—48—. DECISIONES.
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Con el antecedente de lo que había pasado para el cumpleaños de Narcissa, Draco declinó cualquier invitación que significara reunirse con sus padres en Navidad o Año Nuevo y prefirió hacerles una visita sorpresa para almorzar el veintisiete de diciembre. Sabía que esta vez era diferente, pues ahora ellos estaban enterados de su relación con Hermione, pero conociendo a su padre, prefería mantenerse alejado y así evitarse serios disgustos, pues sabía que podía seguir insistiendo con el tema de Astoria a pesar de que la habían visto acompañada de Terence Higgs en dos ocasiones la última semana.
Como regalo de Navidad, Draco le había dado a Hermione una pequeña caja roja con lazos plateados que contenía una esfera de resina en cuyo interior se veía la imagen de una aurora boreal moviéndose. Era un traslador que los llevaría a las islas Shetland para una estadía de cuatro noches, pues ella había mencionado que deseaba ver las luces del norte y qué mejor que aprovechar esas vacaciones; solo quedaba rogarle a Merlín que pudieran ver algunas.
Sabiendo lo mucho que extrañaba volar, Hermione le había regalado la Saeta de Fuego 5.0, la mejor escoba del mercado —guiada por los consejos de Harry y Ginny—, y el día previo a volver al trabajo, habían planeado ir a Stoatshead Hill, en Ottery St. Catchpole, cerca del lugar donde estaba La Madriguera y la casa de los Lovegood para un pequeño partido de Quidditch. Habían acudido prácticamente todos los Weasley —inclusive Ron—, Luna, los Potter y Neville. Esa fue la primera interacción entre Draco y Ron, y aunque no fueron muchas las palabras que cruzaron, al menos no se habían maldecido y la reunión pudo considerarse un éxito.
Él y Hermione habían cenado con los Granger el veinticinco de diciembre, almorzado con los Potter el primero de enero, y aparte de los días en el archipiélago escocés, el resto de las vacaciones habían sido sencillamente días para disfrutar estar juntos, leer, ver alguna serie, pero sobre todo, comer muchos postres.
Una tarde, a finales de enero, poco después de llegar al apartamento luego del trabajo, el búho real de los Malfoy apareció por la ventana y Draco tuvo el presentimiento de que no eran buenas noticias. Con manos temblorosas, le quitó la carta al ave y Hermione le dio una golosina al animal antes de que volviera a alzar vuelo. Inmediatamente Draco terminó de leer el contenido, sintió un ligero mareo y supo, por la expresión en el rostro de su novia, que probablemente estaba más pálido que nunca. Tuvo que hacer un esfuerzo para hablar, pues de repente sintió que todo el aire en la habitación se había extinguido.
—Padre estaba buscando un documento entre los cajones de su escritorio y tocó un objeto que aparentemente estaba maldito. Está en San Mungo. Madre no se explica qué hacía el objeto ahí pues pertenecía a Bellatrix, algo que usaba en su infancia… Aparentemente, lograron estabilizarlo, pero ella me pide que vaya a casa porque los aurores fueron alertados por el medimago y requieren la presencia de un miembro de la familia para poder investigar. Ella está en el hospital.
—¡Por supuesto! ¿Deseas que te acompañe?
Draco asintió y se dirigió a su dormitorio para buscar su varita. Tenía sentimientos encontrados por la situación de su padre, sobre todo por la angustia que podía estar sintiendo su madre. Debía estar más cerca de ella, ser su apoyo ya fuera en los pasillos de San Mungo o en Malfoy Manor, no por compasión a Lucius, pues sentía que aún no lo perdonaba por haber destruido su adolescencia con la patética excusa de que había sido la única manera de mantenerlos vivos. Draco no podía olvidar que, con escasos dieciséis años, había tenido que pagar por los errores de su padre.
No sabía cómo sentirse ante la idea de que Lucius podía morir. No importaba cuánto rencor le tuviera, no deseaba su muerte, no quería perder a su padre; tampoco quería que su madre sufriera. Era consciente de que en algún momento morirían, pero los magos eran longevos: esperaba que pasaran muchos años antes de que tuviera que preocuparse por la muerte de alguno de sus progenitores.
Después de las primeras horas de peligro, tomó la decisión de que pasaría unos días en la mansión mientras daban de alta a su padre y terminaban las investigaciones. Todo apuntaba a que el objeto tenía algunos años en ese lugar y nadie dudaba del motivo. Draco no creía que Bellatrix hubiera sido quien lo colocara en ese lugar, pues ella era de las que atacaban de frente, pero sí pudo ser un movimiento del marido de su tía, Rodolphus Lestrange, como venganza por el cambio de bando que habían tenido los Malfoy el día de la batalla final en Hogwarts.
Seguramente en algún momento entre el final de la batalla y su encarcelamiento en Azkaban, su tío político lo había colocado en ese lugar. Solo la rápida acción de Narcissa, conocedora de ese tipo de magia oscura había salvado a su esposo de una muerte segura.
Comer con su madre diariamente fue como volver a su infancia, pues aprovechaban esa oportunidad para recordar los momentos vividos hacía muchos años ya, momentos en los que todo estaba bien, que habían vivido sin miedos, sin máscaras.
Cuando Lucius fue dado de alta, prácticamente le rogó que se quedara un tiempo más y él accedió. Su padre casi había muerto y no tenía corazón para negarle algo que en realidad era relativamente fácil de complacer, quitando el hecho de estar en un lugar en donde no tenía muy buenos recuerdos. De todos modos, pasaba metido en el despacho de Lucius, al tanto de que todos los negocios familiares marcharan como debía ser, habitación que dichosamente los mortífagos o su líder nunca habían contaminado con su asquerosa presencia.
Sin embargo, los días dieron paso a las semanas y extrañaba cada vez más la paz del pequeño apartamento, la tranquilidad de no ser un heredero millonario que no necesitaba trabajar para vivir. Ya no podía estar ocioso, pues así se sentía revisando estados de cuenta o a la cabeza de aburridas reuniones de socios que no se comparaban con el ajetreado trabajo en el invernadero.
En esa fría e inmensa mansión faltaba Hermione para darle alegría a su vida.
Extrañaba dormir con ella sobre su pecho, él abrazándola en modo protector, con su olor inundando sus sentidos; sentir el peso de una segunda persona sobre el colchón, verla dormir a su lado arrullado con el sonido suave de su respiración y con aquella paz que reflejaba su rostro y que tenía un efecto tranquilizador más fuerte que cualquier poción. Hacía meses que no tomaba ninguna y sabía que ella tampoco. Se evidenciaba en que ya no pasaban una tarde de domingo al mes elaborándolas, pero la certeza de tenerse uno al otro, de tener un maravilloso motivo para vivir las había hecho prácticamente innecesarias.
También echaba de menos cocinar algo entre los dos, leer o ver una película en el sillón que ahora compartían uno al lado del otro envueltos en una manta y abrazados, con Crookshanks y Kraus enrollados también cerca de ellos; las charlas después del trabajo contando alguna anécdota del día, a veces incluso haciendo planes para el futuro… o simplemente sabiendo que ella estaba a pocos pasos de él.
Incluso extrañaba las ocasionales discusiones por nimiedades —la más reciente había sido porque él había gastado el azúcar y había olvidado comprar— y también sentía la ausencia de sus mascotas, con quien acostumbraba jugar unos minutos al llegar a casa.
Por eso, desde que su padre había enfermado, todas las noches después de cenar cruzaba por Red Flu hasta el Caldero Chorreante y de ahí se aparecía en la sala de estar, saludaba y abrazaba a Hermione como si tuviera años sin verla, solo unos minutos antes de que su madre se percatara de su ausencia, pues el accidente le había alterado los nervios.
Él sabía que debía volver rápido a la mansión donde sus progenitores esperaban que estuviera «por si acaso», pero separarse de su novia le resultaba cada vez más difícil y decidió dar un paso que hacía semanas rondaba en su mente, pero que quizá no había valorado por vivir juntos: había llegado el momento de pedirle matrimonio y hablarle de Walstone.
No es que él necesitara de un juez, testigos y un pergamino para demostrarle al mundo que la amaba y le pertenecía en cuerpo y alma a ella. Tampoco sabía si Hermione soñaba con casarse ya que nunca habían hablado de eso. Ellos vivían como si fueran un matrimonio desde hacía más de un año y sabía que unos votos no harían gran diferencia, pero él quería hacer las cosas bien, decir con orgullo que ella era su esposa, tener hijos y que fueran legítimos para que tuvieran todos los derechos que tenían los Malfoy desde hacía casi un milenio. Eso únicamente sería posible si realizaban una unión mágica y estaba listo para dar ese paso en su vida. Esperaba que ella también.
Draco tenía ahorros de dos años de arduo trabajo y podía comprar un buen anillo de diamantes para su novia. También podía recurrir a las joyas familiares pero esa idea solo estuvo dos segundos en su mente. No quería para ella nada de las reliquias que guardaban en Gringotts, reliquias que probablemente tuvieran hechizos de protección relacionados con magia de sangre dejados por alguien que odiaba lo que Hermione representaba. Él quería elegir algo exclusivamente para ella, algo que nadie hubiera usado antes. De todos modos, su relación se basaba en romper tradiciones centenarias, ¿cierto?
Quizá le pediría consejo a Potter sobre tiendas muggles. Tener esos pensamientos le pareció casi irreal. Tener a Harry Potter, a Hermione Granger y a él mismo en una sola oración que tenía que ver con su felicidad futura parecía imposible, pero así era, y por más raro que sonara, todo estaba bien.
Estuvo investigando dónde llevarla para pedirle matrimonio, pero después decidió que si quería sorprenderla, qué mejor ocasión que en algún momento de su diaria rutina y no llevándola precisamente a un espléndido lugar donde ella, con su increíble suspicacia, pudiera sospechar lo que planeaba. Qué mejor lugar que ese pequeño apartamento que había sido el mudo testigo de la evolución de su relación.
A mediados de marzo, cinco días después de que él dejó Malfoy Manor, llegaron a casa y él le dijo que se encargaría de la cena; le sugirió un baño en la tina para relajarse mientras él cocinaba y así se aseguraba el tiempo suficiente para ultimar los detalles: champagne a la temperatura ideal —nueve grados centígrados—, el anillo de compromiso en el bolsillo de su camisa, la música suave que ella siempre ponía en el reproductor y las palabras correctas repasadas una y otra vez en su mente, aunque sabía que probablemente al final diría lo que la situación le fuera propiciando.
Luego de comer, se sentaron en la sala y él supo que había llegado el momento.
—Necesito hacerte una pregunta. —Estaba nervioso pero aún así se levantó e inmediatamente se arrodilló frente a ella lo que provocó que ella llevara sus manos a la boca, ahogando un grito de sorpresa. El brillo en sus ojos lo animaron a seguir. Tomando ambas manos de la joven, hizo un esfuerzo porque no se le quebrara la voz por la emoción—. Hemos pasado juntos ya algún tiempo y puedo asegurarte con total honestidad que a tu lado he vivido los mejores momentos de mi existencia. Nunca soñé que pudiera merecer un amor como el que tengo contigo. Probablemente no te lo digo nunca pero soy muy muy feliz a tu lado. Llenas completamente mi vida, cada rincón de mi corazón con tu alegría, con tu amor… Solo tú le das sentido a mis días, tú me enseñaste lo que es la verdadera felicidad y deseo que me permitas pasar el resto de mi vida intentando que sientas lo mismo. —Con una floritura de su mano, hizo aparecer en su palma el anillo de compromiso—. Hermione, ¿quieres ser parte de mi vida el resto de mis días?
—Nunca creí que vería a Draco Malfoy arrodillado ante mí —sonrió con picardía a pesar de unas lágrimas que corrían por sus mejillas.
—Bueno, esa no es la respuesta que esperaba después de mi despliegue de romanticismo… —sonrió a su vez sintiendo un ligero calor en sus mejillas y las lágrimas en sus ojos.
—¡Te amo, Draco —respondió arrodillándose frente a él— y por supuesto que quiero pasar el resto de mi vida contigo! ¡Me siento muy afortunada de tenerte en mi vida y te aseguro que también haré todo lo posible por seguir haciéndote feliz!
Hermione se había abrazado a su cuerpo con tanta emoción, y se sentía tan bien de esa manera, que deseó permanecer unido a ella para siempre. Buscó su rostro y la besó con ternura, como aquel primer beso que había iniciado todo para luego colocarle el anillo en su mano y sentir su corazón latir con fuerza por la emoción del momento al tiempo que volvía a besarla, esa emoción que no deseaba que terminara jamás.
Su prometida. Ella era ahora su prometida, por más irracional que eso sonara.
De vuelta en el sillón, abrazados como solían hacerlo, acordaron celebrar la boda a mediados de agosto. Tenían cinco meses para organizar todo, pero Draco le dijo que dejara en sus manos la elección del lugar.
—Para que estés tranquila, no será en Malfoy Manor. Madre estará encantada de ayudarte con los preparativos.
—No sé si eso es algo bueno o malo —comentó en son de broma.
—Impone tus gustos y ella te respetará, tenlo por seguro.
—Mamá también querrá ayudar, pero no las imagino juntas en un mismo salón.
—Bueno, ya veremos cómo solucionamos eso; casi puedo apostar que se llevarán bien. Madre sabe que debe respetar todo lo que tiene que ver contigo y eso incluye a tus padres sin magia. Así que deja de preocuparte por esas tonterías —respondió presionando cariñosamente la punta de la nariz de la bruja.
Draco ni se creía que él estuviera diciendo esas cosas en voz alta, pero supo que era lo que Hermione deseaba escuchar cuando ella volvió a abrazarlo con fuerza.
—Quiero hacer una reunión para contarle a todos —dijo presumiendo su anillo.
—Como gustes, si eso te hace feliz.
Aunque estaban conscientes de que si aparecían con más frecuencia en el mundo mágico perderían esa privacidad que tenían y que tanto valoraban, decidieron hacer su segunda aparición oficial como pareja a pesar de que hacía meses que habían salido en la revista.
Decidieron reunirse en un restaurante del Callejón Diagon, esta vez con las gemelas Patil, Seamus, Dean Thomas, y por supuesto los Potter, Luna y Neville. Ron también había acudido pero después de saludar con un leve asentimiento de cabeza a Hermione, se había mantenido alejado de la pareja, hablando casi exclusivamente con Neville o Luna. No lo veía desde el partido de Quidditch en enero, pero agradecía que, si bien no hablaban nada, al menos respetara a Hermione con su decisión de tenerlo a él como novio, ahora prometido.
La idea de Hermione había sido aprovechar la reunión para mostrarle al resto de la comunidad mágica que tenían el apoyo de los amigos más cercanos de la bruja, confirmar los «rumores» de la publicación de finales de noviembre pasado y que además, vieran su anillo de compromiso. Draco había vuelto a enviar un anónimo y estaban seguros que en el siguiente número de Corazón de Bruja o en El Profeta serían noticia.
—Sé que tenían sus razones para mantener su relación en secreto pero estamos hablando de que tienen ¡año y cuatro meses juntos! —comentó Parvati señalando el anillo.
—Queríamos tener nuestro espacio. No tiene que ver con nada más. Solo con no tener que dar explicaciones —respondió Hermione alzando los hombros, restando importancia a la situación.
Todas las amigas de Hermione cotilleaban entre ellas admirando el anillo y Draco no podía evitar sentir cierto orgullo en su corazón de ser parte de todo eso. Sentirse rodeado de antiguos Gryffindor era casi risible; a eso sumaba que con quien más hablaba era con Luna, la ex-Ravenclaw que había estado secuestrada en Malfoy Manor durante la guerra y aún así lo trataba como si él realmente valiera la pena y no como los demás, por complacer a Hermione. Con sus ojos plateados y soñadores que le infundían tranquilidad, se encontró admirándola por su inteligencia y amable corazón, pero sobre todo, por su lealtad.
