CAPÍTULO 22: Frentes abiertos

16 de febrero, lunes

—Siento que me estoy perdiendo muchas cosas estando en Hogwarts —masculló Harry a sus padrinos—. La mayor parte del tiempo no sé lo que está pasando ahí afuera.

—¿No eras tú el que decía que querías ser un adolescente normal? —le recordó con una sonrisa divertida Sirius—. Deja que los adultos nos encarguemos de cosas de adultos.

Aunque no había pasado nada fuera de lo normal, Harry se encontraba aburrido. Sin Umbridge ya no tenía un blanco con el que descargar su ira pero por suerte tenían un mejor profesor de defensa. Era otra vez el auror Shacklebolt. Había cogido el libro de Slinkhart y lo había quemado antes de hacerles comprar el bueno. Por suerte, muchos de ellos ya lo tenían desde las primeras nefastas clases con Umbridge. Decir que había puesto el turbo era quedarse corto. Toda la gente que no había estudiado por su cuenta, que eran bastantes, se encontraban ahora apresurándose a ponerse al día con los demás. Mientras tanto, viendo la disparidad de nivel, Shacklebolt les había dado a los demás material avanzado de forma individual. Harry no podía caber en sí de contento. Según su profesor su nivel era de séptimo curso.

Para mala fortuna de Ron, quien era uno de los rezagados, la poción de animago había sido completada justo cuando más deberes tenía. Hermione, con su habitual testarudez, le había prohibido practicar la transformación antes de entregar sus tareas si quería seguir contando con su ayuda, para la resignación de Ron. Harry, quién seguía practicando su forma de gerifalte, se encontraba volando cada vez más lejos del castillo acompañado de Hedwig. Luna había querido ir con él pero rápidamente Hermione la hizo cambiar de opinión.

—¿No crees que la gente se preguntará qué hace una lechuza, un halcón y un flamenco juntos volando sobre Hogwarts? —preguntó con exasperación, sin tan siquiera mirarles por encima del libro de pociones.

—Dicho así parece el inicio de un chiste malo —rio Neville.

Harry la miró con simpatía pero le dio la razón a Hermione. Luna pasó los siguientes 5 minutos haciendo un puchero pero al final desistió. Volar en la Sala de los Menesteres convertida en bosque tampoco estaba tan mal.

—Creo que es el momento de poner en marcha nuestro plan, Ron —le dijo Harry. Ron le miró sin comprender—. Ya sabes, lo de la lotería.

—¡Merlín! Ya ni me acordaba de eso —le contestó Ron y él asintió.

Normal. Habían pasado muchas cosas en muy poco tiempo. Decidieron que Remus les comprara una máquina de escribir, papel y sobres muggle. Harry sacó el talonario muggle que había recogido en las vacaciones de navidad solo para eso y lo rellenó. Con 5 millones de libras los Weasley obtendrían 200.000 galeones. Eso ayudaría a la señora Weasley a salir adelante mientras la mitad de sus hijos todavía estuvieran a su cargo, y seguramente años después. En cuanto Ron vio el talonario se desmayó. Cuando volvió en sí empezó a tartamudear un agradecimiento pero Harry le cortó con un abrazo.

—En cuanto tengamos la carta la enviamos de forma muggle. Tu madre debería recibirla en una semana —les informó Hermione, cuando Remus les dijo que Dobby les llevaría lo que habían pedido el día siguiente.

—Es muy generoso de tu parte lo que has hecho Harry —le comentó Neville, cuando estuvieron solos esa noche.

—Ron es mi amigo —se encogió de hombros—y no voy a dejarle sufrir cuando puedo ayudarle.

—Muchos amigos no harían lo que tú has hecho.

—Entonces no son amigos de verdad.

Neville pareció meditar sus palabras en silencio. —Tienes razón.

Esa noche, cuando cerró las cortinas, Remus le volvió a llamar al espejo. Con curiosidad, puesto que ya había hablado con ellos por la mañana, contestó la llamada.

—Solo quería dejarte saber que he encontrado la forma de dejar muda a Trelawney —le informó Remus—. Tal y como pensaba, los Black tienen un gran catálogo de maldiciones relacionadas con funciones físicas.

Harry tuvo que sentarse al oír la noticia. Tenía la posibilidad de hacerle daño a alguien de por vida si seguía adelante. No es que tuviera dudas sobre si hacerlo o no, después de todo, Trelawney le había jodido la vida a pesar de que fue involuntariamente, con un don natural. Aun así, sabiendo de sus poderes, podría haber tenido más cuidado. Podrían haber silenciado la entrevista que, para empezar, no entendía qué hacían teniéndola en una taberna en lugar de la escuela, pero no lo hizo. No iba a matarla pero pensaba castigarla por su imprudencia.

—Mándame la información —dijo Harry finalmente y Remus asintió.

Cuando leyó el pergamino, con la información copiada, de Remus supo que tendría que practicar. Además, tenía que pensar en el momento en que iba a llevar a cabo su plan. Su primera idea había sido esperar a las vacaciones de verano y seguirla hasta su casa pero no sabía dónde vivía y, además, era más fácil detectar un rastro mágico en un lugar con poca gente que en la escuela. Así pues, era obvio que tenía que hacerlo en Hogwarts mientras todos los estudiantes estuvieran allí. El rastro mágico confundiría a los aurores.

Por suerte, era una maldición con retraso así que Trelawney se quedaría progresivamente más afónica hasta perder la voz y nadie podría identificar a un culpable sin que confesara el crimen. Sabía que Dumbledore intentaría ayudarla pero según lo que había leído, la maldición había sido creada por los Black así que nadie podría deshacerla sin el contra hechizo y ni Harry ni Remus pensaban hacerlo público. Por no hablar de Sirius, que antes preferiría matar a Trelawney que devolverle la voz…

Fuera como fuera, tenía tiempo. Hechizó el pergamino para que nadie pudiera tocarlo y lo guardó dentro de su bolsa sin fondo.

21 de febrero, sábado

—No me puedo creer que hayamos ganado —suspiró Ron, que era el nuevo guardador de Gryffindor, con el rostro empapado de sudor—. Por muy poco.

—Da igual —rodó los ojos Hermione—. Hemos ganado.

—¿Visteis la cara de Malfoy? —rio Neville, que había seguido el partido desde las gradas—. Nunca olvidará esos 10 puntos de diferencia.

La cara de la capitana del equipo de quidditch de Gryffindor también había sido un poema. Sinceramente Harry la entendía. Casi habían perdido por los goles que Ron había dejado pasar y el penoso trabajo de sus golpeadores. Lo único que había salvado al equipo era que hubiera cogido la snitch a tiempo, ganando 250 a 240. Harry no sabía por qué continuaba en el equipo. Desde hacía tiempo que ya no sentía la misma sensación de euforia que había sentido la primera vez que jugó. Sabía que era culpa de los alumnos, su actitud contra él le habían quitado algo que amaba del deporte y no conseguía recuperarlo. Cada vez que les veía celebrar una victoria cuando cogía la snitch le venía a la mente lo hipócritas que eran realmente y se le pasaban las ganas de jugar.

Lo único que le mantenía en el equipo era el hecho de que no pensaba dejarlo a medias justo el año que dejaba Hogwarts. Además, durante los anteriores meses Umbridge había estado husmeando en los entrenamientos para tener una excusa para prohibirle jugar y Harry había decidido que seguiría jugando a pesar de todo solo por despecho. Ahora que ya no estaba le daban ganas de dejarlo.

Esa noche, mientras cenaban, lechuzas del diario profético trajeron un periódico extra. Normalmente, cuando sucedía, quería decir que había pasado algo suficientemente importante como para publicarse fuera del horario normal. En cuanto Harry cogió su diario entendió el porqué de tanto alboroto.

¡Ministro Fudge dimite de su cargo! Dolores Umbridge condenada oficialmente por abuso de poder, maltrato infantil y tenencia ilícita de una pluma negra y poción veritaserum.

Harry leyó con una sonrisa de oreja a oreja como Umbridge había sido condenada a 20 años en Azkaban. Cada niño torturado le había sumado bastante y más cuando había usado un objeto y una poción restringida. Pasaría 2 décadas en una celda de seguridad intermedia en Azkaban, rodeada de dementores la mitad del tiempo. Mientras tanto, Fudge había dimitido por voluntad propia después de negarse a firmar el contrato mágico. Sabía que muchos ojos le estarán mirando, preguntándose por qué no había sido capaz de firmar un simple contrato, así que el hecho de que no lo hiciera no hablaba bien en su favor.

Fuera como fuera, con el idiota de Fudge fuera del gobierno y sin sus esbirros corruptos, eso dejaba un vacío de poder. Estaba claro que las siguientes semanas solo se hablaría de lo mismo en los periódicos pero, por una vez, no le quitó la sonrisa. Harry escuchó y vio las reacciones de los alumnos y se dio cuenta de que la mayoría parecían contentos por las noticias, sobre todos aquellos que habían sido víctimas de Umbridge. Los únicos que estaban más malhumorados eran algunos Slytherin que, sin Fudge a la cabeza del ministerio, era más que obvio que nadie podía escapar de firmar el contrato mágico. ¿Si ni siquiera podía le ministro eludir el contrato, cómo iban los demás a hacerlo? Si algunos de ellos habían querido trabajar en el ministerio y habían pensado en usar su poder para hacer lo que les viniera en gana, bueno… ahora ya no era posible.

Sabía que muchos le culparían a él de haber cortado las alas así que se prometió que los siguientes meses, hasta marcharse de Hogwarts, se mantendría atento ante posibles ataques. No sería la primera vez que le culpaban por hacer lo correcto así que se encogió de hombros y siguió cenando.

—Estaba claro que iba a pasar —dijo Neville, sonriendo—. Umbridge tenía los días contados con tantas pruebas en su contra.

—Es justo lo que se merece —zanjó el tema Harry, empezando a comer—. Fijo que cuando salga habrá perdido la poca cordura que le quedaba.

—Lo más interesante es lo de Fudge —comentó Ron, comiendo con la boca abierta. Hermione le lanzó una mirada de reproche—. Perdón. Quería decir que ahora todos saben que no pueden entrar en el ministerio sin probar que no son unos corruptos o criminales. Esto va a molestar a mucha gente.

—Pero por lo menos así todos estamos seguros de que no estamos liderados por la chusma de la sociedad —se volvió a encoger de hombros Harry. Ron pensaba justamente lo mismo que él.

Acabaron de cenar, discutiendo lo que había pasado, y cuando salían del Gran Comedor se toparon con Malfoy y sus marionetas. El rostro enfadado, resentido y aterrorizado de Draco Malfoy no lo olvidaría jamás.

—¿Ya estás contento, Potter? —le recriminó, lanzándole el diario.

—No sabes cuánto —alzó una ceja Harry, con curiosidad.

—Gracias a tu estúpida ley mucha gente ha tenido que dejar sus trabajos —casi le escupió Parkinson.

—¿Y por qué sería debido a Harry? —le defendió Hermione—. ¿Acaso no podían seguir trabajando solo con firmar un contrato probando que no son unos corruptos? O es que… ¿Acaso lo son?

Malfoy se giró y se fue sin más. Parkinson les lanzó una mirada envenenada pero se fue tras él a paso ligero. Los otros Slytherin no parecían del todo enfadados, más bien… indecisos. Sí, esa era la palabra.

—Ni caso Harry —le tocó el hombro Ron.

Subieron hasta la torre de Gryffindor y se sentaron un rato en el sofá frente a la chimenea. Justo cuando Harry pensaba que se habían acabado las interrupciones aparecieron sus otros compañeros de curso, encabezados por Seamus. Rodó los ojos antes de darse la vuelta. Lo primero que vio eran las caras de arrepentimiento generales.

—Harry, ¿podemos hablar un momento? —preguntó Seamus y Harry hizo un ademán para que se sentaran con ellos antes de volver a activar el muffliato—. Hemos estado hablando, todos nosotros, desde hace tiempo y nos hemos dado cuenta de lo mal que te hemos tratado todos estos años.

—Seamus tiene razón. Cada vez que pasaba algo raro no te apoyamos como deberíamos haber hecho. Te conocemos desde los 11 años y sabemos que no eres mala persona —dijo Parvati, suspirando—. Sentimos mucho habernos comportado como unos idiotas. Espero que puedas perdonarnos.

—¿Entonces por qué lo hicisteis? —preguntó él, finalmente—. ¿Por qué disculparos ahora? Y, ¿por qué debería perdonaros?

—Lo cierto es que queríamos disculparnos desde hace tiempo pero pensamos que no querrías ni siquiera mirarnos a la cara —rio amargamente Dean—, yo habría hecho lo mismo.

—Pero entonces perdonaste a Ron y supimos que no estaba todo perdido.

Harry escuchó durante rato largo las disculpas de sus compañeros de quinto curso mientras se preguntaba qué pensaba hacer. Estaba claro que no podía ni quería perdonarlos de buenas a primeras porque todavía estaba resentido y dolido, pero a Ron le había dado una oportunidad y, según lo que estaba escuchando y la sensación que tenía, Dean, Seamus, Parvati y Lavander estaban verdaderamente arrepentidos. Al final decidió darles una última oportunidad.

—No puedo decir que vaya a perdonaros así sin más porque lo que hicisteis me rompió —les confesó duramente él y vio a Lavander empezar a llorar de la culpa— pero he perdonado a Ron, le he dado una nueva oportunidad y me está demostrando que sus disculpas fueron sinceras y que no volverá a hacerlo así que… Os daré una última oportunidad. Yo siempre he estado ahí para todos cuando me habéis necesitado, aun sin que lo supierais, ahora os toca a vosotros demostrarme lo mismo.

Esa noche se fue a su cama hecho un amasijo de sentimientos, con la disculpa de sus antiguos amigos y compañeros de curso, y con el abrazo indeciso de éstos. Tuvo que meditar más tiempo de lo esperado, ejercitando sus barreras mentales, para calmarse y darse cuenta de que se sentía mejor ahora que antes de la disculpa, a pesar del potencial daño que podían volver a hacerle.

26 de febrero, jueves

Pasaron varios días antes de que algo interesante le despertara de su sopor estudiantil. Era Dumbledore, llamándole a su despacho. Cuando llegó allí le esperaba una pensadera lista para ser usada.

—Gracias por venir tan rápido, Harry. Tengo noticias de Voldemort que deberías ver.

Le indicó con una mano a la pensadera y él se adentró en las misteriosas memorias. Supo en seguida de quién era la memoria puesto que se trataba de una reunión de Voldemort con sus mortífagos en la que estaba presente Snape. Le observó lleno de odio, tan ensimismado, que se perdió parte del inicio de la memoria y supo que tendría que verla otra vez. Estaba pálido, cetrino. Más de lo normal, se dijo con sorna. Había perdido peso y el pelo lo tenía más largo y grasiento que nunca. Le sorprendió verlo así puesto que llevaba días fuera de Azkaban. Lo único que no había cambiado era la túnica negra que le cubría de barbilla a pies por completo, haciéndole parecer más cadavérico que nunca. Tenía el rostro agachado, evitando los ojos de Voldemort, pero pudo ver como brillaba un deje de desafío y tenacidad en sus ojos.

Harry salió de la memoria rabioso, jurándose a sí mismo que le quitaría esa mirada de la cara. Dumbledore debió haber intuido algo porque no se inmutó cuando le pidió verla por segunda vez. Evitó mirar a Snape y se fijó en lo que estaba pasando. Reconoció al instante el lugar porque había estado allí. Era la Mansión Malfoy, con suelos de mármol negro y sus techos altos y paredes con enormes cuadros y retratos.

—¿Cuándo podré hacerme con la profecía, Corban? —demandó Voldemort—. Ya os perdoné la vida cuando vuestra incompetencia casi lo arruina todo. Por suerte para vosotros, actuasteis rápido y Bole está muerto. Si alguien hubiera llegado a descubrir mis planes… ¡CRUCIO!

Harry escuchó los gritos del mencionado Corban y le vio retorcerse en el suelo mientras los demás, arrodillados, ni se inmutaron. Estaba claro que ninguno pensaba ayudarle y convertirse en el blanco de la ira de Voldemort. La tortura se acabó rápido y Voldemort siguió interrogándole.

—B-Bole me aseguró que nadie, salvo los mencionados en la profecía, podrían cogerla, mi señor.

Voldemort se recostó en su trono, pensativo. —Eso quiere decir que voy a necesitar que Potter la coja por mí. Tendré que engañarle de alguna forma, hacer que vaya voluntariamente al ministerio.

Puede usar a su padrino, mi señor dijo Snape, como si no estuviera apostando la vida de una persona—. Seguro que consigue que Potter vaya a… salvarle o alguna tontería similar.

Sí. No está mal Severus se irguió y cogió el diario que volaba hasta él—, pero dime… ¿Crees que no lo he pensado ya? ¿¡Crees que soy tan estúpido como para no saber que debo usar a uno de sus seres queridos!? ¿¡Por qué no me explicas cómo debería adentrarme en el ministerio ahora que Potter y su padrino me han cerrado el paso, Severus!?

Los inefables todavía no han firmado el contrato, mi señor le recordó Snape. Mientras ellos sigan sin firmarlo, tiene una oportunidad.

Voldemort parecía dispuesto a torturarle a él también pero luego contempló sus palabras y pareció encontrarle el mérito a su propuesta.

Sí. Por qué no. Todavía tengo a un agente en el departamento de misterios que puede sernos útil. Mientras tanto… quiero que capturéis a alguien querido por Potter. Ya que no puedo adentrarme en su mente como antes tendremos que hacerlo a la vieja usanza y enviarle un regalo. ¿Qué os parece una oreja?

Voldemort empezó a reír y los mortífagos sonrieron y rieron con él, aliviados por haber acabado la reunión con sus vidas intactas.

Harry salió de la pensadera sintiéndose enfurecido y preocupado a la vez. No obstante, cuando lo pensó fríamente supo que tenían una oportunidad de destruir su plan.

—Tenemos que informar a Amelia Bones del topo en el departamento de ministerios. Ella será capaz de agilizar la firma de contratos y de aumentar la seguridad del ministerio.

—Si le decimos lo que hemos visto Voldemort podría saber que tiene un espía entre sus mortífagos. Nos quedaríamos sin información.

—De eso no estoy tan seguro… —murmuró Harry, que tenía la sensación de que podía girar las tornas a Voldemort sin usar a Snape.

Dumbledore alzó una ceja pero él no dijo nada más. Necesitaba pensar él solo, como hacía cada vez que se le presentaba una ocasión así. Al final, decidieron llamar a Amelia Bones y enseñarle la memoria. Sabía que Dumbledore había cedido debido a que Harry se lo iba a contar por mucho que le rogara que no lo hiciera. Madame Bones se presentó sola, usando la chimenea del director, y los miró a ambos con poca sorpresa.

—Ya me imaginaba que algo estaban planeando a raíz de los contratos —suspiró con cansancio cuando salió de la pensadera—. Sabía que algunos están aprovechando los últimos días en sus trabajos para esconder sus delitos y sacar todo lo que puedan antes de dimitir pero esto… Debí imaginarlo.

—¿Podría agilizar las firmas? —preguntó llegando al corazón de la cuestión Harry.

—Puedo y lo haré —aseguró Bones—. Mi posición me permite tomarme ciertas molestias y más al tener pruebas de acciones delictivas. Para evitar sospechas anunciaremos hoy mismo la decisión de agilizar todos los trámites con tal de acabar este domingo. Eso supondrá que el departamento de misterios estará obligado a firmar mañana mismo, a una hora determinada.

—Es una buena noticia Harry —le informó Dumbledore, sonriente—. En cuanto le llegue esta información a Voldemort sabrá que solo tiene una ventana de tiempo estrecha para actuar. Para ser exactos, desde el momento del anuncio hasta mañana a la hora que Madame Bones especifique.

—Durante esas horas, las potenciales víctimas de secuestro deberán estar a salvo y Voldemort no podrá usarle para acceder al ministerio. En cuanto firmen los inefables ya no tendrá acceso ninguno al departamento.

—Aun así, aun sin tener acceso al departamento, ¿quién dice que no secuestrará a alguien para obligarme a llevarle la profecía hasta él? El ministerio estará seguro pero mis seres queridos no —contestó Harry, que veía perfectamente las lagunas del plan.

Sí. Voldemort y sus esbirros no pisarían el ministerio sin ser nombrados indeseables número 1 pero sus amigos y familia seguían estando desprotegidos. Lo único que cambiaría sería que, de secuestrar a alguien querido, obligaría a Harry a ir hasta él en un lugar que no fuera el ministerio.

—No ha escuchado la segunda parte del plan, Lord Potter —le aseguró Bones y él alzó una ceja—. Sabemos lo que va a hacer, ¿por qué no aprovecharlo?

—Quiere decir... —dijo estupefacto Harry—. ¿Tenderle una trampa?

—En efecto. Tengo a las personas perfectas para llevarlo a cabo.

27 de febrero, viernes

Harry estaba algo nervioso. Ayer acabaron de planear la trampa y, tal y como prometió Madame Bones, anunció esa misma tarde su intención de hacer firmar a todos los miembros restantes del ministerio antes del domingo. Publicó una lista con las horas de cada departamento y alistó los aurores, que habían sido advertidos, y ordenados a que guardaran el silencio, de que Voldemort estaba vivo hacía semanas, para que nadie resultara herido.

Dumbledore cerró todas las chimeneas del colegio, los accesos conocidos y por conocer del castillo, activó las defensas invisibles de Hogwarts y alertó a sus profesores, a los retratos y a los elfos domésticos, de lo que estaba pasando. El director le había sorprendido pidiendo contratos a Madame Bones antes de marcharse para que todo su profesorado firmara esa misma tarde.

—No tenemos tiempo que perder —le había dicho Dumbledore—. Además, sé que tarde o temprano habríamos estado obligados a firmar. Solo estoy adelantando lo inevitable.

Nadie, salvo Harry y sus amigos, sabían lo que estaba pasando silenciosamente en Hogwarts. Luna, a petición sorpresa de Hermione, había decidido dormir en Gryffindor en el dormitorio de las chicas para no estar sola mientras pasara todo. Todos sus amigos estaban en Gryffindor así que Harry se fue a dormir esa noche tranquilo, sabiendo que los otros alumnos, aunque no fueran sus amigos, estaban seguros siendo vigilados por los adultos, los elfos domésticos y los miles de cuadros a los que nadie hacía caso de Hogwarts.

Sirius y Remus habían invitado a los Tonks y a los Weasley a Grimmauld Place esa noche, una vez le explicaron el peligro que corrían, y sabía que estaban seguros bajo el fidelus con Sirius como guardador del secreto. La Mansión Potter, nuevamente reconstruida, fue puesta de inmediato bajo el fidelus con la ayuda de Dumbledore, el único con poder suficiente para hacerlo debido a la mucha gente que conocía la localización de la mansión. Bueno, él y Harry, al parecer, pero no tenía ni idea de cómo realizar el hechizo todavía. En menos de medio día, todas sus propiedades en la isla fueron puestas bajo el fidelus con él como el guardador del secreto.

Cuando ya no pudo hacer más salvo esperar se encontró nervioso y preocupado.

—No pasará nada, Harry —le aseguró Hermione—. El profesor Dumbledore y tú habéis hecho todo lo posible.

—Y Madame Bones no permitirá que se infiltren en el ministerio —asintió Neville—. Voldemort tiene los días contados.

Eso esperaba. El problema era que todos sus planes siempre se iban a la mierda. La piedra filosofal, el diario, atrapar a Pettigrew, no participar en el torneo… Cada año sin falta había algo que se torcía. Este año había logrado deshacerse de Umbridge y aprobar una ley y todavía no era ni marzo. No acababa de creérselo. Por lógica algo tenía que salir mal. Se fue a la cama, meditó como de costumbre y luego llamó a Sirius al espejo.

—Sabía que llamarías, Harry —sonrió Sirius, con rostro algo cansado—. Te estaba esperando. ¿No puedes dormir?

—No. Siento que algo tiene que salir mal. Las cosas nunca me han salido bien cuando más lo quería.

—Y, sin embargo, al final siempre te han salido bien cuando más lo necesitabas —le contestó y Harry, sorprendido e incrédulo, se dio cuenta de que tenía razón—. No sirve de nada perder la cabeza por algo que todavía no ha pasado. Solo quédate con que todos tus seres queridos estamos bien esta noche y mañana.

Las palabras de Sirius le tranquilizaron y desconectó el espejo pensando que podría dormir. Pero nada. Se encontró pensando en las últimas semanas. En cómo había dado una nueva oportunidad a Seamus y a los demás que, curiosamente, ahora se encontraban más unidos que nunca. Ahora comía, cenaba y desayunaba hablando con gente con la que, a veces, no había intercambiado más que sonrisas y saludos durante días. Si bien era cierto que no les había contado ninguno de sus secretos más importantes, el ambiente más armonioso había sido notado por todo Hogwarts. Tanto que otros alumnos de su casa le habían pedido perdón de corazón.

Los Hufflepuff, inspirados por los Gryffindor, parecían mirarle con indecisión y culpa. Como si quisieran disculparse pero no supieran como. Mientras que los Ravenclaw, que no habían estado implicados directamente en dejarle de lado pero tampoco le habían apoyado abiertamente, parecían más decididos a mostrarse más abiertos con los demás alumnos, sobre todo con Luna y con él. Los Slytherin eran un caso aparte, seguían tratándole con indiferencia o con enfado, según la persona. La única excepción fue Malfoy.

Al principio, cuando se enfrentaron unos minutos fuera del Gran Comedor, parecía el mismo Malfoy de siempre salvo por el hecho de que el odio había sido reemplazado por miedo. Miedo de qué, no lo supo en ese instante pero luego empezó a pensar en ello. No fue hasta que repasó mentalmente la memoria de Snape que se dio cuenta de que Voldemort estaba en casa de Malfoy, seguramente desde hacía meses. Todas las derrotas que sufría Voldemort debía pagarlas con alguien y, ¿quién estaba allí siempre? Los Malfoy. Eran virtualmente prisioneros en su propio hogar. Con razón Malfoy estaba enfadado y atemorizado: cada vez que Harry movía ficha contra el Señor Tenebroso quién pagaba el pato era Malfoy y su familia. Ahora que Draco estaba en Hogwarts, debían ser sus padres, sobre todo su padre huido de la justicia y siervo de Voldemort.

La última pieza del puzle encajó en su sitio y Harry lo vio claro. Draco Malfoy se había dado cuenta del peligro que corría bajo el yugo de Voldemort. Estaba más asustado que enfadado con Harry porque, seguramente, se había dado cuenta que Voldemort no actuaba como lo hacía por culpa de Harry, sino porque era un maníaco y un psicópata. Alguien al que no valía la pena seguir pero al que estaba prácticamente encadenado desde su nacimiento debido a las pobres decisiones de sus padres.

En cuanto se encontró pensando sin remedio en Malfoy supo que no podría dejarlo ir. Para empezar Draco, por muy molesto que fuera, nunca había alzado su varita en su contra para hacerle daño de verdad. Las veces que lo intentó fue, curiosamente, con profesores delante. Si lo hubiera querido de verdad, ¿por qué no atacarle por la noche cuando sabía que Harry merodeaba el castillo? Había tenido muchas oportunidades para hacerlo. Incluso habían estado solos en aquella estúpida salida al Bosque Prohibido. Malfoy había huido dejándole solo, sí, pero en aquel momento no había intentado herirle simplemente estaba aterrorizado. Draco Malfoy era un niño. Había crecido con aires de grandeza y ahora había abierto los ojos al mundo real.

Supo, viendo el miedo en sus ojos, que Draco no era como Lucius Malfoy. Tenía la sensación que descubrir la verdad le había hecho replantearse las decisiones de su padre. La cuestión fundamental era, ¿qué iba a hacer Harry con esa información? ¿Le dejaba a su suerte, a pesar de que era relativamente inocente? ¿O le ayudaba a él y a su madre, las únicas personas de su familia que no tenían nada que ver con Voldemort, a escapar? Se revolvió varias veces en su cama, incapaz de dejarlo estar, y se dio por vencido. No podía dejar a alguien a su suerte, no cuando en el fondo era inocente y sabía que no ayudarlo podía acabar con su muerte. Si no hacía nada al respecto estaría actuando como Dumbledore, dispuesto a callar lo que sabía antes que arriesgarse a contarle la verdad a Bones solo porque era más fácil para él.

Se fue a dormir intranquilo, sabiendo que tenía que ayudar a Draco Malfoy a salir del pozo de mierda en el cual le había metido su padre.