CAPÍTULO 14: Para bien y para mal

31 de Julio, jueves

Harry no había parado de sonreír desde que se enteró, casi de improvisto, que los Dursley habían sido condenados finalmente. Vernon había recibido una pena de 10 años de prisión mientras que su tía había recibido 12 años, siendo ella con quien Harry tenía más contacto en número 4. Incluso Marge había sido juzgada, para su sorpresa, e iba a pasar un par de años en prisión. En consecuencia, la custodia de Dudley había sido trasladada al Estado y al final, como era menor de edad y no podía ir a prisión, había terminado internado en San Brutus Centro de Seguridad para Criminales Incurables hasta que cumpliera su mayoría de edad dentro de 3 años. Harry se había partido de risa, llorando y carcajeándose como nunca antes, cuando se dio cuenta de que en lugar de acabar él en el internado como habían amenazado sus tíos, había sido Dudley el que no volvería a pisar la calle durante años. La ironía era tan grande que no podía soportarlo, sobre todo cuando pensaba en los rostros de los Dursley cuando se enteraron, momento que el equipo de seguridad de Sirius había fotografiado.

Sirius había finiquitado el asunto con un artículo en el periodicucho local que dejó claro a todos los vecinos de Privet Drive la clase de personas que eran los Dursley.

—Ni te imaginas las muecas de indignación de los vecinos —le comentó su padrino, que había recibido un último reporte de su equipo de seguridad—. Al parecer no pueden creer que hubieran estado juntándose durante años con, como dijeron, "una familia de criminales con aires de grandeza".

Harry se encogió de hombros. —No es que Petunia inspirara mucho cariño pero me da placer pensar en las caras de los idiotas de los vecinos ahora que todos saben la verdad.

Harry pensó que era el mejor aniversario de su vida. No solamente había metido a los Dursley entre rejas, literalmente, cosa que significaba que nunca volvería a pisar Privet Drive, y por fin había cumplido los dichosos 15 años que le permitirían presentar a su apoderado en el Wizenmagot. Para colmo estaba muy cerca de deshacerse de Voldemort y pronto tendría su segunda nacionalidad, si no pasaba nada extraño mientras.

—Ahora es el momento perfecto para hacer todo el papeleo —le había dicho su abuelo una tarde—. Con Amelia sacando a la luz toda la mierda de los inútiles del Wizenmagot el Ministerio estará demasiado ocupado intentando resolver la situación como para estar pendientes de un adolescente en sus vacaciones.

Sirius asintió con una sonrisa pícara. —Justamente eso me dijo el equipo de abogados. Están intentando mover todos los hilos posibles para acabar antes de Setiembre.

Harry sabía que una vez volviera a Hogwarts volvería a estar en el punto de mira de mucha gente así que sentía una angustia, que le retorcía el estómago de los nervios, cuando pensaba que podían negarle salir del país. El mero hecho de imaginar que podían encerrarle en Reino Unido hacía que se le quitara el apetito y le temblaran las manos. Si eso sucedía significaba que tendría que vivir en la clandestinidad cuando, irremediablemente, se marchara del país de forma ilegal puesto que, pasara lo que pasara, no quería tener que lidiar con Voldemort y sus mortífagos él solo.

El día de su cumpleaños su familia y amigos intentaron animarle cuando le vieron un poco decaído, a pesar de que solo unos pocos sabían que pensaba irse y que eso era lo que realmente le preocupaba.

—Ya verás como apruebas tus exámenes Harry —le animó Hermione—. Debo confesarte que al principio no las tenía todas conmigo pero estoy orgullosa de ti. Se nota que has hecho un gran esfuerzo.

Las palabras de Hermione, que era su amiga más crítica, le levantaron el ánimo de forma sorprendente. Luna le miró por encima del diario que estaba leyendo con Neville pero no dijo nada. Harry presentía que Luna sabía que su preocupación no eran principalmente sus estudios.

—¿Habéis visto esto? —preguntó molesto e indignado Neville.

Le dio la vuelta al diario y les mostró una noticia. Era un artículo donde básicamente se hablaba de endurecer las leyes contra hombres lobo, vampiros y otras criaturas mágicas de naturaleza oscura. En la foto salía una mujer con un traje de dos piezas y el cabello corto perfectamente acicalado. Lo que más odió de aquella foto era la ligera sonrisa de satisfacción que se asomaba en las comisuras de quien parecía ser una tal Dolores Umbridge que, juntamente con su rostro y su postura, le daban ganas de darle un puñetazo en la nariz de la irritación.

—¿Quién es ella? —preguntó Harry, que apenas quería saber del Ministerio y no la reconoció.

—Es Dolores Umbridge, vicesecretaria del Ministro de Magia —contestó Hermione, que ya se había leído el diario antes—. Tenéis que leer su entrevista, es patética y ridículamente intolerante.

—Según mi abuela Umbridge siempre ha sido una fanática —le dijo Neville sacudiendo la cabeza todavía de la incredulidad—. Está en contra de las criaturas mágicas, de los nacidos de muggles, de los muggles, de los cambios en el currículo de Hogwarts, del Quidditch, de-

—Me hago una idea —cortó Harry cuando se dio cuenta de qué tipo de persona estaba hablando Neville.

Siguieron hablando de más cosas pero Harry se guardó el diario. Esa noche, cuando se acabó su celebración de cumpleaños y sus amigos dormían en sus cuartos de invitados, sacó el diario de nuevo y leyó bajo la luz de la lámpara mágica.

…Estoy segura de que no soy la única, y hablo en nombre del Ministerio, que piensa que la seguridad de nuestros ciudadanos es muy importante así que debemos actuar contra aquellos que, por naturaleza, siembran el caos y la enfermedad. Las leyes que pretendemos modificar no buscan la condena de un colectivo, sino la seguridad de todos.

Harry tiró el diario encima del escritorio, harto de tantas sandeces. Sabía, sin tener que leer explícitamente de quién hablaba, qué quería decir. Umbridge era de esa clase de personas, como los Dursley. Si algo o alguien se encontraba fuera de lo que consideraban normal o bueno, era automáticamente malo, y por lo visto Umbridge no era una pro-hombres lobo. Se anotó mentalmente hablar con su apoderado para que votara en contra de Dolores Umbridge porque, de lo contrario, no quería imaginar cómo sería vivir en Reino Unido para Remus.

6 de Agosto, miércoles

Harry se despertó casi arrastrándose de la cama. Llevaba días entrenando duelo con sus padrinos y estudiando con sus amigos que, salvo Hermione, le visitaban casi a diario. Además, seguía recortando información de los periódicos para seguir la pista, a veces sin mucho éxito, a Voldemort. Así es como se dio cuenta de lo que había pasado por alto. Había estado tan enfocado con su enemigo que no se había dado percatado de que el Ministerio llevaba semanas difamando a algunos colectivos con la esperanza de ganar soporte en el Wizenmagot para modificar algunas leyes. Por suerte, según le contaba Wilas, el hecho de que su voto fuera en contra de Umbridge había movido a bastante gente a cambiar el voto ya fuera en contra o en blanco. En cuanto lo supieron suspiraron aliviados, Remus más que ninguno.

—¡HARRY! —le gritó su padrino y él se levantó de golpe del sofá.

Sirius apareció con una enorme sonrisa y un papel en la mano. Detrás de él se asomaron Remus, también sonriente, y su abogado. Entonces lo comprendió.

—¿¡Lo hemos logrado!? —preguntó estupefacto y casi vibrante de la alegría.

Cogió los papeles que tenía en mano su padrino y, aunque casi veía las letras borrosas de la emoción, comprendió que en su mano tenía un billete de huida. De repente sintió como si se hubiera liberado de un peso que no sabía ni que cargaba de forma constante, como si por fin pudiera respirar sin que le apretaran las costillas con un par de tenazas de acero. Se sentó sin poder tenerse en pie y cuando volvió en sí vio a su padrino y a Remus celebrándolo con un par de copas de vino.

—No me lo puedo creer —dijo, por último.

—Sinceramente, Harry… durante un momento yo tampoco —le abrazó los hombros Remus.

Entendía por qué Remus había podido pensar que no iban a lograrlo, después de todo, el mundo mágico no era un buen lugar para los hombres lobo. Después de tantos años, incluso alguien como Remus perdía la esperanza de vez en cuando. Aun así, el destino le había dado un respiro, aunque suponía que era lo menos que podía pedir después de tantos años de mierda seguidos.

—Será mejor que no le digas a nadie de esto —le recomendó su abuelo, cuando se lo contaron—. No queremos que salga a la luz antes de que puedas irte. Ahora mismo estás pisando suelo frágil, ¿sabes? Puede que no crean que Voldemort, o alguno de sus matones, esté vivo y armando el caos pero cuando la verdad les dé en las narices ya sabes a quién van a dirigirse.

Harry asintió, con la mandíbula apretada sin poderlo evitar. Todo el tema de Voldemort, Cedric y el torneo era todavía un circo mediático. Si bien era cierto que el público sabía que lo de Cedric no era culpa suya, el hecho de que un mortífago hubiera hecho daño colateralmente a Diggory solo por hacerle daño a Harry era algo que no toleraban algunos. Creían que lo de Cedric era, de forma indirecta, culpa suya. Harry, al leer los sutiles comentarios que Sirius y Remus se dedicaban a destrozar de los diarios, rizó los labios del asco, una vez más reafirmando su idea de que pensaba dejarlos a todos a su suerte en cuanto destruyera a Voldemort.

—Será mejor que contratemos un tutor para que aprendas francés —le dijo Sirius esa tarde—. Sería una desgracia que tuvieras una nacionalidad sin saber ni siquiera el idioma oficial del país.

—Quizás cuando acabe con mis exámenes de Hogwarts —bufó Harry.

—¿Te sientes preparado o quieres que repasemos más a menudo? —preguntó Remus, como siempre el más académico de la casa.

—Nah. Voy bien. El hecho de tener todo el día libre, libros, el retrato del abuelo y poder practicar es más que suficiente.

Lo cierto era que cualquier cosa era un adelanto en comparación con los Dursely. El hecho de que ahora tenía una familia que le apoyaba y creía en él era lo único que necesitaba para mejorar. Ahora que tenía a alguien a quien podía decepcionar casi sentía miedo de hacerlo sino se esforzaba al máximo. Esa era una de las razones principales, ahora mismo, que le hacían seguir el horario de Hermione a raja tabla. Eso y, por primera vez, estar orgulloso de sí mismo y de sus cualificaciones.

Se tumbó en su cama, tomándose un descanso de los libros de encantamientos, y vio de reojo los papeles. No pudo reprimir otra sonrisa cuando volvió a recordarlo y de nuevo le inundó algo parecido a la esperanza. Pensó que quizás podría visitar París en las vacaciones de invierno, ver la capital del país que lo había acogido. De repente se preguntó si su familia no tendría alguna propiedad en Francia, después de todo las familias antiguas solían tener varias propiedades, como los Black. De hecho, ese había sido uno de los puntos de su lista de objetivos que había escrito en su etapa depresiva el año pasado, ahora que lo pensaba. Sabía que su familia tenía varias casas pero no sabía dónde estaban ni en qué estado. Había olvidado por completo ir a Gringotts para coger su portafolios de propiedades, ahora que podía con 15 años.

Se levantó de la cama de un saltó. —¡Sirius! ¿Podemos ir a Gringotts mañana?

Sirius alzó la vista de una carta que estaba escribiendo. Parecía serio pero Harry evitó preguntar ya que lo último que quería era estar de bajón de nuevo por malos pensamientos.

—Mañana tengo que ir al Ministerio. ¿Qué te parece pasado mañana?

Harry asintió y volvió a su cuarto. Con un suspiro cogió el diario profético del día y empezó a leer. No tardó ni 10 minutos en tirarlo a la basura cuando volvió a ver noticias y propaganda del Ministerio, esta vez en contra de los vampiros y, extrañamente, los nacidos de muggles.

11 de Agosto, lunes

Al final Harry no había podido ir a Gringotts hasta el lunes. Al parecer Sirius se estaba mensajeando con Dumbledore a través de carta porque Sirius había cerrado la chimenea con tal de que nadie pudiera contactar con ellos.

—¿Y qué quiere ahora? —preguntó de mal humor Harry, como siempre que pasaba al pensar en Dumbledore.

Sirius y Remus intercambiaron miradas y eso ya le hizo comprender que, fuera lo que fuera, no le iba a gustar. Tenía razón.

—Dumbledore quiere iniciar de nuevo la Orden del Fénix, como en la última guerra —le explicó Remus.

—¿La Orden del Fénix? —bufó casi divertido Harry, al comprenderlo—. ¿A qué te refieres?

—Es un grupo de gente dedicada a luchar contra Voldemort y sus mortífagos.

Harry se carcajeó maliciosamente sin poder evitarlo. —¿Cómo una banda de super héroes o un grupo de rebeldes? ¿Exactamente qué hizo esa gente en la anterior guerra antes de que un bebé acabara accidentalmente con su archienemigo? ¿Qué pasa con el Ministerio corrupto, los mortífagos en sus casas, la gente que murió igualmente?

Se hizo un silencio sepulcral y triste. —Hicimos mucho menos de lo que hubiéramos querido, la verdad.

Harry miró a su padrino al darse cuenta de que había metido la pata como un idiota. Pues claro que Sirius y Remus, y seguramente sus padres, estaban en el estúpido club de Dumbledore. Cualquier cosa era mejor frente la opción de cruzarse de brazos y no hacer nada. Sus padres y sus amigos no tenían la culpa de que Dumbledore fuera tan inútil. Cerró los ojos intentando aclarar su mente.

—Lo siento.

Remus sonrió ligeramente con expresión melancólica. —No te disculpes Harry. Tienes razón. La Orden del Fénix no era la organización más competente que haya existido, pero era algo, ¿sabes? En aquel momento nadie quería arriesgar su vida por plantarle cara a Voldemort.

—Esa es la única razón que me hace reconsiderar la petición de Dumbledore —asintió Sirius—. Ahora mismo hay familias ahí afuera que necesitan ayuda, que son vulnerables y no tienen las barreras mágicas como tenemos nosotros. Gente que necesita a alguien o un lugar seguro, como los Weasley.

—¿A qué te refieres? —preguntó de nuevo, casi sin querer entenderlo.

Sirius y Remus volvieron a intercambiar miradas. Al final su padrino suspiro con cansancio.

—Dumbledore necesita un lugar de reunión, una casa franca protegida, y me ha pedido ayuda.

—De considerarlo, los Weasley se mudarían aquí lo que queda de verano mientras su hijo Bill pone las protecciones suficientes en su casa.

Harry se quedó de piedra en la silla. Se acabó la cena en silencio, evitando las miradas de su padrino y de Remus, y luego se fue a su cuarto. Extrañamente se sentía traicionado. Se dio cuenta de que, de no haber estado viviendo allí Harry, Sirius seguramente habría accedido a abrir su casa a los Weasley y a los amigos de Dumbledore, mientras él se habría quedado encerrado en casa de los Dursley quién sabe cuánto tiempo. No solamente eso le revolvió el estómago sino también el hecho de que el sitio al que había empezado a querer como su hogar iba a ser invadido por desconocidos y por personas que le habían decepcionado vez tras vez como Ron o Dumbledore. Peor aún, iba a estar conviviendo con la misma persona que había planeado su muerte por el bien común, el que le había dejado con una familia abusadora… ¿Tenía que fingir que no le importaba con una sonrisa en el rostro? De golpe, las paredes de Grimmauld Place parecieron encogerse sobre él y, casi sin quererlo, la casa ahora parecía una celda, tal y como lo fue Privet Drive.

Durante días no les dirigió una palabra a Sirius ni a Remus. Se sentía traicionado y enfadado, con ellos y con la situación, y no sabía qué hacer para dejar de sentirse así. Sabía que estaba haciendo daño a sus seres queridos con su actitud pero no sabía qué decir para arreglarlo cuando ni siquiera podía mirarlos a los ojos sin que supieran que estaba totalmente decepcionado.

—…-me extraña, Sirius. ¿Te has puesto en su piel, chucho idiota? —escuchó Harry cuando subió las escaleras. Era la voz del retrato de su abuelo—. Su verdadero hogar fue destruido con menos de 2 años y a la vez perdió a sus padres. Luego fue enviado durante más de una década a casa de sus tíos, si es que se pueden llamar así, donde fue abusado y maltratado. Para colmo, cuando logra tener un hogar con vosotros ahora se entera de que estás invitando alegremente a la gente que le ha machacado durante años de forma directa o indirecta.

Harry sintió el corazón latirle intensamente mientras escuchaba como su abuelo regañaba a su padrino. Se paró en un escalón a escuchar lo que se estaba discutiendo sin que notaran su presencia.

—¿Y qué quieres que hagamos, Charlus? —preguntó casi desesperado Remus—. ¿Dejar a esa gente en su casa donde son vulnerables?

—¡Sí! ¡Eso es precisamente lo que quiero! ¡En algún momento me habría importado algo, pero ahora me importan una mierda de hipogrifo después de todo lo que han hecho! —gritó su abuelo enfadado como nunca antes—. La única persona que me importa aquí es mi nieto, como debería importaros a vosotros también si realmente es cierto que él es vuestra primera prioridad.

—Y si mueren, ¿qué hacemos, cargamos con ese peso? ¿No crees que Harry se sentirá culpable si alguno de los Weasley muere?

—Remus, hijo, ¿dónde está tu sentido común? Según lo que tengo entendido Dumbledore sabía que Voldemort no estaba muerto desde el principio. Es más, hace 4 años tuvo confirmación de Harry de que estaba vivo y poseyendo a su profesor de Defensa. ¿Acaso no ha tenido Dumbledore tiempo de avisar a sus seguidores de que pusieran en orden sus protecciones? ¿Por qué ahora tienes que cargar tú con el peso de la incompetencia de los demás? ¡Pensad con el cerebro!

—¿Qué quieres decir? —preguntó Sirius, que había estado callado.

La voz cargada de sarcasmo de su abuelo se escuchó. —¿Acaso no es Bill Weasley un experto en barreras mágicas? ¿Crees que los Weasley están totalmente desprotegidos? Si ese chico es tan inútil como para no usar su conocimiento, experto además, para proteger a su familia no es problema nuestro. ¿Crees que de todos los seguidores de Dumbledore no hay alguien que pueda dejarles una casa para reunirse salvo vosotros?

—Entonces, ¿nos negamos a la petición de Dumbledore?

—¿Tú que crees Sirius? Como metas a ese energúmeno, y a su mascota espía, en esta casa con mi nieto le convenceré para que se mude. Solo estará mejor que aquí, te lo aseguro. Al menos en su propia casa dejarán de invadir y destruir el único sitio seguro que ha conocido desde el año y medio de vida.

Harry volvió a su cuarto sin hacer ruido, pero en su cara había una sonrisa sincera y lágrimas en los ojos de felicidad. Un rato después, aparecieron Sirius y Remus con expresiones tristes y llenas de remordimiento. Solo en ese instante supo que decir.

—No quiero que vengan aquí. Si aceptáis me iré —les dijo con una seguridad que no había sentido en días—. Ya no tengo porqué soportar mierda de nadie, ni soportar la presencia de alguien sino quiero.

Sirius y Remus parecieron algo sorprendidos, pero luego sonrieron, algo tristes pero orgullosos.

—Siento haber pensado tan siquiera que podríamos tomar una decisión como esta sin contar contigo —se disculpó su padrino—. Por un momento olvidé que…

No acabó la frase, pero Harry lo entendió. Por un momento Sirius había puesto el bien de los demás por encima del suyo. Era lógico pensar que una vida valía más que un sentimiento, pero como eran sus sentimientos, y como ya estaba harto de ser la última persona en la que todos pensaban, no pudo aceptarlo. Su abuelo tenía razón. Dejarlos entrar, por mucho más seguro que fuera para los Weasley, y todos los demás invitados, quedarse en Grimmauld Place, era una invasión de su hogar que ni siquiera le iban a consultar, por lo visto.

—Quiero ir a Gringotts —recordó finalmente, asintiendo ante la disculpa—. Hoy, si es posible.

—¿Necesitas consultar algo con los duendes? —preguntó Remus, que sabía que tenía una bolsa hechizada con dinero así que no era el motivo de su visita.

—Quiero mirar las propiedades de mi familia.

El rostro de Sirius se contrajo un segundo, lleno de pena y tristeza de nuevo, pero luego asintió. Fue él mismo el que le acompañó a Gringotts y le esperó hasta que salió con un pequeño taño de hojas dentro de una carpeta de cuero. Esa tarde, cuando volvieron a Grimmauld Place, se hizo un silencio algo incómodo cuando se reencontraron en el salón. Harry seguía dolido y ahora tanto Sirius como Remus habían comprendido finalmente cómo se sentía y el verdadero impacto que había tenido todo el asunto.

—Me voy a mi cuarto. Buenas noches.

—Buenas noches, Harry.

Se sentó en su escritorio y abrió la carpeta. Cada hoja de pergamino pertenecía a una propiedad, pero pronto se dio cuenta que no todas eran necesariamente casas o estaban habitables, como el hotel que pertenecía a su familia en Estados Unidos o los invernaderos donde al parecer trabaja mucha gente en Tailandia. Aun así, le pareció muy interesante saber qué habían comprado sus ancestros porque, al fin y al cabo, ahora, tristemente, era todo suyo. La Mansión de los Potter había sido atacada cuando sus padres todavía eran estudiantes de Hogwarts, matando a sus abuelos, así que, según lo que entendió, habían comprado una segunda propiedad mucho más pequeña donde refugiarse en Godric's Hollow, incapaces de reparar la Mansión en tiempos de guerra. También poseían una casa en la costa de Gales que al parecer había sido alquilada a Remus hasta la muerte de sus padres.

Las propiedades fuera del Reino Unido eran variadas, desde mansiones hasta algún que otro palacete o cabaña en las montañas. Lo que más le interesaba era un piso de lujo en el centro de París que parecía ser más un regalo de bodas que una residencia habitual por las imágenes. Solo tenía una habitación pero, como el resto del piso, era inmensa, elegante y tremendamente cara. Se encogió de hombros y se preguntó por qué no iba a ser posible mudarse a su piso de lujo, si era suyo, solo porque le incomodaba lo ostentoso que era como propiedad de día a día. Vivir en la alacena de los Dursley había dejado una huella más profunda de lo que había imaginado…

Esa misma noche volvió a aparecer Sirius por la puerta.

—Toc, toc. ¿Se puede? —preguntó su padrino con una leve sonrisa.

Harry asintió, mirándole por encima del hombro. Sirius se sentó con un suspiro en la cama.

—Siento mucho lo de estos últimos días Harry. No quiero que pienses por un segundo que no eres mi prioridad —Sirius alzó una mano cuando le vio abrir la boca—. Sé que he sido un idiota. Debí haber cuidado de ti cuando te sostuve en mis brazos el día que… el día que murieron James y Lily. Lo siento tanto. No sé si he llegado a decírtelo en palabras, pero lo siento muchísimo. No hay día que no piense en cómo te he fallado a ti y a tus padres.

—Sirius —llamó Harry cuando vio los ojos llorosos de su padrino—. Sé que lo sientes. No es necesario que te disculpes, porque lo sé. Aun así, el pasado no se puede cambiar. Es tontería llorar por ello. Ahora estamos aquí, ahora es cuando cuenta de algo. Sé que quieres ayudar porque sientes que haces poco, porque quieres ser útil y porque sabes que puedes aportar algo… pero yo solo tengo 15 años y he soportado mucho más de lo que gente de 50 años ha soportado, ¿sabes? Y no tenía por qué. Nunca más voy a volver a ser el niño al que encerraban en un armario como un trasto viejo. Nunca más voy a ser el chivo expiatorio de nadie, ni un mártir. Y no lo siento. Me juré hace meses que nunca más pondría a nadie por delante de mí y pienso cumplirlo, incluso si eso significa dejar a otros a su suerte.

Se hizo un momento de silencio, donde ambos parecían contemplar lo que se había dicho. Sirius pensativo y Harry sorprendido de sí mismo. Se dio cuenta que era la primera vez que alzaba la voz para defenderse y decía lo que realmente sentía, incluso si eso significaba el rechazo de un ser querido. Lo que había pasado con Dumbledore en su despacho no tenía nada que ver, porque si rechazaba sus ideas y sus palabras a Harry poco le importaba. Sirius tenía el poder de herirle como pocas personas.

Harry se quedó en silencio mirando a su padrino pero Sirius simplemente miró por la ventana, con el rostro inescrutable. Harry se dio la vuelta y continuó estudiando las propiedades de su familia con el corazón palpitante. Casi se había olvidado de su presencia cuando Sirius habló.

—Poco a poco me doy cuenta de lo mucho que has crecido. De lo diferente que eres a tus padres pero de lo orgullosos que estarían de ti, tanto como Remus y yo —escuchó como Sirius se alzaba de la cama y luego sintió una mano en su cabeza—. No eres un niño y quizás no lo has sido nunca, pero sigues siendo como un hijo para mí, Harry Potter, y no voy a dejar que nada ni nadie te haga daño.

Harry se quedó solo en su cuarto, con un nudo en la garganta y un amasijo de sentimientos. Esa noche por fin pudo dormir sin dar mil vueltas en la cama, aunque mojando su almohada de lágrimas. Al día siguiente se enteró que Sirius y Remus habían rechazado la petición de Dumbledore y no se habló más de él ni de los Weasley. Aun así, Harry se dio cuenta de que ahora mismo dependía de los demás para tener un lugar donde vivir porque ni siquiera había pisado las propiedades de los Potter, a excepción de la casa en ruinas donde murieron sus padres… Ahora mismo, se dijo, ni siquiera los castillos o mansiones de su familia eran totalmente seguras porque muchas de ellas eran conocidas para el público.

Al final acabó por consultarlo con su abuelo. —Lo que necesitas es una casa franca. Asúmelo, estás en guerra Harry y necesitas tener algún lugar seguro donde protegerte y dónde poder resguardarte para dormir tranquilo. Una guerra no se lucha con un ojo abierto cada noche, ya te lo puedes imaginar.

—¿Y no podría usar el encantamiento Fidelus en alguna de las propiedades?

—Podrías, pero el hechizo pierde fuerza si mucha gente sabe sobre aquello que se quiere esconder. Además, no tenemos ninguna propiedad lo suficientemente pequeña, salvo Godric's Hollow, para usar el hechizo sin tener que pedir ayuda de alguien lo suficientemente poderoso como el idiota de Dumbledore.

Harry frunció el ceño mientras musitaba las palabras de su abuelo. —Ya veo… Supongo que tendré que comprar alguna residencia.

—Lo que yo haría sería comprar una residencia muggle antigua sin electricidad —le sugirió Charlus, sentándose en la butaca pintada de su retrato—. De esa forma no tienes porqué preocuparte al usar la magia y, por otro lado, no constará en los registros del Ministerio. Fácilmente la puedes arreglar con la magia así que su estado de conservación, mientras tenga una buena estructura, no debe ser gran problema.

—¿Y cuál es el problema? —preguntó Harry, alzando una ceja.

—¿Cómo vas a pagarla sin usar el dinero de Gringotts?

Harry se estrujó el cerebro unos segundos y luego sonrió ladinamente. —Por suerte para mí, recibí hace unos años 17 millones de galeones, de los cuales cambié la mitad a moneda muggle.

Su abuelo le miró con el rostro en blanco y sacudió la cabeza. —¿Me estás diciendo que tienes 60 millones de libras acumulando polvo en una cámara muggle y ni se te ha ocurrido antes usar ese dinero?

Harry evitó contestar, sintiéndose un idiota por haberse olvidado de semejante cantidad de dinero. Suspiró con cansancio cuando se dio cuenta de que posiblemente no tendría el problema arreglado antes de volver a Hogwarts pero al final se encogió de hombros. ¿Qué más podía pasar en el castillo que forzara su mano antes de tiempo, se preguntó?