N.A.: Un saludo muy especial para Alas de Tinta. Agradezco, tu apoyo continuo. Contestando tu pregunta, sí, Harry y toda la banda de Hogwarts aparecerá en futuros capítulos. Y gracias por tu apunte acerca de la peli La Espada en la Piedra. No la había visto pero ahora tengo la cancioncilla metida en la cabeza.
Continuamos con el siguiente capítulo y espero sea de su agrado. No olviden dejar sus comentarios, preguntas y sugerencias.
Capítulo 10
Otro Tipo de Magia
El frío se filtraba por la puerta y las ventanas de la última casa en la Calle de la Hilandera. El cielo encapotado se confundía con la nieve ennegrecida a causa de la perpetua nube de humo que salía de la chimenea de la fábrica y del constante ir y venir de sus humildes habitantes. Aquella mañana del 26 de diciembre Severus encontró a su madre durmiendo con la cabeza apoyada sobre la desvencijada mesa de la cocina, a su lado una botella de jerez vacía y los platos aún con los restos de la cena de navidad que ella se había esmerado en preparar con los pocos ingredientes que podía permitirse; el plato servido en la cabecera de la mesa estaba intacto y frío. A pesar del destartalado árbol de oropel que había sido donado años atrás por la parroquia del pueblo y las guirnaldas de papel que el pequeño Severus había pasado haciendo el día anterior, la casa tenía un aspecto lúgubre y descuidado; igual de descuidado era el aspecto del niño que en ese momento se sentaba frente a la ventana y se entretenía dibujando figuras con el vaho de su aliento contra el sucio cristal.
"¡Mami, Papá ya viene!" – Gritó al ver la alta y fornida figura de su padre que se tambaleaba por la estrecha calle.
Eileen se incorporó lentamente y miró con desprecio el desorden sobre la mesa y los trastos que esperaban en el fregadero de la minúscula cocina. Desvió sus ojos de Severus que se había puesto de pie y había corrido hacia la puerta, abriéndola y dejando entrar un gélido viento que traía consigo el acre olor del humo de carbón.
"Cierra la puerta."
"Pero Papá está por llegar."
"¡Te digo que cierres la maldita puerta!" – La voz de Eileen se cortó y acabó dejando salir un sollozo. – "Ciérrala, Severus. Por favor."
Severus tragó saliva asustado. Su madre nunca le había gritado de esa forma. Miró una vez más a su padre que se había apoyado contra una de las farolas y empezaba a vomitar en plena calle. El pequeño sintió el impulso de ir a socorrerlo, pero incluso antes de poder abrir la puerta lo suficiente para salir, una fuerza repentina la hizo cerrar de un golpazo, casi sacándola de sus goznes. Severus volvió su vista hacia su madre que se había puesto de pie y apuntaba con lo que a él le pareció, una ramita muy delgada.
"Tu padre ya lo sabe. Ahora es hora de que tú también sepas porque eres tan diferente a los otros niños."
Eileen se acercó hasta su hijo y se arrodilló a su lado poniendo sus ojos a la misma altura de los del pequeño de seis años. Tomó su rostro con sus manos y respiró fuerte tratando de que su voz no se quebrara, tratando de ocultarle su rabia y zozobra. Al crecer, Eileen jamás imaginó que algún día sentiría tanto pesar al tener que explicarle a su hijo el porqué de sus poderes y su magia. Proveniente de una antigua familia sangre pura, la habilidad mágica que su hijo Severus había demostrado poseer desde tan pequeño era algo por lo cual sentirse sumamente orgullosa. Se mordió los labios al pensar en su propio padre, Vespertilio Prince, que había fallecido maldiciendo el nombre de su hija menor en su lecho de muerte al enterarse de que había huido con un despreciable muggle, hijo del dueño de un miserable pub cercano a sus terrenos. Seguramente, si su padre siguiera vivo, sabría apreciar y propiciar las capacidades y destrezas de su único nieto, aún si se tratase de un nieto de sangre mestiza.
"¿Mamá, es por eso que ya no me dejas ir a la escuela? ¿Porque soy diferente?"
Eileen recordó con rabia los golpes con los que había llegado Severus a casa tras su primer día en la escuela muggle a la que Tobías había insistido que fuera, los niños le habían atacado al ver cómo había hecho que varios bichos crecieran de forma desproporcionada y empezaran a bailar en el patio de recreo.
"Eres un mago, Sevy. Como lo fue tu abuelo y tu bisabuelo. Como toda mi familia. Un mago cómo en los cuentos de hadas."
Severus entrecerró los ojos mirando con desconfianza a su madre. Se apartó de ella y fue a sentarse nuevamente junto a la ventana abrazando sus piernas y fijando su mirada en sus raídos calcetines por donde asomaba la punta de su dedo gordo.
"Estás mintiendo. Los magos no existen, igual que Papá Noel. No son reales."
Eileen, se limpió la nariz con su mano y se puso de pie, dispuesta a revelar a su hijo porque se empeñaba en mantenerlo aislado del mundo muggle, porque había guardado el secreto de su magia incluso a su propio esposo.
"Esto es una varita mágica." - Eileen se había sentado junto a su hijo, al tiempo que le pasaba su delgada varita de madera de castaño. - "No tengas miedo, agítala."
Severus la tomó y cerró los ojos asustado mientras sacudía la varita con un movimiento brusco. Una salvaje llamarada de fuego azulado, envolvió el espantoso árbol de oropel que empezó a derretirse sobre la sucia alfombra y a llenar la sala de gases ponzoñosos. Eileen, tomó rápidamente la varita de la temblorosa mano de Severus que miraba las llamas con una expresión de profundo pavor en el rostro. Susurrando un par de encantamientos, las llamas se apagaron y el humo negro se desvaneció de inmediato.
"Yo también odiaba ese vejestorio." - Dijo ella esbozando una sonrisa y abrazando a su hijo que seguía temblando. - "Estoy muy orgullosa de ti, Sevy. Un día, cuando cumplas 11 años, tendrás tu propia varita e irás a un colegio muy especial donde aprenderás todo acerca de nuestro mundo, pero nunca debes hablar de esto con nadie. ¿Puedes prometerlo? Las otras personas no lo entenderían, sienten miedo hacia nosotros, desprecian y temen lo que no pueden entender."
"Es Papá un mago también?"
"No, él no es como nosotros… él también tiene miedo, Sevy. Intenta no mencionar nada de esto cuando vuelva… e intenta no hacer magia frente a él, sé que será difícil controlarlo, pero eres un niño tan inteligente…"
Un fuerte golpe en la puerta anunció la llegada de Tobías, quien trastabilló al entrar al recinto y miró con ojos aguados y rojizos el desorden de la sala, los restos del árbol quemado y a su esposa e hijo abrazados junto a la ventana.
"Ven aquí, hijo."- dijo mientras se tambaleaba hacia ellos y arrancaba al pequeño Severus de los brazos de su madre. Levantándolo con sus enormes manos y abrazándolo con fuerza mientras sollozaba empapando su suéter de mucosidad y lágrimas. - "Eres un buen niño, Severus. No eres un fenómeno… No eres una monstruosidad."
Sin entender muy bien por qué, Severus rompió a llorar también sobre el hombro de su padre, inhalando el ácido aroma del alcohol y el olor acre del invierno que se había adherido a su abrigo.
. . .
La lluvia de la mañana repiqueteaba contra los ventanales y la habitación estaba aún iluminada por el resplandor de unas cuantas velas. Laurel estaba sentada al lado de Severus, observándolo mientras dormía con la cabeza apoyada sobre el pergamino donde había estado haciendo anotaciones casi toda la noche. Apretó la taza de café que tenía en las manos, mientras rememoraba el recuerdo que Severus había compartido cuando ella, a pesar del efecto calmante y el dulce sabor del chocolate caliente, no pudo dejar de sentir la amargura de pensar que no volvería a ver jamás a su madre y a su hermana.
"Tienes suerte de tener aún una familia." – Había dicho él, intentando calmarla a su manera tímida y racional. – "La mía empezó a resquebrajarse desde que empecé a mostrar signos de habilidad mágica."
Imaginaba aquella escena como si de un cuento de Charles Dickens se tratase. Laurel por fin empezaba a vislumbrar el momento en el que habían surgido las primeras grietas del profundo abismo que separó a padre e hijo y que había terminado por convertir a Tobías Snape en un monstruo y a su dolor se le sumó también el de Severus. No se lo mencionó, por supuesto, sabía que sería contraproducente. Él no entendería, confundiendo su sentimiento con lástima y seguro que hasta se sentiría culpable al agregar inadvertidamente más pesar al ya cargado espíritu de Laurel.
Dejó la taza sobre la mesa y se aproximó a Severus detallando en la profunda arruga de su entrecejo que ahora era desdibujada por la serenidad del sueño. Su piel, del mismo color del pergamino sobre el que dormía, sus manos de dedos largos y pálidos aún sostenían la pluma con la que había estado escribiendo y Laurel recordó una vez más el sólido agarre de sus manos sobre su piel desnuda. Se ruborizó al darse cuenta de que sus pensamientos empezaban a enredarse con deseos indecorosos al imaginar las marcas que sus fuertes dedos serían capaces de dejarle gravadas sobre la piel, al follársela de forma desenfrenada. Sonriendo con descaro, siguió moviendo sus ojos lentamente por su rostro hasta alcanzar sus rizados labios entreabiertos por los que se escapaba un hilito de saliva que manchaba sus anotaciones. Laurel soltó una risita dulce y le dio unas suaves palmaditas en la mejilla.
"Buenos días, te quedaste dormido hace un par de horas. No tuve corazón para despertarte."
A él le tomó un momento darse cuenta en donde estaba. Se llevó una mano al cuello, masajeando la rigidez que le había provocado dormirse sobre su trabajo al tiempo que seguía con la mirada a Laurel quien se dirigía hacia una de las mesitas de noche y servía una taza de café de una cafetera que Severus habría jurado no haber visto antes. También notó que su cabello estaba húmedo y que su rostro estaba limpio y los moretones habían disminuido.
"Lo trajo Enoby." - Dijo al ver la cara de extrañeza de Severus -"También me ayudó a darme un baño. Es un amor, la verdad. Excepto cuando le pregunté si podría darme algo más que ponerme. Por poco me da otro tortazo en el rostro."
Severus aceptó de buena gana la taza de café y rio con ella.
"Te lo tendrías bien merecido. No hay peor ofensa para un elfo doméstico que lidiar con prendas de vestir. Perderían su amada vida de esclavitud."
"Ya, me ha quedado clarísimo." -dijo ella volviéndose a sentar a su lado. - "También ha preguntado si deseas tomar tu desayuno aquí o abajo con la familia."
El estiró sus brazos, desperezándose e intentado que el agudo dolor en el cuello desapareciera. Bostezó profundamente y se dejó caer nuevamente en su asiento.
"No tengo apetito y mucho menos tengo tiempo para lidiar con estúpidos formalismos."
"Tienes que comer algo Severus. No cenaste anoche y estás en los huesos." - Súbitamente su voz se había convertido en una orden autoritaria.
"No te vendría mal tomar un baño tampoco..." - dijo mientras peinaba su grasoso pelo con su mano.
Las mejillas de Severus se enrojecieron terriblemente. Por supuesto, Laurel lo encontraba repulsivo. ¡Que idiota fue! Había bajado la guardia con aquella joven mujer y había permitido que se sintiera lo suficientemente cómoda para tener el atrevimiento de criticarlo. Tuvo el impulso de ponerse de pie y apartarse de ella. Buscaba, ofuscado, alguna palabra hiriente para lanzarle, pero antes de que pudiera abrir la boca, Laurel terminó su frase:
"Un baño caliente te ayudará con el dolor en el cuello."
El súbito sentimiento de humillación fue reemplazado de inmediato por una descarga eléctrica que le recorrió todo el cuerpo al sentir el tibio contacto de los dedos de la mujer presionando con delicadeza su nuca. No pudo evitar cerrar los ojos, embriagado en la calidez de los trazos que Laurel dibujaba con movimientos lentos y certeros, aliviando, o más bien, haciéndole olvidar la tensión que sentía en su cuello.
"Necesitas cuidarte mejor, Severus." – Susurró, mientras su pulgar acariciaba el fino vello de su barba incipiente.
Laurel le miraba con ternura, consciente de que Severus probablemente no acostumbraba a recibir un trato amable por parte de las demás personas, en especial en aquel nido de víboras del que inexplicablemente hacía parte. Ella había desistido de su intento por sacarle más información, podía reconocer en la personalidad de Severus la testarudez y rigidez de Tobías y sabía que lo mejor que podía hacer era confiar en que al final de lo que sea que estuviera intentando lograr, él sería capaz de liberarla y llevarla de vuelta a casa.
Soltó un suspiro y desvió sus ojos de su calmado rostro, mirando con curiosidad el pergamino en el que había estado trabajando. Severus notó como sus dedos dejaron de moverse y abrió los ojos, ruborizado ante aquel comportamiento tan impropio de él, esperando encontrar la dulce mirada de la mujer. Sin embargo, su corazón se detuvo por un segundo al darse cuenta de que Laurel intentaba leer el pergamino en el que había estado anotando cualquier información que le fuera útil para llevar a cabo aquella titánica tarea que ni él mismo creía posible. Se había pasado la noche intentando encontrar entre sus libros de magia oscura alguna manera de crear una poción que aislara la particular resistencia de los Akardos hacia la magia. Había repasado cientos de páginas, releyendo antiquísimos rituales egipcios y sumerios, había estudiado las prácticas antropofágicas de algunas tribus sudamericanas, los dementes experimentos que Herpo El Loco había realizado en su desquiciado intento por alcanzar la inmortalidad, pero no podía hallar nada que no implicara tener que sacrificar la vida de Laurel, o en su defecto, tener que cortar alguna extremidad.
"¿Que idioma es este?"
Severus tomó su mano, que se había quedado quieta sobre su cuello, y la apartó con suavidad, mientras que, con la otra, tomaba el pergamino y se lo alcanzaba para que lo examinara mejor.
"Es latín antiguo, un lenguaje muy importante para la magia, tiendo a pensar mejor en él."
Laurel miraba impresionada las palabras escritas en su letra pequeña y apeñuscada. Entre los párrafos, aparecían también distintos símbolos alquímicos y diagramas con runas antiguas.
"Y que dice?"
Severus suspiró y tomó nuevamente el pergamino de las manos de Laurel, enrollándolo y poniéndolo a un lado junto con los demás volúmenes que esperaban por ser estudiados.
"Nada que pueda servirme hasta el momento. A menos que quieras ofrecer en sacrificio alguna de tus manos."
Laurel rio con nerviosismo mientras se frotaba las manos de forma inconsciente, moviendo sus ojos de los libros hacia Snape.
"Tienes un terrible sentido del humor."
"¿Quién dice que estoy bromeando?"
Laurel miró con horror el serio semblante de Severus. Ella quería la verdad, y Severus estaba siendo honesto con ella, no estaba endulzando nada. Estaba allí, como sujeto de prueba, como un espécimen curioso que valía la pena estudiar, y Severus era el investigador a cargo de averiguar cómo aprovechar su rareza. Incluso si estaban siendo amables el uno con el otro, ambos estaban atrapados en sus respectivos roles y Laurel estaba ansiosa por seguir adelante y empezar con los malditos experimentos de una vez por todas.
"Bueno, será mejor que encuentres una mejor manera de hacerlo funcionar, Severus, porque no estoy dispuesta a sacrificar ni la punta de mi dedo meñique".
"Encontraré la manera." - respondió Severus con su habitual voz aterciopelada. - "pero de una forma u otra no será agradable. Quiero advertirte a partir de ahora."
"Lo sé. No esperaba que fuera un día de campo cuando me trajiste aquí. Siempre que me puedas asegurar, que no será tan doloroso como los azotes..."
"No lo será." - La cortó Severus. – "¿Crees que soy tan malvado como esa perra Bellatrix?"
"¿Qué pasaría si no puedes hacer la poción?"
"La haré"
"Pero y si no?"
"Ambos moriremos, Laurel."
Laurel apretó los puños y tensionó su cuerpo, nerviosa por lo que iba a decir a continuación:
"Huyamos."
"¿Qué?"
"Huyamos. Larguémonos de aquí, Severus."
Él dejó salir un bufido, moviendo la cabeza sin entender. ¿Huir? ¿Huir del mago tenebroso más poderoso de todos los tiempos? ¿Abandonar a Dumbledore? ¿Dejar de lado su misión como espía para la Orden? Nunca, él no era un cobarde. Severus Snape no huiría jamás de su deber, de su promesa a Lily.
"Eso no puede ser, Laurel." - Dijo en voz baja. - "Nos encontrarán. No hay forma de huir del Señor Oscuro. Lo habría hecho mucho antes si pudiera. Pero me quedé atrapado aquí, igual que tú."
"No igual que yo. Eres su mano derecha, ¿no es así?"
El rostro de Severus se ensombreció con una expresión de desprecio.
"No estoy aquí por la emoción de ser un Mortífago. Me di cuenta de que cometí un error al unirme a ellos hace años. El precio que tuve que pagar; nunca lo podrías entender. Entonces no, estás atrapada aquí porque no tienes opción. Yo estoy atrapado aquí por mi propia estupidez."
"¿Ella?" – Su voz tembló al darse cuenta de que estaba hablando de su amor perdido.
Severus asintió de forma tan imperceptible que Laurel tuvo la impresión de que lo había imaginado. Tomó su mano y la apretó fuerte, como lo había hecho en su casa en Cokeworth.
"No quiero morir."
"No dejaré que mueras, Laurel."
"No quiero que tú mueras tampoco, Severus."
Severus chasqueó la lengua y soltó una risita de suficiencia que ocultaba el sentimiento de apego que empezaba a encenderse como una pequeña llama en su pecho.
"Créeme, no está en mis planes morir."
"Pero nunca podrás dejar a los Mortífagos, nunca serás libre."
"Mi vida nunca ha sido fácil, Laurel. Pero terminé aquí por decisión propia y ahora estoy intentando enmendar mis errores. Soy sólo una pieza de ajedrez en un esquema mucho más grande, tengo que jugar mi parte."
Laurel alzó las cejas sin entender claramente lo que Severus decía, pero podía discernir por el tono de su voz que el remordimiento le acosaba.
"Sé que no tienes la culpa de estar en este sitio, fui yo el que…
"Te ayudaré." – Le interrumpió Laurel. –"A enmendar tus errores, a hacer lo necesario para crear esa maldita poción. Lo que sea, sólo quiero que salgamos de aquí con vida, tú y yo, Severus. Aún si piensas lo contrario, nadie merece sufrir lo que te ha pasado."
Ella le soltó la mano y, recuperando su aplomo autoritario, terminó:
"Ahora, ve y date un baño para que te relajes un poco. Y por favor come algo, los cerebros no funcionan sin comida y el tuyo es el más preciado en este momento."
. . .
Laurel se había sentado en la cama, con un enorme libro apoyado sobre sus piernas tratando de encontrar sentido a las palabras escritas en las páginas tan viejas y usadas que se habían vuelto tan suaves como la gamuza. El sonido de la lluvia se mezclaba con el sonido del agua llenando la bañera de mármol y la pesadez en sus párpados no tardó en llegar.
Sus ojos vagaron por la rica habitación y algo llamó su atención. La varita negra de Severus descansaba sobre la mesa de trabajo, y no pudo resistir la tentación de sostenerla en su mano. Se puso de pie lentamente y la agarró con una sonrisa en su rostro. Se volvió hacia la cama con pasos sigilosos, orgullosa de haber capturado a su presa. Movió los dedos por la madera lisa, sintió su peso ligero y notó el mango ricamente decorado. La sostuvo con firmeza y Laurel podía sentir ahora el mismo miedo y aprensión que el pequeño Severus había sentido. Cerró los ojos y levantó la varita deseando con todas sus fuerzas volver a estar con su familia, deseando verse libre de mortífagos y del agobiante dolor en su espalda. Deseó también volver a sentir el gélido aire contra el rostro mientras volaba en brazos de aquel mago que había puesto su mundo patas arriba. Mordiéndose los labios, se atrevió a agitar la varita.
Nada.
Laurel abrió los ojos, no realmente extrañada por la falta de un milagro. Agitó la varita un par de veces más, imaginando todo el poder que aquel palo de madera podía realizar en manos de personas mágicas. Soltando un suspiro resignado, abrió el libro nuevamente y decidió continuar con su lectura, mientras jugueteaba con la varita entre sus dedos.
Severus la encontró un rato después, el libro se había caído al suelo y ella estaba hecha un ovillo sobre la cama, profundamente dormida. Lentamente recuperó su varita de la maraña de sus dedos y la arropó lo mejor que pudo, teniendo cuidado de no despertarla.
Con una ligera sacudida de su varita, la luz de las velas se extinguió. Echó una última mirada a la mujer acostada en la cama antes de salir de la habitación, dejando tras de sí la fragancia a colonia, que no usaba desde su paso por Hogwarts.
