N.A.: Advertencia: El siguiente capítulo describe violencia gráfica y sangre. Así como contenido explícito no consensuado. Se aconseja la discreción del lector.
Capítulo 20
Thestrals y Hombres Lobo
El tiempo pasaba con tanta lentitud que Laurel había decidido mantener las cortinas cerradas permanentemente; no soportaba ver como la escasa luz del sol desaparecía y las noches caían sin tener noticia alguna de Severus.
Había preferido vivir esa espera en la penumbra, acompañada tan sólo de los cientos de libros de magia. Pasaba la mayor parte del día en completo silencio, releyendo las instrucciones para preparar brebajes, practicando las pociones que no requerían de una varita mágica y estudiando las notas que había dejado Severus. Tan sólo rompía ese autoimpuesto voto de silencio cuando Enoby traía su ración de comida diaria. Una existencia un tanto inerte que tan sólo era avivada por las sorpresivas reacciones químicas de pociones malogradas y por los súbitos recuerdos de los hambrientos besos del hombre que había abierto sus ojos a un mundo totalmente nuevo.
Empujó la imagen de su delgado rostro, de las largas pestañas negras adornando sus ojos cerrados, hasta las profundidades de su mente. Empujó también la sensación de hormigueo que le generaba pensar en la avidez con la que él había devorado sus labios, con la sed de un hombre abandonado en el desierto. No quería recordarlo. Ya era tortura suficiente la espera en total soledad.
Centró su atención nuevamente en las anotaciones que tenía en frente:
R. Lupin – (n. 1960 a.1,88m p.73 kg)
Hombre lobo.
El sujeto ha demostrado una total fijación por la sangre Akardos. Pérdida de conocimiento y convulsiones como resultado de la ingesta de al menos 20 ml de muestra sanguínea. Próxima lunación: 24 de diciembre.
Alzó una ceja con curiosidad. Había visto aquel nombre antes, R. Lupin. Lo había leído en una de las etiquetas de muestras que Severus mantenía en su laboratorio. Se dirigió hasta el otro extremo de la larga mesa que, para estas alturas, Laurel estaba convencida se mantenía en pie por algún hechizo mágico dada la enorme cantidad de instrumentos de laboratorio, muestras e ingredientes que sostenía. La buscó rápido entre las distintas botellas y viales y no tardó en hallarla. La botella de vidrio etiquetada como R. Lupin contenía muestras de sangre ya coagulada. La examinó contra la luz de las velas, pero entonces el repentino sonido del picaporte de la puerta la hizo volverse nerviosa.
Sintió como súbitamente se ruborizaba, las mariposas en su estómago le provocaron náuseas y sintió la necesidad de acomodarse el cabello, de pararse recta y parecer más atractiva, al tiempo que una sonrisa boba se le dibujaba en el rostro, pero Severus no atravesó las puertas. Las manijas apenas se sacudieron una segunda vez, con más ímpetu, pero las puertas no se abrieron.
Laurel se acercó hasta ellas lentamente, afinando el oído e intentando discernir quien se encontraba del otro lado. Presionó su oreja contra la madera y pudo distinguir un llanto agudo y un tanto amortiguado. Era Enoby, no cabía duda.
"¿Enoby?" – Susurró asustada. – "¿Te sucede algo?"
"Te lo ordena tu Ama, elfina". – Dijo una voz extrañamente letárgica que Laurel pudo distinguir como la de Narcissa. – "Obedécele".
Con un fuerte chasquido Enoby se apareció dentro de la suite, pero esta vez no venía sola, Greyback apretaba su brazo contra el delicado cuello de la elfina, sujetándola en el aire, cortándole la respiración. Al encontrar los espantados ojos de Laurel dejó salir un rugido triunfal. Su rostro herido, se contorsionaba en una risa perversa. Dio un paso hacia Laurel, quien apretó su espalda contra la puerta completamente aterrorizada. Buscó la manija de la puerta con una mano, sin apartar los ojos de la descomunal figura de Greyback e intentó abrir la puerta desesperadamente pero su esfuerzo era en vano.
"No, corderito, ahora soy yo quien tiene las llaves". – Dijo sacudiendo el cuerpo desmayado de Enoby para luego arrojarlo a un lado. – "La pasaremos bien, te lo prometo".
"No lo hagas". – Suplicó Laurel. – "Si Severus se entera…"
"¡¿Severus?!" – Repitió Greyback con un gruñido indignado. –"Vaya, veo que tanto tiempo juntos los ha acercado demasiado. Una desalmada y un mestizo retozando bajo el techo de la orgullosa familia Malfoy. ¿Qué diría Lestrange si lo supiera? ¿O el mismo Señor Oscuro? Es una gran afrenta en contra de la pureza de sangre, ¿sabes? Una abominación".
Greyback se había acercado tanto a Laurel que ésta tuvo que apartar su rostro a un lado. El hedor de su aliento, mezclado con la necrosis de su mandíbula eran insoportables. Contuvo la respiración un segundo, intentando controlar sus nervios, sus ganas de vomitar.
"Greyback, te lo suplico…"
"¡No!"- Bramó él, tomándola de su mentón y forzándola a mirarle. - "Llámame Fenrir, corderito. Quiero que seas tan cercana a mí, como lo eres con tu querido Severus".
Tomándola del cuello, la alzó con fuerza, golpeando su espalda contra la puerta. Su mano vendada se introdujo bajo su túnica, desgarrando sus pantalones negros y su ropa interior, alcanzando sus partes íntimas, manoseándola con sus dedos; un brillo depravado se asomó en sus ojos azules al mirar a Laurel fijamente.
"¿Te gusta?" – Gruñó en voz baja al tiempo que apretaba su boca contra su mejilla, mordisqueando e inhalando su piel.
Laurel se estaba asfixiando, de su garganta apenas salía un gorjeo desesperado, su boca abriéndose y cerrándose como un pez fuera del agua; su cuerpo se sacudió, sus piernas se agitaron en el aire y su visión empezaba a nublarse. Un segundo después, Greyback la dejó caer al suelo y ella se llevó las manos a la garganta, tratando de calmar el dolor agudo que sentía mientras jadeaba por aire, lágrimas calientes corrían por su rostro.
"No llores, cariño". - Greyback se arrodilló frente a ella, sus manos acariciándole la cabeza.
"¿Lloraste igual cuando te revolcaste con Snape? Ciertamente, ese bastardo me las ha de pagar después de hacerme esto". - Dijo, señalando su rostro destrozado. - "Estaba celoso, envidioso de mi buen aspecto. El hijo de puta desearía tener mi encanto".
"Por favor ... solo mátame rápido". – murmuró ella, su voz ronca y dolorosa.
"¿Rápido? Eso no va a pasar. Tengo todo el tiempo del mundo. Especialmente ahora con lo que está sucediendo en Hogwarts. Ese grasiento debe estar escondido tras las faldas de Dumbledore, asustado de volver por aquí hasta que las cosas se calmen. Tendremos tiempo de sobra, querida".
La agarró del cabello y la llevó a la cama, sus pies arrastrándose detrás de ella mientras trataba de resistirse, apartando su cara de él, sus ojos mirando el diminuto cuerpo de Enoby, suplicando que pudiera recuperar la conciencia. La arrojó sobre la cama y Laurel se volvió rápido, intentando escapar, pero un certero puñetazo en el rostro la tumbó nuevamente. No tardó en sentir el sabor metálico de la sangre, brotando de su labio roto. Volvió su vista hacia Greyback que se había quedado de piedra, sus pupilas tan dilatadas que ahora sus ojos parecían tan negros como los de Severus.
Laurel estaba a punto de soltar un grito, pero entonces Greyback estrujó sus labios con su boca, chupando la sangre, haciéndole daño con sus dientes afilados. Laurel golpeó su pecho con sus puños intentando apartarlo de ella, pero sólo consiguió que Greyback la apretara más, acostándose sobre ella, inmovilizándola con las rodillas. Su saliva y la sanguaza que salía de su herida infectada se resbalaban sobre su rostro.
"¿No quieres ser mi novia? Nadie ama más a un corderito que un lobo".
"¿Por qué me haces esto?" - suplicó.
"Porque puedo y quiero". - Dijo sonriendo sutilmente, pero sin alegría. - "Y deberías aceptarlo. No te lo pongas más difícil ".
Abrió su túnica y rasgó con rapidez su camisa, dejando al descubierto parte de su pecho. Con una de sus largas y amarillentas uñas realizó un corte poco profundo desde la base de su cuello hasta el esternón. Pequeñas gotitas de sangre empezaron a emerger, brillantes y cálidas contra la piel rajada. El Hombre lobo enterró su cabeza contra su pecho, lamiendo la sangre con ansia. Laurel empapaba las sábanas con sus gruesas lágrimas, el terror le hizo perder el sentido y se quedó en trance, la mirada perdida en los intrincados diseños tallados en la madera de la cama adoselada.
A un segundo corte, le siguió un tercero, y luego uno más hasta que pareció lucir una especie de collar macabro. Sin embargo, Laurel apenas si sentía aquel ardor lacerante, su mente ausente se hallaba a kilómetros de allí, volando en las alturas, recordando las tenues luces del amanecer sobre las nubes. No se había percatado de que Greyback empezaba a descender por su cuerpo, restregando su rostro contra su vientre hasta que sintió sus dientes enterrándose en la piel, mordiéndola con sevicia. El dolor era visceral, la carne rasgada dejaba fluir la sangre a borbotones, desparramándose sobre la cama, manchando el rostro de Greyback que la engullía de forma frenética, produciendo asquerosos ruidos al succionarla, gimiendo con satisfacción.
Cerró los ojos y gritó fuerte convencida de que aquel sería su final. Tensionó su cuerpo, intentando liberarse del agarre de Greyback, pero este la mordió una segunda vez. Pequeños puntos negros empezaron a aparecer en su campo de visión al empezar a perder el conocimiento. Su respiración empezó a acelerarse, al tiempo que el débil pulso de su corazón retumbaba en su cabeza. Veloces imágenes pasaron por su mente: Su madre, Fern, su pequeño sobrino que nunca llegaría a conocer a su tía. Sus pensamientos ahora se concentraban en aquella noche en Hackleton. Había decidido permanecer junto a Severus, a pesar del riesgo, a pesar de todo, había prometido ayudarle a terminar su investigación… Pérdida de conocimiento y convulsiones como resultado de la ingesta de al menos 20 ml de muestra sanguínea… Aquellas palabras escritas con la familiar letra apeñuscada resplandecieron en la creciente oscuridad.
Laurel parpadeó un par de veces aferrándose a aquella idea. Su propia sangre, sería su salvación. Una apuesta bastante peligrosa, si él no se veía afectado de la misma forma que el tal Lupin, pero Greyback era un hombre enorme, ¿cuánto más debía beber? Apretó los dientes y rogó porque su última esperanza fuera real, rogó porque no tardara mucho en surtir efecto. No tenía nada que perder, si no funcionaba, estaba segura de que no saldría viva de allí.
Aquel destello de esperanza hizo que la adrenalina se le subiera a tope y empezó a retorcer su cuerpo, tratando de zafarse, fue entonces cuando sintió con su rodilla la delgada forma de una varita mágica. Estiró su mano con cuidado y fue capaz de sacarla de su bolsillo, apuntándole con ella, dispuesta a clavársela en el ojo.
Greyback alzó la vista hacia ella, su andrajosa barba chorreante de sangre, sus ojos enloquecidos. Soltó un rugido y se abalanzó sobre su cuello, pero antes de que pudiera alcanzar su yugular, sintió un dolor punzante en el estómago, como si hubiese consumido brazas ardientes. Un sudor helado se le esparció por el cuerpo y una neblina espesa lo cegó por completo. Su rugido se apagó, convirtiéndose en un jadeo que luego se transfomó en violentas arcadas que sacudían su cuerpo. Sus brazos y piernas empezaron a temblar descontroladamente. Laurel vio con horror como aquel hombre gigantesco caía con todo su peso sobre ella, sus ojos volteados hacia atrás, babeando un líquido espeso, rojizo y espumoso. Laurel gritó llamando a la elfina, y con todas las fuerzas que le quedaban, empujó el pesado cuerpo a un lado.
Se levantó con dificultad, haciendo que un nuevo flujo de sangre surgiera de las profundas mordidas en su abdomen. Laurel intentó detener la hemorragia, apretando las heridas con su mano. Caminó hacia Enoby con paso lento, respirando poco a poco, luchando por no perder la conciencia.
Sacudió el hombro de la elfina un par de veces, pero esta no despertó. Al menos, estaba segura, aún respiraba. Laurel se dirigió entonces hasta el gabinete dónde se guardaban los ingredientes de las pociones, buscando desesperada algo con lo que pudiera reanimarla. Sus manos temblaban y varios frascos cayeron al suelo, reventándose y desparramando sus contenidos. Se dio cuenta que gotas de sudor frio caían sobre sus ojos, impidiéndole ver, su respiración más rápida y superficial. Se sujetó de las estanterías, intentando mantenerse de pie, pero su cuerpo cedió y se vino abajo, llevándose consigo la repisa de la que se estaba agarrando, empapándose de los contenidos de las botellas, y lastimándose con los vidrios rotos. Estaba a punto de rendirse, de cerrar los ojos y dejarse llevar por la tranquilidad de la inconsciencia cuando un bramido le hizo abrir los ojos de par en par.
Greyback había despertado. Estaba temblando, vomitando sobre la cama, buscando con sus ojos aguados a la perra que le había causado aquel dolor agonizante.
"¡¿Cómo te atreves a tomar mi varita?! ¡Te voy a matar, desalmada!" – Alcanzó a decir antes de expeler otro chorro de vómito.
Laurel apretó los dientes encolerizada. No iba dejarle nada fácil a esa bestia. El odio le dio nuevas fuerzas para ponerse de pie, sonriendo con una venenosa mueca de burla ante el hombre lobo, dejando caer la varita al suelo frente a ella.
"Mira lo que una desalmada puede hacerte, Fenrir". – Dijo con odio virulento al tiempo que la pisaba, apalancando con fuerza con su mano y quebrándola en dos con un ruido seco.
Greyback lanzó un grito desesperado e intentó lanzarse hasta ella, pero un nuevo espasmo en su cuerpo se lo impidió. Sus salvajes ojos azules tan solo miraban el chisporroteo de luces blancas que salían de la madera astillada.
Narcissa Malfoy se encontró nuevamente en control de su mente y de su cuerpo. Miró angustiada a su alrededor, recordando cómo había llegado hasta la puerta de la suite de Snape. La vaga sensación de haber estado bajo la maldición Imperius aún en el fondo de su mente.
"Greyback" – Susurró furiosa, dándose cuenta de que la había usado para ganar acceso al laboratorio dónde estaba la Akardos.
Sin dudarlo un segundo abrió las puertas de la recámara, apuntando con su varita, dispuesta a tomar venganza por la terrible afrenta que ese despreciable hombre lobo había cometido en contra de ella. Las puertas se abrieron sin resistencia, permitiendo la entrada de la bruja de la misma forma en que había permitido antes el paso a su propio hijo.
"¡Incarcero!" – Gritó, apuntando hacia la enorme figura del hombre que convulsionaba sobre la cama.
Gruesas cuerdas salieron de su varita y ataron a Greyback, dejándolo inmovilizado. Su cuerpo atado se retorció nuevamente al tener otro ataque de vómito. Narcissa lo miró con asco, y luego volvió sus ojos hacia la mujer que estaba de pie, sujetándose el estómago, sus ropas rasgadas y llenas de sangre, su rostro pálido como la muerte.
Laurel se tambaleó hacia ella y Narcissa dio un paso hacia atrás, apuntándole con la varita, asqueada de ella.
"ENOBY!"
La absoluta devoción hacia la familia Malfoy era un vínculo mágico inquebrantable, que hizo que la elfina doméstica volviera en sí al instante al escuchar el llamado de su ama. Corrió hacia ella, haciendo venias con la cabeza.
"¡Ama!" – Gritó con su voz chillona y sus ojos llenos de lágrimas. – "¡Enoby ha seguido las órdenes del ama y ha desobedecido la orden del amo Snape. La desalmada ha sufrido daño estando al cuidado de Enoby. Enoby está confundida y cree que debe ser castigada!"
"¡Silencio, elfina!" – Exclamó Narcissa exasperada. – "Ve a Hogwarts y avisa a Snape. ¡Dile que venga de inmediato!"
Enoby hizo una inclinación y se desapareció. Narcissa volvió sus ojos hacia Laurel, que estaba mirándola fijamente, su cuerpo tembloroso.
"Gracias". – Chilló débilmente antes de desmayarse.
. . .
Severus estaba en la fiesta de navidad que había organizado Horace Slughorn. Tan solo había asistido por petición de Dumbledore para vigilar que Draco no decidiera atentar contra los asistentes. Se sorprendió cuando Filch lo trajo, arrastrándolo de una oreja, como un niño malcriado.
¿Es éste realmente quien se supone que debe asesinar a Dumbledore? - Pensó, frustrado ante la completa incompetencia de Draco.
Había intentado razonar con él, ofrecerle su ayuda, sacarle información, pero el chico se negaba rotundamente. Severus incluso se sorprendió al darse cuenta de que Draco había aprendido a usar la Oclumancia, negándole cualquier atisbo dentro de su mente.
"Estoy tratando de ayudarte. Le juré a tu madre que te protegería. Hice el Juramento Inquebrantable, Draco... "
"¡Pues tal parece que tendrás que romperlo entonces, porque no necesito tu protección! Es mi trabajo. ¡Él me lo dio! Tengo un plan y va a funcionar. ¡solo está tardando un poco más de lo que pensé!"
"Niño idiota" – Susurró entre dientes al volver nuevamente a la fiesta, disimulando normalidad.
Esperaba pasarse allí sólo unos minutos más antes de retirarse a las mazmorras. Los estudiantes se irían de vacaciones al día siguiente y Dumbledore finalmente le permitiría volver a la Mansión Malfoy. Tan solo debía soportar una noche más en Hogwarts.
Slughorn había logrado arrinconarlo nuevamente. El nuevo profesor de pociones había puesto su brazo sobre sus hombros, ofreciéndole una copa de hidromiel con su rechoncha mano.
"¡Vamos, Severus!" – Dijo al tiempo que lo guiaba hacia un nuevo grupo de personas que conversaban animadamente. – "Espero que no hubieses sido muy duro con el chico Malfoy, no es pecado querer ser invitado a una fiesta."
"Draco ha estado descuidando sus estudios demasiado, Horace. Es mi deber como Jefe de Casa reprenderlo y castigarlo por estar fuera de cama a deshoras".
"Como digas, Severus". – respondió Slughorn entre hipidos. –"Sinceramente es un alivio no tener que ser Jefe de Casa Slytherin, no podría con todo el trabajo. Sólo lo siento por la paga, el salario es un poco mejor que el de los profesores de planta general, pero bueno…"
Severus lo miraba con una mueca de desdén en el rostro. Slughorn había sido el jefe de su casa cuando él era estudiante y jamás demostró interés por él. A pesar de ser golpeado y abusado constantemente por el selecto grupo de Gryffindors liderado por James Potter, Severus no tenía ni el apellido, ni el aspecto pudiente que pudiera atraer la atención y la protección del vanidoso Slughorn.
"No es un trabajo fácil". – respondió Severus con sorna. – "Estar al pendiente de todos los alumnos es desgastante, pero intento que todos mis alumnos Slytherin sean tratados por igual. No hay un 'Club de las Eminencias' estando yo al mando".
"Pues deberías hacerte uno. Tiene sus ventajas." – Dijo Slughorn impasible, tomando un tentempié de una bandeja de plata que cargaba un elfo doméstico. – "¿Quieres un pastelito de calabaza?"
Severus se quedó el tiempo suficiente para terminar su hidromiel. Salió de la fiesta sin llamar la atención de los comensales, aliviado de encontrarse en el silencioso pasillo. Caminó con paso rápido, bajando las escaleras que lo llevarían hasta las mazmorras cuando tropezó con alguien en la oscuridad. No pudo ver a nadie y por un momento pensó que se debía tratar de alguna jugarreta de Peeves, pero una voz chillona le hizo mirar hacia abajo.
"¡El Amo Snape debe volver a la Mansión Malfoy de inmediato!"
Se le cayó el alma a los pies al darse cuenta de que se trataba de Enoby.
. . .
"¡Severus!"
Narcissa finalmente pudo soltar un suspiro cuando vio al mago entrar a la habitación. El cuerpo de Laurel seguía en el mismo sitio en donde había caído. Narcissa estaba demasiado nerviosa y asqueada como para intentar moverlo. Greyback seguía agitándose aún sobre la cama, en un charco de sangre y vómito. Severus no se detuvo a preguntar siquiera lo que había sucedido, se sintió totalmente aturdido al ver a Laurel. Se le formó un nudo en la garganta y sus ojos ardieron avisándole que estaba a punto de dejar salir un sollozo desesperado, pero se contuvo. Se precipitó sobre ella, acunándola en sus brazos, apartándole el cabello del rostro, buscando su pulso.
"Aún sigue con vida". – Susurró para sí.
Hizo aparecer algunas vendas con las que intentó detener la hemorragia que seguía manando de las mordeduras, pero sus manos temblaban y se resbalaban con su sangre. Narcissa, lo miraba sobrecogida. Se acercó y tomando las vendas de sus manos empezó a vendar ella misma las heridas.
"Gracias". – Masculló.
Narcissa sintió un leve sentimiento de déjà vu al oírlo hablar. Asintió con la cabeza y volvió a su tarea mientras Severus llamaba a la elfina.
"Enoby, ve devuelta a los terrenos de Hogwarts. Busca a Hagrid, dile que te dé un thestral y tráelo a la Mansión Malfoy y apresúrate".
"Qué estás planeando hacer?" – preguntó Narcissa terminando de ajustar los vendajes.
"Voy a sacarla de aquí". – Dijo Severus, mientras se quitaba la capa y la chaqueta, envolviendo su cuerpo desmayado para luego levantarlo y salir de la habitación. Narcissa lo siguió de cerca.
"¿Qué es lo que le ha pasado a Greyback?"
"Se ha intoxicado con la sangre Akardos.". – respondió Severus bajando los escalones a toda velocidad. – "Ese malnacido tendrá suerte si muere esta noche, porque lo voy a torturar hasta que él desee nunca haber nacido".
"No, no lo harás. De eso me encargaré yo". – Dijo ella. – "Me ha lanzado una maldición Imperius. Cuando Bellatrix se entere…"
Salieron finalmente al jardín cubierto de nieve, esperando a que Enoby se apareciera con la criatura.
"Habrá consecuencias, Severus". - susurró Narcissa, viendo como el mago, más que sujetar el cuerpo de Akardos, la abrazaba tiernamente, apoyando su mejilla sobre su cabeza.
"Casi muere. No se quedará aquí". - respondió con su tono frío.
Un sonoro crac les dio aviso de que Enoby se había aparecido. A su lado se hallaba una criatura que parecía haberse quedado a medio camino entre un dragón y un caballo, su negra figura, alada y esquelética resaltaba contra la blancura de la nieve.
Severus se apresuró hacia él, acomodando el cuerpo flácido lo mejor que pudo encima de la criatura. Conjuró cuerdas y cinturones para mantenerla firmemente apretada contra el sedoso pelaje del thestral.
"Lo siento, Laurel". - le susurró al oído, su rostro permaneció cerca del de ella por un par de segundos antes de alejarse, dándole al thestral una palmadita firme en su huesuda grupa.
La criatura abrió sus enormes alas de murciélago y salió disparada hacia arriba, a una velocidad meteórica. Severus intentó discernir la figura alada en el cielo despejado, pero le fue imposible. Frunciendo el cejo, recordó de pronto aquel sueño que había tenido unos cuantos días atrás. Ya había perdido a Lily, no estaba dispuesto a perder a Laurel.
Caminó devuelta hacia dónde estaba Narcissa, quien lo miraba con una mueca incrédula.
"La amas". – Susurró perpleja y al ver por primera vez en muchísimos años un brillo en los ojos negros añadió:
"No diré nada, Severus".
N.A.:
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