N.A.:
Advertencia: el siguiente contenido muestra violencia gráfica y sangre. Se aconseja la discreción del lector.
Capítulo 13
Esperanza
Laurel tenía el rostro pegado contra el cristal de la ventana, intentando discernir entre las sombras de la noche, la figura oscura del mago que acababa de salir del recinto. Un segundo aullido hizo que la piel se le erizara de miedo. Miedo al pensar que Severus realmente hubiera ido en busca del hombre lobo. Intentó localizar el sitio de donde provenía aquel terrible alarido, pero, bajo la luna llena, tan sólo era posible divisar el contorno de las agrestes colinas a la distancia.
"No puede ser tan insensato". -dijo para sí, angustiada. - "Sólo ha ido a Hogwarts, ha ido de vuelta al castillo. Está a salvo".
Se paseaba de un lado al otro frente al ventanal, como un animal enjaulado, e intentaba convencerse de que si repetía aquellas palabras una y otra vez, se convertirían en una realidad. Y aunque trató de tragarse el miedo, éste se le quedó atascado en la garganta, escociéndola por dentro.
"Está a salvo. Está en Hogwarts". - la voz se le quebró. - "Ya volverá".
. . .
El mago se había aparecido tan de repente y silencioso como la sombra de un fantasma, en medio de aquel megalito olvidado, invadido de matorrales y desperdicios. El sitio era claramente utilizado por algunos de los jornaleros de granjas vecinas para pasar su tiempo libre holgazaneando y bebiendo alcohol (dada la enorme cantidad de botellas y latas de cerveza) sin ser vistos por los escrutadores ojos de sus capataces.
En medio de la oscuridad, percibió las pisadas de las enormes patas del hombre lobo y una bota manchada de sangre. Los jirones de las prendas de algún desdichado que había tenido el infortunio de cruzarse con el monstruo estaban enganchados a los matorrales, indicando el camino que Greyback debía haber tomado al capturar a su presa. Lentamente elevó su vista hasta ver una formación rocosa en lo alto de la colina. A la distancia, pudo oír los débiles gemidos de un hombre. Dio un paso firme y se desapareció.
La pestilencia a heces y a cuerpos en descomposición fue lo primero que sintió al trasladarse hasta la entrada de una pequeña caverna escondida entre las rocas. Sus brillantes zapatos se mancharon al aparecer justo sobre un gran charco de sangre y a su alrededor, desperdigadas, las carcasas de al menos una docena de lo que alguna vez fueron víctimas incautas.
Apuntando a sí mismo con la varita, Severus sintió el helado conjuro recorriendo su cuerpo, haciéndolo totalmente invisible y con la rabia aún concentrada en su pecho, se adentró en la oscuridad de la caverna. Sus ojos se ajustaron rápidamente: Greyback, transformado en una bestia descomunal sostenía el cuerpo destrozado de un joven muggle. Su presa estaba aún con vida, la respiración errática e hiperventilada, sus piernas agitándose en el aire, eran prueba de ello; pero su cuello mutilado, el rostro convertido en una masa de carne y el globo ocular que le colgaba de una cuenca, no dejaban dudas de que él infeliz tendría la fortuna de morir en los próximos segundos. Greyback, le arrancó un brazo con el hocico repleto de colmillos afilados, produciendo un ruido siniestro al separar carne y huesos. Un chorro de sangre espesa salió disparado, manchando las paredes de roca y salpicando el rostro del mago, que, sin inmutarse, se acercó un poco más hacia la bestia. Ésta no pareció darse cuenta de la presencia de Severus, ya que estaba ocupada relamiendo la sangre que le embadurnaba por completo y gruñendo de una forma tan macabra que casi parecía una carcajada. Los salvajes ojos azules estaban fijos en el cadáver y con sus garras abrió con un crujido la caja torácica, empezando a arrancar trozos de órganos sanguinolentos, devorándolos con ansia.
Severus no perdió más tiempo, usando su total odio y su repugnancia acumulada, comenzó a caminar en círculos alrededor del hombre lobo, en sentido contrario a las agujas del reloj, recitando en su mente, el encantamiento oscuro para paralizar y atrapar a la bestia en su círculo mágico. Al dar la vuelta por sexta vez, sacó de su bolsillo una pequeña bolsa con salvia seca, acónito y polvo de piedra luna y sabiendo que Greyback se daría cuenta de inmediato que estaba siendo atrapado, dejó de lado cualquier sigilo. Corrió como un rayo, arrojando el contenido de la bolsa en dirección al hombre lobo y completó el séptimo círculo.
Fenrir Greyback soltó un aullido demoníaco al sentir como todo el peso de su cuerpo parecía aplastarse con fuerza contra el inmundo suelo, quedando inmovilizado sobre el cadáver del que segundos antes estaba alimentándose. Los ojos, brillando en la oscuridad se volvieron de forma desesperada, buscando al causante del hechizo. Sus orejas puntiagudas se movieron, intentando localizar al intruso y fue entonces cuando Severus removió el hechizo de invisibilidad, doblando una rodilla sobre el suelo de tierra y aproximándose tanto como pudo al círculo mágico.
"Greyback". - susurró al tiempo que escupió con rabia sobre el hombre lobo. - "Te voy a dejar muy en claro lo que les ocurre a los hijos de puta que quieren inmiscuirse en mi trabajo".
Poniéndose nuevamente de pie, rechinando los dientes, blandió su varita con un amplio movimiento:
"Sectumsempra!"
Esta vez fue la propia sangre de Greyback la que manchó el suelo y las paredes de la caverna. De su garganta salió un aullido de dolor que se mezclaba con rugidos de rabia. El corte de la maldición le había dado de lleno en el rostro, hiriéndole un ojo y cercenando parte de su oreja.
Severus no se detuvo allí, continuó lacerando el cuerpo de la bestia con la maldición oscura, enarbolando su varita con odio, cada movimiento consagrado a la venganza.
"No valgo tanto la pena".
"Maldita sea, lo vales todo, Laurel". - Pensó.
El sudor empezaba a surgir en su frente. Se quitó su capa y se dejó caer en el suelo, mareado por el esfuerzo, la rabia acumulada en las entrañas y la terrible pestilencia del sitio. No quedaba un sólo centímetro de piel intacta, el hombre lobo se retorcía en el suelo, a pesar de su fuerza descomunal no era posible escapar de la magia oscura que Severus había usado para atraparlo. Greyback dejó salir aquellos gruñidos que parecían risas y dejó el ojo sano fijo en el mago que en ese momento se esforzaba por no vomitar.
"Haré que la desalmada gima mi nombre, Snape". - pensó la bestia, sabiendo muy bien que el mago sería capaz de leerle el pensamiento. - "Me follaré a esa perra y le arrancaré la piel. Tendrás suerte si encuentras algún trozo de su cuerpo…"
Severus no pudo controlarse, precipitándose dentro del círculo mágico, arremetió con locura en contra del hombre lobo con sus puños, golpeándole de forma desenfrenada. Aquello era lo que Greyback esperaba. Abriendo sus enormes fauces intentó darle una dentellada en el cuello, pero éste pudo darse cuenta a tiempo de sus intenciones. Maldiciéndose a sí mismo por ser tan tonto de dejarse provocar y caer en la trampa, materializó una daga y se la clavó con todas sus fuerzas en el hocico. Greyback dejó salir un lloriqueo y sacudió su cabeza con violencia, intentando deshacerse de la daga, momento que Severus aprovechó para escapar y ponerse a salvo fuera del círculo.
"Crucio!" – Vociferó jadeante. - "Es una pena que no puedas usar tu voz para rogar por tu vida."
Apuntó con su varita al cuerpo ensangrentado que se contorsionaba de dolor, dispuesto a pronunciar la maldición asesina. Gotas de sudor nublaban su visión y le resbalaban por la punta de su nariz, las náuseas hacían que su boca se le llenara de espesa saliva y el mareo se había convertido ahora en un terrible dolor de cabeza. Debía acabar con esto de una vez por todas. Ansiaba salir de allí pronto. Se sintió enfermo, quería volver a la Mansión Malfoy nuevamente, quería sentir el abrazo de Laurel, el olor a jabón perfumado en su cabello…
"No voy a permitir que te ensucies las manos. No eres un asesino. Prométeme que no vas a hacer una estupidez".
Severus se detuvo, la varita aún levantada en el aire, la maldición imperdonable lista para salir de su boca.
"¡Hazlo ahora, cabrón! ¡No tengo toda la puta noche!" - la mirada incandescente de Greyback estaba clavada en los ojos negros.
Estaba exhausto, todo el desprecio y el rencor que había utilizado en sus conjuros de magia oscura lo habían consumido, dejándolo desorientado. Laurel creía que no era malvado, confiaba en él. Si ella pudiera verlo en este momento…
"¿Asustado, Snape? ¿El lameculos del Señor Tenebroso, incapaz de asesinar a un hombre lobo?"
Severus rió, una risa seca, fría y maliciosa que hizo que Greyback desistiera de seguir provocándolo. Apuntándole aún con su varita de ébano, se acercó hacia la bestia, adentrándose nuevamente dentro del círculo. Con la mano que tenía libre arrancó violentamente la daga que seguía clavada en el hocico, dejando salir con ella una gran hemorragia que terminó de empapar sus ropajes. Presionó con fuerza el cuello de Greyback con la punta de la varita, impidiéndole cualquier movimiento y usando la afilada daga, amputó uno de los dedos del animal susurrando:
"Esto es sólo una advertencia, Fenrir. La próxima vez, no será tu dedo lo que vaya a cortar".
. . .
Laurel siguió caminando por la suite, suplicando, deseando ver alguna señal, sin saber realmente qué esperar. Si estaba en Hogwarts, realmente no había nada de qué preocuparse. Debería simplemente irse a la cama, intentar dormir, el tiempo correría más rápido de esa manera. Pero fue incapaz de hacerlo. La sensación de hundimiento en su pecho no se lo permitió. Sintió un cosquilleo en las manos, tenía que hacer algo con ellas, mantenerse ocupada. Se movió hasta el armario de suministros y empezó a sacar los ingredientes necesarios para crear la Esencia Calmante que había estado practicando en los últimos días. Hubiera deseado poder usarla en ella misma, pero al menos se distraería un par de horas mientras la preparaba. Dejando salir un tembloroso suspiro, abrió la jarra con los corazones de cocodrilo en conserva y empezó a sacarlos de uno en uno, pesándolos cuidadosamente.
El reloj de péndulo marcaba ya las cuatro de la mañana. Laurel, lo miró con reproche, culpándolo de su ansiedad. La poción se estaba terminando de cocer en el caldero y un relajante aroma a menta invadía el recinto. La mujer, empezó a limpiar la mesa, organizando los ingredientes para ponerlos de vuelta en el armario, sus ojos volviéndose hacia la puerta cada dos por tres, escuchando atenta por el ruido del picaporte, su corazón empezó a palpitar con más fuerza y fue entonces cuando supo que Severus finalmente había vuelto.
Dejó todo lo que tenía en sus manos sobre la mesa y corrió hasta dónde estaba el delgado mago. Con el corazón en un puño, lo evaluó rápidamente, apartándole el sucio cabello del rostro. Lo primero que llamó su atención fueron las salpicaduras de sangre sobre la piel pálida, húmeda y fría. Luego notó la enorme cantidad de manchas rojo oscuro que empapaban su túnica, apenas disimuladas por la tela negra. Goteando de su capa, un líquido de olor inmundo.
Severus se había quedado de piedra al ver a Laurel de pie frente a él, las luces de la recámara totalmente encendidas y el inconfundible aroma de la Esencia Calmante, inundándolo todo.
"No pensé encontrarte despierta.". – Dijo en un susurro, un poco azorado de verse descubierto.
No quería que Laurel supiera que había ido tras Greyback, no tras la conversación que habían tenido. Ella confiaba en él y, aun así, él no había hecho caso a sus palabras. Habría sido más sensato ir a Hogwarts directamente, pero el irreprimible deseo de verla tras aquel brutal episodio pudo más. Había esperado entrar a hurtadillas, limpiarse sin hacer ruido y despedirse de la mujer dormida con una última mirada, antes de tener que volver a su tedioso trabajo en Hogwarts.
"¿Te ha mordido?" - Fue todo lo que ella preguntó sin apartar la visa de las manchas de sangre.
"No".
Laurel le quitó la capa y la dejó caer al suelo. Tomando su mano, lo llevó hasta el baño e hizo que se sentara sobre un pequeño banco al lado de la bañera, mientras ella humedecía una toalla y empezaba a limpiarle la sangre del rostro, buscando cualquier herida, cualquier rasguño que pudiera tener. Sus ojos recorrían milímetro a milímetro la piel cetrina, y Severus no pudo evitar ruborizarse cuando sus dedos empezaron a desabrochar el cuello de su levita, deshaciendo el nudo de su corbata, inclinándose tan cerca de él que pudo sentir su cálida respiración contra su sensible cuello.
"Estoy bien". – Susurró nervioso.
Ella no le respondió, poniéndose de rodillas frente a él, continuó desabrochando los botones de su traje. Por un instante, Severus tuvo el impulso de usar su magia -como lo hacía normalmente él - para hacerle la tarea más fácil, pero se dio cuenta que sentía una enorme satisfacción al ver como los dedos de Laurel, soltaban uno a uno, la larga hilera de botones. Tragó saliva cuando sus delicadas manos descendieron hasta alcanzar la altura de su cinturón y pudo sentir como su anatomía empezaba a despertar. Buscó desesperado la mirada de Laurel, intentando ver alguna señal que le aclarara que era lo que estaba sucediendo exactamente. Se sentía perdido, tímido, indiscutiblemente cachondo, pero Laurel tan sólo mantenía su vista fija en su tarea. Procedió a desabotonar también las mangas de la levita, retirando la prenda empapada de sangre y dejándole sólo la camisa blanca.
Súbitamente, la mujer se inclinó hacia él y Severus dejó salir un gruñido de excitación.
"Laurel". – ronroneó.
Pero para su total vergüenza, Laurel tan sólo se había inclinado para alcanzar el grifo de la bañera. Severus sintió que su rostro ardía y estaba a punto de disculparse, pero cuando vio la mirada absorta de la mujer, comprobando la temperatura del agua con el dorso de la mano, creyó que ella no lo había escuchado.
Laurel carraspeó un poco y se puso de pie, dirigiéndose al lavabo para enjuagar la toalla. Miró a Severus a través del espejo, su voz nerviosa y preocupada.
"¿Te lastimó, Severus? Dime la verdad".
"Ni siquiera pudo tocarme. Estoy bien. Lo juro".
Ella se volvió hacia él, toalla en mano y le quitó la camisa sin ceremonias. Severus se encogió un poco, apenado por el aspecto de su cuerpo escuálido y marcado de cicatrices. Intentó esconder la marca tenebrosa lo mejor que pudo de la vista de Laurel. Ella continuó su búsqueda, su limpieza, la punta de sus dedos trazando las cicatrices dejadas por castigos que tuvo que soportar durante su ascenso hasta ocupar su alto rango en las filas de los Mortífagos. Laurel fue lo suficientemente sensata para no preguntar por ellas.
"Hay demasiada sangre". - dijo ella, arrodillándose una vez más frente a él.
"No es mi sangre".
Laurel asintió con la cabeza a su respuesta, temerosa de preguntar, temerosa de saber. Desató los cordones de su zapatos y los retiró junto con su medias, reconfortando sus pies cansados con la toalla fría; demostrando una completa devoción hacia él. Lo amaba. Se dio cuenta esa misma noche mientras preparaba la poción, amaba a Severus, el maestro de pociones; mientras esperaba su regreso, amaba a Severus, el idiota imprudente; mientras limpiaba su cuerpo, amaba a Severus, el tímido espía. Tenía miedo de saber que también amaba a Severus, el asesino.
Dejó escapar un suspiro cuando sus manos sostuvieron su rostro, obligándola a mirarlo a los ojos.
"Greyback no volverá a molestarte más. Se lo he dejado claro".
"¿Entonces no lo has…?"
"Hubiese sido mejor matarlo, pero pensé en ti. Me pediste que no lo hiciera".
Laurel, dejó caer la toalla al suelo, tomó sus manos, apartándolas de su rostro y las sostuvo entre las suyas, examinándolas, acariciándolas. Se tomó su tiempo para hablar:
"Cuando Tobías me contaba aquellos terribles incidentes con su familia, muchas veces deseaba poder trasladarme hasta allí. Deseaba tener el poder de evitar todo aquello". – Llevó su mano hasta su mentón y trazó con delicadeza la fina cicatriz que le había quedado tras recibir un fuerte golpe de su padre a los trece años. – "Aún sin conocerte, siempre sentí la necesidad de protegerte. Pero al final, fuiste tú el que terminó salvándome. El que aún sigue protegiéndome. Desearía poder hacer mucho más por ti".
Severus se dio cuenta entonces de que Laurel realmente sabía mucho sobre su vida, tal vez incluso más de lo que había compartido con Lily. Se sonrojó pensando que él no había aprendido mucho sobre la suya. Hizo una nota mental para asegurarse de corregir tal error.
"Ya haces demasiado, Laurel". – Le contestó. – "Pero no le diría que no, a un trago de esa Esencia Calmante".
El rostro de la mujer se iluminó con una sonrisa.
"Confías en que no te hará daño? Es la primera vez que creo que me sale bien".
"Está preparada a la perfección. Lo sé por el olor. Pero debes apagar el fuego en este mismo instante".
Laurel, dejó escapar una risita y se levantó rápido, dirigiéndose hasta el caldero humeante y apagó el fuego. Cuidadosamente extrajo un vial de la poción, que a pesar de haber estado hirviendo por casi media hora, se sentía fría al tacto. Antes de girarse se percató del pequeño tubo de ensayo con la muestra que había tomado el día anterior. La espuma plateada, aún arremolinándose a pesar de no haber sido movida por horas. Tomando ambos viales, fue entonces al baúl que contenía la ropa del mago y eligió un par de prendas que le resultarían cómodas.
Volvió al cuarto de baño, Severus estaba de pie, arrojando algunas sales y jabones en la bañera. Laurel se sonrojó al verlo. Su pecho desnudo, brillando por el vapor del agua caliente. A pesar de su aspecto delgado, sus hombros estaban bien formados, sus pectorales marcados, los dos surcos en v corriendo desde su bajo vientre hasta ir a perderse dentro de sus pantalones. Sus piernas temblaron levemente al recordar el gran bulto en su entrepierna que había notado hacía unos minutos y la sensual forma en la que había llamado su nombre.
"Te he traído algo de ropa". – dijo con voz temblorosa. – "Y la Esencia Calmante".
Dejó la ropa sobre el banco, mientras veía cómo Severus se tomaba todo el contenido de un trago. Su respiración se hizo mucho más calma de inmediato, y una leve sonrisa apareció en su rostro.
"Muy bien, Laurel. Me haces sentir orgulloso".
Ambos se quedaron mirándose el uno al otro, sin saber qué hacer a continuación.
"Yo… esperaré afuera".
Severus asintió.
. . .
El maestro de Defensa contra Las Artes Oscuras estaba sentado detrás de su escritorio, de cara a la clase de estudiantes de sexto año. Como de costumbre, los Slytherin y Gryffindors debían asistir a la clase juntos, lo que a veces conducía a amenazas y burlas en el aula, sin embargo, bajo la presencia sombría y dominante de Severus Snape, ni uno sólo de sus alumnos se atrevía a pronunciar palabra. Por supuesto, ninguno excepto por:
"¿Que se supone que debemos estar haciendo en este momento?" – Susurró Harry a Ron.
Habían llegado a clase hacía casi quince minutos, encontrando a Snape sentado en el escritorio. Sus insondables ojos fijos en un pergamino arrugado, un tubo de ensayo lanzando leves destellos plateados en su mano.
"No tengo idea". – Susurró el pelirrojo mirando al profesor de soslayo. - "No creo que se halla dado cuenta que estamos aquí".
"Ya ha perdido el juicio…"
Hermione intentó acallar los comentarios de Harry, pero fue muy tarde.
"Silencio, Potter." – Dijo Snape sin mirarlo. – "Diez puntos menos para Gryffindor".
Levantando la vista por primera vez desde que había descubierto aquel vial y la nota de Laurel en el bolsillo de su levita, decidió dar la clase por terminada.
"Espero un ensayo de dos pergaminos acerca de las maldiciones necrománticas para el jueves. Sin falta".
Cuando los estudiantes salieron de clase y el aula se sumió nuevamente en silencio, releyó una vez más las palabras de la Akardos, escritas en una letra que claramente aún no se acostumbraba a escribir con tinta y pluma:
Severus,
Siento no haber podido informarte personalmente sobre este resultado, tenía que permitirte un poco de paz y tranquilidad antes de regresar a Hogwarts.
Como puedes ver, es una reacción bastante interesante. Poción N ° 93, mezcla de acónito al 38%, virutas de plata al 34%, polvo de piedra luna al 28%, jugo de sanguijuelas maduras como base. Reacción inmediata al agregar sangre a las 15:48. ¡Puede llevar a alguna parte!
Estoy esperándote.
- L.
