Advertencia: Mención leve de suicidio.
Capítulo 5
Erin se sentó en el gran sofá de la sala de estar de la inmensa habitación que Rossi había alquilado para ella. Más que una habitación, era una suite en toda regla. Con habitación principal, otra un poco más pequeña pero igual de impresionante y una sala de estar para descansar cómodamente. Miró a su alrededor y se sintió abrumada.
-Esto es demasiado. No puedo quedarme aquí… -murmuró retorciéndose las manos con nerviosismo.
-No te preocupes por el precio. Rossi se encarga de todo, y ya sabes cómo es, lo hace todo a lo grande. Aquí estarás bien, todo el tiempo que necesites -respondió Hotch sentándose a su lado. Él también pensó que era una exageración, pero su amigo no hacía las cosas a medias.
-¿Por qué me estáis ayudando tanto? -Erin no se atrevió a mirarlo cuando hizo la pregunta.
-Porque eres parte de este equipo, Erin. Porque no importa los errores que hayas cometido en el pasado, somos una piña, una familia, y cuando uno de nosotros sufre o necesita ayuda, el resto estamos ahí para él.
Ella asintió, aunque no estaba convencida. Era consciente de que en el pasado no se había comportado de la mejor forma con el equipo, sobre todo con Hotch, y aunque al principio sólo sentía resentimiento por él cuando la llevó a rehabilitación, finalmente se dio cuenta que sin su ayuda, jamás podría haber salido del pozo en el que se encontraba. Y a su vuelta, habían desarrollado una extraña relación de amistad.
-Tengo que irme, necesito ir a la oficina y hablar con el director. ¿Estarás bien? -la vio asentir, pero sin parecer convencida. Se levantó y se dirigió a la puerta-. Llámame si necesitas algo, a cualquier hora del día o de la noche ¿de acuerdo?
-Vale.
-Te llamaré más tarde.
Antes de irse, Hotch la miró por última vez. Sentada en el enorme sofá, tan pequeña, tan vulnerable, tan rota, que tuvo ganas de acercarse y abrazarla para, al menos, intentar quitarle algo del dolor que ahora cargaba. En su lugar, abrió la puerta y salió, dejándola sola por primera vez en horas.
Mientras miraba ausente por la ventana, como las personas continuaban con su vida ajenas a su desgracia, sonó su teléfono móvil, que había dejado sobre la cama. Pegó un respingo al escucharlo. Se acercó con cautela y con miedo, mientras el teléfono seguía sonando. Vio que era Mark cuando se acercó. Su corazón se tranquilizó casi inmediatamente.
-¿Sí? -respondió con cansancio.
-¡Erin! Estaba a punto de colgar.
-Lo siento. Estaba en la ducha -mintió.
-Te llamaba por…-Mark carraspeó nervioso, sin saber cómo continuar.
-Ya sé que lo sabes, Mark. El agente Hotchner me ha dicho que dos agentes han ido a verte para hacerte unas preguntas.
-¡Dios Erin, lo siento! Si lo hubiera sabido…podría haberte ayudado, estaba allí y no pude hacer nada -confesó compungido el abogado.
-No podrías haber hecho nada, Mark. No te sientas culpable -contestó con voz plana y deseando colgar.
-Lo sé, pero…
Ninguno dijo nada durante unos instantes, y Erin sintió cómo el nudo en su estómago se apretaba un poco más. Sabía que Mark se preocupaba por ella, aunque no quería hablar con él de lo ocurrido. Aunque hacía unas horas era ella la que quería hablar con él.
-Pero…¿cómo te encuentras realmente? -preguntó él al cabo de un momento.
-¿Tú qué crees? -respondió irritada. Respiró hondo antes de volver a hablar-. Lo siento, es que…
-Te entiendo. Ha sido una pregunta estúpida -ella no respondió y esperó a que él dijera algo más-. Si necesitas que haga algo por ti, Erin, no dudes en pedírmelo.
-¿Puedes traer a los niños esta noche? Necesito verlos y abrazarlos -ella cerró los ojos y se mordió fuerte el labio mientras pensaba en sus hijos intentando no llorar.
-Claro. No hay problema. Por cierto, ¿dónde te están quedando? No estarás en casa ¿verdad?
-No. Estoy en un hotel.
-Te invitaría a casa, pero no creo que a Natasha le hiciera mucha gracia -dijo él refiriéndose a su nueva mujer.
-No te preocupes, ya bastante te he molestado los últimos años, no quiero ser la culpable de una crisis en tu matrimonio -soltó sin poder evitarlo, haciendo referencia a que su nueva mujer, fue, entre otras cosas, una parte responsable de su divorcio.
-Erin…
-Lo siento, en estos momentos no soy yo, Mark. No me hagas mucho caso…-murmuró.
-Tengo que colgar ya, pero envíame la ubicación y la hora a la que quieres que estemos allí.
-De acuerdo. Adiós.
Colgó el teléfono y de pronto pensó, mientras se acercaba de nuevo a la ventana de su habitación y miraba hacia abajo, cuánto tardaría su cuerpo en estrellarse contra el suelo. Si sentiría el viento contra su rostro, si cerraba los ojos y se imaginaba que en realidad estaría volando y si tendría tiempo de sentir miedo y arrepentirse. Estaba en una décima planta, y probablemente el doctor Reid podría responder las preguntas técnicas. Respiró hondo varias veces, y se apartó de la ventana.
Faltaban diez minutos para las siete de la tarde, cuando llamaron a la puerta. Erin prácticamente corrió a abrir, aunque estaba bastante nerviosa. Los chicos se quedaron parados en la puerta al verla.
-¡Mamá! ¿Qué diablos te ha pasado? -quiso saber Nora, entrando y abrazándola.
Erin había olvidado el golpe en la cara (a pesar de que todavía le dolía), y tuvo que improvisar sobre la marcha.
-Oh, nada importante. Ayer necesitaba descargar adrenalina y bajé al gimnasio, y no calculé bien y uno de los agentes me golpeó en la cara -contó con despreocupación.
-Pues te has llevado un buen golpe -dijo Jasper, dándole un abrazo.
-No es nada. Enseguida se curará -cruzó la mirada con Mark, que le sonreía con cariño.
-¿Y por qué estás aquí? Es una súper habitación -Olivia daba vueltas sobre sí misma, encantada de estar allí.
Se había preparado lo que iba a decir, y esperaba que sonara convincente para sus hijos.
-Se han roto unas tuberías provocando una inundación. Tienen que cambiar toda la instalación y no podía quedarme en casa -intentó sonreír y que todo saliera lo más natural posible.
-Jo mamá, pues vaya suerte que has tenido estos días -dijo su hijo frunciendo el ceño. Ella no dijo nada, en su lugar lo besó en la sien y lo atrajo hacia ella.
-¿Y podemos quedarnos aquí contigo? ¿Esta noche? -preguntó Olivia esperanzada, haciendo pucheros.
-Esta noche no, cariño. El próximo fin de semana, como en casa -respondió su madre.
-¡Pero queda muchoooo…! -protestó la niña.
-Olivia, no seas pesada. Os quedaréis con vuestra madre cuando os toque -intervino su padre.
Siguieron hablando durante casi una hora más, y Erin intentó llenarse de la energía y vida que desprendían sus hijos, e intentando comportarse como siempre. Le estaba contando un mundo. Antes de que se fueran, Mark la apartó a un lado, lejos del oído y la vista de los chicos.
-¿Necesitas algo? ¿Estás bien? No sabía que tenías un golpe en la cara Erin -llevó su mano con cuidado a su mejilla, pero ella se apartó rápidamente-. Lo siento, no pretendía…
-No, lo siento yo. Está claro que no estoy en mi mejor momento, esto es muy difícil y… -se abrazó a si misma y cerró los ojos, queriendo encontrar las palabras correctas para expresar cómo se sentía.
-¿Has vuelto a beber? -preguntó él frunciendo el ceño.
-¿Qué? ¡No! -dijo en voz más alta de lo que pretendía, llamando la atención de sus hijos. Luego bajó la voz, casi hasta un susurro-. No sé cómo puedes pensar en eso, Mark. Llevo casi tres años sobria, y ni siquiera ahora, se me ha pasado por la cabeza volver a beber -tenía lágrimas en los ojos cuando terminó de hablar, de rabia, impotencia y dolor.
-Lo siento ¿vale? Pero has sufrido un trauma muy grande y podría pasar.
-Pues no ha pasado. Puedes estar tranquilo -se secó la lágrima solitaria que había escapado de sus ojos y salió a despedirse de sus hijos.
Continuará…
