Capítulo 27

El Príncipe Mestizo

"¿Cuándo fue la última vez que vi ese condenado libro?" — Rezongó Severus Snape entre dientes al intentar por enésima vez el encantamiento convocador sin resultado.

Había rebuscado en su oficina, en cada gaveta de su escritorio, en cada armario, en cada aparador. Había inspeccionado su dormitorio, bajo su cama, dentro de los baúles que había usado para trasladar sus instrumentos de laboratorio a la Mansión Malfoy, pero era imposible encontrar el viejo libro de Elaboración Avanzada de Pociones que había heredado de su madre y en él que se había pasado gran parte de su tiempo de estudiante haciendo anotaciones: mejorando las instrucciones para preparar pociones, usando sus márgenes para garabatear los hechizos que había inventado, pasando su tiempo como un adolescente escuálido y empollón con demasiado conocimiento de las Artes Oscuras y muy poca interacción con amistades sinceras.

No estaba en su oficina ni en su habitación, de eso estaba seguro. Tan sólo le quedaba por rebuscar en su antiguo dominio: El aula de pociones, en la que ahora daba clases Horace Slughorn. Respiró hondo y se encaminó hacia allí, esperando no tener que encontrarse con Horace, que a esa hora debía encontrarse en su despacho. Tanto esfuerzo en buscar ese desgastado libro se debía a que habría querido dárselo a Laurel, la mujer ya estaba alcanzando el mismo nivel en preparación de pociones que los estudiantes en sexto año y un libro como aquel sería de gran ayuda. Severus no tendría que preocuparse por los hechizos escritos en los márgenes, además de saber que no le juzgaría por haber creado maleficios desde tan temprana edad, Laurel tampoco sería capaz de conjurarlos y lastimar a alguien accidentalmente.

Tras treinta minutos trasegando entre polvorientos anaqueles y armarios llenos de telarañas se dio por vencido, su viejo libro de pociones no se hallaba en el colegio. Se volvió sobre sus pasos pensando que debía de estar en la casa de la Calle de la Hilandera, sin embargo, habría jurado que lo había visto por última vez en Hogwarts.

Se contentó entonces con darle a Laurel su libro de pociones de preparación para EXTASIS de séptimo, mucho más avanzado, pero no tenía duda de que ella sabría sacarle provecho.

Una realización repentina vino a la mente. Todos los libros que le pertenecieron durante sus años de estudiante estaban resguardados en su oficina excepto por ese. ¿Y si lo hubiese tomado un estudiante? Pero no, no podría haber sido posible, la novedad de un nuevo hechizo habría arrasado Hogwarts como un incendio.

Sucedió durante su tercer año, tras ser emboscado en su dormitorio por sus propios compañeros Slytherin. Tuvo que defenderse usando maleficios que ninguno de los otros Slytherins conocía, y muy pronto varios de su hechizos se pusieron de moda en el colegio. Llegando al extremo de que por un tiempo era imposible moverse por los pasillos sin tomar el riego de ser levantado en el aire por el tobillo.

. . .

La figura de un adolescente raquítico y larguirucho, envuelto en una raída túnica de segunda mano, cruzaba la sala común de Slytherin con pasos rápidos y nerviosos hacia las escaleras que se dirigían a los dormitorios de los chicos.

Severus se había saltado la cena. Debía aprovechar la soledad de su dormitorio para usar los lavabos y cambiarse de ropa antes de que los demás Slytherins descendieran del Gran Comedor y abarrotaran la sala común, dejándolo a él, el único Sangre Mestiza en ser seleccionado para Slytherin en años, convertido en presa fácil de sus compañeros Sangre Pura.

Aquel incomodo ritual de bañarse a escondidas y a toda prisa había empezado desde su primer año en Hogwarts, desde que sus compañeros empezaron a preguntar por sus escasas pertenencias, por sus usados libros y por su desnutrida apariencia. Luego preguntaron por su familia, por su apellido, por su padre. Su madre le había dejado claro que no debía avergonzarse de ser mestizo, pero siendo ella una sangre pura, muy poco podía saber del desprecio con el que tenía que lidiar su pequeño Severus al convivir con fervorosos creyentes en la superioridad de sangre.

Aquellos tiempos no eran los mismos en los que Eileen Prince había asistido a Hogwarts. Ahora una nueva esperanza de rebelión se apoderaba de las mentes de los orgullosos magos Sangre Pura, una revolución dirigida por un mago oscuro en contra de los muggles y los indeseables. Un mago tan poderoso que algunos estaban convencidos de que había logrado vencer a la muerte. Lord Voldemort estaba buscando seguidores, y la casa de Slytherin era el caldo de cultivo perfecto para proporcionar Mortífagos dispuestos para su ejército. Éste no era lugar para mestizos flacuchos y pobres como Severus Snape.

Severus se lavó rápido: cara, cuello, axilas, partes íntimas, pies. ¿Cabello? ¿Tendría tiempo? Odiaba cerrar los ojos mientras se enjabonaba la cabeza y perder de vista su varita. Quedaría indefenso ante cualquier ataque, pero sólo le tomaría un par de minutos más. Pensó que hoy realmente lo necesitaba. Lily había arrugado su nariz mientras trabajaban juntos en pociones. Ella había culpado a los huevos de Doxy con los tenían que realizar la Poción Vigorizante, pero Severus sabía que no podría postergar más su necesidad de asearse. Ya no era un pequeño de once años; estaba creciendo y el olor del cuerpo de un adolescente no era nada fácil de tolerar.

Se enjuagó el cabello en un santiamén, salió de las duchas y tomó rápidamente su varita, secándose por completo. Un ruido sospechoso le hizo detenerse y afinar el oído. Nada. Apurándose, terminó de vestirse con el pijama que ya le quedaban demasiado chico y salió de los lavabos, su varita oculta bajo el fardo de ropa sucia que llevaba en sus manos.

"¡Tarantallegra!"

Severus reaccionó enseguida, bloqueando el hechizo que Mulciber le había lanzado apenas posó un pie en el dormitorio.

"¡El mestizo tiene buenos reflejos!"— Rio Evan Rosier al tiempo que aparecía de pronto tras Severus y le empujaba al suelo. Poniéndose de cuclillas se acercó a él, tirándole del cabello y obligándolo a devolverle la mirada. — "Aún después de un baño, aún apestas a inmundicia muggle, Snape. No espero que lo entiendas. ¿Qué es lo que llevas puesto? ¿Le has robado los harapos a un elfo domestico?"

Severus no le contestó, dejó sus ojos clavados en el piso, sabía que no debía meterse en problemas, que no debía antagonizarlos. Después de todo, aún debía convivir, comer, dormir y tomar clases con ellos hasta terminar Hogwarts. Y Severus ansiaba por sobre todo terminar sus estudios, graduarse y olvidar por completo que alguna vez vivió como un muggle en la Calle de la Hilandera.

"¡Mírame cuando te hable, mestizo!" — Rosier se incorporó y sonriendo con sadismo, asestó una patada en su estomago que le hizo encogerse de dolor.

"Vamos, Evan". —Dijo William Wilkes, mirando con nerviosismo hacia la puerta de entrada. —"No era esto lo que habíamos planeado. Sólo íbamos a burlarnos de él".

"¿Tienes miedo Will?" —Se burló Rosier y luego dirigiéndose hacia Mulciber añadió: "¿Tú no tienes miedo, verdad Richard? Tú no tienes miedo de este perdedor".

Al no obtener respuesta de Mulciber, Rosier volvió a asestarle una patada a Severus, esta vez en el rostro, quebrando su nariz y haciendo que sangrara. El chico apenas dejó salir un chillido que ahogó al instante.

"Es suficiente". — Altan Avery se había acercado hasta Rosier, apartándolo de Severus. —"Debemos explicar que es lo que le ha pasado a la Señora Pomfrey. Nos meterás en problemas graves, Evan".

"Es un mestizo…" — Rosier miraba, incrédulo a sus amigos. — "Es sólo…"

"También es un Slytherin". — Replicó Avery. — "Ayúdame a levantarlo, Mulciber".

"¿No quieren ser como ellos?" — Pronunció Rosier, sus ojos lanzándose a cada uno de sus compañeros. — "¿No quieren unir fuerzas con Ya-Sabes-Quién? No deberían ayudar a un mestizo."

"¡Cállate, Evan! Nuestras familias han sido claras, no hablaremos de esto en público".

Un repentino rubor enrojeció la cara del pálido chico, asintiendo levemente se acercó hasta Severus que aún se negaba a ponerse de pie, sus ojos cerrados, intentando controlar el dolor agudo en su nariz.

"Tuviste suerte de que mis amigos te tuvieran lástima, Snape". —Le susurró burlonamente. —"Debes andarte con más cuidado de ahora en adelante. Slytherin no puede tener a un debilucho como tú. Especialmente un debilucho que pasa tanto tiempo con esa Sangre-sucia de Gryffindor. Eres igual que tu madre, una desgracia para la noble sangre mágica, una amante del asqueroso olor a muggles".

Algo estalló dentro de Severus. No pudo controlar sus impulsos; no quería. Se puso de pie por primera vez frente a sus compañeros de clase sin encorvarse, su espalda recta, sus angulosos hombros distendidos, el rostro manchado de sangre escalofriantemente impávido. Puede que hubiese sido físicamente débil, pero las habilidades combinadas de los cuatro chicos frente a él, no podían compararse siquiera con la desmedida fuerza de sus maldiciones.

Agitó su varita sin pronunciar una palabra. Por un segundo, los chicos pensaron que el enclenque de Slytherin no sabía qué hechizo lanzar y Rosier casi se echó a reír, pero su risa se convirtió en gritos de pánico cuando se encontró colgando en el aire. Su túnica cayó sobre su rostro y la apartó desesperadamente, mirando a los ojos a Severus y gritando, pidiendo ayuda a sus amigos. Todos miraron a Severus y nadie se atrevió a moverse. Un segundo movimiento de la varita y el rostro del chico estaba cubierto de forúnculos y ampollas, algunas de ellas del tamaño de un galeón.

Rosier había empezado a llorar, algunas de las ampollas reventaron, dejando salir un liquido maloliente que impregnó toda la habitación.

Wilkes no pudo soportar el hedor, temeroso de vomitar allí mismo, salió corriendo de los dormitorios a la sala común, gritando por ayuda.

"Será mejor que te bañes". — La voz de Severus había comenzado a cambiar hacía unos pocos meses y, a pesar de los repentinos graznidos y chirridos en su discurso, el tono frío del mismo logró enviar un escalofrío por la espalda de los chicos. — "Apestas, Rosier. Apestas como el culo sangre pura de tu madre".

Severus levantó su varita de nuevo, la maldición que acababa de inventar pero que aún no había probado en un ser consciente, estaba dando vueltas en su mente, lista para ser conjurada.

Sectumsempra

Sectumsempra

Sectumsempra

Respiró profundamente, calmando su rabia y apretó su varita. Miró a Rosier, pero apuntó su varita en una dirección diferente.

Un destello de luz blanca salió de su varita al tiempo que Wilkes entraba nuevamente al dormitorio acompañado del prefecto de séptimo año, Lucius Malfoy. El ruido de las cortinas de la cama de Rosier rasgándose y la súbita lluvia de plumas de su almohada acuchillada sólo contribuyeron a incrementar los chillidos del chico colgado bocabajo.

"Formidable". — Lucius estaba estupefacto, sus brillantes ojos grises clavados en Severus. —"Un alumno de tercer año, realizando hechizos no verbales, siendo capaz de crear esto". — Lucius señaló con un amplio gesto de su mano la cama destruida y a Rosier. — "Es… impresionante".

Severus bajó su varita de inmediato y se volteó al escuchar la voz del prefecto, su rabia siendo súbitamente reemplazada por miedo a ser castigado, expulsado. Sin embargo, las palabras de Malfoy y la sonrisa en su rostro no encajaban con la gravedad de las acciones que había cometido.

"Yo… sólo intentaba… Rosier insultó a mi madre…"

"Evan Rosier, eso es inaceptable". — Dijo Malfoy con voz dura hacia un Rosier que no dejaba de llorar. — "Pídele disculpas a Snape en este mismo instante".

"Lo… lo siento". — Dijo él entre lloriqueos.

"Muy bien". — Y dirigiéndose hacia Severus que aún no daba crédito a lo que oía: —"Eres un sangre mestiza, Snape. Tu madre es una Prince, ¿no? Debes estar orgulloso de llevar la sangre de una familia sangre pura. No dejes que los demás te menosprecien. La casa Slytherin siempre enaltecerá a quien demuestre ser digno, y tu talento es sin duda alguna digno de admiración".

Severus se quedó sin habla, Lucius Malfoy siempre había sido justo y amable con él. Siendo él el único que había extendido una mano para felicitarlo la noche en que fue seleccionado en Slytherin, pero era la primera vez que parecía esmerarse para defenderlo, para hacerle sentir que pertenecía.

"¡Por favor, por favor bájenme!" — los gritos de Rosier devolvieron su atención a él.

"¿Puedes?" — Lucius estaba ansioso por ver más del poder que el mestizo flacucho era capaz de hacer. Ahora podía ver que sus habilidades mágicas podían ser bien utilizadas.

Severus asintió y lanzó el contra-hechizo Liberacorpus, haciendo que Rosier se fuera de bruces al suelo.

"Wilkes, Mulciber, llévenlo a la enfermería. Digan que fue él mismo quien se hizo eso en el rostro al perder una apuesta. Avery, limpia este desastre. Y Rosier, le darás tu pijama a Snape, veo que Severus necesita una nueva".

Los estudiantes asintieron y salieron del dormitorio, llevándose al quejumbroso Evan. Altan Avery volvió su espalda y empezó a recoger la enorme cantidad de plumas que cubrían el piso mientras Lucius Malfoy dejaba salir un suspiro complacido.

"Episkey". — Susurró Lucius apuntando con su varita hacia el rostro de Severus, curando su nariz al instante. Luego se despidió de él con un guiño. — "Te estaré echando un ojo, Snape".

Severus aún le miraba incrédulo mientras salía de la habitación hasta que la voz de Avery le hizo dar un respingo.

"Esta es la pijama de Evan". — Le dijo mientras le alcanzaba la pijama de suave algodón azul marino.

Severus la tomó asintiendo con la cabeza y estuvo feliz de comprobar que la talla le sentaba bastante grande. Su padre estaría contento de no tener que gastar dinero en una nueva pijama, ésta podría usarla por un par de años más.

"¿Eh, podrías ayudarme, Severus? No soy muy bueno con los hechizos".

Severus agitó su varita e hizo desaparecer las plumas. Las cortinas rasgadas… bueno, las dejaría así por un tiempo.

"¡Genial!" — Exclamó Avery. — "Ese maleficio que usaste, para ponerlo boca abajo en el aire. Eso fue impresionante".

Severus se encogió de hombros y no pudo evitar sonreír con suficiencia.

"Yo creé ese hechizo".

"¡Loco! ¡Estás bromeando, nunca he oído hablar de nadie que invente hechizos!"

"Lo hice".

"¿Puedes enseñarme?"

Esa noche, Severus se sentó en la cama, los ronquidos y los suspiros de sus compañeros dormidos llenaron la espaciosa habitación, el hedor de las ampollas reventadas de Rosier había desaparecido hacía mucho tiempo. Tenía su andrajosa copia de Elaboración Avanzada de Pociones abierta en su regazo, la luz de su varita iluminaba las palabras que escribiría en cada libro que poseía. La fresca tinta negra brilló:

Este Libro es Propiedad del Príncipe Mestizo.

. . .

Los últimos rayos de sol coloreaban el cielo de púrpura y brillaban a través de las montañas cubiertas de nieve. El patio de entrada, rodeado por su soportal de piedra, ahora estaba en silencio, los estudiantes ya se habían ido. Sin duda, una hermosa escena para ver desde lo alto de los escalones de piedra que conducen al Gran Vestíbulo, pero no era el impresionante escenario en lo que Severus tenía clavada la mirada.

Laurel caminaba rápidamente hacia él, pateando la reluciente nieve, sus pies subían a toda prisa los escalones de piedra hasta llegar a él, su rostro ligeramente sonrojado por el viento frío, su aliento tibio ascendiendo en vapor desde sus rojos labios. Él controló el impulso de besarla allí mismo.

"Espero que te sea de ayuda". — Le susurró pasándole su libro de pociones de séptimo. — "Es un poco avanzado, pero siempre puedes preguntarme cualquier cosa".

Siempre puedes preguntarme cualquier cosa

Sus palabras resonaron en su mente. Laurel le miró a los ojos. Su inmensa negrura siempre acababa por reconfortarla. Preguntaría. Pero no hoy. No esta noche.

Se fijó en lo polvorienta que estaba su túnica y sacudió con dulzura la suciedad de su solapa, sus delicados dedos retirando las telarañas adheridas en su levita.

Severus no pudo evitar sonreír al ver en ella, una mirada de profundo afecto que no había tenido la fortuna de ver antes en su vida.

"¿Dónde te has metido?" — Susurró ella antes de que se dieran la vuelta y se dirigieran hacia el vestíbulo, desde donde se podía escuchar la algarabía de los estudiantes en el Gran Comedor.

"Es una larga historia"