—47—. AGRADECIMIENTO.

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Hermione estaba nerviosa por lo que se avecinaba. Habían pasado tres semanas desde que Draco había hablado con sus padres de su relación, pero ella seguía reacia a visitar a sus futuros suegros. La sola idea de poner un pie en aquella mansión le aterraba y habían ido alargando el encuentro. Draco parecía comprenderla y no insistía, pero se acercaba la Navidad, quería empezar el año nuevo sin ese pendiente y sobre todo, sabía que no iba a poder evitarlos por siempre.

Parte de sus temores, era el desconocer cómo comportarse ante una familia comparable con la aristocracia muggle pero del mundo mágico, que para peores, tenían como antecedente más importante odiar a los de su condición: bruja nacida de muggles.

Ella había leído mucho al respecto, sobre todo después de que Horace Slughorn le preguntara en una ocasión, si ella estaba relacionada con Hector Dagworth-Granger, el famoso pocionero; sabía que algún mago debía haber existido en su árbol genealógico, pero había hecho algo de investigación y no había logrado encontrar nada contundente. Lamentablemente, tampoco en el mundo mágico se llevaba registro de los squibs. De todos modos, ella había logrado demostrar, con creces, que era una bruja excepcional, tuviera parientes mágicos o no; no necesitaba de alguien famoso para ser quien era.

Hermione sabía que su vestimenta para la visita a Malfoy Manor debía ser la mejor. Era algo superficial, y quizá no era necesario gastar un poco de sus ahorros para verse mejor, pero quería, con todas sus fuerzas, causar una buena impresión a los padres de Draco, y por lo tanto, necesitaba un atuendo serio y apropiado para la ocasión.

No quería darles un motivo para que la hicieran sentir menos y sin decir nada a nadie, una tarde pidió libre en su trabajo y se fue de compras a Londres. No visitó ninguna tienda del Callejón Diagon, pues, a pesar de la nota sobre su relación amorosa en Corazón de Bruja, no quería dar más material para chismes si la veían entrar en la tienda de Madame Malkin, aparte de que no confiaba en la dueña.

Luego de algunas horas, se decidió por un largo y elegante vestido de tul color azul marino, de corte A, cuello en V, manga corta, estilo Hi-lo, y unas sandalias de tacón alto color plata que en conjunto la hacían ver más alta y esbelta. Sabía que probablemente iba a tener que practicar un poco para usar esos zapatos con elegancia, pero el vestido y la ocasión lo ameritaban. Los pequeños aretes de diamantes que su madre le había regalado y que habían pertenecido a su bisabuela, eran la única joyería.

El sábado programado peinó adecuadamente su cabello, se maquilló muy suave el rostro y salió a la pequeña sala con un elegante abrigo de lana también azul colgado de su brazo; ahí la esperaba Draco, quien se quedó sin respirar unos segundos.

—¿Tan mal me veo? —preguntó con un hilo de voz.

—¡Al contrario! Creo que luces aún más hermosa que en aquel baile en cuarto año.

—¡Draco! —le golpeó con suavidad el pecho para luego esconder su rostro entre sus manos—. No me digas esas cosas.

El joven mago tomó sus manos con suavidad, dejando al descubierto unas mejillas completamente arreboladas. Era curioso lo insegura que a veces aún se sentía, sobre todo cuando se trataba de su apariencia física. Su mirada gris se había oscurecido y reflejaba algo más que satisfacción y eso la hizo sentir aún más avergonzada pero a la vez, complacida.

—No me veas así —le dijo con un puchero.

—Si no supiera que llegaríamos tarde…

—¡Ni se te ocurra, Draco Malfoy! —le interrumpió a tiempo que lo veía con picardía—. Me costó mucho arreglarme. Pero si todo sale bien con tus padres… —Le lanzó una mirada cómplice.

—No importa cómo termine esta cena… —le dijo abrazándola con entusiasmo y mirándola directamente a los ojos—, quiero ser yo quien te quite ese vestido esta noche.

Y sin darle tiempo para poder decirle que no la besara pues le quitaría el brillo, él atrapó sus labios con pasión en lo que era quizá, el preámbulo de lo que le esperaba horas más tarde. Minutos después, y sabiendo que no era educado demorarse, se retocó con el brillo labial fingiendo enojo, se colocó el abrigo e hizo un hechizo cálido para sus pies. En la mesa tipo barra había dejado una botella de un vino de Burdeos que había comprado a pesar de la insistencia de Draco de que eso no sería necesario, pero ella insistía en que no podía llegar con las manos vacías

Tomándola de la mano, respiró profundo y Draco los apareció en el angosto sendero rodeado de setos y matorrales justo antes de las verjas de hierro en los límites de la propiedad. Él tocó la verja e inmediatamente pasaron como si no existiera para iniciar el camino de grava hasta la mansión. Mientras caminaban, él la tranquilizó.

—No te dejaré sola en ningún momento y bajo ninguna circunstancia. Así que, en el momento en que quieras irte, o te sientas incómoda, me haces una señal y nos vamos.

—Estoy muy nerviosa —comentó Hermione, pues no era la primera vez que recorría ese camino. Las circunstancias distaban mucho de ser las mismas, pero el miedo que sentía era el mismo.

—Lo sé. Pero no tienes que aparentar ser alguien que no eres. Quiero que seas tú misma frente a ellos, no importa lo que digan. —Le sonrió apretando ligeramente la mano que llevaba en su brazo—. Una mínima señal es lo que necesitaré si quieres irte.

—Si toco mi arete izquierdo de esta forma —le dijo, haciendo el movimiento—, será la señal.

—Perfecto.

Los Malfoy los esperaban en el ala opuesta a la que Hermione escasamente había conocido la única vez que había estado ahí. Todo estaba impecable y a la altura de una mansión señorial, probablemente por los elfos que la familia tenía.

Notó que en esa zona de la casa no había retratos y eso la alivió, pues se había imaginado a todos los parientes muertos de los Malfoy insultándola a su paso. Draco pareció adivinar sus pensamientos, pues en ese momento que caminaban por un pasillo y ella veía solo paisajes en las paredes, le dijo que todos los retratos de sus antepasados habían sido trasladados a un aposento en el último piso de la mansión, previamente amenazados con quemar sus lienzos si se atrevían a gritar algo en contra de ella. En ese momento, Hermione juró que jamás pisaría esa estancia.

El distinguido señor Malfoy distaba mucho de ser el altivo mago que había conocido a sus doce años, pero no podía negar que aún imponía miedo, al menos para ella. Su esposa también se veía algo mayor para su edad, pero era evidente que intentaba poner de su parte para hacerla sentir bienvenida esa tarde. Quizá no tenía la dulzura maternal de Molly Weasley pero agradeció el gesto amable de su rostro.

—Padre, madre, ella es Hermione —les dijo Draco con solemnidad y ella no supo si era necesario hacer una ligera reverencia inclinando la cabeza, tal era la formalidad que imperaba. Afortunadamente, Narcissa se había acercado sonriendo y le había dado un suave y breve apretón de manos, lo que le infundió tranquilidad.

—Bienvenida, señorita Granger. Nos alegra mucho que al fin podamos conocernos como es debido, ¿verdad, Lucius? —dijo viendo a su esposo. Él, con los brazos en la espalda, carraspeó la garganta e hizo una ligera inclinación de la cabeza—. La cena estará servida en media hora. Pasemos a la biblioteca para degustar este vino que han traído y relajarnos mientras llega el momento de pasar al comedor.

Draco le había comentado que había advertido a sus padres sobre las preguntas de tipo personal o lo que hacían ellos dos en el mundo muggle, así que fue un alivio para ella cuando uno de los temas fue el último viaje de los Malfoy a Francia en el pasado octubre. Recordando sus vacaciones de años atrás, siguió el hilo de la conversación aportando un poco de sus impresiones al visitar aquel país y cuando Draco alabó lo bueno que estaba el solomillo de ternera, ella apoyó diciendo que era la mejor salsa de foie que había probado. Narcissa parecía complacida con los comentarios y aunque Lucius apenas participaba de la conversación, probablemente advertido por su esposa sobre su comportamiento ante ella, la cena fue más bien tranquila y en ningún momento Hermione se sintió incómoda.

Draco les contó que tenía en mente, para el futuro de las empresas Malfoy, un proyecto para el que requeriría invertir, por lo que por primera vez en casi tres años visitaría Gringotts para tomar el dinero que necesitaba. Narcissa, emocionada, lo felicitó por sus deseos de al fin unirse a los negocios de la familia.

Después de la cena, volvieron a la biblioteca, donde los elfos sirvieron un té. Lucius se excusó alegando querer traer unos documentos para que Draco los revisara y Narcissa aprovechó la situación para comentar:

—Draco, hijo, me gustaría tener unas palabras a solas con la señorita Granger.

Draco vio a su novia con la incertidumbre reflejada en sus ojos y a pesar del natural temor que ella sentía por quedarse a solas con nada más y nada menos que Narcissa Malfoy, la hermana de quien la había torturado en aquella misma casa, la esposa del hombre que probablemente más la odiaba, pero también la madre del hombre que amaba, pero sorbe todo por como se había ido desarrollando la velada, Hermione quiso darle el beneficio de la duda y movió la cabeza en señal de aprobación.

—Me quedaré en la habitación, madre; solo que me alejaré unos pasos y fingiré que no deseas hacer algo en su contra y que la vista por aquella ventana es muy interesante.

—Lo siento, es algo protector —se excusó la joven bruja cuando Draco se encaminó hacia la ventana que había señalado.

De repente, Hermione consideró que la actitud de Draco era extremista, aunque sus razones tendría para pensar así. Se tranquilizó al ver que Narcissa, en lugar de sentirse ofendida, sonreía mientras realizaba un encantamiento muffliato con su varita, cosa que sí la sorprendió. Sabía que el profesor Snape lo había creado quizá en su etapa estudiantil, pero él era menor en edad que su anfitriona, y el encantamiento no se había empezado a enseñar en Hogwarts hasta cuando se hubo registrado, quizá en los ochenta.

—Severus me lo enseñó… —comentó como si le hubiera leído la mente.

—No le entiendo…

—El muffliato. Supongo que te preguntas cómo lo conozco. —Hermione asintió—. Fue extremadamente útil cuando el Señor Oscuro vivió acá… Una noche… después de que torturara a Draco… —murmuró y Hermione notó un ligero temblor en la voz y en la barbilla de la señora—, me sentía tan impotente que no me quedó de otra que gritar, según yo, en uno de los cuartos más alejados de la mansión para que nadie me escuchara. Aun así, Severus me encontró… Me dijo que si él se enteraba, podía empeorar las cosas para nosotros… En fin… —Se limpió rápidamente una lágrima y luego, fijando sus azules ojos en su hijo que a la distancia revisaba unos pergaminos que su padre le había traído, continuó—. Es bueno saber que todo eso quedó en el pasado y que ahora, Draco es feliz. Es lo único que realmente me importa ahora.

Hermione asintió nuevamente. Narcissa se había quedado en silencio, perdida probablemente en aquellos malos recuerdos, pero luego, volviendo su atención a ella, esbozó una leve sonrisa.

—Contrario a lo que Draco cree, no tengo ninguna objeción en su relación. Como ya te dije, y también se lo he dicho a él, si es feliz, y lo es contigo, no hay nada más qué decir. Tiene mi completo apoyo que es lo que nos toca a los padres cuando nuestros hijos empiezan a tomar decisiones.

Narcissa miraba a su hijo con adoración y Hermione entendió perfectamente la situación. Quizá ella no estaba brincando de alegría por la elección de Draco, pero lo respetaba y mejor aún, lo apoyaba y era casi seguro que presionaba a Lucius a hacer lo mismo. Eso era algo positivo, si tomaba en cuenta la forma en que siempre habían impuesto sus deseos sin tomar en cuenta la opinión de su hijo. Luego de unos instantes, la señora continuó:

—Crecí rodeada de mujeres y supongo que es lo que más deseaba, tener una familia numerosa, darle hermanos a Draco y que no creciera tan solitario, pero sobre todo, siempre quise una hija. Pero, hay algo con los Malfoy. Solo un hijo, y varón. Algo relacionado con perpetuar su linaje y todo eso. Magia muy antigua. Y deseo fervientemente que sea diferente con ustedes. Apreciaría, ya que no pude tenerlos yo, que los tengas tú, que nos des más de un nieto. —Hermione no salía de su asombro ante tal revelación—. ¡Lo siento! Ya me estoy metiendo en sus vidas, y ni siquiera sé si quieren tener hijos. No me hagas caso. Lo último que quiero es convertirme en mi suegra. La odiaba cuando empezaba a preguntar si ya me había quedado embarazada. Draco nació cuando cumplí veinticinco años; era casi una anciana, según sus palabras. Teníamos seis años de casados para entonces. Se suponía que a esas alturas ya debía haber dado a luz al heredero. Y de nuevo me desvié del tema. Lo siento.

—No se preocupe, señora Malfoy, es entendible. Usted quiere lo mejor para su hijo y…

—Quiero a quien lo haga feliz —la interrumpió viéndola con agradecimiento; tomó una de sus manos y la apretó con cariño—, y sé que eres quien pone esa sonrisa en su rostro. No recuerdo hace cuánto no lo veía sonreír de esa manera, y eso no tiene precio. Ni siquiera cuando recibía visitas de Theodore, a quien considera un hermano, lo veía así de contento. Eso sí… —dijo viendo de reojo a su esposo—, encontrarás que Lucius será más reacio en aceptarte, pero no dejes que él te intimide. Sé que también desea ver a Draco dichoso. En todo caso, siempre tendrás mi apoyo incondicional si eres capaz de poner ese brillo en sus ojos y sentimientos de amor en su corazón. Gracias por estar ahí para él. Sé que tuvo sus razones para dejar la casa cuando no supimos de él, algo que nunca ha querido contar. Lucius quedó muy herido cuando Draco tuvo la explosión de magia y por eso no pude ir tras él cuando se fue. Tampoco esperaba que no tuviera noticias suyas por ocho meses, no sabes la de veces que me recriminé no haberlo seguido… —Narcissa se limpió una lágrima—, pero sé que has sido muy importante en su vida después de que dejó la casa y quiero agradecértelo. Gracias, de todo corazón, señorita Granger.

—No hay nada qué agradecer, señora Malfoy. Draco y yo hemos ido creciendo como personas, intentando dejar en el pasado todo lo que vivimos años atrás y aprendiendo juntos a sanar nuestras heridas. No ha sido fácil. Aún tenemos pesadillas, tenemos desacuerdos y sabemos que habrá personas que nos criticarán por estar juntos, sobre todo, por que él esté conmigo dado mi linaje, o más bien, mi falta de él en el mundo mágico, pero creo que ahora somos lo suficientemente maduros para que no nos afecte, y si lo hicieran, nos tenemos el uno al otro para apoyarnos.

—Me encanta. La pureza de la sangre no tiene que ver con ser bueno, y creo que eso quedó más que demostrado en el pasado. Tienes un gran corazón, estoy segura, y de verdad, me alegro que él te tenga. O que se tengan mutuamente para enfrentar al mundo.

Hermione se emocionó por las palabras de Narcissa y eso fue suficiente para que Draco se acercara inmediatamente. Narcissa murmuró finite cuando su hijo estuvo a su lado.

—¿Todo bien?

—Sí —respondió Hermione pestañeando para evitar las lágrimas y sonriendo para tranquilizarlo.

—Creo que es hora de irnos.

Narcissa se levantó y Hermione la imitó para luego despedirse con un apretón de manos algo más cariñoso que el de cuando habían llegado, y luego, la señora había abrazado a Draco con fuerza, murmurando al oído del joven un te amo que hizo sonrojar su pálido rostro. Hermione vio en la mirada de la señora amor, ternura y orgullo, todo lo que su hijo inspiraba en ella. Narcissa insistió en repetir la cena pronto y haciendo un ligero movimiento de cabeza, instó a Lucius que secundara su moción.

De regreso al apartamento, a oscuras en la sala, con solo la luz de un lejano faro iluminando el rostro de Draco, ella pudo leer en sus ojos, el deseo que provocaba en él.

—La cena se me hizo eterna... —le dijo para después besarle un hombro; luego empezó a subir por su cuello provocando miles de sensaciones en todo su cuerpo que encendieron rápidamente su deseo.

—Si todas las cenas con tus padres terminarán así, no me opongo a repetirlo —murmuró con voz seductora.

—Secundo la idea —respondió para luego alzarla entre sus brazos y llevarla hasta su habitación.