CAPÍTULO 7: La verdad

24 de Febrero, viernes

—Saldrá airoso de esta prueba —confirmó Luna a Neville cuando ambos le acompañaban senda abajo hasta donde veía el improvisado escenario— aunque al parecer no vamos a ver gran cosa.

Neville tenía el rostro preocupado a pesar de haberle dado ya la extraña alga, y una más de repuesto por si acaso, y de saber a ciencia cierta qué Harry sabía cómo respirar bajo el agua con un simple hechizo. Sinceramente, creía que con sus planes esta prueba era una pérdida de tiempo. ¿Una hora para rescatar a alguien del agua? Suponía que, si tuviera que hacerlo de forma tradicional quizás incluso se quedaría corto, sabiendo todo lo que había allí abajo que pudiera retrasar su camino hasta Hermione. Él, que pensaba ser el más listo de todos, simplemente se encogió de hombros.

—¡Bienvenidos a todos a la segunda prueba del Torneo de los Tres Magos! —con su hechizo Sonorus Ludo Bagman se hizo escuchar por encima de todos los gritos—. Los campeones tendrán solamente una hora para recuperar aquello más preciado para ellos. Serán puntuados según la estrategia que empleen para dicha prueba y cómo actúen frente a los múltiples peligros bajo el agua. Así que, sin más dilación, que dé comienzo la segunda prueba en 3, 2, 1… ¡YA!

Harry se quitó los zapatos, la túnica y los pantalones. En bañador y camiseta se lanzó al agua, no sin antes hechizarse invisible, al mismo tiempo que se tragaba las branquialgas. El efecto fue muy rápido y pronto volvió a notar los cambios en sus manos y pies, tal y como había probado en otras ocasiones en la Sala de los Menesteres. Nadó bajo el agua, pero cerca de la superficie, y no tardó ni 20 minutos en llegar al centro del lago casi dirigido por la voz de las sirenas. Bajo sus pies había visto criaturas grisáceas con cuernos, grindylows, nadar entre las enormes algas verdes. Por suerte no se atrevían a dejar su hábitat y el agua, aunque oscura, pero libre de vegetación cerca de la superficie le daba un semblante de confianza.

En cuanto llegó al epicentro de todo vio a los 4 cuerpos atados a la cola de una sirena de piedra, dormidos y de alguna forma que le picó la curiosidad descubrir cómo, respirando bajo el agua. Como pensaba allí estaba Hermione acompañada de Cho, una niña rubia y un chico de aspecto tosco que sería seguramente el rescate de Krum. Sacó la navaja que Sirius le había regalado por Navidad y que se había guardado en su antebrazo izquierdo y se dispuso a cortar la cuerda. Cogió a su amiga por el brazo y tiró de ella con todas sus fuerzas. Tardó menos de un minuto en alcanzar la superficie y, en cuanto lo hizo, Hermione dio una bocana de aire y tosió un poco de agua.

—¿Harry? —le preguntó Hermione cuando miró a todos lados y le vio allí, totalmente mojado.

—Somos los primeros en salir —le dijo, asintiendo hacia las grandes estructuras de madera flotante donde muchos vitoreaban su nombre—. Todavía me quedan 20 minutos bajo el influjo de las branquialgas.

Echaron a nadar hacia allí, tomándose su tiempo debido al entumecimiento de Hermione, y cuando llegaron alguien les tendió unas toallas pero él se negó a cogerlas, quedándose en el agua los últimos 5 minutos y viendo cómo le daban chocolate caliente a su amiga. En cuanto notó los efectos de las algas mágicas disiparse se aupó sobre la tabla de madera y cogió las toallas.

—En serio, no sé para qué tienen la cabeza esta gente —farfulló por lo bajo Hermione, calentándose los dedos con la taza de porcelana—. Si pudiera usar mi varita sin que me temblaran las manos nos habría secado a los 2 en un segundo.

Harry sonrió y observó cómo se secaba cómo podía el pelo. Entonces vio un escarabajo en su cabello y apuntó con el dedo.

—Espera, no te muevas, tienes un bicho en el pelo —Hermione dejó que se lo quitara y Harry lo lanzó al suelo.

—¡Harry, Hermione! —escucharon una voz y apareció Neville acompañado de Luna—. Por fin podemos llegar hasta a-¡!

—¡Cuidado Neville!

Harry vio como Neville, que cargaba con la ropa que había dejado atrás antes de entrar en el agua, pisaba su túnica y daba un traspié casi tambaleándose al agua. Por suerte Luna le cogió del brazo y evitó un mal mayor. Harry suspiró exasperado y divertido.

—Vaya hombre, pobre escarabajo —dijo Luna, pero en su voz normalmente airosa y dulce había un deje divertido y algo cínico—. Una pena.

Hermione, Harry y Neville observaron el bicho que Neville acababa de pisar sin querer.

—Bueno, pasó a mejor vida.

—¡Harry! —le atizó en el brazo Hermione.

—¡Qué! Es verdad.

Un escalofrío placentero le recorrió el cuerpo y Luna guardó de nuevo su varita. Harry le sonrió al darse cuenta que estaba perfectamente seco. Minutos más tarde aparecía Krum y Fleur, aunque esta última parecía incapaz de contener el llanto al no haber podido rescatar a su hermana. Rozando el límite salió con Cho Chang el último campeón del Torneo, Cedric. Harry, viendo que ya había cumplido su cometido, solo esperó a ver su puntuación, una que le puso en cabeza del Torneo a pesar de las muecas del asco de algunos, y se marchó.

—No me puedo creer que nos hayan hecho esperar una hora para ver nada —se quejó Ron, aunque todos lo escucharon—. Vaya asco.

—Y que lo digas —asintió Seamus, con cara de pocos amigos. Harry los ignoró a ambos y subió la cuesta—. Espero que la tercera prueba sea más divertida.

Harry apretó los dientes para evitar girarse y contestar. ¿Una prueba más divertida? ¿Acaso esta gente tenía idea de cuántas veces se estaban jugando la vida los campeones para nada? No se acordaba de ni un solo nombre de un antiguo campeón, ni siquiera Neville o Luna, que habían crecido en el mundo mágico. ¿Qué clase de fama eterna era esa, cuando arriesgaban su vida por el divertimento de otros y luego eran olvidados como un trasto viejo? Harry empezaba a odiar al mundo mágico, no, al mundo mágico no, pero a sus habitantes sí. No le extrañaba que se hubiera alzado Voldemort y antes Grindelwald. No eran más que una panda de zoquetes ignorantes que solo deseaban el provecho propio pero que cuando las cosas se ponían feas miraban para otro lado. ¿Y a esta gente tenía que salvarles el pellejo? Una sombra de odio se arremolinó en su interior y deseó, quizás no por primera vez, dejarlos a su suerte.

Se recordó para evitar caer en un pozo de desesperanza, mientras se alejaba de esos idiotas a grandes zancadas, que tenía que matar a Voldemort y a sus esbirros si quería vivir en paz fuera donde fuera.

28 de Febrero, martes

—Ya tengo la poción que me pediste Harry —le dijo Sirius esa misma noche, cuando todos se fueron a dormir y Harry hechizó las cortinas con un muffliato permanente con la ayuda de runas—. Es tan potente que con una cuchara de té podemos matar a una persona en menos de 5 minutos. Lo gracioso es que sus síntomas son como los de un simple resfriado mágico, aunque letal.

—No me extraña. Aunque poco lleva veneno de basilisco —se encogió de hombros él.

Sirius también se encogió de hombros. —Por suerte Kreacher está ahora mucho más…contento, si se puede decir así, sino habría tenido que guardarlo bajo Fidelus para evitar que me envenenara.

—El caso es que todavía no sé si debemos usarlo, ¿sabes? —suspiró y se revolvió el cabello con nerviosismo—. Mírate, eras inocente y estabas en Azkaban. ¿Cómo sabemos que todos los que están allí son culpables?

—La diferencia es que a mí no me dieron un juicio justo, bueno, ni siquiera tuve un juicio, ya sabes… Pero te aseguro que la mayoría de los que están allí tienen su marca en el brazo y no cualquiera recibía ese "honor". No sé si me entiendes…

—¿A qué te refieres? —preguntó Harry, ahora confuso—. ¿Cómo si tuvieran que hacer alguna prueba de iniciación?

—Algo así. Solo aquellos que estaban dispuestos a llevar a cabo sus órdenes recibían la marca y la mayoría de sus misiones acababan con algún muerto o torturado —el rostro de Sirius era sombrío mientras le explicaba por qué la marca era tan importante—. Es por eso que mucha gente recela de los Malfoy. Lucius Malfoy dijo que estaba bajo el Imperius pero como no se pudo comprobar si era cierto o no, y si recibió su marca bajo el influjo de la maldición, su caso quedó en una especie de limbo y se libró de Azkaban. Seguramente porque, además de ese tecnicismo, untó más de una mano en su momento. Mira Narcisa, sin la marca, por muy devota que fuera o sea a la causa de Voldemort, ni siquiera pisó el Ministerio para ser interrogada.

Harry meditó, sorprendido, las palabras de su padrino. Se despidieron luego de hablar de la limpieza de Grimmauld Place y de un par de asuntos más. Harry se tumbó en la cama, pero fue incapaz de dormir.

Estaba claro que Lucius Malfoy era un mortífago de forma voluntaria. Después de todo lo que había visto era imposible que no estuviera actuando por voluntad propia. No le extrañaba, por mucho que le asqueara, que se hubiera salido con la suya con una "multa" o algo parecido, si es que la hubo, cuando fue juzgado por el Wizenmagot después de sobornar a cargos importantes y a otras personas de interés. Los papeles que le había entregado Dobby estaban hasta arriba de pruebas de delitos, no solamente de Lucius Malfoy sino de gran parte del Wizenmagot así como de otros cargos que pasaban desapercibidos en el Ministerio.

Esto le hizo darse cuenta de varias cosas… Para empezar, no sabía si era posible encarcelar a tanta gente, sobre todo porque parecía que había más culpables que inocentes. Dudaba que mucha gente se dejara atrapar para que los metieran en Azkaban. Por otro lado, los dementores, como ya había pensado en varias ocasiones, habían servido a Voldemort así que no tenía sentido meterlos en Azkaban cuando en algún momento dado dejarían de servir al Ministerio. Dejar a los dementores en Azkaban facilitaría el trabajo a Voldemort así que aquí llegaba el segundo problema, ¿a quién podían poner como carceleros en Azkaban si el equipo de aurores estaba bajo mínimos y encima era parcialmente corrupto?

Todo esto culminaba en un tercer problema. Si llegaba a matar a Voldemort, a encarcelar a los corruptos, asesinos y demás criminales, ¿cuánta gente quedaría para restaurar el Ministerio? Si llegaba a matar a Voldemort por segunda vez y el público se hacía eco ya sabía a quién iban a llamar. Con un escalofrío se arropó más con la colcha mientras pensaba cínicamente porqué era asunto suyo, un adolescente, arreglar el problema que habían causado los adultos desde hacía décadas. No, se dijo, tenía que matarlo sin que nadie se diera cuenta, por lo menos hasta que pudiera salir de este puto país. Sin que nadie se imaginara siquiera que nunca había muerto del todo… Y para eso, se dijo, necesitaba encontrar los horrocrux restantes.

Suspiró, se dio la vuelta, y dejó de pensar tan duro para intentar dormir algo.

3 de Marzo, viernes

—Realmente podrías cursar quinto curso, Harry —le informó casi con envidia Hermione mientras miraba su último trabajo de Runas—. Se te da realmente bien. No sé ni cómo pensaste en unir estas dos runas en el cuarto cuadrante.

Harry se encogió de hombros. —En ese momento me parecía que funcionaría.

—¡Y funciona!

Cuando Harry sintió una mirada en su espalda se giró, pero no había nadie. Con el ceño fruncido siguió caminando, pensando si lo habría imaginado. Hermione continuaba hablando como si nada así que se volvió a encoger de hombros y le prestó atención.

—¿Has hecho ya el trabajo de Pociones?

Hizo una mueca. —No. La verdad es que Slughorn es mucho mejor profesor pero no me quito esa espina de que Snape me ha cagado esta asignatura para siempre.

—Piénsalo de esta forma, todavía quedan 3 años de más de Pociones, seguramente te acabará gustando.

—Eso si decido seguir con esta asignatura —repuso él, divertido de que Hermione ni se le pasara por la cabeza que alguien pudiera dejar Pociones.

El rostro horrorizado de su amiga le dio la razón y él levantó las manos para que no le pegara con su bolso lleno de libros.

—¡Era broma! ¿Acaso no sabes cuántas profesiones necesitas Pociones avanzadas?

—Por un momento me lo he creído.

Subieron las escaleras como habían hecho desde hacía 4 años y se separaron momentáneamente para dejar sus cosas. Se encontró con Neville en el dormitorio, regando y acicalando una planta de la que ya no recordaba el nombre.

—¡Hey Neville! ¿Vienes a cenar?

Neville usó un hechizo para saber la hora y con cara de sorpresa se giró dejando las herramientas.

—Pensaba que era más temprano.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—Casi una hora.

Harry sacudió la cabeza mientras, sentado en su cama, esperaba a que Neville lo guardara todo y se lavara las manos. Bajaron las escaleras haciendo caso omiso a Ron y a sus nuevos amigos, que subían comiendo unos caramelos y hablando de un partido de Quidditch profesional. Harry volvió a notar una mirada y miró de reojo por encima de su hombro, viendo como Ron le miraba tristemente un segundo, como llegaba haciendo días, antes de continuar escalera arriba. Extrañamente solo sentía una curiosa serenidad.

Se encontraron a Hermione sentada en un sofá, esperándoles, y luego bajaron acompañados de los gemelos Weasley y Lee Jordan hasta el Gran Salón. Se dio cuenta, en ese preciso instante, cómo sería su vida si no fuera Harry Potter. Rodeado de amigos con una vida normal, con sus padres esperándole en casa y quizás algún hermano o hermana. Pensar en lo que podría haber sido le quitó el hambre y un regusto amargo, como las cenizas de un sueño roto, le devolvió de cabeza a la tierra. Se sentó y comió como si no pasara nada y dejó que sus amigos llevaran las riendas de la conversación con tal de evadirse de sus emociones.

—…-ry! ¡Harry! —le llamó Hermione, tocándole el brazo—. ¿Te encuentras bien? No has comido casi nada.

—La verdad es que estoy un poco cansado —contestó él, cansado de todo—. Quizás debería irme temprano a la cama ahora que puedo.

Hermione y Neville intercambiaron miradas preocupadas pero comprensivas y asintieron. Se levantó, despidiéndose con un ademán de cabeza, y se marchó en dirección a su cama. Había sido una excusa algo simple pero ahora que lo pensaba sí que estaba exhausto. Miró los pasillos vacíos, en silencio, iluminados por la tenue luz de las llamas y se preguntó cuánto volvería todo a la normalidad. Se conformaba con que se acabara este estúpido Torneo y los magos y brujas que habían invadido el castillo y que, incluso ellos, le miraban mal se fueran.

Dio la vuelta a una esquina y justo cuando iba a llegar a las escaleras las antorchas se apagaron de golpe dejándolo a oscuras pues, a pesar de ser temprano, era Febrero en Escocia. Sacó su varita casi de inmediato, pero fue demasiado tarde. Sintió un fuerte dolor en la cabeza y una mano grande y áspera quitarle la varita de la mano al mismo tiempo que caía inconsciente, sin poder ver nada.

…Despertó con un dolor terrible de cabeza. Eso era lo primero que le vino a la mente. Cuando logró dejar de pensar en ello se acordó de repente de que el dolor había sido provocado por un golpe que le había dejado inconsciente de camino a su dormitorio. Notó como se le aceleraba la respiración y cómo parecía que su corazón quería salir de su pecho de lo rápido que latía, preso por el pánico. Abrió bien los ojos pero pronto entendió que estaba en una habitación, o quizás en un calabozo, que no podía vislumbrar porque no había ventanas y estaba todo a oscuras. La única luz era la que entraba por debajo de la puerta y era tan débil que dedujo que el espacio contiguo no debía estar iluminado, sino alguna habitación o estancia más allá.

Notó como estaba envuelto en cadenas, con los brazos en la espalda, seguramente debido a un Incarceus, y como había perdido las gafas en algún punto de su secuestro. Su varita, obviamente, no estaba y tampoco llevaba la túnica que había vestido cuando había sido capturado. Por suerte, aparte de la cabeza, solo le molestaban los hombros de haber estado vete tú a saber cuánto tiempo maniatado. Cuando pasaron unos minutos y se acostumbró más a la oscuridad pudo ver la silueta de una cama individual, una mesa pequeña de aspecto antiguo, con 2 cajones, que no era un escritorio pero que alguna función habría tenido hacía 50 años, y un armario de 2 puertas que era tan pequeño como el que tenía en Privet Drive. Parecían las estancias de un sirviente. Eran tan pequeñas que apenas podría tumbarse en el suelo sin tocar nada.

Movió los pies y se dio cuenta, gratamente, que no los tenía atados pero justo cuando iba a moverse para investigar dónde estaba escuchó unos pasos acercarse a la puerta. Volvió a ponerse en la posición en la que se había levantado y cerró los ojos. La puerta se abrió poco a poco, como si no quisieran despertarle.

—Todavía está dormido —dijo una voz que reconoció al instante. Era Pettigrew—. ¿Qué hacemos ahora?

—Aparta, gusano —contestó una voz, acercándose a la puerta. Era un hombre, a juzgar por el tono de voz más joven, sonaba irritado—. Da igual que esté despierto o no. No tenemos tiempo. Ve a preparar el caldero como nos ha ordenado nuestro Señor, y no te atrevas a cometer un error.

Se escuchó unos cuántos ruidos de pasos dentro y fuera de la habitación. Finalmente, Pettigrew se escurrió como la rata que era, con pasos casi inaudibles y la puerta se cerró con lentitud que hizo chirriar las bisagras antiguas. Harry esperó con los ojos cerrados con tal de escuchar los pasos del otro hombre y se preguntó si debía estar escuchando él también tras la puerta para comprobar si estaba o no despierto.

Unos minutos más tarde casi suspiró aliviado y se permitió abrir los ojos. El rostro de un hombre joven se encontraba prácticamente delante de su propia cara, mirándole sin pestañear con ojos marrones casi negros. El corazón le dio un vuelco e instintivamente intentó echarse atrás pero solo acabó cayendo sobre su espalda como una tortuga sobre su caparazón, intentando darse la vuelta. El mortífago se alzó sobre él, en silencio, como un fantasma y le contempló con su varita en mano.

—Pettigrew es un idiota, Potter, pero yo no —le dijo y luego se relamió el labio en un tic nervioso—. Ahora mismo podría matarte, pero creo que ese placer es para el Señor Tenebroso, ¿no crees?

La varita se iluminó en la punta de color rojo. Lo había visto antes, en la clase de Defensa cuando estudiaron las Maldiciones Imperdonables. Durante un segundo aguantó la respiración, casi preparado para el dolor, pero nada pasó. La varita desapareció en las ropas del mortífago y se dio la vuelta, rápido como un rayo y se fue dando un portazo. Harry sintió una presión incómoda en el pecho y se dio cuenta que no estaba respirando del susto que se había llevado. Por un momento solo puedo quedarse quieto, a pesar de estar solo, intentando hacerse entrar en razón. Si perdía los nervios no saldría de esta vivo, se dijo.

No tenía su varita, ni tampoco el espejo para hablar con Sirius. Nadie sabía que había sido raptado porque había sucedido cuando todos estaban en el Gran Salón y el mortífago que le había secuestrado había sido suficientemente inteligente como para no usar ningún hechizo que pudiera delatarle, salvo ese hechizo Nox que había sido usado en silencio, y que había dejado el pasillo a oscuras. Eso quería decir que tampoco habría podido ver cómo se lo llevaban ninguno de los retratos de Hogwarts. Ahora mismo, se dio cuenta con el estómago dándole un vuelco del horror, estaba solo y todos pensaban que estaba dormido en su cama. No sería hasta el día siguiente que se darían cuenta que no estaba durmiendo e, incluso quizás, podrían pensar que estaba dando un paseo por el Castillo. Eso significaba que durante al menos 14h estaba a merced de al menos un par de mortífagos y el Señor Oscuro. Tenía que hacer algo, o no pasaría un día antes de que muriera.

Se relajó lo más que pudo e intentó ponerse de pie. Acercándose a las paredes comprobó que no había ninguna ventana ni conducto ni nada parecido. La única entrada y salida era la puerta, y cuando se acercó a esta percibió la presencia de algún tipo de magia que le erizó el bello. Estaba claro que no iba a poder salir por la puerta sin, al menos, alertar a sus secuestradores. Sin embargo, pensando duramente sentado en la incómoda y mugrienta cama, se preguntó por qué no estaba en un sótano o en un calabozo como decían tener las mansiones mágicas, y entonces se le ocurrió la ridícula idea de que quizás la casa dónde estaba no tenía calabozo porque era una casa muggle. Con un deje de esperanza que le llenó el alma rápidamente se preguntó si siendo una casa muggle tendría algún tipo de barrera mágica o si Voldemort había sido tan arrogante como para evitar usarlas pensando que era muy inteligente al pensar nadie se plantearía jamás que alguien como él estuviera residiendo en una mansión muggle robada, y abandonada por el estado de conservación.

Cerró los ojos pidiendo a cualquiera que le estuviera escuchando que por favor funcionara. —Dobby.

El sonido característico de un elfo transportándole casi hace que se eche a llorar del alivio.

—¡Señor Harry Potter!

—¡SHHH! —silenció Harry tan rápido como pudo, y luego susurró—. No hables fuerte Dobby.

El elfo le hizo caso, casi sin comprender, hasta que dio un vistazo a sus alrededores y comprobó que no era su dormitorio en Gryffindor. Los ojos de Dobby casi se salen de las cuencas cuando entendió que estaban en un lugar desconocido. Antes de que pudieran descubrirle habló.

—Quítame estas ataduras, por favor —Harry pidió casi desesperado y el elfo chasqueó los dedos—. Gracias Dobby, no sé qué habría pasado si no llega a ser por ti.

—Encantado de ayudarle Harry Potter —susurró Dobby y se sentó a su lado cuando le hizo un ademán con la mano—. ¿Qué le ha pasado señor?

—Seguramente Crouch Jr me secuestró en Hogwarts esta noche. El caso es…

Se quedó en silencio, ahora liberado, pero sentado en la cama. Pensativo se dio cuenta que podía escapar con Dobby pero, ¿realmente eso era lo mejor? Tenía a Voldemort bajo el mismo techo y solo estaba acompañado por dos mortífagos, uno que, salvo por el hecho de ser un animago, era bastante inútil. Sin embargo… todavía faltaban 2 horrocrux que no sabían de su existencia y mucho menos dónde estaban. Además, ni siquiera tenía su varita. En cuanto se dio cuenta de lo que estaba pensando se puso de pie, enfadado consigo mismo. ¿Por qué estaba pensando en arriesgar su vida si podía escaparse con un chasquido de dedos de Dobby? Otra vez estaba poniendo su vida en peligro tontamente.

Antes de que pudiera hacerse cambiar a sí mismo de idea le tendió la mano a Dobby. —Llévame a Hogwarts, por favor.

El elfo doméstico le cogió la mano y con un chasquido de dedos se esfumaron. Apareció en su cama y empezó a reír solo, no sabía si de la adrenalina, si había perdido la cordura o si era por la ridícula situación de verse secuestrado y escapar en menos de un par de horas gracias a la arrogancia y la incompetencia del Señor Oscuro y sus esbirros.

—¿Harry? —llamó Nevile y de repente se dio cuenta que ya debían estar todos en el dormitorio o al menos en la Sala Común de Gryffindor—. ¿Estás bien? Pensaba que estabas dormido.

Harry abrió las cortinas que habían estado medio cerradas y clavó los ojos en los de Neville, que dio un salto al ver que no estaba para nada dormido. Neville alzó una ceja cuando se dio cuenta de que llevaba la misma ropa, salvo su túnica, que cuando había dejado el Gran Salón hacía horas. Por no hablar de la señal amoratada en forma de cuerdas en sus muñecas, lo que parecía ser sangre seca en su pelo negro, la ausencia de sus gafas y el elfo doméstico que todavía estaba de pie en su cama.

—¿¡Pero qué te ha pasado!? ¿¡Estás bien!? —exclamó su amigo con el rostro horrorizado y Harry sonrió casi de forma maníaca.

—Luego te lo cuento, Neville —cerró las cortinas abruptamente, notando como el Muffliato se activaba y se giró a mirar a Dobby—. ¿Serías capaz de volver a esa casa y buscar mis cosas sin que nadie se dé cuenta?

Dobby asintió con entusiasmo y casi pareció regocijarse de poder hablar en voz alta. —¡Oh, sí! ¡Dobby puede volver y traerle las posesiones de Harry Potter de esos ladrones! ¡Además, Dobby es muy bueno pasando desapercibido!

Quién lo diría, pensó Harry, sin poder abrir la boca y contestar puesto que Dobby ya se había ido. Tardó lo que pareció ser una eternidad pero que en realidad fueron 10 minutos. Dobby apareció con su varita, sus gafas y su túnica. Al parecer los muy idiotas ni siquiera habían roto su varita ni buscado en sus bolsillos secretos. Fuera como fuera, dio gracias al cielo y se puso las gafas que estaban algo quebradas luego de repararlas. Cogió el espejo y llamó a Sirius a la vez que sacaba el Mapa Merodeador de su baúl.

—Sirius, no te lo vas a creer lo que acaba de pasarme —dijo sin mediar palabra—. Es hora de adelantar nuestros planes.

Sirius se quedó en silencio, mirando su complexión pálida, y asintió. —¿Qué vamos a hacer?

—Empezaremos por deshacernos de Crouch Jr —contestó, mirando el mapa y viendo como Moody seguía en el baúl—. Mañana Azkaban.

—Está bien. Prepararé las pociones y la nota anónima para Amelia. Tú cúrate ese golpe, ¿quieres? —por lo visto no había pasado desapercibido.

—Me parece bien.

Cerraron la conversación más bruscamente que de costumbre. Sabía que tenía que curarse el corte de la cabeza, cambiarse la ropa, explicarle a Neville qué estaba pasando y dormir un poco pero su cuerpo era incapaz de centrarse. Si no podía acabar con Voldemort esa misma noche, como había querido casi temerariamente, podía destrozarle los planes antes de que pudiera reunir a sus siervos de Azkaban y Crouch Jr pudiera deshacerse del único rehén que podía inculparle.

—Dobby, ¿puedes coger el baúl de Moody y dejarlo en algún lugar seguro hasta que te lo vuelva a pedir? Esto es lo último que te pediré hoy. Gracias por todo Dobby, sin tu ayuda hubiera muerto.

Dobby asintió, con ojos llorosos e incapaz de decir nada a cambio. Chasqueó los dedos y se fue. Casi obligándose a ello, sacó su varita y se curó el corte. Se fue directo a la ducha con el pijama en mano y una sonrisa casi maligna en los labios.

Cuando volvió Neville le estaba esperando en su cama, con expresión terca. —¿Y bien?

Cerró de nuevo las cortinas y esperó a que se activase el hechizo. Con un suspiro se sentó y procedió a contarle a Neville más de sus aventuras de lo que nunca hubiera imaginado. —Bueno, todo empieza cuando Voldemort decide que este puñetero Torneo es perfecto para hacerse conmigo y llevar a cabo sus planes maléficos…