Capítulo 34

Amortentia

El largo corredor se retorcía y se entrecruzaba con otros, haciendo de las mazmorras un completo laberinto de pasillos, depósitos y aulas en desuso que confundía y hacía extraviar a alumnos desprevenidos. Laurel había recorrido tantas veces aquellos pasadizos que no necesitaba estar atenta a las distintas bifurcaciones del camino hacia la oficina de Severus.

La mujer caminaba tras el mago manteniendo su mirada baja, perdida en las ondulaciones de la capa del hombre. Sus oídos llenándose con el eco de sus pasos apresurados, rompiendo el silencio de la madrugada. Pero nada de esto era lo que mantenía la mente de Laurel tan ocupada.

Los últimos momentos se reproducían en su mente sin control alguno. Su rabia se acrecentaba a veces al recordar cómo el mago había admitido que prefería mantenerla en la ignorancia, como una linda muñequita de porcelana en una vitrina de vidrio. Una hermosa e inútil decoración para alegrarle la vida.

Pero luego, para detrimento de su orgullo, su cólera se calmaba al evocar el agarre de las manos de Severus contra sus piernas desnudas. Laurel fruncía el ceño sintiendo vergüenza de sí misma. ¿Cómo podía ser tan débil ante la cercanía de Severus?

Recordó entonces las palabras de aquella tarde:

"El amor te vuelve estúpido"

"Maldita sea, tiene razón". – Pensó.

"¿Fue Potter?"

"¿Perdón?" — El diálogo interno de Laurel se detuvo al escuchar hablar a Severus.

"Potter. ¿Te habló de… su madre?

"No, no fue él".

Laurel dudó por un segundo si debía decir que había sido Lupin dado que no quería empeorar la animosidad entre ambos excompañeros de colegio. Entonces, casi como una brusca bofetada, recordó al pobre Remus sufriendo en la Casa de los Gritos.

"¿Cómo está Remus?" — Preguntó sin preocuparse de quedar en evidencia.

Severus detuvo su marcha y se volvió hacia ella, arqueando una ceja.

"Vivo". — Contestó fríamente. — "Fue imposible administrarle otra dosis de la poción. Su transformación fue excesivamente violenta. Tonks pasará el resto de la noche con él".

"¿Qué pasa si no puede volver a transformarse en humano?"

"Sería una pena". — Murmuró apático mientras encaminaba nuevamente el rumbo — "Aunque lo dudo. Iré a verlo en la mañana".

"Él me contó acerca de aquel día". — Susurró Laurel caminando tras él. — "Cuando la llamaste sangre sucia".

Severus guardó silencio, aunque sus pasos parecieron apresurarse aún más.

"Me dijo lo que te hicieron". — Continuó ella, su voz cada vez más titubeante. — "En cierto modo, fue peor que el incidente en la Casa de los Gritos… Perdiste a tu amiga ese día".

"El viejo Quejicus, humillado frente a toda la escuela. Creo que ese fue el mayor logro que James Potter obtuvo en toda su vida". — Siseó enojado. — "Oh, supongo que Lunático disfrutó recordando eso".

"¡No! Él... Él lo siente mucho..."

"¿En serio? ¿Lo siente?" — Dijo sarcásticamente. — "Nunca he tenido el honor de escucharlo decir eso. ¿Estás segura de que no lo dijo sólo para quedar bien contigo?"

"Severus, no seas así".

"¿Sientes lástima de mí, Laurel?

Habían llegado frente a su oficina. Los ojos de Severus estaban clavados en los suyos, cómo si intentase penetrar en su cabeza.

"Siento muchas cosas por ti". — Contestó ella sin desviarle la mirada. — "Cariño, cuidado y sí, también siento lástima por un hombre que es incapaz de confiar en mí".

Severus bajó su mirada rápidamente y abrió la puerta del despacho sin decir palabra. El fuego aún se mantenía vivo en la chimenea, las dos tazas de té frío aún seguían sobre el escritorio.

"¿Y bien?" — Preguntó Laurel al hombre, quien se había sentado en su escritorio y miraba al fuego como hipnotizado.

"¿Cómo es que has terminado hablando con Draco?" — Preguntó él de vuelta súbitamente.

"Filch lo trajo aquí. Lo descubrió merodeando cerca del aula de Pociones". — Contestó con impaciencia. — "Sospecho que ha robado algo del armario de ingredientes".

Los oscuros ojos de Severus se iluminaron ante aquella revelación.

"Por supuesto…" — Murmuró pensativo.

"¿Por supuesto qué? ¿Qué es lo que planea hacer? Sev, en serio estoy empezando a perder la paciencia".

"Planea envenenar a Dumbledore". — Le cortó, acallando las palabras de irritación de la mujer.

Laurel sintió como su una cubeta de agua helada se hubiese derramado sobre ella. Sus manos empezaron a hormiguear y tuvo la sensación de que estaba a punto de desmayarse.

"No... ¿Cómo va a querer envenenar a Dumbledore?" — Balbuceó con dificultad. — "Es… es sólo un estudiante… tiene sólo dieciséis años…"

"Debe asesinarlo, Laurel". — Respondió él con un tono de naturalidad. — "Esa es su misión".

"¡¿Y lo quieres ayudar?! ¿Vas a dejar que cometa esa locura?"

No tenía sentido, no podía entenderlo. ¿Cómo va Draco, un estudiante promedio, un pequeño mimado de mamá, pretender asesinar a Albus Dumbledore, el hechicero más grande de todos los tiempos?

El rostro de Draco era todo lo que podía ver ahora: delgado, ceniciento por el estrés y el agotamiento. Laurel se preguntaba cuánto tiempo habría pasado desde la última vez que el joven pudo disfrutar de una noche de sueño tranquilo.

"No tengo otra opción. Mi vida y mi familia están en riesgo".

Laurel sabía que no podría lograrlo, sabía que estaba condenado. Y entonces entendió. Severus debía realizar aquella acción por él. Debía llevar a cabo lo que el chico no sería capaz de hacer. Sería su momento de gloria. Tal vez eso es lo que esperaba el Señor Tenebroso. Pero entonces aquello significaría…

El corazón parecía querer salírsele del pecho. Laurel dio unos cuantos pasos hacia atrás, alejándose del Mortífago que la miraba con un rostro insondable y tropezó con uno de los estantes. Su mano fue a dar con una repisa y ella la apretó con fuerza, como si aquella madera fría fuese lo único que la atara a la realidad.

"¿Quieres... tienes que matar a Dumbledore?"

Severus no fue capaz de sostenerle la mirada. Se dio cuenta de que Draco no había mencionado el Juramento Inquebrantable. Respiró hondo, intentando detener la ligera náusea que le provocaba saber que estaba a punto de volver a ser deshonesto con ella.

No era capaz de soportar ver el horror en el rostro de Laurel. Su desprecio, su repulsión hacia él era a lo que más temía. No quería perderla, pero en el fondo sabía que sucedería de alguna forma u otra.

Ella quería la verdad.

Él quería mantenerla a su lado el mayor tiempo posible.

Si tergiversaba los hechos, si distorsionaba la narrativa lo suficiente para compartir con ella solo lo que la satisfaría, entonces ella no lo odiaría.

Debía elegir sus palabras con cuidado.

"Me fue dada la tarea de detener a Draco". — Respondió finalmente. — "No puedo permitir que manche su alma cometiendo un asesinato".

"¿Eso significa que Dumbledore lo sabe?"

"Por supuesto que lo sabe. ¿Crees que no le informaría de algo tan pertinente?"

"Así que tu no... no eres parte de..." — Laurel era incapaz de articular sus palabras. — "Draco cree que estás interfiriendo porque lo quieres hacer tú mismo".

"Quiero arruinarle los planes, sí. En eso el muchacho tiene razón".

"¿Qué pasa si el Señor Oscuro se entera?"

"¿Acaso no es mi trabajo que él no se dé cuenta?" - Respondió, mostrando su acostumbrada sonrisa desdeñosa.

Laurel se acercó hacia él. Sus ojos brillantes, abiertos de par en par lo evaluaron. Severus mantuvo la calma, cerrando disimuladamente los puños, clavándose las uñas en su carne, sintiendo un terrible odio por sí mismo. ¿Por qué debía mentirle? ¿Por qué era incapaz de confesarle que Dumbledore le había hecho jurar que sería él mismo quien lo ejecutara? Pero estaba seguro, ella lo odiaría, nunca querría volver a mirar el rostro de un asesino y no podía atreverse a perder aquellos preciosos ojos marrones. Al menos no todavía.

"Qué pasara con Draco entonces?"

"Dumbledore hallará la forma de protegerlo".

"Pero si no puede…"

"No puedo estar seguro de lo que sucederá. Después de todo, es una guerra, pero confío en que Dumbledore sepa qué es lo mejor y sé que no dejará que uno de sus alumnos sea sacrificado por el Señor Tenebroso".

"¿Y qué hay de ti?"

"¿De mí?"

"¿Está Dumbledore dispuesto a sacrificarte a ti?"

"Esa… esa es realmente una pregunta innecesaria, Lau". — Balbuceó al sentir un repentino nudo en la garganta.

"Es solo que siento que hay algo muy malo en todo esto".

Al ver el color rojizo y las pequeñas gotitas que empezaban a formarse en las comisuras de sus ojos, Severus sintió en sus oídos el martilleo culpable de su corazón. Se levantó rápido y la abrazó, besando su frente y susurrándole al oído:

"No lo pienses demasiado, Lau. No deberías preocuparte mucho por mí. Sé lo que estoy haciendo".

"No puedo evitarlo".

"Es por eso que hay ciertas cosas que es mejor no decir, hay cosas que es mejor no saber. No es prudente poner demasiadas emociones en ellas".

"Crees que soy demasiado débil". — Dijo ella, secándose las lágrimas.

"Creo que eres demasiado inocente". — Respondió, forzando una pequeña sonrisa. — "Y serás más feliz si sigues así. Yo seré más feliz, seguro".

"Quiero que seas feliz, Sev. Y quiero que estés a salvo".

Su voz era como el agua: Empapándolo, inundando su cabeza. Tan suave y débil pero también tan poderosa que podría despedazarlo como si fuese de papel. Él la abrazó con más fuerza, permitiendo que su calor consolara sus temores. Tuvo una visión involuntaria e irreprimible de ella en su cama, su piel contra la suya, una especie de capullo suave que lo mantendría alejado de cualquier daño, de cualquier mal recuerdo.

Cerró los ojos, sintiendo de repente todo el agotamiento acumulado de aquel día, pero antes de que pudiese alzar a Laurel y llevársela a su recámara la mujer dijo con voz queda:

"Supongo que debes ir con Dumbledore ahora".

Severus se separó de ella, restregando sus sienes con cansancio.

"Sí, es verdad, debo informarle acerca de Malfoy.". — Ahogó un bostezo. — "Espero encontrarlo. Últimamente se la pasa fuera de Hogwarts".

"¿Le dirás acerca de lo que hizo Harry?" — Preguntó ella cautelosamente. — "Sé que dijiste que no querías que saliera del despacho, pero no podía mantenerlo aquí toda la noche".

"Usó sus encantos contigo, ¿no es así?" — Su somnolencia desapareció abruptamente. — "Todo el personal lo adora".

"Es un buen chico, sí. Tiene ojos amables. Como los de su madre".

Su boca se secó. Justo cuando pensaba que la tormenta había amainado, tendría que hacer frente con sus recuerdos más dolorosos.

"¿Cómo… cómo sabes eso?" — Titubeó.

Laurel se sonrojó y señaló al escritorio.

"Hay una fotografía en la última gaveta. No fue mi intención rebuscar entre tus cosas, sólo estaba buscando algo de comer para Harry".

Severus regresó a su escritorio y abriendo el cajón, colocó la vieja fotografía cuidadosamente sobre la mesa.

Laurel se sentó en la silla en frente suyo, limitándose a mirarlo. Entrelazó sus manos para evitar que el temblor se notara demasiado, sin embargo, en su nerviosismo no pudo evitar tronarse un par de nudillos. No sabía cómo poner en palabras las dudas que tenía, los celos que la carcomían. Sintió que estaba siendo injusta al preguntar sobre los sentimientos de Severus hacia su amiga de la infancia, pero no podía detener el constante refunfuñar en el fondo de su mente, la desoladora sensación de vivir bajo la sombra de otra mujer.

"Tú mismo lo echaste a un lado, pero aun así no puedes olvidarla".

"Ella… yo… yo no la merecía". — Sus ojos estaban pegados a la fotografía. —"Después de llamarla de esa manera, me avergoncé de mí mismo, pero sabía que no había vuelta atrás. Estaba arrastrándome hacia la maldad y al principio pensé que tal vez, si obtuviera suficiente poder y estatus, podría impresionarla, tal vez ella podría sentirse atraída por mí... La cagué totalmente".

"Al menos no usaste Amortentia".

Los ojos de Severus se lanzaron hacia Laurel tan repentinamente que su pecho se contrajo por un segundo.

"¿La... la usaste?"

"Por supuesto que no. ¿Quién te crees que soy?"

"En este punto de la historia, un mortífago que ha perdido a la chica que ama y que estaba dispuesto a sacrificar todo por escalar en las filas del Señor Tenebroso".

El mago se encogió un poco ante la crudeza de las palabras de Laurel.

"Nunca usaría la Amortentia. No querría hacerle eso… No querría falsos sentimientos".

Laurel asintió, animándolo a continuar.

"Luego se casó con Potter... Vi su foto en el periódico. Se veía tan feliz". — La voz de Severus se quebró.— "No lo podía creer… que en verdad fuera a casarse con ese… Pero se veía tan, tan feliz. Traté de olvidarla, pero luego se unieron a la Orden del Fénix y lucharon con valentía".

"¿Luchaste contra ella?"

"No. Mi posición era más táctica. Creación de hechizos, elaboración de pociones. Estaba en el círculo de mandos, así que podía escuchar muchas cosas".

"¿Es por eso que El Señor Oscuro decidió asesinarlos personalmente? ¿Eran una amenaza tan grande?"

"No ellos. Su hijo. Harry".

"¿Un bebé?" — Laurel se frotó los brazos distraídamente mientras un escalofrío le recorría la espalda. — "¿Qué tipo de psicópata querría lastimar a un bebé?"

Severus tragó saliva. Los recuerdos de él agazapado, escuchando a través de la puerta de una de las miserables habitaciones del Cabeza de Puerco corrían frente a sus ojos. Podía escuchar la voz áspera de Sybill Trelawney pronunciando aquella profecía. La profecía que condenaría a los Potter. No lo sabía en ese momento, no podía saberlo. Así que fue, corriendo hacia su amo a decirle todo lo que había podido escuchar. El idiota joven de veinte años no entendía lo que acababa de hacer. No podía comprender que había condenado a muerte a un inocente. A toda una familia. Y mucho menos, que, a partir de ese día, su amada Lily tenía las horas contadas.

"Había… un rumor". — Respondió, despacio, pensativo. — "Se dijo, que había una profecía. Hablaba de un mago que podría derrotar al Señor Oscuro".

"¿Y ese mago era Harry?"

"Eso es… eso es lo que él creía".

"Entonces, ¿creyó un rumor? ¿El Señor Oscuro actuó sobre un rumor?"

Severus guardó silencio, tentado a hundirse en la Oclumancia, tentado a esconderse avergonzado. Pero Laurel se daría cuenta si lo hacía, así que hizo todo lo posible para mantenerse sereno.

"Debe haberlo creído, sí".

"Pero, ¿por qué los Potter? ¿Por qué Harry?"

"El único con poder para derrotar al Señor tenebroso se acerca. Nacido de los que lo han desafiado tres veces, venido al mundo al concluir el séptimo mes..." — Recitó en voz baja; las palabras marcadas para siempre en su alma. — "Supuso que era Harry".

"Así que asesinó a toda su familia". — Laurel no pudo controlar el temblor en sus labios.

"Pero no pudo matarlo a él. El amor de Lily lo protegió. Le rogó al Señor Oscuro que la matara a ella en vez de a su hijo, pero no tuvo compasión". — Severus volvió a mirar la foto, y sintió como una solitaria lágrima colgaba de sus pestañas. — "La asesinó y luego apuntó su varita hacia Harry. El sacrificio de Lily lo protegió contra la maldición asesina. Rebotó de vuelta a el Señor Oscuro. Muchos pensaron que había muerto. Que había sido vencido para siempre".

"Pero volvió".

"Él siempre ha estado ahí, al acecho".

"¿Por eso cambiaste de bando? ¿Cambiaste de bando cuando supiste que Lily iba a ser asesinada?"

Severus no respondió. Ahora era un hilito de lágrimas el que escurría por su nariz y al sentir el sabor a sal en sus labios se dio cuenta que jamás sería capaz de ser honesto con Laurel. Jamás sería capaz de ser honesto consigo mismo.

Noche tras noche, día tras día debía vivir con la culpa de haber sido él, quien había revelado la profecía, quien había encaminado al Señor Oscuro al Valle de Godric aquella noche de Halloween. Había sido él quien le había rogado que le perdonara la vida a Lily Evans y sabiendo que su amo no tendría misericordia, se arrojó a los pies de Albus Dumbledore, jurándole lealtad, jurándole su propia vida para salvar a la mujer que amaba. Y todo había sido en vano. Lily había muerto. Por su culpa.

Laurel se levantó y se acercó a él. El dolor en su rostro era tan evidente que ella sintió una pesadez en su pecho que no le permitió respirar. Extendió la mano y le secó las lágrimas. Imaginó que podía ver el reflejo del pasado del hombre en sus ojos, los años de tormento, de pensar en lo que podría haber sido, de tener una oportunidad de redención, de que esa oportunidad le fuera arrebatada de repente.

Laurel no necesitaba escuchar ninguna respuesta. Lo amaba, confiaba en él. Eso fue suficiente.

Se arrodilló junto a él, con la cabeza en su regazo.

"El Señor Tenebroso matará a Harry". — Murmuró débilmente.

Después de un par de segundos, la voz baja y quebradiza de Severus llegó a sus oídos:

"Eso es lo que intenta hacer. Eso es lo que Dumbledore intenta detener".

"¿Hay alguna posibilidad de detenerlo?"

"No lo sé, pero estoy dispuesto a dar lo que fuera por hacerlo posible"

. . .

Abrió los ojos y miró el techo oscuro, sintiendo que la aprensión lo invadía. Esa noche no había sido el fantasma de Lily quien lo había despertado.

Se volvió y abrazó a una Laurel que dormía profundamente entre sus brazos. Ella se hizo un ovillo, acurrucándose sobre su pecho y él apartó su cabello para mirar su rostro. Laurel lo era todo para él, ahora estaba seguro. Como también estaba seguro de que muy pronto le haría el corazón pedazos, la destruiría como había destruido a Lily.

Se levantó en silencio, cuidando de que la mujer dormida no notase su ausencia y se dirigió a su oficina. La vieja fotografía fue lo primero en lo que sus ojos se posaron, pero Severus siguió de largo, hasta alcanzar el gabinete detrás de su escritorio.

Amortentia

El brillo madreperla de la poción pareció intensificarse con el contacto de los dedos del mago. Esta vez no lo dudó. Con un rápido movimiento rompió el sello de cera de la pequeña botella, permitiendo que la potente fragancia del filtro de amor se esparciera por todo el recinto.

Severus cerró los ojos e inhaló profundamente.

El ruido de los riachuelos que corrían entre los callejones empedrados de la Calle de la Hilandera durante los mañanas de tormenta: Lluvia.

Los tesoros que su madre le permitió poseer al cumplir diez años y las largas noches arropado en su desvencijada cama, leyendo con la tenue luz de una vela: Libros viejos.

Tal vez fuesen horas, tal vez sólo unos cuantos minutos, pero se quedó de pie en el mismo sitio hasta que estuvo seguro de que no estaba soñando.

Sonrió, sabiendo que estaba condenado.

Volvió a poner el pequeño corcho en la botella y cuidadosamente volvió a depositarla en el gabinete de las pociones prohibidas.

Aquel aroma acompañándolo de vuelta a su habitación y acrecentándose aún más al quedarse de pie junto a su cama, mirando a la mujer de pelo castaño dormitando entre las sábanas.

Especias dulces.

El olor que Laurel tenía impregnado en la piel.