CAPÍTULO 4: Irritando al enemigo

2 de Enero, Martes

—¿¡Qué es esto, Amelia!? —preguntó en un chillido Cornelius, que había recibido el último día del año, en sus vacaciones, el anuncio del juicio—. ¡Sabes que Black es un criminal!

—¿Lo es? —preguntó ladinamente ella, mirando apaciblemente al Ministro como si fuera idiota. Que lo era—. Entonces no le importará que se presente y sea juzgado, ¿no?

El Ministro miró a todos los presentes, que habían sido llamados al juicio como él, y a los periodistas que ya estaban escribiendo y observando la escena como si olieran una noticia; eran más peligrosos que tiburones oliendo la sangre de su presa. Él, obviamente, sabía que estaba entre la espada y la pared. A los periodistas no les importaba si Black era o no inocente pero sí les importaba escribir un artículo que llamara a las masas. Si juntaba a Black, alguien infame por escapar de Azkaban, y un juicio público tenían la receta perfecta para una noticia. Si resultaba que Black era culpable el juicio solo iría en su favor, pero si resultaba que Black era inocente... y, pensándolo bien, ahora no las tenía todas consigo. Recordaba como Potter había dicho que Pettigrew estaba vivo lo que significaba que Black no le había matado y ponía en duda si era realmente el guardador del secreto de los Potter y, por lo tanto, su supuesto asesino.

—Muy bien, que prosiga tu juicio —dijo finalmente, cuando vio a Skeeter aparecer—. Espero que sepa dónde está el acusado.

—Perfecto entonces.

Todos los miembros del Wizengamot entraron en la corte. Amelia los escuchó murmurando y supo que intentarían, por todos los medios, intentar deshacerse de Black. Su supuesta inocencia ponía entre dicho la autoridad y fiabilidad del Wizengamot para juzgar y llevar a cabo sus tareas de forma eficaz y competente. Ella sabía que la mayoría de los trabajadores del Ministerio eran o bien idiotas, corruptos o bien unos mandados; o quizás una mezcla de todas esas "cualidades". La competencia brillaba por su ausencia. Que tuviera un chico de 14 años tener que forzar la mano del Ministerio... Que bajo habían caído.

Sintió, antes de verle, aparecer al Heredero Jaques Boot. El abogado de Lord Potter. El niño que había crecido, se ve. Un deje de orgullo le hizo mirar al hijo de sus amigos muertos, y supo que Lily y James estarían saltando de alegría al ver cuánto había crecido, y que bien lo había hecho su único hijo. Estaba vestido formalmente, con una túnica negra y una camisa interior gris perlado de seda, pantalones negros de traje y unas botas negras y marrones de piel de dragón. Para su sorpresa, sus famosas gafas habían desaparecido y ahora sus ojos verdes, fríos y tallados como esmeraldas, estaban resplandecientes. Sin duda alguna no fue la única cautivada por su mirada y su rebelde cabello negro, pero bien peinado. Cada día su parecido a James era mayor, y James había sido un rompecorazones.

—Madam Bones, cuando quiera —le instó el ministro, al borde del asiento. Cuanto antes se sacara este endemoniado asunto de encima mejor.

—Tengo información fiable que me hace cuestionar la culpabilidad de Sirius Black —empezó ella, mirándolos a todos—. Por supuesto investigué el asunto y llegué a la conclusión que Sirius Black nunca fue juzgado, por lo tanto, aun es presuntamente inocente.

—¿Y quién le ha proporcionado semejante información? —preguntó Malfoy, y Amelia evitó rizar los labios del asco.

—Mi cliente —intercedió Boot y todos se giraron a mirarle. Él no parecía nervioso, simplemente sacó unos papeles que levitó hasta la mesa del ministro—, Lord Potter.

De repente se hizo el caos. Amelia observó primero a Fudge leer la demanda que Lord Potter había realizado y luego miró a los miembros del Wizengamot. Los simpatizantes de los Potter sonreían ampliamente al ver que ahora tendrían un voto más contra la facción opuesta mientras que ésta rechinaba los dientes y miraba con velada ira al joven. Su mirada se posó por último en el Jefe de Magos del Wizengamot, Dumbledore. Su rostro era un poema: no sabía si sentirse orgulloso, divertido, enfadado o decepcionado. Estaba claro que Potter no le había informado de sus aventuras este año, y no le extrañaba. Harry debía estar muy enfadado con el director por haberle forzado a participar en el Torneo de los Tres Magos y, según lo que le había comentado Susan, dejarle de lado a pesar de las humillaciones constantes de los alumnos en Hogwarts. Amelia había tenido duras palabras con Susan, no podía creer que su sobrina se hubiera comportado como una energúmena sin pruebas. El castigo le duraría todas las vacaciones, de eso podía estar segura.

—¿Entonces, se producirá el juicio de Sirius Black?

—Por supuesto —dijo ella, antes de que nadie pudiera hacer nada y Dumbledore hizo silencio y dejó que hablara—. Aquí todos queremos saber la verdad, ¿no es así?

El silencio fue sepulcral hasta que el ministro asintió. —Que pase el acusado entonces.

La entrada de Sirius Black fue repentina, de hecho, Kingsley solo tuvo que deshacer el hechizo de invisibilidad que ella misma le había puesto. Los murmuros no se hicieron esperar, pero Lord Black, como se había presentado esa misma mañana, simplemente se sentó en la silla. Iba vestido con una túnica de color granate oscuro con botas, pantalones y camisa interior de negro. El cabello y su bigote acicalados. Ni rastro había del prisionero de Azkaban fugado. Kingsley, a sus órdenes, se quedó al lado del prisionero para evitar cualquier... accidente. Echaba de menos Alastor pero ahora debía estar cuidando de Hogwarts y corrigiendo trabajos; eso sí que no lo extrañaba, tenía papeleo suficiente en su oficina.

—Comience, Hedero Boot.

El abogado expuso las pruebas, una tras otra, de forma ordenada y sin dejar lugar a dudas de la veracidad de las pruebas y de la inocencia de Black. El Mapa de Hogwarts fue mostrado e intentaron requisarlo pero, por Ley, pertenecía a Lupin, Potter, Pettigrew y Black, para la ira de algunos. Las memorias de Potter, Granger y Weasley fueron extraídas y vistas por todos mediante una pensadera especial del Wizengamot. El testamento de Black fue leído, así como el trozo del Diario Profético que el acusado había visto y le había dado la pista del paradero de Pettigrew.

Cada minuto que pasaba el ministro parecía palidecer un poco más hasta que se recostó en su asiento casi sin vida. Todos los presentes, no importaba la facción que soportaran, vieron a Snape perder los estribos y mentir descaradamente al ministro y cómo éste no había hecho caso de las quejas de tres alumnos, por muy jóvenes que fueran, prefiriendo no ver las pruebas delante de sus narices. Dumbledore parecía más viejo y cansado que nunca y Amelia entendía que ahora muchos tendrían motivos suficientes para dejarle sin Profesor de Pociones. Sin duda Potter no iba a dejar que se fuera sin más, y mucho menos su padrino, Black.

—Creo que es suficiente —aceptó finalmente el ministro y algunos asintieron mientras que otros callaron sin poder hacer nada. El juicio estaba más que ganado y todos lo sabían antes de hacer sentencia—. Sirius Black es inocente de todos los cargos.

—¿Habrá, por supuesto, una compensación económica por los daños causados durante 12 años, no solamente físicos y psíquicos sino de imagen y daños personales? —preguntó neutral Boot y Fudge asintió.

Amelia se inclinó y escuchó en silencio como Fudge discutía cuál sería la compensación. Ahora no podía negarse si no quería perder popularidad, después de todo Black era y había sido inocente durante tanto tiempo cuando Fudge podría haberle liberado hacía dos años.

—Lord Black recibirá 100000 galeones por cada año falsamente convicto.

—A mi cliente le gustaría que el Ministerio se retractase de sus palabras todo este tiempo y publicara una disculpa oficial y pública —siguió Boot, viendo el asentimiento de cabeza de Potter.

—Así se hará —confirmó resignado Fudge pero Amelia vio que ya estaba maquinando como salir airoso.

Evitó sonreír ampliamente cuando Boot sacó otro fajo de papeles. —A raíz de este juicio y debido a este Lord Potter y Lord Black desean demandar a Severus Snape.

—¿De qué se le acusa? —preguntó ella, dejando de lado su monóculo encantado.

—Ocultación dolosa de la verdad, obstrucción a la justicia, intento de homicidio involuntario, delito de amenaza, delito de calumnia e injuria, delito doloso de omisión del deber de perseguir delito y delito de acusación y denuncia falsa.

Una vez más se levantaron susurros y voces, algunas afirmando rotundamente que ya era hora que Snape pagara por sus modales, otros criticando a Boot y a Potter por ser demasiado "sensibles". Potter ni pestañeó; su rostro indicaba a todos que no iba a irse sin presenciar el juicio y condenar a Snape. Dumbledore sacudió la cabeza y los hizo callar a todos.

—¿Tienen pruebas de semejante acusación? —preguntó, mirando fijamente a Potter y Boot se interpuso, ocultando a Potter y mirando gravemente al director de Hogwarts.

—Por supuesto.

Y así comenzó de nuevo a exponer la larga lista de barbaridades que Snape había hecho y dicho en Hogwarts. ¿Amenazar a un alumno con pociones ilegales? ¿Castigar a alguien por "respirar muy alto"? ¿Hacer llorar a alguien y menospreciar a sus alumnos? ¿Inventar reglas para castigar y quitar posesiones a sus alumnos? Amelia sintió un ataque de ira crecer en su interior. ¿¡Por qué demonios Susan no le había dicho nada de esto!? ¿O es que solo los Gryffindor eran atacados por Snape? No tenía sentido, pero iba a llegar hasta la raíz de la cuestión, pensó mirando a Dumbledore, que miraba atónito y decepcionado los recuerdos de la pensadera. Lo primero que iba a hacer era analizar a su sobrina por si había sido drogada. No era posible que fuera tan tonta y torpe. Amelia le había enseñado mejor.

Cuanto más tiempo pasaba en el juicio de Snape, que había sido detenido en Hogwarts y miraba con odio a Potter y a Black, más grande era su dolor de cabeza. Muchos de los Profesores iban a tener que ser interrogados y, quizás unos cuantos, iban a ser multados o peor. Al menos McGonagall, Dumbledore y Lockhart habían sido testigos de las acusaciones de Snape y posiblemente también Pomphrey en la enfermería, tal y como habían visto en las memorias de Potter. Contuvo un enorme suspiro y se centró en Boot, esto iba para largo.

4 de Enero, Jueves

—¡No puedo creerlo! —el rostro de Hermione estaba rojo de la ira, zarandeando el Diario Profético de un lado a otro—. ¿Cómo es posible semejante grado de corrupción?

Harry supo, aun sin verlo, que el Diario debía haber publicado la larga lista de condenados y multados que el juicio de Sirius había iniciado. Para empezar Snape había sido condenado a Azkaban durante 5 años y se le había retirado su Maestría de Pociones, así como su derecho a la enseñanza. McGonagall y Dumbledore habían sido multados y estaban bajo un período de prueba del Ministerio. Pettigrew estaba ahora en busca y captura así como Crouch, que estaba enclaustrado tras sus fuertes barreras mágicas de su casa. La familia de Bagnold había tenido que pagar una multa por incumplimiento de las leyes al no haberle dado un juicio justo, o un juicio para empezar, a Sirius y el Diario Profético había tenido que retractarse de todas sus injurias – tanto de Sirius como de él – y pagarles una gran cantidad de dinero como compensación, al igual que el Ministerio.

—No tengo ni idea —se encogió de hombros él—. ¿Todavía prefieres que hubiera dejado las cosas tal y como estaban?

Hermione no contestó. Le bufó. Como un gato. —¿Cuánto has recibido por todas las compensaciones?

—Aproximadamente unos 17 millones de galeones —Hermione se volvió pálida de golpe y tuvo que sentarse—. Aparentemente muchas personas se hicieron ricas con mi nombre.

—Claro, es obvio —se dijo a sí misma su amiga y él asintió—. ¿Y qué piensas hacer con el dinero?

—¿Qué quieres decir con qué pienso hacer? —preguntó él, con el rostro en blanco—. No pienso hacer nada.

—¿No piensas donar nada? —preguntó Hermione, incrédula.

—No. Ni el mundo muggle ni mágico han hecho nada por mí —se volvió a encoger de hombros—. Supongo que cuando me interese algo ya donaré dinero.

Hermione parecía decepcionada pero no dijo nada. Harry no sentía culpa alguna porque ese dinero era un dinero que había recibido tarde y que, por ley, era suyo. Solamente porque ahora recibiera tal cantidad de golpe no significaba que le vinieran ganas de regalarlo. ¿A quién iba a donarlo? ¿A Hogwarts? ¿Al Diario Profético? ¿A St. Mungo? ¿Al Ministerio? ¡Ja! Ninguna de esas entidades le había ayudado, es más, él había salvado a Hogwarts varias veces y no había pisado el hospital ni una sola vez para comprobar su estado de salud después de sus aventuras. Por no hablar de cuando el Ministerio le acusó de usar magia en verano cuando fue Dobby. Realmente estaba rodeado de incompetentes.

Hermione suspiró. —Al menos ya no volverás a los Dursley.

—Cierto. Me pregunto cuánto tardará Dumbledore en llamarme a su despacho.

—Todavía debe estar buscando un nuevo Profesor de Pociones —dijo Hermione, prendiendo fuego al diario—. Hogwarts ha salido relativamente bien parado del juicio, ¿no crees?

—Era de esperar —musitó él y luego sacó la carta de Jaques—. ¿Sabías que los duendes de Gringotts pagarían una barbaridad por la carne de basilisco? Me han dicho que es una carne exquisita...

—Supongo que te refieres el basilisco que mataste —frunció el ceño Hermione—. ¿Eso también lo vas a vender?

—Parte de la carne la guardaré como ingredientes de pociones, también me quedaré todo el veneno... no me gustaría darle un arma tan letal a nadie, ¿sabes? También me guardaré gran parte de la piel. Los dientes me los quedaré ya que están llenos de veneno también, pero los huesos supongo que los venderé, o quizás me los quede y haga una escultura para la Mansión Potter.

—¿Mansión Potter?

—La Mansión de la familia, obviamente, está "escondida" pero con mi anillo puedo encontrarla cuando quiera.

Hermione volvió a suspirar. —Últimamente no te reconozco Harry, espero que sepas lo que estás haciendo.

—Por supuesto.

Pero Harry tampoco estaba muy seguro de muchas cosas. De lo que estaba seguro era de las cosas que no quería volver a ver, oír, hacer, sentir o pensar.

7 de Enero, Domingo

—La Profesora Babbling está muy contenta con usted, Lord Potter —le comentó Dumbledore cuando, por fin, le llamó a su oficina—. Dice que ha mejorado tanto que ya ha alcanzado a los de cuarto curso y que, con unos pocos ejercicios más, los superará.

—Entonces mi esfuerzo no ha sido en vano —comentó él, indiferente a la conversación de cortesía del director—. ¿Para qué me ha llamado aquí?

Dumbledore suspiró y pareció encogerse delante de sus ojos. —Directo al grano, como siempre. Verá, me gustaría saber cuándo se emancipó, así como cuándo se puso en contacto con Jaques Boot.

—Sinceramente, eso no le incumbe. De hecho, yo soy quién se pregunta, sabiendo que Sirius era inocente, por qué no hizo nada para darle un juicio.

Dumbledore se le quedó mirando en silencio, fijamente, y sintió una presencia leve rozar las barreras mentales que su anillo mágico le confería. Enfureció al comprender que años antes debía haberle leído los pensamientos también. ¿Qué más había hecho Dumbledore con él sin que se diera cuenta? De solo pensarlo o imaginarlo se enfurecía y le daban ganas de vomitar a la vez.

—¿Qué está haciendo, Profesor? ¿Intenta que le demande a usted también?

—Lo cierto es que estoy muy decepcionado, Harry. Lo que hiciste con el Profesor Snape me dejó sin palabras.

—¿Decepcionado? —espetó él, incrédulo e incapaz de sentir una pizca de culpa—. Soy YO el que está decepcionado porque dejara entrar y dar clases en esta escuela a alguien tan ruin como él. Si yo fuera el padre de un alumno tratado de semejante manera ya habría transferido mi hijo a Beauxbatons o a otra academia de magia. Tiene suerte de que me quedara a gusto con esas acusaciones y no investigara más porque siento que hay algo que se me escapa pero si le pregunto a usted, ¿verdad que no me dirá nada?

El rostro del director, ahora posado sobre el fénix que dormía en su percha, era culpable. —He hecho muchas cosas de las que me arrepiento, Harry, pero Severus era necesario.

Harry siseó, dejando de lado la cortesía—Para mí no. Hasta ahora he hecho las cosas a tu manera y ya estoy harto. Primero los Dursley, después la Piedra Filosofal, el basilisco, Sirius y los dementores y ahora esto... Se acabó —iracundo, se inclinó en su asiento para mirar intensamente a Dumbledore—. No estás haciendo tu trabajo como deberías y ahora puedo hacer lo que quiera, como si deseo marcharme del país.

—¿Qué quieres decir, Harry? —preguntó casi confuso el director. Parecía anonadado.

—Que más vale que haga bien su trabajo, Director, o dejaré Hogwarts a su suerte. Eso significa nada de brechas en la seguridad ni dejar que los alumnos me humillen y se libren sin ser castigados justamente.

Dumbledore no dijo nada cuando se levantó y se marchó. Sabía que no era malvado, pero era un viejo inteligente que llevaba demasiado tiempo en el poder. No había nadie que le llevara la contraria y eso le había hecho pensar que podía hacer lo que quisiera, tratar a la gente como peones y mantener en secreto información vital. Incluso ahora, que le había dicho a Dumbledore lo que pensaba, estaba seguro de que había algo importante que Dumbledore no le había revelado. Se acordaba de las palabras del director en primer curso, cuando rechazó decirle la verdad porque todavía era "demasiado joven".

Fue directo a los dormitorios de Gryffindor, sin ganas de ver a nadie, ni siquiera a Hermione, y se acostó en la cama con el corazón a mil por hora. No estaba nervioso de haber perdido los estribos, ni avergonzado puesto que era humano como todos los demás, pero sí estaba frustrado porque sabía que, a pesar de todo lo que había dicho, poco iba a cambiar. Realmente su vida se había convertido en decepción tras otra. Al menos ahora estaba alzando la voz para defenderse. Lo que más le enfadaba era saber que Dumbledore tenía la osadía de culparle a él, de hacerle sentir mal cuando él era la víctima. La víctima no era Snape ni los idiotas del mundo mágico, sino él, Harry Potter, y cómo odiaba serlo.

10 de Enero, Miércoles

La vuelta de vacaciones había traído consigo algo inesperado. De repente todos parecían haber olvidado que su nombre había salido del cáliz. Algunos empezaron a saludarle en los pasillos, le sonreían y le hablaban. Harry no sabía si chillar de exasperación o lanzarles una mirada asesina. Al final optó por hacer ver que no existían. ¿Realmente creían que iba a olvidarlo todo? ¡Como si fuera igual de fácil que chasquear los dedos! Lo vergonzoso, y triste, había sido darse cuenta de que en los cursos anteriores él había hecho precisamente eso y ahora todos esperaban lo mismo.

—¡Bah! —musitó con desprecio en voz baja y Hermione, a su lado, le miró de reojo.

Neville y Luna, que hablaban detrás de ellos, dejaron de hablar para mirarle. —¿Estás bien Harry?

Entonces vio aparecer a Susan Bones y gruñó por lo bajo. Hannah Abbott, Ernie Macmillan y Justin Finch-Fletchley la miraban de lejos al verla acercarse a su grupo de amigos.

—¿Potter, puedo hablar contigo?

Harry quería decir que no, pero Amelia Bones le caía bien y no quería dañar de alguna forma la relación entre ambas familias. Así pues, asintió y se echó a andar pasillo abajo después de lanzar una mirada de reojo a Hermione. Entraron en una clase cualquiera que fue silenciada al momento. Susan se quedó de pie al lado de la puerta y él comprendió por qué no había sido considerada para Gryffindor; ahora mismo parecía estar debatiéndose entre irse corriendo o ponerse a llorar. Sus ojos marrones, que se encontraban con los suyos de vez en cuando, parecían suplicarle que iniciara la conversación. Como no pensaba darle el gusto simplemente se cruzó de brazos y se apoyó contra la pared contraria, viendo sudar a Susan durante minutos. No dejarse pisotear era mucho más satisfactorio de lo que nunca hubiera imaginado.

Mientras contemplaba su cabello caoba y su rostro pecoso ahora más maduro que hace años se preguntó cuándo se había vuelto tan sádico. No le costaría nada preguntarle qué quería, pero prefería callarse para ver sufrir a Susan. En parte suponía que se debía al resentimiento que sentía aún cada vez que pensaba en lo mal que le habían tratado todos estos años y otra parte seguramente era el hecho de que había cambiado; sobre todo desde que aquella cosa inexplicable se liberó de su cicatriz en Gringotts. Finalmente, Susan habló.

—Potter, te debo una disculpa por cómo me he comportado todo este tiempo —le dijo Susan, genuinamente culpable, pero a la vez nada satisfecha de estar disculpándose.

—¿Una? Me acuerdo todavía de segundo curso... —le recriminó él con voz neutral e indiferente.

—Sí, por eso también me disculpo —le aseguró Susan y luego le miró esperando una respuesta que no recibió—. ¿No vas a decir nada?

—¿Me estás preguntando si acepto tus disculpas? Déjame que te pregunte: ¿has venido aquí a disculparte por tu propia voluntad o ha tenido tu tía algo que ver?

El rostro de Susan se volvió culpable y él, cuando obtuvo su silenciosa y resignada respuesta, no pudo contener una mueca de asco que ella vio. ¿De verdad pensaba que aceptaría algo tan mediocre? Estaba rodeado de idiotas, eso o la sociedad mágica tenía en general una tara mental que era incapaz de comprender.

—No acepto tus disculpas Bones porque parece que realmente no quieres disculparte, ¿no es así? —preguntó retóricamente y sus palabras afiladas parecían haber herido a Susan. Antes de que pudiera perder los estribos zanjó la conversación—. Si quieres disculparte de verdad en un futuro, ya sabes dónde estoy, pero no vengas, hagas que pierda el tiempo y que parezca un idiota a la misma vez.

Se marchó malhumorado, más de lo que ya estaba, del aula vacía. No había cosa que peor soportara que intentaran hacerle pasar por tonto o que le mintieran en la cara. Que Susan hiciera ambas cosas en un período de menos de cinco minutos era poco halagador. ¿Por qué lo intentaba? Mientras fue directo a los dormitorios, sin aparecer por la biblioteca, se preguntó cuál era el sentido de su vida. ¿Qué demonios quería hacer con su vida? Ahora que se planteaba qué quiera en un futuro lejano se daba cuenta que sus planes siempre habían sido a corto alcance porque nunca había pensado que saldría de Hogwarts con vida, no realmente. No si quería parar a Voldemort, pero, ¿por qué demonios tenía que hacerle frente él? ¿No había magos y brujas cualificados? ¿Por qué él? Tenía la sensación de que Dumbledore sabía algo al respecto, sabía por qué Voldemort intentó matar a un mero bebé y, sin embargo, tenía el presentimiento que la verdad no le iba a gustar. Parecía que el único capaz, o al menos con huevos suficientes, para hacerle frente era él. Lo peor era que, fuera cierto o no, todos esperarían que fuera él. Incluido Voldemort.

De repente se preguntó qué pasaría si se deshacía de Voldemort. ¿Podría vivir con la nueva y renovada fama? Si ya le disgustaba lo poco consistente que era el público británico, ¿cómo sería vivir en un mundo donde él hubiera matado por fin a Voldemort? Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Al menor problema que pudiera surgir ya sabía a quién iban a llamar; lo sabía porque a Dumbledore le había pasado lo mismo, y Harry no quería acabar como Dumbledore. Inevitablemente Voldemort regresaría a matarle de nuevo, quizás este año ya lo estaba intentando, y solo había tres posibilidades: pactar con él, morir y dejar que Voldemort ganase o vivir y matar a Voldemort. Descartando las dos primeras opciones solo quedaba una decisión que le gustase.

—¿Estoy en guerra, y no me he dado ni cuenta? —pensó en voz alta para sí mismo, cuando tuvo la enorme epifanía de que debía acabar de una vez por todas con Voldemort.

Ya no iba a bastar el retrasar su regreso al poder. No importaba cuantas fascinantes piedras mágicas salvara o cuántos basiliscos o dementores venciera... La única opción viable para acabar con Voldemort era matarle porque Voldemort nunca se rendiría, siempre intentaría deshacerse de su persona y subyugar al pueblo mágico; no era que esto último le importara mucho en ese mismo momento, pero él quería vivir en paz. Tenía que prepararse para una guerra y creía tener algo que leer para empezar a documentarse. Llegar a esta conclusión fue revelador; de repente tenía un claro objetivo de vida. De nuevo lleno de esperanza saltó de la cama y cogió un pergamino, tenía algo que escribir a Sirius. Después de todo, no importaba ahora el mundo mágico ni su futuro porque hasta que no pudiera acabar con su enemigo no habría futuro posible. No uno que él quisiera imaginar.

12 de Enero, Viernes

—¿Qué te ha parecido la clase de Runas? —le preguntó Hermione ese medio día mientras comían una espectacular lasaña.

—Increíble, mucho mejor que Adivinación.

El rostro de Hermione se contrajo en la mueca predecible de irritación. —Por favor, no compares ambas cosas. No tiene ni pies ni cabeza.

Harry puso los cubiertos en su plato vacío y éste desapareció. Comió la fruta de forma más natural posible, pero Hermione le miró un segundo antes de acercarse el plato de flan. Esa misma mañana había recibido por fin el libro que le había pedido a Sirius. Un libro que había visto en la biblioteca de Little Whinging, un libro en el que importantes figuras como Napoleón – cual fuera su pequeña grandeza – se basaron para combatir a sus enemigos. Era El Arte de la Guerra. Había oído hablar de él antes de empezar Hogwarts, en uno de los documentales que la televisión rota de Dudley ofrecía, cuando se trasladó al segundo cuarto de su primo. No sabía si sería muy grueso, pero encontrarse con un finísimo libro le había dejado estupefacto. Las ganas que tenía de esconderse y empezar a leer eran enormes, pero no quería tener que explicarle a Hermione, o a nadie realmente, qué estaba tramando.

Las horas que pasó en la biblioteca, rodeado de sus amigos, fueron un infierno. A pesar de haber acabado la redacción que tenían pendiente esa tarde supo que nada podría ser más productivo que ir a leer su nuevo libro. Fue, predeciblemente, Luna quién habló. Sin embargo, lo hizo con tal sutileza que no lo esperó.

—Me gustaría preguntarte unas cosas de Aritmancia Hermione —le dijo Luna y Hermione sonrió sacando sus libros. Luna los miró a él y a Neville—. Aunque quizás ahora no es el mejor momento.

—Que va, yo voy a ir a los invernaderos —les informó Neville recogiendo sus cosas y las chicas asintieron.

Harry vio su oportunidad perfecta. —Yo voy a echarme un rato, estoy muerto de sueño.

—¿Estás bien Harry? —preguntó preocupada Hermione, quizás pensaba que estaba enfermo.

—Sí, simplemente quiero relajarme un poco antes de seguir estudiando a tope mañana.

—¡Que descanses Harry y cuidado con los nargles!

—Nos vemos luego, Harry, que descanses.

Neville y él salieron en silencio, pero antes de partir caminos, Neville le guiñó un ojo y se fue directo a los invernaderos. Harry suprimió una risa al darse cuenta de que Neville también sospechaba sus intenciones pero no había dicho nada, de hecho había dado pie a que se fueran ambos de la biblioteca. Subiendo las escaleras corriendo, bajo un hechizo de invisibilidad, llegó en cinco minutos a los dormitorios. Para su poca sorpresa no había nadie en los dormitorios; todos estaban en la Sala Común o merodeando por el castillo esa tarde de viernes soleada. Él, sin embargo, cogió su cuaderno muggle, su estilográfica y su nuevo libro y se recluyó en su cama con las cortinas cerradas y hechizadas. Se pasó toda la tarde absorbido en las sabias palabras de un hombro muggle que había escrito cuarenta páginas sobre la guerra hacía 2500 años. Era divertido pensar que, si derrotaba a Voldemort, sería gracias a un muggle que había vivido incluso antes que Salazar Slytherin.

Lo primero era evaluar a su enemigo. Ahora era débil, si pudiera sería el momento perfecto para acabar con él, pero tenía que esbozar un plan, algo que no tenía. No obstante, Voldemort aunque incorpóreo no era idiota. Tramaba algo para este curso y todavía no sabía lo que era. Además, tenía a grandes magos y brujas y, lo peor de todo, es que muchos de éstos estaban en el poder, en el Ministerio. La guerra, según Sun Tzu, se basaba en el engaño. Entonces, ¿cómo estaba engañando a todos Voldemort? Cerró los ojos pensando en que, fuera lo que fuera, tenía que ver con el torneo. Sin duda alguna. No obstante, pensar que quería matarle con las pruebas era absurdo. Conocía a Voldemort, esta misma tarde se había pasado horas pensando en él, y sabía que era demasiado orgulloso como para no matarle él en persona. Porqué, ¿cómo iba a dar la cara ante sus fanáticos si un simple torneo mágico era capaz de matar a un adolescente que él mismo no pudo asesinar cuando apenas tenía 2 años de vida? No... Eso implicaba que, en algún momento este año, Voldemort y él se reencontrarían.

—Si tu oponente tiene un temperamento colérico, intenta irritarle —bufó divertido, pero siguió leyendo—. Si es arrogante, trata de fomentar su egoísmo.

Fue apuntando aquello que concordaba con Voldemort. Cosas que llamaban la atención. Quienes eran sus generales, su gente de confianza, los que habían sido sus espías... Había varias cosas que tenía claro, que le habían tocado poderosamente, la primera era irritar a Voldemort. Si podía hacerlo quizás éste cometería un error, quizás su cólera fuera tal que tuviera un sueño revelador... La siguiente cosa que le había llamado la atención era sembrar la disensión en sus filas. Lo primero que había leído del libro era que el Arte Supremo de la Guerra era someter al enemigo sin luchar, y era muy cierto. Puesto que, ¿si podía hacer que lucharan entre ellos, para qué iba a involucrarse él?

Con un nuevo, inmediato y pequeño objetivo en mente, se dejó caer y cerró los ojos para meditar sobre el asunto. Media hora más tarde ya sabía por dónde empezar.

14 de Enero, Domingo

—¿Estás seguro de esto, Harry? —preguntó Sirius, a pesar de que su sonrisa era delatadora y cómplice—. Una vez que empieces no podrás parar.

—Voldemort no parará nunca, Sirius, y lo sabes. Vamos a luchar contra ese bastardo antes de tiempo, antes de que pueda ser más fuerte de lo que ya es.

El espejo que Sirius le había enviado con Hedwig era una bendición. Su lechuza, por muy leal e inteligente que fuera, era reconocible y podía ser interceptada. Los espejos, no obstante, eran una invención casera de su padre, Sirius y Remus. Nadie sabía de su existencia salvo ellos. De esta forma podía comunicarse instantáneamente sin miedo a que nadie pudiera saber de sus planes, o pudiera hacerle daño a Hedwig. Ahora mismo estaba hablando con su padrino mientras los demás dormían plácidamente, con sus cortinas silenciadas.

—¿Algo más?

—Dime lo que tienes —le sugirió él y vio a Sirius coger el pergamino.

—Tom Marvolo Riddle, hijo de una bruja y un muggle. Su padre era Tom Riddle Sr. Por lo que has podido averiguar nació en 1926 y con 16 años abrió la Cámara de los Secretos matando a Myrtle Elizabeth Warren con el basilisco. Culpó a Hagrid que tenía una acromántula en el castillo y éste fue expulsado en su tercer curso. Voldemort no es más que un anagrama de su nombre completo.

—Sí. ¿Crees que con esto bastará? —preguntó él, preocupado.

—Si se lo mandamos a Rita Skeeter seguramente lo investigará y publicará, imagina el sensacionalismo.

—¿Y si no lo publica?

—Buscaremos más información y cuando tengamos pruebas colgaremos pósters o pancartas o lo que sea. Tú tranquilo —le animó su padrino y Harry asintió.

—¿Y qué pasa con Bellatrix Lestrange?

—La he desheredado esta misma mañana —sonrió ampliamente Sirius—. También he concertado una cita con Narcisa para hablar con ella. Narcisa es mucho más inteligente que Lucius, si sigue siendo igual de astuta sabrá que lo acertado será dejar el país cuando llegue el momento.

—¿Y qué hará Malfoy? ¿Dejará que se vaya así tal cual? ¿Qué dirá Voldemort?

—Creo que Lucius dejará que se marche, sin saber que yo la protegeré en el extranjero, con tal de que esté a salvo. A Voldemort no le dirá nada, si es listo, porque de esta manera si cae Voldemort podrá alegar que tenía miedo de ser perseguido y asesinado y que, mandando a su esposa lejos, confirma el hecho de que no quería seguir bajo el yugo de Voldemort pero no podía dejarlo por miedo de muerte.

Harry musitó para sí mismo y se dio cuenta que sería muy posible. Era como tener una tajada de ambos pasteles, de cualquier forma, ganaba. Por mucho que odiara reconocerlo Malfoy no era idiota.

—¿Y Andrómeda?

—La he devuelto a la familia aunque nadie lo sabe, no me gustaría que hubieran represalias...

Harry asintió y miró sus apuntes. —¿Tienes la lista de mortífagos?

—Sí, te los voy a ir diciendo.

Volvió a asentir y su vuelapluma levitó sola sobre el papel. Poco a poco fue apuntando todos los mortífagos. Los que estaban muertos estaban marcados con una x, los que habían desaparecido un interrogante y los que solo proporcionaban fondos el símbolo del dólar. Ver el nombre de Snape en su lista era atroz, pero al menos ya estaba en la cárcel. Apuntó también las criaturas mágicas que en las guerras anteriores habían ayudado a Voldemort y supo que algo tendría que hacer con ellas, también. Los dementores le dieron una absurda idea. Decían que lo único que podía dañarlos era el Patronus pero, ¿qué pasaría si usaba la Maldición Mortal con ellos?

—¿En qué estás pensando? —le preguntó Sirius, que parecía mirarle entre orgulloso y asombrado.

—Es hora de pasar a la ofensiva, eso es todo.

Minutos después se quedó solo de nuevo, centrado en sus pensamientos. Ahora, si los orígenes de Voldemort salían en el diario, lo único que tendría que hacer sería provocar distanciamiento entre los mortífagos conocidos. Estando en Hogwarts poco podría hacer así que iba a necesitar a alguien que pudiera moverse por él. Había considerado a Dobby pero era un elfo libre, podría revelar sus secretos a todos si quisiera. Al final, decidió probarlo.

—¿Dobby?

—¡El señor Harry Potter llama a Dobby! —exclamó de alegría el elfo y apareció botando en su cama.

—Me preguntaba si querrías empezar a trabajar conmigo en una...misión secreta.

Los ojos de Dobby se salieron de sus cuencas. —¿Misión secreta? A Dobby le encantaría trabajar para Harry Potter.

—Nadie podría saber qué estás haciendo para mí, ¿lo sabes, no? Ni tampoco puedes dejar que te cojan.

—Dobby lo entiende, Harry Potter.

—Entonces, a partir de ahora, cuando vayas a hacer una misión para mí evita llamarme por mi nombre.

—¿Y cómo le llamaré?

—Mmm... —pensó en voz alta—. Tiene que ser un nombre que no me relacione con nada ni nadie.

—Quizás el señor Harry Potter preferiría un nombre de mujer —se lo quedó mirando estupefacto y el elfo doméstico se encogió de hombros—. Un nombre de hombre le relaciona con ser un hombre.

—Eso es. ¡Es perfecto Dobby! —era como tomar el pelo a todo el mundo. Ya podía imaginar las carcajadas de Sirius, a pesar de que no le iba a contar nada por la seguridad de ambos—. Qué tal... Ugh...

Al final sacó el libro de Historia de primer curso, el mismo que había usado para nombrar a Hedwig y hojeó las páginas.

—Wendelin, ¿qué te parece, Dobby? Wendelin Rogers, como el Capitán América. Tú puedes ser John Watson, como el doctor Watson.

Dobby asintió de forma entusiasta, sonriendo de oreja a oreja. —¿Cuál es la primera misión de Johnny?

Harry suprimió una risa al oír el mote por el cual se había decantado Dobby. —Quiero que busques toda la información que puedas de miembros corruptos del Ministerio. Información que pueda inculparlos y hacer que los condenen a Azkaban. Empieza por los miembros del Wizengamot. Toda la información que tengas tráemela de noche, cuando todos estén dormidos.

—Así lo haré, señor Harry Potter —dio un solo bote más y desapareció.

El proceso de recopilar información iba a ser lento y duro, pero estaba seguro de que, para cuando se acabaran las clases, tendría suficiente información de todos los apuntados en su lista como para enviarlos a Azkaban. Antes que eso, no obstante, tendría que sanear el Ministerio para que los mortífagos no pudieran tener la oportunidad de irse a sus casas de rositas después de sobornar a diestro y siniestro. Lo que estaba claro era que, si volvía Voldemort, Azkaban sería uno de los lugares que atacaría primero puesto que, si conseguía lo que quería, todos acabarían siendo mandados allí. Eso significaba que tendría que matar a todos los presos, los mortífagos al menos, antes de que pudiera liberarlos.

Además de eso, se estaba dando cuenta, también suponía otra cosa. Él sería un blanco fácil. Necesitaba un lugar donde esconderse del que nadie conociera su existencia. Necesitaba papeles falsos con otro nombre por si la cosa se ponía tan fea que fuera necesario huir. Dinero que los duendes no pudieran tocar... sí caía Gringotts, o si los duendes los traicionaban, de lo contrario estaban perdidos.

Al menos ya sabía qué hacer con esos 17 millones de galeones.

17 de Enero, Miércoles

Los estudios, una vez más, pasaron a segundo plano. Con la ayuda de Hermione le era fácil estudiar y hacer los pertinentes trabajos, pero cada instante de libertad se encontraba pensando en sus planes. Dobby había empezado a informarle y darle copias de varios documentos importantes que inculpaban a uno de los miembros del Wizengamot que, como pensaba, estaba bastante corrupto. Por fortuna, los magos y brujas eran tan idiotas como pensaba. No tenían una sola pizca de sentido común puesto que, aunque sus guardas mágicas en sus grandes y lujosas casas estaban muchas veces programadas para no dejar pasar a elfos domésticos ninguno había pensado en protegerse contra un elfo doméstico libre. Dobby no tenía amo así que podía pasar las guardas que protegían de los elfos domésticos de otros. Había resultado ser una mina de oro.

Como era de esperar todos guardaban información ilegal o datos que pudieran imputarlos en sus casas, bajo llave y protecciones. Dobby, sin embargo, era capaz de usar su magia élfica para pasar desapercibido frente a los dueños y a los elfos domésticos de las familias. En poco menos de tres días Dobby le había dado un fajo tan grande de papeles que iba a ser difícil que pudieran librarse de esta. En cuanto tuviera la información de todos los miembros del Wizengamot se la enviaría a Amelia Bones, una copia por supuesto, con tal de dejar actuar a la justicia. El anonimato iba a ser su mejor amigo, estaba claro. Además, para que todos se enteraran de la verdad, pensaba enviar también una copia de la información al Diario Profético – una vez fuera también saneado e investigado – con tal de que nadie pudiera enterrar sus secretos ilícitos antes de tiempo.

No podía parar de sonreír. No pensaba dejar que nadie saliera impune puesto que nadie iba a hacer nada para ayudarle a él cuando llegara el momento. Otra cosa importante iba a ser eliminar a los dementores, que eran un peligro general, y también inventar algún tipo de arma que pudiera acabar con los hombres lobo en cuestión de minutos. Sin embargo, no tenían una debilidad conocida. Al contrario de lo que muchos pensaban la plata no era mortal, ni siquiera los debilitaba, eso le dejaba con otros métodos convencionales. Se preguntaba cuál sería la cantidad de tranquilizante para abatir a uno de ellos y cuánto tiempo duraría el efecto. Una vez estuvieran inconscientes sería fácil matar a cualquier hombre lobo, o al menos romperle las piernas y brazos.

No obstante, se dijo mientras miraba a la nada y escuchaba a lo lejos la voz aguda del Profesor Flitwick, si dejaba con vida a los hombres lobo era posible – más que posible – que siguieran infectando y matando a gente inocente. Sin contar que, de eliminarlos directamente de la ecuación, el ejército de Voldemort sería más pequeño. Guardando un suspiro interior supo que tendría que dejar sus escrúpulos y el remordimiento de lado si quería luchar una guerra. No podía esperar no derramar sangre alguna estando en guerra. Aun así... sabía que quizás Hermione no lo entendería. Ella, a pesar de haber visto horrores en sus aventuras, no había matado a Quirrell y había estado petrificada cuando pasó lo del basilisco. Al fin y al cabo, Hermione seguía siendo bastante inocente. Al contrario que él. Harry había perdido la inocencia mucho antes de pisar el mundo mágico; los Dursley le habían enseñado lo que era el maltrato y lo inmundo que puede llegar a ser el ser humano, los profesores muggle y sus vecinos le habían hecho darse cuenta de que, por norma general, los adultos preferían dar la espalda a los problemas antes que afrontarlos y resolverlos. Él no quería ser como los Dursley o como sus vecinos o profesores muggle incompetentes y cegados a la verdad, tampoco como los magos y brujas que eran fácilmente manipulables y tenían poco sentido común. Era por eso por lo que necesitaba dejar sus escrúpulos de lado y avanzar.

—Bueno, al menos esta semana tenemos pocos trabajos —suspiró Neville cuando dejaron atrás la clase de Encantamientos y empezaron el período de descanso de dos horas—. Todavía tengo que acabar el informe de Pociones...

—No sé para qué te quejas Neville —le recordó Hermione con cansancio en la voz—. Con el Profesor Slughorn tú y Harry habéis mejorado increíblemente.

—Eso es porque Snape no enseñaba nada —cortó él, puesto que ahora estaba claro que no era tan malo en Pociones y sabía por qué.

—Cierto —asintió Neville—. ¿Os acordáis de aquella vez que Snape le puso un cero a Parvati porque, según él, su poción era pasable y por eso debía haberse copiado?

Harry ahogó un sonido de burla al recordar la cara de Snape. Hermione, sabiamente, se dio por vencida cuando vio que tenían razón. La biblioteca, como no, estaba llena de gente estudiando así que cogieron un sitio cerca de Pince, un lugar que más de una vez estaba vacío por miedo a ser azotados con su plumero, y sacaron sus respectivos libros. Las horas pasaron deprisa, por primera vez en días se concentró en acabar sus tareas antes de ir directos al Gran Salón a comer. Para sorpresa de todos, las lechuzas del Diario Profético inundaron el comedor a pesar de que la entrega se realizaba por la mañana, como siempre.

—¡Harry! —llamó Hermione, con los ojos engrandecidos de la sorpresa y mirando fijamente la portada—. ¡No te lo vas a creer!

El corazón le dio un vuelco al ver las letras grandes y negras contrastar con el tono sepia de las páginas del diario. ¡El mayor secreto de Ya-saben-quién! ¡De sangre pura a mestizo! Harry leyó rápidamente las páginas concentrándose como pudo en las palabras que bailaban excitadas sobre el pergamino. Era difícil porque todos parecían estar hablando del mismo tema a la misma vez; el ruido era parecido a una colmena, todos siseando a la vez. Escuchó voces incrédulas, otras asqueadas, otras iracundas. No hacía falta que alzara la cabeza para darse cuenta del tipo de reacciones. Los Slytherin parecían una mezcla entre enfadados y horrorizados. Los Ravenclaw estaban sorprendidos algunos y otros presumían de haberlo sospechado. Los Hufflepuff parecían horrorizados enteramente mientras que en Gryffindor había una mezcla de burla e ira.

—¡Escucha esto! —les dijo Hermione y Luna se sentó a su lado—. Tom Marvolo Riddle, nacido el 31 de Diciembre en 1926. El futuro Señor Tenebroso pasó su infancia rodeado de muggles en el Orfanato Wool, en Londres, Inglaterra, hasta recibir su carta de Hogwarts a la edad de 11 años. Como parte de la investigación periodística, yo, Rita Skeeter, puedo decirles la verdad: Tom Marvolo Riddle era hijo de una bruja venida a menos, Merope Gaunt, y de un guapo muggle de Little Hangleton, Tom Riddle Sr. ¡Así es, magos y brujas! ¡Ya-saben-quién era mestizo!

—¿Hay algo más? —preguntó Harry, dándose cuenta de que había detalles que Skeeter había conseguido y él no sabía.

—Sí, aquí continua: Tom Riddle fue enviado a Slytherin y, con el paso de los años, se convirtió en Prefecto y más tarde en Premio Anual con una brillante trayectoria estudiantil. Poco después de acabar Hogwarts trabajó en Borgin and Burkes. Y, no se lo van a creer, ¡mis fuentes en el Ministerio corroboran que Tom Riddle intentó hacerse con la posición de Profesor de Defensa de las Artes Oscuras en Hogwarts! Cuando fue rechazado por el nuevo Director Albus Dumbledore se cree fue él quién maldijo el cargo como venganza. Poco tiempo después nada más se supo del mestizo brillante de Hogwarts y emergió de las sombras con una nueva identidad: el Señor Tenebroso más terrible en cientos de años. Para saber más sobre Merope Gaunt y Tom Riddle Sr, página 2. Para saber más sobre Tom Riddle Jr, página 4. ¡Y mira esto Harry! Para leer el testimonio de Billy Stubbs y Dennis Bishop del Orfanato Wool, página 7.

Harry no podía creerlo. Rita Skeeter había encontrado toda la mierda que Riddle había intentado hacer desaparecer. No sabía cómo pero ahora que estaba centrando toda su atención en otro podía darse cuenta de lo brutal que llegaba a ser Skeeter. Había investigado tan a fondo que incluso había escrito las historias, terribles y llenas de horrores, de los niños que convivieron con ese monstruo en el orfanato. Lo que más le impactó fue darse cuenta de que Tom Riddle había sido un monstruo desde el nacimiento. En el fondo Harry había querido pensar que fueron las circunstancias las que crearon a Voldemort pero, al parecer, el mal era algo que no solamente podía crecer en los seres humanos sino que también algunos nacían con él.

Ese fue el momento en que se dio cuenta que debía actuar, y actuar de forma contundente y definitiva, porque Voldemort no iba a parar jamás.