N/A: ¡Hola de nuevo! Esta es mi nueva historia, con algunas advertencias antes de que leas: violación, mención de suicidio, depresión.
Actualizaré una vez a la semana.
Y ahora sí, si quieres darle una oportunidad, ¡lee y disfruta!
Capítulo 1
Erin esperó pacientemente a que la puerta del garaje se abriera, mientras tarareaba la canción que sonaba en la radio y movía la cabeza al ritmo de la música. Por una vez, había salido temprano del trabajo, y había aprovechado para hacer la compra.
Aparcó el coche, se puso el abrigo antes de coger las bolsas y el bolso, y haciendo malabares, entró en casa. Se aseguró que la puerta que daba al garaje, por la que acababa de entrar, estuviera bien cerrada. Se había cansado de pedirle a Mark que la arreglara, que no encajaba bien, pero no le había hecho caso. Casi veinte años casada y tres años divorciada y la puerta seguía igual.
A veces se preguntaba porqué seguía viviendo en esa casa, que era demasiado grande para ella sola. Los niños vivían con su padre, y sólo pasaban con ella los fines de semana alternos y las vacaciones correspondientes. Podían estar con ella en cualquier sitio en el que viviese.
Pero sabía la respuesta. Le gustaba el barrio, era tranquilo, familiar y nadie se metía en la vida de nadie. Y la casa le encantaba. Se habían mudado cuando Jasper apenas tenía tres meses, Olivia había nacido allí también y aunque ellos ya no estaban viviendo allí, ella sentía un vínculo especial con la casa. Tenía un maravilloso jardín que cuidaba, la piscina en la que se bañaba las tardes de verano, y el gran salón dónde tenía instalado el piano. Tampoco quería deshacerse del piano, y en otro sitio más pequeño, no podría ponerlo. Le gustaba tocarlo cuando estaba triste, o agobiada por algo. Tocar el piano la relajaba.
Por eso, y aunque iba a vivir ella sola ahí, aceptó la casa en el divorcio. Mark fue generoso en eso, ofrecerle la casa y no pedir la mitad del dinero después de venderla. Ya bastante hizo quedándose con los niños después de tacharla de alcohólica y mala madre. Fue imposible defenderse de sus acusaciones, aunque tuviera razón en la mayoría de ellas.
Guardó la compra y cenó algo rápido. Ya que había salido temprano, se había llevado unos cuantos informes para repasar. Cogió una manzana y se sentó en el sofá de la sala de estar. Apenas llevaba diez minutos trabajando cuando le pareció escuchar un ruido. Se tensó inmediatamente. Normalmente no tenía miedo, ni solía preocuparse demasiado cuando escuchaba ruidos, era una agente federal, que aunque vivía sola, estaba armada.
Fue hasta el recibidor, donde había dejado el bolso, y cogió la pistola. Tenía otra en su habitación, en la caja fuerte, pero ahora mismo iba necesitaba su arma oficial. Recorrió con prudencia toda la planta baja, y antes de subir las escaleras, encendió la luz. Subió despacio, peldaño a peldaño, con el corazón latiendo tan fuerte en su pecho que estaba segura que se le iba a salir antes de llegar al piso de arriba.
La luz de la luna entraba por la ventana del final del pasillo, iluminándolo todo. Revisó el cuarto de Nora, y al salir del de Jasper, alguien la empujó contra la pared, haciendo que la pistola cayera al suelo, lejos de ella. Se golpeó la cabeza, haciendo que perdiera la visión y el equilibrio durante un instante, momento que aprovechó el intruso para arrastrarla hasta su dormitorio.
Forcejeó, pero lo único que consiguió fue llevarse un puñetazo en la cara. La tiró sobre la cama, y la mirada que le dio el hombre, le hizo saber a Erin que por mucho que luchara, no iba a salir indemne.
El hombre, vestido completamente de negro, con guantes y un pasamontañas, que sólo dejaba a la vista su fría mirada, se abalanzó sobre ella. Intentó escapar, luchar, gritó, pero él la inmovilizó con su cuerpo. Para lograr que se quedara quieta, le puso un cuchillo en el cuello. Erin aguantó la respiración, porque tenía miedo que si se movía, le clavara el cuchillo o le rajara el cuello en un solo movimiento. Pero comenzó a llorar en silencio cuando el hombre rasgó su blusa y su sujetador. Luego la falda y las bragas. En dos minutos, estaba completamente expuesta.
En ese momento, sonó el timbre. Ella sabía quién era, y tenía fe en que se diera cuenta que algo estaba pasando y entrara en la casa. Pero aunque volvió a llamar dos veces más, terminó desistiendo y yéndose.
El hombre había apretado el cuchillo un poco más sobre su cuello, haciéndole un pequeño corte, mientras se llevaba el dedo a los labios en señal de silencio. No se atrevió a moverse.
-Buena chica -susurró en su oído.
Se tomó su tiempo, mientras ella lloraba y suplicaba. Luego se quedó tumbado a su lado, con el cuchillo sobre su vientre, mientras volvía a acariciarla, y él volvía a tocarse. Soltó una gran carcajada cuando terminó. Luego simplemente, desapareció.
No tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado hasta que por fin dejó de temblar, de llorar y se dio cuenta de que volvía a estar sola. Aunque lo único que quería era darse una ducha y borrar todo de su mente, sabía que no podía hacer eso. Necesitaba encontrar a ese hombre. Aunque lo último que quería era ser una víctima, tenía que hacerlo.
Consiguió sentarse, y tomando una respiración profunda y tragándose un sollozo, descolgó el teléfono.
Continuará
