CAPÍTULO 6: A contrarreloj
23 de Febrero, Jueves
Justo cuando tenía un objetivo en mente todo se torcía. El falso Moody parecía estar vigilándole de cerca, Sirius estaba casi desaparecido investigando el pasado de Voldemort y, para colmo, Dobby le había traído mucha más información sobre los corruptos del Wizengamot de la que podía leer por día. Por no hablar de los deberes que tenía ya de por sí o del maldito Torneo. La segunda prueba era solo un día y no tenía nada de ganas de zambullirse en el lúgubre y frío lago en pleno invierno, pero claro, ¿quién era él para negarse? Pensó con sarcasmo para sus adentros.
Había alcanzado por fin a los otros alumnos de su nuevo curso de Runas Ancestrales, para la sorpresa, incredulidad y enfado de algunos. A él poco le importaban ya todos ellos. Estaba deseando acabar con todo y largarse de ese maldito lugar. Lo único que le retenía era Voldermort y a veces no sabía ni por qué. Entonces recordó, como solía pasarle cada vez que sus pensamientos se tornaban mezquinos y pesimistas, que Voldemort no iba dejarle en paz mientras viviera.
Era inquietante pensar que todas, o casi todas, sus fuerzas estaban centradas en matar a una persona y solo tenía 14 años. ¿Por qué era el único que pensaba que estaba mal? ¿Por qué Dumbledore, con todo su poder y sabiduría, había sido incapaz de matar a Voldemort? Es más, ahora que lo pensaba, ¿qué había hecho Dumbledore en las guerras anteriores? Según la información que había encontrado, y lo que Sirius le había explicado, Dumbledore había creado una Orden llamada Orden del Fénix pero viendo los reportes solo se habían dedicado a capturar mortífagos y a salvar a las víctimas que podían… La incredulidad y la ira le consumían cada vez que pensaba en ellos, ¿podían ser más patéticos? Estaba bien defender al pueblo a pesar de no tener el apoyo del gobierno pero, ¿es que no era obvio que entregar los mortífagos a un gobierno corrupto era una soberana estupidez? La mayoría había vuelto a sus casas como si nada un par de días después de ser capturados y entregados al Ministerio. Solo habían pisado Azkaban aquellos cuya culpabilidad era tan inegable que no podían ser exonerados y, sin embargo, incluso alguien como Crouch que supuestamente era el hombre más anti mortífagos que existía en el país había dejado que su hijo, un mortífago conocido y el torturador de los Longbottom, no pisara Azkaban. Había roto la ley de la cual hacía tanto hincapié. Incluso él era un corrupto. Lo que tendrían que haber hecho la Orden del Fénix era eliminar a los mortífagos. Sonaba cruel pero la guerra no era bonita y él ya estaba cansado de que su enemigo se levantara una y otra vez porque no era capaz de poner fin a la historia.
Con el ceño fruncido por la determinación subió las escaleras hacia el dormitorio de dos en dos y sacó un trozo de pergamino.
—Sirius, tiene que ser esta noche. Trae los objetos. Nos vemos a la media noche en el baño de chicas de la segunda planta.
—¡Dobby! —nada más aparecer el elfo le entregó el pergamino sin dejarle medir palabra de lo impaciente que se sentía—. Dale esto a Sirius por favor.
El elfo asintió y se esfumó con un chasquido de dedos. Dejó sus cosas encima de la cama y se aseguró de tener el Mapa Merodeador. No pensaba ir a comer, después de todo. Usaría esa hora mientras el falso Moody comiera para buscar el horrocrux en la Sala de los Menesteres. O, al menos, esa era su intención de no toparse de lleno con Hermione al salir del dormitorio. Tenía los brazos cruzados y llevaba puesta su cara de "no voy a moverme hasta que no me lo cuentes todo".
—¿A dónde crees que vas?
—En serio Hermione, ahora no es el momento —contestó él, sobrepasándola con una agilidad pasmosa—. Tengo que hacer una cosa mientras pueda.
—¿Qué cosa? ¿Qué está pasando? —le preguntó ella, preocupada y cogiéndole del brazo—. Harry…
Se miraron a los ojos un breve instante cargado de seriedad. Él miró a ambos lados pero no había nadie, todos debían haber ido ya al Gran Salón. Igualmente negó con la cabeza e hizo un ademán para que lo siguiera al mismo tiempo que comprobaba en el mapa que Crouch efectivamente estaba comiendo. Subió las escaleras hasta la Sala de los Menesteres en tiempo récord, seguido de cerca por Hermione.
—¿La Sala de los Menesteres? —se preguntó a si misma cuando vio donde estaban parados—. No me digas que…
—En efecto.
El rostro de Hermione era aprensivo. Sabía, puesto que era así de astuta, por qué estaban allí. Si bien no sabía con exactitud qué buscaba comprendía que era algo de Voldemort y algo importante, al parecer. Pero había algo que la molestaba…
—…¿Por qué ahora? ¿Por qué no puede esperar hasta más tarde? —le preguntó, perspicaz.
—Bueno, supongo que ahora sería buen momento para decirte que Moody no es Moody sino un mortífago llamado Bartemius Crouch Junior.
— ¿¡Qué!? ¿Cómo que no es Moody?
—Toma el mapa.
Hermione comprendió en seguida y dirigió su mirada al Gran Salón y luego al despacho de Moody. Luego, lentamente, le miró a él.
—Así que era eso. Debe ser quien puso tu nombre en el cáliz.
—Obviamente. Alguien adulto, pero con mi firma auténtica.
—Un profesor… —musitó Hermione, devolviéndole el mapa—. Está claro que este Torneo tiene algo que ver pero, ¿para qué quiere Voldemort que estés en él? ¿Para matarte? No, está claro que preferiría hacerlo él mismo. Eso solo deja la posibilidad de…
—Atraparme. Secuestrarme. Como quieras llamarlo.
El rostro de Hermione palideció, pero al parecer le consolaba el hecho de saberlo con antelación. Entonces recordó otra cosa.
—¿Y qué hacemos aquí? ¿Qué es eso de Voldemort que tanto buscas?
—No debería decírtelo por tu propia seguridad —rió Harry al ver la expresión terca y los brazos cruzados nuevamente de su amiga—, pero sé que no pararás hasta saberlo. El caso es que Voldemort ha ido más allá de lo esperado. Ha usado unos rituales que le permiten colocar parte de su alma en varios objetos y hasta que no lidiemos con ellos seguirá vivo o malviviendo, hasta ser resucitado o lo que sea que deba hacer para ganar de nuevo su cuerpo.
—Así que la Copa de Hufflepuff, el Relicario de Slytherin… esos objetos de los que me hablaste en aquel caso "hipotético"… —Hermione parecía horrorizada mientras entendía lo que sucedía realmente—. Y crees que uno de ellos esté aquí.
Ambos miraron la enorme Sala de Objetos perdidos. Harry ya la había visto antes puesto que había cogido aquello que le había parecido bien y lo había guardado en su nuevo baúl. Todo lo que quedaba allí era basura, cosas que no le interesaban y objetos malditos que la Sala había descartado incluso antes de presentárselos. Con razón nada le había llamado la atención para ser un horrocrux de Voldemort.
—Tengo que encontrar ese objeto, Hermione, sea lo que sea. Si Voldemort dejó algo en Hogwarts fue aquella vez que regresó para el puesto de Defensa. Si fue un objeto, lo dejara donde lo dejara, a menos que fuera mobiliario de una clase, la magia de Hogwarts lo regresaría a este lugar incluso si Voldemort no supiera de la existencia de la Sala de los Menesteres —razonó él, como había hecho ya muchas noches—. Tiene que estar aquí, lo presiento.
—No vas mal encaminado, Harry Potter —dijo una voz a sus espaldas y ambos sacaron sus varitas dando un brinco.
El fantasma que tenían detrás de sí era la Dama Gris, el fantasma de Ravenclaw. Harry nunca había hablado, ni escuchado, salir una palabra de su boca pero ahí estaba. Con su vestido largo y manchado de sangre, entelado por el velo de la muerte que los separaba.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Hermione antes de que pudiera recuperarse de la sorpresa.
—La Tiara de mi madre… está aquí. Durante años la he custodiado en silencio, en parte porque esperaba que nadie la encontrara y en parte porque deseaba que alguien lo hiciera. Desde que él la manchó y la convirtió en tal abominación.
—¿Tu madre? —preguntó Harry, incrédulo.
—Así es. Mi madre fue Rowena Ravenclaw y yo soy Helena, su hija.
Hermione y Harry intercambiaron miradas de estupefacción. —¿Entonces la Tiara está escondida aquí y es uno de los objetos de Voldemort?
—Un horrocrux —confirmó Helena Ravenclaw con aplomo. Su voz casi susurrante le puso los pelos de punta—. En cuanto volvió, Tom Riddle, tan apuesto como siempre, le observé. Me di cuenta en ese entonces que me había utilizado para encontrar la Tiara que yo había escondido en Albania. Al principio pensé que quería regresarla a su verdadero hogar, luego, descubrí que no era más que otro hombre ambicioso y ruin. Peor aún, era malvado. Cuando Albus Dumbledore le negó sabiamente la entrada al Castillo todo en él cambió. Desapareció su expresión amable y gentil y en cuanto estuvo solo, o eso creía, se apresuró a maldecir el cargo que tanto ansiaba como venganza. Le observé dejar la Tiara en esta misma Sala, casi regocijándose al pensar que nadie la encontraría nunca o pensaría que estaba aquí.
—¿Y por qué no le contó todo esto a Dumbledore? —preguntó él, confundido.
Por un momento, el rostro de Helena mostró vergüenza y bochorno. —La Tiara de mi madre… Yo la robé en un acto de celos. No es algo de lo que me enorgullezca.
Harry estuvo a punto de decirle un par de cosas pero se mordió la lengua al ver la mirada de soslayo de Hermione. Ahora ya daba igual. Por lo menos el fantasma había tenido el valor de explicarles la verdad y de confirmarles que se encontraba allí, con ellos, el horrocrux.
—Seguidme.
El fantasma les condujo despacio, como si estuviera haciéndose a la idea, hasta la Tiara. No tardaron ni 5 minutos en llegar hasta el busto y allí estaba la Tiara como si nada. Como si no fuera una importante pieza de la historia mágica inglesa que habían mancillado por la avaricia y los deseos egoístas de un solo hombre. Con la varita la levitó hasta la bolsa que había conjurado y se la entregó a Dobby, que la llevó a Sirius, a pesar de que esa misma noche se verían. No se fiaba de perderla en Hogwarts o que la detectaran nada más salir de la Sala de los Menesteres. Un escalofrío le recorrió el cuerpo.
—Espero que sepas lo que haces —le recriminó Hermione cuando salían de la Sala de los Menesteres, acompañados extrañamente con Helena Ravenclaw.
—Ya t-…
Paró en seco al encontrarse frente a frente con el falso Moody. Su ojo mágico daba vueltas y parecía estar analizándolos mientras se relamía en un tic nervioso los labios.
—Al fin les encuentro —comentó como si nada y Hermione y él se quedaron petrificados en silencio—. No han estado en el Gran Salón este medio día.
—Fue culpa mía —contestó Helena como si nada y Harry notó que se le daba muy bien actuar despreocupadamente—. Los escuché hablando sobre algo que habían perdido y les informé que quizás podría haber aparecido aquí como suele pasar con todos los objetos que se pierden en Hogwarts.
Se hizo un silencio incómodo que pareció durar una eternidad, pero duró apenas escasos segundos.
—La profesora McGonagall quiere hablar con la señorita Granger, sino le importa —dijo Moody, como si nada—. ¿Por qué no damos un paseo, Potter? Tengo algo que de lo que hablarte.
Hermione se quedó recta, indecisa, pero al final Harry le envió una mirada y echó a andar escaleras abajo. Moody le seguía a su lado como si nada. Cuando vio que no pasaba nada extraño empezó a relajarse.
—Espero que esté preparado para mañana, Potter.
—Hace tiempo que sé lo del lago, profesor. No podría estar más preparado —le contestó con total sinceridad, intentando enmendar el tenso momento de antes.
—Bien, bien… —musitó Moody para sus adentros—. Entonces no necesitará ayuda para mañana, imagino.
—No. Diría que irá bastante bien —confirmó, queriendo acabar la charla lo antes posible.
—Entonces le dejo. Descanse mientras pueda, Potter.
Harry asintió y se encaminó al Gran Salón donde esperaba comer aunque fuera una pieza de fruta y reencontrarse con Hermione. Cuando llegó se dio cuenta que tampoco habían pasado tanto tiempo en la Sala de los Menesteres porque todavía estaban sirviendo el segundo plato. Se sentó al lado de Neville echando unas ojeadas a sus alrededores pero Hermione seguía desaparecida. Se encogió de hombros y se llenó el plato.
—¿Dónde has estado? —preguntó Neville después de dirigir una mirada a la mesa de los profesores—. Creí que había pasado algo cuando Moody salió casi corriendo del Gran Salón.
—¿Corriendo? —se preguntó a sí mismo Harry.
—Echó un vistazo al salón y luego desapareció como si nada pero me dio la impresión que parecía estar buscando a alguien aquí en Gryffindor. Los únicos que no estabais erais tú y Hermione.
—Hermione está hablando con la profesora McGonagall —dijo antes de que pudiera preguntarle.
Pero algo le inquietó. Si lo que decía Neville era cierto, el falso Moody le estaba buscando a él o a Hermione. Algo le decía que le buscaba a él pero, ¿por qué? ¿Cómo sabía dónde estaba? De todos los sitios habidos y por haber, le había encontrado justamente saliendo de la Sala de los Menesteres. La posibilidad de que supiera que existía dicha sala eran pocas pero la posibilidad de que supiera que existía Y que además estaban allí en ese mismo momento… prácticamente era nula. Entonces, ¿cómo lo había sabido?
Esa tarde hizo las tareas que le había programado Hermione, preguntándose dónde estaría su amiga y si realmente había sido captada para lo del Torneo. No le extrañaría puesto que también había desaparecido Cho Chang, la novia de Cedric Diggory, y al parecer la niña pequeña que había venido con la comitiva de Beauxbatons que resultó ser la hermana pequeña de Fleur Delacour. Era bastante probable que alguien cercano a Viktor Krum también hubiera desaparecido, si estaba en lo cierto. Eso significaba que mañana tendría que rescatar a Hermione, se dijo.
Pasaron las horas a paso de tortuga, lentas y tortuosamente haciéndose de rogar hasta la media noche. Sirius, como no, le había enviado una respuesta con Dobby de forma casi inmediata pero el elfo había tenido un momento de lucidez y había esperado a que estuviera solo en el baño del tercer piso, uno que usó después de salir de clase. La nota era escueta:
—Nos vemos luego. Trae el mapa y la capa. Nos vemos en el baño. S.
Con un sentimiento eufórico, tiró la nota por el wc, vio cómo se deshacía rápidamente y desaparecía por las tuberías. No había mejor lugar para deshacerse de los horrocruxes que la Cámara de los Secretos. Solo podía acceder él, y Voldemort, y para más inri Crouch no sabía de su existencia a no ser que Voldemort se lo hubiera dicho. Lo dudaba.
Para cuando llegó la cena estaba más nervioso que en la primera prueba del torneo.
—Lavander, ¿has visto a Hermione? —le preguntó Harry, cuando vio que su amiga seguía sin aparecer.
Lavander alzó la cabeza desde el lugar donde cuchicheaba con Parvati y negó con la cabeza.
—Seguro que está bien, Harry —le reconfortó Neville, empezando a comer su sopa—. Ya sabíamos de antemano que podría pasar.
—Este castillo está lleno de inútiles —le susurró por lo bajo él, para nada contento—. Dejarla en manos de semejante panda de incompetentes no es lo que hubiera preferido.
Neville hizo una mueca llena de simpatía y se dio por zanjado el tema. En la mesa de Ravenclaw, Luna le mandó una mirada y una sonrisa soñadora y, extrañamente, se sintió más calmado. Quizás porque presentía que Luna tenía un toque de visión y era capaz de ver que las cosas iban a ir bien. Miró a Neville y aunque moría de ganas de hablar con alguien, sobre todo con Hermione, de esa noche, se mordió el labio. No quería girar el rostro para comprobarlo, pero tenía la certeza que al menos uno de los ojos de Crouch, disfrazado de Moody, estaba fijo en él.
Hizo todo lo que pudo para parecer normal. Incluso fingió alguna que otra cara de preocupación, mirando el espacio a su lado que normalmente ocupaba Hermione. Cuando más pensara Crouch, y Dumbledore, que solo estaba preocupado por su amiga desaparecida en lugar de lo que le esperaba esa media noche, mejor. Lo último que quería era que le siguieran y le descubrieran con los horrocrux de Voldemort. Dumbledore le pediría un millar de explicaciones y Crouch… no quería pensar qué haría.
Y, sin embargo, no podía retrasarlo más. Cada día que pasaba los horrocruxes pesaban más en su consciencia. ¿Qué pasaría si mataban a Sirius? ¿A Hermione? ¿A él? Los horrocruxes de Voldemort quedarían resguardados bajo las protecciones mágicas de Grimmauld Place y casi nadie podría acceder a ellos o tan siquiera sabrían que estaban allí, o que existían para empezar. No, tenía que deshacerse de los fragmentos de alma cuanto antes y empezar a contraatacar.
Sirius había comprado ya los materiales suficientes para fabricar una ingente cantidad de veneno. Solo faltaría envenenar a los prisioneros de Azkaban y Voldemort perdería parte de sus generales y sus mortífagos más importantes. Además, pensaba enviar esa misma noche a Dobby con el enorme paquete de notas que había recopilado, por fin, de todos los miembros del Wizengamot a Amelia Bones. La única persona fiable del sistema de Justicia del Ministerio. Si hubiera sido mayor de edad o tuviera más peso habría recurrido él mismo al Ministerio pero ni él, que no tenía ni 17 años, ni Sirius después del destrozo que le hicieron a su imagen personal tantos años en Azkaban, eran las mejores personas para presentar la montaña de mierda que había recopilado. Sobre todo cuando la mitad de los corruptos que habían investigado estaban precisamente en el Wizengamot. No. Debía ser alguien adulto. Alguien del Ministerio. Alguien con una buena reputación. Alguien no corrupto. Alguien a quién no se le pudiera cerrar la boca. Y ese alguien era Amelia Bones, Cabeza del Departamento de Aplicación de la Ley.
Con las últimas publicaciones del Diario Profético Voldemort había perdido gran parte de la simpatía en Slytherin y muchos de sus compañeros de clase parecían más reticentes, incluso asqueados, con tan solo pensar en unirse a él. Eso le dejaba con los mortífagos que estaban en libertad y con las criaturas mágicas que se habían aliado en las otras guerras con el lado oscuro.
Rumiando estos pensamientos se dirigió a su cama y le dio las buenas noches a Neville, ignorando completamente, algo que ya hacía casi sin esfuerzo alguno, a Ron y a los demás. Se tumbó en la cama y cerró las cortinas. Escuchó como Neville cerraba sus cortinas y como Seamus hablaba unos últimos minutos con Dean. Ron no tardó en caer rendido, como siempre, roncando. Esos 20 minutos se le pasaron de forma tan lenta que creía haber pasado ya media noche.
Cuando se hizo el silencio esperó una media hora más por si acaso y luego miró la hora. Faltaba aún un tiempo para media noche. Miró su pijama y debatió sobre si vestirse, pero al final se dijo que si le pillaban en pijama sería más fácil mentir y decir que iba a la enfermería por un dolor tremendo de estómago o algo parecido. Un chispazo mental le recordó que tenía esas pastillas horrendas que hacían vomitar que le habían regalado Fred y George. Al parecer todavía no estaban listas para salir al mercado, o algo así, pero le servirían para inducir el vómito al menos. Transfiguró un botón suelto en un pequeño monedero con cremallera y metió las pastillas para no perderlas. Justo cuando estaba dando un repaso mental al plan se fijó en su escoba y tuvo la brillante idea de empequeñecerla para llevársela con él. Se puso una sudadera encima del pijama, una que sabía que tenía suficiente espacio como para guardar la capa y el mapa, y se dispuso a salir de la torre, invisible, cuando vio el nombre de Sirius aparecer de repente en el mapa.
Se dirigió al baño del segundo piso. Era el único baño posible, el más importante, que hubiera podido mencionar Sirius en su nota. Tardó unos minutos en bajar por la Gran Escalera y luego recorrer los pasillos, burlando a los prefectos que merodeaban por la zona. Por suerte no había ningún profesor y Crouch se encontraba en su oficina, haciendo Merlín sabe qué. El nombre de Sirius se acercó rápidamente a su posición y supo gracias al mapa, puesto que no veía nada pasillo abajo con tanta oscuridad, que debía estar transformado. Se guardó la capa e iluminó débilmente con la luz de su varita hacía abajo. Vio el enorme perro negro que había pasado desapercibido por los pasillos oscuros del castillo y abrió la puerta, cediéndole el paso. Sirius dejó caer el paquete que colgaba de su boca y se transformó en uno de los cubículos. Mientras tanto, él se dedicó a cerrar la puerta con un par de hechizos de bajo nivel que no llamarían la atención pero que les avisarían y les darían algo de tiempo.
Sirius asintió, en silencio, y él se apresuró a abrir la entrada del túnel. Sirius alzó una ceja, asombrado, al ver el pasadizo secreto.
—Impresionante, aunque algo lleno de mierda.
Harry rio, pero se hechizó las ropas para evitar mancharse. Se puso una burbuja de aire en la cara, poco dispuesto a aguantar el olor a podredumbre, y se lanzó. Sirius le siguió rápidamente y en menos de 10 minutos ya se encontraban delante de la segunda puerta. Por suerte ya había ordenado y reparado el desastre que hizo Lockhart con la varita de Ron cuando tuvo que bajar la vez anterior para retirar el basilisco, con la ayuda de Dobby y de Kreacher, claro. Sirius parecía un niño de 11 años, con los ojos abiertos y mirándolo todo con asombro por primera vez.
—¿Quién nos iba a decir que todo esto estaba debajo de nuestros pies?
—Me imagino que Slytherin no quería que lo encontraran —respondió él, sarcástico—. De ahí lo de la Cámara de los Secretos.
—Ja, Ja… —se mofó Sirius—. Secreto puede ser pero mucho gusto no tenía, el pobre.
Harry volvió a reír, viendo como apuntaba a las estatuas de serpientes y a la escultura humana con aspecto casi agorilado.
—Aquí es suficiente —dijo Sirius, viendo el espacio abierto de la cámara y las manchas de tinta que aun emborronaban el suelo—. He traído 3 colmillos, por si acaso.
—Genial. ¿Quieres hacer los honores? —le preguntó Harry, que no estaba particularmente entusiasmado con la tarea.
Sirius se encogió de hombros. —Porqué no.
Sacó la copa y un colmillo y sin pensarlo dos veces lo apuñaló fuertemente. Un grito espeluznante, como una onda expansiva, les pilló a ambos por sorpresa y cayeron de espaldas, sin aliento, al notar la magia maligna que se había liberado de golpe. El agua se alzó de golpe y empezó a brotar como un tsunami, mojándolos por completo. Harry se quedó allí tumbado, un segundo, notando una extraña sensación. Solo llegó a recostarse sobre sus codos cuando Sirius ya había sacado la tiara, totalmente determinado a acabar su tarea. El segundo horrocrux fue más violento. De la gema central de la tiara salió un vapor negro que intentó abalanzarse sobre ellos pero Sirius volvió a apuñalarla, y un chillido hizo que se le erizara el vello. Cogió su varita y usó un escudo mágico que, sorprendentemente, aguantó el ataque, tornándose de color dorado refulgente. Cayó de nuevo al suelo, repentinamente cansado, y Sirius se giró a mirarle lentamente.
—¿Cómo has hecho eso? —preguntó, estupefacto.
—No tengo ni idea.
Se quedaron en silencio. Sirius pensativo y él intentando recuperar el aliento.
—Sea como sea, tenemos que acabar lo que empezamos. Solo queda el guardapelo.
Sirius alzó de nuevo el colmillo pero este no era un caso de a la tercera va la vencida. El guardapelo saltó como si nada, intacto, y ambos intercambiaron miradas contrariadas. Estaba claro que todo había ido rodado y, como no, siempre tenía que pasar algo que jodiera sus planes. Sirius sacó su varita y levitó el guardapelo, observándolo de cerca.
—Quizás tiene que estar abierto —se encogió de hombros—. Es el único que se puede abrir.
Harry, que recordaba el diario, guardó silencio. Lo había apuñalado en su cubierta y luego nuevamente en su interior pero no recordaba que hubiera salido despedido, protegido por alguna misteriosa magia oscura. Observó como intentaba abrirlo sin tocarlo pero el guardapelo no cedía, ni siquiera cuando lo intentó abrir manualmente.
—Quizás… —empezó a pensar en voz alta, observando de cerca y notando la serpiente dibujada en el guardapelo—. Necesito abrirlo yo. Ya sabes…
—¡Pues claro! —sonrió ampliamente Sirius—. Casi empezaba a ponerme nervioso.
Harry rio y se arrodilló ante el guardapelo, que nuevamente había sido depositado en el suelo. Era extraño pensar que, a pesar de haber perdido el horrocrux que había habitado su cicatriz, seguía pudiendo hablar la lengua de las serpientes. Eso sumado al hecho de que todavía tenía visiones esporádicas de Voldemort le preocupaban un poco. Aún así, en ese preciso instante dio las gracias por poder abrir el guardapelo de Slytherin y eliminar un trozo más del alma negra de Voldemort.
Siseó al guardapelo que se abriera, pero lo que no esperaba era la reacción tan violenta que iba a desatar. El alma de Voldemort salió propagada como una explosión del diminuto guardapelo y se arremolinó sobre sus cabezas, amenazante. Entonces se centró en Sirius, que se había arrastrado con el colmillo en mano fuertemente sujeto.
Una voz siseante se hizo oír, como propulsada por un megáfono, cargada de malicia—Siriusss Black… El hijo primogénito de Orión y Walburga Black pero no el más amado… Siempre fuiste el último pensamiento de tus padres que preferían a tu hermano Regulus antes que a ti. Más inteligente, más apuesto, más… querido. ¿Cuántas veces no deseó tu madre tu muerte? ¿Cuántas veces no deseó tu padre que Regulus fuera el primogénito? ¡Incluso Peter Pettigrew, tu amigo, te traicionó! ¡PORQUE NO ERES NADIE NI NADIE TE QUIERE!
—¡Sirius! —gritó Harry como pudo—. ¡No le hagas caso! ¡Solo quiere engañarte para sobrevivir! ¡SIRIUS!
Su padrino parecía sumido en una pesadilla, recordando quizás los días en los que los dementores le atormentaban en Azkaban. Allí, donde daba vueltas y más vueltas a sus pensamientos negros puesto que lo único que podía hacer en aquel infierno en medio del océano era pensar. Si había sobrevivido, y no tenía dudas algunas, con su mente parcialmente intacta era porque podía transformarse en perro y escapar de su humanidad.
Harry se abalanzó como pudo y antes de que el horrocrux pudiera volverse contra él cogió el diente y apuñaló rápidamente el guardapelo, que saltó intentando escaparse. Lo siguiente que recordaba era volver en sí, tumbado en el suelo y con un dolor intenso de cabeza además de un pitido constante en los oídos. Notó unas manos que le agitaban y recordó que estaba con Sirius, en la Cámara de los secretos. Destruyendo horrocrux. Despertó del entumecimiento y se incorporó como pudo. Sirius le aupó y llamó a Dobby para que se llevara todo y lo guardara en Grimmauld Place.
—No puedo creerlo —susurró Sirius, asombrado—. Nunca, nunca, habíamos estado tan cerca de derrotarle.
—Y pensar que ahora mismo estamos haciendo historia.
Sirius ladró una risa y le ayudó a subir por los túneles hasta que llegaron a la boca de entrada. Sacó el bolsito que había transfigurado y agrandó su preciada escoba.
—¡Buena idea! No me hubiera gustado tener que arrastrarme por ahí dentro.
Harry sintió una leve nausea, quizás por el cansancio o por la idea de arrastrarse entre tanta mugre, y subió a la escoba. Tardaron a penas un minuto en llegar hasta el segundo piso y pisar el suelo del baño de chicas que regentaba Myrrtle la Llorona. Sacó el mapa por costumbre, aunque esperando no encontrar a nadie a esas horas, pero para su sorpresa se quedó helado al ver que detrás de la puerta estaba parado Bartemius Crouch. Hizo un gesto a Sirius y le enseñó el mapa. Harry le hizo señas para que volviese a bajar por el túnel.
—Llama a Dobby para que te lleve a Grimmauld Place —le susurró.
Sirius le miró fijamente. —¿Y tú?
Sacó su as debajo de la manga y cogió una de las pastillas. —Unas vomitivas de los gemelos.
Su padrino asintió, comprendiendo al instante, y se apresuró a marcharse. Harry podía notar como las barreras que habían puesto se caían poco a poco. Le hizo un ademán con la cabeza, urgente, y Sirius se lanzó no sin antes darle una última mirada. Harry se tomó deprisa una pastilla y se metió en uno de los cubículos. Justo cuando sintió unas arcadas terribles la puerta del baño se abrió y la boca de entrada de la Cámara de los Secretos se cerró.
Empezó a vomitar todo lo que había cenado horas antes, sin poder contenerse, y aunque se había tomado la pastilla a sabiendas de lo que iba a pasar eso no quitaba que le disgustara la situación.
—¿Potter? —la voz disfrazada de Crouch llamó.
Como contestación volvió a vomitar. Ni siquiera fue queriendo.
—Diablos chico —dijo una voz detrás de sí.
—No pude llegar a la enfermería a tiempo —contestó, aunque aparentemente era más que obvio.
—Ya lo veo, ya. Vamos, derecho a Madame Pomfrey.
La siguiente media hora la pasó en el hospital hasta que se le pasó el efecto de las pastillas. Cansado, y a órdenes de la matrona del hospital, se quedó en observación allí esa noche. Se tumbó en la cama de hospital, la de siempre, y dio un último vistazo de soslayo a Moody que ya se iba pero no sin antes pararse en el marco de la puerta y enviarle una mirada que no supo descifrar.
Se fue a dormir esa noche con una sensación extraña, además de estar exhausto. Era como haberse dejado los deberes de Pociones en la habitación y darse cuenta en el momento exacto en que Snape alargaba el brazo con una mueca en los labios para recogerlo. No sabía por qué pero no le gustaba esa sensación. Para nada.
