La inutilidad de los sueños

A veces pienso que no sirve para nada soñar. Esas veces donde mi mente choca con la realidad y ve lo que le rodea. No creo que estando aquí, quieto, pensando en mis problemas, ayude demasiado a entender lo que cuentan a mi alrededor. Se oye una voz lejana y monótona. Es un sonido grave y desagradable, que llega a parecer repelente y hasta insoportable. No quiero enfocar mis pupilas y observar mi pesadilla, es decir, mi vida. Prefiero vivir en mi vacío. Un vacío lleno de desilusiones y catástrofes. Ningún éxito alumbra mi cueva. ¿Y de que me serviría? No tengo a nadie con quien compartirlo. Él ya no esta aquí. El Guardián de Gryffindor ya no esta aquí. Seamus me hace señas desde la puerta. ¿Ya ha acabado la clase? Que rapidez.

Me levanto, perezoso. Hoy tengo uno de esos días. No como cuando las chicas tienen la regla, que gritan y muerden al primer osado que les pide la hora, sino uno de esos días en que estas callado y pensativo. ¿Por qué lo estoy? Pues la verdad, no lo sé. Creo que porque no tengo ganas de hablar. No tengo nada que decir. Sino hay nada de que hablar, ¿para que hacerlo? La gente me considera torpe, patoso y un inútil, hasta quizá tonto. Puede que no sea un Einstein, pero yo, Neville Longbottom, sé lo que es ser despreciado. Cosa que, por suerte o por desgracia, nadie me podrá quitar.