese lunes ella lo despertó susurrando a su espalda sobre su oído la típica cancioncilla. Intentó hacerse el dormido para comprobar cuánto tiempo era capaz de cantar pero el cosquilleo de su fresco aliento sobre su piel lo hicieron sonreír. Abrió los ojos y al voltearse, la vio ya vestida para ir a trabajar pero detrás de ella vio flotando una bandeja con lo que probablemente era su desayuno. Ella lo besó rápidamente y lo invitó a sentarse.

—No los preparé yo pero sé que te gustan los rollos de canela de la pastelería nueva y acabo de ir a comprarlos para ti. Están recién salidos del horno. —Sus ojos brillaban de emoción probablemente por haberlo sorprendido.

—¿Tienen glaseado y nueces? —preguntó como si de un niño pequeño se tratara.

—Así le pedí a la señora Gastrell que te los hiciera.

—¿Y eso es leche fría? —volvió a inquirir con emoción.

—¡Por supuesto! No los comes de otra forma.

Draco invocó la varita, limpió su boca y se dispuso a comer los tres deliciosos rollos de canela aún tibios que estaban sobre la bandeja como si fueran el mejor manjar del mundo. Hermione besó una de sus mejillas, acarició su barbilla afectuosamente y salió por otra bandeja para ella con su desayuno usual: té Earl Gray con leche y sin azúcar, dos huevos, una tostada con mantequilla y mermelada de albaricoque.

—De haber sabido que tendría este despertar hubiera pedido el día libre —le dijo luego de un rato.

—Lo pensé, pero eso hubiera arruinado la sorpresa. Por lo que pude notar estos días, no querías que recordara que hoy era tu cumpleaños.

—Tienes razón.

—Pero yo quería sorprenderte.

Él hizo a un lado las dos bandejas, la suya con un rollo intacto y la atrajo a sí mismo besándola en todo el rostro, provocando risotadas en ella.

—Debemos ir a trabajar y aún no terminas de comer y debes vestirte… —dijo Hermione con mirada provocativa y las mejillas teñidas de rojo.

—Hay tiempo suficiente… —La interrumpió con la voz cargada de lujuria mientras abría los botones de la blusa y empezó a besar su boca con pasión antes de que ella pudiera poner más excusas. Al fin y al cabo, era su cumpleaños. Tenía derecho a hacer lo que quisiera.

Como cada tarde, Draco pasó por el trabajo de Hermione para volver a casa, pensando que todo lo que tenía que ver con su cumpleaños ya había sucedido en la mañana; sin embargo, al llegar al apartamento, ella le dijo:

—Saldremos a cenar. Ponte guapo.

—Yo siempre estoy guapo —se quejó y ella sonrió divertida negando ligeramente con la cabeza.

—Te veo en diez minutos.

—Diez minutos es muy poco; debo bañarme —rebatió—. Treinta minutos.

Y para que ella no regateara, cerró la puerta de su dormitorio. Desde que Harry se había casado, dormía con ella todas las noches pero se había negado a mover sus cosas para el otro dormitorio. Ese pequeño espacio de diez metros cuadrados era lo único que podía llamar verdaderamente suyo y no quería desprenderse completamente de él.

Hermione los llevó a un tranquilo restaurante de comida italiana en el mismo pueblo donde vivían y después habían ido caminando lentamente hasta su hogar hablando de todo y de nada. De vez en cuando se detenían para ver por un minuto o dos algo que hubiera llamado su atención para después continuar con su camino. Al llegar al dormitorio, la pasión se había encendido.

—Esta lencería no la llevabas en la mañana —murmuró con asombro al bajar el cierre del vestido y encontrarse con un juego de encaje negro. Ella negó con mirada seductora al tiempo que se mordía el labio inferior. Su corazón iba desbocado. Era la primera vez que la veía así de atrevida y le fascinaba que fuera él quien provocara esas reacciones.

—¿Te molesta que me haya cambiado? —preguntó fingiendo un puchero—. Creí que a lo mejor te iba a gustar este obsequio…

—¡Me encanta! Te ves hermosa y te voy a demostrar lo mucho que me gusta mi regalo de cumpleaños —le dijo con tono grave y cargado de deseo el cual aumentaba debido a sus débiles gemidos.

Horas más tarde, ambos estaban en la tina de baño, alumbrados con velas, con el agua mantenida a temperatura adecuada por medio de magia y música instrumental sonando en la radio. Hermione lo tenía abrazado y Draco descansaba la cabeza sobre su pecho. Habían entrelazado las piernas, él aferrado a ella, deseando prolongar el momento para siempre, ella prodigándole suaves y placenteras caricias en su cabello y piel. Estaba a punto de dormirse cuando de pronto recordó lo que ella había dicho la vez que habían ido al Hyde Park.

—Cuando el año pasado me dijiste que te gustaba celebrar a tus amigos por su cumpleaños, no imaginé que te refirieras a todo lo que hiciste para mí hoy.

—Es que no eres mi amigo, —le dijo con picardía—, ¡eres mi novio!

Él se volteó para verla al escuchar la convicción con la que había hecho esa afirmación y la vio sonreír y mirarlo como si él fuera el mejor hombre del mundo. Y no pudo hacer otra cosa que darse vuelta y abrazarla con fuerza, cerrando los ojos para evitar las estúpidas lágrimas que amenazaban con salir y dejarlo como un hombre débil ante ella. Enamorarse a veces tenía sus desventajas por lo que, instantes después prefirió desviar la conversación hacia terreno seguro en forma de un fingido reclamo.

—Entonces, así celebras a tus novios.

—¡No seas tonto, Draco! —Sintió un ligero pellizco en la nariz—. ¿O acaso no sabes que nunca he estado así más que contigo? —Él sonrió y se apretó de nuevo a su cuerpo. Por supuesto que lo sabía y a su ego le encantaba haber sido el primero como ella también lo había sido pero nunca se había atrevido a decírselo—. Tú me has dado muchas sorpresas: en Navidad, para nuestra primera cita, cocinas para mí casi todas las noches. Yo quería hacer algo especial para ti.

Él levantó de nuevo la cabeza y volvió a caer hechizado por su mirada, el fuego volviendo a despertar en su interior.

—Y definitivamente lo lograste —le dijo, sentándola a horcajadas sobre su regazo—. Ha sido el mejor cumpleaños de mi vida.

Y empezó a besarla con renovado deseo.

Semanas después llegó Harry de visita, tan bronceado y feliz, que Draco sintió cierta envidia pero sobre todo deseos por vivir abiertamente su relación con Hermione, pero siempre sus temores volvían, sobre todo por lo que había sentido en la última visita a Malfoy Manor.

Desde esa cena no había vuelto a la mansión a pesar de que su madre insistía en citarlo. Había recibido sus acostumbrados dulces de cumpleaños por parte de ella pero había sido una sugerente carta de Astoria invitándolo a una cafetería de Hogsmeade lo que lo tenía con los nervios crispados. No quería esconder a su novia por más tiempo, pero la reacción de sus padres sobre todo porque Lucius estaba intentando emparejarlo con la menor de las Greengrass, era lo que la llevaban a querer proteger a Hermione dentro de una burbuja para que nadie pudiera siquiera lastimarla con un mal pensamiento. Ridículo, lo sabía. Ella no necesitaba que nadie la protegiera pero así era el amor de cursi.

El primer paso debía ser la visita a los Granger, que precisamente hicieron el siguiente domingo para un brunch.

Hermione ya le había advertido acerca de la reserva que sus padres tenían sobre la magia debido a todo lo que había pasado, así que Draco ya sabía que era mejor comportarse como el muggle que estaba acostumbrado a representar desde tiempo atrás.

Al principio se había sentido incómodo por el obvio nerviosismo de conocer a sus suegros, aunque recordaba haberlos visto muy brevemente antes del inicio del segundo curso de Hogwarts. Por supuesto, una cosa era verlos a cierta distancia en aquella época donde había estado lleno de prejuicios a tenerlos frente a frente, tratarlos e intentar ganarse una buena opinión suya. Emma y George le preguntaron por sus padres y su trabajo así que se explayó hablando de lo mucho que le gustaba estar en el invernadero.

Poco a poco fue comportándose con la naturalidad de los últimos tiempos y no con la afectación de los educados en la alta sociedad. Había notado que la señora Granger le sonreía con frecuencia y después la había escuchado comentarle complacida a su hija por los exquisitos modales de Draco en la mesa, dignos de un príncipe de la realeza. Draco no sabía comportarse de otro modo: habían sido demasiados años bajo el estricto escrutinio de tutores y sus padres que ya eran parte de sí mismo, y ni siete meses en la calle habían logrado erradicar de su disco duro.

Cuando volvieron a la sala de estar, George empezó a hablar sobre la situación financiera del país y cómo estaba afectando eso a la consulta en su clínica dental. Draco fingía entender todos los términos asintiendo ocasionalmente, sin dejar de comparar lo mucho que se parecía Hermione a su padre, no solo físicamente sino también a nivel intelectual. De Emma había heredado la forma de los ojos, el color del cabello y el timbre de su voz. Entre todo lo que supo de su novia, la anécdota más interesante fue saber que Jean, su segundo nombre, lo habían elegido por una famosa y bella actriz —Jean Simmons— a quien George y Emma admiraban.

Al final no resultó tan desastroso como habían temido, pero supo que era el momento exacto para irse cuando él empezó inconscientemente a pellizcar con suavidad la cara interna de los dedos de la mano de Hermione que tenía entre las suyas, gesto que evidentemente ya ella le había visto en otro momento y por ende le había dado un suave apretón para tranquilizarlo. Ella había aprendido a leerlo. Buscó su mirada, y como si leyera claramente un papel, supo exactamente lo que estaba pensando: por favor, sácame de acá. Ella sonrió y dirigiéndose a Emma, le dijo que ya debían marcharse.

Hermione por lo general se quedaba todo el domingo en casa de sus padres, pero a propósito había planeado el brunch y luego ir a ver una película para que él no estuviera muchas horas expuesto al escrutinio de los Granger. Sería la segunda vez de Draco en el cine, pues en la primera habían ido al estreno de Gladiador en Londres y había quedado fascinado con la experiencia. Esta vez sería Misión Imposible Dos, como una forma de equilibrar las emociones generadas por los acontecimientos de la primera parte del día. Después irían a cenar y continuarían tranquilamente con sus vidas, donde eran solamente ellos dos sin prejuicios, sin ataduras, sin convencionalismos sociales que empañaran su camino.