4 de Marzo, sábado
—…y así es como he acabado en mi cama después de otro intento de asesinato frustrado.
Neville le miró fijamente, sin pestañear, como llevaba haciendo casi 20 minutos. Luego abrió y cerró la boca un par de veces, incrédulo y horrorizado, y pestañeó.
—Sabes Harry… contigo uno nunca se aburre —luego pareció pensar para sus adentros—. Ya verás lo que dirá cuando se entere Hermione mañana. ¿Y qué piensas hacer con el falso Moody?
Harry volvió a mirar el mapa, como llevaba haciendo desde que regresó con Dobby, y vio que Crouch Jr todavía no parecía haber vuelto a Hogwarts. Se preguntó si pensaba volver, de hecho, puesto que Harry podría haber dado la señal de alarma sobre su secuestro de haber vuelto a Hogwarts. ¿O quizás pensaba que su desaparición de su celda improvisada no había sido una huida exitosa, sino que estaba muerto? No, qué cosas pensaba. Crouch se daría cuenta que le habían ayudado a fugarse. Solo esperaba que eso apuntara un par de dedos en dirección a Pettigrew, aunque fuera mentira, con tal de que lo matara y pudiera deshacerse de un mortífago más sin tener que mancharse las manos él mismo.
—El caso es que el mal ya está hecho. No puedo zafarme del Torneo y hasta ahora había esperado el momento oportuno para deshacerme de él sin que pudiera enviar a otro mortífago desconocido a la escuela… supongo que ahora eso ya da igual —pensó Harry en voz alta—. Ahora Crouch Jr se ha delatado, a pesar de todas mis anteriores sospechas de que Crouch sabía que yo sabía quién era él realmente… ¡Vaya, cuesta explicarlo!
—No, no. Lo entiendo perfectamente. Según lo que me has dicho Crouch parecía saber qué tú estabas tramando algo o quizás que sabías que no era el verdadero Moody. ¡Hasta yo me había percatado de que pasaba algo! Ahora que ya has visto su rostro ya están todas las cartas sobre la mesa, como se suele decir, y eso significa que si pisa la escuela su coartada puede estar en peligro, sobre todo por el hecho de que te has escapado y podrías estar en Hogwarts.
—¡Exacto! El caso es que creo que volverá o quizás mandará a Pettigrew.
Neville se recostó en la cama, con el ceño fruncido. —Hay algo de todo esto que no me cuadra. ¿Cómo sabía Moody que tú y Hermione estabais en el séptimo piso el otro día? ¿O aquel día en el baño del segundo piso? ¿Y cómo supo hacia dónde te dirigías esta noche? Cuando te fuiste del Gran Salón Crouch no estaba presente, ¿cómo sabía dónde estabas, que te habías ido sin cenar, si no te estaba viendo?
Harry se percató de que tenía razón. Incluso él se había preguntado lo mismo, pero a falta de pruebas había dado por sentado que gran parte del misterio tenía que ver con ese ojo mágico que parecía ver a través de las paredes pero, aunque fuera cierto, eso no explicaba cómo le había seguido un par de veces cuando ni siquiera se suponía que debía estar despierto. Como el día que destruyeron a los horrocrux en el baño del segundo piso, tal y como Neville había comentado. No creía que fuera una casualidad que Crouch estuviera patrullando, de todos los lugares habidos y por haber, el pasillo del segundo piso, justamente esa ala del castillo, el día que precisamente estaba él allí con Sirius… A no ser que le estuviera buscando expresamente.
Algo nervioso, se dio cuenta que solo había 3 posibilidades. La primera era que el ojo mágico fuera tan poderoso como para poder seguirle allá donde fuera por el castillo, sin embargo, esto no explicaba cómo sabía cuándo Harry merodeaba el castillo de noche. La segunda era que Crouch tuviera un mapa merodeador nuevo, cortesía de Petter Pettigrew pero también descartó esta idea puesto que, por lo que le había comentado Sirius, Pettigrew no había participado en encantar el pergamino sino en descubrir nuevos recovecos del castillo con su forma de rata así que asumía que los complejos hechizos que usaron su padre, Sirius y Remus estaban fuera de su alcance como para recrearlo. Eso solo le dejaba la última posibilidad, que Crouch le hubiera hechizado con algún tipo de encantamiento que le permitiera saber dónde estaba en cada momento.
De ser así, y era la posibilidad más factible y menos rocambolesca, algo de lo que llevó puesto aquel día en el baño, o él mismo, debían tener algún hechizo activo. Eso significaba, se dio cuenta sintiendo un sudor frío perlarse en su frente, que si Crouch volvía esa misma noche sabría dónde estaba y siendo un profesor de Hogwarts tendría la contraseña de Gryffindor. Se dio cuenta que había sido una mala idea volver a Hogwarts. Si se quedaba tendría que pasarse toda la noche en vela mirando el mapa para evitar un posible ataque, al menos hasta que todos se despertaran el día siguiente.
Con su varita observó que eran casi la una de la madrugada. Habían pasado casi 2 horas desde que había vuelto. Pero, ¿podía aguantar mínimo 7 horas más en tensión? ¿Arriesgándose a que pasara alguna cosa imprevista que pudiera hacer que volviera a ser secuestrado, o peor? Una vez más, se preguntó con enfado porqué se estaba incluso planteando quedarse en Hogwarts, sabiendo con certeza que corría peligro cuando podía irse a algún lugar seguro con un chasquido de dedos. Se dio cuenta con algo de horror y asco que le habían condicionado tanto para actuar sin pensar y a arriesgar su vida que ya lo hacía casi inconscientemente, sin darse cuenta exponía su pellejo por salvar a los demás sin pensar primero en su propia salud.
Una voz le sacó de sus pensamientos erráticos. —¿Qué estás pensando?
—Me temo que tengo que dejar Hogwarts al menos hasta mañana —le dijo Harry—. La única posibilidad es que Crouch me haya hechizado de alguna forma permitiéndole saber dónde estoy en cada momento.
Neville se sentó de golpe, con el rostro serio. —Y si te quedas aquí podrías estar en peligro.
—Y poneros a vosotros en peligro.
Se hizo un silencio sepulcral cuando se dieron cuenta de lo serio que era el hecho de que existiera una persona con acceso total a la escuela, dispuesta a matarle, y con un localizador que le daba la situación exacta de su persona.
—¿Qué piensas hacer?
Rápidamente pensó en Dobby y eso le recordó a Kreacher. —Creo que llamaré a Kreacher para que me lleve a Gr-.. Con Sirius.
—Ya veo, está bajo Fidelus, ¿no? —Neville vio como asentía—. Pues será mejor que intentemos deshacer el hechizo con un Finite aunque sea, algo hará digo yo, y mañana podemos buscar con ayuda de Hermione la forma de saber si sigues teniendo el encantamiento.
Tardaron, con las prisas del pánico, solo media hora en repetir el hechizo una y otra vez sobre cada una de sus pertenencias. Luego llamó a Kreacher, que apareció con cara de haberse comido un limón amargo, pero que le cogió la mano y le llevó a Grimmauld Place número 12. Cuando llegaron todo estaba en relativo silencio. Lo único que llegaba a escuchar era los pequeños ruidos de una casa vieja, como la ventana temblar por el viento o la madera crujir bajo sus pies.
Se fue directo al cuarto que Sirius le había dado y enseñado con el espejo, a pesar de no haber pisado la casa antes, el antiguo cuarto de Regulus, y se tumbó en la cama con un suspiro de alivio que le salió del alma. Se quedó rendido con las gafas aun puestas, las zapatillas balanceándose en sus pies y su varita de acebo y pluma de fénix en mano.
—¡Harry! ¡Harry! —se despertó de golpe, apuntando sin ver con su varita y luego se desplomó cuando vio que era Sirius—. ¿Estás bien? ¿Qué pasó anoche?
—Una historia muy larga —dijo él cansado, aliviado y casi entumecido.
—Pues resume un poco —alzó una ceja su padrino, claramente preocupado.
—Crouch Jr me secuestró de Hogwarts, me desperté en algún lugar inconsciente y atado, pero Dobby logró sacarme de allí. Al parecer Voldemort quería usarme para algún tipo de ritual, escuché como le decía Crouch a Pettigrew que preparara un caldero. Aparecí en Hogwarts pero me di cuenta que seguramente Crouch ha estado usando un hechizo localizador en mí así que pedí a Kreacher que me trajera aquí.
El rostro blanco de Sirius, que procesaba la increíble historia casi sacada de una película, parecía duro como el mármol mientras reprimía su ira y preocupación. Al final suspiró entrecortadamente de la ansiedad y contestó como si nada, suponía que ya tendría tiempo después de ponerse a gritar.
—Bueno, bien… Gracias a Merlín que has escapado. Entonces, ¿seguimos con nuestro plan? Pensé que querías pensártelo.
—Y yo pensé que Voldemort iba a tomarse su tiempo para mostrar su mano… El caso es que ahora tengo un par de problemas: Voldemort sabe que he escapado y estará más preparado para la última prueba del Torneo de la cual no puedo no asistir y, por otro lado, tenemos menos tiempo para pensar qué hacer con sus esbirros.
—Quieres deshacerte de ellos antes de que pueda sacarlos de Azkaban.
—Así es —suspiró Harry y se pasó una mano por el pelo en un tic nervioso—. No puedo dejar que lleve la delantera. Si los saca antes de que podamos ocuparnos de ellos luego serán mucho más difíciles de…eliminar. En cambio, en Azkaban están todos juntos y encarcelados, y sin sus varitas. Además, es más fácil hacer pasar sus muertes como una epidemia en la prisión que fuera de ella.
—Sí, la verdad es que sería bastante raro, por no hablar de difícil, matarlos estando escondidos y separados —asintió Sirius, con el rostro sombrío y serio.
—Eso quiere decir que ya no tengo más opciones. Tenemos que hacerlo sí o sí.
Se quedaron en silencio unos minutos, casi lamentándose de las vidas que iban a terminar, y luego se puso de pie. Miró la hora y vio que era temprano, todavía la mayoría de gente estaría durmiendo o despertándose en Hogwarts. Se fueron a la cocina donde les esperaba Kreacher con el desayuno, pero Harry apenas pudo probar bocado mientras pensaba en que iba a hacerlo. Iba a matar a gente. No es que pensara o se sintiera un asesino, porque realmente no quería hacerlo, pero sabía lo que pasaría cuando inevitablemente Voldemort usara a sus mortífagos. Torturas, violaciones, ataques de hombres lobo, vampiros, gigantes y dementores, secuestros, asesinatos…
Durante todo el curso se había informado, con todo lo que había llegado a sus manos, de las acciones de Voldemort antes de desaparecer hacía casi 14 años. Más de un día había perdido el apetito cuando leía la ristra de nombres apuntados como personas desaparecidas y dadas por muertas, o los que habían sido torturados y residían en St. Mungo permanentemente, o los que habían muerto por sus ideales y que llenaban gran parte de las nuevas tumbas de los cementerios, datadas hace poco más de 15 años. Como los padres de Neville. Como sus padres.
¿Pudiendo detenerle, o al menos prolongar la paz un tiempo, podía Harry no hacer nada? Se imaginaba las tumbas de sus padres y era incapaz de dejarlo correr por mucho que estuviera enfadado y odiara a mucha gente en ese momento. Quizás no les debía nada a esas personas que le decepcionaban y usaban una vez tras otra, pero les debía su vida a sus padres. No podría vivir consigo mismo si el sacrificio de James y Lily Potter era en vano, porque incluso mudándose a otro país había muchas formas de encontrarle y solo haría falta un momento en el que le cogieran desprevenido para matarle…
—Dobby —llamó mientras apartaba su plato medio lleno de comida. El elfo apareció en un salto—. Ha llegado el momento de poner nuestro plan en marcha.
Sirius se alzó, yendo a buscar las pociones que habían preparado, y Kreacher empezó a murmurar algo inteligible. No estaba preocupado de que les delatara porque sus órdenes eran tan firmes y sin ningún resquicio posible de duda que antes moriría ahogado si intentaba algo extraño.
—Tienes que ponerle a cada uno de los presos una cucharada de la poción. ¿Podrías asegurarte de que la toman? —preguntó Harry, que desconocía las limitaciones de la magia élfica.
—Dobby puede hacer que se coman la comida, señor Harry Potter.
Él sonrió. —Perfecto. Eso es lo que quería. Asegúrate de que todos y cada uno toman la poción.
—Dobby lo hará.
Sirius apareció con el catre de pociones y se las entregó al elfo que desapareció nada más tenerlas en la mano. Cuando se fue Harry se sentó mareado en la silla. Todavía incrédulo por lo que acababa de hacer. Sabía, gracias a Sirius, que los prisioneros solo eran alimentados dos veces al día así que cuando se comieran su comida al medio día los guardias tardarían unas 8h en darse cuenta de que estaban muertos. Sabía, además, que la ayuda de Dobby era necesaria porque muchos presos estaban tan deprimidos que se saltaban comidas a veces durante días. A pesar de que la poción desaparecería media hora después de ser ingerida no podía decir lo mismo si encontraban algún plato envenenado. No es que le importaba mucho que la gente se diera cuenta de que habían sido envenenados ya que era imposible que llegaran hasta él pero prefería que pensaran, que Voldemort pensara, que era un golpe de mala suerte.
Eso retrasaría los planes de Voldemort mientras tuviera que reclutar a nuevos mortífagos. Lo suficiente, esperaba, para que Amelia Bones pudiera deshacerse de los corruptos del Wizenmagot y, posteriormente, del Ministerio en general.
—Supongo que ahora querrás esperar unos días antes de enviarle a Amelia —le interrumpió Sirius, que bien sabía lo que estaba pensando después de haber sido tan honesto con sus intenciones—. Si ahora empezara a arrestar y a juzgar a gente seguramente encontraría a los muertos en Azkaban en poco tiempo.
—Lo sé… A pesar de que alimentan a los prisioneros un par de veces al día no creo que se den cuenta de que están muertos hasta dentro de unos días —musitó él en voz alta—. No es fácil reconocer a un muerto en una celda oscura cuando los prisioneros están todos deprimidos o catatónicos.
—Creo que debemos esperar la confirmación de Dobby como que están muertos y esperar un par de días pero espero que sepas que esto retrasará el trabajo de los aurores.
Harry suspiró algo desanimado. —Lo sé. Pensaba hacerlo al revés, pero ahora no tiene sentido. Tendremos que hacer lo que podamos con lo que tenemos.
Sirius le abrazó. Al final logró comer algo por pura fuerza de voluntad, casi aguantando las arcadas aunque, con la compañía sincera y reconfortante de Sirius, cada vez le era más fácil hacerse a la idea de lo que estaban haciendo. Minutos antes de regresar a Hogwarts sacó su pergamino y vio, suspirando de alivio, que Bartemius Crouch Jr no estaba en la escuela. Con la ayuda de Dobby regresó a su dormitorio y se cambió de ropa. Por suerte, todos los demás estaban dormidos así que le dio tiempo de tumbarse momentáneamente en la cama y pensar.
Sin los mortífagos de Azkaban, mientras Voldemort se tomaba su tiempo para recuperarse de dicho palo, tendría tiempo para preocuparse de otras cosas. Como los dementores, como los gigantes, los hombres lobo…. Aunque… ahora que lo pensaba, si lograba matar a Voldemort antes de que se alzara de nuevo, ¿por qué tendría que ocuparse él de esas criaturas? De hecho, había pensado en "ocuparse" de ellas solo porque Voldemort las usó en la anterior guerra, pero ahora realmente no se encontraban en la misma situación. Sinceramente, lo más problemático era el Ministerio. Si podía deshacerse de los corruptos quedaría gente que, tarde o temprano, se encargaría de los problemas con los hombres lobo u otros seres que pudieran empezar a rebelarse y a atacar a la gente. ¿Por qué iba a tener que hacerlo él antes de tiempo? No obstante, si lograba limpiar el Ministerio, en especial a los aurores, no había motivos por los que ellos no pudieran encargarse de todo, como deberían estar haciendo para empezar.
Con más determinación, asintió para sí mismo y puso en pausa sus planes. Si al final era demasiado tarde como para que otros se encargaran del asunto, bueno, Harry ya se había planteado echarse al hombro dicha tarea antes. Lo único que podía hacer ahora era deshacerse de todos aquellos terroristas activos que seguían a Tom Riddle y ayudar a Amelia Bones con el Ministerio. Así pues, sacó del compartimento secreto y fuertemente protegido con barreras mágicas el fajo de documentos que le entregó Dobby. Con esos documentos podría filtrar a los verdaderos mortífagos y a los simpatizantes. A los asesinos y verdaderos criminales no pensaba darles cuartel pero a los simpatizantes y corruptos, cuyos crímenes eran menores en comparación, dejaría que se encargara la justicia, si es que era posible. Si lograban salirse de rositas haría todo lo posible para destruirlos cuanto antes, dándoles donde más dolía: en sus fortunas y su imagen. Sacó su libreta muggle hechizada y continuó con su lista de mortífagos.
—¿Harry? ¿Estás ahí? —preguntó Neville, un rato más tarde, con voz todavía dormida.
Harry abrió las cortinas y le vio de pie al lado de su cama. —No ha pasado nada esta noche, ¿no?
—Que va —bostezó Neville y empezó a coger su ropa y el neceser—. Casi ni me he enterado, para serte sincero.
A Harry se le escapó una sonrisa irónica mientras guardaba los documentos y la libreta. Sacó de nuevo el mapa y volvió a repasarlo como llevaba haciendo periódicamente hace días, meses en realidad. Como no, Crouch no apareció. No le esperaba la verdad. Para empezar solo un tonto no se habría dado cuenta que, habiendo escapado Harry, el castillo podría estar bajo alarma y, en segundo lugar, no sabía si a Crouch tenía cabello de Moody como para fabricar otra poción Multijugos. No, a quien esperaba era a Pettigrew. ¿Seguirían Voldemort y los demás en la Mansión Riddle? Esa pregunta le dio una terrible idea. Si seguían allí Harry podría espiarlos o quizás quemarle la casa con ellos dentro. Sabía que seguramente lograrían escapar pero también cabía la posibilidad de que quemarles el cuartel pudiera retrasar sus planes. Después de todo, ¿no habían hablado de un caldero? Estaba claro que Voldemort tramaba algo y por lo que sabía de pociones, y por lo que había intuido de ese par de frases que intercambiaron los mortífagos, querían usarle en algún tipo de poción, sin duda, macabra.
—¡Dobby! —el elfo apareció con un bote y lleno de entusiasmo. Harry le susurró—. ¿Podrías ir al sitio del que me sacaste anoche y ver si hay alguien allí dentro?
—¡Por supuesto, señor Harry Potter!
—Que no te vea nadie, por favor, y ten cuidado.
Dobby solo tardó 5 minutos en regresar. Neville salía por la puerta del baño cuando apareció Dobby. Antes de que pudiera preguntarle algo el elfo doméstico ya estaba negando con la cabeza y los hombros encogidos, casi dolido de haberle fallado de algún modo. Harry frunció el ceño.
—Mierda. Bueno, no es que fuera obvio.
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó Neville, recogiendo sus cosas.
—¡Pero Dobby ha encontrado esto! —el elfo le tendió un pañuelo raído y medio descosido que estaba liado en algo grande—. Dobby no lo vio ayer cuando regresó a por las posesiones del señor Harry Potter.
Harry cogió la prenda con curiosidad y evitando tocar lo máximo posible la tela sucia desenvolvió el objeto y en cuanto vio lo que era lo dejó caer sobre su cama con el rostro pálido, sintiendo como el corazón le daba un huelco.
—¡Es un hueso! —exclamó sin poder evitarlo él.
Neville se giró a mirarle y se puso blanco como la leche al ver el fémur que había en su cama. Seamus se despertó de un sobre salto al escuchar su casi grito y Harry rápidamente lo tapó con el trapo. Más allá vio como Dean también se desperezaba y levantaba la cabeza de la almohada con los ojos entelados todavía para mirar qué pasaba.
—No me des estos sustos Dobby —dijo él, haciendo ver que le había asustado la aparición del elfo.
Seamus les lanzó una mirada irritada por haberle despertado a las 8 de la mañana un sábado y Dean dejó caer pesadamente la cabeza en la almohada, como si nada hubiera pasado, y siguieron durmiendo. Ron ni siquiera había dejado de roncar. Para ser los únicos que dormían hasta tarde podrían haberse echado las cortinas como hacían Neville y él, se dijo, dando gracias a que estuvieran demasiado catatónicos como para darse cuenta de lo extraño de la escena.
Cogió el hueso y lo guardó corriendo en uno de los compartimentos secretos de su baúl mágico y con hechizos extra grandes que había conseguido de la Sala de los Menesteres. Más calmado, se giró hacía Dobby, despidiéndole hasta más tarde y luego miró a Neville, que parecía mudo del espanto.
—Bueno… —suspiró—. ¿Por qué me pasan estas cosas?
Neville le miró y luego sacudió la cabeza. —Porque eres Harry Potter.
Y, aunque ninguno de los dos lo sabía en ese entonces, tenía toda la razón. Bajaron a la Sala Común de Gryffindor donde, para su poca sorpresa, Hermione estaba leyendo un libro frente a la chimenea. Alzó la cabeza para ver quién era pero en cuanto vio sus rostros cerró el libro de golpe, dándose cuenta de que algo había pasado.
—¿Y bien? —preguntó sin más, con el rostro serio.
Neville y Harry intercambiaron una mirada antes de mirarla de nuevo. —Será mejor que vayamos a otro sitio.
Tardó exactamente una hora en poner al día a Hermione, a pesar de que no había pasado ni 24 horas desde que la vio por última vez. El rostro de su amiga era un poema. Cuando acabó por contarle lo del hueso, obviando el hecho de que habían envenenado a todo Azkaban, Hermione tenía una mueca horrorizada en la cara.
—Esto es increíble, Harry —sacudió la cabeza casi atónita su amiga—. Tengo que procesar esta información con más detenimiento.
—¿Qué vas a hacer ahora? —le preguntó Neville, sentado en una silla que apareció en la Sala de los Menesteres cuando decidieron usarla para hablar—. La tercera prueba seguro que es una trampa de quién tu sabes.
Harry asintió, pero la cuestión es que ni él sabía qué iba a pasar. Lo peor era saber que tenía que competir, sí o sí.
—Esto es un auténtico desastre —intercedió Hermione suspirando y con el cabello erizado—. Ahora ya no sabes si Voldemort usará a otra persona para espiar Hogwarts, o qué están planeando, ni dónde. ¡Ni siquiera estás a salvo en el castillo!
—Lo sé… Sinceramente, ahora no sé qué hacer —les dijo, pensando en la encrucijada a la que había llegado respecto a su situación con Voldemort.
No sabía dónde estaba Voldemort, ni Crouch o Pettigrew pero lo que sí que podía hacer era quemar la Mansión Riddle de igual forma. Quemaría la mansión y averiguaría de dónde, y de quién, había salido el hueso. Estaba casi seguro que el hueso lo habían sacado de una de las tumbas del cementerio en Little Hangleton pero, ¿por qué motivo?
—Tengo que descubrir qué pociones usan huesos humanos —le dijo a Hermione y a Neville—. Quizás eso me dé una pista de para qué me quiere.
—Tienes poco tiempo entonces —le contestó Hermione—. Lo ha intentado antes de la tercera prueba y han fracasado. Ahora saben que tú eres consciente de que te necesitan para algo.
—Podrían intentarlo otra vez —pensó en voz alta Neville, con aspecto algo temeroso.
—Yo de ti llevaba el mapa a todos lados, Harry.
Harry volvió a asentir, pero se preguntó si no era mejor empezar a planear esa ruta de escape de la que tanto había pensado hacía meses. No estaba a salvo en Hogwarts. Quizás esta era la peor de todas las situaciones a las que se había enfrentado porque desconocía lo que se le venía encima. En primero era obvio que alguien quería robar la Piedra Filosofal, en segundo también era lógico pensar que aquello que estaba atacando a la gente se encontraba dentro del propio castillo, e incluso con Sirius, aunque se equivocaban de persona en sus teorías, era obvio que Sirius buscaba algo en Gryffindor. Ahora sabía que le querían para algo, pero no sabía cómo podrían llegar hasta él de nuevo, ni cuánta gente estaba ayudando activamente a Voldemort, ni cuándo atacaría… Se encontraba más desamparado que nunca y eso le hacía ponerse nervioso y algo temeroso, para qué mentir.
—Quizás deberías pedirle a Sirius que busque en alguno de los libros en Grimmauld Place —cortó sus pensamientos Hermione—. Los únicos libros que podrían tener alguna mención en Hogwarts están en la Sección Restringida y no tenemos un pase.
—Podríamos pedirle un pase a McGonagall —dijo Neville, encogiéndose de hombros—. Si le decimos que es para el Torneo quizás nos lo dé.
Hermione lo pensó unos segundos y luego asintió. Recogieron sus cosas cuando se dieron cuenta que llegarían tarde al desayuno y se marcharon escaleras abajo. Dio una ojeada al mapa sin resultado alguno así que lo guardó en su bolsillo y suspiró algo más aliviado.
—Le pediré el pase hoy mismo —contestó él—. Si puedo empezar a investigar cuanto antes lo del ritual mejor.
—Y pídele a Sirius que también lo busque, que no se te olvide.
Harry asintió, con un suspiro cansado.
6 de Marzo, lunes
Harry recogió su ropa limpia que le habían dejado los elfos domésticos del castillo sobre su cama y bostezó con cansancio. Al final, había pasado el fin de semana sin ver aparecer en el mapa ni a Pettigrew ni a Crouch. Él, cuando se acordó del verdadero Moody en el baúl ese mismo sábado, casi tuvo un ataque de pánico pensando que lo había matado por inanición. Mandó a Dobby con el baúl al Ministerio, con una nota firmada con su pseudónimo de mujer, a Amelia Bones para que ella se encargara de su auror, si es que estaba vivo todavía. Obviamente no esperaba respuesta pero había pensado que quizás alguno de los profesores de Hogwarts se habría percatado de la desaparición de uno de los profesores, y habría informado a los alumnos.
Sin embargo, no pareció haber sucedido nada. Quizás porque era fin de semana. Era por eso que se había levantado casi excitado por todo lo que había pasado el sábado y domingo y por lo que pudiera pasar el lunes cuando se iniciaran las clases y todos vieran que Moody había desaparecido. Neville, como no, le esperaba también despierto y totalmente expectante puesto que, junto con Hermione, eran los únicos que sabían la verdad. Bajaron las escaleras casi de 2 en 2, topándose con Hermione saliendo de su dormitorio, y se dirigieron al Gran Comedor.
—¿Qué creéis que habrá pasado? —preguntó en un susurro Neville—. Algo tendrán que decir cuando se den cuenta.
Harry se encogió de hombros. —No tengo ni idea, la verdad.
Se sentaron en la mesa y miraron a la mesa de los profesores. Solo estaban presenten McGonagall, Dumbledore y Flitwick. Harry vio en seguida el labio fruncido de su profesora así como una mueca en el rostro de Flitwick, y supo que se habían dado cuenta. McGonagall parecía estar pensando duramente en algo y sabía que se enterarían esa misma mañana, teniendo en cuenta que algunos tenían Defensa el mismo lunes. Pasó casi una hora, desayunando despacio, hasta que el Gran Comedor se llenó casi en su totalidad. Antes de que pudiera seguir mirando a los profesores, esperando que alguno se alzara para hablarles del tema, llegaron las lechuzas con cartas, paquetes y diarios mágicos. Harry, que tenía una suscripción al Diario Profético y al Quisquilloso, recibió el periódico con dedos sudorosos y la boca seca. Las voces alzadas y los cuchicheos le dieron una pista de lo que iba a encontrar escrito.
—¡Harry! ¡Tienes que leer esto! —le aseguró Hermione, con los ojos como platos mientras escaneaba rápidamente su propio diario.
Abrió su periódico y vio en primera portada una fotografía de lo que parecía ser Azkaban lleno de aurores y personal de St. Mungo y una ristra de cuerpos tapados con sábanas blancas. El título, en grandes letras negras, rezaba "¡Enfermedad desconocida mata a prisioneros en Azkaban!".
—…sanadores y aurores investigan lo que parece ser una enfermedad descontrolada y desconocida que originó en los prisioneros de máxima seguridad en Azkaban —leyó en voz alta sin poder contenerse—. Las sospechas apuntan a que una falta de higiene, una alimentación insuficiente, las condiciones de las celdas y la precaria salud de los condenados han sido los factores detonantes de una enfermedad similar a la gripe mágica. Voces del Wizenmagot piden una posible renovación de las condiciones de Azkaban para impedir otra epidemia…
Acabó de leer el diario y se dio cuenta de que nadie parecía sospechar que fuera una trampa. Los prisioneros de baja seguridad, a los que se permitía ducharse una vez por semana debido a su baja peligrosidad, habían salido más o menos bien parados, solo con 3 bajas. Suponía que esto podía confundir a los investigadores, tal y como había pensado Sirius, dando pie a pensar que las condiciones de los prisioneros eran tan malas que una enfermedad así era capaz de matar a cientos de personas en dos días. Lo peor de todo era que razón para pensarlo no les faltaba. Había hablado con Sirius y realmente era inhumano como trataban a algunos prisioneros, por muy culpables que fueran.
Una respiración ahogada le hizo mirar a Neville, que estaba pálido mientras sujetaba fuertemente su propia copia del periódico. Vio que parecía estar mirando fijamente la siguiente página y se dio cuenta, sobresaltado, que habían publicado la lista de muertos para que los familiares pudieran contactar al Ministerio. Suponía que así se ahorraban trabajo de enviar decenas de cartas, por muy poco ético que le pareciera airear los nombres, aunque todos supieran quienes eran los criminales encarcelados en Azkaban. Comprendió, dando un vistazo rápido, porqué Neville parecía al borde del colapso. Entre los muertos estaban Bellatrix, Rodolphus y Rabastan Lestrange.
Posó su mano en el hombro de su amigo y Hermione le envió una mirada empática. Luna, que se había unido hacía un rato y estaba sentada al lado de Hermione, le entregó un plato de pudding con una sonrisa.
—Felicidades Neville —le dijo como si fuera su cumpleaños, y Hermione le lanzó una mirada estupefacta—. Lo has conseguido.
Harry no sabía si reírse o no así que al final siguió leyendo el diario. Como pensaba la mayoría de páginas eran un recopilatorio de crímenes en los que habían estado envueltos los muertos. Leyendo los diferentes artículos se dio cuenta que, a pesar del sensacionalismo, el Diario Profético no parecía especialmente compungido por las muertes. Suponía, viendo los nombres de los inocentes asesinados con el estómago revuelto, que ser causantes de tanto dolor no hacía simpatizar a mucha gente el hecho de que ahora ellos hubieran muerto también.
Justo cuando la gente empezó a calmarse moderadamente, entró por la puerta Alastor Moody. Hermione, Neville y él lo miraron impactados.
—¡Harry! —se giró como una exhalación Hermione, indicándole con los ojos el mapa que tenía guardado en su bolsillo.
Lo sacó con las manos temblando y lo abrió bajo la mesa. Neville se inclinó para cubrirle con la túnica y él paseó los ojos hasta encontrar el Gran Comedor. Para su sorpresa, y alivio, Alastor Moody era Alastor Moody de verdad. Cerró el mapa con un suspiro y alzó la cabeza.
—Es él.
¿Qué demonios estaba pasando? ¿Pensaban encubrir el hecho de que Moody había sido secuestrado y que un impostor, un mortífago supuestamente muerto, les había dado clases durante casi 5 meses? Miró de reojo a los profesores y vio como Dumbledore actuaba como si nada. Sintió una mezcla de ira, incredulidad y alivio en su fuero interno. Al final se detuvo para pensar si quería enfadarse o no con todo lo que estaba pasando con Crouch y, con otro suspiro de cansancio, se dio cuenta de que realmente le importaba poco. Con Moody en Hogwarts le sería más difícil a los mortífagos infiltrarse de nuevo, ahora que ya estaba prevenido, y, además, sabía que con el paso del tiempo todos sabrían la verdad puesto que pensaba destapar toda la mierda una vez acabara todo.
Una vez acabara todo… Harry se preguntó qué era lo que quería hacer llegado el final pero, para su poca sorpresa, se dio cuenta que no tenía ganas de quedarse allí. Cogió el diario, empujando esos pensamientos, sabedor que tendría tiempo más tarde para plantearse su nueva crisis existencial, y acabó de desayunar.
El día pasó sin más. Un par de veces notó la mirada de Moody en su cogote, pero como ahora no tenía motivos para sospechar de él y ya sabía quién había sido el que puso su nombre en el cáliz, lo dejó correr. Ya se le pasaría, se dijo. Lo que le sorprendió fue que Dumbledore le llamara a su despacho esa tarde. Releyó la nota que le había entregado la profesora Sprout con la contraseña y se encaminó hacia allí despacio, pensativo y algo nervioso, preguntándose qué quería el director cuando apenas había tenido contacto con él este año. Subió las escaleras de caracol y llamó a la puerta un par de veces.
—Adelante.
Harry abrió la puerta y vio que estaban solos. Había, como siempre, una silla delante de la gran mesa del director y preparado sobre la mesa un juego de té junto con un cuenco lleno de caramelos.
—Siéntate Harry —le indicó el director y él se sentó sin mediar palabra, todavía sin saber porqué estaba allí—. Imagino que te preguntarás porqué te he llamado esta tarde a mi despacho. Solo quería saber cómo te iba el curso teniendo en cuenta el Torneo, lo que ha sucedido en Azkaban, la nueva inocencia de tu padrino, entre otras muchas cosas.
Dumbledore le miró por encima de la montura de sus gafas, casi expectante, y él todavía no llegó a comprender qué quería.
Se encogió de hombros. —Me he conformado con no morir en las pruebas del Torneo, siendo sinceros, aunque el juicio de Sirius me dio una alegría. Nadie merece ser inocente y que piensen que eres culpable por algo que hizo otra persona.
—Sí, sí… Tienes razón. Aunque ahora que estás viviendo con tu padrino las barreras mágicas de tu madre se pueden ver resentidas sino las potencias en casa de tu tía, Harry —le informó el director y él se quedó mudo del descaro—. No estaría de más que pasaras allí un par de semanas para mantener la protección que te proporcionó tu madre.
—No pienso pisar la casa de los Dursley ni muerto —le cortó, tajante, que veía por dónde iban los tiros—. ¿Realmente cree que ahora que me he librado de ellos voy a ir a… vivir, si es que se puede decir así, con ellos?
—Son tu familia de sangre, Harry —casi le reprochó suavemente Dumbledore.
—Mi familia está muerta —contestó él, fríamente y mirando de pleno los ojos azules y cansados del director—. Los Dursley no han sido, ni serán, mi familia en todos los años que he vivido bajo su techo. ¿Sabe cuál fue la dirección de mi primera carta de Hogwarts? La alacena bajo la escalera. Allí me tuvieron casi 11 años, muerto de hambre y helado con una manta raída y un colchón de bebé. ¿¡Y CREE QUE PIENSO VOLVER CON ESA ESCORIA COMO SI NADA!?
Su ira era tan grande que no pudo evitar chillar, incrédulo, enfadado, dolido… no sabía cuántas cosas más con Dumbledore. El rostro del director se puso pálido cuando le escuchó decir la dirección, como si no lo supiera. Tomó aire un par de veces y se dio cuenta que había roto accidentalmente algunas cosas en la oficina de Dumbledore con su magia accidental.
—Los Dursley tienen lo que siempre han querido: una vida sin mí. Lo curioso es que en algo estamos de acuerdo —bufó con una risa irónica y enfadada—. Si las barreras que protegen su casa caen… me importa un bledo. Tal y como le dije a Hermione, si son tan inteligentes como dicen ser se marcharán de allí para no volver jamás.
Se hizo un minuto larguísimo de silencio mientras Dumbledore parecía contemplar sus palabras y, a la vez, recuperarse de lo que acababa de escuchar.
—La dirección de las cartas se produce de forma automática —dijo finalmente con voz tremendamente culpable—. No era consciente de que-
—¿De qué? ¿De qué no era consciente? ¿De qué vine a Hogwarts con una ropa 3 veces más grande de lo recomendable para mi estatura? ¿De qué mis gafas estuvieron pegadas con cinta aislante hasta que no supe que existía un hechizo para repararlas? ¿De qué mi altura era prácticamente la menor de todas en comparación con mis amigos y compañeros de curso debido a que intentaban matarme en casa de los Dursley negándose a darme de comer? ¿De qué he pasado todas las vacaciones en Hogwarts para no volver a esa… casa? ¿De qué no se dio cuenta? —preguntó furiosamente él, con voz ahogada de la intensidad de sus sentimientos, incapaz de dejarlo correr ahora que tenía la oportunidad de desfogarse—. ¿Acaso se da cuenta de algo realmente? ¿Acaso no se dio cuenta de Quirrell, o del fraude de Lockhart, o de que Moody realmente no era Moody? ¿¡Es que puede hacer algo bien!? ¿¡Por qué soy yo quién siempre debe pagar por los errores de otros!?
Se tocó el rostro y vio que estaba llorando. Tragó fuertemente con un nudo en la garganta. Todo lo que había reprimido hasta ahora había sobrepasado el límite de lo que podía aguantar. Habían abierto una brecha en su corazón y ahora era incapaz de volver a empujar esos sentimientos de nuevo hacia adentro. No supo cómo sintió los brazos de Sirius rodeándole y con los ojos llenos de lágrimas y sollozando se durmió en algún lugar que no supo reconocer.
7 de Marzo, martes
Se despertó con un dolor de cabeza tremendo, los ojos algo hinchados, aunque extrañamente se sentía más ligero que nunca. Miró el techo de lo que reconoció era su habitación en Grimmauld Place y se quedó acostado durante bastante rato con la mente en blanco, por primera vez en mucho tiempo. Todo lo que quería decir, lo que le comía por dentro, había empezado a salir a la luz. Se había estado guardando sus opiniones y sentimientos durante tanto tiempo… desde la muerte de sus padres, que había sido incapaz de darse cuenta de que lo estaba haciendo porque en la casa de los Dursley era algo normal que se había integrado en su interior: no hablar, no pensar, pasar desapercibido. Ahora que le habían presionado tanto, por tantos lados, había explotado como un globo de agua.
Tuvo que esforzarse para pensar y volver a retomar su vida. Cogió las sábanas y las apartó. El baño que tomó fue el más largo de toda su vida. Cuando por fin bajó las escaleras se encontró con Sirius sentado en la mesa de la cocina, con un plato hechizado de comida caliente, esperándole. Su padrino, la única figura paterna que tenía en su vida, le vio, se alzó y le abrazó. Ni siquiera le dijo que iba a ir todo bien, que las cosas mejorarían o que estaba allí para él. No hizo falta.
—¿Qué te parece si pasamos el día juntos? —le preguntó finalmente, mirándole a los ojos—. Quería llevarte a St. Mungo para que te hicieran un chequeo y quitarte esas gafas, si es que quieres. Luego podemos visitar las tiendas del Callejón e ir al mundo muggle.
Harry asintió y no pudo contener una pequeña sonrisa.
