HIJO DE LA LUNA
Por Maytelu
Disclaimer: Inuyasha y todos sus personajes pertenecen a Rumiko Takahashi. La canción 'Hijo de la luna' es interpretada por Mecano. Yo solo los tome prestados para hacer esta obra sin ningún fin de lucro.
Advertencia: Esta historia es un AU, así que los personajes pueden estar algo fuera de lugar. La pareja Sesshomaru/Kagome NO existe, pero esto es un fanfic y aquí muchas cosas pueden lograrse. ¿Nombres japoneses en la edad media Europea? No, tampoco existe eso, pero es más bizarro si a Inuyasha le cambio el nombre por Esteban y a Sango por Isabel. AGREGUEN 25 AÑOS A LOS ACONTECIMIENTOS DEL PROLOGO O SE PERDERAN EN EL TIEMPO.
Es NECESARIO que presten atención a los cambios de escena marcados con: OoOoOoOoO. Gracias por su atención y disfruten la lectura
CAPITULO 3: ERMITAÑA
Kikyou era de blanca piel y cabellos negros, largos y lisos que se antojaban cuidados con delicadeza. Sus facciones eran finas y su rostro resplandecía con unos ojos castaños que mostraban la dureza de su carácter, pero a la vez, su astucia e inteligencia. Su abuelo era el patriarca de aquella comunidad y su padre, uno de los tíos más respetados. Pero eso no opacaba su propio valor. Porque ella también era admirada y eso, que aún no era una mujer casada y con hijos varones, la razón era una sola pero suficiente: Kikyou se encargaba de curar los males de la comunidad, aunque solo los que estaban al alcance de sus conocimientos (algo que solía frustrarle).
Durante varias generaciones, conocimientos en el arte de sanar, habían pasado por varias mujeres de la ascendencia de Kikyou y ahora era ella la encargada de aplicar todo lo que con paciencia, su madre y su abuela le habían enseñado.
Aunque otra cosa caracterizaba a la joven. Ella era, como alguna vez le había dicho un calé llamado Miroku, como el mar: profunda de pensamientos, extensa en conocimientos y clara de sentimientos, provocaba calma… pero también temor. Generalmente era amable con todos, siempre tenía una sonrisa para sus pacientes, sin embargo si alguien trataba de timarle, ofenderla o jugar con ella, podía ser tan fría como el peor de los inviernos. Para cualquiera, Kikyou era una mujer fuerte, pero ella sabia que sin diferenciarse de nadie, tenía una debilidad…
Desde que tenía diez años no había dejado de admirar a alguien. Con el tiempo la admiración se había convertido en querer y ese querer ahora era un amor bien consolidado.
Ahora casi maldecía aquel día que cayó a una zanja, diez años atrás, recolectando algunas hierbas para sus infusiones, y un niño de cabello negro y ojos castaños le ayudó a levantarse mostrando el seño fruncido y lanzando una exclamación de fastidio. Su nombre era Inuyasha. ¿Y por qué difamar tan bonito recuerdo? La razón era sencilla: el amor, en ocasiones, se acompaña de dolor.
Kikyou era sensata, lo suficiente para reconocer que lo de ella e Inuyasha estaba alejado de la realidad. Su padre, tenía una lista bastante corta y precisa de hombres con los que convenía emparentar, donde el nombre de SU calé no estaba, y aunque ella era libre de escoger con quien debía contraer nupcias, siendo nieta del patriarca, no podía desatender los consejos de su familia. Aunque lo más importante era su situación con Inuyasha: él no era siquiera su amigo, le conocía y solían cruzar algunas palabras amables, pero no más, además… estaba ella. Aquella mujer llamada Kagome.
Cuanta envidia a veces le tenía. ¡Y como detestaba que la compararan con ella! Era verdad que descendían ambas de una misma rama, tenían parientes lejanos en común, pero era impresionante su parecido físico. Alguien ajeno a la comunidad bien podría pensar que eran hermanas.
La joven hizo un leve gesto de molestia, apenas perceptible en su impasible rostro. Quizás lo peor, es que no le odiaba, ni nada parecido y que por el contrario, le parecía simpática, lo suficiente para hacer feliz al hombre que ella amaba.
Pero era hora de dejar todos aquellos pensamientos. No podía perder el tiempo en ilusiones vanas, cuando tenía tantas cosas que hacer.
Kikyou se levantó del suelo, donde se encontraba triturando algunas cáscaras de frutos, se sacudió la falda roja y se secó el sudor de la frente, producto del calor encerrado en su hogar. Tomó entonces una capa y salió, no sin antes apagar el fuego donde se estaban cociendo algunos ingredientes.
Era hora de recolectar hierbas y de ir a hacer una visita. Por eso la capa: nadie podía enterarse de su destino, de su secreto. Nadie.
OoOoOoOoO
Aceituna. Dos orbes grandes, puros, tristes… dos luces en medio de tanta oscuridad. Aquel par de ojos verdes, bien podían contar la historia de su dueña o simplemente ocultarlo bajo la neblina de la locura. Aquel par de ojos verdes, era lo que resaltaba en su rostro, descuidado y con tintes de la cuarentena de edad; era lo que más llamaba la atención en su figura, delgada, casi a punto de quebrarse; era lo poco que le daba vida a sus cabellos negro-grisáceos.
A mitad de aquel sitio: una cueva oscura, con las paredes llenas de pieles de diversos animales, con el suelo forrado de hojas secas, con solo el calor de una hoguera y acompañada del crepitar del fuego. Ahí en medio, estaba sentada ella, la que había tenido un nombre, un hogar y una familia, la que había tenido ilusiones y desilusiones, la que había añorado el amor y había odiado descubrirlo… a la que le habían arrebatado su vida. Una ermitaña, una alguien que no era nadie desde hacia veinticinco años.
¿Y qué le quedaba más que vivir esperando la muerte? La segunda muerte, pues ya había fallecido una vez. A veces se odiaba por no tener siquiera el valor de terminar con su miseria. Pero cada vez que lo había intentado, algo en su interior rogaba por un tiempo más, algo en lo que no creía, brillaba en su interior: la esperanza.
Y esperando, solo esperando había pasado el tiempo. El tiempo, por supuesto no pasaba en vano y muchas enseñanzas le había dejado el vivir sola, alejada de cualquier civilización e intentando sobrevivir. Conocimiento suficiente para hacer avergonzar a los antepasados que había tenido alguna vez. Ahora, para su sorpresa, alguien proveniente del que cierta vez fue su hogar, le pedía transmitir esos conocimientos.
Así que suponía que en cualquier momento de esa tarde, la joven, llamada Kikyou aparecería por ahí como llevaba haciéndolo desde hacia casi un año. Desde que ambas se habían conocido en uno de sus intentos de quitarse la vida… desagradable recuerdo y a la vez, de forma irónica, el más agradable.
Aún tenía toda la mañana por delante, así que se dedicaría a buscar diversos ingredientes para las numerosas infusiones que preparaba junto a aquella muchacha. También tenía que buscar su alimento del día. Así que sin pensarlo demasiado, salio de la cueva que era su hogar y se internó en el bosque.
Ya había pasado bastante tiempo desde que salió, todo lo que tenia que recolectar estaba dentro de un bolso hecho con un desgastado pedazo de tela y sobre sus hombros colgaban un cuarteto de peces que habían sido previamente recogidos en un riachuelo no muy lejano. Ahora se dirigía nuevamente a su morada. Pero algo la detuvo, un grito: '¡KAGOME!'
Al girar el rostro a donde había escuchado aquella exclamación, encontró la espalda de un calé, un gitano de cabello azabache, que vestía un pantalón ancho de color rojo adornado con un cinto negro y camisa blanca. Parecía estar buscando a alguien, seguramente a su pareja sentimental o a alguna hermana. Por un instante varios recuerdos acudieron a ella, recuerdos sobre su vida antes de su muerte, aquella donde tenía hermanos que le celaban…
Pensó en retirarse, ella no tenia nada que interactuar con esas personas, mucho menos si eran precisamente ellos quienes le habían desterrado. Sin embargo, por alguna razón que no entendió, comenzó a seguir al hombre; con la distancia que les apartaba, él no podría percatarse de su presencia. Fue así que al verlo atravesar algunos matorrales, ella se busco un sitio que le permitiera observar lo que sucedía al otro lado: abrió un hueco entre los arbustos y dio un rápido recorrido con la vista.
Su respiración se detuvo.
Lo que estaba frente a sus ojos era imposible, era un sueño, un desvarió. Los mismos ojos, las marcas, el color de piel, el porte…
Su boca estaba seca, de sus labios apenas audible a sus propios oídos salió una palabra –Inutaisho.- pero al instante sacudió su cabeza con fuerza y retrocedió un paso, luego dos y luego comenzó a caminar de prisa hacia atrás hasta encontrarse con una rama que le hizo caer. No podía ser, no podía.
Reunió todo el valor posible y tiritando, viéndose más frágil de lo que ya se veía, se levantó. Sintió que todo le daba vueltas. Después de tantos años, después de todo eso… Se suponía que él estaba…
La mujer se dirigió con paso vacilante hacia aquel arbusto y con miedo separó nuevamente sus ramas. Cuando se asomó ya no encontró lo que pensaba, solo estaban aquel calé y una joven de rebeldes cabellos oscuros, buscó una vez más con la mirada y así pudo ver apenas una figura alta que se hallaba ya lejos.
Se tomó el vientre con las manos y se alejó del lugar a paso rápido. Algo en su interior le gritaba 'Esperanza'. No pudo caminar tanto antes de apoyarse contra un árbol, sintió nauseas y el arqueo vino.
OoOoOoOoO
Kagome observó la punta de sus pies y luego una solitaria florcita que se alzaba entre la alfombra naranja que cubría el suelo.
Inuyasha acababa de decirle que la amaba. Así de sencillo. Inuyasha, su amigo, con el que compartió travesuras, el que la conocía mejor que nadie, del que desconfiaban sus hermanos.
Kagome quiso reír, no por burla, sino por nervios. No pudo imaginarse esa situación ni en la más loca de sus fantasías. Y no se atrevía a mirarle a la cara, porque apenas estaba comenzando a aceptar que lo que había escuchado no era una broma, ahora como siguiente paso tenia que buscar en si y poner en claro sus sentimientos, porque ¿qué sentía ella hacia él?
-Oye…- Inuyasha por otro lado, con todo y su orgullo algo herido por no obtener una respuesta inmediata, comenzaba a sentir vergüenza.
La joven enredo sus manos en su falda y por fin alzó el rostro, aunque de inmediato volvió a mirar sus pies –Inuyasha, yo no…-
El calé de cabello oscuro apretó los dientes y los nudillos de sus dedos se vieron blancos –No me importa que no sientas lo mismo Kagome, tenias que saber, porque…-
Kagome sorpresivamente abrazó al chico, esta vez sin mirar si alguien les observaba, solo lo rodeó con sus brazos y con eso lo dejó a media frase –No dije eso.- le susurró –Yo quería decir –ella hizo una pausa para verle a los ojos, que así de cerca como se encontraban, tenían algunos tintes apenas perceptibles de color miel –quería decir, que yo no esperaba esto-.
Inuyasha parpadeó algo anonadado, tanto por el efusivo abrazo de la joven, como por las palabras de ella. Él tenía un carácter voluble, pero en situaciones así, no sabia como actuar –Entonces…- balbuceó.
Ella comenzó a reír. Inuyasha era su amigo, el que la conocía más, un gruñón, cabezota, pero el que la cuidaba desde que eran pequeños y aunque no lo admitieran, él único al que sus hermanos toleraban cerca. Y ella quería saber que era el amor. Quería comprobar que todo lo que Sango le relataba, era cierto.
-Creo que puedes hablar con mi mamá y mis hermanos.- Le sonrió mientras daba su respuesta –Sería mejor si obtenemos su autorización ¿no lo crees?-
Inuyasha no podía creer lo que estaba escuchando. Si su orgullo no se lo hubiese impedido, hubiera saltado de gusto.
Apenas llegaran a la comunidad se encargaría de enfrentar a la familia de Kagome y entonces, oficialmente, nada, ni nadie impediría que ellos estuviesen juntos. Si las cosas salían bien, en algunos meses podía aspirar a algo más.
-Me pregunto si te habré hecho sufrir en otra vida, para que tú me hayas hecho lo mismo a mi teniéndome en suspenso.- le susurró Inuyasha al oído con un gruñido. Y mirando por el rabillo del ojo, fijándose que estuvieran lejos de cualquier mirada fisgona, le beso delicadamente aquellos labios carmesí que tanto había anhelado probar desde que supo la realidad de sus sentimientos.
Ambos jóvenes regresaron al campamento con poca prisa, mirándose de reojo casualmente y caminando más juntos que de costumbre. Inuyasha estaba muy tentado a tomarle la mano a Kagome, pero aún lo pensaba, se sentiría más tranquilo una vez que hablara al menos con los hermanos de la joven. Estaba tan adentrado en estas reflexiones, que se extrañó cuando sintió a Kagome detenerse bruscamente.
La cara de la joven era de curiosidad. Sus ojos miraban fijamente un punto lejano. Inuyasha giró su rostro a la dirección que ella observaba y entonces, descubrió porque estaba tan curiosa.
Alguien de la comunidad, una mujer a juzgar por su falda, se escabullía entre los arbustos, cubierta por una capa. Era como si quisiera que nadie la viera. Aunque lo más extraño, es que se dirigía al corazón del bosque y solo una cosa había ahí: el hogar de la ermitaña.
-¿Quién será?- preguntó Kagome al aire e Inuyasha alzó los hombros con indiferencia. Kagome bufó –Tu siempre tomando todo a la ligera.-
-Y tú siempre queriendo saber acerca de la vida de los demás.- contestó él, girando su rostro de lado.
La joven apretó sus puños y cerró sus ojos con coraje. Tuvo de pronto tantos deseos de verlo en el piso.
Se hizo silencio.
Y luego los dos rieron. Después de todo, llevaban años siendo amigos y conocían demasiado bien su carácter, lo suficiente para saber que sin una pelea en el día, no podían vivir. Entre reclamos y empujones, arribaron a la comunidad.
OoOoOoOoO
Un nuevo día había arribado, el sol comenzaba a ponerse en lo más alto y las labores en la comunidad parecían haberse detenido un instante, solo para tomar algunos alimentos y regresar al oficio.
El día anterior, Inuyasha había tomado coraje y de forma seria buscó a Miroku. Kagome aún se reía por lo bajo al recordar esta escena: a decir verdad ella también estaba con miedos, pero nada como ver el gruñón semblante de Inuyasha con incertidumbre en sus ojos.
-¡Miroku!- Gritó Inuyasha al divisar al hermano mayor de su querida Kagome.
El aludido giró su rostro y sus ojos azules brillaron con astucia -¿Qué es lo que quieres Inuyasha? Tengo muchas cosas que hacer y tu deberías estar haciendo algo también. -Miroku que tenia el cabello más corto y recogido en una coleta pequeña, le señaló unos metales que parecían a medio fundir.
Inuyasha carraspeó –Ahora me dedico a eso. Antes quisiera hablar contigo, es sobre Kagome.- Miroku le miró con los ojos entre cerrados e impidiéndole decir algo, hablo él primero –Quiero que sepas que quiero a tu hermana bien y estoy dispuesto a ofrecerle todo lo que me sea posible darle.- anunció de forma agresiva.
El de ojos azules alzó una ceja y miró hacia el hogar que compartía con Sango. Seguramente Kagome estaba ahí contándole a su mujer lo mismo y haciendo planes con ella para que viera la forma de convencerle. Sonrió. Eso no seria necesario, ya antes Hoyo y él habían conversado sobre esa situación que veían venir desde hacia un tiempo, siendo los responsables de Kagome y Rin… además Souta había estado de acuerdo y aunque fuese el varón más pequeño, tenia valor su opinión solo por ser hombre.
-¿Y qué dice ella?- interrogó Miroku con calma y viendo con diversión el rostro de perplejidad que había puesto Inuyasha.
-E-ella- se corrigió –Ella esta de acuerdo- dijo con firmeza.
Miroku entonces dejo de hacer lo que hacia, apoyó una mano en el hombro de Inuyasha y lo miró fijamente a los ojos. Aunque después su cara mostró un rictus de dolor y pena –Espero que después no te arrepientas.- le dijo fingiendo compasión.
Kagome no pudo aguantar entonces la risa. Ella había visto toda esa escena la tarde anterior junto con Sango, asomándose tan solo por una ventana, mientras Rin reía finamente a su lado. Ya su amiga, después de felicitarla entre gritos y abrazos, le había dicho que Miroku ya sospechaba de Inuyasha y que se dedicó a charlar con Hoyo y Souta los últimos días.
Después de eso, todo fue más fácil. Su madre le dijo que Inuyasha era un buen hombre, trabajador y honesto, aunque algo voluble de carácter: su madre no podía tener más razón. Y ahora, a tan solo un día, ya casi toda la comunidad se había enterado. Por la noche, cuando llegara la hora de bailar y cantar alrededor de la hoguera, esperaba recibir varios cantos dedicados a ellos, algo así como una felicitación comunal.
Aunque fuera de ese alboroto y del par de besos que había recibido de parte de Inuyasha en el transcurrir de la mañana, aún no lograba sentir todo aquello que Sango le describía cuando le hablaba del amor que le tenia a Miroku.
Su atención se desvió de sus pensamientos, por un breve instante, casi efímero, le pareció ver una capa ondeando a orillas del campamento. Recordó lo que Inuyasha le había dicho el día anterior, acerca de que le gustaba meterse en la vida de los demás… Kagome hizo un mohín, eso no era cierto, no del todo.
Dudó un momento y se mordió el labio inferior. No pasaba nada si averiguaba un poquito ¿qué tal si se trataba de algún ladronzuelo? Ella solo estaría ayudando a la sociedad; ya las varas más fueres se encargarían de atrapar a aquel, si ese fuera el caso.
Miró a su alrededor de forma rápida, cuidando que nadie, sobre todo Inuyasha o alguno de sus hermanos, le vieran y echó a correr, aunque se detuvo de forma brusca poco antes de entrar al bosque donde pudo ver que se perdía la figura encapuchada, tenia que dejar algo de espacio si quería que no la descubrieran espiando.
El problema fue que cuando decidió internarse en el bosque para continuar la pista… se perdió. No había logrado su objetivo siguiendo al sospechoso y ahora tendría que encontrar el camino de regreso, lo que no era fácil con tantos árboles que se parecían.
Con paso firme y totalmente decidida, comenzó a caminar por donde primero se le ocurrió. Kagome Higurashi no se caracterizaba por ser una cobarde, era un poco miedosa en ciertas situaciones, pero no cobarde. Si Inuyasha se llegaba a enterar de eso, la mataba.
El sonido de agua corriendo llegó a sus oídos ¡Seguro que había un riachuelo por ahí! Si eso era así, tenia la esperanza de encontrar a alguien recogiendo agua y de esa forma hallar el camino de vuelta.
Fue grande su sorpresa cuando al llegar al nacimiento de agua, encontró a alguien, si, pero a nadie de su etnia. A las orillas del riachuelo, con el torso desnudo y con las rodillas sobre el suelo, dejando mojar su largo cabello, estaba él.
Ese que no tenia nombre, porque ella descuidadamente nunca se lo había preguntado. Ese que le había hecho sentirse diferente.
-Sesshomaru.- susurró el hombre sin siquiera voltear. ¿Ese era su nombre¿Aquella palabra que había sido llevada hacia sus oídos por el viento?
Kagome no lo supo, pero dio un paso al frente. Se sintió tranquila. Tal vez y solo tal vez, ella podría sacar algo más que monosílabos de aquella persona.
FIN DEL CAPITULO 3
POR
MAYTELU
OoOoOoOoO
Notas de la autora (25 de Junio de 2006): Lamento profundamente la demora con este capitulo, sobre todo porque tenía muy buena inspiración y ritmo en la escritura de este fanfic. Pero bueno, tuve que enfrentarme a problemas personales que me dejaron muy mal parada. La inspiración se me fue. Por eso ofrezco otra disculpa si este capitulo no les agradó del todo, a mi no termina de convencerme, pero no pude hacer más. Además, sé que pueda parecer algo aburrido, pero es de esos capítulos necesarios para atar cabos.
Como podrán ver, algunas cosas y personas comienzan a resolver algunos misterios y por supuesto, a crear otros.
¡Y claro que Kagome le dijo a Inuyasha que si! No me odien si la chica hace sufrir al hanyou un poquito. Es necesario para la historia.
Cualquier duda, pregunta o comentario ya saben queme lo pueden dejar aqui o a maytelu15hotmailcom.
Ah… como ando con un poco de prisa, les debo para la siguiente la visita a la cultura gitana. ¡Cuídense y gracias!
