CAPÍTULO 11: Duro entrenamiento

5 de Junio, miércoles

Harry jadeó mientras se secaba el sudor de la frente con una toalla conjurada. Desde hacía 5 días había vuelto a apretar en su entrenamiento para el torneo, aprendiendo cada día una media de 4 hechizos nuevos, y siguiendo las pautas de ejercicio que Andrómeda le había recomendado. Lo cierto es que las pociones que se había tomado le habían ayudado muchísimo. No solamente había crecido ya unos 12 centímetros sino que también había recuperado peso de forma sana. Ahora parecía más un adolescente normal que un vagabundo hambriento. Junto con su nuevo armario muggle y mágico parecía otra persona.

Más de una chica le había pedido salir el fin de semana a Hogsmeade mientras él las miraba sorprendido y asqueado. ¿Pensaban que después de todo lo que le habían hecho sufrir iba a amargarse la existencia accediendo a salir con ellas? ¡Ja!

—Es normal —rodó los ojos Hermione cuando le contó lo que le había pasado por enésima vez ese día—. Desde que te arreglé el cabello para el baile, te cambiaste esas ridículas gafas, quemaste la ropa del obeso de tu primo y empezaste con el tratamiento no es que parezcas otra persona, es que lo eres.

—¿Y eso me tiene que hacer sentir mejor? —masculló él airado—. ¿No es obvio que no pienso salir con nadie de este maldito castillo que no seáis vosotros y Fred y George? Solo es una cuestión de principios y orgullo propio.

Hermione se encogió de hombros. —Las hormonas no atienden a razones, Harry.

Harry se metió en la piscina de la Sala de los Menesteres y nadó, casi suspirando del placer después de haber estado haciendo flexiones y ejercicios de fuerza. Cada día era lo mismo: clases, tareas de clase en las horas vacías, ejercicio físico, natación y por último entrenamiento mágico. Prácticamente era lo único que hacía desde que empezó el torneo y supo que tendría que participar; a pesar de que el ejercicio físico se lo había recomendado Andrómeda. Solamente llevaba unos meses ejercitándose, pero sentía la mejoría de forma notable. Ya no le temblaban tanto las piernas cuando andaba desde su dormitorio hasta el bosque prohibido o cuando tenía que correr a la siguiente clase ya no perdía el aliento como antes. Se preguntó por qué Hogwarts no tenía ninguna clase de entrenamiento físico si claramente lo que hacía le ayudaba también a practicar la magia. Cada día que pasaba se encontraba más fuerte y sus reservas mágicas eran cada vez más grandes.

—La magia es como un músculo —les había dicho Luna y Neville asintió—. Para algunos es muy difícil hacer los progresos que estás haciendo, Harry, después de todo no tienen ni tendrán nunca el mismo poder que tú.

—¿Pero por qué no se practica más? —insistió él. Por muy poco que mejoraran algunas personas, ¿por qué no hacerlo? —. Tenemos 7 años por delante en Hogwarts, aunque sea poco a poco, una persona cuando se gradúe puede llegar a ser el doble de poderosa de lo que era entrando en Hogwarts.

—Porque a los magos y brujas no les gusta el ejercicio físico —chasqueó la lengua Hermione—. Incluso el deporte del mundo mágico es encima de una escoba donde no se usan las piernas.

Harry negó con la cabeza, incapaz de creer que alguien pudiera ser capaz de mejorar, lo supiera y prefiriera no hacer nada. Aunque… ¿no era eso lo que había estado haciendo él? ¿Prefiriendo coger asignaturas fáciles, pero sin sustento, y haciendo lo mínimo imprescindible para aprobar? Suponía que no podía juzgar a los demás, después de todo. Aun así, esos pensamientos le obligaban a esforzarse el doble. A correr más tiempo, a hacer más flexiones, a levantar más veces las pesas, a nadar más distancia, a aprender más hechizos y a perfeccionar lo que sabía. Por primera vez en su vida sentía que de verdad era un buen mago, y no otro del montón. Incluso cuando acabara el torneo, se dijo, pensaba continuar con su nueva rutina.

Salió de la piscina con el cuerpo casi tembloroso del esfuerzo pero reactivado como nunca antes. Se sentía estupendamente. Minutos más tarde, seco, vestido de nuevo y después de merendar un pequeño festín cortesía de Dobby, empezaron con su nuevo ritual. Cada uno aportó un nuevo hechizo que le había llamado la atención.

—Me gustaría aprender Mutiatus skullus —dijo él nada más empezar—. Supuestamente el hechizo deforma el esqueleto de la víctima causando mutaciones.

Siendo él quien siempre proponía los hechizos más letales nadie se sorprendió. Hermione y Neville parecían algo perturbados pero asintieron.

—Yo me decanto por aprender el hechizo de disparo de flecha —siguió Hermione, levantando el Diario Profético—. Vi que usaban este hechizo en algunos partidos de quidditch y sinceramente parece interesante para que te defiendas en el laberinto.

—Solo lo usan los fanáticos del equipo de quidditch de Flechas de Appleby —les informó Neville, aunque el quidditch realmente no era lo suyo—. A mí me gustaría aprender el hechizo de invisibilidad.

Harry asintió, a pesar de que ya lo usaba continuamente para escapar de las hordas de Hogwarts. Por último, miró a Luna y ella le devolvió una sonrisa.

—A mí me gustaría practicar el maleficio de tempestad.

—¿Maleficio de tempestad? —preguntó Hermione con curiosidad.

—La única vez que fue usado en un duelo, que se sepa, fue en el 1300. Creo que a Harry puede resultarle interesante crear una tormenta con vientos y rayos para atacar en área.

Harry se sorprendió puesto que no lo había pensado. Hasta ahora prácticamente todos los hechizos que sabía eran muy localizados, salvo unos pocos que atacaban en área como Bombarda u otros, pero una tormenta podía ser muy interesante.

Empezaron con el hechizo de Neville puesto que era con el que más experiencia tenían. Leyendo la información que había recopilado Neville le pareció curioso darse cuenta que podía usarlo también en objetos. Lo probó en el arma que le había regalado Sirius y que siempre llevaba encima, aunque en su mochila para no llamar la atención, y comprobó cómo se camuflaba con su mano fácilmente. Deshizo el hechizo mientras pensaba cuándo podría visitar el Callejón Diagón donde seguramente podría comprarse algo para atarse la daga en una pierna. De paso pasaría por Gringotts para revisar la cámara de los Potter que, a pesar de saber que estaba disponible para él, todavía no había visitado. Quizás allí encontraría alguna varita que le hiciera servicio sin que nadie se enterara de que la tenía.

El hechizo de las flechas de Hermione resultó ser un poco más difícil, no por el hecho de crear una flecha, sino porque ninguna de sus flechas era capaz de clavarse en la diana que la sala les había proporcionado. Primero no tenían fuerza y se desplomaban a mitad del camino, luego, cuando supo cómo darle empuje, se dio cuenta de que su puntería dejaba bastante que desear. Aun así, después de practicar unos minutos le cogió el truco y probó atravesando unos muñecos mágicos duros como el metal. Cuando vio cómo era capaz de atravesar a uno con una flecha en la cabeza sintió una sonrisa asomarse en su boca. Se apuntó mentalmente seguir practicando su puntería mientras pasaban al hechizo deformante de esqueleto.

—Es increíble. ¿Cómo lo haces? —preguntó Neville, cuando le vio acertar el hechizo sobre el maniquí a la primera.

—Fácil. Una vez que tienes la maniobra con tu varita y la pronunciación solo tienes que preocuparte en cuánto poder requiere y visualizarlo. Es como Transfiguración —le dijo Harry, que así era como practicaba casi toda la magia—. ¿Por qué no lo pruebas? Imagina antes de lanzar el hechizo como el muñeco se retuerce, piensa en su esqueleto deformándose y encorvándose sobre sí mismo y luego lánzalo.

Neville asintió, cerrando momentáneamente los ojos, y al minuto logró lanzar correctamente el hechizo. Todos le felicitaron, sabedores que Neville tenía un pequeño complejo con su magia, y siguieron practicando.

—No creo que pueda con este maleficio —les dijo Hermione, con el rostro sonrojado del agotamiento—. Este último hechizo ha sido sorprendentemente poderoso.

—No es de extrañar. Parece una mezcla entre un maleficio y transfiguración —pensó en voz alta Luna pero sentada en un sofá—. El único que tiene las reservas para el maleficio de la tempestad es Harry.

Se encogió de hombros y lo probó. Notó como de repente su magia surgió de su interior, dispuesta a realizar el maleficio, pero se dio cuenta que el requerimiento de poder era mucho mayor de lo que se había imaginado. Con razón Luna y Hermione no estaban dispuestas a probar. Aun así, aunque cansado, notó como poco a poco empezaba a ennegrecerse el techo y empezaron a caer gotas enormes que se convirtieron de repente en un torrente de agua que lo dejó todo chorreando. Las nubes negras y grises centellearon con rayos y relámpagos y todos dieron un grito cuando un rayo cayó prácticamente a sus pies. Desvaneció lo más rápido que pudo la tormenta, dándose cuenta que necesitaría mucha más práctica de lo habitual, y se dejó caer en el sofá.

8 de Junio, sábado

Tanto Sirius como Harry se encontraban bajo varios hechizos con tal de pasar desapercibidos en el Callejón Diagón. El paseo hasta Gringotts fue corto ya que no se pararon en ninguna tienda. La llave que llevaba colgando del cuello desde hacía meses le sirvió para entrar en su cámara del banco, una que todavía no había pisado. El viaje en el vagón fue rápido pero comprobó lo profundo que estaba la cámara cuando se cruzado con una cascada dentro del propio banco. Incrédulo, escuchó como el duende les informaba de que las aguas mágicas de la cascada eran una de las tantas barreras mágicas contra ladrones.

—Nadie puede cruzar estas aguas sin que se desvelen sus secretos —les dijo maliciosamente.

Y, aunque no pensaba robar el banco, lo anotó mentalmente. Cuando llegaron a la cámara de los Potter, Sirius y el duende esperaron afuera mientras él se adentraba en la cámara que había pertenecido a su familia desde hacía siglos. Con el estómago dando saltos y la garganta echa un nudo, contempló en el marco de la puerta de piedra la inmensidad de la cámara. Vio una pared entera llena de libros y pergaminos, cuadros envueltos en sábanas de lino, un montón de baúles de todo tipo de tamaños y colores, ropa colgando de varios armarios y percheros, cubertería y copas, maletines con documentos, contratos y demás y, a lo lejos, vio el reflejo dorado de la fortuna de los Potter. Se quedó allí parado, con los ojos llorosos, pensando que seguramente su padre había pisado esa misma losa de piedra bajo sus pies. Tuvo que obligarse a andar, aunque fuera un paso, en lugar de quedarse allí parado con el corazón roto.

Entonces escuchó movimiento y sacó su varita de golpe. —¿Quién anda ahí?

—¡Sácame esto de encima, quieres! —dijo una voz a la altura de sus rodillas y Harry sintió su mandíbula desencajarse.

Comprendió que era un retrato y no un cuadro lo que estaban tapando las telas de lino. Rápidamente guardó su varita y retiró la sábana. Se quedó parado mirando al hombre adulto, de unos 40 o 50 años, quién sabía realmente, al que se parecía tremendamente. Tenía el mismo cabello, aunque el suyo era más bien castaño en lugar del cabello negro que Harry había heredado de su padre, y tenía los ojos color avellana tras unas gafas rectangulares sin montura.

—No eres James —se dijo el retrato para él mismo—. ¿Dónde está mi hijo?

—James era mi padre.

Harry se derrumbó ante el retrato de su abuelo, suprimiendo las lágrimas de alegría y de tristeza. El retrato pareció dejarle recomponerse en silencio. Quizás también comprendiendo que su hijo estaba muerto. Al final, fue su abuelo el que volvió a hablar.

—¿Por qué no nos hemos visto antes? —preguntó y luego se lo pensó mejor—. ¿Cómo te llamas, hijo?

—Mi nombre es Harry. Harry Potter —sonrió él como pocas veces antes—. Tú debes de ser mi abuelo.

—Así es. Charlus Potter. Encantado de conocerte —le sonrió Charlus, su abuelo.

—¿No sabrás por casualidad si hay alguna varita disponible en la cámara, no?

—Obviamente que sí. Todas las varitas de nuestros ancestros han sido guardadas aquí —le informó alegremente—. Es práctica en casi todas las familias guardar las varitas y dejarlas como segunda opción a los descendientes. Hay tantas que alguna seguramente te servirá. Tienen que estar en un baúl grande y de color caoba con asas de color cobre.

Harry buscó a su alrededor y vio el baúl del que hablaba. Parecía un baúl de joyería, pero cuando lo abrió vio que su interior era más grande de lo que aparentaba y estaba modificado para guardar cientos de varitas en cojines individuales de terciopelo azul. Abrió un cajón cualquiera y se sentó al ver la cantidad de varitas.

—Espero que no me lleve mucho tiempo —musitó para sí mismo viendo la cantidad de varitas.

—¿Por qué no buscas algo parecido a lo que tienes? ¿De qué está hecha tu varita?

—Acebo y pluma de fénix.

Se hizo un silencio y Harry miró por encima de su hombro como su abuelo le contemplaba con una ceja alzada.

—Interesante… Creo que no hay ninguna otra varita con pluma de fénix pero seguramente sí que habrá algunas de acebo. Por suerte para ti, las varitas están ordenadas según el material del que están hechas y etiquetadas, además.

Harry se fijó y vio que estaba en lo cierto. La primera varita que vio tenía una etiqueta que rezaba "Nogal, cabello de unicornio. 12 pulgadas. Perteneciente a William Potter". Cerró el cajón y abrió el primero. Vio que había exactamente 5 varitas de acebo así que las probó todas pero ninguna le dio resultados. Deprimido se preguntó por qué no notaba la misma conexión teniendo él una varita de la misma madera. Entonces se acordó de las palabras de Ollivander. Con el corazón desbocado abrió unos cajones más abajo en busca de las varitas de sauce. Miró las etiquetas y no pudo contener las lágrimas cuando leyó la inscripción.

—Sauce, cabello de unicornio. 11 pulgadas. Perteneciente a Lily Potter.

Cogió la varita con las manos temblorosas y cerró los ojos cuando sintió la conexión. No era tan fuerte como la que sintió con su propia varita pero era igualmente especial, diferente. Era como tomarle la mano a su madre, como si una pequeña parte de ella viviera en la madera y en el cabello de unicornio que contenía.

—Era una buena bruja, Lily. Era inteligente, talentosa y carismática, y poca gente tenía el don para los encantamientos que tenía ella con tan solo 17 años. Sobre todo, era buena persona.

—Se sacrificó para salvarme —susurró él con la voz ahogada—. A pesar de que pudo apartarse no lo hizo. Murió suplicándole que la matara a ella, en lugar de a mí.

Se puso de pie, secándose las lágrimas con una manga, y se guardó la varita con el máximo cuidado en la caja, metiéndosela en la mochila hechizada que llevaba siempre consigo.

—Harry, llévame contigo —le pidió su abuelo—. Creo que tenemos muchas cosas de las que hablar.

Asintió y cogió el retrato. No cogió dinero puesto que tenía un monedero conectado a su cámara. En cuanto salió Sirius vio su rostro, el cuadro y no dijo nada mientras lo empequeñecía y lo guardaba. Mientras compraba una segunda funda para la varita de su madre y una funda tobillera para la daga que le regaló Sirius pensó en cómo era posible que hubiera estado allí el retrato tanto tiempo y él no se hubiera enterado. ¿Habría cambiado algo tener la ayuda de su abuelo, aunque muerto?

Ya en Grimmauld Place colgó el cuadro en una habitación lejos de los otros retratos y Sirius le contó con pelos y señales todo lo que había pasado todos esos años. El rostro de su abuelo cada vez estaba más sombrío si cabe, una mezcla de preocupación, resentimiento y agonía por no haber estado allí que no desaparecía por mucho que Harry le recordara que llevaba muerto tiempo antes incluso de su concepción.

—Necesito meditar todo esto y aclarar mis ideas —le pidió y él asintió. Era lo menos que podía hacer después de los casi 15 años de mierda que le habían dejado caer encima.

Bajaron a comer, donde les esperaba Remus ya sentado en la mesa.

—Veo que ha sido una búsqueda fructuosa —le felicitó, señalando su otra varita—. Tendrás que practicar con ella y hacerte una idea de sus límites.

—Ya me lo imaginaba. A pesar de todo ahora me siento mucho más protegido que antes.

—Normal. Aunque la práctica se está perdiendo no era difícil encontrar hace 20 años a gente con 2 varitas en lugar de una —le recordó Sirius—. Quién sabe, quizás te salve el pellejo en algún momento.

—Cambiando de tema. En vista de las pruebas que hemos aportado el juicio contra los Dursley será definitivamente este verano —le informó Remus. Le dio un vuelco el corazón al escucharlo—. Para ser exactos el 19 de Julio.

—¿Tan pronto?

—Me temo que las pruebas son irrefutables —sonrió maliciosamente Sirius—. No solamente tenemos los informes de Andrómeda sino también fotografías de la casa de los Dursley y también encontramos un hechizo para hacer fotografías de memorias.

—Así que para eso eran las memorias que me pedisteis.

—Sí. Aunque fuera un mal trago para ti ahora es imposible que se escapen de esta.

—Por cierto, te alegrará saber que han despedido a Vernon Dursley y que Petunia ahora es la comidilla del barrio. Por no hablar de que a Dudley le han expulsado del colegio —le dijo Sirius, sonriente como si él no tuviera nada que ver—. Me temo que el periódico local va a tener mucha cosa sobre la que publicar este verano. Ni siquiera pueden salir de casa sin que nadie los mire mal o se nieguen a venderles comida. ¿Glorioso, no?

Remus le miró exasperado. —Por si no te haces la idea, ha comprado el periódico como si nada.

Sirius se encogió de hombros y Harry pensó que, si la fortuna de los Black era como la de los Potter, para su padrino comprar un periodo local muggle debía ser tirar calderilla.

13 de Junio, jueves

Harry leyó, una vez hubo silenciado la voz de Binns, las notas de Percy. Podría tener cualidades irritantes pero era un gran académico, no podía negarlo. Historia era mucho más fácil si se ponía en orden cronológico con fechas y datos concretos en lugar de enseñarse como una novela leída por un fantasma que bien podría ser la voz de un contestador automático. Cuando acabó la clase Hermione le pegó un codazo y él recogió sus cosas. Salieron de prisa para irse a comer y tener más tiempo para hacer sus deberes y entrenar esa tarde. Si bien no tenía que hacer exámenes sí que evaluarían el curso a partir de los trabajos que hiciera cada semana, aunque era preferible que tener que hincar codos teniendo el torneo a la vuelta de la esquina.

Solo quedaban 10 días y todavía no tenía un plan sólido para no morir en el intento. Lo que habían pensado era volver a usar el hechizo de invocación pero en lugar de usarlo sobre la copa, emplearlo con su escoba. Si podía sobre volar el laberinto sabría donde estaba la copa y sería muy fácil llegar a ella. Es más, tendría visión de los otros competidores y podría deshacerse de ellos desde el aire. La cuestión era qué hacer si no podía invocar su escoba o, si de alguna forma, el laberinto se protegía cambiando de forma para intentar que no llegara al centro desde el aire. Si eso no surgía efecto Neville había tenido la idea de usar hechizos de jardín para abrir un boquete en línea recta, después de todo el laberinto era circular, pero tampoco sabía si funcionaría y, de funcionar, eso no impedía que se topara con los obstáculos del torneo o con los demás campeones.

Por no hablar del hecho de que estaba seguro que no estarían solos allí adentro. Si había un buen momento para volver a secuestrarlo era mientras nadie pudiera verlos allí metidos.

—También podrías cavar un túnel bajo tierra —se encogió de hombros Neville—. Quizás eso te permita escapar de los peligros que hay en el laberinto.

—No sé si es una buena idea —empezó Hermione—. Si alguien encuentra la boca del túnel pueden usarla también como entrada, ya sea una criatura o un competidor del torneo. Por no hablar que allí adentro Harry estaría totalmente encerrado si alguien decide inundar el túnel o algo peor.

Neville palideció. —Quizás no sea buen plan, después de todo.

—Me lo apuntaré por si acaso —les dijo Harry, que estaba apuntándose las ideas para buscar luego los hechizos necesarios para llevarlos a cabo—. También había pensado en incendiar el laberinto, no todo obviamente, sino hacer un pasillo como los encantamientos de herbología.

—Seguramente estarán hechizados contra el fuego —contestó Neville—. Normalmente se usan ese tipo de hechizos en jardines mágicos.

—¿Y por qué no intentas aparecer donde la copa? —preguntó Luna—. También podrías usar un traslador.

—No puede aparecerse sin saber la ubicación —le dijo Hermione—, por no hablar de que Harry no sabe aparecerse y los trasladores requieren una serie de coordenadas, y tampoco sabemos si el laberinto tendrá o no barreras contra trasladores.

Pero Harry había tenido una idea. —¿Sabéis? Me habéis dado una idea.

Hermione, Neville y Luna le miraron, bueno, más bien Hermione y Neville, con un deje de preocupación al ver su sonrisa de lunático. Luna simplemente sonrió de forma enigmática y miró al techo.

—Esto es lo que haré…

20 de Junio, jueves

Se midió como cada día desde que había iniciado su tratamiento. Era raro darse cuenta de que las pociones funcionaban mejor que cualquier medicina muggle que pudiera haberse tomado. A pesar de la lentitud de su recuperación, era más que obvio que su etapa de malnutrición a manos de los Dursley estaba quedando más y más lejos cada día que pasaba. Miró sus nuevos músculos, aunque recientes estaban apareciendo cada vez más marcados, y vio como su piel estaba cada vez más libre de cicatrices; ahora ya solo quedaban la cicatriz de su frente y un borde casi imperceptible del colmillo de basilisco. Sintió el peso ahora habitual de sus dos varitas enfundadas, la de su madre en el brazo izquierdo hechizada permanentemente, así como la daga también invisible en su tobillo derecho.

Quedaban a penas unos días para el final del torneo. Estaba más preparado que nunca. Su arsenal de hechizos, encantamientos, maldiciones, maleficios, transfiguraciones era muy superior al de sus compañeros de curso y, sinceramente, que muchos de los alumnos de último curso. Si algo le habían enseñado sus aventuras, y su nueva determinación por salir ileso ese último año, había sido que no había conocimiento de más. Todo era imprescindible para su supervivencia. Sabía cuan rápido podían cambiar las situaciones bajo amenaza de muerte.

Era por eso que el examen de Historia que había hecho esa misma mañana, y el de Estudios Muggles que hizo ayer tanto los TIMO como los EXTASIS que Sirius había programado y pagado en su nombre en el Ministerio, le habían casi sorprendido de lo fáciles que le habían resultado. Aunque claro, llevaba meses preparándose para ellos. Quizás Hermione estaba en lo cierto con eso de estudiar por adelantado… Al final acabó apuntando su nombre también en las listas de exámenes de Encantamientos, y Adivinación, sintiéndose preparado para ello en el último momento. Su plan inicial había sido presentarse de Cuidado de Criaturas Mágicas pero siendo honestos no había estudiado nada de esa asignatura en comparación con los estudios maratonianos que estaba haciendo, para no morir en el torneo, de otras clases.

Oficialmente había acabado sus exámenes. Unos 4 días más y sería libre, se dijo. Aprovechó esos días que no tenían clase, ni tenía nada más que estudiar y examinarse, para dar un último esfuerzo. Volvió a coger el libro de defensa y empezó a practicar. Así le encontraron horas más tarde sus amigos, empapado de sudor pero con una amplia sonrisa.

—Es hora de cenar, Harry —le dijo Hermione con un suspiro.

—Voy —jadeó él y con su varita se limpió el sudor, mugre y quizás algo de sangre.

Bajaron las escaleras charlando un poco de todo. Sabía que Hermione intentaba distraerle cuanto podía pero el hecho de que el torneo estuviera a menos de una semana de ponerse en marcha de nuevo era acongojante. A pesar de sus múltiples planes sabía que muchas cosas podían ir mal. No solamente había muchas personas residiendo el castillo a los cuales no les caía en gracia y pensaban que era un tramposo sino que también había gente que ni conocía de otros países, uno de ellos encima era un mortífago dejado en libertad gracias a que vendió a compañeros suyos a cambio de irse de rositas. Por no hablar de que el laberinto parecía no tener ninguna protección, ni aurores patrullaban el recinto ni había nada que impidiera a los alumnos, profesores o cualquiera que pasara por allí entrara o se acercara a la estructura.

Por si fuera poco todo eso, quedaba el hecho de que no sabía exactamente qué podría haber allí adentro o si podría llevar a cabo sus planes ya que dependían de que no hubiera barreras mágicas contra trasladores.

—¿Qué tal han ido los exámenes? —preguntó Neville.

—Bastante bien. He estado un rato pensando si he escrito bien una de las traducciones en Runas Antiguas pero creo que lo he puesto bien —contestó Hermione, preocupada como siempre por algo minúsculo.

—A mí también me han ido bien —se encogió de hombros—. Me sorprendería suspender pero si sucede puedo repetirlo en el Ministerio así que no pierdo nada por intentarlo.

—Por no hablar de que solo te has examinado de 4 asignaturas, la mitad de las cuales tienen un pésimo temario —masculló Hermione, pensando claramente en Adivinación y en el desfasado currículo de Estudios Muggle.

—Cierto. Sinceramente, con las notas de Percy Historia se me ha hecho mucho menos cuesta arriba en comparación con los otros años —dijo él, echándose puré al plato—. Si luego saco una buena nota podré restregártelo por la cara, ya lo sabes.

Hermione le lanzó una mirada irritada pero no dijo nada.

—Si sacas una buena nota, ¿podrías dejarme esos apuntes para el año que viene? —preguntó Neville evitando la mirada de Hermione, algo incómodo—. No es por nada, pero me pierdo con Binns.

Hermione volvió a mascullar por lo bajo pero empezó a comer. Harry le envió una sonrisa, asintiendo, sin que Hermione se diera cuenta y Neville pareció aliviado. No era de extrañar ya que casi nadie sacaba buena nota con Binns a no ser que usaran apuntes de gente estudiosa, normalmente Ravenclaws de años antes. Ahora que ya sabía el truco de muchos Ravenclaw, y otros alumnos astutos, le era mucho más fácil estudiar si podía comprar apuntes de gente que tenía la certeza que había sacado buena nota en los exámenes. Así es como estudió Encantamientos, usando los resúmenes de otra gente. Si era posible, ¿por qué más gente no lo hacía? Hermione lo sabía, pero estaba emperrada en tomar sus propias notas y seguir su orden, como si estudiar de las notas de otro fuera hacer trampa o vergonzoso. No lo entendía.

Esa misma noche le llamó Sirius de improvisto. —¿Ha pasado algo?

La voz de Remus sonó lejos. —No te preocupes, es solo Sirius demasiado excitado, como siempre.

—No te lo vas a creer —rió Sirius, ignorando a Remus, con una amplia sonrisa—. Al parecer alguien ha robado todos los perros de Marge Dursley.

Harry le miró fijamente, sabedor que había sido el propio Sirius, pero no dijo nada. Sirius estaba irónicamente emperrado en hacerles las vidas imposibles a todos aquellos apellidados Dursley. Primero había sido el empleo de Vernon, luego el periódico local que compraban todas las marujas del barrio, la escuela de Dudley, las escoltas con esposas de los Dursley de vuelta a Privet Drive luego de intentar fugarse, y ahora al parecer le tocaba a Marge Dursley. Realmente esos perros estarían mejor viviendo en la calle así que se encogió de hombros.

—Y eso no es todo —siguió su padrino, como si uno de los objetivos de su vida no fuera arruinar la vida de una familia entera—. Al parecer alguien ha entrado a robar en número 4 y prácticamente han desvalijado todo.

Harry sintió su labio contraerse en un tic y pronto estuvo aguantando la risa al pensar en los gritos de su tía, la pataleta de Dudley y el rostro violeta de Vernon cuando se dieran cuenta que se habían llevado todo salvo un par de cubiertos y la escobilla del baño. En cuanto se lo imaginó no pudo contener las carcajadas y pronto estaba estirado sobre su cama, intentando no romperse una costilla de la risa. Si había algo que despejaba su anterior apatía era reírse del sufrimiento de los Dursley, que bien merecido lo tenían. Solamente pensar en que sus vidas sociales, escolares y laborales estaban destruidas era maravilloso, pero saber que seguramente irían a la cárcel durante un tiempo y que tendrían que pagarle una indemnización, si la justicia era justa, por hacer abusado de un menor… Eso no tenía precio. Si a eso le sumaba el hecho de que ni siquiera estando en su casa, donde había sufrido dicho maltrato, podrían estar tranquilos… Eso sí que era demasiado para su compostura.

—Me dicen por ahí que al parecer no tienen casi dinero en la cuenta —siguió Sirius cuando se recuperó de su ataque de risa—. Solo lo suficiente como para sobrevivir hasta finales de Junio. Curioso, ¿verdad?

—Seguramente tengan que vender lo poco que les ha quedado —dijo con algo de malicia Remus, apareciendo en el espejo—. Como el coche, las consolas, o las horteras joyas de tu tía que, curiosamente, no han podido encontrar los ladrones.

Harry no pudo contener la amplia sonrisa al darse cuenta de porqué no habían destruido el coche o robado las joyas o las consolas de su primo. Eran los objetos más preciados de los Dursley. Si Sirius había hecho todo lo posible para negarles una entrada de ingresos estaba claro que tarde o temprano tendrían que vender algo para seguir a flote. Empezó a reír de nuevo al darse cuenta de la cara que pondrían los Dursley cuando se dieran cuenta que lo único que podían vender, ya que era lo único que les quedaba de valor, era aquello de lo que no querían deshacerse. Lo más irrisorio era saber que tarde o temprano lo venderían porque ninguno de ellos estaba preparado, o quería, verse en la calle. Entonces se dio cuenta de algo.

—Quiero que compres en mi nombre las tierras donde vive Marge Dursley —le dijo Harry con una sonrisa cruel—. Cómpralas a mi nombre y luego derriba su casa y todo lo que tenga Marge Dursley en mi propiedad.

Sirius le miró un segundo y asintió con una sonrisa idéntica en los labios. —Así lo haré.

Acabaron hablando de banalidades para amenizar un poco la noche pero Harry seguía pensando en cómo sus tíos intentarían mudarse a casa de Marge Dursley antes que desprenderse de lo último de valor que tenían. Lo gracioso iba a ser cuando se dieran cuenta de que ninguno de los 4 tenía un lugar donde caerse muerto a no ser que vendieran aquello que querían y trabajaran todos, como él había hecho durante años bajo su techo, si querían seguir viviendo en Privet Drive. Solo quería que llegara el día en que pudiera mirarlos a la cara y ver sus expresiones cuando se enteraran que él había sido el que estaba detrás de toda su mala fortuna estos últimos meses. Una vez estuvieran en la cárcel tendría tiempo para ver cómo podía destruir número 4 sin que cobraran nada del seguro.

Se durmió con una sonrisa genuina y el sentimiento de la dulce venganza llenándole y dejando de lado su depresión.

24 de Junio, lunes

Harry respiró profundamente con los ojos cerrados. Escuchaba de fondo el bullicio de los alumnos, profesores y demás invitados como si se encontraran tras una cortina de agua. La Oclumancia que le había empezado a enseñar Sirius esas últimas semanas resultaba muy útil en momentos estresantes a pesar de que solo fuera un principiante en las artes mentales. Ser capaz de encapsular los sentimientos negativos, aunque fuera momentáneamente, y de ordenar su mente era muy interesante. Lo mejor de todo había sido darse cuenta de que con la Oclumancia sería capaz de defender su mente de ataques mentales, algo que hasta la fecha no sabía que existía.

Abrió los ojos, mucho más sereno, y contempló el trabajo intenso de días. Una vez más, solo podía llevarse consigo su varita de acebo y pluma de fénix pero eso era fácilmente remediable con un hechizo de invocación así que había decidido comprar una bolsa nueva donde guardar su daga, la varita de su madre y todo lo que necesitara para la prueba, y para la posible confrontación con Voldemort, que pudiera ser fácilmente invocable y que llevara consigo Hermione en el público.

—Están aquí Sirius y Remus, Harry —le informó Hermione, en el marco de la puerta—. Los he visto con el mapa.

Harry asintió. Sirius le había dicho que las familias podían visitar a los participantes del torneo un rato antes de la prueba. Tomó el mapa que le entregaba Hermione y dio una pasada rápida. Vio a Fleur en el Gran Comedor y a Krum entrar en el castillo por la puerta principal. No vio a Cedric por ningún lado pero tampoco vio a sus múltiples amigos así que imaginó que estaría con ellos en algún rincón de los terrenos de Hogwarts., como solían hacer. Vio a los profesores, incluido Hagrid, en el comedor ya sentados y supo que no podía evitarlo más. Cenaría, vería a su familia y luego empezaría el torneo.

Bajó las escaleras, le pasó su mochila a Hermione y ambos se dirigieron al comedor donde les esperaba Neville y Luna en la puerta. Nada más entrar vio a Cedric aparecer seguido de su séquito. Parecía radiante de poder probarse esa misma noche. Cómo si Harry fuera a dejar que se alzara campeón. Harry le ignoró buscando a Sirius y a Remus. Los encontró fácilmente ya que con su nueva altura sacaba una cabeza a mucha gente.

—¡Harry! —le llamó Sirius cuando le vio—. No me puedo creer que sea este el momento final.

Remus posó una mano en su hombro, apretándoselo en señal de apoyo y él asintió.

—Ni yo… solo quiero que esto acabe —dijo él, exhausto—. Preferiblemente para bien.

Se hizo un momentáneo silencio angustiado, pero pasó cuando escucharon a las demás familias reunirse felizmente con sus hijos. Harry casi se compadeció de ellos al saber lo que posiblemente pasaría allí adentro. Estuvieron hablando un poco de todo, casi obviando el torneo, hasta que llegó el momento de despedirse. Sirius le abrazó primero y luego Remus. Harry se dirigió hacia el comedor dispuesto a cenar algo antes de competir. Mientras se echaba comida con una mano, la otra tocó el vial de poción que Sirius le había pasado disimuladamente. Suprimió una sonrisa triunfal al darse cuenta de que posiblemente podría zafarse de morir esa noche.