CAPÍTULO 1: Tirando la toalla

18 de Noviembre, Sábado

—¡No podías decirme cómo lo has hecho, no! —le espetó Ron nada más verle entrar en el dormitorio de Gryffindor que compartían.

Harry le miró, anonadado, y se dio cuenta que su mejor amigo no le creía. Sus sentimientos eran contradictorios. Por un lado, estaba furioso que alguien como Ron, que sabía por todo lo que había pasado, le creyera capaz de ir en busca del peligro cuando éste le encontraba por sí solo año tras año; por otro lado, estaba realmente decepcionado y triste porque, si no le creía ni su mejor amigo, ¿quién iba a creer en su inocencia? Seamus y Dean le ignoraban, o hacían ver que no estaba allí, mientras se ponían sus respectivos pijamas y evitaban enfrentarse a uno y apoyar a otro. Neville, como no, miraba de un lado a otro, indeciso pero neutral. El silencio era aplastante y él no sabía qué decir al respecto. ¿Qué decirle a alguien que te da la espalda cuando más lo necesitas cuando tú estás dispuesto a morir por él sin pensarlo? No lo sabía.

Se acostó con la mente en blanco, cerrando las cortinas rojas en el silencio sepulcral que se había creado. Con su varita las hechizó en silencio y las protegió; lo último que faltaba es que alguno de ellos intentara hacerle algún tipo de broma mientras dormía. Poco a poco sus pensamientos torturantes fueron dando paso a una especie de duerme vela que, de repente, le hizo despertarse con un sudor frío. Recordó las palabras de Moody antes de salir de la ante cámara:

—Tan sencillo como que alguien eche el nombre de Potter en ese cáliz sabiendo que si sale se verá forzado a participar —la voz baja y áspera de Moody se coló en sus pensamientos dañinos—. Tal vez alguien espera que Potter muera...

Entonces recordó su sueño de hacía semanas, el mismo en que Pettigrew y Voldemort planeaban su muerte. ¿Y si Pettigrew se había infiltrado? Lo había hecho una vez, sabía cómo volver a hacerlo. ¿Y si fuera él quién puso su nombre en el cáliz? Recordó el trozo de papel que Dumbledore le había mostrado y como su nombre estaba escrito y sintió escalofríos. Sin duda alguien intentaba matarle. Se acercó sigilosamente a su baúl, a los pies de su cama, y sacó el pergamino antiguo y algo gastado que guardaba ferozmente.

—Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas.

Escaneó el pergamino entero pero, para su poca sorpresa, todo parecía tranquilo. Los alumnos estaban en sus dormitorios, salvo algunos prefectos que patrullaban los lúgubres pasillos del castillo. Vio los nombres de Dumbledore y Snape en su oficina y supo, con algo de ira, que debían estar hablando de la situación, de su situación. Podía imaginarse a Snape ahora, con sus ropajes negros y el pelo grasiento de las pociones, cara cetrina contraída en una mueca:

—Ese Potter —la voz profunda y odiosa de Snape diría con asco e incredulidad— seguro que le ha pedido a algún alumno mayor que ponga su nombre en el cáliz. ¡Es tan arrogante como su padre!

Y, aunque no podía imaginar la respuesta del Director, estaba seguro que no haría nada por reprochar la actitud de Snape. Si algo le había quedado claro estos últimos años era que estaba solo; por mucho que simpatizara con Dumbledore éste siempre parecía desaparecer cuando más le necesitaba. ¿Por qué no había hecho nada para sacarle del torneo? ¡Estaba seguro de que había alguna regla por si uno de los participantes se arrepentía! Sus ojos se pasearon una vez más por el mapa antes de desactivarlo cuando algo captó su atención: Bartemius Crouch y Moody también estaban reunidos en la oficina del Profesor. ¿Estaría Moody tratando de buscar una solución? No le extrañaría, después de todo, le había parecido el más sensato de todos los adultos residentes en el castillo.

Era penoso, pensó para sus adentros, pensar que un completo extraño parecía estar haciendo más por él que el mismo director de la escuela. Al final decidió no pensar más en el asunto puesto que como era inevitable, al parecer, que competiese en el torneo sabía que iba a tener un año entero para estrujarse el cerebro y adivinar quién era el que había puesto su nombre en el cáliz. Cuando se durmió finalmente no cayó en un sueño reparador, sino que las pesadillas le atormentaron toda la noche hasta que se despertó al notar la presencia de alguien intentando abrir sus cortinas. Era Hermione, y llevaba un plato de comida.

—Ten, te he traído esto —le dijo con una sonrisa pequeña y los ojos llenos de lástima. Él apartó la mirada porque estaba empezando a enfadarse de nuevo y Hermione era la única que parecía estar de su parte—. Creí que no te apetecería bajar al Gran Salón.

—Gracias. Tenías razón.

Comió en silencio, con el estómago revuelto al darse cuenta de que, una vez más, la escuela parecía haberse puesto en su contra. ¿Cuánto tiempo iba a seguir así? Una semana era el héroe y la siguiente el villano. ¡Estaba harto! ¡Harto de todos! Y lo peor de todo, pensó con asco y furia, era que si volvían a estar en peligro sabía que le mirarían a él para que los salvase a todos, incluso a costa de su vida. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que seguir haciéndolo? Estaba tan exhausto, se sentía como una marioneta cuyas cuerdas se habían vuelto frágiles de tanto bailar al son de otros. Jalado por ambos brazos por un par de mocosos llorones y mimados. Evitó reír irónicamente puesto que sus pensamientos le habían hecho darse cuenta de que muchos de los alumnos de Hogwarts eran, extrañamente, idénticos a Dudley. Entonces pensó en Cedric, ni siquiera él le creía, y había estado allí cuando Moody se había preguntado si lo que realmente buscaban al meterlo en el torneo era su muerte. Si no le creía Cedric, ni Ron, ¿quién iba a creerle?

Cuando todos se fueron y solo quedaron ellos dos se fue directo a la ducha. Se miró en el espejo y comprobó que sus ojeras eran incluso más pronunciadas que el día anterior. Solo tenía 11 días para prepararse para la primera prueba, ¡y ni siquiera sabía qué era! Pasó toda la mañana evitando las miradas de odio, furioso en lugar de triste, y pensando en qué demonios iba a hacer para salvar el pellejo. Incluso Malfoy, el muy idiota, no consiguió sacarle de su ensoñación y pronto le dejó solo al ver a Moody merodeando cerca. Hermione era la única que parecía hablarle, ni siquiera algunos de sus Profesores le miraban. Era como no estar presente en clase. Podría haber dicho que era como ser un fantasma pero estaba bastante seguro que incluso éstos recibían más atención que él.

—Vamos Harry, Ron está celoso, ya sabes —le comentó Hermione un día, al lado del lago donde ahora se refugiaba para pensar en el torneo a solas—. Para él, una vez más, es como encontrarse bajo tu larga y amplia sombra.

—¿Y qué culpa tengo yo de eso, Hermione? —le preguntó mirándola de reojo, iracundo, como parecía estar ahora siempre—. ¿Es que acaso tengo yo la culpa de que otros metan mi estúpido nombre en ese estúpido cáliz? ¡Supongo que tengo también la culpa de que intenten matarme! Quizás debería decirle: ¡Lo siento Ron, quizás muera este año, pero lamento haber herido tus sentimientos por algo que ni siquiera hice!

—¡No digas tonterías! —le reprendió Hermione, exasperada y algo arisca—. Tú no tienes la culpa, pero así son las cosas.

—Sea como sea, ya estoy harto. Se acabó —dijo él, frustrado y enfadado con todos—. Estoy harto de que siempre sea el malo de la película y luego tenga que salvarles el culo a todos. ¡Ya está!

El rostro de Hermione era un poema. ¿Se pensaba que tenía una paciencia infinita o qué? Estaba incrédula, y así se lo hizo saber—¿Qué estás diciendo, Harry?

—Que paso. No pienso mover un dedo por esta gente que me da la espalda por nimiedades como esta. ¿Ves lo fácil que es que me dejen de lado? ¡Harry Potter habla parsel, debe ser un mago oscuro! ¡Seguro que ha sido él quien ha abierto la Cámara de los Secretos! ¡Harry Potter ha metido su nombre en el Cáliz de Fuego! ¡Debe ser tan arrogante y egoísta! ¡Ni siquiera ha pensado en Cedric! ¡Nos roba protagonismo a los Hufflepuf! ¡Por no hablar de primer curso, cuando perdimos 150 puntos una noche y de repente incluso los chicos del equipo pasaron a llamarme "el buscador"! ¡Incluso Fred y George! Como si fuera un estorbo y un inútil...

Hermione empezó a sacudir la cabeza, pero sus ojos eran tristes, brillando con lágrimas contenidas, porque no podía reprocharle decir la verdad: Hogwarts era el cielo y el infierno a la vez.

—Pero sabes, Hermione: que les den, a todos.

Su única amiga asintió con la cabeza débilmente, seguramente pensando en que ya se le pasaría, pero no, esta vez no iba a dejarlo pasar. ¿Cuántas veces se iba a dejar pisotear? ¡Ninguna más! ¡Que les den, a todos! Lo que no conseguía entender era por qué Ron, quién siempre había estado a su lado, ahora le daba la espalda. Eso era, sin duda alguna, lo que más le había dolido. Más incluso que el odio de los otros alumnos o la indiferencia de algunos Profesores.

—Hagrid ha dicho que vayas a verle esta noche, Harry.

Él asintió y dejó que se fuera. Claramente Hermione podía sentir que quería estar solo con su enfado. Esa noche, bajo su capa de invisibilidad, bajó hasta la cabaña de Hagrid. Como pensaba, Hagrid le esperaba despierto. Lo que no esperaba era verle peinado.

—¿Te ha dicho Ron que debías bajar a verme? —empezó a quitarse la capa, viendo por dónde iban los tiros—. ¡No te quites la capa! ¡Tengo que ensañarte algo magnífico!

—No, Ron no me ha dicho nada —gruñó él, y el corazón le dio un vuelco al comprender por qué, pero Hagrid no pareció darse cuenta.

—Qué raro, le dije explícitamente que te dijera que debías venir esta noche.

—Me lo ha dicho Hermione. Ron y yo no nos hablamos.

Hagrid le miró unos segundos, pero luego lo dejó correr. Se encaminó al carruaje de Beauxbatons y, minutos después, los llevó a los dos, a la directora y a él, al Bosque Prohibido. No entendía qué estaba pasando, pero en el bosque de repente parecía haber múltiples hombres y mujeres trabajando y llevando cosas de arriba a abajo. Una llamarada lejana captó su atención y se le cortó el aliento al darse cuenta de que la jaula que había visto gracias al reflejo de las propias llamas contenía un enorme dragón rojo; y no solo había una, sino 4 jaulas, y comprendió qué hacía allí. Vio a Charlie Weasley, uno de los hermanos mayores de Ron, acercarse a hablar con Hagrid pero tanto la Directora de Beauxbatons como Hagrid parecían absortos con los dragones. Él, sin embargo, sí que escuchó las palabras de Charlie.

—Pobre del que le toque el Colacuerno.

Un terrible escalofrío le recorrió el cuerpo porque, con la suerte que tenía, estaba seguro de que le tocaría ese. Lo peor, claro está, era saber que eran dragones hembra y en período de incubación. Él, por supuesto, no tenía ni idea de dragones, pero estaba claro que cualquier animal protegería a sus crías si estaba en su naturaleza y no le parecía que los dragones fueran de esos que se van y dejan a los huevos sin protección. Al menos no debería matar al dragón, que hubiera sido imposible, pero quizás podía averiguar cómo burlarlo, como había cavilado en voz alta Charlie. Lo más seguro era que éste estuviera protegiendo algo en su nido. Debía consultarlo con Hermione pero, al menos, tenía casi 10 días para prepararse.

—¡Dragones! —susurró en un pequeño grito Hermione y miró a la nada mientras contemplaba todo lo que le había dicho—. Los dragones con huevos nunca abandonan el nido por mucho tiempo o van muy lejos ¿lo sabías?

—Pues no, pero gracias por la información —le contestó sarcásticamente él.

Hermione le miró con exasperación. —Eso significa que el nido seguramente estará en la arena y que es posible que, en lugar de burlar al dragón, tengas que recuperar algo del nido.

Harry entendió por qué Hermione estaba tan compungida. Era como había pensado. —Ya veo, y el dragón estará allí, guardando el nido.

—Veo que lo has captado —y se quedó en silencio mientras parecía contemplar algo más.

—Oye Hermione... estaba pensando en dejar Adivinación y pasarme a Runas Ancestrales.

—¿Y ahora por qué? —preguntó sorprendida Hermione.

Él se encogió de hombros. —Adivinación no sirve para nada y con las runas se pueden hacer muchas cosas, ¿no?

—Sí, obviamente. Al ser el alfabeto rúnico mágico tiene, por lo tanto, magia. Las runas son capaces de muchas cosas, ¡deberías haberme hecho caso el año pasado!

—Lo sé —una de las cosas de las que más se arrepentía era de hacerle caso a Ron—. Por eso me preguntaba si tendrías los libros de tercero y tus apuntes, y si te importaría dejármelos.

Hermione parecía encantada. En seguida sacó un libro y un montón de notas que eran increíblemente más gruesas que el propio libro. Él tomó el manojo de papel con la mente en blanco; realmente Hermione estaba lista para todo. Miró como metía su brazo entero en la cartera con el rostro incrédulo.

—¿Cómo llevas todo eso ahí?

—Una cartera con encantamiento de extensión, obviamente.

—¿La has comprado en el Callejón? —preguntó él, asombrado, puesto que se había dedicado a comprar lo que decía en la carta y no había mirado más allá de eso.

—Sí, aunque creo que en Hogsmeade puede haber una tienda, si estás interesado.

—¡Pues claro!

—¿Te gustaría que te hiciera un plan de estudio, Harry?

Él asintió. Sin Hermione estaba perdido. Al final ojeó el libro, que no era ni fino ni muy grueso, y vio las notas tan precisas y detalladas como siempre de su amiga, sintiéndose más decidido a dejar Adivinación. Con la aceptación de McGonagall esa misma tarde, dejó de asistir a Adivinación y le prometió tanto a McGonagall como a Hermione que estudiaría duro. De hecho, si seguía el régimen a raja tabla de Hermione sería capaz de acabar todo el libro para cuando empezaran las clases después de vacaciones de invierno.

—Es el libro de principiantes, más que nada introducción —le había dicho su amiga, y él miró el pergamino de tareas que Babbling le había encomendado para Enero—. La Profesora te ha mandado 32 redacciones, el mismo número que yo hice durante todo el curso. Si haces una cada día a partir de ahora no tendrás que hacer deberes en las vacaciones.

Harry asintió. Eso pensaba hacer. De hecho, los lunes tenía dos horas de Adivinación que ahora tendría libres, así como dos horas del martes por la tarde, tres horas el miércoles y una hora antes de comer el jueves. Sin contar el fin de semana entero. Tenía tiempo de sobras para hacer un trabajo de Runas Ancestrales por día.

—Tú lee el capítulo, luego léete mis apuntes y haz la redacción. Si hay algo que no entiendas te lo explicaré.

Los próximos días pasaron muy rápido, casi sin enterarse.

20 de Noviembre, Lunes

El lunes tenían Herbología a primera hora y luego Cuidado de Criaturas, seguida de dos horas de Aritmancia de Hermione que Harry pasó leyendo el primer capítulo y las notas de Hermione. Esa misma tarde, cuando ya tenían libre, hicieron sus respectivas redacciones de Herbología para el lunes siguiente. Harry no podía creérselo: era la primera vez que acababa los deberes el mismo día que los habían mandado. Lo curioso era darse cuenta del porqué: sin Ron era fácil concentrarse en sus estudios. Pensándolo bien, quizás tendría que haber mirado más por sus estudios en lugar de tirarse cada tarde jugando, entrenando al Quidditch y haciendo los trabajos de prisa y corriendo el fin de semana. Al menos algo bueno había sacado de su ruptura con Ron. Aunque enterarse que su antiguo amigo ni siquiera pensaba decirle sobre lo de los dragones había sido un duro golpe, ¿cómo iba a perdonar eso?

21 de Noviembre, Martes.

Historia de la Magia era, sin lugar a duda, el momento perfecto para hacer la redacción de Cuidado de Criaturas para el lunes siguiente. Después de todo, lo que Bins estaba explicando era palabra por palabra el libro Guerras de los Gigantes que tenían que acabar pronto. El segundo libro era Rebeliones de los Elfos, que era más pesado y más grueso aún. Por suerte el currículo de Cuidado de Criaturas solo incluía 3 criaturas ese año: unicornios, escarbatos y escregutos de cola explosiva – éstos últimos eran una rara y monstruosa invención de Hagrid – que seguirían estudiando a lo largo del curso, uno por trimestre respectivamente.

—¿Cómo llevas tu redacción sobre la cría de unicornio?

—Bien, ya la he acabado —y era cierto. Una hora entera buscando información en Animales fantásticos y Dónde encontrarlos y en El Monstruoso Libro de los Monstruos y escribiendo en la silenciosa aula llena de ronquidos de Historia.

Escribió su nombre justo cuando sonaba la campana. Algunos se levantaron de golpe con la cara marcada por los pergaminos y alguna que otra pluma pegada a la ropa. Cuando miró su redacción se dio cuenta que, aunque su caligrafía había mejorado notablemente, la pluma seguía siendo un instrumento inútil.

—¿Por qué no podemos utilizar una pluma muggle? —le preguntó a Hermione de camino a Pociones.

Ella rodó los ojos. —A los de sangre pura no les gustan los inventos muggle.

—Sí, ya, pero, ¿no es lo mismo una estilográfica muggle? —pensó en las cartas que Vernon escribía con su lujosa pluma Montblanc y se preguntó qué diferencia había—. El efecto es el mismo.

Hermione pareció pensárselo hasta que al final se encogió de hombros. —Los exámenes son con la pluma para evitar que los alumnos copien, pero no veo por qué no podríamos entregar los deberes con estilográfica.

—¡Ya sé! ¿Por qué no lo probamos con los deberes de Historia?

—No sé, Harry, ¿¡y si nos suspenden!? —negó con la cabeza y él también lo hizo. A veces Hermione era demasiado histérica; se tomaba las cosas tan a pecho que le sorprendía que no hubiera tenido un ataque de ansiedad antes.

—Da igual, lo probaré yo.

—Podría pedir a mis padres que nos envíen un par de estilográficas por eso, ¡solo para los apuntes! —se apresuró a decir cuando vio su sonrisa pícara.

—Envía a Hedwig más tarde, últimamente no tiene nada que hacer.

—¿Ni siquiera...? ¿Has hablado ya con Snuffles? —preguntó ella de repente pero, por suerte, o no, ya habían llegado a Pociones.

Horas más tarde, después de una horrible hora con Snape y de la comida del medio día, fueron directos a una clase abandonada. Según el horario de Hermione esas dos horas serían usadas para entrenar para el torneo. Así fue como se sentaron en el sofá de aspecto algo roñoso pero limpio con un montón de libros relacionados con competiciones y dragones.

—Según lo que sabemos vas a tener que rescatar algo de un dragón, pero también podría ser que estemos equivocados —le dijo Hermione—. Lo más seguro sería estudiar también como defenderte de un dragón, además de hechizos que puedan ayudarte.

—Solo me dejan llevarme la varita —le recordó él, que eso sí que se lo había dicho Bagman.

—Pero puedes invocar con tu varita algo fuera del estadio.

—¿Y si invoco lo que sea que necesite coger del dragón?

—¿Crees que los jueces y organizadores del torneo son tan idiotas como para no proteger dicho objeto de invocaciones? —le sonrió Hermione con una negativa de cabeza.

—Sí —contestó él, escuetamente—. Tu misma me dijiste que los magos no tienen nada de sentido común.

—Tienes razón, por intentarlo no pierdes nada...

Entonces se dio cuenta de algo que había olvidado: aquella noche había visto a Karkaroff y Olympe estaba allí cuando Hagrid los llevó a ambos a ver a los dragones. Eso significaba que tanto Delacour como Krum estaban enterados lo que dejaba a Cedric en una mala posición. ¿Debería decírselo? Pero claro... Cedric no había hecho nada contra las chapas que había creado el zoquete de Malfoy, incluso algunos de sus mejores amigos llevaban puestas esas estúpidas chapas de POTTER APESTA y APOYA A CEDRIC. Así pues, se encogió de hombros. Mala suerte. Ya no estaba dispuesto a ser el bueno que es tan bueno que es tonto. Aun así prefirió no abrir la boca y contarle sus pensamientos a Hermione porque, aunque él notaba que estaba cambiando debido a su creciente indiferencia general, Hermione seguía siendo la misma.

—¿Y qué te parece empezar por hechizos anti-fuego? Con esto podrías hacer tu ropa prácticamente ignífuga.

—Perfecto.

—Mañana podemos dedicarnos a buscar hechizos que puedan afectar al dragón.

Harry asintió y Hermione le indicó los hechizos que podía practicar en un trozo de tela. Horas más tarde había aprendido a transfigurar varias sillas en animales como lobos o perros, capaces de llevar a cabo sus órdenes, pero a costa de gran concentración. De verse bajo presión no sabía lo que haría, o si podría conseguir hacerlo. No fue sino hasta tumbarse en la cama que tuvo una terrible y gran idea.

22 de Noviembre, Miércoles

Bostezó de nuevo. A pesar de que las clases no empezaban hasta las nueve Hermione le había levantado a las seis y media.

—Si desayunamos rápido tendremos una hora y media para estudiar. Podríamos empezar la redacción de Pociones.

Harry se despertó y fue directo a la ducha como un zombie. Hermione tenía razón, por mucho que odiara dejar su cama. Si se acostaba alrededor de las diez de la noche podría dormir perfectamente unas ocho horas y levantarse temprano para hacer algún que otro trabajo. Si quería acabar con un año entero de Runas en apenas dos meses y ponerse al día en tan solo un par de semanas iba a necesitar todo el tiempo del mundo. ¡Y de repente tuvo una genial idea! Pues claro, el gira tiempos de Hermione le iría de perlas.

—No lo tengo Harry. Al dejar Adivinación y Estudios muggle mi horario fue compatible y no lo necesité —le contestó, comiendo una tostada en el Gran Salón. Solo había alumnos de quinto y séptimo curso, estudiando fuerte—. Pero podríamos pedirle permiso a la Profesora McGonagall.

Así fue como se encaminaron directos a la oficina de McGonagall que, para su sorpresa, les recibió con algo de exasperación.

—Me preguntaba cuándo te ibas a dar cuenta de tu falta de tiempo, Potter —le dijo, entregándole el gira tiempos que Hermione había usado con una pequeña sonrisa—. Espero que la señorita Granger le ayude a usarlo.

—Gracias, Profesora McGonagall —le sonrió él, dándose cuenta de que, al menos, su Profesora había tenido en cuenta sus necesidades por una vez en la vida.

—Así lo haré.

—Y Potter —el rostro de McGonagall era severo, pero había un deje orgulloso en su mirada que captó en seguida—. Esfuércese como sé que sabe hacer.

Encantamientos era una hora fácil puesto que le gustaba y también le encantaba Flitwick. Se preguntó si debería pedir ayuda al Profesor sobre el torneo, pero luego recordó que no podía recibir ayuda de nadie y, sin embargo, ya recibía ayuda de Hermione. Cuando acabó la hora descubrió que su redacción de Historia de la Magia ya había sido completada y Hermione, que había usado el gira tiempos con él, llevaba ya 15 centímetros de redacción de Pociones, en su típica letra pequeña. Todavía le quedaba más de la mitad.

—Esto cambia las cosas, Harry —le informó Hermione, deshaciendo su horario como por arte de magia y rehaciéndolo rápidamente—. Cuando usemos el gira tiempos nos centraremos totalmente en Runas.

—¿Y los períodos libres corrientes los usaremos para los deberes normales?

—Exacto. Luego, por las tardes, entrenaremos para el torneo.

Así fue como esa misma tarde su otro yo estudiaba Runas mientras que él practicaba el hechizo de conjuntivitis, así como el encantamiento aturdidor y el de invocación. Cuando le contó a Hermione su plan su amiga solo pudo asentir, sacudiendo la cabeza con una sonrisa.

—Es de locos, pero una genialidad.

—¡Y todo se lo debo a Malfoy! —estalló en carcajadas al darse cuenta de la cara que pondría al verle combatir al dragón.

—Será mejor que empieces a conjurar. ¿Me pregunto qué pasará si usas el hechizo ignífugo en la piel? —entonces miró alrededor—. Pensándolo mejor creo que necesitaremos una clase más grande y... yo mejor me quedaré fuera.

Harry rió.

23 de Noviembre, Jueves

La Ceremonia de las Varitas, como le había comentado Hermione después de haber leído el reglamento, era más bien una revisión de varitas. ¿De qué servía una varita si no funciona correctamente? Era por eso por lo que dedicó horas la noche antes para limpiar y cuidar su varita que, ahora que lo pensaba, debía mantener en perfectas condiciones más a menudo. Realmente había estado hecha un asco con marcas de huellas, una mancha de mermelada y algún que otro rasguño.

—Ah, señor Potter... Acebo y pluma de fénix.

Ollivanders, el encargado de dicha ceremonia la examinó un rato y luego, con un movimiento de varita, hizo aparecer vino. Harry asintió la cabeza, sorprendido. ¿Se podía conjurar vino? Pensaba que la comida no se podía conjurar pero claro... el vino era una bebida. Si podía conjurar agua, ¿por qué no vino? Se preguntó si Hermione sabría la diferencia.

—Está en perfectas condiciones.

—¡Fotos, Dumbledore! —dijo Bagman, chocando palmas, y la sonrisa de Rita Skeeter pasó de peligrosa a maligna.

Al menos, pensó con depresión creciente, se había peinado esa mañana. Dejó que lo zarandearan, pero se negó en ponerse en medio, puesto que tanto Viktor como Cedric eran más altos que él y parecería más pequeño. Al final, se puso Fleur en medio, Harry en una punta y Viktor en la otra; para el disgusto de Skeeter y la sonrisa pervertida del fotógrafo. Cuando Skeeter estuvo a punto de cogerlo del brazo se zafó y se escabulló deprisa. ¡De ninguna manera iba a quedarse con ese buitre un momento más! Lo último que alcanzó en ver fue a Skeeter malhumorada con su fotógrafo, que babeaba sobre Fleur, y miraba de reojo a Viktor con una sonrisa maliciosa.

Cuando miró su cartera antes de encontrarse con Hermione para ir a comer, vio que tenía hecha otra redacción de Runas. Con esa, iban 4 menos por hacer. Lo bueno del gira tiempos era que, por la noche, los conocimientos se asimilaban del todo al unirse ambas personas. Lo malo era que no podía usarse indefinidamente. De hecho, ni siquiera pensaba usarlo durante el torneo; lo último que quería era que pensaran que hacía trampa y perdiera su magia de alguna forma. Esa misma tarde, después de las dos horas de Defensa contra las Artes Oscuras, cogió su escoba y se hechizó invisible. ¡Ese encantamiento era realmente bueno! Sobrevoló el estadio que habían construido para el día siguiente, la primera prueba, y vio cómo estaban situadas las piedras. Sin duda había varios escondites para que el dragón fuera capaz de sorprenderlos.

—Como una piscina grande —le comentó a Hermione y ella sacó su nueva estilográfica, una que habían recibido esa misma de los Granger, y una libreta muggle que también había sido enviada.

—¿Olímpica? —preguntó ella y él la miró confundido, ¿olímpica? ¿Cómo demonios iba a saberlo? Sus pensamientos parecían estar escritos en su frente porque Hermione suspiró, pero siguió escribiendo—. Supongo que no, eso es demasiado grande. Piensa en una piscina d carriles.

—Quizás un poco más pequeña.

—Así que semi olímpica. Menos de unos 50 metros de largo por 20 de ancho por 2 de profundidad... Quizás la mitad.

Al final, después de varios cálculos, Hermione transformó otra silla en un cubo enorme.

—¿Y para qué servirá esto?

—Contaremos cuánto tiempo tardas en llenar semejante tamaño. Lo malo es que tendrías que llenarlo casi 2000 veces y vaciarlo cada vez —el rostro de Harry era un poema.

—¿Y no debe haber una piscina aquí en Hogwarts? Podríamos vaciarla y llenarla.

—No lo sé, podríamos preguntarle a alguien lo que sepa. ¿A la Profesora McGonagall?

Pero Harry había tenido otra magnífica idea. —¡Pues claro! ¡Dobby!

El pequeño elfo apareció, con los mismos calcetines desconjuntados y su sombrero de punto. Al verle el rostro se le iluminó.

—¡El señor Harry Potter! ¡Dobby está muy alegre de verle!

—Y yo Dobby —dijo él, con una amplia sonrisa—. ¿No sabrás por casualidad si hay una piscina en Hogwarts, no?

—¿Piscina? No, no, no Dobby no lo sabe... pero está la Sala que Viene y Va.

—¿La Sala que Viene... y Va? —preguntó Hermione, que hasta ahora había estado intentando hacer hincapié con sus chapas de P.E.D.D.O y no había calado. Dejó de mirarle mal.

—Es una habitación en el séptimo piso. Harry Potter debe caminar tres veces delante de la pared junto a Barnabas el retrato, pensando en la habitación que quiera, ¡y ésta aparecerá!

Hermione y Harry intercambiaron miradas estupefactas. ¿Cómo es que no lo habían escuchado hasta ahora?

—¿Podrías llevarnos? —preguntó finalmente Hermione.

—Increíble... —dijo él, en un susurro atónito, cuando Hermione hizo aparecer la increíble piscina, dentro de Hogwarts—. La magia nunca deja de sorprenderme.

—Ni a mí.

El hilo de voz de Hermione resonó por todo el espacio hueco y pareció sacarla de su ensoñación.

—Vamos. Yo te cronometro —pero nada más decir esas palabras apareció un reloj digital para sorpresa de ambos.

Aguamenti.

Después de tres minutos fue capaz de llenar la mitad de la piscina. Para la poca sorpresa de Hermione.

—¿Sabes cuánto tardaría yo en llenar esta cantidad?

—¿Cuánto?

Pero no le contestó. Esa noche, cuando cayó rendido en su cama, supo que, al menos, no moriría. Solo esperaba que todo saliera bien.

24 de Noviembre, Viernes

Para alegría de todos, el viernes solo iban a tener las dos primeras clases. Todos deseaban que llegara la hora del torneo; él también, más bien para sacarse la presión de encima y continuar con su vida normal de estudiante antisocial y paría. Sus notas, para sorpresa de todos, habían mejorado muchísimo en solo una semana y pocos días. Había sido Hermione, y McGonagall, quién le habían llamado la atención.

—Continué así, señor Potter. Cada día se parece más a su padre, tanto en el físico como en su talento —le dijo McGonagall, al ver que había realizado la transformación a la primera. Él contuvo una sonrisa orgullosa.

Sus padres... ¿estarían orgullosos de él? ¿Enfadados? A menudo se encontraba pensando en ellos, pero nunca se había planteado cómo hubieran reaccionado al ver sus notas de los cursos anteriores o de sus elecciones de materias optativas. Pensándolo bien, incluso él se sentía avergonzado de sí mismo. Se prometió emplearse más a fondo y holgazanear menos de ahora en adelante.

—Vamos Harry, es la hora de Encantamientos —y ambos salieron de Historia para ir a la siguiente, y última, clase del día.

La hora pasó muy deprisa y, sin comerlo ni beberlo, se encontró alimentándose como un autómata en el Gran Salón y rodeado de multitud de voces excitadas. Idiotas... cómo se notaba que no eran sus vidas las que pendían de un hilo; y, aun así, nadie se paró a desearle suerte. Nadie, salvo Fred y George – que habían apostado por él y querían verle ganar a toda costa – y por supuesto Hermione. Para su mala suerte los gemelos, en lugar de distraerle, se marcharon rápido tras la pista de Bagman, para sorpresa de éste, y lo dejaron a solas con Hermione. Finalmente, cuando ya se iban todos hacia el estadio, le habló Neville.

—Buena suerte Harry.

Él simplemente asintió, algo resentido con Neville. ¿Cuántas veces le había defendido de Malfoy y su banda de esbirros? Y Neville ni siquiera le había hablado en casi 15 días desde que su nombre salió del cáliz. Algo en su cara debió de dejarle claro sus pensamientos porque Neville se mostró tremendamente culpable pero, antes de que pudiera abrir la boca, Bagman volvió a aparecer con un saco y acompañado de todos los otros campeones. Nada más llegar a la caseta de los campeones se cambió el uniforme por otro uniforme rojo y negro con su apellido en la espalda y unas botas negras. Se encogió de hombros, al menos saldría con algo de ropa nueva. Nada más pensarlo se acordó de la ropa de los Dursley y decidió que debería hacer algo al respecto. Más adelante. Cuando no estuviera en peligro inminente de muerte.

—¡Muy bien! Un dragón para cada uno —dijo nada más empezar y Harry vio palidecer a Cedric de reojo con indiferencia—. Cada dragón guardará en su nido un huevo dorado. Si quieren pasar a la siguiente prueba, la única pista será el huevo. Ahora...

Alzó la bolsa y, antes de que pudiera decir nada, él habló. —¿Puedo?

Bagman parecía sorprendido, pero asintió. Él, que había visto los cuatro dragones en una de sus múltiples expediciones por la noche, sabía que el Colacuerno era el más puntiagudo y el más grande. Sin duda iba a intentar zafarse de él. Removió unos segundos y acabó escogiendo uno bastante liso. Con una sonrisa tremendamente aliviada miró al Galés Verde Común. Era, indudablemente, el más pequeño. Seguidamente Fleur metió la mano y sacó al Hocicorto Sueco, luego Cedric con su Bola de Fuego Chino y Viktor... el Colacuerno Húngaro.

Mientras los otros se preparaban él miró por una rendija de la tienda. Por primera vez en días se dio cuenta de lo mucho que había ignorado a toda la población de Hogwarts con su afán por estudiar y no hacer caso a idiotas que pretendían herirle. Ni siquiera Rita Skeeter había publicado algo dramático de él porque se había centrado en Krum, alguien internacionalmente también conocido; por no hablar de Fleur, alguien a quiénes muchas mujeres eran capaces de odiar sin más por su belleza. De él y de Cedric apenas había escrito 5 líneas, y ya le parecía demasiado.

Fleur, quién no había abierto la boca, se alisó la coleta alta y se quitó el polvo inexistente de la túnica azul. Poco tiempo después, antes de que Bagman diera el visto bueno, Filch prendió el cañón que resonó de improvisto por toda la tienda. Asustándolos más de lo que ya estaban. Sin poder contenerse, Harry miró como Fleur encantaba al Hocicorto con su magia natural y éste caía poco a poco rendido. Con paso ligero se acercó y cogió el huevo cuando el dragón roncó y una bocanada de fuego salió de sus narices gigantescas, prendiendo fuego la túnica de Fleur. Por suerte para ella no fue nada.

—Le toca, señor Potter —le confirmó Bagman, como si no lo supiera, y ambos se pararon junto a la puerta a ver las puntuaciones de Fleur. Un 37, no estaba mal.

Sonó el silbato y una vez más el cañón se disparó. Vio al dragón, verde y brillante, a lo lejos. Estaba erguido sobre un nido de huevos y, con la luz del sol, vio el brillo llamativo del huevo dorado. No tardó ni tres segundos en hechizar su ropa contra el fuego e intentar invocar el huevo sin éxito, seguidamente, todavía desde la puerta – el dragón no parecía dispuesto a dejar su nido ni para atacar a un intruso – empezó a inundar parte del estadio. En menos de tres minutos el agua ya había llegado al nido, rozando las patas del dragón.

Serpensortia.

De su varita aparecieron cinco enormes anacondas de 10 metros cada una y, cuando se giraron a mirarle, las hechizó contra el fuego y les susurró una orden:

Vosssotras cuatro atad y dissstraed al dragón. Tú llévame al nido.

Sin recibir respuesta alguna las anacondas se metieron en el agua y nadaron rápidamente hasta el dragón, cada vez más nervioso. Las vio, fascinado, lanzarse con sus grandes y voluminosos cuerpos contra el dragón, siseando furiosamente. Dos de ellas enrollándose entorno a las patas traseras mientras las otras dos mordían con las fauces abiertas de par en par la cabeza y las alas; el dragón trató de zafarse pero acabó cayendo al agua donde, a pesar de no poder ahogarse debido a su tamaño, se asustó y olvidó el nido completamente mientras luchaba por salir del agua. La anaconda restante se deslizó dando un rodeo, con él agarrado, por el agua tan rápido como corta un rayo el aire. Los bramidos del dragón eran aterradores pero el fuego no les hacía nada a sus conjuros ni a las anacondas sumergidas en el agua. Cogió el huevo mientras el Galés Común atacaba, partiendo en dos a una de sus anacondas, y se deslizó de nuevo al agua. Entonces, cuando ya estaba suficientemente lejos del peligro, su alivio le permitió escuchar las voces incrédulas, sorprendidas y algunas maravilladas de los espectadores.

—¡Semejante ataque! ¡Nunca imaginé usar serpientes contra un dragón!

—¡Eso solo es obra de un mago oscuro! —susurró bastante alto uno de los Hufflepuff pero muchos otros no parecían compartir su opinión.

—¡Cállate Smith! —gruñó un Gryffindor a su espalda y los Hufflepuff se callaron de repente al verse rodeados por sus compañeros de Casa, mucho menos escrupulosos a la hora de usar los puños y las varitas en público.

Entró en la tienda y deshizo todos sus hechizos. El dragón, intacto de las patas a la cabeza, se enroscó entorno al nido mucho más calmado al ver que no habían sufrido ni ella ni los huevos daño alguno. Casi parecía confundida, mirando sin comprender qué había pasado.

—¡Impresionante! —la voz de Bagman resonó por todo el estadio y algunos gritaron de contento mientras que los Slytherin se mantuvieron extrañamente callados—. ¡Potter ha usado un conjuro y varios hechizos: el más claro Aguamenti y varios hechizos contra el fuego! ¿Y bien? ¿Puntuaciones?

Poco a poco las varitas se alzaron: 10, 10, 10, 10 y 5. A pesar de todo Karkaroff parecía impresionado a regañadientes mientras los otros hablaban animadamente del poco daño que había sufrido el dragón y del espectáculo que la lucha entre especies había producido. Por suerte nadie le había escuchado hablar parsel así que todos pensaban que eran conjuros normales. Atacar a un dragón con anacondas era inusual pero no algo extraño en cuanto a la magia se refiere.

—¡Ha sido fantástico Harry! —gritó Hermione cuando le encontró en la biblioteca casi una hora más tarde—. ¿Dónde has estado? Creí que te quedarías a ver a Cedric y a Krum.

—Paso —sacudió él la cabeza y rodó los ojos—. Allí estaba merodeando Skeeter y no quería que me cogiera para hacerme una entrevista estando solo en la tienda.

Hermione asintió, aplacada. —Cedric ha sido capaz de pasar con unas transformaciones al Bola de Fuego pero se ha quemado un brazo cuando ya escapaba con el huevo. Krum ha tenido que cegar al dragón y el pobre ha aplastado a varios huevos.

—Pero ha conseguido el premio, ¿no?

—Sí, pero recibió un coletazo del Colacuerno. Creo que tiene varias costillas rotas, una pierna y la escápula derecha, según escuché decir a Madam Pomphrey.

—Pues yo he estado acabando la redacción de Transfiguración —le dijo, entregándole el pergamino a la ya mano tendida de Hermione.

—¿Ves que bien Harry? Solo tenemos que hacer tres trabajos más y tendremos todo el fin de semana para estudiar Runas. Por cierto, ¿has abierto ya el huevo?

Harry volvió a rodar los ojos al recordar los chillidos que propinó éste al ser abierto. —Va a ser más difícil de averiguar que los dragones, eso seguro.